Pilar Primo de Rivera y el ideal femenino en la revista Y: discurso, política y pedagogía en la Sección Femenina de la Falange
Pilar Primo de Rivera y el ideal femenino en la revista Y: discurso, política y pedagogía en la Sección Femenina de la Falange
Pilar Primo de Rivera and the feminine ideal in Y magazine: discourse, politics, and pedagogy in the Falange's Women's Section
VITÓRIA DE ALMEIDA MACHADO
Universidade Federal de Juiz de Fora, Brasil
vitoriamachado.historia@gmail.com
RESUMEN
Este artículo analiza la figura de Pilar Primo de Rivera como símbolo de liderazgo femenino en el seno del franquismo, a partir de su representación en la revista Y, órgano oficial de la Sección Femenina de la Falange Española. A través de una lectura crítica de los discursos, imágenes y recursos pedagógicos difundidos por la publicación, se examina cómo su imagen fue construida como modelo normativo de mujer católica, obediente, patriótica y sacrificada. Pilar no solo encarnó un tipo ideal de feminidad disciplinada, sino que su figura operó como mecanismo simbólico de legitimación de la jerarquía de género impuesta por el régimen. La revista Y funcionó como herramienta de socialización política y moral, proyectando en Pilar un cuerpo-idea que sintetizaba la pedagogía de género del franquismo. Su liderazgo fue performativo, ritualizado y orientado a la formación de subjetividades femeninas leales al proyecto nacional-católico.
Palabras clave: Pilar Primo de Rivera, género, poder simbólico.
ABSTRACT
This article analyzes the figure of Pilar Primo de Rivera as a symbol of female leadership within Francoism, based on her representation in Y magazine, the official publication of the Sección Femenina of the Falange Española. Through a critical reading of the discourses, images, and pedagogical resources disseminated by the magazine, the study examines how her image was constructed as a normative model of a Catholic, obedient, patriotic, and self-sacrificing woman. Pilar not only embodied an ideal type of disciplined femininity, but her figure also operated as a symbolic mechanism legitimizing the gender hierarchy imposed by the regime. Y magazine functioned as an instrument of political and moral socialization, projecting in Pilar a representation that synthesized Francoism’s gender pedagogy. Her leadership was performative ritualized, and aimed at shaping female subjectivities loyal to the national-Catholic project.
Keywords: Pilar Primo de Rivera, gender, symbolic power.
Introducción
Fundada en 1934, la Sección Femenina de la Falange Española se consolidó como la principal organización destinada a la formación moral, social y política de las mujeres, desde una perspectiva nacionalista, católica y jerárquica. Su acción se desplegó en distintos ámbitos —educación, asistencia social, trabajo y ocio— mediante un proyecto político-pedagógico orientado a la construcción de un ideal femenino sustentado en valores como la disciplina, el sacrificio y la abnegación. En este proceso, los medios de comunicación escrita desempeñaron un papel fundamental; entre ellos destacó la revista Y, órgano oficial de la organización, concebida para difundir normas de conducta, modelos de comportamiento y referentes identitarios que atravesaban la vida cotidiana de las afiliadas (Cenarro, 2017).
Entre los múltiples contenidos de la publicación, resulta especialmente significativa la presencia recurrente de Pilar Primo de Rivera, máxima dirigente de la Sección Femenina desde su fundación. Hermana de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, Pilar asumió a lo largo de las décadas un papel de liderazgo simbólico y pedagógico, encarnando tanto la figura de guardiana de los valores de la organización como la del “modelo de mujer” propuesto a las lectoras. Su imagen, cuidadosamente elaborada en los discursos y en las representaciones visuales de la revista, pone de relieve no solo los mecanismos de legitimación de la autoridad femenina en el seno de una cultura política, sino también los límites y ambigüedades de dicho liderazgo en un contexto marcado por valores patriarcales:
La revista Y va a tener muy claro cuáles son las nuevas facetas de la mujer moderna de Falange y cuáles las que fomentar fuera de su organización. Por eso, apuesta por revelar la cara pública, profesional y oficial tanto de su líder como de sus camaradas (Carabias Álvaro, 2003, p. 454).
La pertinencia de este estudio radica en comprender cómo la figura de Pilar Primo de Rivera fue movilizada, representada y construida discursivamente como modelo de liderazgo femenino en el interior del régimen franquista. Aunque ampliamente reconocida como dirigente de la Sección Femenina, Pilar fue, sobre todo, una figura simbólica clave en la pedagogía moral, social y política dirigida a las mujeres durante la dictadura. En este sentido, la revista Y se configuró como el principal instrumento de difusión de su imagen y de sus discursos, articulando su autoridad con un ideal de mujer católica, patriótica, obediente y misionera de la moral nacionalsindicalista. Desde sus páginas, Pilar aparece reiteradamente como guía espiritual, consejera y modelo de comportamiento: un liderazgo cuya legitimidad descansaba menos en el poder institucional que en la consagración de un ethos femenino conservador y jerárquico.
A partir de este planteamiento, el presente artículo se propone responder a la siguiente pregunta: ¿cómo representó la revista Y a Pilar Primo de Rivera como ideal femenino y como dispositivo pedagógico para la normativización de las mujeres en el franquismo? La hipótesis central sostiene que la publicación no solo proyectó a Pilar como mujer ejemplar, sino que instrumentalizó dicha imagen como recurso simbólico y discursivo destinado a disciplinar las conductas femeninas y consolidar la jerarquía de género impuesta por el régimen. Esta representación operaba, por tanto, como un dispositivo pedagógico y de dominación simbólica, legitimando la autoridad normativa de la Sección Femenina sobre sus afiliadas.
Aunque la revista Y circuló entre 1938 y 1946, este trabajo se centra en los números publicados durante los años 1938 y 1939. Este recorte se justifica por dos razones principales: en primer lugar, se trata del periodo de la Guerra Civil, marcado por la consolidación de la Sección Femenina como estructura auxiliar en el esfuerzo bélico y por la definición de su proyecto pedagógico de género; en segundo lugar, corresponde al momento inaugural de la revista, cuando se establecieron las bases discursivas y simbólicas que orientarían su actuación en los años posteriores. De este modo, el análisis privilegia los contenidos fundacionales, evitando abordar la totalidad de las publicaciones, lo que requeriría un estudio específico y de mayor envergadura.
