El XXI Congreso Extraordinario del Partido Comunista de la Unión Soviética y su importancia histórica para la construcción de una nueva legitimidad política
El XXI Congreso Extraordinario del
Partido Comunista de la Unión Soviética
y su importancia histórica para la construcción
de una nueva legitimidad política
The XXI Extraordinary Congress of the Communist Party of the Soviet Union and its historical importance for the construction of a new political legitimacy
AUGUSTO PIEMONTE
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de San Martín
Universidad de Buenos Aires
augusto.piemonte@gmail.com
RESUMEN
Tras la muerte de Stalin en 1953, la dirección colegiada que encabezó Khrushchev enfrentó la urgencia de forjar una nueva legitimidad. El XXI Congreso Extraordinario del PCUS formalizó las directrices con vistas a conducir la construcción de un nuevo horizonte de expectativas para el conjunto de la sociedad soviética. Pese a caer rápidamente en el olvido, esta instancia partidaria confirmó la reconfiguración del escenario político, transfiriendo la preeminencia del Politburó al Comité Central, y estableciendo el rumbo económico etapista que debía seguir la Unión Soviética para la construcción del comunismo. Mediante el abordaje de documentos partidarios y publicaciones periódicas soviéticas, este artículo analiza la forja de una nueva legitimidad por parte de la dirección soviética y demuestra que el congreso de 1959 cristalizó las premisas políticas lanzadas en el XX Congreso de 1956, al tiempo que anticipó las cuestiones ideológicas fundamentales que abordaría el XXII Congreso de 1961.
Palabras clave: Nikita Khrushchev, grupo antipartidario, etapismo, plan septenal, Guerra Fría
ABSTRACT
After Stalin's death in 1953, the collegiate leadership led by Khrushchev faced the urgency of forging new legitimacy. The XXI Extraordinary Congress of the CPSU formalized the guidelines with a view to leading the construction of a new horizon of expectations for the whole of Soviet society. Despite having quickly fallen into oblivion, this instance confirmed the reconfiguration of the political scene, which transferred the preeminence of the Politburo to the Central Committee and established the stages of the economic course that the Soviet Union should follow for the construction of communism. Through the analysis of party documents and Soviet periodicals, this article demonstrates that the 1959 congress crystallized the political premises launched at the XX Congress of 1956, while anticipating the fundamental issues that the XXII Congress of 1961 would address.
Keywords: Nikita Khrushchev, anti-party group, etapism, septenal plan, Cold War
El período en que Nikita Khrushchev se desempeñó en el cargo de secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) fue percibido tanto por sus contemporáneos como por los historiadores como un período de cambios. La muerte de Stalin habilitó la implementación de reformas que aparecían como necesarias y hasta inevitables. Desde un comienzo, la dirección soviética que tomó en sus manos la sucesión del poder afrontó una preocupación dual: sentar nuevas bases para garantizar un piso de estabilidad y asegurar la reproducción de su poder. De lo primero se ocupó la implementación de la dirección colegiada en reemplazo del ejercicio unipersonal del poder. Hacia la resolución del segundo problema se consagró el Informe Secreto presentado por Khrushchev en el XX Congreso del PCUS. La difusión de su contenido entre funcionarios comunistas por las ciudades y regiones de la Unión Soviética y de los países del Bloque Socialista fue requisito para establecer una cesura oficial con el pasado estalinista (Schwartz, 2009: 171; Kalb, 2017: 69). A partir de allí podría cobrar sentido lógico la enunciación propositiva del conjunto de transformaciones económicas y sociales que habría de cristalizar en el XXI Congreso extraordinario del PCUS, prototipo y antesala del Tercer Programa del partido y del congreso ordinario de 1961.
La denuncia del pasado inmediato y el compromiso asumido para revertirlo demostraron cierta efectividad para resguardar a la dirección soviética de eventuales críticas sociales. El XX Congreso procuró centrar la atención exclusivamente en los aspectos políticos generados en torno al culto a la personalidad, lo que representó para los líderes soviéticos una fuga temporal hacia adelante. Era indispensable la construcción de una legitimidad duradera con vistas al futuro. La construcción de un nuevo horizonte de expectativas para el conjunto de la sociedad soviética, cuyo eje no pasaba ya por observaciones políticas sino por la promesa de mejoras de índole material, fue presentada en 1959. El XXI Congreso fue apodado “congreso de la construcción del comunismo”, pues se propuso trazar el rumbo del plan septenal que debía potenciar la economía soviética con miras a superar los niveles de producción del mundo capitalista. En este sentido, Pravda, el órgano oficial del partido, anticipó que el Congreso Extraordinario pasaría “a la historia mundial como un gran hito, marcando una nueva etapa en la vida de la humanidad” (S/a, 1959a), dado que su realización era encarada por un partido exitoso, cohesionado y monolítico (S/a, 1959b), el cual se disponía a resolver los problemas centrales de la sociedad soviética en su camino hacia el comunismo.
A pesar de su importancia histórica, el XXI Congreso no recibió debida atención por parte de los historiadores. Ello es comprensible cuando se observa que los propios protagonistas de los hechos políticos más salientes de la década posterior a la muerte de Stalin prefirieron ignorarlo para concentrar sus discursos en los congresos de 1956 y 1961. La única mención al XXI Congreso incluida en las memorias de Nikita Khrushchev (2006: 211) sirvió para referir al error estratégico que hubiera representado postergar hasta su realización la denuncia de los crímenes de Stalin, en vez de hacerlo en la ocasión abierta por el XX Congreso.
Aunque ningún estudio ha tomado por objeto primero su análisis, y sus contenidos han sido dados por sentados antes de recibir una consideración acorde, el XXI Congreso tuvo un peso específico de máxima importancia que ha sido largamente omitido por la historiografía. Nuestra hipótesis es que el proceso de re-legitimación post-estalinista iniciado a tientas en 1956 (Deutscher, 1971: 10-11), fue estabilizado y racionalizado en el marco de la máxima instancia partidaria celebrada en 1959. Allí se tomaron precauciones para obturar la posibilidad de que volvieran a emerger cuestionamientos nacionales e internacionales como aquellos que, sin proponérselo, había habilitado el Informe Secreto en relación a la veracidad de las expresiones de un liderazgo que se autoproclamaba libre de toda culpa y cargo ante lo que denominó “excesos” del estalinismo (Jones, 2006). A tal fin, el XXI Congreso adoptó la estrategia de centrar el foco en una serie de postulados económicos estructurales, para los cuales se reclamó, al mismo tiempo, una filiación inmediata con el pensamiento de Lenin a propósito del pasaje a la fase de final en la construcción del comunismo que pretendía encarnar el nuevo proyecto oficial soviético. El abordaje aquí asumido busca reponer de manera crítica y ordenada los argumentos esgrimidos para dar lugar a una nueva legitimidad para la dirección soviética a partir del XXI Congreso Extraordinario del PCUS. Es para ello necesario recuperar sus premisas ideológicas, poniéndolas en relación con los planteos teóricos esbozados en los congresos partidarios precedente y posterior. En este sentido, no interesa aquí corroborar el cumplimiento empírico de las metas de desarrollo autoimpuestas por el gobierno soviético en las distintas intervenciones suscitadas a lo largo del congreso, sino que se busca considerar el interés que su planteo mismo revistió a la hora de apuntalar la legitimidad de la dirección del PCUS con vistas a garantizar su supervivencia en un momento de relativa fragilidad política.
La clave para la construcción del comunismo: el plan septenal
Aún dos años antes de que el sexto plan quinquenal llegara a su fin, tanto el Comité Central (CC) del PCUS como el Consejo de Ministros de la Unión Soviética consideraron la conveniencia de diagramar un nuevo plan económico nacional que garantizara el crecimiento productivo a largo plazo. El mismo debía subsanar las deficiencias que se observaban en la gestión de la industria y la agricultura, así como también en el desempeño de los órganos de planificación económica. Fue así como el proyecto del informe para el XXI Congreso con las cifras de control para el desarrollo económico de la Unión Soviética fue aprobado y publicado por el Pleno del CC del PCUS en noviembre de 1958 (Pedosov, 1980: 589-590). Dicho congreso tuvo lugar en Moscú entre el 27 de enero y el 5 de febrero de 1959. Los 1269 delegados con derecho a voto y 100 delegados con voz consultiva que tomaron parte en él representaban a 7.622.356 miembros del partido y 616.775 candidatos (Ponomariov, 1964a: 720). En su discurso de apertura, Khrushchev presentó un informe centrado en la situación económica de la Unión Soviética. La conexión con Lenin quedó establecida desde el comienzo mismo de su intervención (Khrushchev, 1959a: 7). Bajo su óptica, el plan para diseñar una economía socialista, así como los principios básicos sobre los que debía sustentarse, habían sido expuestos originalmente por el fundador del Partido Bolchevique, quien ya en 1920 había inspirado y organizado el primer plan a largo plazo de desarrollo de la economía nacional, centrado en la electrificación de Rusia.
