El espionaje de la inteligencia norteamericana a Falange en Uruguay en la década de 1940
El espionaje de la inteligencia norteamericana a Falange en Uruguay en la década de 1940
US intelligence spying on the
Falange in Uruguay in the 1940s
DANIEL LVOVICH
Universidad Nacional de General Sarmiento
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
dlvovich@campus.ungs.edu.ar
RESUMEN
Este artículo estudia el espionaje que el FBI y otras agencias norteamericanas desplegaron sobre las acciones de Falange en Uruguay, sobre la base de fuentes disponibles en los Archivos Nacionales de los Estados Unidos, que nos posibilitaron reconstruir la acción pública y clandestina de la Falange Española en Argentina y Uruguay durante el primer lustro de la década de 1940. Asimismo, buscamos comprender los modos en que, en particular, el FBI construyó su información sobre Falange, contrastándola con el conocimiento construido por la investigación historiográfica, para poder dar cuenta de las deformaciones y prejuicios que incidieron en sus análisis.
Palabras clave: Estados Unidos, Uruguay, Falange, espionaje.
ABSTRACT
This article studies the espionage that the FBI and other American agencies deployed on the actions of the Falange in Uruguay, based on sources available in the National Archives of the United States, which allowed us to reconstruct the public and clandestine action of the Spanish Falange in Argentina and Uruguay during the first five years of the 1940s. We also sought to understand the ways in which, in particular, the FBI constructed its information on the Falange, contrasting it with the knowledge constructed by historiographical research, in order to account for the distortions and prejudices that influenced its analyses.
Keywords: United States, Uruguay, Falange, espionage.
En este trabajo[1] analizaremos el espionaje practicado por el FBI y otras agencias estadounidenses a las actividades desarrolladas por Falange en el territorio de Uruguay. Se trata de parte de las conclusiones de una investigación posibilitada por el hallazgo —en la sección de los Archivos Nacionales estadounidenses dedicados a las relaciones exteriores— de una gran cantidad de información recabada por la Oficina de Asuntos Interamericanos (OAI) y el Federal Bureau of Investigation (FBI) sobre las actividades de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS) en prácticamente todos los países de América.[2]
Este archivo nos ha posibilitado, por un lado y en diálogo con la bibliografía disponible, reconstruir la acción pública y clandestina de la Falange Española en Uruguay a través de la acción de sus agentes, de los modos en que se vincularon con la diplomacia española oficial y de las acciones tendientes a difundir publicidad y ganar influencia en las comunidades españolas emigradas, durante el primer lustro de la década de 1940. Las informaciones provistas por la OAI y el FBI constituyen una fuente muy estimable para dar cuenta de estos procesos, más allá de las deformaciones, imprecisiones o errores que hemos podido detectar. Por otro lado, buscamos comprender los modos en que, estas agencias construyeron su información sobre Falange, contrastándola con el conocimiento que sobre distintos casos ha provisto la investigación historiográfica, para poder dar cuenta de las deformaciones y prejuicios que incidieron en sus análisis. Por supuesto, esta tarea requiere una lectura particularmente crítica de las fuentes norteamericanas que, como se ha demostrado recientemente, no pueden considerarse al margen de sus puntos ciegos, a saber, el anticomunismo —que contaminó sus puntos de vista sobre los grupos de derecha acerca de quienes debían informar— y la competencia entre agencias que provocaba que se deformaran o exageraran informaciones de acuerdo a la conveniencia de los sujetos y organismos involucrados (Becker, 2017; Dimitrakis, 2019).
Las agencias norteamericanas y el espionaje trasnacional[3]
Con la asunción de la presidencia de Estados Unidos por Franklin D. Roosevelt en 1933, se adoptó el principio de no intervención en los asuntos internos de las otras repúblicas americanas, a través de la conocida como “Política del buen vecino”. Sin embargo, unos pocos años más tarde, Roosevelt ordeno al FBI actuar como una agencia de inteligencia política internacional para investigar primero al fascismo y luego al comunismo, tanto en el territorio de Estados Unidos como en Latinoamérica.
Preocupado por la expansión de la Alemania nazi y temiendo al espionaje en los propios Estados Unidos, Roosevelt firmó una directiva presidencial el 26 de junio de 1939 que autorizaba al FBI, y a la inteligencia del Ejército y de la Marina a coordinar acciones de contra espionaje y anti sabotaje (Dimitrakis, 2019, 83). Tras la invasión alemana de Francia, en mayo de 1940, el FBI de J. Edgar Hoover desplegó operaciones de contra espionaje para controlar a los oficiales de inteligencia alemanes en Washington. Finalmente, en junio de 1940 se creó el Servicio Especial de Inteligencia (Special Intelligence Service, SIS) del FBI (Dimitrakis, 2019, 84). De este modo, durante la Segunda Guerra Mundial, el presidente Franklin D. Roosevelt puso al FBI a cargo de la vigilancia política en América Latina, pese a que su competencia era sobre asuntos internos de Estados Unidos. La presencia del FBI precedió a la creación de la Central Intelligence Agency (CIA) en 1947, que asumiría las tareas de inteligencia en el extranjero (Becker, 2017, 2).
Con la creación en 1942 de la Oficina de Servicios Estratégicos (Office of Strategic Services, OSS) —que será el directo antecedente de la CIA— para coordinar las actividades de espionaje, el FBI encontró un competidor. La OSS desarrollaba de manera encubierta actividades anti nazis, mientras el FBI debía limitarse a la reunión de información, pero esta distinción no siempre se respetaba. No era esta la única diferencia considerando el radical anticomunismo, sostenido aun en tiempos de guerra, del director del FBI: “Mientras Hoover odiaba a los izquierdistas, la OSS recluto comunistas para sus fines” (Becker, 2017, 12-13).
Los informes del FBI sobre sus actividades en América Latina se enviaban al Departamento de Estado en Washington de forma reservada. Hoover los dirigía al Subsecretario de Estado, al jefe del Military Intelligence Division (Military Intelligence Service desde marzo de 1942) en el Departamento de Guerra y al director de los servicios de inteligencia de la Marina. Normalmente, se enviaba también una copia a la embajada local de los Estados Unidos. Sin embargo, las actividades llevadas a cabo por el FBI en América Latina permanecieron en gran parte secretas, tanto que durante mucho tiempo ni siquiera el Congreso tuvo conocimiento de ellas (Fotia y Cimatti, 2021, 79).
Con el declive de la amenaza nazi en el año 1943, Hoover orientó su aparato internacional de inteligencia a la lucha contra el comunismo. Con ello se desconectó la justificación de la presencia del FBI en América Latina con el fascismo y el foco de sus investigaciones pasó a ser el comunismo, orientado por el “notoriamente xenófobo y anticomunista Hoover” (Becker, 2017, 10; Fotia y Cimatti, 2021, 78-79).
Para fines de 1940 el FBI tenía 12 agentes encubiertos en 9 países y uno más que viajaba por el continente. Para julio de 1941 ya eran 22 en 12 países. Dos años más tarde eran 137 agentes, cifra que se elevó más tarde hasta un número de 360 agentes. Los primeros despachos de estos agentes estaban referidos a las amenazas nazi, fascista y japonesa, principalmente el primero, aunque el nazismo nunca resultó una amenaza real para América Latina. Desde 1943 los agentes colectaban además información económica y política de los países en los que estaban asentados (Becker, 2017, 12-13).
Las competencias de los agentes del FBI para las tareas asignadas eran muy limitadas. Muchos de los designados a América Latina tenían poco conocimiento del país al que iban, algunos no conocían bien el idioma español y varios apenas tenían un entrenamiento mínimo (Becker, 2017, 18 y 22). Muchas veces, los agentes acudían a informantes que ofrecían la misma información a distintos servicios de inteligencia, resultando esta muchas veces inexacta o completamente ficticia, o sencillamente le vendían al FBI información de los diarios como si fuera confidencial (Dimitrakis, 2019, 99).
La inteligencia inglesa manipuló frecuentemente la información que hacían llegar a los norteamericanos. Transmitida por los “agregados legales” del FBI a sus mandos en Washington, “donde la sofisticación en asuntos latinoamericanos era tan escasa como abundantes las caras y las agencias nuevas, aquel conjunto de hechos, desinformación y fantasía se transmutaba en política” (Newton, 1995, 22-23). A fines de octubre de 1941, Rooselvet afirmó en público que tenía en su poder “… un mapa secreto alemán que mostraba las fronteras imaginadas para las repúblicas sudamericanas en la posguerra, ajustadas por la creación de un estado llamado Nueva España”. Se trataba de una completa fantasía, que formaba parte de las maniobras con las que la inteligencia británica buscaba alertar a los Estados Unidos (Dimitrakis, 2019, 91). Como vemos, las capacidades y condiciones de los espías norteamericanos que informarían sobre el accionar de Falange en Hispanoamérica eran limitados.
