Hacia una historia crítica. Notas en torno a las tesis de Walter Benjamin
Hacia una historia crítica. Notas en torno a las tesis de Walter Benjamin
Towards a critical history. Notes on the
theses of Walter Benjamin
ROBERTO PITTALUGA
Instituto de Estudios Históricos y Sociales de La Pampa
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de La Pampa
Instituto de Investigación en Historia y Ciencias Sociales
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires
roberto.pittaluga@gmail.com
RESUMEN
Este trabajo explora algunas de las dimensiones epistemológicas y políticas de las elaboraciones sobre la historia que hiciera Walter Benjamin, en tanto constituyen elementos indispensables para pensar los fundamentos y desplegar las prácticas de una historia crítica. A partir de la séptima tesis contenida en el póstumo “Sobre el concepto de historia”, y en particular la idea de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”, se examinan sus implicaciones para una historiografía materialista. Para ello se reflexiona sobre las relaciones entre pasado y presente que propone como también sobre los recursos figurativos y la praxis que sostiene esta revolución historiográfica.
Palabras clave: Walter Benjamin; teoría de la historia; historiografía
ABSTRACT
This paper explores some of the epistemological and political dimensions of Walter Benjamin's elaborations on history, as they constitute indispensable elements for thinking the foundations and deploying the practices of a critical history. Starting from the seventh thesis contained in the posthumous "On the Concept of History", and in particular the idea of "brushing history against the grain", its implications for a materialist historiography are examined. To this end, we reflect on the relations between past and present that it proposes, as well as on the figurative resources and the praxis that sustain this historiographical revolution.
Keywords: Walter Benjamin; theory of history; historiography
“Mi escritura está firmemente a favor del cambio revolucionario,
pero desconfía de las grandes palabras, y trata de saber qué precio
se paga y qué realidades se ocultan, cuando se las usa”
María Negroni, La Anunciación
El presente trabajo se limita a explorar algunas de las dimensiones epistemológicas y políticas contenidas en las elaboraciones que hiciera Walter Benjamin “sobre el concepto de historia”, en tanto constituyen elementos ineludibles a la hora de pensar los fundamentos y desplegar las prácticas de una historia crítica.[1] Nuestro punto de partida es la séptima tesis contenida en el póstumo Über den Begriff der Geschichte, y en particular su frase de cierre, cuando se afirma que la tarea del historiador que se oriente por el materialismo histórico es la de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” (Benjamin, 1995: 53).[2] Probablemente se trate de una de las expresiones más citadas de las tesis, epígrafe de un sinnúmero de escritos con propósitos muy distintos pero coincidentes en que por su medio se nos convoca a escribir otra historia.
Sin embargo, en no pocas ocasiones, su uso ha quedado acotado a un cambio de signo valorativo de los procesos, acontecimientos y sujetos de la historia, variación que transmuta en positivas las experiencias denigradas o directamente ignoradas en las versiones dominantes. Esas “contrahistorias” se convierten, en muchos casos, en versiones especulares de la historiografía dominante, construyendo otros tantos relatos gloriosos, por lo que escribir la historia de los vencidos se convierte en narrar historias ejemplares que promuevan o se presten a identificaciones imaginarias o simbólicas; son por tanto empeños que tienden a erigir un nuevo panteón de héroes, y que incluso, disimuladamente o no, conservan la idea de progreso al interpretar las luchas del pasado como etapas de una historia acumulativa. De este modo, pasarle a la historia el cepillo a contrapelo fue entendido en su primera capa de sentido, como, acotadamente, contar otra historia que devuelva el lugar del protagonismo de las diversas subalternalidades, lugar elidido en las narraciones de los vencedores.
Pero al detenerse en ese nivel de significación, los pilares de la concepción de la historia de la cual Benjamin nos insta a apartarnos quedan incólumes, mientras se hacen romas las puntas de las afiladas lanzas epistemológico-críticas de las tesis. Es que la metáfora elegida no es simplemente un sinónimo de o una indicación literaria para escribir “otra historia”, ni hay azar en su elección. Asumir esa figura del contrapelo implica ahondar en los significados que impone el desafío de escribir una historia a contracorriente.
Al presentar en forma de tesis sus reflexiones sobre el concepto de historia —con sus recursos imaginales, alegóricos, metafóricos— Benjamin apuesta tanto por una escritura discontinua de tópicos que considera nodales para una nueva concepción de la historia como por generar una panorámica en la que las distintas tesis se ensamblen como piezas de una estructura arquitectónica, de un montaje. Esta estrategia expositiva resulta inescindible, porque es también parte, de la reflexión teórica que promueven las tesis, en tanto éstas están pensadas como “el armazón teórico del Baudelaire”, es decir, del inconcluso Libro de los Pasajes.[3] Este elaborado montaje en el que se intercalan la cita y el comentario aspira en sus imágenes críticas a sostener un pensamiento epistémico-crítico que reformule la teoría de la historia tanto como la historiografía y las relaciones entre memoria e historia, y que exponga los alcances y bases gnoseológicas y políticas del vínculo entre eso que llamamos pasado y la actualidad.
1.
