Entre el revisionismo histórico y la historiografía mitrista: las interpretaciones de Manuel Gálvez sobre la Guerra del Paraguay

Entre el revisionismo histórico y la historiografía mitrista: las interpretaciones de Manuel Gálvez sobre la Guerra del Paraguay

Between historical revisionism and mitrist historiography: Manuel Gálvez's interpretations of the paraguayan war

GONZALO RUBIO GARCÍA

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Universidad Nacional de San Martín

gonza_rubio@hotmail.com

RESUMEN

En este trabajo analizamos las construcciones que realizó el escritor Manuel Gálvez sobre la Guerra del Paraguay, considerando las posiciones e ideas del revisionismo histórico y la denominada historiografía mitrista sobre el conflicto, con el objetivo de establecer cercanías y distancias del autor respecto a esos relatos. A partir de los artículos periodísticos, biografías históricas y novelas que publicó Gálvez, entre las que se destacan la trilogía titulada Escenas de la Guerra del Paraguay (1928-1929), argumentamos que muchos de los puntos sostenidos a lo largo de su carrera intelectual coincidían con las posiciones mostrada por el relato mitrista, aunque mantuvo algunas posiciones similares a las expresadas por los revisionistas, incluso antes de acercarse a ese grupo, mostrando un escenario complejo al momento de reconstruir sus posturas respecto al conflicto.  

Palabras clave: nacionalismo, revisionismo histórico, historia intellectual, historia argentina

ABSTRACT

In this work we analyze the constructions made by the writer Manuel Gálvez regarding the Paraguayan War, considering his positions and ideas on the conflict within the context of historical revisionism and the so-called mitrist historiography. Our aim is to establish both similarities and differences between the author and these narratives. Drawing on Gálvez's journalistic articles, historical biographies, and novels, including the trilogy titled 'Scenes of the Paraguayan War' (1928-1929), we argue that many points sustained throughout his intellectual career aligned with the positions presented in mitrist accounts. However, he also maintained some stances similar to those expressed by revisionists, even before affiliating with that group, revealing a complex scenario to reconstruct his perspectives of the conflict.

Keywords: nationalism, historical revisionism, intellectual history, argentine history

Introducción

La Guerra del Paraguay (1864-1870) fue un acontecimiento bélico que enfrentó a los países de la Triple Alianza, la coalición formada por Brasil, Uruguay y Argentina, y al Paraguay gobernado por Francisco Solano López (1864 y 1870). Al poco tiempo de su finalización comenzaron a surgir diferentes interpretaciones en toda Latinoamérica que lograron perdurar hasta nuestros días. Distintos intelectuales -entre ellos Juan Bautista Alberdi y Vicente Fidel López- analizaron el tema con diferentes objetivos políticos e historiográficos, modificando sus ideas a lo largo de los años. Este también fue el caso de Manuel Gálvez, un literato que tomó relevancia en la primera mitad del siglo XX, primero ligado a los círculos nacionalistas y luego también al revisionismo histórico, que abordó varias problemáticas sobre el pasado argentino a partir de sus novelas históricas y biografías, incluyendo allí distintos escritos sobre la Guerra del Paraguay. En este trabajo nos proponemos analizar las ideas y posiciones que expresó sobre el conflicto bélico a lo largo de su carrera intelectual, considerando en el análisis las interpretaciones del revisionismo histórico y la denominada historiografía mitrista, para establecer las cercanías y distancias que tuvo Gálvez con esas corrientes historiográficas.

En este punto se vuelve necesario describir brevemente al revisionismo histórico y la “historia oficial” -denominación bajo la que también se ha considerado al relato mitrista-, ya que estos fenómenos historiográficos atraviesan directamente los temas aquí estudiados. Algunos historiadores situaron la emergencia del revisionismo histórico una vez comenzada la década de 1930, como producto de la crisis del modelo agroexportador (Halperín Donghi, 2005: 17; Cattaruzza, 2003: 145-153). Este suceso incentivó los análisis sobre el pasado desde una perspectiva antiimperialista que buscaba encontrar el punto de origen en que la Argentina había perdido su rumbo político, económico y cultural. Se comenzaron a examinar las construcciones sobre el pasado hasta ese entonces prevalecientes en la sociedad, logrando que posteriormente distintos intelectuales revisionistas pudieran incorporar al debate público algunas interpretaciones sobre los sucesos históricos y las figuras más trascendentales para la Argentina. Sin embargo, siendo un fenómeno muy complejo, deben tomarse con recaudo aquellas definiciones que hacen del revisionismo un mero intento por rescatar a la figura de los caudillos del interior y de Juan Manuel de Rosas en contra del panteón construido por la llamada “historia oficial”, pues algunos de los revisionistas tenían miradas distintas sobre el gobernador de Buenos Aires y otros políticos, como Mariano Moreno (Plotkin, 2017: 236; Cattaruzza, 2003: 145). Había muchas diferencias en torno a temas como el latinoamericanismo, el hispanoamericanismo, el peronismo, la figura de Rosas y también de Hipólito Yrigoyen, entre otras cuestiones (Terán, 2012: 227-230; Cattaruzza, 2003: 145-146, 152-156; Goebel, 2003: 75; Halperín Donghi, 2005: 17; Stortini, 2006: 176-180; Rubio García, 2016: 185). En ese sentido, la importancia de estudiar a Gálvez en relación con la Guerra del Paraguay radica en su particular versión sobre el conflicto -distinta a la de otros autores revisionistas- y las usuales caracterizaciones que se han realizado en torno a esta corriente historiográfica, siendo muchas veces soslayadas las diferencias en los relatos de sus promotores (Baratta, 2014: 104).

En el caso de Gálvez, en los años cincuenta mostró al revisionismo a partir de la transmutación de valores que habría generado: “lo que hasta ayer fue bueno, por ejemplo fundar ferrocarriles aunque entregándolos al imperialismo extranjero, hoy nos parece muy malo” (Gálvez, 1957: 337). Para el autor, representaba principalmente una herramienta que servía para cambiar las imágenes y posiciones políticas sobre el pasado instaladas por los intelectuales de la “historia oficial”, incluyendo algunos de los héroes del panteón nacional. Esta corriente, al menos así considerada desde el revisionismo, fue definida por José María Rosa (1968: 34) como un tipo de historiografía elaborada por los vencedores de la Batalla de Caseros (1952), la “oligarquía” y los “enemigos del pueblo argentino”, que se encontraba representada por Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento, entre otros, razón por la que asimilaban la “historia oficial” a la historiografía mitrista. Según afirmó el autor, buscaba identificar al Estado con ideas que no eran originarias del propio país, sino extrapoladas de otras regiones, entre las que se encontraban la libertad, la civilización o cualquier abstracción universal (Rosa, 1968: 34). Para el caso, el autor revisionistas Atilio García Mellid (1985: 30-31, 56) afirmaba que la historia oficial podía explicarse a partir de los “liberales” y “unitarios” de la “ilustración” que habían luchado contra la “justicia verdadera” de los caudillos, el grupo enemigo representado por Rosas, Yrigoyen y Juan Domingo Perón, entre otros. Historiadores como Ernesto Quesada o Estanislao Zeballos, afirmaba, habían buscado desarmar la “historia oficial” y mitrista de índole eurocéntrica, que incluso había compartido “un historiador de mentalidad oligárquica como Emilio Ravignani” (García Mellid, 1985: 43, 56, 63). Respecto al término “historia oficial”, José Carlos Chiaramonte ha demostrado que proviene de la cultura europea y que pudo haber llegado a Argentina por la circulación de ideas de la Action Française, Hilaire Belloc y G. K. Chesterton. El término tiene su uso más antiguo registrado en el escrito La historia falsificada de Ernesto Palacio (1939), obra que consistía en una versión crítica de la historia elaborada por Mitre y Vicente Fidel López, continuada luego por Ricardo Levene.[1]