De hecho, para el cumplimiento de las tareas trazadas en el plan septenal, se reservaba nuevamente a la electrificación un papel central. Khrushchev (1959a, p. 26) sostuvo, a este respecto, que el PCUS “siempre ha considerado tarea de primerísimo orden asegurar un elevado ritmo de electrificación de la economía nacional, que, como se sabe, es la base de todo el progreso técnico y del mejoramiento de la mecanización del trabajo”. Al retomar la senda original del desarrollo comunista, Khrushchev refirió a la necesidad de prever el avance en la ingeniería energética. Bajo la conducción de Lenin, la Rusia soviética había dado paso a la experiencia del plan GOELRO (AAVV, 1959: 162), cuyo objetivo máximo fue la construcción de 30 centrales eléctricas en un plazo de 10 a 15 años. Su importancia era tal que alrededor suyo se había decidido la configuración del segundo programa del Partido Bolchevique.
La edificación del comunismo fue concebida como un proceso de largo aliento, cuya realización necesariamente habría de exceder el lapso contenido en el plan septenal. Era por ello que el Soviet Supremo de la Unión Soviética había prefigurado en noviembre de 1957 un desarrollo de las fuerzas productivas soviéticas dentro de un marco temporal de 15 años. Garantizar la estabilidad doméstica era un requisito fundamental en la competencia planteada en el marco de la Guerra Fría. La dirección del PCUS se encontró así en la urgencia de introducir mejoras significativas en la calidad de vida de los ciudadanos soviéticos. La agricultura estaba llamada a continuar desempeñando un papel central en el plan económico. El CC había criticado en septiembre de 1953 los errores en la dirección de la agricultura, desechando aquello que consideraba un obstáculo para el desarrollo de las granjas colectivas y estatales, y delineado un programa para promover un fuerte aumento de la actividad primaria (Khrushchev, 1962: 472). Como sostén de toda la producción agropecuaria, el objetivo principal estaba puesto en incrementar al máximo posible la producción cerealera, de manera tal que se pudieran suplir las demandas alimentarias del conjunto de la población y atender las necesidades de materias primas de la industria.
Dentro el esquema de transformaciones con vistas a elevar el volumen de alimentos destinados al consumo interno ocupó un lugar de primer orden la conformación de extensas granjas estatales y la roturación de inmensas tierras vírgenes que se hallaban en disponibilidad, especialmente en Kazajistán (Volin, 1967; McCauley, 1976). Se puso énfasis en la necesidad de implementar tecnología agroindustrial innovadora con el fin de aumentar la productividad. Maquinarias y herbicidas químicos alcanzaron así un nuevo status en la planificación del sector primario. La transformación de los koljozes y sovjozes en granjas maiceras modernas fue percibida como una solución de fondo para lidiar de manera efectiva con los recurrentes descalabros productivos. El maíz se convirtió en el producto alimenticio estelar sobre el cual se pusieron todas las expectativas para marcar una cesura definitiva con el modo de vida socialista de carácter espartano que había sido instituido por el estalinismo a lo largo de toda su existencia. Fue así como entre 1953 y 1955 se quintuplicó la superficie destinada a la siembra de maíz, pasando de ocupar 3,5 millones de hectáreas cultivadas a 17,9 millones en 1955, y llegando a alcanzar 37,2 millones de hectáreas para 1962. La producción de fertilizantes saltó de 6,4 millones de toneladas en 1954 a 17,5 millones de toneladas cinco años más tarde, en tanto que algo muy similar ocurrió con los volúmenes de producción de pesticidas (Hale-Dorrell, 2019). Reformar el campo por medio de la modernización implicaba, siguiendo los parámetros oficiales, recuperar el proyecto bolchevique primigenio para el mundo rural y distanciarse al mismo tiempo del estalinismo, que nada había hecho para incrementar la productividad con vistas a elevar el volumen de alimentos disponibles.
El plan septenal auguraba para el período propuesto un incremento en el orden del 80% para la producción industrial total, lo que suponía un aumento igual al registrado en los últimos 20 años. Como parte del proceso dirigido a recuperar la eficiencia del sistema productivo y posibilitar las metas de crecimiento, Khrushchev optó por abolir ministerios industriales y transferir sus funciones a autoridades periféricas. Los gobiernos de las repúblicas pasaron a administrar las economías locales, verificando que se cumplieran los objetivos trazados por los organismos de planificación central. Se esperaba que la nueva forma de asumir la colaboración entre el aparato central y los gerentes periféricos redundara en un crecimiento más acelerado de la economía y en una reducción de costos para el presupuesto central (Kibita, 2013: 129-140).
Asimismo, el plan septenal auspiciaba un incremento muy acelerado para la producción de bienes de consumo masivo, cuyo corolario sería un mejoramiento significativo en los estándares de vida de la población soviética. Entre otras mejoras en la productividad que habrían de repercutir en las condiciones materiales de existencia de los trabajadores soviéticos, Aleksei Kosygin (1959) destacaba que la producción soviética de azúcar se estaba duplicando, alcanzando los 41-44 kilos per cápita anuales, lo que significaba un consumo de dicho producto aún más alto que el registrado en Estados Unidos. A su vez, el incremento de la actividad ganadera estaba permitiendo un mayor consumo de carne y de leche en la población soviética. La producción ganadera habría de verse duplicada durante la implementación del plan septenal a través de la puesta en funcionamiento de unas 250 nuevas plantas de procesamiento de carne en las áreas de cría de ganado vacuno, por lo cual las fincas colectivas y estatales tendrían más oportunidades de entregar ganado directamente a las empresas procesadoras de carne, reduciendo en consecuencia los costos correspondientes a transporte de larga distancia. El futuro se mostraba también promisorio en cuanto a la disponibilidad de nuevos artículos de indumentaria. La Unión Soviética ocupaba por entonces el primer lugar en el mundo en cuanto al número de tejidos de lino producidos y esperaba hacerlo también con la producción de tejidos de lana.
Tras plantear que se habían erigido y consolidado tanto una industria como una agricultura poderosas, centradas en la mecanización gestionada por el Partido Bolchevique, la dirección soviética asumió que entre 1935 y 1937 había comenzado a librase la última fase en la lucha de clases contra los resabios burgueses para dar inicio a la sociedad socialista. Pero se necesitaban especialistas técnicos para administrar las nuevas fábricas y campos de cultivo. Este era un requisito central para la construcción exitosa de la sociedad socialista. Al elevar el nivel de gestión de las producciones industrial y agrícola, se hizo necesario disponer de más expertos en diversas ramas de la economía. No había suficientes especialistas entre los cuadros del PCUS y de la Unión Soviética, siendo muy baja entre los secretarios de los comités regionales y los comités centrales de los partidos comunistas la proporción de ingenieros, economistas, agrónomos, especialistas en ganadería y en otras cuestiones agrícolas que requerían educación superior (Khlevniuk, 2009: 161). Por ello, la educación superior se había convertido en un factor crucial dentro del programa cultural y económico del estalinismo, y había acabo por conformar un pilar en la estratificación social, al generar intereses e identidades específicas de los actores sociales de nivel educativo más elevado (Tromly, 2014: 186). Pero esta situación cambió con el inicio de las transformaciones post-estalisintas. A partir de las reformas introducidas por Khrushchev en la educación, se había vuelto mayor el número de graduados que el número de puestos disponibles entre la intelligentsia y entre los cargos industriales calificados. Como síntoma de esta situación, la mitad de los alumnos secundarios buscaba ingresar a un sistema universitario que, pese a su expansión, no se encontraba en condiciones de albergarlos a todos (Deutscher 1969: 59). Procedentes en su gran mayoría de familias obreras, una parte importante de estos aspirantes veían cerrarse las posibilidades de movilidad social, debiendo emplearse en el mismo tipo de trabajos que realizaban sus padres. Asimismo, el PCUS asumió el compromiso de que en la medida en que se avanzara en el cumplimiento del plan septenal, los ahorros de las empresas socialistas se verían incrementados en forma constante y pasarían a convertirse en la base tanto de la reproducción socialista ampliada como del mejoramiento del nivel de vida de la ciudadanía soviética. Esta situación permitiría al Estado dejar de percibir impuestos a los salarios de los trabajadores y empleados, expresando por este acto nuevamente las ventajas del sistema socialista. (Khrushchev, 1960: 7).