“Un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón
misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido”
Jorge Luis Borges, El pudor de la historia
Tanto Michael Löwy en Aviso de incendio (2003) como Reyes Mate en Medianoche en la historia (2006), acometen la tarea de interpretar una a una las tesis a la vez que presentar una idea general del propósito y la perspectiva benjaminiana. En el análisis de la VII tesis se detienen particularmente en tres elementos: la acedia como fundamento de la empatía del historicismo con los vencedores —en la historia y en el presente—; la barbarie que se aloja en todo documento de cultura; y la proposición de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”, considerada por Löwy como “una fórmula de un enorme alcance historiográfico y político” (2003: 85).
Ante ese historicismo cuyo conformismo con lo triunfal es equivalente a la acedia medieval propia de los cortesanos sumisos con su destino, el enunciado benjaminiano hace resonar como un eco la segunda de las “consideraciones intempestivas”, en la cual Nietzsche, mientras repudiaba a los historiadores que se ahogaban “en el río del devenir” e idolatraban lo fáctico, convocaba a “nadar contra las olas de la historia” (Löwy, 2003: 82-84). Se trata, de tal modo, de la negativa a unirse al cortejo triunfal de los vencedores de hoy, herederos de los dominadores de cada época, como reza la misma tesis, y a partir de ese rechazo revelar el secreto barbárico sobre el que también se sostiene el patrimonio cultural. [4] Desde esta doble contraposición —al gesto empático con la dominación y a la celebración acrítica de la cultura— Löwy deriva dos significados para la frase que corona la séptima tesis. Por un lado, una significación histórica, pues cepillar la historia a contrapelo es ir a contracorriente de la versión oficial, oponiéndole a ésta la tradición de los oprimidos. Por otro lado, señala lo que considera la significación política de la frase: en tanto la revolución o la redención no serán el resultado del curso natural de los acontecimientos, del “sentido de la historia”, del progreso inevitable, habrá que “luchar contra la corriente”. Pues “librada a sí misma o acariciada en el sentido del pelo, la historia sólo producirá nuevas guerras, nuevas catástrofes, nuevas formas de barbarie y opresión” (Löwy, 2003.: 87). Significación política también —podría agregarse— en tanto impone un deslinde respecto de cierto fatalismo optimista de la socialdemocracia y del bolchevismo. Pues como apunta Reyes Mate, cepillar la historia a contrapelo es “atender a lo despreciado por la historia canónica”, es sostener la mirada “del otro lado del espejo”, “fijarnos en el lado oculto de la realidad” (2006: 140-141).
Estas indicaciones nos permiten avanzar un poco en relación a los alcances de dicha metáfora. Porque, ¿qué significa “cepillar” la historia, y hacerlo “a contrapelo”? Evidentemente una tarea propia, específica, del historiador materialista, un modo de hacer historia. Una tentativa[5] de abrirse camino ante la paradoja de escribir esas historias que han sido borradas, de la que no se guardan registros, la historia de quienes en su propio presente han carecido de voz, de aquellos olvidados —y de aquello olvidado— en el más profundo de sus sentidos. Paradoja que, como advierte Georges Didi-Huberman, no se resuelve, sino que se zanja (Didi-Huberman, 2014). A lo que se añade que no alcanza con reponer aquello que ha sido obliterado, sino que se precisa modular un nuevo relato que invierta —a contrapelo— el sentido de la historia. Entonces, ¿de qué tipo de inversión se trataría?
Efectivamente, como hacen Löwy y Reyes Mate, la séptima tesis puede ser pensada a partir de la combinación de tres problemáticas: la cuestión de la empatía; la relación imbricada de cultura y barbarie y, finalmente, la sentencia de cepillar la historia a contrapelo. En la construcción de la tesis, esta última adquiere cierto tono imperativo derivado de su posición antagonista respecto de la historiografía historicista y del carácter dual del patrimonio cultural. Estas tres piezas, en relaciones de concurrencia o de oposición, se articulan en un montaje que es preciso atravesar para indagar aún más el sentido de la convocatoria benjaminiana.[6]
La historia a contrapelo se opone, entonces y en primer término, a esa empatía con los vencedores. Si bien la empatía es equiparada a esa acedia medieval de tono melancólico y sumisa frente a lo que consideraba un destino irremediable, este vínculo no brinda una explicación completa de por qué se asocia la Einfühlung —término usado por Benjamin y cercano a empatía, pero que el propio Benjamin tradujo, al francés, como “identificación afectiva”— con la acedia.[7] Pues la acedia no era sólo una resignación ante el fatalismo sino también una complacencia con la tristeza debida a la pérdida del objeto de deseo. De modo que esa “pereza del corazón”, en tanto origen de la empatía, no se manifiesta solamente en una disposición actitudinal al comportamiento cortesano; también se expresa en un deleite con la labor realizada, plasmada en un discurso historiográfico sustentado en “lo que realmente sucedió”, en una suerte de culto a la facticidad (que impone incluso una definición de “lo acaecido”). Se precisa entonces indagar por cuáles modos este discurso de la historia —más allá de una mirada ingenua— se afirma como elogio, consciente o no, de una dominación otrora que a su vez se duplica en la legitimación y fortalecimiento de la presente. Lo que la tesis parece sugerir es que la “identificación afectiva” se afianza tanto en presupuestos epistémicos como en una subjetividad historiográfica, es decir, en las prácticas historiadoras que la animan y definen. Desde ese ángulo, empatía y acedia son los nombres tanto de una actitud conformista y servicial para con los vencedores —que como bien señalan Löwy y Reyes Mate, hace equivaler a los cortesanos de antaño con los historiadores historicistas del presente— como de una perspectiva política inmanente a ese hacer historia sometido a la postulada cientificidad de “lo fáctico” y con ello laudatoria del cortejo triunfal.