El objetivo de este estudio no es examinar los escritos personales de Pilar, sino la representación construida por la revista Y en torno a su figura, a través de editoriales, reportajes y recursos visuales. Para situar esta aproximación, se dedica una sección a la contextualización histórica y a la trayectoria política de la dirigente, subrayando su papel en el interior del régimen franquista. Esta perspectiva permite comprender la función pedagógica atribuida a su imagen como símbolo normativo en el marco del franquismo.
La metodología adoptada se fundamenta en el análisis del discurso, a partir de enfoques de la historia cultural y de la historia de las mujeres, con especial atención a los editoriales, imágenes, columnas y menciones a Pilar Primo de Rivera publicados en la revista Y. El estudio moviliza las nociones de “liderazgo simbólico” y de “pedagogía de género” para comprender cómo se construyó un ethos femenino falangista. Se dialoga con la historiografía crítica sobre el periodo y sobre el papel de las mujeres en el autoritarismo español, destacando los trabajos de Toni Morant i Ariño (2021), Mónica Carabias Álvaro (2003) y Ángela Cenarro (2017), que ponen de relieve el carácter performativo e ideológico de la Sección Femenina como agente de moralización y control. De este modo, Pilar es abordada no solo como personaje histórico, sino también como una construcción discursiva reiteradamente representada con el fin de reforzar el proyecto político y pedagógico del régimen.
La historiografía reciente ha contribuido a una comprensión más compleja de la actuación femenina en los regímenes fascistas, subrayando el papel desempeñado por liderazgos como el de Pilar Primo de Rivera. Los estudios de Victoria de Grazia (1992) resultaron fundamentales para consolidar la idea de que la política de género en el fascismo no era un aspecto marginal, sino estructurante, y que la figura femenina fue movilizada como instrumento de legitimación del orden autoritario. Pilar encarna este proceso con claridad ejemplar: su imagen fue cuidadosamente elaborada como símbolo de una feminidad disciplinada, católica y sacrificial, capaz de servir a la patria sin cuestionar los valores patriarcales. Al igual que los Fasci Femminili en Italia o la Frauenschaft en Alemania, la Sección Femenina de Falange ofreció a las mujeres españolas un campo de actuación delimitado, donde la visibilidad pública estaba subordinada a la misión de preservar la moral nacional. Pilar supo ocupar ese espacio con destreza, proyectando un liderazgo pedagógico y espiritual, sin desafiar la jerarquía masculina, pero convirtiéndose en nexo entre el núcleo dirigente y el universo femenino.
Como señala Barrachina (1991), el ideal de mujer falangista formulado en los Consejos Nacionales de la Sección Femenina durante la Guerra Civil conciliaba dos exigencias: movilizar activamente a las mujeres en el esfuerzo bélico y, al mismo tiempo, prepararlas para el retorno al hogar en función del orden patriarcal. Esta concepción revela la política de género del franquismo como elemento estructurante y no secundario, reforzando la interpretación de que la autoridad femenina en el régimen fue concebida desde la lógica de la subordinación (p. 211).
La investigación de Toni Morant i Ariño contribuye a una lectura en clave transnacional de la Sección Femenina, subrayando su constitución como espacio político de socialización y nacionalización de las mujeres españolas. En sus trabajos (2015, 2018, 2019, 2024), el autor demuestra que la SF articuló prácticas asistenciales, educativas y simbólicas que se integraban en la lógica autoritaria de la Falange, especialmente tras la institucionalización del Servicio Social en 1937. En este contexto, el protagonismo de las militantes se expresaba en actividades de adoctrinamiento y propaganda, como los “viajes de propaganda falangista” (Morant i Ariño, 2018, p. 18), destinados a fundar nuevas sedes y difundir los ideales nacionalsindicalistas —acciones que, aunque conducidas por mujeres, desbordaban la esfera doméstica tradicional. La actuación de Pilar Primo de Rivera se inserta en este marco como expresión del liderazgo simbólico de la SF. Su análisis permite comprender a la Sección no solo como un instrumento auxiliar del franquismo, sino también como un proyecto político con cierta autonomía, inscrito en una constelación internacional de organizaciones femeninas fascistas.
La construcción de la imagen de Pilar también puede observarse en los análisis de Ángela Cenarro y Soraya Gahete Muñoz, quienes estudian las representaciones difundidas por las revistas Y y Medina, órganos oficiales de la SF. Cenarro (2017) muestra que estas publicaciones no solo reafirmaban la domesticidad femenina, sino que también legitimaban, a través de figuras como Pilar, una actuación pública controlada, modelada por valores como disciplina, sacrificio y fidelidad a la patria. Pilar era presentada como la encarnación del “modo de ser” falangista, en oposición a la mujer republicana, asociada al desorden moral y político. Por su parte, Gahete Muñoz (2013), al analizar los materiales didácticos de la SF, subraya la paradoja vivida por dirigentes como Pilar: aunque defendían la maternidad como misión esencial de la mujer, muchas de ellas —incluida la propia Pilar— eran solteras, sin hijos y ocupaban funciones de dirección. Esta disonancia entre discurso y práctica revela una ambigüedad constitutiva de su liderazgo, que supo legitimar su autoridad a través de la renuncia personal, convirtiendo su dedicación a la Falange en un auténtico sacerdocio político.
En el plano comparativo, la actuación de Pilar también adquiere relevancia en el diálogo con otras organizaciones femeninas autoritarias, como señalan la historiografía portuguesa y los estudios de Irene Flunser Pimentel. La autora (2018) analiza la visita oficial de Pilar a Lisboa, en 1940, como expresión del intento de consolidar una comunidad ideológica entre la Sección Femenina y la Mocidade Portuguesa Feminina. En su mensaje de agradecimiento, Pilar reafirmaba el compromiso de “crear en la mujer un espíritu nuevo” y de estrechar los lazos entre ambas organizaciones ibéricas. Esta acción diplomática revela una faceta poco explorada de su liderazgo: Pilar no fue solo una educadora moral, sino también una articuladora de redes transnacionales destinadas a la formación de la mujer autoritaria. En este sentido, su trayectoria adquiere contornos aún más significativos cuando se examina a la luz de las interpretaciones de Anne Cova y António Costa Pinto, quienes muestran cómo el Estado Novo portugués movilizó organizaciones femeninas bajo el rígido control del Estado y de la Iglesia, pero sin alcanzar el grado de institucionalización y de proyección simbólica que Pilar confirió a la SF. Su protagonismo, por tanto, no fue exclusivamente doméstico: se desplegó en múltiples niveles —político, pedagógico e internacional— como expresión de un poder simbólico femenino dentro de la maquinaria autoritaria del franquismo.