Entre las metas que se propuso alcanzar el socialismo en su tránsito al comunismo, se encontraban también las condiciones de vivienda, largamente postergadas en los planes estatales y profundamente anheladas por la sociedad soviética en su conjunto. El gobierno de Khrushchev atendió la cuestión habitacional y se propuso revertirla siguiendo la lógica transformadora adoptada por el plan septenal: producción a escala monumental en tiempo récord. De este modo, solamente en Rusia, se construyeron más de 13 millones de apartamentos unifamiliares, que representaron un cambio de vida para cerca de 65 millones de personas, en tanto que hacia fines de la década de 1980, en toda la Unión Soviética se proveyeron alrededor de 70 millones de apartamentos para casi 300 millones de habitantes (Varga-Harris, 2015: 2, 24). Las nuevas construcciones reemplazaron a las kommunalki, las tradicionales viviendas multifamiliares. Aunque lejos estuvieron de proporcionar una solución permanente a la carencia habitacional que continuó padeciendo la población soviética en las décadas siguientes, el Estado fue eficaz en proponerse como el instrumento idóneo para subsanar esta problemática, al punto tal que Brezhnev buscó profundizar las medidas edilicias adoptadas por su antecesor (Schattenberg y Heath, 2022: 222-223).
La creación de nuevas superficies habitables se acompañó de todo un desarrollo de la industria destinada al hogar. La decisión gubernamental de alentar la producción de muebles y objetos decorativos que contribuyeran a forjar espacios cómodos y agradables, se vinculó con la capacidad que encerraban para aumentar la productividad de sus habitantes (Varga-Harris, 2015: 49-50). La construcción de viviendas marcó una ruptura con el pasado estalinista y sustentó de manera tangible las afirmaciones de Khrushchev acerca del avance de la sociedad socialista –signada por los barrios obreros deslucidos y precarios– a una nueva sociedad de cuño comunista –caracterizada por el confort y el goce estético que imperaba en las nuevas viviendas proletarias–.
Las regiones orientales de la Unión Soviética cobraban especial relevancia en el nuevo contexto. Además de la instalación de flamantes centros industriales de porte, las repúblicas y regiones del Este también verían nacer una nueva base cerealista que posibilitaría reestructurar de manera radical el conjunto de la producción agrícola. A partir de entonces ya no sería necesario concentrar la adquisición de cereales producidos en las regiones occidentales, las cuales quedaban así liberadas para, según la atribución de ciertas ventajas comparativas, la especialización de la ganadería y de la producción de cultivos industriales. La dirección soviética planteó que este sistema económico se hallaba regido por la “ley del desarrollo armónico, proporcional” (Khrushchev, 1959a: 106), consistente en la nivelación económica y cultural de los países socialistas, lo que permitía sacar de su atraso a las naciones más postergadas.
Khrushchev actuaba convencido de que con la implementación del plan septenal se resolvería la cuestión de la guerra internacional. Así como Marx había planteado que el desarrollo de las fuerzas revolucionarias se encontraba atado al desarrollo de las relaciones de fuerzas del mercado mundial, Khrushchev confiaba en que los conflictos entre modos de producción acabarían dirimiéndose en la competencia económica a escala global. Sánchez-Sibony (2014: 248) ha propuesto que, en este marco de competencia económica mundial, el éxito de los Estados de Bienestar de posguerra obturó el desarrollo de los movimientos comunistas allí donde estos emergieron, lo que motivó todavía más la obsesión soviética por la construcción a gran escala del comunismo. Pero en este trayecto se debía lidiar con la invasión soviética en suelo húngaro, la cual, en opinión de Enzo Traverso, había representado la ruptura definitiva de la unidad antifascista internacional conformada a mediados de la década de 1930 y puesta en jaque al inicio de la Guerra Fría (Traverso, 2009: 260). El desafío político húngaro, que no había podido existir sin las expectativas de apertura generadas previamente en el marco del XX Congreso del PCUS, había señalado las estrictas limitaciones concretas del Informe Secreto en materia de reformismo político para el mundo comunista. Entendemos aquí que fue esta necesidad de construir una nueva causa común internacional la que llevó al PCUS a reafirmar su decisión de librar mundialmente una lucha entre sistemas que estuviera centrada en la superioridad económica del socialismo.
El plan económico diagramado para el período 1959-1965 se presentaba de este modo como la carta del triunfo para los países socialistas. Las potencias imperialistas, al verse superadas en el plano material, no podrían recurrir a la fuerza aunque quisieran, puesto que a los ojos de las sociedades regidas por la lógica capitalista quedaría expuesta de manera irrefutable la superioridad del sistema socialista. En su intento por superar las políticas económicas enarboladas por el estalinismo, el Estado soviético se lanzó al desafío de encontrar un nuevo modelo de economía planificada que, sin dar por tierra con las expectativas sobre el futuro encandilador del comunismo y atento a la importancia de generar y capitalizar los avances científicos y tecnológicos, garantizara una productividad laboral elevada con costos sociales bajos. En este compendio de condiciones difíciles de conciliar -que el historiador Viacheslav Nekrasov (2019) ha bautizado como “dilema de Khrushchev”-, el plan septenal venía a dar forma al reformismo económico difuso surgido inicialmente entre 1953 y 1956 como parte central del proceso de desestalinización.
De este modo, el plan septenal tendría efectos mundiales y marcaría el ingreso a la etapa de competencia económica total entre socialismo y capitalismo. Los proyectos hidroeléctricos y de irrigación fueron un componente central en la construcción de la imagen moderna y tecnológica que pretendió construir la dirección soviética, principalmente ante los pueblos con movimientos sociales anticapitalistas –sobre todo entre los habitantes de Asia, África y América Latina–. Según los datos consignados por Pravda, la producción industrial de los países socialistas en 1958 se había quintuplicado en comparación con 1937. En la República Popular de China la producción industrial había aumentado entre 1950 y 1958 aproximadamente en diez veces (S/a, 1959c). Asimismo, la producción industrial en 1958 era en Polonia 5,5 veces mayor en comparación con el nivel anterior a la guerra. Para el mismo período, Checoslovaquia había crecido 3,3 veces, la República Democrática Alemana lo había hecho en más de 2,5 veces, Rumania casi en 4 veces, en Bulgaria era de casi 9 veces, en Albania 18 veces, en Hungría representaba más de 4 veces, y en la República Popular Democrática de Corea –pero en comparación no con la preguerra, sino con 1949– en 3,5 veces. También la República Democrática de Vietnam y la República Popular de Mongolia habían logrado avances significativos en la gestación de un desarrollo industrial nacional. La lectura que hacía la dirección soviética de esta situación de crecimiento generalizado en el mundo socialista, la llevaba a afirmar que algunas democracias populares habían ya entrado en el período de culminación de la construcción del socialismo. La victoria del socialismo por la vía pacífica se convertía así en una mera cuestión de tiempo.
