La fábrica de imágenes de la ESMA. Tomar fotografías como trabajo forzado en un centro clandestino de detención
¿Unidas por un ideal común?
Redes transnacionales y mujeres fascistas en el espacio transatlántico
BORJA PÉREZ CLIMENT
Universitat de València
Borja.Perez@uv.es
LEANDRO PEREIRA GONÇALVES
Universidad Federal de Juiz de Fora
leandro.goncalves@ufjf.br
Entender qué es —o qué fue— el fascismo constituye un desafío ineludible para toda persona, formada como historiadora o no, que se adentre en el estudio de este fenómeno. No es casual el empleo de la palabra “desafío”: el fascismo se presenta como un objeto de investigación de contornos nebulosos, resistente a las definiciones precisas y lastrado por usos polisémicos que, como observamos cotidianamente, complican aún más esta labor. Fue, a la vez, una ideología novedosa, surgida de la crisis finisecular del siglo XIX, pero también un nuevo tipo de movimiento y de régimen político. Pese a su aparente rigidez ideológica, se caracteriza por una profunda heterogeneidad y por la permanente tensión entre lo doctrinario y lo pragmático, entre la exaltación de sus principios —la nación, esencialmente— y la búsqueda de legitimidad en contextos internacionales más amplios. Sus diferentes permutaciones nacionales fueron enormemente diversas alrededor del globo; sus discursos, muy a menudo, contradictorios; y las interpretaciones historiográficas, todavía hoy, objeto de debate constante.
Precisamente en este contexto, puede resultar doblemente paradójico que una manifestación política poliédrica, que se proclamaba sobre todo y ante todos como una fuerza ultranacionalista, desarrollara redes transnacionales de cooperación, intercambio y solidaridad política con otras fuerzas “hermanas”. Más sorprendente aún es que algunas de estas redes, articuladas en el seno de organizaciones profundamente jerárquicas, patriarcales y construidas sobre una concepción esencialista y subordinada de la mujer, fueran impulsadas, sostenidas e incluso lideradas por mujeres. Estas fascistas —en femenino— actuaron como agentes de difusión ideológica, diplomáticas y mediadoras entre espacios políticos distantes, separados por varios países o un solo océano, ejerciendo una forma de agencia que desbordaba los límites del rol que muchos de sus correligionarios —en masculino, pero también en femenino— podían llegar a asignarles.
Tratar de comprender estas dinámicas implica, necesariamente, adoptar una mirada que trascienda algunas constricciones, como los límites nacionales. Durante décadas la historiografía del fascismo tendió a abordar la cuestión desde perspectivas eminentemente estatales, privilegiando así las explicaciones centradas en los contextos nacionales y en las particularidades de cada movimiento. Sin embargo, a partir de los años noventa comenzó a consolidarse una corriente historiográfica que, siguiendo el desarrollo de la perspectiva transnacional, propuso observar el desarrollo del fascismo no como una suma de diferentes caminos nacionales, sino como un entramado de conexiones, transferencias e influencias recíprocas.
Desde esta perspectiva, un factor que contribuyó de manera sustancial al desarrollo de nuevas líneas de investigación y a la conformación de diversos objetos de estudio fue la utilización del concepto fundamentado en la noción de fascismo genérico, es decir, un fascismo de alcance internacional, presente en múltiples contextos nacionales. Tal enfoque evita circunscribirse exclusivamente al fenómeno italiano del periodo de entreguerras como eje interpretativo central y posibilita su aplicación en una amplia variedad de situaciones históricas y geográficas. De este modo, se fomenta la reflexión en torno a los elementos constitutivos del fascismo extraeuropeo, caracterizado por la intensificación de las relaciones transnacionales y por la amplia circulación de ideas políticas y representaciones sociales que se configuraban dentro de las redes establecidas entre intelectuales y actores políticos (vid., por ejemplo, Grecco y Gonçalves, 2022).