La revista Y como espacio de construcción del ideal femenino
La revista Y. Revista para la mujer surgió durante la Guerra Civil Española como publicación oficial de la Sección Femenina de Falange Española. Su título remitía directamente al símbolo del “Yugo y las Flechas”, evocación de la unión entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, figuras fundacionales del imaginario nacionalista español. Esta simbología, exaltada ya en el editorial del primer número, consolidaba la propuesta de la revista: convertirse en una herramienta de fusión entre tradición, moralidad y regeneración patriótica. Desde sus primeros ejemplares, la publicación asumió un papel de instrumento formativo dirigido a la mujer española, no solo como órgano de comunicación partidaria, sino como espacio de adaptación del discurso falangista al universo femenino (Carabias Álvaro, 2003). Aunque vinculada institucionalmente a la Sección Femenina, la revista procuraba alcanzar un público más amplio, trascendiendo el núcleo militante e intentando influir en el comportamiento de mujeres de todas las regiones de España.
La revista presentaba una estructura editorial cuidadosamente organizada. Con ediciones de entre 50 y 60 páginas, combinaba recursos gráficos sofisticados —páginas a color, fotografías, ilustraciones y publicidad— con una división temática muy rígida. Algunas secciones eran fijas, como las dedicadas a la historia de la Sección Femenina, a la memoria de José Antonio Primo de Rivera o a las actividades culturales y educativas promovidas por el movimiento. Otras abordaban cuestiones como salud, higiene, economía doméstica, cine, moda, religión y maternidad. Asimismo, incluía contenidos destinados a la infancia y a la juventud, además de un espacio para cartas de lectoras. Su público principal estaba compuesto, sobre todo, por mujeres jóvenes, católicas y vinculadas al mundo rural; sin embargo, con el tiempo, la revista intentó extender su alcance, convirtiéndose en un instrumento de adoctrinamiento más amplio, orientado a la formación de todas las mujeres españolas dentro del ideal falangista.
Según Barrachina (1991), los discursos de los primeros Consejos Nacionales insistían en que la falangista debía ser militante sin romper con su “naturaleza femenina”, definiendo como misión central la educación moral y religiosa de la familia. La revista Y se apropió de este repertorio, transformándolo en normas prácticas de comportamiento y en una pedagogía emocional que enseñaba a las mujeres a interpretar el sacrificio y la disciplina como virtudes naturales (p. 213). Además, fue concebida como un manual práctico de instrucción cotidiana: sus páginas combinaban preceptos morales y contenidos didácticos con orientaciones detalladas sobre la conducta femenina. Las lectoras recibían instrucciones sobre cómo mantener el orden doméstico, criar a los hijos de manera disciplinada, organizar el tiempo entre las tareas del hogar y los deberes sociales. Los temas eran siempre abordados con el objetivo de reforzar un modelo de feminidad basado en la abnegación, la utilidad y el servicio a la familia y a la patria. En este sentido, la revista funcionaba como un guía permanente de formación femenina, moldeando tanto los hábitos de consumo como las actitudes públicas y privadas (Cenarro, 2017).
En todos sus números, la publicación articulaba elementos del nacionalismo español con la moral católica y los valores tradicionales de la familia. La fusión entre religión, patria y deber femenino generaba un lenguaje normativo que orientaba no solo lo que las mujeres debían hacer, sino también lo que debían sentir y desear: “De este modo, sentimientos como la alegría, el sacrificio, la valentía o la entrega desinteresada aparecían como parte de un sentir enraizado en el modo de definir la esencia de la feminidad en este primer discurso falangista” (Barrera, 2019, p. 248). La mujer era representada como pilar moral de la nación, cuya misión consistía en preservar los valores auténticos de España y transmitirlos a las generaciones futuras. Este discurso no solo reforzaba la subordinación femenina, sino que le atribuía una función política disfrazada de vocación natural, reproduciendo una pedagogía de género profundamente autoritaria. De este modo, la revista Y se convertía en un poderoso instrumento de interiorización de valores, donde los roles femeninos eran enseñados como expresión del destino natural de la mujer española bajo el signo del franquismo (Barrera, 2019, p. 248).
La representación de la mujer en la revista Y está atravesada por una visión esencialista y normativa que la define como guardiana de la moral, la tradición y la estabilidad familiar. La publicación insistía en situar a la mujer como elemento central de la regeneración nacional, no mediante una actuación política directa, sino a través de la dedicación al hogar, la educación de los hijos y el mantenimiento del orden moral en el espacio doméstico. Madres, esposas y cuidadoras eran las figuras reiteradamente exaltadas, presentadas como portadoras de una misión patriótica silenciosa. Esta representación configuraba una feminidad idealizada, donde el amor a la patria y a la familia se expresaba en la renuncia personal y en el cumplimiento ejemplar de papeles convencionales.
En el interior de este modelo, la mujer no solo obedecía, sino que interiorizaba la lógica de la obediencia como forma superior de realización personal. Términos como “alegría”, “austeridad”, “pureza” y “reserva” se repetían como virtudes femeninas que debían cultivarse cotidianamente. Esta pedagogía emocional —marcada por un lenguaje fuertemente imperativo— transformaba el discurso sobre la mujer en un dispositivo de vigilancia moral: la conducta, los sentimientos e incluso los deseos debían someterse al ideal de servicio. La revista Y no solo definía lo que las mujeres debían ser, sino que operaba activamente en la producción de subjetividades alineadas con el proyecto falangista, promoviendo una autoimagen moldeada por la culpa, la disciplina y la devoción.