Se planteó entonces la necesidad de adoptar un nuevo programa para el PCUS que estuviera signado por los requerimientos de la época, que consolidara las decisiones principales de los congresos pasados y resumiera las tareas principales del futuro. El Tercer Programa del partido debía reflejar la perspectiva general del desarrollo de la economía soviética para los años 1959-1965, basándose en los materiales generados por la sesión de aniversario del Soviet Supremo de la URSS del 6 de noviembre de 1957 y en las resoluciones del XXI Congreso del PCUS (Fokin, 2017: 22). El desarrollo acelerado de las fuerzas productivas era vital para alcanzar la construcción del comunismo. En alusión al XXI Congreso Extraordinario, la historia oficial del PCUS afirmó que
La experiencia de la construcción del socialismo en la URSS ha mostrado que la sociedad no puede pasar del capitalismo directamente al comunismo, saltándose la fase socialista. El tránsito al comunismo comienza después de construido el socialismo. El comunismo surge del socialismo, es su continuación directa. Es un proceso histórico ininterrumpido. El período de la construcción de la sociedad comunista en todo el frente es un período de rápido incremento de las fuerzas productivas y de transformación de las relaciones sociales socialistas en comunistas (Ponomariov, 1964a:725)
El desarrollo gradual del comunismo por etapas consecutivas concatenadas había sido expuesto por Lenin para el caso ruso en su célebre escrito “El Estado y la Revolución” (1970: 92-110). El propio Lenin, asimismo, había inscripto su texto en la propuesta teórica consignada por Karl Marx en la Crítica del Programa de Gotha. Resultaba imposible, en este esquema, que se arribara al comunismo sin haber pasado antes por la etapa socialista. Era esta última la que, según la apreciación política de la dirección soviética encabezada por Khrushchev, a fines de la década de 1950 estaba llegando a su fin.
Justificada en la existencia de una base político-ideológica adecuada, la elaboración del borrador del nuevo programa debía estar concluida al momento en que se diera inicio al XXII Congreso del PCUS. Finalmente, el Tercer Programa, que debía suplantar al implementado desde 1919, quedaría en 1961 organizado en dos partes: una primera parte más descriptiva (“La transición del capitalismo al comunismo es el camino del progreso humano”), y una segunda parte, mucho más extensa y de índole prescriptiva (“Las tareas del Partido Comunista de la Unión Soviética en la construcción de la sociedad comunista”) (Communist Party of the Soviet Union, 1961). Para entonces, se incurrió en la innovación ideológica de declarar que la Unión Soviética había dejado de ser una dictadura del proletariado para erigirse en un Estado de todo el pueblo (McCauley, 1987: 26-27; Suny: 407). El culto a la personalidad era desterrado por la única representación ideológica abiertamente aceptada en el post-estalinismo: el culto al partido. Sintomático de esta situación fue el hecho de que los libros de texto académicos y escolares producidos en la Unión Soviética y en los países del Bloque Socialista desde el fin del estalinismo hasta los años ‘80, posicionaron a los partidos comunistas a la cabeza de los procesos histórico-sociales (Wojdon, 2021). La representación del pueblo en su totalidad a través del partido era presentada como la consecuencia lógica de aquella recuperación del legado leninista que la dirección soviética decía estar llevando adelante.
La herencia de Lenin en la unidad del pueblo y el partido
El Deshielo puso el pasado estalinista en el centro de los debates sociales e intelectuales. La segunda mitad de la década de 1950 vio emerger el involucramiento de miles de ciudadanos en el análisis y la reinterpretación del sentido histórico del terror estalinista, pero también de aquellos otros grandes acontecimientos que habían marcado la historia reciente de la Unión Soviética: la Revolución, la Guerra Civil, la colectivización forzada, la industrialización acelerada y la Segunda Guerra Mundial (Kozlov, 2013, pp. 6-7). Producto de esta situación, el panegírico estalinista publicado en 1938 bajo el título de Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética: Curso Breve, resultó cuestionado de manera oficial por primera vez en el XX Congreso del PCUS. del que se habían impreso millones de copias para verlo erigido durante quince años en el dispositivo de formación ideológica por antonomasia de la ciudadanía soviética (Kolakowski, 1983, p. 102). Aunque en agosto de 1938 Khrushchev había leído una primera versión mecanografiada de este texto, la edición final promovida por Stalin en septiembre de aquel año recién fue puesta en entredicho en 1956. En la lectura realizada a través del flamante prisma “desestalinizador”, el Curso Breve era censurado por impulsar la transformación del partido, originariamente concebido por Lenin como vanguardia del proletariado, en un instrumento al servicio del poder despótico unipersonal (Brandenberger y Zelenov, 2019: 679, nota 139).
La autocrítica, que un panfleto publicado originalmente en Pravda en 1951 había convertido en una de las prácticas más importantes de la democracia intra-partidaria (S/a, 1951: 34-37), pasaba a ser esgrimida como una de las credenciales más auténticas del secretariado ejercido por Khrushchev. En el recurso de esta herramienta analítica descansaba toda posibilidad de detectar y eliminar los defectos del partido para permitir su desarrollo y progreso. Proponemos aquí que la dirección del PCUS, tomando en consideración la experiencia abierta por el XX Congreso que había generado expectativas más amplias de las que estaba dispuesto a permitir, buscó adelantarse a los reclamos sociales. Para ello buscó monopolizar el uso de la crítica, controlándola y orientándola a cuestiones de orden económico, y bloqueando así posibles efectos indeseados que pudieran habilitar reclamos a la naturaleza misma del sistema político.
En este sentido, resultó central el ejercicio de la autocrítica promovida por la dirección soviética en 1959 al determinar que el sistema represivo heredado del estalinismo resultaba incompatible con la narrativa que intentaba construir la dirección de Khrushchev para legitimarse ante la sociedad. La vuelta a los principios leninistas implicaba una reconstrucción de la “legalidad socialista”. Consecuencia directa de esta búsqueda fue la disminución gradual del número de personas procesadas y condenadas por cometer “actos antisoviéticos”. A partir de entonces, el sistema judicial relajó en forma considerable la represión que ejercía sobre los disidentes, ya fueran reales o potenciales. Esto implicó la adopción de una mecánica paternalista (Kozlov, 2013: 43) contraria al sistema punitivista delineado por el estalinismo, ya que se orientaba a advertir a aquellas personas sospechadas de sabotaje antisoviético y a persuadirlas para que depusieran sus actitudes bajo la pena de recibir una condena certera en caso de persistir. Como parte de esta campaña dirigida a restaurar la legalidad socialista con vistas a la edificación del comunismo, las comisiones de supervisión carcelaria se volcaron a garantizar la corrección del trato dispensado en los campamentos y la reeducación de de los internos (Hardy, 2016, pp. 114-115). Más importante todavía, la política de profilaktika implicó el traspaso hacia organizaciones públicas de varias funciones de seguridad reservadas a la KGB y otros órganos estatales. El por entonces conductor de la KGB, Aleksandr Shelepin, manifestó públicamente que esta reforma en el plano de la seguridad era una clara señal de aproximación de la Unión Soviética al comunismo (Elkner, 2009: 154). Tomando distancia con sus predecesores, Khrushchev no compartió la inclinación de aquellos por los servicios especiales y el cortejo de los agentes de seguridad (la cual sería retomada más tarde por sus sucesores), lo que lo llevó a prohibir las prácticas de vigilancia externa -como las escuchas de conversaciones telefónicas- sobre los miembros del partido (Mlechin, 2021: 367). Como contrapartida de estas reformas, la corrupción dio un importante salto cualitativo y cuantitativo, proliferando en todos los niveles del poder estatal y la administración del país (Pashin et. al., 2012: 72).
En este contexto, el desmantelamiento del Gulag era una cuestión de tiempo. Más de 3.300.000 personas fueron liberadas de los campos y las prisiones entre 1953 y 1956. Al morir Stalin, los presos políticos en la Unión Soviética eran 539.718, representando el 22% de los reclusos totales (Kozlov y Gilburd, 2013: 33). Siete años más tarde, ese número se había visto reducido a 9.596, pasando dicha categoría a englobar el 1,6% en el conjunto de los presidiarios. A partir de las liberaciones, el Gulag pasó de ser una red de trabajo forzado a constituir una institución penal mucho más reducida, y al promediar el decenio de 1960 había perdido su incidencia en la economía soviética, corriéndose desde el centro hacia los márgenes de la economía nacional (ver Elie, 2013: 109-142; Hardy, 2016).