La política exterior española, Hispanoamérica y los Estados Unidos
La Delegación Nacional del Servicio Exterior fue creada en 1937 e incluida entre los distintos servicios nacionales que constaban en los estatutos de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS). La encabezaba un Delegado nacional, nombrado por el Jefe del Movimiento. En febrero de 1937, el Jefe de la Junta de mando Provisional de Falange Española, Manuel Hedilla, nombró al diplomático Felipe Ximénez de Sandoval como Jefe del Servicio Exterior de Falange, quien fue sucedido entre 1937 y mayo de 1939 por el diplomático de carrera José del Castaño Cardona (González Calleja, 1994, 294-295). Castaño Cardona transformó al servicio exterior de FET y de las JONS en una verdadera estructura de intervención política, con departamentos especializados y ramificaciones en todo el mundo, aunque debió adaptar sus características a las legislaciones nacionales y a las peculiaridades de cada colectividad española en el exterior:
El respeto a las normas legales y al sistema político de cada país iban a ser las notas predominantes, aunque la presentación de FET como “organización apolítica” y su intención de abstenerse absolutamente de los asuntos internos nacionales entraba frecuentemente en contradicción con la fuerte ideologización de sus actividades, evidenciada por las estrechas relaciones trabadas con organizaciones autóctonas de corte fascista o ultranacionalista (González Calleja, 1994, 282).
La vinculación de la Falange Exterior con fascistas italianos y nazis alemanes fue constante. Las secciones exteriores de ambos partidos fascistas apoyaron la acción de Falange en Iberoamérica, que se centraba, más allá de su retórica, en las clases sociales altas de cada país (González Calleja, 2014, 122). La actividad más importante de Falange Exterior fue la de propaganda, dirigida sobre todo a los españoles residentes en el exterior y canalizada a través del Departamento de Intercambio y Propaganda Exterior. Castaño Cardona buscó desvincular la actividad de propaganda del servicio exterior de la FET de la realizada por la Delegación de Prensa y Propaganda y otras instancias estatales, procurando que los delegados de Propaganda del Servicio Exterior mantuvieran su autonomía, aunque este objetivo pocas veces se cumplió. El Servicio Exterior de Falange, aunque siguió contando con amplios recursos económicos hasta 1942, debió asumir la colaboración o soportar la fiscalización de distintas instancias gubernamentales, en particular la del Ministerio de Relaciones Exteriores (González Calleja, 1994, 286- 287).
El trabajo más intenso de Falange en América se desarrolló en los años de la Guerra Civil. Las secciones encargadas de estas acciones eran la Femenina y la Hermandad Exterior, que buscaban mejorar las condiciones de vida de los emigrados indigentes a través de un programa de Auxilio Social que incluía la entrega de donaciones y la instalación de comedores en las embajadas o asociaciones afines ideológicamente. Estas secciones recaudaban fondos obtenidos a través de colectas, tómbolas, cenas, bailes y el llamado “plato único”. Además, de las adhesiones ideológicas gobernadas por el catolicismo o el anticomunismo, Falange atrajo a sus filas a individuos que confiaban en que la victoria de los sublevados les reportaría beneficios (Naranjo y Tabanera, 1998, 53-56). Terminada la Guerra Civil, la actividad de Falange en Hispanoamérica disminuyó, dedicándose los esfuerzos principales a la repatriación de españoles indigentes y de niños enviados a América durante el conflicto (Naranjo y Tabanera, 1998, 57). A ello contribuyó el estallido de la Segunda Guerra Mundial y las presiones de los Aliados para impedir la acción de la organización. Al final de la Guerra Civil, la afiliación a Falange Exterior perdió sentido para gran parte de los emigrados, que con el estallido de la conflagración mundial se convertían, en caso de mostrar su afinidad con Falange, en enemigos potenciales de las democracias occidentales (Naranjo y Tabanera, 1998, 61).
Desde el final de la Guerra Civil, la acción de Falange excedió las funciones sociales y propagandísticas, para inmiscuirse en asuntos internos de las naciones que los acogían, e intentar vincularse e influir a los sectores sociales y políticos locales más receptivos a su prédica, así como encuadrar y fascistizar a los miembros de la diplomacia española (González Calleja, 1994, 291).
En esta línea, el 18 de mayo de 1938 el gobierno de Burgos –sede provisional del régimen franquista- envió un informe a sus representaciones en América, donde se dictaminaba que el jefe de la misión diplomática en cada país era el dirigente supremo de la colectividad española en el extranjero, que debería impulsar la unificación de la misma alrededor de la FET, sin coacciones evidentes. Según este documento, el jefe de Falange debía limitar sus funciones a la de organización interna. Para articular la representación estatal con la política, en el seno del Ministerio de Asuntos Exteriores se creó una comisión de diplomáticos falangistas para dirigir una más intensa actividad de la FET, en vinculación con grupos extranjeros afines. A pesar de los múltiples conflictos de competencia, se impuso generalmente la preminencia de la representación del estado sobre la del partido (González Calleja, 1994, 291).
Al asumir el Ministerio de Asuntos Exteriores en octubre de 1940, Ramón Serrano Suñer intentó usar al Servicio Exterior de FET como instrumento de una diplomacia más combativa, al servicio de los intereses imperialistas del Estado Nuevo, promoviendo para ello la incorporación de falangistas al cuerpo diplomático y conminando a los funcionarios de carrera a integrarse al partido. Sin embargo, en el plazo medio, esta operación distó de resultar exitosa (González Calleja, 1994, 291). Basada en la perspectiva hispanista heredada de Ramiro De Maeztu, que postulaba un vínculo espiritual y político que ligaba a España y los países iberoamericanos, la creencia acerca de la existencia de derechos históricos de España en el continente y la exaltación de la noción de Imperio, la Falange Exterior consideraba a Hispanoamérica su campo de expansión legítimo en la construcción de una comunidad hispánica como alternativa tanto a los nacionalismos como al panamericanismo impulsado desde los Estados Unidos (Naranjo y Tabanera, 1998, 50). El falangismo se movió en este terreno con ambigüedad. Por un parte negaba toda ambición imperialista en sentido decimonónico, así como el recurso a la idea de protectorado. Por otra, junto con Portugal, reclamaban derechos de primogenitura con la voluntad de ejercer modos de defensa y tutela, como una manifestación, propia del fascismo, de “imperialismo antiimperialista” (Saz Campos, 2003, 276). Las pretensiones retóricas de actualización del imperio hispano fueron reemplazadas en la práctica por objetivos más modestos, como la defensa de la lengua y la cultura española o la restauración de la conciencia de la Hispanidad, aunque ya hacia 1941 el panorama al respecto que describían las publicaciones de Falange era desolador (Saz Campos, 2003, 277- 280).
En noviembre de 1940 se creó el “Consejo de la Hispanidad” como entidad difusora del imperialismo cultural, dirigido por intelectuales falangistas. Se asignaba al Consejo todas las actividades que tendieran a la unificación de la cultura, los intereses económicos y de poder del mundo hispano. El Consejo era un organismo asesor, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, que velaría por los intereses de España en el mundo hispánico y dirigiría la política hacia Hispanoamérica. La tarea de propaganda del Consejo se centró en la confrontación entre panamericanismo e hispanoamericanismo. Se buscó aprovechar la alianza entre Estados Unidos y Rusia para justificar la posición española en términos de anticomunismo, sustentando de ese modo su llamado a romper el frente único continental en la contienda mundial (Barbeito, 1989, 117- 118 y 129). Si bien España aspiraba a que el Consejo de la Hispanidad fuera aceptado como una entidad supranacional por los países latinoamericanos, en la práctica se organizó de un modo muy modesto.
La fase expansiva de la FET en el exterior declinó en 1941-1942 ante la presión estadounidense sobre los gobiernos y la opinión pública iberoamericana (González Calleja, 1994, 295 - 299). Desde 1940 asistimos a la desaparición en cadena de las distintas secciones nacionales de Falange. En el Cono Sur, tras la disolución oficial de Falange, se crearon otras entidades que reunían a las mismas personas y defendían idénticos principios (Naranjo y Tabanera, 1998, 59). La situación de Falange en América empeoró con la entrada de Estados Unidos en la Guerra, a fines de 1941, y la Conferencia Panamericana de Rio de Janeiro, en enero de 1942. En aquel momento, Falange fue proscripta en la mayor parte de los países americanos, se disolvió o continuó desarrollando acciones clandestinas bajo la tapadera de acciones culturales o asistenciales (González Calleja, 1994, 302).