Respecto al tema principal de este trabajo, muchos autores han dedicado algunas líneas a analizar las imágenes que construyó Gálvez sobre la Guerra del Paraguay. Ya hacia la década de 1960, Bernardo Blanco González (1963) afirmó que las obras dedicadas enteramente a períodos históricos ganaron terreno entre los intereses de Gálvez y comenzaron a ser más frecuentes con posterioridad a 1928, momento en que se inició la edición de su trilogía titulada Escenas de la Guerra del Paraguay (1928-1929), pero sin abandonar las frecuentes posiciones sobre el catolicismo y el nacionalismo, entre otras cuestiones. Con posterioridad, la autora Hebe Clementi (2001: 134-147) compartió la posición de Blanco González, pero afirmando que desde El diario de Gabriel Quiroga (1910) el escritor se refugiaba en el “pasado como explicación genética del presente”, recayendo circunstancialmente en su faceta historiográfica.

Mientras que Graciela Goldchluk (1996: 25-26) afirmó que El diario… conectaba a Gálvez con los “revisionistas del segundo nacionalismo”, y María Teresa Gramuglio (2013: 147) encontró allí anticipados algunos de los tópicos del “futuro revisionismo histórico”, Clementi (2001 160-161) consideró que recién hacia 1930 creció en el autor la “postura revisionista de nuestra historia con un acentuado sentido antiliberal”, tendencia que habría tenido importancia en su elección para la producción de novelas. Sin embargo, también destacó: “la historia [Los caminos de la muerte (1928), el primer libro de la trilogía Escenas de la Guerra del Paraguay] en realidad es coincidente con la historia oficial argentina, para llamarla de alguna manera” (Clementi, 2001: 161). La autora describió el acercamiento de Gálvez al pasado como una forma de nostalgia, en un proceso donde trataba de descubrir y construir aquel período perdido. Si bien remarcó su elección por reivindicar estáticamente aquel pasado, es posible que el análisis de la historia cobrara en Gálvez, como posteriormente sucedió con otros revisionistas, un sentido argumentativo para la política. También ha remarcado la “presencia intelectual de [Carlos] Pereyra” -un historiador positivista mejicano- en las obras de Gálvez, puesto que sus escritos lo habrían deslumbrado. Sin embargo, la autora matizó esa filiación debido a las diferentes posturas que ambos tomaron respecto a la Guerra del Paraguay (Clementi, 2001: 160; Pereyra, 1945: 10-20). Con posterioridad, el politólogo Eduardo Toniolli (2018: 248) también afirmó que al escribir su trilogía sobre la Guerra del Paraguay aún persistía en Gálvez una mirada histórica “permeada por la historia oficial, aunque con matices”. Sin embargo, en el texto no se define con claridad a ese tipo de historiografía ni a los intelectuales que habría contenido. En los últimos años también surgió el trabajo de Matías Grinchpun (2011: 211), que analizó la temática de la guerra en las obras de Gálvez y el impacto que tuvo el clima político de principios del siglo XX en sus escritos, incluyendo allí el desarrollo de las vanguardias culturales y posteriormente el fascismo. El conflicto entre las cuatro naciones fue presentado como una epopeya, entendida bajo la interpretación mitrista sobre ese suceso, que afianzó la unidad espiritual del país, ya que la “salvación de la Argentina”, en términos sociales, morales y políticos, debía buscarse para Gálvez en la guerra con un país exterior (Grinchpun, 2011: 211: 222).

Como podemos observas hasta aquí, surgieron varios escritos que han abordado la interpretación de Gálvez sobre la Guerra del Paraguay, pero considerando esquemáticamente su propuesta, adjudicándole perspectivas del revisionismo o de la “historia oficial”. A partir de los autores mencionados, y para establecer con claridad las posiciones respecto al tema, como una primera hipótesis consideramos que varias de las posturas que mantuvo Gálvez coinciden con la interpretación de la historiografía mitrista sobre el conflicto. Si bien se definió como un escritor revisionista hacia la década de 1930, en especial al describir al accionar de Solano López en la guerra, no se desprendió por completo de las ideas expresadas por el relato mitrista, en especial al caracterizar los inicios del conflicto bélico. Al mismo tiempo, las posiciones que sostuvo sobre los caudillos y que relacionó a la figura de Solano López recibieron aportes que provenían de intelectuales ajenos a los círculos revisionistas. En segundo lugar, proponemos que realizó un examen sobre la guerra con objetivos políticos nacionalistas, ya que abordó la temática en relación con los cambios que pretendía establecer en la sociedad, más allá de la objetividad que trató -infructuosamente- de imprimirle a su análisis.

El análisis sobre las construcciones que Gálvez realizó respecto a la Guerra del Paraguay y la comprobación de las hipótesis planteadas en este trabajo se realizará a partir de las opiniones que el autor expuso en algunos artículos sobre el tema publicados hacia el año 1928 en el diario La Nación, distintas biografías históricas que escribió sobre figuras trascendentales del pasado a lo largo de su vida -incluyendo allí a políticos como Sarmiento y Rosas-, sus memorias y la novela que editó entre 1928 y 1929, la trilogía titulada Escenas de la Guerra del Paraguay. También se emplearán diferentes artículos en donde mencionó brevemente la problemática sobre la guerra y los caudillos sudamericanos.  

Manuel Gálvez y las interpretaciones de la Guerra del Paraguay

Gálvez comenzó su carrera intelectual como periodista y escritor, ligado a los grupos que admiraban a la figura de Rubén Darío y participaban del modernismo literario, como muchos otros autores de principios del siglo XX, entre ellos, Leopoldo Lugones. Las principales características que identificaban los textos modernistas estaban relacionadas a la búsqueda de una idea de belleza, desde un punto de vista espiritualista, que sirviera directamente para el conocimiento de la realidad y que contradijera la verdad científica. Rafael Arrieta (1956: 53) sintetizó a esta corriente con gran exactitud: “Suma de coincidencias en una disconformidad cohesiva, el modernismo reunió a románticos y realistas, a católicos y ateos, a conservadores y ácratas”. Para el autor representaba el repudio al lugar común, la emancipación del cauce rutinario (Arrieta, 1956: 53; Ferrada, 2009: 66).