En este juego de tensiones, el resultado fue una apuesta por la consideración de la superioridad de la mujer falangista porque había elegido la disciplina frente a la libertad, la abnegación frente al egoísmo y el servicio frente a la comodidad, así como a la habitual frivolidad que se derivaba de ella, en un ejercicio de resignificación de las dicotomías que sustentaban la feminidad ideal a partir de los conceptos esenciales de la doctrina falangista (Cenarro, 2017, p. 99).
Al mismo tiempo que reproducía modelos tradicionales de feminidad, la revista Y proponía también una forma específica de “activismo” femenino, que articulaba acción y subordinación. Las mujeres eran llamadas a participar en la reconstrucción de España, pero siempre dentro de los límites de una función auxiliar y domesticada. Eran exaltadas como educadoras morales, agentes de caridad y guardianas del sentimiento nacional, pero nunca como protagonistas del poder. Esta ambivalencia entre visibilidad y sumisión marcaba profundamente el discurso sobre la mujer en el interior de la publicación. Se trataba de una pedagogía de género que autorizaba la movilización femenina en la medida en que esta se mantuviera funcional al patriarcalismo autoritario y a la lógica sacrificial que sustentaba el ideario franquista.
La representación femenina difundida por la revista Y partía de la exaltación de la mujer como “ángel del hogar”, esposa fiel y madre devota. El ideal femenino era aquel que, a la vez, cultivaba la modestia y expresaba su fuerza moral mediante la dedicación silenciosa a la familia y a la patria. La maternidad era presentada como misión divina y patriótica, y el matrimonio como el espacio de realización del deber cristiano y nacionalista. Sin embargo, dicha representación no se agotaba en el hogar: las mujeres eran convocadas a desempeñar una función regeneradora de la nación también fuera de la casa, a través de actividades asistenciales, educativas y culturales promovidas por la Sección Femenina (Blasco Herranz, 2005). La revista presentaba a Pilar Primo de Rivera como ejemplo supremo de ese equilibrio: una mujer sin hijos ni marido, pero profundamente entregada a España, a la tradición católica y a la causa falangista, cuya autoridad pedagógica demostraba que el ideal femenino admitía cierta actuación pública, siempre que fuese en nombre del orden, de la jerarquía y de la misión nacional.
El trabajo femenino exaltado por la publicación era, en gran medida, invisible: consistía en cuidar sin reivindicar, sacrificarse sin ostentación y sostener a los demás sin esperar reconocimiento. Términos como “decoro”, “reserva”, “austeridad” y “alegría en el sacrificio” atravesaban las páginas de la revista Y, enseñando a las lectoras que la verdadera grandeza de la mujer residía en su capacidad de servir con discreción. Este ideal de invisibilidad y recato reforzaba la centralidad femenina como sostén de la moral nacional, actuando como filtro y transmisora de los valores falangistas en el interior del hogar. No obstante, la propia Pilar, celebrada por sus viajes internacionales, su participación en congresos y su interlocución con dirigentes fascistas extranjeros, evidenciaba la tensión existente entre el modelo de sumisión propuesto a las lectoras y la práctica pública de algunas dirigentes de la Sección Femenina. Esta ambigüedad sugiere que, aunque el régimen franquista imponía a las mujeres un papel subordinado, reconocía al mismo tiempo la importancia de su movilización para el proyecto de restauración nacional —siempre bajo control, de manera funcional al orden y revestida de deferencia.
Por otro lado, es necesario considerar que las mujeres falangistas no actuaron únicamente como ejecutoras pasivas de un discurso masculino. Muchas de ellas, como Pilar, buscaron ocupar espacios de protagonismo simbólico y práctico, defendiendo su presencia en la reconstrucción del país y reclamando reconocimiento como educadoras, organizadoras y militantes. La revista Y expresa, en este sentido, no solo la visión del régimen sobre el lugar de la mujer, sino también los proyectos y estrategias de actuación de quienes veían en el movimiento un campo legítimo de acción política y social —aunque limitado por valores jerárquicos y tradicionales (Gahete Muñoz, 2015). En contraste con este modelo falangista de mujer patriótica, recatada y disciplinada, la revista Y construía la figura de la “nueva mujer” como su opuesto amenazante. La mujer republicana, feminista o liberal era representada como símbolo de decadencia moral, disolución de los lazos familiares y corrosión del orden social. Encarnaba un tipo femenino considerado peligroso: racionalista, egoísta, desviado de su papel natural, asociado al comunismo, a una sexualidad desregulada y al cosmopolitismo burgués.
Naturalmente, el concepto de “roja” afectó fundamentalmente a las líderes y seguidoras de las distintas organizaciones de mujeres que integraron el bando republicano: anarquistas, socialistas y comunistas. Éstas eran consideradas por el partido como el mayor peligro como "la bestia negra de las mujeres decentes de Falange" debido a su poder de convocatoria e influencia (Carabias Álvaro, 2003, p. 773).
A través de esta contraposición binaria, la publicación no solo buscaba descalificar la modernidad y sus valores, sino también reafirmar la necesidad de la sumisión voluntaria de las mujeres al papel que les correspondía en el Estado franquista. La crítica a la mujer “roja” emancipada funcionaba, por tanto, como un instrumento de vigilancia simbólica, reforzando en las lectoras la convicción de que su deber era rechazar la libertad moderna en nombre de la patria, de la fe y de la misión colectiva de reconstrucción de España.
Pilar Primo de Rivera como símbolo y liderazgo
Pilar Primo de Rivera (1907–1991) nació en el seno de una familia aristocrática y militar, hija del general Miguel Primo de Rivera —dictador de España entre 1923 y 1930— y hermana de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. Su inserción temprana en el universo político estuvo marcada por la lealtad a la memoria de su hermano, ejecutado en 1936, cuyo martirio se convirtió en elemento central de la liturgia falangista. Con la fundación de la Sección Femenina de Falange Española en 1934, Pilar inició una larga trayectoria de liderazgo en el interior del movimiento, caracterizada por la defensa de una función pública específica para las mujeres: educadoras morales de la nación, guardianas de la tradición y transmisoras de la cultura española. A diferencia de otras dirigentes femeninas de la extrema derecha europea, Pilar no adoptó un papel de ruptura con los modelos patriarcales, sino que supo construir su autoridad a partir de la lealtad al régimen y de la valorización del servicio femenino a la causa nacionalista.