Durante décadas, los especialistas han debatido acerca del origen, la naturaleza y la extensión del fenómeno fascista en Europa, así como sobre sus posibles interpretaciones. A partir de los planteamientos de Roger Griffin (1991), el fascismo puede entenderse como un género de ideología política mutable y adaptable. En esta misma línea, Zeev Sternhell (1994) subrayó la importancia de considerar el fascismo como un fenómeno cultural antes de su transformación en una fuerza política. Por su parte, Robert Paxton (2007) definió el fascismo como un tipo particular de movimiento político que exige del historiador una actitud de cautela crítica frente a los postulados ideológicos y a la retórica que lo sustentan.
Francisco Carlos Teixeira da Silva (2005) señala la existencia de los fascismos como un conjunto de movimientos y regímenes de extrema derecha que dominaron numerosos países desde comienzos de la década de 1920 hasta 1945, pero que continúan ejerciendo una función política en la contemporaneidad. En este contexto, es posible afirmar que
en efecto, la Era del fascismo no fue únicamente europea, sino que se manifestó de manera mucho más internacional, penetrando en los discursos y en las prácticas de líderes carismáticos y de movimientos políticos en distintas partes del mundo [...] De esta forma, la historiografía actual debe reconocer el fascismo como un fenómeno transnacional y transatlántico (Grecco y Gonçalves, 2022, pp. 39-40).
Como es sabido, este enfoque surgió, en buena medida, del reconocimiento tácito de que los límites del Estado-nación resultan demasiado constrictivos para explicar fenómenos que, por su naturaleza, son capaces de atravesar fronteras. En un mundo que, ya a inicios del siglo XX, estaba interconectado, la historia transnacional ha ofrecido un marco desde el que analizar la movilidad de personas e ideas, así como la interrelación entre sociedades. Así pues, esta perspectiva pone el acento en la agencia de actores no estatales: individuos, asociaciones o movimientos que, a través de su acción, conectaron realidades políticas y culturales distintas (vid., por ejemplo, Clavin, 2005).
En el campo de los estudios sobre el fascismo, esta renovación metodológica ha sido decisiva. Como señaló Aristotle Kallis (2017, pp. 39-40), la incorporación de un enfoque transnacional ha permitido superar los marcos explicativos restrictivos que identificaron el fascismo como una experiencia singularmente italiana y/o alemana. En palabras de Roger Griffin (2015, pp. 115-118), hoy ya no es posible ignorar la dimensión transnacional del aspecto. Movimientos que antes eran considerados fenómenos periféricos, imitativos o “fallidos” —como los Ustacha croatas, la Guardia de Hierro rumana o la Ação Integralista Brasileira— han sido reinterpretados como partes integrantes de una constelación fascista global, en diálogo constante con referentes extranjeros y partícipes de una misma aspiración de renacimiento nacional. Esta apertura ha contribuido a consolidar una nueva etapa en los estudios sobre el fascismo, un “consenso transnacional”, en el que se concibe este fenómeno no sólo como una ideología o un régimen particular, sino como un movimiento político transnacional y una cultura política global que adoptó formas diversas en distintos países, pero que compartió un tronco ideológico común (Alcalde, 2020, p. 251). En esta línea, la “transnacionalidad” del fascismo puede entenderse no como una mera suma de influencias o contactos bilaterales, sino como un denso tapiz de transferencias ideológicas y culturales que permitió la adaptación de un mismo proyecto político a contextos nacionales muy diversos (vid., especialmente, Bauerkämper y Rossoliński-Liebe, 2017). La semilla fascista —común en su aspiración de regeneración nacional, en su rechazo del liberalismo y del marxismo, o en su culto a la juventud y la violencia— terminó por germinar de modos distintos según el terreno en el que fue plantada. No fue lo mismo ser fascista en Argentina, en Noruega, en Perú o en España, pero todos estos movimientos miraban, aprendían, adoptaban y adaptaban selectivamente experiencias ajenas para construir sus propios modelos de movilización.