Rápidamente Gálvez abandonó la estética modernista e impuso el realismo literario en sus obras, estilo con el que produjo representaciones sumamente descriptivas, encontrándose en sintonía con las metodologías de observación propuestas por el positivismo, pero que congeniaba con posiciones cercanas al irracionalismo y el espiritualismo (Clementi, 2001: 19). Estas características de sus libros también acompañaron las construcciones de sus novelas históricas y biografías. Aquella particularidad comenzó a ser expresada por el autor en una de las primeras obras en las que abordó el pasado argentino: El diario de Gabriel Quiroga (1910 [2001]). Allí utilizó muchas de las ideas que luego retomó desde su posición revisionista, adoptada en la década de 1930. Por dicha razón podemos encontrarnos con párrafos reivindicatorios sobre la figura de Rosas -en especial por considerarlo el creador de la organización nacional- y críticos de la labor llevada adelante por Bernardino Rivadavia y Alberdi. Respecto al último intelectual afirmó: “Era un espíritu europeo y tenía toda la pedantería y toda la ingenuidad del perfecto unitario” (Gálvez, 1910 [2001]: 130, 136).

Siguiendo las ideas espiritualistas elaboradas en sus primeros años como escritor, en todas sus obras Gálvez utilizó la historia como una herramienta que servía para comprender el momento en que se había abandonado el camino del catolicismo y el nacionalismo en Argentina a favor del liberalismo y el materialismo -entendido en su concepción vulgar, asociado al cientificismo y contrario del espiritualismo-, posiciones que habrían terminado por corromper a la sociedad (Gálvez, 1910 [2001]: 80, 135-138, 140). A pesar de las finalidades políticas mediante las que concebía su labor historiográfica, Gálvez apeló a la objetividad al momento de realizar sus textos sobre el pasado. Afirmaba que sus obras literarias se encontraban ampliamente documentadas y que siempre había practicado la imparcialidad debido a su estilo realista, influenciado en su metodología de producción por Émile Zola, un autor que enalteció en innumerables oportunidades (Gálvez, 1959: 66, 33; Sánchez, 2017: 168). Sobre el tema, afirmó: “en mis once novelas de ambiente histórico mis personajes no pronuncian sino frases que realmente pronunciaron o que escribieron en cartas o en artículos” (Gálvez, 1959: 77). A su vez destacó que Los caminos de la muerte, la primera obra de la saga, fue documentado como un libro de historia, a pesar de que se apartó de la “estricta verdad” en casos menores, algo permitido para un novelista, afirmaba, “siempre que no altere la verdad de los sucesos” (Gálvez, 1962b: 36-37; Gálvez, 1928: 339). Todavía en 1940, al editar su biografía Vida de Juan Manuel de Rosas, sostenía su imparcialidad acerca de la temática adjudicándose un origen anti rosista y un conocimiento adquirido a partir de los manuales escritos “por sus enemigos”, es decir, los autores ligados a la “historia oficial” (Gálvez, 1997: 15). De esa forma, tanto la objetividad como la imparcialidad se presentaban en su relato como una condición para que sus argumentos sobre al pasado argentino cobraran jerarquía académica.

Es posible que Gálvez (2002: 45, 434, 560; 1928: 7; 1965: 35; 1997: 14, 177) diera importancia a la imparcialidad por los fluidos contactos que mantuvo con autores como Ricardo Levene y Emilio Ravignani y la complementariedad que buscaba establecer entre sus obras y las de Adolfo Saldías, uno de los primeros intelectuales en abordar la época de Rosas y un relevante político decimonónico de la Unión Cívica Radical. De todas formas, al poco tiempo se desentendió de la figura de Levene. Al convertirse en seguidor de Vicente D. Sierra (1893-1982) -un escritor hispanista y católico que reivindicaba la conquista de América-, comenzó a denostar su figura, pues “sin saber demasiado”, afirmaba, había sido el “padre de nuestra historia” (Gálvez, 1962a: 57). Más allá de mencionar su origen judío, siendo su padre sastre, destacó su presidencia en la Academia Nacional de la Historia, establecimiento desde el que habría realizado mucho “daño a la justicia y a la verdad históricas defendiendo la historia oficial”, interpretación del pasado que describía como una colección de “errores, embustes y resentimientos” (Gálvez, 1965: 258).

Respecto a los historiadores cuyos méritos destacaba, mencionó a Mitre por ser uno de los primeros eruditos del país en incorporar a sus escritos un importante corpus de documentos. Trató de seguir las fundamentaciones metodológicas del expresidente, aquellas que se caracterizaban por utilizar una nutrida cantidad de fuentes primarias, a la usanza de los historiadores alemanes, como Leopoldo Von Ranke (Devoto y Pagano, 2009: 25). Siguiendo esas ideas es que en torno a la segunda mitad del siglo XX despotricaba contra el intelectual Paul Groussac por haber sido considerado en su momento “el hombre que enseñó a los argentinos a hacer historia, a buscar documentos, manejarlos e interpretarlos” (Gálvez, 2002: 146). Aquellas afirmaciones, destacaba, eran injustas con Mitre: “creador de nuestra literatura histórica, historiador serio y veraz y cuyas construcciones monumentales asombran si se piensa en los tiempos que fueron realizadas y para las cuales necesitó reunir, clasificar y estudiar millares y millares de documentos” (Gálvez, 2002: 146). Además, agregó: “Aparte de esto, Mitre sabía hacer libros, construirlos, y Groussac no lo sabía” (Gálvez, 2002: 146; Gálvez, 1965: 39).[2]

En relación con la metodología que utilizaba en sus escritos, Gálvez también dio cierto lugar en sus obras para explicar los documentos empleados. Siendo un reconocido miembro de la elite intelectual argentina, tuvo acceso a distintos registros, epístolas y diarios personales de otros hombres prestigiosos, circunstancia que facilitaba la obtención de fuentes para realizar sus textos. En sus memorias dio cuenta de los procedimientos exhaustivos que realizó para documentarse, entre los que también mencionaba la utilización de muchísimas entrevistas con parientes, amigos y colegas cercanos a los hechos y personas biografiadas que investigaba (Gálvez, 1965: 11).