Los mecanismos de control social habían comenzado a relajarse también dentro del mundo del trabajo. Durante los años de Khrushchev, los trabajadores ejercieron un alto nivel de control sobre la producción. El mismo no estuvo en relación con un triunfo sobre la gerencia, sino que, por el contrario, fue el producto del incremento en la responsabilidad de los trabajadores para que cumplieran con las funciones asignadas (Clarke, Fairbrother y Burawoy, 1993: 21). De igual modo, el control y la represión se colaron de manera novedosa entre los estudiantes a través de la implementación por el Politburó en noviembre de 1957 de nuevas disposiciones dirigidas a mejorar el trabajo ideológico en las universidades. Líderes políticos, profesores y funcionarios de la KGB se vieron envueltos en discursos y conversaciones con estudiantes universitarios referidos a la reinserción de la legalidad socialista (Zubok, 2009: 79-84). La dirección post-estalinista procuró atraer a la juventud educada, y para ello buscó que disminuyera el número de detenciones entre los estudiantes y la intelligentsia.
Tras la muerte de Stalin, las protestas habían alcanzado niveles inusualmente elevados dentro y fuera de la Unión Soviética, permeando todas las capas sociales y abarcando cada una de las regiones del país. Esto encendió las alarmas de la dirección soviética, que no dudó en reprimir a los responsables de las acciones que consideraba antisoviéticas. A nivel general, no parece haber existido por parte obreros y miembros de la intelligentsia una impugnación orgánica a la naturaleza del sistema (Hornsby, 2013: 23-24). La confianza popular hacia los postulados oficiales referidos a que el Estado, la sociedad y el partido debían ser reformados, dejando atrás y para siempre el lastre estalinista, condujo a muchas personas o bien a reafirmar su pertenencia al PCUS, o bien a solicitar su afiliación. Tanto así que intelligenty (Zubok, 2009: 157) y ex presidiarios (Cohen, 2012: 65) por igual optaron por mantener firmes sus convicciones marxista-leninistas, aprobando el horizonte de expectativas generado por el partido. Pero la fortaleza del ideario comunista tuvo el efecto paradójico de potenciar la proliferación de disturbios en gran parte de la Unión Soviética (Temirtau, Kamenka, Kemerovo, Zhetikara, Grozny, Gori, Tiflis, Sujumi, Batumi, Krasnodar, entre otras localidades), al tiempo que operó como una red de contención para eludir cuestionamientos sociales de fondo que pusieran en jaque el sistema. Esto llevó al historiador Vladimir Kozlov (2009: 525-530) a concluir que el descontento de las masas generado por la crisis de la sociedad soviética de posguerra registró un pico hacia el final del gobierno de Khrushchev y decayó en tiempos de Brezhnev, cuando el conformismo y el consumismo individualistas debilitaron las ideas y los valores comunistas. Según la óptica oficial, las metas trazadas por la revolución de 1917 continuaban generando, en los años ‘50, un consenso masivo entre la población. La dirección del PCUS leyó en esta situación la necesidad inmediata de generar una base de apoyo a partir de un futuro promisorio en el mediano plazo que justificara los esfuerzos del presente. La táctica de propaganda oficial pasó entonces a fortalecer y evidenciar los lazos con los principios de Octubre. El XXI Congreso planteó lo cerca que estaba de ser cumplido el sueño de Lenin de ver a la sociedad soviética pasar del socialismo transitorio al comunismo definitivo.
Continuación y superación del XX Congreso del PCUS
Según informaba Pravda (S/a, 1959a), la clase obrera, el campesinado y la intelligentsia, pendientes como estaban de las intervenciones de los delegados del PCUS al XXI Congreso, estudiaban con particular interés las cifras contenidas en el informe de Khrushchev. Mítines obreros abocados a discutir lo expuesto en el congreso se estaban replicando en muchos lugares, lo que fue presentado por la postura oficial como una demostración de apoyo unánime e incondicional del pueblo trabajador hacia la política leninista del partido. Esta situación era producto de la relación fluida que el partido había logrado recomponer con la ciudadanía soviética tras el cierre de la etapa personalista signada por el estalinismo, pero también se conjugaba con la derrota del sector ortodoxo dentro de la dirección soviética en 1957 (Fitzpatrick, 2015). Así, Pravda destacó el hecho de que el Presidium del CC hubiera ocupado un lugar central en la derrota del llamado Grupo Antipartido, que había intentado desviar al país del rumbo trazado por el XX Congreso del PCUS (Brezhnev, 1959). En este sentido, el XXI Congreso implicaba, en palabras de Mikoian (1959: 216) “el desarrollo orgánico de las ideas del XX Congreso”. Bajo su perspectiva, la dirección colegiada en actividad había quebrado con éxito el burocratismo de la ortodoxia escisionista y había recompuesto la relación con las masas comunistas y con el conjunto general del pueblo soviético. La nueva unidad se había visto cristalizada en la aprobación unánime de las resoluciones del Pleno del CC del PCUS de junio de 1957, cuando el Grupo Antipartido resultó derrotado.
Contando con una población total de casi 210 millones de personas, habían sido alrededor de 34 millones (es decir, una sexta parte del país) los partidarios y los sin partido que concurrieron a las reuniones realizadas en toda la Unión Soviética para dar lectura a parte del Informe Secreto elevado por Khrushchev al XX Congreso del PCUS (Hornsby, 2013: 31-32). Si bien los congresos del partido siempre habían sido públicos y abiertos (Corvalán, 1993: 16), se pretendió a partir de entonces hacer de la difusión masiva y la participación del pueblo soviético en los asuntos abordados por los congresos una práctica consuetudinaria. Esta práctica se convirtió así, sostenemos aquí, en un instrumento institucional fundamental para generar legitimidad desde arriba hacia las bases. Como parte de esta relación más dinámica que se promocionó entre el partido y los trabajadores, los informes presentados por los diversos delegados al XXI Congreso fueron dados a conocer de inmediato al conjunto de los ciudadanos soviéticos. Pasado el furor por el XXI Congreso, cuando los ejemplares de Pravda tenían de 10 a 12 páginas, volvieron con el número 40 del 9 de febrero a tener entre 4 y 6 páginas, tal como había sucedido hasta el 27 de enero.
Además de la intervención de los delegados enviados por los diferentes partidos comunistas, el congreso había dado lugar a la intervención de trabajadores: un minero de la cuenca ucraniana del Donetsk, un obrero de la fábrica de neumáticos de Moscú, un montador de la fábrica del Almirantazgo de Leningrado, un obrero de la fábrica automotriz de Minsk, trabajadores de los koljoses (incluyendo algunas mujeres), entre otros (Khrushchev, 1959b: 120). Habían tenido también espacio para expresarse científicos, agrónomos, ingenieros e industriales. Desde la perspectiva oficial, el compromiso de los ciudadanos con el plan septenal para la edificación comunista era muy alto y su interacción con las direcciones partidarias era fluida en todas las regiones de la Unión Soviética. De este modo, por ejemplo, el secretario general del Partido Comunista de Kazajstán, Nikolai Beliaev, informaba que el pueblo trabajador kazajo había celebrado 28.856 reuniones, tanto en las ciudades como en las aldeas, para discutir las tesis del informe de Khrushchev al XXI Congreso del PCUS (1959: 149). Esta participación plural era exhibida como la muestra cabal del sólido estado de salud con que se iniciaba la nueva relación entre el partido y el pueblo en toda la extensión de la Unión Soviética. Por medio de una cita textual de Lenin, Nikolai Podgorny (1959) ilustraba el particular momento de unidad que estaba experimentando el PCUS en su relación con el pueblo soviético: “El estado es fuerte debido a la conciencia de las masas”.
Dentro del PCUS se había desarrollado, durante más de dos meses, una extensa discusión sobre las tesis del informe de Khrushchev referidas a las cifras de control para el desarrollo de la economía nacional para el período 1959-1965. Según informaba el periódico Izvestiia, millones de trabajadores habían participado en el intercambio destinado a trazar el programa de la construcción comunista (S/a, 1959d). En los días previos a la celebración del XXI Congreso, las tesis sobre las cifras de control habían sido discutidas a lo largo del país en “más de 968.000 reuniones en las fábricas y obras, en los koljoses y sovjoses, en las instituciones científicas y los centros docentes, en las unidades del Ejército y la Marina y en los órganos de los soviets” (Khrushchev, 1959a: 19), registrando un número en torno de los 4.672.000 participantes. La astronómica participación popular se había manifestado en las más de 650.000 cartas y artículos que los ciudadanos soviéticos habían hecho llegar a los diversos medios de comunicación.