Con el estallido de la Guerra Civil, la Sección Femenina se consolidó como estructura auxiliar de apoyo al esfuerzo bélico del bando sublevado. Pilar asumió funciones administrativas y diplomáticas, impulsando la institucionalización de la organización y su expansión territorial. A partir de 1939, con la victoria franquista, la SF fue integrada en el aparato del Estado como órgano responsable de la formación de las mujeres españolas conforme a los moldes del nacionalcatolicismo. Pilar se convirtió, así, en una dirigente con poder simbólico y pedagógico duradero, manteniéndose al frente de la organización hasta su disolución en 1977. Su autoridad excedía los límites burocráticos, operando a través de la construcción y difusión de un habitus femenino específico, interiorizado por las militantes y legitimado como natural. Tal como define Pierre Bourdieu, “siendo producto de la historia, el habitus es un sistema de disposiciones abierto, permanentemente afrontado a experiencias nuevas y permanentemente afectado por ellas. Es duradero, pero no inmutable” (Bourdieu, 2002, p. 83). Esta estructura incorporada de valores —como la obediencia, el sacrificio, la religiosidad y la devoción al Estado— era constantemente reforzada por la pedagogía falangista, sobre todo a través de las páginas de la revista Y. Pilar encarnaba ese modelo, convirtiéndose en referencia y espejo para la formación de las subjetividades femeninas deseadas por el régimen.
Como analiza Pedro Emanuel Mendes (2021), el poder simbólico no opera mediante la imposición directa, sino a través de la aceptación de las jerarquías como legítimas, en la medida en que moldea las representaciones sociales y construye una realidad compartida que se presenta como evidente. Pilar, al corporificar el ideal de mujer austera, disciplinada y entregada a la patria, se convertía en instrumento privilegiado de esa dominación simbólica. Su figura legitimaba la desigualdad de género a partir de un discurso pedagógico naturalizado, que transformaba la sumisión femenina en virtud cívica y espiritual. A lo largo de su trayectoria, Pilar participó activamente en congresos, viajes internacionales y encuentros con dirigentes fascistas —como Hitler y Mussolini—, proyectando internacionalmente un modelo autoritario de actuación femenina. Su liderazgo se sostenía en un poder simbólico que combinaba fidelidad ideológica, carisma doctrinario y adhesión afectiva al proyecto nacionalista, contribuyendo de manera decisiva a la legitimación del orden franquista.
Segundo, Primo de Rivera llevó a cabo –como ella misma los definió– “viajes de propaganda falangista” que, no solo por su extensión, duración y protagonistas sino también por su finalidad, resultan difícilmente clasificables como actividades tradicionales y, mucho menos, domésticas. De hecho, su propósito era inspeccionar o fundar grupos de SF, repartir propaganda y transmitir consignas, cuando «los falangistas eran pocos y las falangistas, menos aún» (Morant i Ariño, 2018, p. 18)
La posición ocupada por Pilar Primo de Rivera en el interior del franquismo no puede comprenderse únicamente en términos institucionales. Su liderazgo fue, fundamentalmente, simbólico: actuó como mediadora entre el núcleo dirigente masculino —integrado por militares, falangistas y jerarcas católicos— y el universo femenino disciplinado por la Sección Femenina. Pilar construyó su autoridad no a través de la disputa por espacios de poder formal, sino mediante la plena incorporación de los valores nacionales, católicos y patriarcales que estructuraban el régimen. Como mujer soltera, religiosa y devota de la memoria de su hermano mártir, ofrecía una imagen de fidelidad absoluta al ideal falangista, siendo reconocida como encarnación de una “autoridad sin ambición”, compatible con los papeles de género impuestos. Su figura era movilizada para legitimar la participación femenina dentro de un marco moral y jerárquico, que traducía el proyecto autoritario de los hombres en una pedagogía práctica dirigida a las mujeres. En esta mediación, Pilar se convirtió en un instrumento activo de formación de subjetividades, modelando afectos, prácticas y valores que, interiorizados por las mujeres españolas, reproducían la dominación masculina como destino. Su visibilidad pública y la longevidad de su actuación muestran que el liderazgo femenino, aun subordinado, fue funcional a la consolidación del franquismo, al articular el poder simbólico con la pedagogía de género en la vida cotidiana.
La centralidad simbólica de Pilar en el interior del franquismo no impidió que su posición fuera cuestionada por otras dirigentes femeninas del régimen. Como demuestran Alfonso Sánchez y Sánchez Blanco (2008), la rivalidad entre Pilar Primo de Rivera y Mercedes Sanz Bachiller durante la Guerra Civil evidencia las tensiones en torno al control de la movilización y de la formación de las mujeres españolas. Pilar reclamaba para la Sección Femenina el monopolio de la pedagogía moral y política de las mujeres, mientras que Sanz Bachiller, al frente del Auxilio Social, defendía la autonomía de su organización y su inspiración en los modelos asistenciales de los regímenes fascistas europeos. La disputa se intensificó en torno al debate sobre el Servicio Social y culminó con la formulación, por parte de Pilar, de proyectos de escuelas falangistas que reafirmaban el papel formativo de su organización.
Según los autores, la victoria simbólica e institucional de Pilar en esta confrontación —con la renuncia de Sanz Bachiller en 1940— reafirma su capacidad de articular poder político y liderazgo moral dentro del régimen. Su autoridad, por tanto, no se limitaba a la representación simbólica, sino que incluía también estrategias concretas de preservación de su protagonismo en la estructura nacionalsindicalista. Este episodio refuerza el argumento de que Pilar ejerció un liderazgo activo y disputado, cuya legitimidad derivaba tanto de la performance simbólica como de la habilidad para garantizar a la Sección Femenina el control exclusivo de la formación femenina bajo el franquismo.