Pese a que el régimen de Madrid solo desarrolló en esta etapa acciones de inspiración católica o anticomunista, y del inicio de un deshielo de la relación con Estados Unidos que Serrano promovió desde mediados de 1942, el compromiso hispano de protección de los países del Eje en América generó nuevas suspicacias, al punto que “… la campaña anti española era inversamente proporcional a la intensidad de las acciones franquistas en América” (Pardo Sanz, 1994, 223). En septiembre de 1942, Serrano Suñer fue reemplazado como ministro de Relaciones Exteriores por Francisco Gómez Jordana, que desarrolló una política neutralista y potenciadora del elemento católico, en detrimento del fascista e imperialista. Pese a las renuencias del propio Francisco Franco, el Consejo de la Hispanidad vio limitadas sus atribuciones al campo cultural y la actividad de Falange, abierta o encubierta, fue desactivada casi por completo (Pardo Sanz, 1994, 224).
González Calleja (1994, 306-307) afirma que Falange encontró numerosos límites para su actividad en Hispanoamérica. Entre ellos, enumera las dificultades para adaptarse a la realidad de la emigración y la indiferencia u hostilidad de la mayor parte de los españoles emigrados. En ocasiones, los falangistas entraron en confrontaciones con otras instituciones del régimen y colisionaron con los intereses de las elites españolas en el exterior. En segundo lugar, señala la contradicción entre el carácter conservador y católico de su propaganda y acción política y sus métodos y vinculaciones ligados a las potencias fascistas. Por último, destaca la actitud de los gobiernos de la región que, presionados por Estados Unidos y por la opinión pública mayoritaria, obstaculizaron la actuación del servicio exterior.
Falange no parece haber tenido un verdadero proyecto para el extranjero y en su organización y objetivos sólo imitó parcialmente a las organizaciones exteriores nazi y fascista, con las cuales desarrolló en determinadas circunstancias acercamientos tácticos coyunturales:
Pero no existen pruebas de un plan conjunto de acción de estas potencias fascistas o de sumisión consciente de Falange a la estrategia exterior de Alemania o Italia, sobre todo si tenemos en cuenta que en ámbitos como el latinoamericano Falange disponía de una base de actuación más potente y favorable, lo que a priori garantizaba su independencia (González Calleja, 2014, 138).
En el contexto específico de la época en que Estados Unidos desplegó sus esfuerzos para controlar el espionaje del Eje y sus aliados en América, la coyuntura favorable a la fascistización de las representaciones diplomáticas españolas y a la acción conjunta de Falange con nazis y fascistas en el exterior fue breve, ya que sea por las medidas contra la FET y de la JONS tomadas sucesivamente por los gobiernos latinoamericanos desde 1939 o por el decidido cambio de orientación de la diplomacia española desde 1942.
Entre el mito y la realidad
Los espías norteamericanos otorgaban un rol exageradamente relevante a Falange en el despliegue propagandístico del Eje en Hispanoamérica y en sus esfuerzos de inteligencia. El peligro percibido era mayor que el riesgo real. Sabemos que, desde el comienzo de la guerra, España apoyó enérgicamente los esfuerzos de inteligencia nazi y jugó un papel activo en el contrabando de materiales, sobre todo desde Argentina. España tenía el mayor número de personal de inteligencia alemán fuera del territorio ocupado. Durante la mayor parte de la guerra, España ayudó a la Alemania nazi a llevar correspondencia diplomática e informes de inteligencia a través del Atlántico en valijas diplomáticas españolas. Esto proporcionó a los agentes de inteligencia alemanes una forma menos arriesgada para trasladar informes y otros materiales relevantes. También se utilizaron buques con bandera española para transportar a algunos de los tripulantes escapados del buque de guerra alemán Graf Spee (Payne, 2008, 115- 118, McGaha, 2009, 250). Como señala Newton (1995, 21), más allá de éxitos modestos en el contrabando de materiales de guerra para Alemania, la operación de inteligencia y material de guerra encubierto en la que participaron barcos y personas españoles fue “un costoso fracaso”, debido a que los aliados habían logrado descifrar con éxito los mensajes cifrados alemanes a través de la máquina Enigma desde el año 1941. Con ello, el limitado esfuerzo de inteligencia español en Hispanoamérica asociado a Alemania se mostró casi por completo infructuoso.
En su balance realizado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, el FBI consideraba el desempeño del SIS muy exitoso, ya que habían logrado desarticular o controlar los círculos de espionaje alemán y sus aliados en la región y se habían establecido redes de informantes amplias y eficientes en cada país, lo que permitía que las actividades del FBI alcanzasen los estándares de eficacia de la agencia en el campo doméstico. Se habían establecido también vínculos con las policías de casi todos los países del área y montado estaciones de radio en casi todos los países importantes de la región, excepto México y Argentina (FBI, 1947).
Sin embargo, el objetivo fundamental del FBI en Hispanoamérica no eran las redes falangistas en sí, sino las organizaciones de espionaje, propaganda y contrabando del nazismo, dentro de las cuales los agentes españoles tenían una importancia limitada. La animadversión del gobierno norteamericano hacia España, fundamentalmente como resultado de sus posturas contrarias al panamericanismo y la amenaza que significaba un posible ingreso en la coalición nazi-fascista, resultó un factor fundamental para comprender la atención que se les dio a sus acciones en Hispanoamérica. Aun cuando la posibilidad de un ingreso español en la guerra quedó descartada y las orientaciones diplomáticas de Madrid, como vimos, viraron al neutralismo, la desconfianza del gobierno norteamericano no se diluyó. Este clima de ideas, sumado a la escasa sofisticación de los agentes del FBI desplegado en el continente provocaran que la agencia de inteligencia no haya logrado en todos los casos una comprensión acabada acerca del fenómeno político y cultural falangista, aunque haya resultado muy eficiente para desarticular redes de espionaje en las que participaron ciudadanos españoles. Con todo, el conocimiento que acumularon sobre los falangistas fue considerable. En este marco, la inteligencia norteamericana no consideraba como falangista a todo miembro o simpatizante del régimen de Franco, sino a aquellos funcionarios y militantes a los que caracterizaban como fascistas o simpatizantes del fascismo y el nazismo. Por este motivo lograban, en general, diferenciar a monárquicos, conservadores y católicos de los falangistas considerados en este sentido restringido.
Falange en Uruguay
La obra de Carlos Zubillaga (2015) resulta una contribución fundamental para el conocimiento y la comprensión fenómeno falangista en Uruguay y más en general, en el Río de La Plata, por lo que en esta sección nos apoyamos fundamentalmente en ella para dar cuenta de su alcance y dimensiones.
La Falange que actuó en Uruguay conservó ese nombre entre noviembre de 1936 y el momento de su autodisolución en julio de 1940, primero como Falange Española de la JONS y luego como Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Pero tras 1940 siguió actuando el falangismo enmascarado en distintas identidades o bajo el amparo directo de la legación de España en Montevideo. Entre los afiliados a la primer Falange (los camisas viejas) y los que adhirieron a la FET y de la JONS luego de constituirse desde el poder esa coalición de fuerzas comprometidas con el alzamiento, no hubo siempre mutuo reconocimiento de pertenencia a un núcleo ideológicamente univoco. Por su parte, el personal diplomático era franquista, conservador y tradicionalista, y en su mayoría nunca fue falangista.
La organización de Falange Española en Buenos Aires precedió en dos meses a la de Montevideo y ambas se formaron sin intervención de las jerarquías peninsulares. En Uruguay, el 15 de noviembre de 1936 se formalizó la constitución de Falange Española de la JONS, presidida por José Pumarega, y se comunicó a la Junta de Burgos (Zubillaga, 2015, 16). Todos eran migrantes exitosos económicamente. Se trataba de un partido de retaguardia, donde primaba la retórica sobre la acción y cuyos miembros buscaban proteger sus intereses en la península mediante una acción que no los comprometiera personalmente. Los líderes reclutaban adherentes entre sus clientelas, con promesas de retribuciones o empleos. Se trataba de grupos pocos radicalizados, más allá de alguna provocación callejera. Zubillaga (2015, 28) estimó que no pasaban de trescientos adherentes.
Aunque la delegación del Servicio Exterior de Falange prohibió la formación de milicias, en Uruguay, por un breve tiempo las hubo, en un proceso abierto entre fines de 1936 y comienzos de 1937. Pese a su composición de elite y la moderación de sus integrantes, la Falange en Uruguay no fue inocua:
su talante antidemocrático, su prédica justificativa de la violencia (envuelta en fórmulas de sacralización), su concepción de la jerarquía como mecanismo de imposición de la voluntad del jefe con prescindencia de la mayoritaria en el grupo, su adhesión a las manifestaciones “imperiales” canalizada en la postulación de la Hispanidad como entidad política, su indisimulada empatía con los regímenes fascista y nazi, fueron otros tantos llamados de atención para la sociedad uruguaya (Zubillaga, 2015, 30).