La llave de bóveda, la raíz historiográfica de dicho procedimiento empático proviene, advierte Benjamin, de la anulación del presente como instancia de inteligibilidad de lo histórico, una elisión que si tiene alcances éticos y políticos se afirma en un tipo de figuración de la relación entre presente y pasado. Pues este borramiento del presente en la tarea de intelección histórica se consuma sobre la base de establecer entre pasado y presente una relación meramente temporal, cronológica, en el sentido que al tiempo le otorgan las ciencias naturales, esto es, físico o cosmológico. La subjetividad historiadora empática descansa así en una concepción del tiempo histórico como continuo, lineal, vacío y homogéneo.
Es con este proceder, afirma Benjamin, con el que ha roto el materialismo histórico.[8] A primera vista parece tratarse, bajo ciertos aspectos, de un conflicto entre procedimientos (aun cuando tengan alcances epistemológicos y políticos), es decir, entre modos del hacer historiográfico, y esta ruptura en el plano procedimental resulta completa. Contraviniendo a ese historicismo citado en la conservadora figura de Fustel de Coulanges, y a la vez parafraseando la tercera tesis, podría decirse que nada de lo acaecido ulteriormente es despreciable para la comprensión de lo histórico, para su construcción misma (como veremos), pero particularmente relevante resulta el presente del historiador. Es que por detrás de la ruptura con la empatía historicista se juega la crítica a aquellas concepciones de la historia tramadas por un tiempo lineal y continuo, concepciones que posibilitan la anulación del presente en la producción historiográfica y configuran la referida subjetividad historiadora empática con los vencedores. El materialismo histórico que Benjamin propone debe entonces reformular la relación entre pasado y presente, esto es, debe elaborar una concepción de la temporalidad que permita la plena construcción de lo histórico, un régimen historiográfico en el cual el presente abra a la mirada los aspectos elididos de determinados pretéritos que reclaman su escucha, los cuales mutan así su estatuto en relación a una actualidad que, a su vez, deja de ser consistente consigo misma.
2.
“Le habló de Darwin y de la importancia del dedo
pulgar para que el hombre se hubiera hecho hombre,
bajara del árbol y aprendiera a matar a sus iguales”
Alberto Méndez, Los girasoles ciegos
El tono de la solicitación de escribir a contrapelo se modula gracias a una segunda oposición articulada en el montaje de la tesis. Es la que confronta ese enunciado con la afirmación, penetrante y destinada a tener hondo impacto en el pensamiento occidental, sobre el carácter bifronte del patrimonio cultural. La escritura a contrapelo es también una referencia a la doble posibilidad de lectura de todo documento de cultura, en su registro (fragmentario y oculto) de la barbarie que lo hizo posible. Es esta otra vista del patrimonio cultural, vista a contracorriente y que por ello no puede pensarse sin espanto, la que cimenta la distancia desde la que observa el materialista histórico. El historiador crítico es un “observador distanciado”, no porque esté cronológicamente separado del acontecer que atiende sino porque alejado, lo más que le sea posible, de la celebración condescendiente del patrimonio para hacerle lugar a su costado atroz. Apuntar en cada glorificación de la cultura la crueldad que la hizo posible.
Esta necesidad de distanciamiento como sostén de la crítica tiene, por un lado, un efecto en la concepción de la temporalidad histórica, pues al hacerle lugar al malestar con el presente atiende a lo que en éste existe de modo inconformista y, a veces, pretende transformarlo, un algo que deshomogeneiza la noción corriente de contemporaneidad, que la aleja de lo meramente cronológico, de la sincronicidad, para, integrando lo intempestivo, lo anacrónico, pensarla dividida, compuesta de varios tiempos relacionados, y no como uniformidad inerte y lineal (Agamben, 2006/2007).[9] Por otro lado, y también relevante para nuestro tema, resulta que este enlace hasta ahora inescindible de cultura y barbarie se prolonga en el pasaje entre generaciones del acervo documental, al vertebrarse en una hermenéutica de la transmisión de los vencedores que garantiza la reproducción de la dominación y explotación (Benjamin, 1995; Mosès 1997). La barbarie no reside solamente en el documento de cultura sino también en su transmisión, en la tradición por la cual nos llega como historia. Es ésta una instancia de peligro y de urgencia y, como señala la sexta tesis, amenaza tanto al patrimonio como a los sujetos que han de recibirlo. Peligro, en primer término, por aquello que puede para siempre perderse[10]: a contrapelo, entonces, significa batallar por la reposición de lo olvidado, adoptando la actitud del cronista, para quien “nada de lo que alguna vez aconteció puede darse por perdido para la historia”, como se apunta en la tercera tesis (Benjamin, 1995: 49). En segundo término, el peligro de esa transmisión dominante es que es un medio —un medium— en el que se modelan los sujetos de la recepción, un terreno político-cultural del que emergen el conformismo y la complacencia con el statu quo, es decir, la acedia. Ambos peligros se manifiestan en esa disposición servicial de la historiografía “como herramienta de la clase dominante” (Benjamin, 1995: 51).