Pilar en la revista Y
La cobertura del primer Consejo Nacional de la Sección Femenina, celebrado en Salamanca en enero de 1937, revela con claridad el papel que la revista Y atribuía a Pilar Primo de Rivera como liderazgo carismático y fundadora de un nuevo modelo de actuación femenina en el régimen franquista. Publicada en el primer número de la revista, en febrero de 1938, la crónica presenta a Pilar como figura central de una asamblea que no solo pretendía organizar la estructura de la Sección Femenina, sino también consolidar una doctrina de género orientada a la movilización disciplinada y a la vocación redentora de las mujeres españolas. Presidiendo el evento y descrita como dotada de un “verdadero lenguaje de fundadora”[1], Pilar es retratada como vínculo entre el ideal falangista y la capacidad femenina de servir a la patria, modelando su liderazgo a partir de un discurso que combinaba religiosidad, patriotismo y autoridad moral.
En las palabras dirigidas a las jefas presentes, Pilar mezcla exhortación política con vocabulario religioso: afirma que fueron elegidas “porque son las mejores”, y que, incluso ante las dificultades, “Dios ya eligió, y por eso serán escuchadas”[2]. La retórica mesiánica, reforzada por el tono sacrificial y moralizante, construye un ethos de misión femenina sustentado en la humildad y el deber. Su discurso evoca directamente la lógica de la predestinación y de la providencia divina, elementos centrales en la cultura franquista, lo que refuerza su imagen como una suerte de figura sacerdotal de la causa nacionalista.
En los discursos analizados por Barrachina (1991), la figura de Pilar Primo de Rivera emerge como pieza clave en la formulación del ideal femenino falangista. Aunque la autora no se detiene en una biografía detallada de la dirigente, muestra que sus intervenciones en los Consejos Nacionales fueron fundamentales para legitimar una movilización femenina marcada por la obediencia y la abnegación. Al evocar imágenes bélicas para exaltar las tareas asistenciales de las falangistas —“España os puso unas armas en la mano”[3], afirmaba en el II Consejo Nacional de 1938—, Pilar conciliaba la aspiración heroica de las militantes con la reafirmación de sus límites como mujeres, restringiendo su actuación a la esfera del cuidado y del servicio. Desde entonces, su retórica pasó a enfatizar con mayor claridad la misión pedagógica de la mujer en el hogar, transmitiendo valores políticos y morales a hijos y maridos “de generación en generación” (Barrachina, 1991, p. 213-214). De esta manera, su liderazgo discursivo no ampliaba espacios de emancipación, sino que reafirmaba la función de la mujer como mediadora entre la ideología falangista y la vida cotidiana, consolidando la imagen de una militante obediente, disciplinada y maternal.
Más allá del contenido discursivo, la narración del evento insistía en caracterizar la actuación de la Sección Femenina como eminentemente formativa y regeneradora. La mujer era definida como “perfecta unidad social”, y su misión principal consistía en “complementar y auxiliar”[4] la obra del hombre, en nombre de una sociedad disciplinada, jerárquica y armónica. El texto deja claro que la acción femenina debía consistir no en disputar espacios de poder, sino en sostener la estructura nacional mediante el servicio, la moral y el sacrificio cotidiano. Esta lógica coincide plenamente con la forma en que Pilar es representada: una dirigente que no rompe con el patriarcalismo, sino que lo actualiza, ofreciendo a las mujeres un campo de actuación social y política legitimado a través de la renuncia personal y de la obediencia al proyecto falangista.
El uso reiterado de expresiones como “sacrificio voluntario”, “posición natural de la mujer” y “vocación de servicio” demuestra cómo la revista estructuraba la imagen de Pilar como modelo absoluto —no por su excepcionalidad personal, sino porque encarnaba de manera ejemplar los principios que debían guiar a todas las mujeres españolas. Su figura, por tanto, era pedagógicamente funcional: servía como instrumento de adoctrinamiento, modelo a imitar y argumento legitimador de la movilización femenina bajo el franquismo. Con ello, la revista no solo ensalzaba su liderazgo, sino que lo consagraba como símbolo de una participación política femenina moldeada por la lealtad y el recato.
La materia titulada “Pilar Primo de Rivera en Alemania”, publicada en el nº 4 de 1938 de la revista, refuerza y consolida su imagen como figura clave en la construcción de las relaciones exteriores del régimen franquista, en particular en el fortalecimiento de vínculos con regímenes autoritarios europeos. Al documentar su visita oficial al Tercer Reich, en la que fue recibida con honores por el canciller Adolf Hitler y por otras autoridades nacionalsocialistas, el texto otorga a Pilar un lugar destacado en la diplomacia simbólica del periodo. La crónica subraya que su presencia en centros universitarios, culturales y técnicos de Alemania, así como su interlocución con dirigentes femeninas nazis, se desarrolló en un clima de reconocimiento mutuo y de “verdadera camaradería”[5]. La propia audiencia con Hitler es descrita como un momento de gran valor político, en el que Pilar habría representado “los grandes intereses de España”[6], reforzando la idea de que su actuación trascendió la esfera asociativa de la Sección Femenina.
Esta cobertura confirma la tesis de que, aunque no ejerciera funciones ministeriales formales, Pilar Primo de Rivera desempeñó un papel fundamental en la proyección internacional del régimen. La revista Y la presentaba como representante legítima del país en espacios de prestigio —universidades, foros diplomáticos o actos oficiales—, como el ofrecimiento de un obsequio típico español a Hitler en nombre de las mujeres de la Sección Femenina. Pilar ocupa, así, una posición singular: sin romper con los límites impuestos a las mujeres, supo reinterpretarlos, proyectándose como agente activa de la representación exterior del movimiento. Su trayectoria internacional evidencia una forma concreta de actuación política, aunque no institucionalizada en moldes masculinos, y permite comprender cómo algunas mujeres conquistaron espacios de influencia estratégica, incluso en el escenario europeo.
La edición nº9, de octubre de 1938, dedica un homenaje a Pilar Primo de Rivera. El retrato en primer plano, con rasgos firmes, mirada lateral y uniforme oscuro, transmite una imagen de recato y autoridad que se distancia de los estereotipos femeninos tradicionales. El texto no se limita a celebrar su aniversario o su devoción política; construye una narrativa de continuidad: Pilar aparece como heredera directa de los valores de José Antonio Primo de Rivera, cuya memoria y vocabulario ella encarnaría en el presente. La mención a su “vida ejemplar”, a su “inteligencia, rectitud y constancia” y a su disposición al “sacrificio sin límites”[7] coloca su trayectoria personal como extensión orgánica del proyecto falangista.