Siguiendo sus pautas metodológicas y conceptuales, hacia 1928 Gálvez publicó en el diario La Nación una serie de artículos sobre la Guerra del Paraguay en los que hablaba de la falta de unidad regional respecto al conflicto, dudando de la adhesión de muchas provincias, como por ejemplo Entre Ríos. A partir del análisis de la contienda, Gálvez mostró algunas de las pautas que guardaba en su idea de nación argentina y su consecuente nacionalismo, pues utilizó el tema para analizar la situación de las provincias argentinas respecto al Estado nacional hacia el siglo XIX. Como consecuencia de la guerra, afirmaba, en esa época habían renacido los localismos, pues se creía incentivada por los porteños y no por las demás provincias argentinas, más proclives a entenderse culturalmente con Paraguay, al menos aquellas que se encontraban cercanas a dicho país. Muchos ciudadanos de Corrientes se sentían hermanos de los paraguayos y los apoyaban en la guerra considerando a los porteños como traidores (Gálvez, 1928: 5-25).[3] En ese sentido, Gálvez criticaba los intentos de Buenos Aires por imponer su voluntad en torno a la segunda mitad del siglo XIX, desentendiéndose de la voluntad del conjunto de provincias, situación que, afirmaba, pudo observarse claramente a partir del inicio de la Guerra del Paraguay.

Para Gálvez la idea de nación cultural y el nacionalismo habían sido realmente incentivados una vez finalizado el conflicto con Paraguay, encontrándose la Argentina más estructurada en términos políticos. Como consecuencia de la contienda se habrían podido olvidar las guerras civiles y los rencores entre las provincias, estimulando los actos patrióticos y las fidelidades por el país (Gálvez, 1928: 5, 7, 29, 127; Gálvez, 1929b: 79). Hacia finales de la década de 1920, afirmaba que había ganado lugar como una guerra nacional, no solo porteña, porque se terminaron plegando todas las provincias como resultado de la invasión paraguaya en 1865, siendo el último argumento coincidente con el relato mitrista y opuesto a la versión antiimperialista sostenida por algunos autores del revisionismo histórico. Debemos recordar en este punto la posición que tomaron distintos intelectuales -como Raúl Scalabrini Ortiz (1956), Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde (1965) y Atilio García Mellid (1963), entre otros- que explicaron la contienda a partir de la óptica revisionista, apelando a la necesidad del capitalismo inglés decimonónico por corromper el Paraguay y destruir su crecimiento económico, caracterizando a Mitre como un representante de los intereses del Imperio Británico, los brasileros y la “oligarquía” de Buenos Aires, sectores que se encontraban interesados en incrementar sus ingresos a partir de los negocios que podían llevarse adelante mediante la contienda (Baratta, 2019: 223; Charadía, 2016: 44; Stortini, 2006: 166; Brezzo, 2010: 15).  

En el relato de Gálvez se apelaba a los recuerdos heroicos y los enemigos externos a la República para explicar las razones por las cuales se habría incentivado finalmente la unión de las provincias. El autor se encargó de mostrar los horrores de la guerra: las traiciones de ambos bandos, las deserciones, decapitaciones y el malestar general que transitó la sociedad en esos años. Gálvez hizo hincapié en las enfermedades, la miseria y otros vejámenes a la condición humana que formaron parte de la contienda. Sin embargo, consideraba, eran parte necesaria de la batalla que lograba incentivar un torbellino de pasiones en ambos frentes y la búsqueda de la gloria, asemejada en la obra como una forma de nobleza (Gálvez, 1928: 226, 241, 243, 269; Gálvez, 1929a: 56). La preparación hacia la guerra habría incentivado al espíritu patriótico y las actitudes heroicas. Los monumentos, símbolos, el himno argentino, entre otras cuestiones, cobraban otra imagen en la sociedad frente al contexto bélico y eran vistos como fuente de inspiración y respeto por quienes estaban dispuestos a morir en el campo de batalla (Gálvez, 1928: 58-59). Según Gálvez, incluso podían llegar a generarse los momentos de mayor emoción en las vidas “mediocres” de los ciudadanos argentinos (Gálvez, 1928: 63, 127).

Si bien se ha sostenido que El diario…, al igual que Escenas de la Guerra… y El gaucho de Los Cerrillos (1923) -sus dos primeras obras completamente dedicadas al pasado argentino-, no forman parte de su bibliografía revisionista, la gran mayoría de las ideas allí expresadas no contradicen sus posteriores posiciones respecto al pasado argentino. Como mencionamos, en Escenas de la Guerra… trató de seguir los lineamientos de la comúnmente denominada historiografía mitrista, ya sea a través de los -no del todo logrados- métodos “objetivos”, como así también de las posiciones en las que se mostraba a la Argentina respondiendo a las agresiones paraguayas antes que instigando el conflicto bélico, postura que también tomaron autores como Vicente Fidel López (1896) y Mariano Pelliza (1897) (Baratta, 2014: 101). Por dicha razón, en Escenas de la Guerra…, afirmó: la “guerra contra el Paraguay fue la más justa de las guerras que ha habido en el mundo”, pues culpaba a Solano López por haber iniciado la contienda al anexar la provincia de Corrientes, ya que el caudillo -así lo argumentaba Gálvez-, incluso antes de asumir como gobernador del Paraguay, tenía en mente la idea de llevar adelante el despliegue militar.[4] Por el contrario, Mitre habría buscado implementar distintos arreglos que fracasaron debido a los desacuerdos políticos que se generaron con su par paraguayo (Gálvez, 1929a: 87-93).[5] Esta construcción que presentaba a Mitre como un adalid de la paz también fue sostenida en su etapa revisionista de la década de 1940, momento en que afirmó que, lejos de querer la guerra, buscaba evitarla. Así, “ocurrido el atropello” de Solano López, motivado por su ambición, Argentina no habría tenido más remedio que iniciar su campaña.[6] En ese sentido, hacia 1945 afirmó: “era tan probable el ataque del Paraguay que bien pudieron el Brasil y la Argentina haber estado en conversaciones por si el caso llegaba” (Gálvez, 1957: 269, 300).

Gálvez afirmaba que, por la identidad, el idioma y las costumbres, había simpatía entre el ejército argentino y los soldados del país vecino: los argentinos “achacaban la guerra a López, no al pueblo paraguayo” (Gálvez, 1929a: 82).[7] La buena imagen que Gálvez produjo sobre ellos a lo largo de su vida no era trasladable a los ejércitos brasileros. El autor mostró sus diferencias culturales: mientras eran presentados en el relato de Gálvez como “negros perversos”, “hijos del diablo”, aquellos que provenían de Río Grande, más cercanos culturalmente a la Argentina y Uruguay, guardaban para el escritor una condición distinta. Esos hombres, provenientes de una “tierra de auténticos gauchos”, “valerosos” y “nobles”, tenían diferencias sustanciales con los típicos brasileros (Gálvez, 1929a: 271, 280).