Las actividades iniciales de Falange en Uruguay carecieron de un plan orgánico. Consistían en la recaudación de fondos para apoyar al ejército Nacional, reuniones en las que se cantaba el Cara al sol, se gestaban algunas provocaciones a los republicanos y se realizaban prácticas de disciplinamiento interno de militantes. La más importante de estas acciones fue la labor periodística del Dr. José María del Rey en el diario El Debate, propiedad del dirigente de la derecha del Partido Nacional, Luis María de Herrera, desde fines de 1936.
Rafael Soriano había sido el encargado de negocios de España en Montevideo hasta el alzamiento, y tras apoyar el levantamiento, pasó a desempeñarse como representante oficioso del gobierno de Burgos. Vinculado por su rol diplomático, desde 1933, con los grupos sociales uruguayos más encumbrados, montó una red conformada por españoles y uruguayos simpatizantes, que avaló la junta de Burgos y apoyó financieramente al ejército de Franco. Esta organización se denominó Unión Nacional Española (UNE) (Zubillaga, 2015, 40-41). Se constituyó un comité organizador en el que sobresalían los referentes de los sectores de la derecha y el catolicismo uruguayo, el terrismo, el herrerismo, el riverismo y la Unión Cívica, junto a los empresarios más poderosos de la inmigración española y otros uruguayos descendientes de españoles. La UNE formuló un mensaje de adhesión a la Junta de Burgos, en septiembre de 1936, apoyado por el vicepresidente de la república Alfredo Navarro, el ex presidente de la Republica Juan José Campisteguy y el líder del riverismo y ex ministro de Hacienda de Gabriel Terra, Pedro Manini Ríos. Muchos de los firmantes del manifiesto luego se pronunciarían contra el fascismo y el nazismo. Pese a que la UNE fue muy exitosa en su colaboración material, los falangistas desconfiaban de ella por lo que llamaban su nacionalismo liberal ambiguo.
En el contexto de la dictadura de Gabriel Terra, instaurada en marzo de 1933 con el apoyo del Partido Nacional, dirigido por Luis Alberto de Herrera, el falangismo español logró las simpatías de la alianza en el poder en Uruguay. Como ha señalado Magdalena Broquetas (2015, 36–38), desde los inicios de la dictadura el fascismo italiano, pero sobre el todo el falangismo y luego el franquismo español, despertaron simpatías entre jóvenes burgueses e intelectuales uruguayos que en los años treinta fundaron diversas agrupaciones anticomunistas y antiliberales. Algunos de los principios sostenidos por el falangismo, como el fuerte anticomunismo, la apología de una moral de los deberes y el sacrificio y la condena del igualitarismo, formaban parte de los valores admirados por las derechas políticas uruguayas de tradición liberal-conservadora y eran compartidos con los grupos antiliberales de los años treinta, que eran además muy hostiles a la tradición reformista del battlismo. Mientras que estas últimas expresiones radicalizadas adherían totalmente a los proyectos de cambio antiliberales, que incluían el rechazo al parlamentarismo y al multipartidismo, y la consolidación de un Estado corporativo, los representantes de la derecha política y de otros grupos de presión, aunque demostraron sus simpatías a los fascismos, rechazaron mucho de sus postulados, como la negación de los partidos políticos. Entre los grupos y movimientos antiliberales que actuaron en la década de 1930 se contaban “Acción Revisionista del Uruguay”, “Movimiento Revisionista”, “Movimiento de Acción Nacional”, “Vanguardia Nacionalista Española del Uruguay”, “Unión Nacional Española del Uruguay” y el “Movimiento Renovación Nacional”, cada uno de ellos con sus propios medios de prensa. Los dos primeros fueron filofascistas y filonazis, elementos a los que el “Movimiento Revisionista” sumó su carácter antiestadounidense y antisemita. El “Movimiento de Acción Nacional” y “Vanguardia Nacionalista Española del Uruguay” fueron organizaciones franquistas, de matriz católica y nacionalista, con fuertes componentes antisemitas.
Las jerarquías eclesiásticas uruguayas se adhirieron tempranamente al alzamiento de Franco y a su pretensión de desarrollar una cruzada a favor del catolicismo y el hispanismo. Entre 1936 y 1939 fueron numerosas las manifestaciones de solidaridad con el bando nacionalista, así como la emergencia de organizaciones de laicos que alternaron las celebraciones litúrgicas con la actividad propagandística (Broquetas, 2015, 39).
Desde 1938, tanto por motivos políticos internos como por las repercusiones locales del contexto internacional, la alianza que sostenía al régimen terrista se resquebrajó. El presidente Alfredo Baldomir, triunfante en las elecciones nacionales del 27 de marzo de ese año, fue separándose de su pasado terrista y su círculo de aliados conservadores, respondiendo a la oposición democrática y a la cada vez más intensa presencia de Estados Unidos, con su prédica antifascista y de defensa de la democracia liberal. Al asumir la presidencia, Baldomir lideró una transición democrática que derivó en un golpe, cometido por el propio presidente, que dio paso a un breve período de facto, en el que no se violaron las libertades individuales, y se concretó la reforma constitucional que puso fin a la institucionalidad autoritaria del terrismo. Como parte de este proceso, se sancionó en junio de 1940 de la Ley de Agrupaciones Ilícitas, fundada en la defensa de los principios democráticos y republicanos, que puso fin a la actividad legal de los grupos antiliberales, entre los que se incluía a Falange (Broquetas, 2015, 40).
El 11 de noviembre de 1936 Juan Pablo de Lojendio, representante oficioso del gobierno de Franco en Buenos Aires, fue designado como “encargado de la organización y dirección de los servicios de prensa y propaganda” en Argentina, Uruguay y Chile, y más tarde de la jefatura de esos servicios en toda América del Sur (Zubillaga, 2015, 36). Ello suponía para el caso uruguayo saltar las potestades de Rafael Soriano, con afinados vínculos con la elite uruguaya. Lojendio permanecería en la región por años, siendo ministro plenipotenciario en Uruguay entre 1944 y 1950. Las desavenencias entre Lojendio y la Falange fueron continuas, dadas las dificultades para encuadrar en las orientaciones emanadas de Burgos a los miembros locales de la organización.
Otra entidad favorable a los insurrectos fue la Agrupación Franquista Española, creada en febrero de 1937 en Montevideo, para combatir a los enemigos de la causa nacionalista, mientras el carlismo comenzó a organizarse en Montevideo en junio del mismo año. Las gestiones de Soriano lograron que en julio de 1939 los tradicionalistas aceptaran la unificación, que finalmente se concretó en septiembre de ese año. Sin embargo, esto no implicó que desapareciera la heterogeneidad de los componentes del conglomerado que —con sus conflictos— apoyaba a Franco.
Los diarios España Nacionalista (1937-1938) y La Voz de España (1937-1939) confrontaron con el decreto de unificación. España Nacionalista, cuyo propietario y director era Santiago Gomis, fue el primer medio en apoyar el alzamiento. Su línea editorial oscilaba entre el tradicionalismo, el conservadurismo, el integrismo católico y el nacionalismo, asumiendo también posturas antisemitas y antimasónicas. Muy crítico de Falange, el conflicto entre el diario y la organización llegó hasta el ministro de Asuntos Exteriores de España, Gómez Jordana a fines de 1937. La Voz de España apareció tras el decreto de unificación, dirigido por el carlista Miguel Martínez, aunque su propietario y principal redactor, que firmaba con el seudónimo de Ignotus, era Alfonso Matilla Lago. El diario recelaba de FET de la JONS, y llegó a acusar a Falange de ser parte de la masonería.
También en el ámbito de la propaganda, Tomas Arribas tenía en Radio Fada dos veces por día un programa nacionalista, en el que se combinaba la prédica ideológica y las colectas con otras actividades, incluyendo secciones destinadas a los niños. Arribas usaba el seudónimo de Españita. Tras la guerra viajó a España, pero regresó a Montevideo, donde volvió a Radio Universal y a otros trabajos periodísticos a favor del Eje. Fue incluido en la lista negra norteamericana como responsable de una hoja diaria que se editaba a costa de la legación alemana, conteniendo exclusivamente información de las agencias Transocean y Sefani. Tras la guerra desarrolló un programa en Radio Centenario subvencionado por la Legación Española (Zubillaga, 2015, 69).