La inclusión de una dedicatoria manuscrita intensifica ese efecto de consagración pública con intimidad política: Pilar escribe a una lectora (“Para G...”) empleando el saludo nacionalsindicalista, no como líder distante, sino como figura que habla directamente al cuerpo militante femenino. El texto concluye: “Por ti que tienes de ejemplo y de ejemplar: ¡mil felicidades!”[8], reforzando el papel de Pilar como signo condensador de virtudes femeninas deseables en el régimen: firmeza sin rebeldía, presencia pública sin ambición de poder, disciplina emocional y fidelidad absoluta. Más que un elogio, se trata de una pieza de adoctrinamiento emocional que asocia afecto, liderazgo y pertenencia política, reforzando el lugar de Pilar como núcleo simbólico y afectivo de la identidad falangista femenina.
En la edición nº12, de enero de 1939, la reproducción de una carta dirigida a Pilar Primo de Rivera por combatientes de la “Bandera José Antonio” ilustra el prestigio y la autoridad simbólica que ella ejercía entre los cuadros militantes. El lenguaje combina respeto y afecto, tratándola como “madrina y Jefe”[9] y agradeciendo el retrato enviado, cuya función era animar moralmente a las falangistas en campaña. La alusión a muertes y heridas, así como la copia del “parte de operaciones”, indica que Pilar era considerada interlocutora legítima incluso en los contextos más directamente vinculados a la guerra.
En el discurso pronunciado por Pilar Primo de Rivera en la apertura del III Consejo Nacional de la Sección Femenina, celebrado en Zamora en 1939 y publicado en el nº 13 de Y, destaca la formulación de una misión específica para las mujeres en la posguerra: preservar y transmitir la memoria de los caídos y de las victorias militares. Aunque alejadas del frente, las militantes de la SF eran convocadas a asumir la responsabilidad de construir una narrativa heroica que perpetuara el significado de la guerra para las generaciones futuras. Pilar lo expresa con claridad:
“Por esto este año la tarea nuestra es la formación de escuelas mayores y menores; a estas escuelas se les pondrá los nombres de los Caídos y de las batallas más importantes ganadas por los soldados de Franco, para tener memoria permanente de esta época de España”.[10]
La frase revela cómo el papel pedagógico de las mujeres era instrumentalizado para consolidar un régimen de memoria centrado en el sacrificio, la obediencia y la glorificación del conflicto. Se trata de una pedagogía política en la que las mujeres eran encargadas de formar una nueva generación moldeada por el culto a los muertos de la Falange, convirtiendo el espacio escolar en extensión de la trinchera simbólica del franquismo.
La edición nº14 de 1939 ofrece la cobertura de la visita de Pilar Primo de Rivera a Barcelona, revelando su función simbólica como agente de reintegración moral en los territorios recién ocupados por el franquismo. El texto enfatiza que su presencia estaba asociada al reconocimiento de los “héroes del Movimiento en Cataluña” y a la recuperación del orden tras los “sucesos de julio de 1936”[11]. Al recorrer instituciones, reunirse con autoridades locales y participar en actos públicos, Pilar es representada como liderazgo que encarna la victoria nacionalista en clave femenina, civil y disciplinadora. La mención al crecimiento de la Sección Femenina en la ciudad —con “miles de afiliadas”[12]— refuerza la idea de que su autoridad funcionaba como legitimadora del proceso de reorganización social y política catalana bajo los moldes de la nueva España. En esta narrativa, Pilar aparece como puente entre el heroísmo del pasado reciente y el disciplinamiento del presente, símbolo de estabilidad, fe y unidad en regiones anteriormente vinculadas a la disidencia republicana.
El relato autobiográfico de Pilar sobre la fundación de la Sección Femenina en Segovia, incluido en la misma edición de marzo de 1939, refuerza el papel de la memoria como herramienta de legitimidad institucional. En tono memorialista e informal, Pilar construye una narrativa de origen marcada por la abnegación, la improvisación y el coraje de un grupo reducido de jóvenes. Esta auto-historia funciona como estrategia para naturalizar la expansión de la organización, presentándola como respuesta espontánea y moral al llamamiento de José Antonio. La reiteración de imágenes de esfuerzo y sacrificio, como “meter las cosas en la cárcel” o “llevar cosas a alguna familia”[13], aproxima la narrativa al cotidiano de la militancia, creando identificación emocional con las lectoras y reforzando el ideal de compromiso silencioso y eficaz.
La materia “El día de Pilar Primo de Rivera”, publicada en el nº21 de 1939, introduce un registro distinto en relación con otras representaciones de la dirigente: explora su intimidad, sus rutinas y su convivencia con los sobrinos, construyendo una imagen de ternura y sencillez. A través de fotografías en casa, rodeada de niños, y descripciones de su jornada “sin discursos, sin viajes, sin ceremonias”[14], la revista construye un retrato afectivo y doméstico, que contrasta con su postura pública de autoridad. Este recurso editorial busca humanizar a Pilar ante las lectoras, reforzando la idea de que su liderazgo era legítimo porque nacía de la pureza, de la entrega y de la ausencia de vanidad. Al mismo tiempo, reiteraba un ideal femenino profundamente tradicional: incluso una mujer pública como Pilar era más admirable cuando se la insertaba en el espacio privado, entre niños, flores y oración.
Esta estrategia editorial de humanización demuestra la preocupación de la revista Y por aproximar la figura de la dirigente a un imaginario doméstico, incluso cuando su vida personal no respondía a ese ideal. Este intento de conferir a la imagen de Pilar una dimensión familiar, aunque simbólica, contrasta con la trayectoria de Mercedes Sanz-Bachiller, analizada por Pérez Espí (2021). Fundadora del Auxilio Social y posteriormente responsable de organismos de previsión social, Sanz-Bachiller encarnaba de manera concreta el modelo exaltado por el franquismo: combinaba funciones políticas con la vida conyugal y la maternidad, mostrando que era posible articular poder y domesticidad. Esta característica refuerza la singularidad de Pilar, cuya autoridad se construyó sobre la renuncia a la vida conyugal y la dedicación exclusiva a la Sección Femenina, apoyándose en la idea de una “maternidad espiritual” como atributo de devoción a la patria. Aunque ambas compartieran la matriz ideológica nacionalcatólica, sus trayectorias revelan modelos complementarios de liderazgo femenino que iluminan las tensiones entre discurso normativo y prácticas concretas en el interior del régimen.