En opinión de Pravda, esta situación demostraba de manera inigualable la estrecha unidad que mediaba entre el pueblo y el partido (S/a, 1959e), relación que se veía reflejada en el crecimiento en el número de afiliados al PCUS. En el lapso transcurrido entre los congresos XIX y XX, se habían incorporado alrededor 736.000 personas. En los menos de tres años mediados entre los congresos XX y XXI, más de un millón de personas habían sido admitidas, alcanzando un pico en 1958, cuando se sumaron al PCUS más de 480.000 personas. En ningún año de la posguerra había habido una incorporación tan voluminosa, aún cuando el partido había debido poner un freno a su crecimiento exponencial, negando la aceptación a la totalidad de los postulantes (Kirichenko, 1959).
Mikhail Suslov (1959a) señaló que los éxitos alcanzados en el lapso de los tres años transcurridos entre la celebración del XX Congreso y el XXI Congreso se debían a las grandes ventajas del sistema socialista, consistentes en la política leninista correcta del partido y la labor creadora del pueblo soviético. El miembro del Politburó rescataba el trabajo ideológico llevado adelante desde el XX Congreso. En esa dirección, se estaba realizando una intensa labor editorial: por un lado, ya se encontraba en proceso la publicación de la segunda edición de las obras de Marx y Engels, en tanto que, por otra parte, se planeaba la publicación de una colección completa de las obras de Lenin, de actas y transcripciones de congresos y conferencias del partido, y de monografías y libros de texto sobre cuestiones de teoría marxista-leninista. De igual modo, se había insuflado nuevas energías al trabajo sobre la cobertura de cuestiones referidas a la historia del PCUS. También se destinaron esfuerzos a la producción y difusión de trabajos críticos sobre la ideología burguesa y fundamentos ideológicos del revisionismo. En el V Pleno del Komsomol de Toda la Unión, siendo su primer secretario, Shelepin atacó a los jóvenes que, en su perspectiva, defendían posturas pequeñoburguesas y anarquistas. El trabajo ideológico en todos los niveles era el pilar para reencauzar a la juventud en su lucha contra elementos contrarios al comunismo (Furst, 2010: 360).
El papel de la propaganda y la organización de la prensa y de la cultura se habían visto incrementados en forma notable desde el XX Congreso del PCUS. Pravda era el principal periódico impreso del estado soviético. Empresas, oficinas administrativas y organizaciones del partido se hallaban suscriptas y los quioscos de periódicos lo vendían a bajo precio. Los mensajes de este periódico llegaron potencialmente a todos los ciudadanos (Rindlisbacher, 2017). La circulación de Pravda, que en los días del XX Congreso registraba una tirada de 48,7 millones de ejemplares, había ascendido en 1959 a 62 millones de copias. Se publicaban también 858 revistas que tenían una tirada de 26 millones de ejemplares y se editaron más de 60 mil títulos de libros con una tirada por encima de los 100 millones de ejemplares (Suslov, 1959a). De igual modo, cumplieron un papel destacado en la formación cultural e ideológica de la ciudadanía soviética las traducciones de libros, revistas y periódicos. Las tiradas por millones de estos ejemplares fueron la prueba cabal del lugar especial que le asignaban los lectores soviéticos a la literatura extranjera. Las traducciones, de hecho, contaron con la promoción del Estado, que montó un sistema de control y censura sobre los traductores (Sherry, 2015).
Los líderes comunistas no-soviéticos convocados a las sesiones del XXI Congreso del PCUS también brindaron relatos acerca de la consolidación del genuino marxismo-leninismo en sus países a partir de los sucesos iniciados con la lectura del Informe Secreto. En esta línea, el húngaro János Kádár (1959) comentó que el Congreso Extraordinario basaba su trabajo político-ideológico en los resultados de la política del congreso precedente. Kádár aprovechó la ocasión para agradecer en nombre del Partido Socialista Obrero Húngaro y del pueblo húngaro a sus homólogos soviéticos por la ayuda fraternal que habían prestado en 1956 para combatir la “rebelión contrarrevolucionaria” desatada por las fuerzas de “la reacción burguesa-terrateniente, el imperialismo internacional y la traición revisionista”. Concluyó Kádár que las decisiones tomadas por el XX Congreso habían permitido al partido húngaro retomar la senda leninista, tal como había propuesto para sí mismo el PCUS, y ello le había permitido superar los errores dogmáticos y sectarios diseminados por los “revisionistas”.
En contraposición a los postulados que seguiría un año más tarde, Enver Hoxha (1959), jefe del Partido del Trabajo de Albania, se mostró complacido por la celebración del XXI Congreso del “glorioso partido fundado por el gran Lenin”. En su opinión, el congreso representaba el comienzo de una nueva etapa en la historia de la humanidad, dado que marcaba el inicio de la construcción de la sociedad comunista, que terminaría de sepultar a al mundo capitalista. Hoxha afirmó que el período transcurrido desde el XX Congreso había sido pletórico en éxitos para el modelo soviético. Los avances en la industria, la agricultura, la cultura y la ciencia registrados en la Unión Soviética, eran atribuidos por Hoxha a las correcciones de la línea leninista impresas por el CC y su conductor, Nikita Khrushchev. Parecía estar claro por entonces, tanto para Hoxha como para el resto de los delegados de los partidos comunistas invitados a Moscú, que los informes presentados por Khrushchev tanto en el XX Congreso como en el XXI Congreso Extraordinario eran la expresión creativa del marxismo-leninismo y constituían una hoja de ruta para el movimiento comunista internacional en pleno.
La competencia internacional en tiempos de Guerra Fría
Además de las deliberaciones referidas a las cuestiones internas de la Unión Soviética, tuvieron también un lugar destacado las consideraciones sobre política exterior, con el eje centrado en las deterioradas relaciones entre Occidente y Oriente. Los países que contaban con partidos comunistas al momento de la celebración del XXI Congreso del PCUS eran 83, y nucleaban a más de 33 millones de trabajadores. La existencia de partidos comunistas era percibida en Moscú como un indicador clave del nivel de organización y de experiencia de lucha de clases alcanzado por el movimiento obrero internacional. Con vistas a la maximización de recursos y posibilidades en el contexto del momento, Khrushchev (1959a: 84) señaló la necesidad de impulsar dentro de cada partido “el fortalecimiento ideológico y orgánico de sus filas”, así como “su cohesión más firme sobre la base del marxismoleninismo y la consolidación de sus fraternos lazos internacionales”.
La Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros, celebrada en noviembre de 1957, buscó evidenciar la existencia de una homogeneidad ideológica, y pretendió encontrarla cristalizada en la Declaración que fue aprobada de manera unánime para funcionar a modo de carta de unidad del comunismo internacional. La principal tarea propuesta por la Conferencia pasaba por combatir el revisionismo, el dogmatismo y el sectarismo. Al expresar su rechazo a participar en la Declaración, la Liga de los Comunistas de Yugoslavia había hecho gala, según Khrushchev, del revisionismo plasmado en su programa. La adopción del nuevo programa del partido yugoslavo en abril de 1958, cuya finalidad era, en su opinión, contrariar la ideología marxista-leninista, no había sino alimentado mayores resquemores de Moscú y Pekín hacia Belgrado (Rajak, 2011: 203-204).
En su rechazo hacia las vías nacionales al socialismo, en boga en los años de posguerra entre los países de Europa del Este, la máxima autoridad soviética destacó “que el factor fundamental y determinante del desarrollo de los países por el camino del comunismo son las leyes comunes a todos ellos, y no sus manifestaciones particulares. El marxismoleninismo exige que se sepa aplicar la teoría del comunismo científico a las condiciones concretadas de cada país en las etapas de su desarrollo” (Khrushchev, 1959a: 107). Se puede concluir de ello que tomar en cuenta las especificidades propias de un país determinado no habilitaba a sus partidos comunistas a desviarse de la senda marxista-leninista. La dirección soviética se arrogó la exégesis del formulismo teórico para el buen desarrollo de la revolución social.