De esta doble dimensión del peligro se desprende que no alcanza, entonces, con reponer lo olvidado, actuar como el cronista, sino que se precisa “ganarle de nuevo la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla” (Benjamin, 1995: 51), lo cual exige un proceso conforme a una dialéctica de la destrucción y la construcción: destrucción de la hermenéutica de la dominación y construcción de una historia distinta, una transmisión diferente que, como el ángel de la novena tesis, se detenga a “juntar lo destrozado”.[11] El carácter destructivo de la historia crítica obedece a su compromiso con el rescate de aquellos momentos y experiencias de significado emancipador que permanecen ocultos, olvidados en la imagen que de una época ha constituido la tradición hegemónica; tarea destructiva que alcanza también al entramado epistemológico y procedimental de la misma historiografía.[12] Operación que es asimismo un aspecto de la construcción de la historia materialista, que auscultando en esos pretéritos borrados asume el potencial de significado crítico que ellos portan y que está en riesgo de perderse definitivamente. Es el trabajo que Benjamin despliega inicialmente en el libro sobre el Trauerspiel y luego, más desarrollado, en el libro de los Pasajes, ambos sostenidos en una dialéctica de la destrucción y la construcción puesta en juego por el montaje, por la técnica del mosaico de citas.
Es que la batalla por la historia es inseparable de la batalla por la historiografía: no hay otra historia sin otra escritura, sin otra transmisión y sin otros soportes político-epistemológicos; la partida de ajedrez de la primera tesis nos lo señala. Reponer lo olvidado conlleva la construcción de otra narración. Como ha notado Stéphane Mosès, ya desde el Trauerspielbuch Benjamin está preocupado por la dimensión escrituraria de la historia, pues allí afirma que “[e]n cuanto a la pregunta ‘¿Cómo se han desarrollado las cosas en realidad?’ el problema no es tanto responderla como saberla plantear” (cit. en Mosès, 1997: 81). El distanciamiento benjaminiano respecto de la transmisión cultural se expande en la exploración y puesta en práctica de procedimientos escriturarios que no se sostengan en el silenciamiento de la barbarie que posibilita la cultura sino que, al contrario —a contrapelo— la expongan. En gran parte de su obra Benjamin pone en ejercicio modalidades de escritura situadas en dicha perspectiva. Y la redacción de las tesis no es la excepción. Dan cuentan de ello las indicaciones que en los borradores –bajo los títulos de “Nuevas tesis H”, “Nuevas tesis K” y “La imagen dialéctica”– remiten al trabajo sobre Leskov, escrito pocos años antes. Pero más fuerte aun es la explícita referencia a su trabajo sobre la narración en la posición que el propio Benjamin asume como narrador de sus propios escritos. Como señala Susan Buck-Morss, desde la primera tesis se sitúa en dicha empresa: “Se cuenta…” es el inicio del texto Sobre el concepto de historia, el que no abunda en explicaciones, al modo de la narración como práctica de producción y transmisión experiencial, tal como se plasmaba en el cuento popular, la parábola, la anécdota o la historia de calendario.
Como argumenta Alexander Honold (2014), si bien Benjamin no propone una definición específica de la narración, sí puede afirmarse que se trata de una categoría relacional; asimismo, los usos del término en su obra (o de términos semejantes) implican un compromiso con el arte narrativo de la comunicación oral, en tanto modalidad de elaboración y transmisión de experiencias; compromiso sostenido en el momento de su extinción, de una crisis de la narración —y de la transmisión experiencial— que es indicio de una ruptura epocal.[13] Lo que interesa destacar a propósito de nuestra problemática, son aquellos aspectos que Benjamin observaba en el arte narrativo, como cuando sostenía que “[l]a narración no pretende, como la información, comunicar el puro en-sí de lo acaecido, sino que la encarna en la vida del relator, para proporcionar a quienes escuchan lo acaecido como experiencia. Así en lo narrado queda el signo del narrador, como la huella de la mano del alfarero sobre la vasija de arcilla” (Benjamin, 1999: 14-15). Precisamente, la narración que piensa Benjamin comporta aspectos que la oponen a un ideal de saber positivista, a una racionalidad abstracta y objetivista como la de la técnica moderna. Por el contrario, el arte narrativo de cuño antiguo se nutre de patrones antropomórficos y formula instrucciones prácticas; cada narración está destinada a repetirse indefinidamente, carece de una versión canónica, y por ello es rica en variaciones; su capacidad de consejo no reside sólo en la autoridad de su contenido sino también en su dimensión testimonial y en su materialización en la voz narradora y en la escena interlocutiva, pues así como se requiere de un narrador se precisa también de una comunidad de oyentes, que son potencialmente nuevos narradores para “seguir contando”; en el arte narrativo, la transmisión de experiencia es ajena a toda explicación mientras se reproduce el relato, y su forma artesanal, compuesta por reglas, artilugios y destrezas sin misterio, se ofrecen a la descripción y el aprendizaje preparando su disponibilidad para quienes escuchan, y con ello convirtiéndose en un procedimiento memorial relacionado con el arte de tejer —tanto en la configuración del texto como tejido, como de la memoria como urdimbre.[14]
Referencias al trabajo sobre la narración y puesta en acto de un Benjamin narrador: se trata de indicaciones, de claves para modelar una escritura a contrapelo.[15]
3.