Por otra parte, la historiografía sobre las mujeres en los movimientos fascistas ha venido experimentando una renovación profunda desde hace décadas. Si bien algunas interpretaciones tradicionales presentaban a las mujeres fascistas como figuras subordinadas, decorativas o, directamente, víctimas enajenadas, otras investigaciones, como las de Martin Durham (1998), Paola Bachetta y Margaret Power (2002) o Kevin Passmore (2003) han puesto de relieve su propia capacidad de acción y liderazgo en distintos niveles (vid., especialmente, Friestch y Herkommer, 2009, p. 30).
Estas mujeres no siempre se limitaron a reproducir los discursos patriarcales del fascismo como ideología – movimiento – régimen, sino que, en muchos casos, participaron activamente en la difusión y legitimación de sus principios, convirtiéndose en agentes políticas con funciones que ultrapasaban los roles tradicionales, dispuestas a negociar los límites de su presencia pública desde su propia praxis. En este sentido, la Sección Femenina (SF) del partido fascista español, Falange Española Tradicionalista de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET-JONS), constituye una plataforma privilegiada para analizar la intersección entre fascismo, género y “transnacionalidad”. Desde su fundación en 1934, pero más aún durante los últimos años de y tras el final de la Guerra Civil española la organización fue capaz de articular, a través de sus publicaciones o de sus programas de educación, un modelo de feminidad acorde al proyecto nacional-católico franquista. Sin embargo, al mismo tiempo desplegó una intensa actividad pública —especialmente mediante su lideresa, Pilar Primo de Rivera— que abarcó la formación político-moral de las mujeres o la proyección exterior de la dictadura franquista. De esta manera, la SF fue capaz de tejer una serie de contactos con organizaciones afines en Europa y América Latina, contribuyendo de forma decisiva a la circulación y proyección del ideal falangista de mujer —pero también del de mujer falangista— como modelo(s) para otras experiencias fascistas y/o autoritarias. Así, el estudio de estas redes nos permite comprender no sólo la dimensión transnacional del fascismo, sino también las tensiones internas en, por ejemplo, su concepción de la feminidad. Mientras que los fascismos predicaron la sumisión y la domesticidad de sus compañeras, estas en ocasiones se convirtieron, en la práctica, en emisarias y propagandistas internacionales del propio movimiento.
Este volumen surge precisamente para explorar estas tensiones: la que media entre el ultranacionalismo excluyente y la vocación universal del fascismo y la que se da entre la subordinación femenina prescrita y la agencia política de unas mujeres que llegaron a trascender las fronteras de lo que se les estaba permitido. El objetivo es examinar, mediante el análisis de las redes falangistas, cómo se configuraron y articularon estas conexiones fascistas transnacionales en el espacio transatlántico durante el siglo XX y, en última instancia, seguir dando luz y ampliando el conocimiento que tenemos sobre el fenómeno fascista a nivel mundial.
De esta manera, llevando su atención hacia las ramificaciones institucionales del partido fascista español, los artículos del presente volumen pueden organizarse en torno a tres ejes que, sin ser compartimentos herméticos, muestran distintos niveles de análisis: el ideal femenino y el discurso político-pedagógico de la SF y sus correligionarias brasileñas; la diplomacia político-cultural y las redes exteriores de la misma organización, encabezadas, durante más de cuarenta años, por quien fue la ocupante del cargo más longevo de la dictadura franquista, Pilar Primo de Rivera; y, finalmente, la percepción y vigilancia internacional de las actividades falangistas, en este caso en Uruguay.
Los dos primeros artículos del número, escritos por Vitória de Almeida Machado y Lledó Magnieto Ventura, tratan uno de los núcleos conceptuales del dossier: el análisis de los ideales femeninos. Ambos textos parten desde un punto de observación común, esto es las publicaciones falangistas dedicadas al público femenino, tratando de explorar la construcción del modelo de mujer ideal que la SF buscó difundir.