Si bien Khrushchev había visitado Belgrado en 1955 para intentar recomponer las relaciones resquebrajadas en los últimos años de estalinismo (Roucek, 1972: 231), entendía ahora que la dirección yugoslava había priorizado la integración junto a Grecia y Turquía en el bloque de los Balcanes, en lugar de aceptar ponerse a disposición del proyecto internacionalista proletario promovido por Moscú. Yugoslavia había optado por situarse a la cabeza del movimiento de los países No-Alineados, para disputar desde allí a la Unión Soviética la influencia en el mundo no capitalista. El punto irreconciliable con la crítica soviética pasaba por el hecho de que Tito y sus colaboradores “reducen el papel del partido y rechazan de hecho la doctrina leninista acerca del partido como fuerza dirigente en la lucha por el socialismo” (Khrushchev, 1959a: 87). En este aspecto, la lucha contra el revisionismo confluía con la lucha contra el sectarismo y el dogmatismo. Mientras que la primera corriente político-ideológica renegaba del rol central del partido de corte leninista para erigirse en la vanguardia genuina del proletariado, los sectarios y dogmáticos contradecían el principio leninista de establecer un contacto estrecho con las masas a las que pretendían conducir. Estas tensiones no impidieron que el 28 de enero llegaran a buen puerto en Moscú negociaciones sobre intercambios comerciales entre el Ministerio de Comercio Exterior de la URSS y la delegación comercial de Yugoslavia, en donde se acordaron listas de bienes para el suministro mutuo durante 1959 (S/a, 1959f).
El caso yugoslavo fue presentado como una excepcionalidad a la norma en el marco del XXI Congreso del PCUS, que transcurrió con palabras de reconocimiento y apoyo a las disposiciones soviéticas por parte de los delegados de partidos extranjeros. Fue así como el secretario general del Partido Socialista Unificado de Alemania, Walter Ulbricht (1959), comenzó su intervención felicitando al PCUS por sus logros sobre el capitalismo. Desde el éxito del Sputnik I, la Unión Soviética había lanzado los satélites artificiales que orbitaban la tierra. Este avance tecnológico registrado en la carrera espacial con Estados Unidos era utilizado por el líder comunista alemán para ilustrar la superioridad del socialismo sobre el capitalismo. Bajo su perspectiva, el XXI Congreso del PCUS venía a ratificar y profundizar el programa para la construcción integral de la sociedad comunista, lo que hacía que tuviera suma relevancia para todo el movimiento obrero internacional.
En realidad, el conjunto de los delegados al Congreso designados por partidos comunistas externos a las repúblicas soviéticas dibujó un horizonte brillante en donde el comunismo mundial, guiado por el camino trazado desde la Unión Soviética, no encontraba mayores obstáculos para su consolidación. Pese a haber sostenido en su momento que el Informe Secreto había esgrimido una línea de análisis contraria al marxismo (1956), Palmiro Togliatti tomó una posición más original al diagnosticar que el nuevo fortalecimiento de las fuerzas reaccionarias, que se hallaban en plena etapa de maduración y preparación para una amplia ofensiva, constituía uno de los desafíos inmediatos que enfrentaba el movimiento comunista en Europa occidental (incluso en Italia, donde contaba con dos millones de comunistas en el partido y en la juventud, y acababa de obtener siete millones de votos en las últimas elecciones parlamentarias) (1959). En su lucha contra el comunismo, los grandes monopolios capitalistas se servían del favor de un variopinto arco de partidos políticos, que iba desde la burguesía a la socialdemocracia de derecha, pasando por los partidos católicos y los de carácter fascista o semifascista. Los partidos comunistas tenían, según el dirigente italiano, la necesidad de establecer vínculos cada vez más estrechos con los trabajadores. La clase obrera, guiada por su aparato organizado, debía tomar como objetivo de su lucha cotidiana la causa de la paz, la democracia y la independencia nacional. Togliatti se refirió esta vez en términos positivos al XX Congreso del PCUS, señalando que había tenido una enorme importancia no solo para el desarrollo de la sociedad soviética y su partido, sino para el movimiento comunista entero.
Tanto Togliatti como Ulbricht coincidieron en destacar que la Declaración de los Partidos Comunista y Obreros, al estimular el internacionalismo proletario y la lucha contra el revisionismo y el dogmatismo, había propiciado el fortalecimiento interno del bloque de los estados socialistas. Al ocupar el puesto más occidental del campo socialista, Alemania en particular se había visto beneficiada, según Ulbricht (1959), de la lucha por la paz y las transformaciones socialistas definidas en la Declaración. En la misma dirección, el primer ministro de China, Zhou Enlai (1959), afirmó que su país y la Unión Soviética se hallaban estrecha e inexorablemente hermanados por el marxismo-leninismo. En su perspectiva, los intentos imperialistas conducidos por Estados Unidos y los revisionistas yugoslavos modernos para provocar una división en el campo socialista no tenían forma de hacer mella en la cohesión sino-soviética.
Los índices de producción en las distintas ramas de la economía nacional y las promesas de la jornada laboral más corta del mundo para los trabajadores soviéticos constituían, a los ojos de los delegados al XXI Congreso del PCUS, la demostración más plausible de la superioridad del socialismo sobre el capitalismo. El secretario general sostuvo que en los inicios mismos del proceso revolucionario iniciado en 1917, la dirección bolchevique sabía que en un futuro próximo la confrontación entre los dos sistemas de producción entraría en una competencia económica, que acabaría dirimiéndose en favor del socialismo. Esta afirmación teleológica no era producto de un singular punto de vista, sino que se trataba una línea argumentativa entroncada con la concepción teórica que sobre su propia historia llevaba décadas construyendo el PCUS.
El plan septenal había sido concebido como aquel instrumento que a su término permitiría a la Unión Soviética y a las democracias populares contribuir con más de la mitad de la producción industrial mundial, lo que redundaría en el triunfo definitivo del comunismo sobre el capitalismo. El desarrollo de esta compulsa favorable al socialismo garantizaba la neutralización de los factores que amenazaban la paz mundial. Se trataba de uno de los problemas más significativos de la época. La política internacional ensayada por el gobierno de Khrushchev en la doctrina de la “coexistencia pacífica” condensó el sentido de una lucha económico-tecnológica que se situaba por delante de todo enfrentamiento bélico. Sin explicitarlo, la política exterior soviética khrushcheviana entraba en contradicción con la doctrina pergeñada por Lenin y sostenida durante el estalinismo de la guerra inevitable, a propósito de la relación entre los sistemas capitalista y el comunista. Pero se trataba de un conflicto relativo, puesto que la coexistencia pacífica no consistía en señalar que la confrontación entre capitalismo y comunismo por la vía armada fuera imposible, sino que enarbolaba la idea de que fuera evitable (Vigor, 2021: 163). En este sentido, el final del otoño y el invierno de 1959-1960 han sido señalados desde una mirada retrospectiva (Fursenko y Naftali, 2018: 270) como uno de los puntos de inflexión más relevantes de la Guerra Fría. Khrushchev intentó aprovechar todas las oportunidades que tuvo a su alcance para reducir el peligro internacional y, al mismo tiempo, limitar así la enorme carga representada por los gastos de defensa.
Concebida en el marco del XX Congreso del PCUS, la coexistencia pacífica aparecía tres años después como una realidad alcanzable. Con la adopción del plan septenal, la Unión Soviética se encontraba en vías de desbancar a Estados Unidos para convertirse en la primera potencia industrial. Asimismo, China también estaba camino de erigirse en una potencia industrial, lo que, sumado al incremento en los niveles de producción industrial del conjunto de los países socialistas, tornaba plausible el desenvolvimiento de todo el poderío económico del campo socialista. Sin embargo, continuando con la lógica soviética, aunque el capitalismo fuera derrotado y perdiera su hegemonía mundial, bastaba la supervivencia de resabios capitalistas para que el socialismo siguiera en riesgo. Era por ello que la Unión Soviética y sus aliados debían preocuparse de que el desarrollo de sus industrias también generara cambios en la capacidad armamentística. No había sido otra la causa esgrimida para justificar la existencia del Tratado de Varsovia.