Las imágenes que acompañan el texto resultan decisivas en la construcción de esta narrativa: Pilar aparece rodeada de los hijos de su hermano, en poses cuidadas, sonriendo discretamente, observando a los pequeños con ternura o escribiendo serenamente en su mesa. Aun sin hijos ni marido, es representada como mujer plenamente integrada en el universo de la maternidad simbólica y de la domesticidad moral. La ambientación, la estética recatada de la vestimenta, los juguetes y la luz suave colaboran en inscribir su figura en un imaginario femenino centrado en la abnegación y en la serenidad. La autoridad política de Pilar, en esta clave, se legitimaba no por ruptura, sino por continuidad con los valores atribuidos al espacio privado. El hogar se convertía, así, en escenario de una autoridad femenina silenciosa, eficaz y devota: que inspira, guía y cuida, sin disputar nunca visibilidad ni protagonismo en términos masculinos.
Barrachina (1991, p. 215-216) concluye que la Sección Femenina proyectó a la mujer como “piedra angular” de la sociedad nacionalista, no para ampliar su protagonismo, sino para consolidar un ideal profundamente anclado en la tradición más antifeminista. La autora demuestra que el discurso falangista conciliaba la movilización activa de las mujeres durante la guerra con la exigencia de su subordinación en la posguerra, convirtiéndolas en instrumentos de reproducción ideológica. En este proceso, el poder femenino era exaltado únicamente en su función de transmisoras de valores, nunca como agentes autónomas de decisión. Así, la participación femenina, aunque visible y celebrada, permanecía rigurosamente delimitada por un proyecto pedagógico de género que vinculaba disciplina, sacrificio y obediencia al destino natural de la mujer falangista.
Conclusiones
La lectura crítica de la revista Y evidencia cómo la figura de Pilar Primo de Rivera fue empleada por el franquismo no solo como elemento de autoridad institucional, sino también como engranaje discursivo central en la consolidación de un modelo normativo de actuación femenina. Su imagen fue reiteradamente movilizada para vehicular los valores considerados deseables para las mujeres bajo el régimen, a través de textos, fotografías, gestos y narrativas que interpelaban a las lectoras en múltiples dimensiones de la vida cotidiana. Al construir una representación coherente, constante e idealizada de Pilar, la revista otorgó a su presencia una función estructurante en el proceso de socialización política de las militantes y simpatizantes de la Sección Femenina.
Este proceso de construcción simbólica operó mediante una pedagogía emocional y ritualizada, que asociaba comportamientos, vocaciones y afectos a una forma particular de inserción pública femenina. Pilar no fue presentada como una excepción, sino como la síntesis legitimadora de una función social concebida como natural. Su trayectoria personal —reinterpretada desde la óptica del compromiso político— fue transformada en narrativa ejemplar, sostenida por estrategias de comunicación que combinaban sobriedad estética, moralismo religioso y nacionalismo doctrinario. Su autoridad se asentaba no en la transgresión, sino en la capacidad de traducir los imperativos del régimen en conductas concretas e interiorizables.
A lo largo de la actuación de la Sección Femenina, Pilar desempeñó un papel de mediación entre el núcleo dirigente masculino y el universo femenino disciplinado por el discurso nacionalcatólico. En esa posición, su figura operó como puente entre la jerarquía política y la intimidad de las mujeres comunes. Su título de Jefe Nacional, lejos de evocar poder decisorio directo, adquiría connotaciones simbólicas y pedagógicas, funcionando como signo de un liderazgo moral que no amenazaba los fundamentos patriarcales, sino que los reafirmaba con sutileza y persistencia. La revista Y, al reiterar esa representación, contribuyó de manera decisiva a naturalizar la desigualdad de género como parte constitutiva del proyecto de reconstrucción nacional emprendido por el franquismo.
En este sentido, Pilar Primo de Rivera debe comprenderse no solo como dirigente de una organización femenina, sino como un dispositivo de producción de subjetividades y de estabilidad discursiva. Su imagen, cuidadosamente cultivada, sirvió para orientar conductas, neutralizar disensos y modelar identidades. Al mismo tiempo, su trayectoria revela las ambigüedades del papel de la mujer en los regímenes autoritarios: si por un lado era convocada a la acción pública, por otro permanecía subordinada a la lógica de una representación funcional y regulada. Comprender este doble movimiento resulta fundamental para ampliar los análisis sobre la participación femenina en las derechas autoritarias del siglo XX. A partir de este estudio, es posible no solo esclarecer el caso español, sino también contribuir con reflexiones transnacionales sobre el uso político de la feminidad como instrumento de poder simbólico y de disciplinamiento social.
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Recibido: 9 de junio de 2025
Aceptado: 22 de julio de 2025
Versión Final: 25 de agosto de 2025
Anuario Nº43, Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2025
ISSN 1853-8835
[1] “Historia del primer consejo”, Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 1, febrero de 1938, p. 5.
[2] Ídem.
[3] Discurso de Pilar Primo de Rivera en el Primer Consejo Nacional da Sección Femenina, 1937. En Barrachina (1991, p. 216).
[4] “Historia del primer consejo”, Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 1, febrero de 1938, p. 5.
[5] “Pilar Primo de Rivera en Alemania”. Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 4, mayo de 1938, p. 38.
[6] Ídem.
[7] Sin título. Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 9, octubre de 1938, p. 3.
[8] Ídem.
[9] Sin autor/a. “Carta del frente”. Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 12, enero de 1939, p. 4.
[10] “Discurso de la Delegada Nacional, camarada Pilar Primo de Rivera”. Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 13, enero de 1939, p. 14‑15.
[11] “Barcelona nacional”. Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 14, abril de 1939, p. 6.
[12] Ídem.
[13] Ídem.
[14] “El día de Pilar Primo de Rivera”. Y: Revista de la Sección Femenina de la Falange Española, n. 21, oct. 1939.