Así pues, cepillar a contrapelo es también la figura de una escritura. Una escritura difícil, irritante, como la misma imagen indica. Escritura que implica romper esa unidad significativa de los hechos en torno a su continuidad y direccionalidad, por la cual cada acontecimiento —cada pelo— se hace invisible por sí mismo y sólo adviene a la mirada en su empalme perfecto con los demás, es decir, como proceso —como pelambre “lustrosa”.[16] Escritura que es, además, una tarea ardua, a veces incluso hiriente[17], pues debe contrariarse lo instituido precisamente como sentido, lidiar con, digámoslo así, cierta inercia de lo que se entiende por historia, la cual es proyectada en los llamados “hechos históricos”, que serían “puntos fijos” a través de los cuales se desliza el proceso histórico. Pasar el cepillo en el sentido del pelo es una tarea sin sobresaltos, casi podría decirse apacible si con ese término no se eludiera toda la violencia que por ese medio escriturario se consagra —esa catástrofe única y monumental que observa pasmado el ángel benjaminiano. Pasarlo a contrapelo es un trabajo espinoso, capaz de revelar el carácter astillado de la historia.
Es el recurso a la cita (y sus interrelaciones por el montaje) lo que permite poner de manifiesto esa condición astillada de la historia. La cita, por lo demás, es un concepto con diversas significaciones y usos en su obra, pero cuya capacidad esencial es la de reunir lo disímil, lo heterogéneo (Sazbón, 2002). De un lado, en tanto se trata de un recurso para una historiografía crítica, la citación benjaminiana demanda que el objeto histórico sea “arrancado de su contexto”, para que su significación auténtica pueda comparecer ante el presente, precisamente por desagregarla del sentido que le asigna la época.[18] Se trata de una herramienta clave tanto para el aspecto destructivo de la historiografía materialista, en la medida en que ese desgarro no es otra cosa que una incisión en el relato continuista de la tradición dominante, como también en su comprensión de la historia como “objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío” (Benjamin, 1995: 61). Asimismo, la historia como construcción no atañe sólo a lo historiográfico sino también a lo histórico: son los protagonistas de la historia quienes la construyen bajo esas modalidades de la citación, como Benjamin indica en la decimocuarta tesis respecto de una Revolución Francesa que se comprendía a sí misma como una antigua Roma rediviva arrancada del continuum de la historia, haciendo saltar así el tiempo de la cronología (Benjamin, 1995: 61). Encontramos aquí, bajo otra formulación, la relevancia de un presente determinado, su “poder de llave” (Voigt, 2014) para abrir un recinto del pasado hasta entonces clausurado.
Lo que emerge como narración histórica si se “cepilla a contrapelo” ya no es una dirección y una continuidad de la historia constituida por el sentido de los aconteceres “lustrosamente” encadenados. En su lugar brota una multiplicidad de posibles direcciones más acorde con el enmarañado y “caótico” emerger de lo acontecimental, de la contingencia (el pelaje despeinado). Mientras en el historicismo y el progresismo, el carácter histórico del acontecer deriva de una presupuesta temporalidad vacía, homogénea y continua, en la perspectiva benjaminiana los hechos históricos —que deben ser construidos porque no están dados como algo inerte— y sus relaciones —que deben ser establecidas— precisan de un régimen de temporalidad propio, derivado de los modos de vinculación en los que la historia y la historiografía críticas se construyen. El “contrapelo”, al exponer la multidireccionalidad y pluritemporalidad de lo histórico, se separa del continuum.
Se trata de una historia “en sentido contrario”, anota Benjamin (cit. en Löwy, 2003: 94). Un leer “hacia atrás” el libro de la historia, una huida del presente para comprender la vida, pues “la verdadera medida de la vida es el recuerdo” que la atraviesa retrospectivamente “como un relámpago” (Benjamin, 1999a: 143), tal como lo ejemplifica el cuento “La aldea más cercana” de Franz Kafka, que Benjamin interpreta, en la perspectiva del personaje del abuelo, como la abreviación condensada del tiempo en la superposición de distintas experiencias y memorias cuya consistencia se perdería —y con ella el sujeto— en un relato simplemente cronológico (Mosès, 1997: 100-102).[19] En definitiva, una inversión.[20] Sin embargo, esta inversión lejos está de concebirse como una de tipo especular, una suerte de inversión perfecta. Como se dijo, al pasar el cepillo a contrapelo no se obtiene otro pelaje lustroso pero de sentido contrario —hacerlo entrañaría una historia épica de héroes proletarios u oprimidos. Su resultado no es otra continuidad sino su ruptura, una discontinuidad que Benjamin concibe como la auténtica tradición[21], en la cual las relaciones entre pasado y presente deben replantearse pues su vínculo no es cronológico, ni lineal, ni siquiera necesario.
