LUCIANO ALONSO
Anuario Nº 39, Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2023
ISSN 1853-8835
Sigue siendo un problema frecuentemente visitado el que alude a las
formas de la verdad y de la verosimilitud en la historiografía, con mojones de
importancia en lo que hace a la cuestión de la convalidación argumentativa, al
carácter de los hechos del pasado, al sentido de lo acontecido y al acceso a los estados
subjetivos pretéritos. Ha quedado atrás ya el período del desafío posmoderno y el de
una declamada “crisis de la historia”, aunque como lo demostrara Gerárd Noiriel
hubo desde muy tempranamente trances similares y podrían identificarse varias en
paralelo de diversa entidad (Noiriel, 1997), con lo que en definitiva parece ser que
ciertas tensiones son consustanciales al modo de existencia de la disciplina y que
quizás las agendas no varíen tanto, sino más bien los énfasis y estilos. La
historiografía no abandonó su carácter de discurso con pretensión de verdad y buscó
articular más claramente la inferencia empírica propia de los modelos tradicionales
con la inferencia lógica, la morfología, la especulación controlada y la simple y llana
admisión de la incertidumbre o la duda. En palabras de Georg Iggers,
Si bien la fe en el pensamiento histórico, ya sea en el sentido rankeano o del
positivismo científico social, ha sufrido un fuerte remezón, ha sido modificada antes
que repudiada. Los historiadores todavía proceden bajo el supuesto de que estudian
un pasado real, aun cuando entiendan lo complicado que resulta reconstruirlo. (…)
Las complejidades de la investigación histórica, ya ampliamente reconocidas, han
conducido a un aumento y a una mayor diversidad de interpretaciones; también al
reconocimiento de que en la historia no hay respuestas finales sino un diálogo
continuo. Tal reconocimiento no significa que estas interpretaciones sean meros
productos de la imaginación, por más que la imaginación sea parte del proceso de
interpretación. (…) Por supuesto, no hay interpretación que sea completamente libre
de aspectos ideológicos, pero todas ellas están sujetas a una lógica de indagación
que requiere de honestidad intelectual (Iggers, 2012: 260-261).
Otra cuestión de fuerte presencia en la teoría de la historiografía es la de la
temporalidad, asociada a las de la permanencia o duración y la del cambio o
transformación. La acumulación, ritmo, niveles o dimensiones, singularidad o
repetibilidad, irreversibilidad y reversibilidad del tiempo histórico son algunos de los
aspectos que merecen atención. Nociones como la de “estratos del tiempo” (Koselleck,
2001) o la de “regímenes de historicidad” (Hartog, 2010) vienen marcando los debates
de las últimas décadas, atravesados también por renovados acercamientos a las
elaboraciones inspiradas por Walter Benjamin o Jacques Derrida. Tal vez dentro de
este campo destaquen las numerosas reflexiones sobre el acontecimiento, cuyo
pendant está dado por la posibilidad de definición de una época y por tanto de
enunciados totalizadores que la caractericen a partir de un fenómeno o conjunto de
fenómenos.
Íntimamente vinculado con esos temas está el problema del manejo de la
temporalidad en el discurso historiográfico, que se empalma asimismo con la forma
narrativa. Aunque hay diferencias sustanciales entre modos analíticos o