En cuanto a la personalidad de Solano López, lejos del carácter revisionista que profundizará a finales de la década de 1930 sobre otros temas, en sus primeros escritos sobre la Guerra del Paraguay, aquellos editados en el diario La Nación, Gálvez lo describió como un tirano ambicioso que buscaba expandir sus dominios sobre Sudamérica. Si bien consideraba que los argentinos nada habían tenido que ver en la perdida de una quinta parte de la población del país vecino, afirmaba que Solano López no había detenido la contienda al perder a gran parte de sus soldados como producto de su impericia y la proliferación de enfermedades. La megalomanía de Solano López, afirmaba Gálvez, lo había llevado a anticiparse a lo que creía eran los posibles ataques de Argentina, Uruguay y Brasil por desmembrar el territorio paraguayo. Sus miedos, sumado al espectáculo cortesano y militar que se le habría “subido a la cabeza” estando de viaje por Europa, y las relaciones con la ambiciosa Elisa Lynch, quien ejerció el poder con la naturaleza de una primera dama y lo incitaba a luchar contra Buenos Aires por las constantes críticas que recibía en los diarios locales, habrían determinado la suerte del Paraguay.[8] De esa forma, el famoso pedido de Solano López para que sus tropas pudiesen transitar por Corrientes hacia la zona del Uruguay y Brasil habría sido solo una excusa para desatar el conflicto.

En las primeras investigaciones sobre el tema en el diario La Nación, Gálvez dio muchísima importancia a la figura de Elisa Lynch. Ella habría tenido distintas aventuras hasta el punto de convertirse en una “loreta” -léase, prostituta de categoría- capaz de endulzar a Solano López para que cumpliera sus designios. Según Gálvez, había logrado que el líder paraguayo hiciera lo que “le daba la gana”, convirtiéndose en la verdadera soberana del Paraguay.[9] Incluso, con anterioridad a escribir Escenas de la Guerra… llegó a afirmar que Solano López no era para nada patriota, pues había regalado a Lynch varios terrenos de tierra en perjuicio del país. En su ambición, ambos habrían coincidido en hacer del Paraguay un Imperio y de Solano López un Napoleón americano.

Al poco tiempo, en torno a 1928, algunos años antes de la emergencia del revisionismo como corriente historiográfica, Gálvez cambio su posición sobre Solano López. Fue él mismo autor quien afirmó que, a partir de Escenas de la Guerra…, modificó su concepción acerca del líder paraguayo: “mi libro iba avanzando cuando comprendí que Solano López, hubiera sido lo que hubiera sido, defendió a su patria con tenacidad y patriotismo sublimes y que en su muerte hubo una grandeza trágica” (Gálvez, 1962b: 39).[10] Por esos motivos terminó su libro “atenuando en algunos momentos la rigidez del concepto liberal y mitrista acerca de Solano López y de su gobierno”, que presentaba similitudes respecto a las posiciones que muchos autores también sostenían “sobre don Juan Manuel de Rosas” (Gálvez, 1962b: 39).

El cambio de posición que llevó adelante fue consecuencia de los contactos epistolares que mantuvo con Juan E. O’Leary (uno de los principales intelectuales defensores de la figura de Solano López, integrante del partido conservador paraguayo Asociación Nacional Republicana), y con otro autor cercano, el venezolano Rufino Blanco Fombona, que al igual que Gálvez se sintió en un primer momento cautivado por las ideas hispanoamericanistas de Rubén Darío y su impronta modernista, luego orientando sus escritos hacia el naturalismo. La Guerra del Paraguay constituyó un tópico central que motivó la publicación de una diversa cantidad de obras en las primeras décadas del siglo XX. Tanto en Uruguay, mediante los textos de Luis Alberto de Herrera, como en los ya mencionados casos de O’Leary, Blanco Fombona, y también el historiador Carlos Pereyra, se denunciaron los efectos que tuvo el conflicto bélico sobre la región, presentando a Mitre como un personaje repudiable y exaltando la figura de Solano López (Reali, 2016 6-7). En el caso de Pereyra, el rechazo a la república española, en el que también coincidía Gálvez, acercó a ambos intelectuales. Estos autores, cuyo nexo en común fue Manuel Ugarte, con quien mantuvo una relación de amistad, se caracterizaron por oponerse a la política internacional llevada por Estados Unidos desde una perspectiva hispanoamericanista (Payá & Cárdenas, 1978: 65; Quijada, 1985: 32). En el caso de la Guerra del Paraguay, el intercambio epistolar que mantuvieron O’Leary, Blanco Fombona y Carlos Pereyra, en el que posteriormente intentó introducirse Gálvez hacia la década de 1920, produjo un consenso a partir de la circulación de ideas. Allí principalmente se criticaba la “historia escrita por los argentinos según sus conveniencias”, haciendo alusión a la versión mitrista del conflicto (Reali, 2016: 6-7).

Los cambios sobre Solano López son principalmente deudores de la obra de O’Leary titulada El mariscal Solano López (1925), editada unos años antes que los libros de Gálvez (Gálvez, 1962b: 38). Blanco Fombona prologó este libro mostrando su impronta a favor de Solano López. Afirmó: “es el espíritu del Paraguay convertido en acero de espada, como usted, O’Leary, es el espíritu del Paraguay convertido en acero de pluma” (O’Leary, 1925: 7). A su vez, O’Leary presentaba a Solano López bajo una óptica nacionalista, respondiendo a las pretensiones expansionistas de sus países vecinos, que en el caso de Argentina -país que descalifica a fin de exaltar la importancia regional del Paraguay- encontraban sus raíces en el gobierno “tiránico” de Rosas (O’Leary, 1925: 26, 53). Caracterizó al “superhombre paraguayo” desde su cultura y finura, destacando una faceta caritativa y compasiva, exaltada por el pueblo paraguayo, que no solo lo glorificaba como su líder, uno superior que José de San Martín, sino que lo consideraba la encarnación de la patria paraguaya (O’Leary, 1925: 27-28, 372).

En Escenas de la Guerra…, Gálvez describió a Solano López como “instinto, arrebato, inspiraciones”, mientras que Mitre dirigía la guerra como un militar de escuela: el “inventaba los más ingeniosos ardides” (Gálvez, 1929a: 86). El líder paraguayo “leía a los hombres, como Facundo Quiroga […] la traición y aún la aptitud no revelada”, por dicha razón, afirmaba, tenía un gran talento como gobernante, a la vez que lo definía como un “hombre de finos modales y agradable conversación, conocedor del francés y del inglés” (Gálvez, 1929a: 86). Puede que la mención de Gálvez sobre Quiroga guarde alguna relación con la figura de David Peña, autor rosarino del que era amigo (al igual que O’Leary) y guardaba un buen concepto como intelectual, siendo uno de los primeros en reivindicar la figura del caudillo hacia principios del siglo XX. Quizá la relación de amistad que mantuvieron fuera una de las razones por las que exaltó a los caudillos con algunas de las características que usualmente Peña encontraba en ellos, cuestión que se puede percibir en la reseña que escribió Gálvez sobre el libro Juan Facundo Quiroga (1905) para la Revista de Derecho, Historia y Letras (1907). Allí adscribió a las posiciones del autor, ya que se mostró como un defensor de la figura de Quiroga y lo describió como el símbolo patrio, magnánimo y generoso. El caudillo fue presentando como alguien que “sabía de buenos sentimientos y grandes acciones” (Gálvez, 1907: 185).