Vitória de Almeida Machado examina, a través de su representación en la revista Y, la figura de Pilar Primo de Rivera como fundamento simbólico y pedagógico de la organización. La autora muestra cómo la lideresa falangista fue constantemente presentada como la encarnación del modelo femenino franquista: disciplinada, católica y obediente, cuya autoridad no derivaba de la transgresión de los límites impuestos por el patriarcado, sino por su fidelidad a ellos. En Y, su imagen operó como un instrumento de socialización política y moral, un modelo que, en última instancia, sirvió para legitimar la jerarquía de género impuesta por la dictadura. Su liderazgo performativo se apoyó en varios sostenes, como la lealtad al legado de su hermano, José Antonio Primo de Rivera, o la abnegación, el sacrificio y su voluntad de servicio desde la “maternidad espiritual”. Así, su proyección en la revista funcionó como un mecanismo de pedagogía política que articuló el discurso doctrinal falangista con un rígido modelo de la feminidad disciplinada.
Por su parte, el trabajo de Lledó Magnieto Ventura amplía la perspectiva al situar este mismo ideal dentro de un diálogo comparado y transnacional. A través del análisis de las revistas falangistas Y o Medina, así como de las publicaciones fascistas brasileñas Anauê! y Brasil Feminino, la autora explora las semejanzas y las diferencias entre los papeles asignados a las mujeres fascistas en Brasil y España. Ambas organizaciones fascistas concedieron a sus compañeras un papel eminentemente auxiliar y formativo, centrado en la maternidad, el hogar y la regeneración moral de la nación. Sin embargo, la autora señala cómo ese discurso de domesticidad convivió con prácticas que lo desbordaban: militantes que participaron activamente en tareas educativas y políticas, legitimadas como extensiones del deber maternal, es decir, de su “maternidad social” o espiritual. Estas tiranteces entre el ideal del silencio y la realidad de la acción política pública conforman uno de los puntos más sugerentes del análisis.
El tercer y el cuarto texto del volumen, escritos por Toni Morant i Ariño y Vanessa Tessada Sepúlveda respectivamente, desplazan el foco hacia la acción exterior y la diplomacia política y cultural de la organización en diferentes periodos de su existencia, revelando así el papel que las falangistas desempeñaron en la circulación internacional del fascismo durante el pasado siglo.
El artículo de Toni Morant i Ariño reconstruye, a partir de documentación oficial española y alemana, las visitas de Pilar Primo de Rivera a la Alemania nazi entre 1938 y 1943, seis encuentros en total que son situados de manera fehaciente dentro de un entramado político en el que Primo de Rivera actuó como una actriz diplomática de alta visibilidad, tanto como para repensar su nivel en comparación con otras visitas oficiales. A través de estos viajes, la lideresa de la SF se convirtió en una figura clave de interlocución entre la dictadura franquista y las organizaciones nacionalsocialistas, en especial las femeninas, el Bund Deutscher Mädel y la Nationalsozialistische Frauenschaft. Morant demuestra cómo estos contactos no se limitaron a la propaganda o a la ritualística, sino que implicaron un intercambio organizativo e ideológico profundo. Según el autor, las falangistas acudían a “ver y aprender”, pero también a seleccionar y adaptar aquello que le ofrecían sus colegas alemanas a la realidad española. La afinidad ideológica con el nazismo, demostrada tanto en público como en privado, se combinó con una estrategia de apropiación selectiva que, como en otros casos, pretendía subrayar el carácter “auténticamente” católico y español de la SF. A su vez, el artículo invita a releer la importancia de Pilar Primo de Rivera como agente político transnacional, cuya actividad desbordó por mucho los márgenes domésticos y simbólicos que se le asignaban por doquier.
Por su parte, el trabajo de Vanessa Tessada Sepúlveda examina, mediante documentación oficial española, la acción exterior de la SF en América Latina entre 1938 y 1977. En este escenario, la organización desplegó una intensa actividad de diplomacia cultural con la que contribuir a superar el aislamiento internacional del régimen franquista. A través de la Delegación del Servicio Exterior, la SF pudo desarrollar un conjunto de estrategias destinadas a proyectar el ideal femenino falangista, especialmente en el marco de la “Comunidad Hispánica de Naciones”. Durante los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, la SF, mediante diferentes iniciativas como los Coros y Danzas, los Círculos Culturales Femeninos Hispanoamericanos o los programas de becas para mujeres, trató de acercarse a las élites conservadoras iberoamericanas, así como de difundir un modelo de feminidad católica y anticomunista dispuesto a rivalizar con su alternativa liberal. Así, Tessada muestra cómo, tras el final del conflicto bélico global —y no sin dificultades— la SF reorientó, en armonía con las directrices del régimen, su actividad exterior hacia América Latina, reconvirtiendo sus viejas redes fascistas en un sistema de diplomacia cultural al servicio de la dictadura que, de hecho, siguió operando hasta su mismo final.