La dirección soviética planteó la necesidad de distensión y desarme, y durante el transcurso del XXI Congreso intentó impulsar el diálogo con las potencias occidentales a propósito de la situación de Berlín. El presidente Eisenhower, por su parte, había reforzado el interés norteamericano por implementar una legislación para el intercambio de secretos nucleares con sus aliados, entre los cuales se encontraba Alemania Occidental (Troyanovsky, 2000: 223). A los ojos de los diplomáticos soviéticos, la amenaza continua ejercida por el capitalismo tornaba imposible proceder a la reunificación pacífica de Alemania. Aceptar los términos propuestos por el canciller de la República Federal Alemana, Konrad Adenauer, implicaba “un peligro para la seguridad de los pueblos de Europa, ya que equivalía a extender a todo el territorio de Alemania el dominio del militarismo, el revanchismo y la reacción” (Khrushchev, 1959a: 73-74). Khrushchev planteó entonces que la cuestión de la reunificación debía ser discutida y resuelta por los ciudadanos alemanes y por acuerdos de sus dos Estados, y no, como esperaba Adenuaer, a través de la injerencia de las potencias extranjeras en asuntos que competían de manera exclusiva al pueblo alemán.
Al menos en los terrenos de la teoría y de la diplomacia, Moscú no debía exportar su revolución ni imponer su camino, sino que se debía respetar la decisión de cada pueblo de conducir su propio destino. Mayor relieve adquiría este principio en torno a los movimientos de liberación nacional que proliferaban en numerosos países de Asia y África. Negando forma alguna de intervencionismo en asuntos privativos de cada una de las naciones en conflicto, la Unión Soviética asumió el compromiso de apoyar a los pueblos en su decisión de expulsar de sus territorios a los ejércitos colonialistas de las potencias imperialistas que los subyugaban. La decisión soviética de apoyar los movimientos anti-colonialistas sin interceder en ellos quedaba demostrada, en la perspectiva del secretario general del PCUS, a partir de la experiencia registrada por la República Árabe Unida (Khrushchev, 1959a: 77). Existía entre esta última y la Unión Soviética una distancia ideológica insalvable. No obstante, ello no impedía que la lucha árabe contra el imperialismo recibiera el apoyo del comunismo internacional. El anti-imperialismo podía entonces ser el aglutinante de aquellos proyectos emancipatorios que, sin tener un objetivo político final común, confluían en la lucha contra un enemigo compartido.
Según lo anunciaba Khrushchev (1959a, p. 79), en tanto que los logros técnicos y científicos norteamericanos estaban destinados a potenciar sus pretensiones hegemónicas, en la Unión Soviética se dirigían a contribuir a la paz general. Los pueblos estaban llamados a desempeñar el rol decisivo en la contienda, pues llegado el momento iban a ser los encargados de decidir cuál de los dos sistemas era el mejor. En este sentido, el ideólogo del PCUS, Boris Ponomariov (1964b: 27), sostuvo que, al integrarlos en un mismo sistema socialista mundial, los Estados podían servirse de las ventajas que el mismo les ofrecía para cumplimentar la etapa socialista en un lapso breve y poder así pasar, de manera casi simultánea, a la edificación del comunismo. Esta situación llevaba a la CIA a interpretar que el XXI Congreso permitía a los dirigentes soviéticos “reafirmar la unidad monolítica del Comunismo Internacional y proyectar el futuro patrón de gobierno del ‘sistema socialista mundial’” (CIA, 1959). Resultaba innegable, por tanto, que el desarrollo material en curso en la Unión Soviética había encontrado en el XXI Congreso Extraordinario del PCUS un instrumento clave para su capitalización propagandística e ideológica.
Palabras finales
La evidencia arrojada en este artículo coincide en concluir junto a Benjamin Tromly (2014: 134) que, desde la lectura de su discurso en 1956, Khrushchev promovió un proyecto de comunismo “desestalinizado” en el que se dejaba intacto el lugar de las instituciones y de las elites del estalinismo. Tras la celebración de su XX Congreso, el nuevo rol protagónico asumido por el partido en todos los aspectos sociales, económicos y culturales de la Unión Soviética se tradujo, de acuerdo a la perspectiva oficial, en el estrechamiento de los vínculos con las masas trabajadoras. La nueva propaganda oficial adujo que, al erradicar las consecuencias del culto a la personalidad, el CC y las organizaciones locales del partido habían luchado persistentemente por la restauración y el desarrollo de las normas leninistas de la vida interna del partido (S/a, 1959g). La dirección soviética no solo restringió la capacidad de intervención popular en las discusiones, limitándolas a la cuestión del culto a la personalidad y a las medidas adoptadas para su superación, sino que al posicionar la atención sobre un programa prescriptivo basado en el plano económico logró ampliar el horizonte de expectativas. El XXI Congreso del PCUS fue erigido en vector clave para la cristalización de esta operación.
Aunque no fue un congreso regular, en el sentido de que no medió entre su realización y el congreso precedente el lapso de tiempo preestablecido, ello no fue un impedimento para que se anunciaran cambios importantes en la estructura del PCUS. Por el contrario, a pesar de que su carácter extraordinario hacía esperable –aunque no inevitable, pues no había experiencias previas en este tipo de congresos– que no fueran presentados en el XXI Congreso del PCUS informes referidos al trabajo del CC, según lo señaló en su momento el propio Suslov (1959b: 171), el tema central abordado había sido nada menos que la transición de una fase socialista a la fundación del comunismo dentro de la Unión Soviética. Pese a su trascendencia, el lugar en la historia de este evento histórico quedó eclipsado en la historiografía, tanto académica como partidaria. El congreso de 1959 cayó rápidamente en el olvido. Los postulados consignados en el XXI Congreso tuvieron un correlato lógico en el aperturismo económico y social plasmado en el XX Congreso y no pueden explicarse sin su concreción, pero no por ello dejaron de estar dotados de un sentido propio singular. Mientras el XX Congreso buscó reflexionar -con fines autoexculpatorios- sobre el pasado y el presente, el XXI Congreso pretendió brindar una sólida perspectiva de futuro. Retomando los objetivos trazados por el sexto plan quinquenal para incrementar el desarrollo acelerado de la industria pesada y promover al mismo tiempo la producción de bienes de consumo masivo, el PCUS cristalizó en su XXI Congreso el proyecto por etapas y de alcance internacional para la construcción del comunismo con el que se buscó avanzar en la elevación del nivel de vida de las masas y reforzar la base de apoyo de una dirección en disputa.
A la muerte de Stalin, se había anunciado la finalización del ejercicio unipersonal del poder, que sería devuelto al partido. Seis años más tarde, y tras haberse producido de la derrota del Grupo Antipartido, Khrushchev (1959a: 110) no escatimó grandilocuencia al afirmar que “El pueblo soviético ve en nuestro partido leninista a su probado jefe y maestro, y en su sabia dirección, la garantía de nuevas victorias del comunismo”. Alexander Titov (2009: 9) afirmó que, por medio de la campaña de edificación del comunismo, Khrushchev reclamó un lugar de paridad en la historia soviética con Lenin –fundador de la revolución socialista– y Stalin –constructor del socialismo en un solo país–. Bajo su conducción, el pueblo soviético transitaba el tramo final de la etapa socialista para avanzar al estadio subsiguiente. Así, el XXI Congreso Extraordinario del PCUS, a partir de las tesis del plan septenal allí presentadas y aprobadas, conformó el marco dentro del cual se reguló el reestablecimiento de relaciones entre el PCUS y las masas en su camino hacia la construcción de la sociedad comunista. En la reformulación de su legitimidad, la dirección de Khrushchev fue también exitosa en solidificar el compromiso del comunismo internacional en Europa centro-oriental, superando los cuestionamientos a la gravitación soviética que se habían hecho sentir en la Hungría del ’56. Aquí también la estrategia pasó por despolitizar los debates intra e inter partidarios, construyendo los pilares ideológicos de un marxismo-leninismo de la producción y el consumo, que serían ampliados en el marco del XXII Congreso y marcarían el signo de los tiempos en la primera mitad de la experiencia brezhneviana.
Referencias
Fuentes primarias
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Recibido: XX de XXXX de 2024
Aceptado: XX de XXXX de 2024
Versión Final: XX de XXXX de 2024
Anuario Nº 42, Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2025
ISSN 1853-8835