En su trilogía sobre la guerra, Gálvez trató de mostrar las diferentes posiciones que había sobre Solano López: mientras algunos lo consideraban un opresor del pueblo paraguayo que debía ser desterrado, otros lo describían como el salvador de la dignidad del país, haciendo aquí referencia a las obras de O’Leary. En Escenas de la Guerra…, lo caracterizó como la contracara del liberalismo, no sólo en Paraguay, sino también en Argentina. Para el autor, los seguidores de Rivadavia, lectores de Voltaire, Denise Diderot y Madame de Staël, a quienes caracterizaba como europeístas, eran por naturaleza enemigos del líder paraguayo (Gálvez, 1928: 5, 21). Según Gálvez (1929a: 75), los seguidores -hasta el delirio- de Solano López eran del bajo pueblo, ya que sus enemigos eran aquellos que pertenecían a las familias pudientes con linaje. Este habría sabido incentivar los sentimientos patrióticos y generar fanatismo haciendo de sus enemigos individuos bárbaros que sólo buscaban la destrucción del Paraguay. Lo consideraban “como un ser de otra clase que el común de los hombres, como a un semidios”, un ser de carácter mitológico, comparable a los grandes héroes de la antigüedad (Gálvez, 1929a: 221). Por dicha razón, lograba manejar a las masas con facilidad, una característica que Gálvez valoraba de forma positiva en los líderes políticos. Además, lo destacaban como un genio de la guerra, “padre cariñoso de todos los paraguayos, defensor y salvador de la Patria” (Gálvez, 1929a: 238).

Como contracara a las posiciones que defendían a Solano López, Gálvez expuso en Escenas de la Guerra… los crímenes que cometió. Afirmó: “había metido en la cárcel a quinientos ciudadanos, y en las calles de Asunción aparecían colgados cadáveres de individuos que no habían querido ir a la guerra o que no se presentaron oportunamente” (Gálvez, 1928: 91). Sin embargo, el destierro, el encarcelamiento, los fusilamientos, las confiscaciones de bienes y otras bajezas habrían estado justificadas para el autor principalmente por la impronta que generaba la figura del mandatario paraguayo. La defensa de las posiciones más duras de Solano López surgió en un momento en que se sentía cercano a los gobiernos autoritarios, como el de Benito Mussolini y Miguel Primo de Rivera. El avance del comunismo y la degradación social que percibía a principios del siglo XX ameritaba la emergencia de líderes que pudiesen imponer orden a partir del autoritarismo (Gálvez, 1920 [2001]: 512; Gálvez, 1962b: 25-26). Para Gálvez, Sudamérica necesitaba de gobernadores carismáticos y fuertes que pudiesen incentivar el nacionalismo y mantener el control sobre la población. En este punto la figura de Solano López se volvía trascendental, ya que había logrado mantener la adhesión y el control de las clases populares (Gálvez, 1928: 44; Gálvez, 1929a:37). Este tipo de ideas con relación al líder paraguayo se mantuvieron vigentes en el pensamiento de Gálvez por muchos años. Todavía hacia 1945 se lamentaba por su muerte a manos brasileras, siendo un líder que inspiraba al autor sobre las facultades que debían mostrar los gobernantes de su época y cuyo asesinato, según afirmaba, había repudiado “toda la América española”, excepto Buenos Aires y figuras importantes, como Sarmiento (Gálvez, 1957: 319).

Es probable que Gálvez mostrara en sus escritos distintas posiciones sobre la figura de Solano López por las ideas que circulaban hacia principios del siglo XX sobre los líderes autoritarios, pues su valorización era más condenada que incluso la de Rosas. La editorial que imprimió su obra, La Facultad, de Juan Roldan y cía., pudo haber tenido cierta incidencia en la construcción sobre Solano López, principalmente para lograr buenas ventas con la comercialización del libro. Sin embargo, debemos matizar esta idea, ya que la imagen sobre algunos caudillos había comenzado a ser modificada con anterioridad al surgimiento del revisionismo histórico por escritores como Quesada, Saldías y Peña, entre otros. De esa forma, la reivindicación de figuras controversiales, como Rosas, o la crítica sobre los relatos que describían a la Guerra del Paraguay no eran una novedad en las décadas de 1920 y 1930.

Distintos historiadores, como José Carlos Chiaramonte (2001), Clifton Kroeber (1964), Fernando Devoto y Nora Pagano (2009), Liliana Brezzo y Gabriela Micheletti (2013), María Laura Reali (2016) y Esteban Charadía (2016), entre otros, han reconocido a algunos escritores decimonónicos -Ernesto Quesada, Adolfo Saldías, Peña, etc.- como iniciadores del revisionismo histórico, considerando a los intelectuales como parte de un “primer revisionismo”. Incluso los revisionistas habrían incentivado esa construcción retrotrayendo los orígenes de su corriente historiográfica. Para el caso, Gálvez no dejaba de recordar a los “precursores del actual revisionismo”, como Saldías, Quesada, Estanislao Zeballos y David Peña (Kroeber, 1965: 69). Sin embargo, los autores del siglo XIX no se identificaban como revisionistas, así como tampoco compartieron sus objetivos historiográficos ni políticos, aunque influyeron en ellos con algunas de sus ideas. La confusión puede partir de las diferencias que se deben establecer entre el sentido adjetivo de la expresión “revisión”, que denota la característica -sustancial e ineludible al trabajo del historiador- de los intelectuales decimonónicos por establecer posiciones críticas a los relatos vigentes en su época, como los de Mitre y Sarmiento, y el carácter sustantivo empleado por los escritores surgidos en la década de 1930 para denominarse como “revisionistas”. Este punto debe considerarse con relación a la convivencia en los mismos espacios académicos de los autores que promovían lecturas alternativas del pasado a finales del siglo XIX y los que posteriormente se serían caracterizados como “historiadores oficiales” (Reali, 2016). Por el contrario, los revisionistas construyeron sus propios espacios intelectuales, como el Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” (Stortini, 2006).