Esta inversión encuentra su figuración más acabada en el “giro copernicano” de la perspectiva histórica:
El giro copernicano de la visión histórica es éste: se consideró que el punto fijo era lo “sido” y se vio al presente empeñado en dirigir el conocimiento, por tanteos, a esta fijeza. Ahora la relación debe invertirse, y el pasado se transforma en el viraje dialéctico que inspira una conciencia despierta (Benjamin, 2002: 405).[22]
El pasado de la historia historicista —pero también de las versiones progresistas— es un pretérito fijo sobre el que se puede, a partir de esa fijeza, producir un acercamiento gradual. Por lo tanto es algo que ya está cancelado, finalizado, en el sentido de que ya está cerrado, y lo que puede hacerse es ampliar nuestros conocimientos sobre lo que ha sido a través de un acercamiento paulatino y acumulativo: desde estas concepciones, la “historia” como rerum gestarum sería el resultado de ese procedimiento de acumulación, de sedimentación de las aproximaciones a una res gestae considerada inmóvil, inerte.[23]
Como señala Georges Didi-Huberman, tomar la historia “a contrapelo” es invertir el punto de vista, comprendiendo esta inversión al modo en que la teoría óptica moderna replanteó la relación entre el ojo y el objeto cuando afirmó que es la luz la que se dirige al ojo del observador y no como se pensaba antiguamente. O, lo que es lo mismo, hay que comprender cómo “el pasado llega al historiador” (Didi-Huberman, 2006: 135; énfasis en el original). ¿Cuál es el significado de este llegar del pasado al presente del historiador? Que el mismo debe ser descifrado en sus huellas, en sus marcas.
A diferencia de las historiografías que postulan un pasado al que deberíamos dirigirnos, el contrapelo benjaminiano exige una lectura de los signos, las marcas del pasado en el presente, que es como el pasado nos llega, nos habita. Una perspectiva convergente con los señalamientos que en esos mismos años realizara Marc Bloch, quien sostenía que la tarea historiadora no trata con el pasado sino con sus memorias, no con hechos objetivos sino con hechos de memoria (Bloch, 1990).[24] Huellas de memoria que deben ser leídas —es decir, miradas, descifradas. De modo que si cepillar la historia a contrapelo, como señalamos anteriormente, es la figura de una escritura, también lo es de una lectura: “la historia como un texto” —anota Benjamin— un texto en el que el pasado ha depositado sus imágenes, las cuales sólo serán legibles por un futuro que, como en la metáfora de la placa fotosensible, poseerá reactivos suficientemente poderosos como para producir su inteligibilidad.[25]
La inversión que reclama el contrapelo se multiplica. El pasado es construido a partir de esa lectura de las huellas en el presente, pero esas huellas son en sí mismas una inversión: como bien indica Stéphane Mosès, son improntas que exigen ser leídas como huellas invertidas. Tarea interpretativa en la que despunta otra hermenéutica —la del resto y el despojo, la del “detrás de escena”— la inversión exige, a diferencia de una lectura tradicional, un entre-leer, un orientar los esfuerzos a las entrelíneas de las marcas, como también a lo considerado irrelevante. Benjamin retoma la distinción proustiana entre mémoire volontaire y mémoire involontaire, leyendo ambos tipos de memoria a partir de las referencias al sueño y la vigilia, distinción que se corresponde con la freudiana relación entre huella mnemónica y conciencia. Sigrid Weigel ha llamado la atención sobre esa conexión propuesta por Freud entre los dos sistemas del aparato psíquico, una relación entre la conciencia y las huellas duraderas alojadas en el inconsciente que estructura su legibilidad y que se define como destello instantáneo, como visibilidad momentánea (Weigel, 1998: 193). De modo que, en la perspectiva de Benjamin, corresponde al recuerdo involuntario todo aquello que no ha sido vivido expresa y conscientemente, aquello que no forma parte de la “experiencia vivida” (Erlebnis). La conexión nos remite al punto de passage (o de encuentro) entre mémoire volontaire y mémoire involontaire, entre conciencia y huellas duraderas; nos sitúa ante una interpretación de las “huellas de la memoria” como tipo particular de escritura, con su propio régimen de legibilidad. Se trata, asimismo, de un enlace cuya relevancia histórico-política se evidencia en la primera tesis. Irving Wolhfarth concibe la fórmula alegórica de dicha tesis como analógica a la relación pensada por Freud entre memoria y conciencia: la teología y el materialismo histórico representan, como la memoria y la conciencia, el aparato psíquico que Benjamin postula para enfrentar victoriosamente al fascismo (1999: 128).
Las marcas, las ruinas, los restos, los residuos del pasado, cómo los síntomas en Freud, sólo se vuelven legibles al considerarlos signos de una representación distorsionada en lo visible de las huellas de la memoria colectiva, es decir, funcionan como símbolos del recuerdo (Weigel, 1999; Oberti&Pittaluga, 2006). De modo que el desciframiento de las improntas, que son “hechos de memoria” a partir de los cuales construir “lo histórico”, reclama su propio y adecuado régimen de legibilidad, pues se orienta a componer otra configuración relacional sostenida en los rasgos característicos de la rememoración (o la remembranza) (Eingedenken): el anacronismo y el montaje (Didi-Huberman, 2006). Y el anacronismo, como sostienen Rancière y Didi-Huberman, no es un pecado del historiador, sino una ineliminable dimensión de lo histórico derivada de su carácter multitemporal.