La tarea de la Delegación Nacional implicó la distinción entre las distintas categorías de afiliados (militantes, adheridos, simpatizantes), el establecimiento de las jerarquías (Jefatura Provincial o Regional, dirigiendo la organización del país), la creación de Secciones y Delegaciones (Femenina, de Prensa y Propaganda, de Auxilio Social, Flechas, de Recreo) y la posibilidad de expandir territorialmente la organización, mediante la instalación de falanges locales o comarcales. Se intentó amoldar la organización en Uruguay a los dictados, no siempre realistas, de Madrid. La unificación en Uruguay no implicó un cambio de jerarquías, ya que Pumarega continuó siendo Jefe Provisional. La novedad fue la llegada de figuras más o menos prominentes de Falange, con una misión de prédica ideológica y para corregir los aspectos poco ortodoxos de las organizaciones locales. Tal fue el caso de la “Bandera de la Falange en Marruecos”, llegada en agosto de 1937 al Río de La Plata. Con esa visita llegaron a Uruguay personas que tendrían incidencia en el desarrollo de FET y de la JONS en el país: Augusto Atalaya, Rafael Duyos y Joaquín Martínez Arboleya
En diciembre de 1937, el citado Rafael Duyos asumió la jefatura de Falange en Uruguay. Antes había sido jefe bonaerense y dos meses más tarde sería jefe argentino. Lo siguieron varias breves jefaturas: Gonzalo Valenti Nieto, Ángel Aller —quien estaba al frente de Falange al momento del fin de la guerra civil y el reconocimiento de Uruguay al régimen de Franco— y José Luis Ruano. El nuevo encargado de negocios de España, Francisco José del Castillo, pidió que se nombrara a Ruano —una vez que asumió la jefatura— como agregado de prensa, para proveerle inmunidad diplomática, al tiempo que los documentos de la FET fueron trasladados a la legación en previsión de allanamientos, dado el cambio de orientación del presidente Baldomir.
En los años previos a la Segunda Guerra Mundial existieron vínculos entre Falange y las filiales nazi y fascista en Uruguay. La delegación del Servicio Exterior de Falange distribuyó en toda América el folleto en castellano con el discurso pronunciado por Joseph Goebbels en el congreso del partido nazi de septiembre de 1937, bajo el título Verdad sobre España. También las filiales nazis de Uruguay recibieron esos volúmenes desde Berlín para su distribución. Eso muestra la existencia de canales paralelos o complementarios de la acción propagandística nazi en relación con los intereses de la España nacionalista. Fue frecuente el trato social entre jerarcas nazis, fascistas y falangistas en ceremonias, recepciones y homenajes. Estas demostraciones de simpatía y solidaridad no se redujeron a los ámbitos institucionales, sino que se dieron en ámbitos públicos, amparados por la simpatía del gobierno uruguayo.[4]
En un informe sobre Uruguay dirigido al Ministerio de Asuntos Exteriores español de 1938, decía Soriano que los sectores más encumbrados de la colectividad apoyaban a los nacionales y que les eran afectos los uruguayos sensatos “y la totalidad de la sociedad intelectual, política, intelectual y bancaria”. En septiembre de 1939, Francisco José del Castillo pasó a la Legación de España en Montevideo como Encargado de Negocios y en un informe similar hacía una lectura según la cual los nacionales eran más rechazados que apoyados y estaban desunidos (Zubillaga, 2015, 168 -169).
Al finalizar la guerra en España, representantes de la Falange concentraron su actividad proselitista en el interior de Uruguay, donde celebraron misas y funerales en honor a los caídos en el bando nacionalista, establecieron redes personales y fundaron organizaciones locales de FET y de la JONS en las ciudades de Paysandú, Treinta y Tres y Punta del Este (Alpini, 2002). Con el fin de la Guerra Civil y el reconocimiento por los países latinoamericanos del régimen de Franco, la diplomacia española tomó medidas sobre la actuación de Falange en el exterior, moderando la exposición pública de la FET, intentando evitar dar motivos a las autoridades de los países en que actuaba para intervenir en su contra. La alternativa en Uruguay era crear un Hogar Español que reemplazara a la Falange, para garantizar allí la educación doctrinal. Se trataba de no exhibir los símbolos falangistas y de hacer un uso instrumental de rasgos democráticos. En mayo de ese año, el Encargado de Negocios del Castillo propuso disolver la Falange y trasladó su archivo a la Legación Española.
Finalmente, ante la inminencia de la clausura, se dio por terminada la vida de Falange en Uruguay en julio de 1940. Para suplir su funcionamiento se creó Fundación Española. La presidencia de la nueva entidad recayó en quien se había desempeñado como delegado Regional de Prensa y Propaganda, German Fernández Fraga, que forjó desde allí su prestigio y carrera en el falangismo.
Al estallar la guerra, la inteligencia británica había comenzado a incluir en sus listas a empresas españolas con sede en Uruguay, que habían tenido o tenían relaciones con sociedades alemanas y a los comerciantes sospechosos de simpatías por el nazismo. Los inconvenientes para Falange se acentuaron en julio de 1941, cuando Estados Unidos puso en vigencia The proclaimed list of Certain Blocked Nationals que contenía los nombres de personas y firmas de las repúblicas americanas cuyas actividades eran opuestas a los intereses de la potencia norteamericana. Esta lista negra incluía a miembros de la Falange Española en Uruguay, como Tomás Arribas, Germán Fernández Fraga, Francisco Ferrer Llul y José Pumarega. Algunos de ellos salieron de la lista tras publicar en la prensa local notas desligándose de la Falange.
La Oficina de Asuntos Interamericanos y la Falange en Uruguay
Antes aún que el FBI se desplegara en América Latina, los Estados Unidos habían organizado el esfuerzo de seguimiento y espionaje sobre las fuerzas del Eje y las organizaciones antinorteamericanas en la región, como parte de la estrategia tendiente a incrementar la influencia hemisférica estadounidense. La agencia que participó en tal actividad fue la Oficina de Coordinación de Asuntos Interamericanos (Office of the Coordinator of Inter-American Affairs, OCIAA), creada ante los avances militares de la Alemania nazi en Europa y la posibilidad de que el Eje buscara una expansión en América Latina (Delgado, 2003, 39-40). Esta agencia participó en una amplia gama de actividades, tanto en Estados Unidos como en los países latinoamericanos, entre los que buscó promover intercambios, desalentar los vínculos económicos y culturales entre la región y Alemania e Italia e influir sobre la opinión pública a través de la distribución de noticias, películas y programas radiales hacia Iberoamérica para contrarrestar la propaganda alemana e italiana y generar una imagen benévola de los Estados Unidos. En sus años iniciales, la oficina participó en la confección de las listas de personas a quienes, debido a su relación con los países el Eje, se les bloqueaban los bienes. Pese a que desde 1942, la mayoría de las operaciones de guerra económica fueron asumidas por otros organismos especializados, la Oficina y sus comités de coordinación continuaron vigilando por varios años a los nacionales y simpatizantes del Eje, en particular en el sector de los medios y las comunicaciones (Cramer y Prutsch, 2006, 791).
Es en este contexto que podemos comprender la existencia de la carpeta mecanografiada, fechada el 21 de febrero de 1942 y con un sello que indicaba su carácter confidencial, de autoría de la Oficina de Asuntos Interamericanos, titulada The Falange in the other American Republics.[5] Esta carpeta esta ordenada en secciones dedicadas a cada país y en cada afirmación que se presenta se remite a una inicial y una fecha que, entendemos, se refiere al agente que produjo la información y al momento en que la aportó.
El informe dedicado a la Falange en Uruguay contenido en este material mecanografiado resulta muy extenso y detallado. La Agencia norteamericana demostraba conocer su estructura de funcionamiento, su liderazgo y los frecuentes conflictos que enfrentaban. El informe consignaba que, para 1937, Falange estaba completamente organizado en Uruguay y que contaba con un cuerpo auxiliar femenino. Los redactores estaban al tanto de la oposición de Rafael Soriano a la primera organización de la Falange, las dificultades que precedieron a la fusión en 1938 entre falangistas y tradicionalistas, los conflictos entre Soriano y Pumarega, las fricciones que despertó la designación de Rafael Duyos al frente de Falange y la sucesión de sus jefes. Se estimaba que para 1938 en Uruguay había entre 1300 y 1800 falangistas y que contaba con muchos más adherentes entre los más de 16000 residentes españoles y numerosos uruguayos, entre ellos muchos con posiciones políticas prominentes. De modo que, en esta estimación, el falangismo no era en los años de la Guerra Civil una fuerza despreciable dentro de la vida política de los españoles residentes en Uruguay, además de contar con el apoyo de una parte de la elite de esa República. Las actividades falangistas eran ante todo propagandísticas, ya que el país no parecía ser un centro de gran importancia para la Falange en sí, ni para las operaciones del Eje, aunque se consignaba que existía evidencia considerable que indicaba que Falange y el Eje habían trabajado en conjunto en Uruguay. Los redactores del informe de la Oficina de Asuntos Interamericanos sabían que, aunque supuestamente Falange se había disuelto en 1940, siguió trabajando a través de organizaciones de fachada, como Fundación Española y movimientos nacionalistas locales. Como veremos, el informe otorgaba una singular importancia a la acción de estos grupos locales, en los que fijaba su atención dada su hostilidad manifiesta hacia los Estados Unidos.