Como se ha mencionado al inicio de este escrito, la emergencia del revisionismo en el mundo historiográfico estuvo signada por la crisis de 1930 y las críticas a Gran Bretaña en clave nacionalista y antiimperialista. Por esta razón, no es adecuado etiquetar a los intelectuales decimonónicos como revisionistas ni agruparlos bajo esta corriente historiográfica. Como afirmó Quentin Skinner, el peligro específico que se corre cuando se busca rastrear la génesis de distintas doctrinas, como si fuesen inmanentes a la historia, es la de incurrir en el anacronismo: “a partir de ciertas similitudes de terminología, puede ‘descubrirse’ que determinado autor ha sostenido una concepción sobre algún tema al que, en principio, no pudo haber tenido la intención de contribuir” (Skinner, 2007: 114, 119). Siguiendo al autor, podemos afirmar que el seguimiento de distintas influencias intelectuales puede producir una forma de “no-historia que está entregada casi por entero a señalar ‘anticipaciones’ de doctrinas ulteriores y a dar crédito a cada autor en términos de esta clarividencia” (Skinner, 2007: 120, 132).

La falta de filiación entre los intelectuales decimonónicos y los revisionistas también se expresa en el grado de satisfacción que tenían con el entorno social en el que vivían. Autores como Saldías y Peña defendían al liberalismo y criticaban a los gobiernos centralistas del siglo XIX, mostrando posiciones que trataban de rescatar el federalismo político y ampliar el proceso de sufragio frente a la maquinaria política roquista y lo que posteriormente se ha denominado en la historiografía como “liberalismo conservador” (Zimmermann, 1995: 45). No buscaban cambiar la institucionalidad vigente, sino que la misma tuviese un funcionamiento distinto, netamente republicano, pues tenían una visión positiva del proceso político posterior a 1853, pero proponían estudios desapasionados sobre la época. Para el caso, Saldías reivindicaba a la figura de Rivadavia, principal enemigo de los revisionistas debido a sus posiciones liberales y la influencia que ejerció en la formulación de la Constitución de 1853, mientras que Peña se definía como un autor cercano a los círculos del liberalismo -al igual que Saldías-, defendía la impronta de Alberdi -otro de los enemigos que tenía el revisionismo- y se mostraba detractor de la figura de Rosas (Saldías 1945: 19-22, 76, 81, 114-115; Peña, 1906: 19-21). De más está decir que los revisionistas no guardaban una visión positiva sobre el contexto político en que vivían: mientras que había tendencias que propugnaban por implantar una institucionalidad distinta, incluso las doctrinas fascistas, como en el caso de Gálvez y los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta (1934), autores como Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche e incluso el poeta Homero Manzi organizaban levantamientos cívico-militares con políticos de la Unión Cívica Radical para reestablecer la democracia y difundían distintos textos antiimperialistas contra Gran Bretaña (Rubio García, 2016: 7). De todas formas, la reivindicación de Rosas -al igual que otros caudillos del interior- por los autores decimonónicos como un exponente del federalismo, y una figura autoritaria y nacionalista en el caso de los revisionistas, establece un punto en común entre ambos grupos de escritores, aunque -lo repetimos nuevamente- se muestra insuficiente para establecer una filiación intelectual (Cattaruzza, 2003: 145).[11]

En el caso de Gálvez, el autor mostró posiciones sobre el accionar político de Mitre que no podrían ser adjudicadas a otros revisionistas, así como tampoco a O’Leary, Fombona y Pereyra. Las posturas positivas sobre el expresidente comenzaron hacia 1910 en El diario… (Gálvez, 1910 [2001]: 124-125). Sin embargo, hacia la década de 1930 afirmó: “la inteligencia y la razón dominaban en su alma a las demás potencias. Jamás dejose llevar por el instinto, por la pasión irrazonada […] El respeto a la ley era en él una religión” (Gálvez, 1929a: 85). A su vez, mostraba a Mitre como un político serio y responsable que era capaz de lograr la “unión de todos los argentinos”, una cuestión importante si tenemos en cuenta que el autor defendía el nacionalismo y se interesaba en la cohesión de las provincias (Gálvez, 1928: 16).

Hacia 1940 Gálvez utilizó la imagen de Mitre para compararla con la de Sarmiento, aunque mantuvo algunas críticas hacia su figura por considerarlo dentro del grupo de los liberales decimonónicos. El expresidente porteño revelaba “calma, humanitarismo, desinterés”: era “un hombre de libro” que amaba la paz (Gálvez, 1929a: 86, 94). Para el autor, Mitre representaba a un “espíritu disciplinado y cultísimo”, hacedor de la civilización, las instituciones liberales, contrario a la barbarie (Gálvez, 1957: 244, 275, 298-299). En su construcción, representaba el respeto a la ley, la inteligencia y la razón; era un prototipo del liberalismo en su época, un hombre democrático y patriarcal que, a diferencia de Sarmiento, “quiso gobernar lo menos posible”, a la vez que “no trató de intimidar al pueblo ni amenazar a nadie” (Gálvez, 1957: 299, 302). A pesar de no compartir su pensamiento político, consideraba a Mitre un prócer más destacable y presentable que Sarmiento, quien habría sido su antítesis como funcionario público e intelectual de trascendencia en el siglo XIX. Destacaba sus habilidades como político, que lo hacían imprescindible en la función pública, en especial por su capacidad para resolver distintos conflictos. Por el contrario, Sarmiento era presentado como una figura ambivalente y mentirosa que no dudaba en utilizar cualquier recurso para imponer sus ideales. Lo consideraba un “faccioso” tendiente a ejecutar una política de desorganización, pues “adoraba la barbarie con el amor del genio y de los grandes artistas” (Gálvez, 1910 [2001]: 125-126; Gálvez, 1957: 244-245, 312, 337).

Algunas de las consideraciones positivas que Gálvez mencionó sobre Mitre fueron matizadas en los últimos años de su vida. Si bien valoraba su papel en el desarrollo de la guerra, su faceta historiográfica fue analizada en los años sesenta bajo los comunes argumentos empleados por el revisionismo histórico para criticar a la denominada “historia oficial”. El autor se vanagloriaba porque el revisionismo había logrado instalar en la arena pública nuevas versiones sobre los caudillos, como José Artigas y Estanislao López, que competían con las formuladas por los “historiadores oficiales” y que los mostraban, “siguiendo a Mitre y Vicente Fidel López”, como “dos gauchos analfabetos, ladrones y asesinos” (Kroeber, 1965: 68-69).

Conclusiones

Como pudimos observar en este trabajo, las imágenes que produjo Gálvez no fueron totalmente similares a las realizadas por gran parte de los referentes del revisionismo histórico, en especial al momento de indagar sobre las causas que generaron la Guerra de la Triple Alianza. Se acercó a las versiones de dicha corriente historiográfica en algunas caracterizaciones realizadas sobre el accionar de Solano López frente al Paraguay, pero sin desprenderse por completo de las ideas expresadas por el relato mitrista, incluyendo allí la imagen que reprodujo respecto a Elisa Lynch. En ese sentido, Gálvez expuso un relato que, al menos en algunos momentos, guardaba elementos de ambas posiciones historiográficas, haciendo culpable a Solano López por el inicio de la guerra, pero también exaltando las virtudes personales que guardaba, en sintonía con los relatos de O’Leary, Fombona y Pereyra, en especial al compararlo con otros caudillos argentinos. A su vez, reivindicó la figura de Mitre, no solo como intelectual e historiador, pues trataba de imitar su método de investigación y escritura, sino también frente a otros políticos liberales, como Sarmiento, con posterioridad a definirse como un autor revisionista, siendo que ambas figuras fueron usualmente denostadas por algunos escritores de esa corriente, como Ernesto Palacio (Stortini, 2006: 166).[12] Aunque, como observamos anteriormente, en los últimos años de sus vida criticó algunas de sus interpretaciones historiográficas.