Podríamos citar como ejemplo el trabajo de lectura que hacen Rebecca J. Scott y Jean M. Hébrard al abordar como actos de una memoria subalterna de las emancipaciones, esos rastros documentarios que Édouard Tinchant y sus ancestros de varias generaciones se empecinaron en dejar —en “certificados sacramentales”, “escrituras notariales”, “cartas” a la prensa, “misivas privadas”, entre otros, desde que los primeros son capturados para la trata americana en Senegambia hasta la Gran Guerra en los albores del siglo XX. Muchos de tales rastros son mojones de una historia de rebeldías y dignidades en tanto marcas al interior de la documentalidad del poder, acciones cuyos alcances históricos —agregan los autores— probablemente no fueran visibles para sus protagonistas (Scott y Hèbrard: 2012). Es también el caso de la lectura del “feminismo originario” que Élisabeth Roudinesco puede hacer de las acciones y reflexiones de un conjunto de mujeres “marginales” en el curso de la Revolución Francesa (Roudinesco, 1990); y el que Alejandra Oberti propone para construir la específica militancia de las mujeres revolucionarias en la Argentina de la década de 1970 a partir de las rememoraciones que varias de sus protagonistas realizan de sus pasados en las organizaciones de las izquierdas (Oberti, 2015).
4.
La dimensión rememorativa de la historia es la que permite un vínculo entre dos momentos del tiempo que de otro modo no se relacionarían (Mosès, 1997: 151), es la que fundamenta un régimen temporal sustentado en la discontinuidad y el salto. Se observa entonces todo el alcance de la anulación del presente que la versión historicista promueve, la cual funda la relación pasado-presente a partir de concebirlas como meras instancias cronológicas: al amputarse la capacidad anacrónica de una historia crítica, ni los pasados olvidados pueden dejar de serlo ni el presente puede ser valorado como una instancia política de conflicto y peligro, abierta a potenciales cambios de rumbo, es decir, albergando, también, su propia chance revolucionaria.
Si las improntas (huellas invertidas) precisan para ser legibles de los reactivos del futuro, es porque Benjamin piensa que la inteligibilidad y la constitución de lo propiamente histórico emergen de una colisión entre las huellas del pasado y la situación del presente. En ese choque entre los tiempos (que es a la par encuentro) aflora lo histórico, y la tarea del historiador materialista consiste en “hacer saltar la época de la «cósica continuidad de la historia»”, cargándola “de material explosivo”, es decir, “[de] presente” (Benjamin, 1995: 147). Como afirma en la decimocuarta tesis: “la historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino aquel pletórico de tiempo-ahora” (Benjamin, 1995: 61). El presente deja de ser un necesario punto de llegada del devenir continuista para construirse como ese ahora en el que el pasado es rescatado, es decir, recuperado como potencia hasta entonces elidida, y por tanto como bifurcación de la historia, como instancia interventora que corta el tiempo cronológico para conectarse, por la acción revolucionaria (en la que cabe la posición historiográfica), con el tiempo mesiánico, en el cual se conjugan memoria y expectativa, pasado y presente, en estado de suspensión. Ese “hacer saltar” el tiempo, esa ruptura del continuum[26] se configura como “imagen dialéctica”, como constelación crítica, esto es, como instancia de cognoscibilidad del pretérito (y de un presente también ocultado) bajo una modalidad asociada a esos dispositivos de la rememoración —el anacronismo y el montaje—, y por eso como fugaz instante de un relampagueo, de una intermitencia, de una interrupción, es decir, como una historicidad que pasa y un presente en detención —que “no es tránsito” anota Benjamin en la decimosexta tesis (Benjamin, 1995: 62). Constelación como figura adecuada para expresar el carácter de destello de la presentación de lo pretérito tanto como al lazo figurativo y dialéctico entre pasado y presente (relación imaginal) y la tensión propia que lo vertebra.
En el legajo N del Libro de los Pasajes añade:
“…mientras la relación del presente con el pasado es una puramente temporal, la de lo sido con el ahora es dialéctica: no de naturaleza temporal, sino imaginal. Sólo las imágenes dialécticas son genuinamente históricas, es decir: no arcaicas” (Benjamin, 1995: 123).
Las imágenes arcaicas son oníricas; en ellas laten inconscientemente las fuerzas de la historia, pero lo hacen de modo fragmentado en un universo fantasmagórico. Lejos de oponer mito e historia, Benjamin entiende que lo auténticamente histórico debe construirse a partir de los segmentos dispersos arraigados en lo mítico, una praxis que desarrolló inicialmente en su estudio de la alegoría en el drama barroco alemán para continuarla en su ensayo sobre Baudelaire y las metrópolis modernas. Las imágenes dialécticas tienen su principio constructivo en ese “hacer saltar” ciertos objetos de la historia “del curso homogéneo” elaborado por la tradición dominante, por lo que el historiador actúa como intérprete de ese mundo onírico, haciéndolo legible al convertirlo en imágenes de historia (Bolle, 2014).