Aunque vinculadas con las de Argentina y Brasil, se afirmaba, la sección uruguaya de Falange se encontraba en contacto directo con Madrid. Según el informe, en Uruguay, como en otros países, como Argentina, Chile y Perú, Falange había promovido la formación de comités que buscaban perjudicar la relación del país con los Estados Unidos, en los que se incluyen también nacionales, para disfrazar sus verdaderos propósitos. Esta afirmación resulta excesivamente genérica, ya que, aunque efectivamente Falange, y más en general la España franquista, intentaron hasta 1942 combatir el proyecto panamericanista en nombre del hispanismo, no se hacen explícitos los modos específicos en que esto se habría podido ejecutar en el nivel local.
En su reconstrucción de la historia de Falange en Uruguay entre 1937 y 1940, elaborado en base a informes provenientes muy probablemente de la embajada norteamericana, la Oficina de Asuntos Interamericanos destacaba los vínculos de esa organización española con parte de la élite local y con la Iglesia Católica. No se equivocaba el redactor del informe al señalar que el primer propósito de Falange fue ganar apoyo para Franco y para el gobierno de Burgos entre los sectores más influyentes de la sociedad oriental. Un ejemplo al respecto lo constituyó la “Misión cultural” de Burgos enviada a Sudamérica en 1937, que visitó Montevideo. En esa ocasión el Padre Francisco Peiró, miembro de la misión, habló bajo el auspicio de un Comité de Damas compuesto por personas muy prominentes, como las esposas del presidente Terra, el Senador Luis Alberto de Herrera y de dirigentes del partido Riverista. A estos vínculos se sumaban los contactos con los representantes de las potencias del Eje, ambos ejemplificados en la visita a Montevideo de Rafael Duyos, por entonces conocido como el “poeta” de Falange, en diciembre de 1937. La reunión fue seguida por un almuerzo de “plato único” en Cervecerías del Uruguay, a la que asistieron más de mil personas, incluyendo los representantes locales del fascismo y el nacional socialismo y de la “Unión Nacional del Uruguay”. Entre los asistentes se encontraban Gregorio Álvarez Lezama, edecán del presidente Terra, el embajador de Italia, el Senador Manini Ríos, el estanciero Alejandro Gallinal (miembro del Partido Nacional, diputado, senador, constituyente, presidente del Banco de la República Oriental del Uruguay), entre otras figuras importantes.
Como queda claro, no escapaba a la observación estadounidense el arraigo que Falange había conseguido en buena parte de la élite uruguaya en los años de la Guerra Civil, así como el acompañamiento de la Iglesia Católica del Uruguay a la denominada cruzada franquista.
Dada la importancia que otorgaba la Oficina de Asuntos Interamericanos a la formación de la opinión pública, no sorprende que le haya dedicado una extensa parte del informe a la cuestión, en el que desatacaba que Falange había contado con un programa de radio vespertino llamado “Habla la Falange”, en Radio Artigas, CX 22 Fada, luego reemplazado por un programa llamado “Hora hispanoamericana”, dirigido por el falangista Santos Menéndez, que fue suspendido en diversas ocasiones por sus declaraciones antidemocráticas, referencias sarcásticas a los republicanos, ironías sobre León Blum, entre otras manifestaciones contrarias a la institucionalidad del Uruguay. El informe destacaba asimismo el importante papel de Tomas Arribas, “Españita”, en la difusión del ideario Falangista.
En lo relativo a la prensa escrita, el informe señalaba que en Montevideo se distribuían Orientación Española y Arriba, publicados en Buenos Aires, e Información, publicado por la Oficina de Prensa y Propaganda del estado español en Montevideo. La prensa local profalangista incluía La Voz de España, que recibía artículos de la representación del gobierno de Franco en Buenos Aires y La Tribuna Popular, suscripto a la agencia Roma y que publica propaganda falangista. Este último periódico tenía una circulación grande, ya que alcanzaba los 25000 ejemplares, y se creía que recibía financiación italiana y de miembros locales de Falange, de modo que era posible suponer que la influencia difusa del falangismo abarcaba un universo relativamente amplio.
En relación a la coyuntura política contemporánea a la redacción del informe, se destacaba el rol del primer secretario de la Legación Española, José del Castillo, designado por el ministro de Asuntos Exteriores Serrano Suñer para tomar control de las actividades locales de Falange. Con el nombramiento de del Castillo, que tenía acceso directo a su Cancillería, se disminuyó la autoridad de Germán Fernández Fraga, uno de los falangistas locales más prominentes, editor de Hispanidad, y uno de los fundadores de Fundación Española. Citando un informe de febrero de 1941, se afirmaba que del Castillo contaba con el apoyo de unos 1300 españoles residentes en Uruguay, 300 de los cuales habían sido seleccionados para desarrollar actividades para la causa falangista.
La figura de del Castillo despertaría en los años sucesivos el interés del FBI. En una semblanza realizada en 1943, cuando asumió como primer secretario de la Legación Española en La Paz, Francisco José del Castillo era considerado un miembro activo de Falange, que desde su llegada a Montevideo en 1939 se identificó con sus actividades. Se afirmaba, erróneamente, que cuando la organización falangista local se disolvió voluntariamente, él dirigió la Fundación Española desde julio de 1940 hasta su ilegalización en enero de 1942. El reporte daba lugar a las versiones que sostenían que del Castillo continuaba desarrollando actividades falangistas, y que estaba en contacto directo con Serrano Suñer, aunque a todas luces exageraba postulando “que tiene más poder que el propio ministro”.[6] Sus actividades, continuaba la semblanza, provocaron la firme enemistad de los españoles antifranquistas locales, así como de los demócratas uruguayos en general. La ficha del FBI sostenía que del Castillo había asumido la representación de los intereses de las potencias del Eje y que era el “verdadero ministro alemán”, mientras el embajador español era simplemente un figurante. Sin embargo, el mismo reporte reconocía que la diplomacia de Estados Unidos pensaba que actuaba bajo la autoridad del embajador español y que no excedía sus competencias.
De regreso al reporte de la Oficina de Asuntos Interamericanos, su percepción de los grupos nacionalistas uruguayos enfatizaba, de manera exagerada, su vínculo con Falange. En esta perspectiva, presentaba a la Acción Juvenil Artiguista y a la Alianza Libertadora del Pueblo Oriental como simples organizaciones de fachada de Falange tras su disolución, equiparándolas en ese sentido a la Fundación Española. Se trataba de grupos reportados como antiestadounidenses, antisemitas e hispanistas. El informe citaba la opinión de la legación norteamericana que entendía que aquellos grupos estaban inspirados por el falangismo, lo que era cierto, sin dudas.
Según este informe, “…el principal frente del Eje en Uruguay ha sido el Revisionismo, liderado por Leslie Crawford y Joaquín Mesías”, y apoyado por nazis, fascistas y falangistas. Se afirmaba con acierto que el Movimiento Revisionista era una organización, anticomunista, antisemita y antimasónica, “cuyo programa tiene un tufillo nazi”, y se aseguraba que tenía fuertes contactos con el Instituto Ibero Americano de Berlín, a cargo de la propaganda nazi en la región. Se reportaba que Crawford había hablado en junio de 1939, como representante del Revisionismo, en un acto de Falange en la localidad de Durazno.
La organización se centraba en Montevideo y se afirmaba que muchos de sus militantes trabajaban en empresas alemanas. Según la información de la Oficina de Asuntos Interamericanos, el Movimiento Revisionista tenía unos pocos cientos de adherentes, pese a que Leslie Crawford afirmaba que eran miles. El informe sostenía que, aunque los lideres eran Leslie Crawford y Joaquin Mesias[7], un empleado de poca importancia en la cancillería uruguaya, el verdadero impulsor de organización parecía ser el periodista Adolfo Agorio, asociado a La Mañana y El Diario, medios progubernamentales que a veces mostraban tendencias fascistas. Se señalaba con acierto que Agorio era anti-alemán en la Primera Guerra Mundial, pero tras un viaje, invitado por Hitler, pasó a alabar a su régimen.