Ambas aportaciones permiten observar parte del alcance transnacional del falangismo femenino. La SF demostró, como otras organizaciones del entramado franquista, una capacidad de adaptación importante con la transformación de los contextos políticos, tanto globales como locales. Además, estos trabajos ayudan a complementar la perspectiva ofrecida en los textos anteriores: si en Y o en Medina Pilar Primo de Rivera era el emblema de la feminidad falangista recatada, en estos artículos aparece como la embajadora visible de un proyecto político y cultural que utilizó el ideal femenino como vehículo de aproximación ideológica a contextos muy alejados de la domesticidad. De nuevo, esta tensión entre obediencia y visibilidad, subordinación y representación, condensa una de las paradojas que articulan el volumen.
Finalmente, el artículo de Daniel Lvovich introduce una nueva perspectiva, complementaria a la ofrecida por los trabajos anteriores: la de la vigilancia de las redes falangistas en el Cono Sur —especialmente en Uruguay— durante los años de la Segunda Guerra Mundial. El autor utiliza los informes del FBI y la Oficina de Asuntos Interamericanos para reconstruir el espionaje a las actividades de la Falange Exterior durante esos años, poniendo en evidencia la distorsión entre la percepción exagerada de amenaza, elaborada por los servicios de inteligencia norteamericanos, y la capacidad real limitada de la acción exterior falangista. Según Lvovich, la Falange Exterior en la zona del Río de la Plata atravesó una fase de declive prácticamente definitiva tras el estallido del conflicto mundial y, especialmente, tras la entrada de los Estados Unidos en este. La presión de los gobiernos latinoamericanos, alineados, por activa o por pasiva, con el panamericanismo propugnado por el vecino del norte, hizo posible el desmantelamiento de las actividades falangistas y su reconversión hacia una débil actividad de tipo asistencial y cultural. Como demuestra el autor, los intentos de coordinación con las redes nazis y fascistas fueron pocos y de no demasiada importancia. Por otro lado, los informes del FBI, influidos por la paranoia anticomunista y por un conocimiento bastante superficial del contexto latinoamericano, sobredimensionaron la amenaza de una Falange incapaz de superar sus limitaciones económicas y numéricas. Así, para 1943, incluso las agencias norteamericanas reconocían que la organización había perdido su capacidad operativa.
El texto demuestra, desde el escenario que se investiga, cómo aconteció el fracaso y progresiva disolución de los proyectos falangistas durante la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, dialoga directamente con el trabajo de Vanessa Tessada, que evidencia cómo esas redes tuvieron que reinventarse en el periodo posterior como un sistema de diplomacia cultural. De este modo, ambos estudios permiten comprender que, más allá de la derrota militar del fascismo en 1945, el franquismo logró sostenerse internacionalmente gracias a su capacidad de reconversión ideológica y a la transformación de sus ramificaciones institucionales.
En definitiva, los trabajos que conforman este volumen muestran, desde perspectivas diversas pero complementarias, las múltiples formas en que las tensiones inherentes presentadas al principio del texto se manifestaron en diferentes contextos. Cada uno de ellos contribuye, desde su propio enfoque, a iluminar un aspecto específico de las redes transnacionales falangistas y de la participación femenina, pero también masculina, en su consolidación y proyección exterior. En conjunto, este volumen conforma un pequeño mosaico desde el que observar el fenómeno con una mirada relacional, atenta tanto a las especificidades nacionales como a los procesos de circulación y de transferencia que las conectaron a través del Atlántico y más allá.
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Anuario Nº 43, Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2025
ISSN 1853-8835