Como tratamos de exponer a través del trabajo, debemos matizar las construcciones que muestran al revisionismo como una corriente historiográfica con ideas y relatos sin fisuras, pues podemos encontrar diferentes posiciones al momento de evaluar figuras y procesos históricos, en especial debido a la gran variedad de escritores que allí participaron, con diferentes tendencias ideológicas. Sin embargo, este tema debe considerarse desestimando las versiones que incluyen dentro del revisionismo a autores decimonónicos, como los ya mencionados Quesada, Saldías y Peña, que por cuestiones temporales e ideológicas no participaron de ese grupo historiográfico.

El revisionismo encontró su emergencia en la década de 1930 bajo un contexto de época particular que no debe soslayarse. Este punto no impide considerar las similitudes que tuvieron los relatos críticos de la Guerra del Paraguay producidos por los autores decimonónicos con las interpretaciones revisionistas. Sin embargo, debemos destacar que las semejanzas entre dos o más intelectuales no forman un argumento suficiente para establecer una línea cronológica de influencias historiográficas ni la participación en una misma corriente intelectual.

En el caso del revisionismo, tampoco es correcta la denominación de “historia oficial”, ya que sintetiza un conjunto de posiciones e ideas de distintos autores -incluyendo allí, por ejemplo, a historiadores como Emilio Ravignani- respecto a diferentes sucesos del pasado argentino que sólo se pueden agrupar desestimando un análisis exhaustivo sobre el tema. A su vez, la denominación no existe fuera de los márgenes del relato revisionista, ya que ningún escritor se ha definido bajo esa denominación.

También abordamos en el texto la perspectiva nacionalista que Gálvez imprimió a su análisis sobre la Guerra del Paraguay. Como afirmamos en la hipótesis planteada en la introducción, analizaba los sucesos del pasado para realizar distintas críticas a su contexto de época en términos políticos, sociales y ético-culturales. En la trilogía Escenas de la Guerra… se destacaron las virtudes autoritarias de Solano López en un momento en que el autor se sentía atraído por el fascismo. Sin embargo, aquella posición política autoritaria, adjudicada en muchas ocasiones al revisionismo histórico, estuvo presente en los escritos de Gálvez con anterioridad a que surgiera dicha corriente historiográfica. De hecho, las elecciones políticas dentro del revisionismo eran sumamente variadas, razón por la que se deben desestimar las posiciones generales que adjudican a todos sus representantes posturas conservadoras y autoritarias: el panorama se presentaba de forma más compleja, si bien en este escrito no se ha profundizado en esa problemática. Más allá de esa cuestión, había un denominador común entre los intelectuales revisionistas. Gálvez se jactó en todas sus obras de la objetividad mantenida en sus relatos, una cuestión que también puede adjudicarse a otros autores, como Scalabrini Ortiz (1939) y Ortega Peña y Duhalde (1965), intelectuales que buscaban contar la verdadera historiay desmentir a los relatos de los “historiadores oficiales” (Scalabrini Ortiz, 1940: 11; Ortega Peña y Duhalde, 1965: 42; Stortini, 2006: 164-167).  

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Recibido: 17 de julio de 2024

Aceptado: 7 de agosto de 2024

Versión Final: 9 de septiembre de 2024

Anuario Nº 42, Escuela de Historia

Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2025

ISSN 1853-8835


[1] Chiaramonte, J. C. Que fue y qué es la historia oficial. Clarín, Buenos Aires, 30/06/14. Recuperado de https://www.clarin.com/ideas/que-fue-que-es-historia-oficial_0_Hy8tTs9vQl.html

[2] Este punto resulta interesante porque Groussac no era muy distinto de Mitre en cuanto al rigor documental con el que desarrollaba su producción historiográfica. De hecho, siendo ya director de la Biblioteca Nacional, le encomendó a Gaspar García Viñas que trascribiera los documentos referidos al Río de la Plata, custodiados en el Archivo de Indias de Sevilla. Siguiendo su relato respecto a la metodología científicas de Groussac, Gálvez consideraba que la historia no era una ciencia, sino una forma de arte: “nada debe decir el historiador que no sepa de verdad, pero no hay objeto en llenar la página de notas que distraen al lector” (Rey, 2012: 15-25).

[3] Gálvez, M. Las provincias en la Guerra del Paraguay. La Nación, Buenos Aires, 26/08/1928, 15.

[4] Gálvez, M. Por qué ocurrió la guerra del Paraguay. La Nación, Buenos Aires, 7/10/1928, 3; Gálvez, M. No debemos devolver los trofeos. La Nación, Buenos Aires, 16/08/1928, 3.

[5] Para el caso, los autores denominados por los revisionistas como “historiadores oficiales” expresaban conclusiones similares respecto al conflicto con Paraguay: Solano López era el único responsable de la guerra, generada por sus agresiones y ambiciones desmedidas sobre la región (Brezzo, 2006: 98).

[6] Gálvez, M. Por qué ocurrió la guerra del Paraguay. La Nación, Buenos Aires, 7/10/1928, 3.

[7] Una posición similar sostuvieron los autores revisionistas Julio y Rodolfo Irazusta hacia 1934. Afirmaron que la guerra comenzó por un “error de Mitre” y completada con la “soberbia de López” (Irazusta & Irazusta, 1982: 195). Si bien, a diferencia de la posición de Gálvez, se otorga cierta culpabilidad a Mitre en el desarrollo del conflicto, los autores coinciden en definir a Solano López como el principal motivador de la guerra.

[8]  Gálvez, M. Por qué ocurrió la guerra del Paraguay. La Nación, Buenos Aires, 7/10/1928, 3.

[9] Gálvez, M. La influencia de Elisa Lynch. La Nación, 20/10/1928, 2.

[10] Gálvez, M. Las provincias en la Guerra del Paraguay. La Nación, Buenos Aires, 26/08/1928, 15.

[11] Las características sobre Rosas analizadas por ambos grupos de historiadores fueron estudiadas por diversos autores, por momentos soslayando algunas de sus diferencias (Kroeber, 1964: 45-52, Devoto y Pagano, 2009: 203; Chiaramonte, 2013: 145-150, 172; Adamovsky, 2017: 84).

[12] Palacio, E. Dos fervientes defensores de la libertad y la civilización, Reconquista, Buenos Aires, 28/11/1939, 6.