Afortunadamente, en este punto podemos evaluar estas informaciones, su origen y sus límites. Como ha señalado Alpini (2015, 14), a diferencia de la coalición que sostuvo a la dictadura de Terra en el poder —conservadora, pero defensora del sistema de partidos políticos— las agrupaciones de la derecha radical uruguaya de los años treinta, buscaban romper con la tradición política del país, postulando la instauración de un estado nacional sindicalista, de inspiración fascista, jerárquico y autoritario. Su prédica era antiliberal, anti-izquierdista, anti-igualitaria, opuesta al imperialismo norteamericano y con frecuencia, antisemita. De hecho, Rafael Ravera Giuria, de Acción Revisionista del Uruguay, llevo adelante una campaña antisemita en ochenta audiciones por la emisora Monte Carlo entre 1933 y 1936, para compilarlas luego en un libro titulado Decálogo, publicado en 1937. En 1938 se atacó con bombas de alquitrán la fachada de un comité republicano español y una escuela judía, mientras en el año 1939 se registraron pintadas y volantes antisemitas, que llegaron a ser denunciados en la Cámara de Diputados, en Montevideo (Alpini, 2015, 40-43). Sabemos también que hacia 1939 y 1940, debido a la represión gubernamental contra las “actividades antinacionales,” el giro de la política internacional del presidente Baldomir y su alineamiento con los Estados Unidos, las publicaciones y los grupos de la derecha radical comenzaron a desaparecer de la arena política, por lo que no deja de sorprender la insistencia del informe en identificar con alarma a los revisionistas y a otros grupos que ya no podían actuar libremente desde al menos un año antes (Alpini, 2015, 67).
Probablemente la fuente de la alarma era la propia prensa montevideana y, sobre todo, la acción de denuncia del nazismo en el parlamento uruguayo, que recayó en un error que fue reproducido en este informe. La revista Corporaciones fue la primera de las publicaciones relevantes de la derecha radical uruguaya. Se publicó entre fines de 1935 y mayo de 1938 y según sus editores tenía una tirada de 3.000 ejemplares. Sus redactores responsables eran Ernesto Bauza, Nicolás de Pienzi y Teodomiro Varela y su más aclamado redactor era el ya citado intelectual y periodista Adolfo Agorio. Los hombres de Corporaciones fundaron en 1937 el movimiento Acción Revisionista del Uruguay, que, aunque compartió con la derecha radical una prédica antidemocrática y hostil a los partidos políticos, hacia fines de 1937 moderó su programa, se incorporó al Partido Colorado, y apoyó la candidatura de Alfredo Baldomir a la presidencia. En 1938, Fragua tenía como editor y director a Leslie Crawford y era el órgano oficial del Movimiento Revisionista. La policía de Montevideo tenía algunas informaciones de la agrupación, con sede en el Palacio Salvo. El agente que redactó el reporte advertía una “labor un tanto desorganizada, aunque febril y entusiasta” que contaba con adherentes obreros, en particular tranviarios (Alpini, 2015, 67- 68). Pese a su prédica inflamada, no parece que esta agrupación haya representado un peligro para la democracia uruguaya ni para la seguridad continental. En 1939 y 1940, Leslie Crawford y su Movimiento Revisionista fueron denunciados por los legisladores que integraban la Comisión de Actividades Antinacionales, en especial por Emilio Frugoni y José Pedro Cardoso. El gobierno y los diputados que llevaron a cabo la campaña antinazi, identificaron a la revista Corporaciones y a la Acción Revisionista del Uruguay con el nazismo, y Agorio fue acusado de traición a la patria. El diputado socialista José Pedro Cardoso denunció en el parlamento en mayo de 1940 a Acción Revisionista y la vinculó con el nazismo. En las denuncias en el parlamento se confundía a este grupo con el más radical Movimiento Revisionista, de Leslie Crawford, La confusión entre ambos movimientos quedó registrada en el Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes (Tomo 434, mayo de 1940, pp. 128 – 129, citado en Alpini, 2015, 60). De tal modo, el informe de la Oficina de Coordinación Interamericana repitió un error de la fuente que empleaba, además de incurrir en una probable exageración resultado, justamente, de la alarma que la derecha radical provocó en los sectores democráticos del Uruguay y que los redactores norteamericanos no lograron sopesar adecuadamente.
La visión del FBI
Las fichas del FBI referidas específicamente a Uruguay conservadas en el NARA nos permiten conocer algunas de las fuentes de información de esa agencia y considerar su capacidad para establecer diagnósticos y dar cuenta con certeza de la realidad política uruguaya. Las fichas permiten saber que, por supuesto, se seguía la información provista por los comunicados de prensa de la Legación Española y la proporcionada por el Comité de Investigación de Actividades Antinacionales.[8] Es muy probable que el análisis de esta información pública haya sido la fuente principal con la que contaba el FBI acerca de la Falange en Uruguay. Las fichas testimonian también que se seguía a los comunistas españoles residentes en Uruguay.[9] El FBI prestó atención las actividades del mexicano Vicente Lombardo Toledano, líder de la Confederación de Trabajadores Latinoamericanos, dirigente de izquierda y activo antifascista en su visita a Montevideo.[10] Aunque las fichas no lo consignan, estimamos que se accedía a tales informaciones a través de la acción de informantes.
En algunos casos se constata la existencia de lisos y llanos errores. En un reporte de un agente del FBI de marzo de 1942, conservado en su correspondiente ficha, se afirmaba, de modo equivocado, que el más importante falangista en Montevideo era Enrique Paz Moreira[11]. Paz Moreira era un carpintero español, afiliado a Falange que de ningún modo alcanzó la importancia que se le asignaba (Zubillaga, 2015, 241). Sabemos asimismo gracias a estas fichas que el FBI accedía a la información de aquellos españoles que querían acceder a la ciudadanía uruguaya, a los que cotejaba con los antecedentes de posible participación en el Falangismo.[12]
La información sobre Uruguay sistematizada en Totalitarian activities. Spanish Falange in the western Hemisphere Today, publicado en 1943, se basaba de manera casi literal —en lo referente a los acontecimientos de los años previos a 1941— en el informe de la Oficina de Asuntos Interamericanos y en los resultados de la Comisión Investigadora de Actividades Antinacionales. Gracias a esa fuente el informe consignaba que los falangistas habían usado en público y en privado los uniformes, saludos y lemas propios de esa organización (Hoover, 1943, 223).
Entre los aspectos novedosos referidos a aquel período, aparece en este informe del FBI la referencia a la existencia de una FET de la JONS Juvenil. Un error muy notorio que aparece en el informe —y que contribuye a nuestra evaluación acerca de la limitada fiabilidad de parte de los materiales producidos por el FBI— es que califica la tragedia que atravesó Santander en 1941 como un terremoto y no como el incendio que efectivamente ocurrió (Hoover, 1943, 224).[13]
El informe consignaba que era sabido que en el seno de Fundación Española se insertaron notorios falangistas como Fernández Fraga y José Pumarega y que la organización continuó existiendo hasta el 28 de junio de 1942, cuando fue disuelta por decreto presidencial, junto a otras organizaciones calificadas como totalitarias, refrendado por ley del 21 de noviembre de 1942.
El texto firmado por Hoover testimonia que el espionaje norteamericano no consideraba que la acción de Falange representara un peligro en la década de 1940.[14] Al momento de la redacción del informe, en 1943, se consideraba que no había más de 150 falangistas activos en Uruguay. El FBI estimaba que el decrecimiento en adhesiones se había debido al impacto negativo de las intensas persecuciones a los republicanos por el franquismo, a la que había considerado en años previos como nazificación de las políticas externas del gobierno franquista, a la creencia de que la victoria en la guerra sería de los aliados y al temor a que hubiera represalias en Uruguay contra las organizaciones antinacionales, lo que motivó la resistencia de los españoles residentes a participar de organizaciones o actividades falangistas. Otra posible razón del declive de Falange radicaba en el cambio de orientación que imprimió Gómez Jordana a la política exterior española. Una última razón considerada era la inclusión en la Proclaimed list of Certain Blocked Nationals de cuatro prominentes falangistas: Germán Fernández Fraga, Tomás Arribas, Francisco Ferrer Llul y Jose Pumarega, primer jefe de Falange en Uruguay.
Al momento de redactarse el informe, se había creado en Montevideo bajo los auspicios de la Legación Española, una confederación de sociedades, llamada Patronato Español, para promover las acciones falangistas. Estas asociaciones eran el Club Español, la Casa de Asturias, el Centro Gallego, el Hospital Sanatorio Español, la Cámara Española de Comercio y la Sociedad Española de la Virgen del Pilar. La mayor parte de las organizaciones españolas en Uruguay, de tinte republicano, no se integraron a este Patronato y, en la descripción de la orientación de los miembros de las sociedades involucradas, primaba más el conservadurismo, el anticomunismo y el monarquismo que el falangismo, mientras las actividades culturales y sociales no parecían dejar lugar para la acción clandestina de Falange.
Una excepción era la Casa de Asturias, presentada como la continuidad de Fundación Española y como centro de reunión de varones falangistas, y la Sociedad Española de la Virgen del Pilar, que se reunía en el Jesuita Colegio del Sagrado Corazón, al que acudían las mujeres falangistas más ardientes. Esta sociedad era dirigida por José Cavestany, presentado como un antiguo falangista que había perdido su fervor, y parecía dispuesto a aceptar a cualquier bando ganador, y el responsable de propaganda de la embajada, Germán Fernández Fraga. Eran muy activos en esta sociedad los sacerdotes jesuitas y conocidos anticomunistas Teixidor e Ignacio Irribarren (Hoover, 1943, 233). Más allá de que el conjunto de sus militantes no hubiera superado el medio centenar de personas, se trataba —como ha afirmado Zubillaga (2015, 222)— del principal núcleo del criptofalangismo en el Uruguay.
Más allá de las orientaciones de estas personas, el FBI no percibía un peligro en estas organizaciones ni en general en el Uruguay, ya que se remarcaba que se trataba del país de Sudamérica que había tomado las medidas más efectivas contra Falange. Se tenía certeza de que en el caso de que ésta pretendiera actuar clandestinamente, el gobierno oriental tomaría las medidas para eliminar estas operaciones (Hoover, 1943, 237).
Tal confianza se extendía a la escasa capacidad de las labores de propaganda falangista, una vez desarticuladas sus emisiones de radio y clausurada Hispanidad. De hecho, en su análisis de El Diario Español, que por entonces tenía una tirada de 5000 a 6000 ejemplares y al que los republicanos acusaban de ser falangistas, el FBI consideraba que se trataba de un periódico pro norteamericano. La preocupación que mantenían los agentes estadounidenses en 1943 se centraba en la Legación Española, ya que consideraban que casi todo su personal era falangista y que mantenían contacto con la embajada alemana en Buenos Aires (Hoover, 1943, 234-235).
A manera de conclusión
Como vimos, el momento de máxima expansión de la Falange en Uruguay coincidió con el desarrollo de la Guerra Civil Española. Lejos de configurar un frente avanzado de la Revolución Nacional – Sindicalista, en esos años los adherentes al falangismo y, en general, al bloque franquista, fueron los miembros de la élite española residente en Uruguay y de una parte importante del arco político de la derecha, así como de la práctica totalidad de los sacerdotes y laicos de la Iglesia Católica, mucho menos influyentes en el país de la margen oriental del Río de La Plata que en el resto de Hispanoamérica. En esa coyuntura, los mayores éxitos de la coalición franquista se dieron en el campo de la difusión de sus ideas por medio de diarios, programas radiales, manifestaciones, conferencias o sermones y en el de la recolección y envío de ayuda a la facción llamada nacional durante la guerra.
Con el fin de la Guerra Civil Española, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el alineamiento del Uruguay en las políticas panamericanistas, el peso del falangismo disminuyó significativamente. Mientras los sectores conservadores, anticomunistas y católicos —aun cuando apoyaran al régimen de Franco— tomaban distancia de los posicionamientos filofascistas, serían los grupos de la derecha radical uruguaya —muy minoritarios— los que se identificarían con Falange. Sin embargo, las políticas del estado uruguayo impidieron muy rápidamente el funcionamiento de la sección local de Falange y la difusión de sus ideas, condenando a la organización a un funcionamiento en las sombras que la condenaba a la insignificancia.
Tanto la Oficina de Coordinación Interamericana como el FBI tuvieron una visión ajustada acerca de las características reales del fenómeno falangista en Uruguay —más allá de algunos groseros errores de información y apreciación que hemos señalado— y desde temprano supieron que no encontrarían allí un peligro efectivo. Los vínculos entre el FBI y la Comisión Investigadora de Actividades Antinacionales y la colaboración entre los gobiernos de Estados Unidos y Uruguay permitía a la inteligencia norteamericana contar con información de calidad, aunque en ocasiones provocó que se compartieran errores de apreciación. Junto a ello, la confianza en que el gobierno uruguayo podía controlar las actividades clandestinas de Falange, permitió al FBI concentrarse en el seguimiento de los diplomáticos españoles, de los que se desconfiaba menos por su rol oficial, habida cuenta de la orientación neutralista abrazada por España desde 1942, que por sus posibles conexiones con las redes de inteligencia del Tercer Reich en la región.
Sabemos que la inteligencia norteamericana construyó una imagen en general certera acerca de la importancia del falangismo en la región, sobre la dimensión de la organización y el número de sus militantes, acerca de sus posibilidades de influencia social y sus disputas internas, así como en lo relativo a los caminos que la organización transitó una vez que no pudo continuar con su existencia legal en América. Sin embargo, los errores de interpretación y las exageraciones —producto seguramente de la escasa preparación de los agentes estadounidenses, pero también de sus prejuicios y sesgos interpretativos— eran frecuentes, y las omisiones, en parte resultado de cierta ceguera ante el acompañamiento de sectores de la elite social al franquismo, no resultaron inhabituales. Sabemos que, con todo, el conocimiento que acumularon sobre los falangistas fue considerable, aunque la atención a esa organización era muy reducida en relación a la dedicada al espionaje nazi, que concentraba el esfuerzo principal de las agencias norteamericanas de inteligencia.
Bibliografía
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Recibido: 21 de agosto de 2024
Aceptado: 11 de noviembre de 2024
Versión Final: 4 de diciembre de 2024
Anuario Nº43, Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2025
ISSN 1853-8835
[1] Este trabajo forma parte del proyecto “Franquismo y nación. Perspectivas transnacionales” (PID2022-141082NB-C21) en el marco del proyecto coordinado “Franquismo, nación y género en perspectiva transnacional” (FRANGETRANS), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España.
[2] National Archives and Record Administration II (en adelante NARA II), Record Group 59, Box 15, Declassification Review Project NND 780019.
[3] Para un desarrollo mayor, véase Lvovich (2022).
[4] En octubre de 1937 se celebró en el Teatro Solís el 15° aniversario de la Marcha sobre Roma, al que asistieron dos mil personas y en el que participaron nazis y falangistas uniformados. A la celebración del Día de la Raza de ese año asistieron fascistas uniformados. En 1938 el ministro alemán Otto Langmann convocó a una reunión al representante Soriano, al encargado de negocios de Italia y a los jefes nazi, fascista y falangista para orientar conjuntamente la acción de las tres naciones en relación a las colectividades y al gobierno. Ello preocupó a Burgos, que recomendó mantenerse al margen, sobre todo cuando los fascistas desarrollaron distintas acciones violentas. Con el estallido de la guerra resultaba muy inconveniente para Falange que se lo vinculara con las potencias del Eje.
[5] NARA II; RG 59, General Records of the Department of State, Box 15, “Office of Inteligence Research, Division of Research for the American Republics”, Miscellaneus Records, 1941- 1948, Reclassification Review ¨Proyect NND 780019.
[6] NARA II, Ficha Falange Bolivia CBD 12.6-43, Montevideo.
[7] En realidad, el apellido era Mesia, el informe lo consignaba de manera errónea.
[8] NARA II, Ficha Falange Uruguay Mil INT 2936m sept 26, MA, Uruguay.
[9] NARA II, Ficha Uruguay 2-22-44, Montevideo.
[10] NARA II, Ficha Falange A-143, 3-10. 12 noon, Montevideo. Lombardo Toledano había sido captado por la inteligencia soviética y mantenía contactos con la Inteligencia británica (Iber, 2013).
[11] NARA II, Ficha Falange. Sp diplomats March 30, 42. BA
[12] NARA II, Ficha Falange. Sp diplomats, MONTEVIDEO, 4-27-44
[13] En el informe se nombra dos veces a la ciudad como “Santandar”, dando cuenta del escaso conocimiento que tenían los agentes involucrados del país objeto de sus investigaciones.
[14] El FBI había sido informado que en 1941 se recibieron en Uruguay órdenes expresas del consejo nacional de Falange para dividir la organización en tres grupos. El grupo de acción se conformaría con 350 hombres de probada fidelidad y obediencia, y estaría bajo la supervisión directa de Del Castillo. El grupo económico se compondría de los más ricos hombres de negocios de Montevideo pertenecientes a la organización, y su objetivo era financiar a Falange. El resto de los miembros serian simpatizantes y formarían parte del Auxilio Social, la ayuda de invierno o la Sección Femenina. Sin embargo, la agencia estadounidense no había recibido información que les hubiera permitido constatar que este grupo se hubiera conformado efectivamente.