La elección de la imagen se relaciona, como sostiene Didi-Huberman, con que reúne modalidades ontológicas contradictorias: la presencia y la representación, el devenir de lo que cambia y la estasis plena de lo permanente, y puede ser a la vez material y psíquica, externa e interna, espacial y de lenguaje, morfológica e informe, plástica y discontinua (Didi-Huberman, 2006: 149-150). La imagen como recurso figurativo, como opción expresiva portadora de una expansión de significado, asociada a la noción leibniziana de la mónada, constituye —como señaló José Sazbón (2002)— el principio constructivo tanto del Libro de los Pasajes como de las Tesis. Las imágenes dialécticas de Benjamin hacen posible la articulación de lo concreto y lo abstracto, de lo particular y lo general, del hecho y la significación, de la cosa y el concepto, de la inmersión micrológica y la expansión ideativa, del registro historiográfico y la teoría de la historia (Sazbón, 2002: 182-185). El carácter fulgurante de estas imágenes críticas —“la verdadera imagen del pretérito pasa fugazmente” dice la quinta tesis— responde también, como metáfora, a las condiciones de rescate del significado: como también advirtió Sazbón, para Benjamin el acceso a una verdad esencial debe atender a “lo que emerge del llegar a ser y de la desaparición”; a la “discontinuidad” propia de las esencias, del “ritmo irregular” y el “perpetuo recomienzo” en la tensión del conocer (2002: 185). De hecho, en la relación entre pasado y presente que permite la emergencia de lo histórico, el objeto de la historia se configura como un campo de fuerzas tensionado entre su prehistoria y su poshistoria.
“La prehistoria y la posthistoria de un estado de hechos histórico aparecen en él mismo, en virtud de su exposición dialéctica. Más aún: todo estado de cosas histórico expuesto se polariza y se convierte en un campo de fuerzas en que se juega la confrontación entre su pre-historia y su post-historia. Se convierte en tal, al actuar en él la actualidad” (Benjamin, 1995: 139)
La tensión de ese campo de fuerzas es metaforizada por Benjamin en la figura del despertar para dar cuenta de la situación de umbral, del hecho de que se trata de una instancia de pasaje asociada al viraje, a la inversión dialéctica que se nombra a contrapelo:
El nuevo método dialéctico de la historiografía se presenta como el arte de experimentar el presente como el mundo de la vigilia al que en verdad se refiere ese sueño que llamamos pasado. ¡Pasar por el pasado en el recuerdo del sueño! —Por tanto: recordar y despertar son íntimamente afines. Pues el despertar es el giro dialéctico, copernicano, de la rememoración” (Benjamin, 2002: 394)
La del despertar resulta así una categoría crucial, de pasaje de la conciencia onírica a la conciencia despierta, como también la de una dialéctica histórica en tensión, en suspenso. Como puede leerse en otro apartado del Passagen-Werk:
“Los hechos pasan a ser lo que ahora mismos nos sobrevino, constatarlos es la tarea del recuerdo. Y de hecho, el despertar es la instancia ejemplar del recordar: el caso en que conseguimos recordar lo más cercano, lo más banal, lo que está más próximo. Lo que quiere decir Proust cuando reordena mentalmente los muebles en la duermevela matutina, lo que conoce Bloch como la oscuridad del instante vivido, no es distinto de lo que aquí, en el nivel de lo histórico, y colectivamente, debe ser asegurado. Hay un saber-aún-no-consciente de lo que ha sido, cuya promoción tiene la estructura del despertar” (Benjamin, 2002: 405-406).[27]
El viraje —o la inversión— se funda, por un lado, en una relación pasado-presente no cronológica, desprendida del continuum temporal: la telescopización del pasado mediante el presente (Benjamin, 2002: 488), en tanto cada instante tiene la clave “para abrir un recinto del pretérito completamente determinado y clausurado hasta entonces” (Benjamin, 1995: 75). No obstante, recusación de la idea de una mutua “iluminación” de pasado y presente, pues no es que “lo pretérito arroje su luz sobre lo presente o lo presente sobre lo pretérito”: la imagen dialéctica es la comparecencia de ambos tiempos en una constelación, su relación no es puramente temporal (continua, cronológica) sino dialéctica, “de índole del salto” (Benjamin, 1995: 92). De modo que la relevancia de la instancia del presente en la construcción de lo histórico no significa una pura maleabilidad del pasado en función de las condiciones de hoy. Por el contrario, este giro en la historiografía permite que el pasado tenga en el presente un estatuto políticamente relevante, lejos de su instrumentalización como presencia ejemplificadora, como medio de ilustración de lo actual, como antecedente genético o como mera curiosidad de anticuario. La débil fuerza mesiánica que nos ha sido dada, decía Benjamin en la segunda tesis, es una fuerza sobre la cual el pasado reclama derechos: una historiografía radical sabe que no es fácil atender a esa demanda del pasado. Exige que el historiador establezca una atenta escucha; que en lugar de someterse absolutamente a la organización de lo sido por las preocupaciones del presente, sea capaz de inscribir en lo actual la otra versión de lo que quiso e intentó ser en ese pasado; que piense no sólo lo que fue o lo que ha sido, sino lo que habrá sido a partir de esa escucha, de ese desciframiento.
El futuro anterior para la escucha del pasado —un pasado que no fue presente— se vincula, en Benjamin, con la redención, con la emancipación, y con la potencia desclausurante de la rememoración (o remembranza). Pues el pasado que aflora en su colisión con el presente es, como vimos, aquél sabido pero no-consciente, oculto en las distorsiones oníricas del inconsciente, subsumido en las redes de la hermenéutica de la tradición dominante. Lo genuinamente histórico emerge bajo la estructura de un pasado que habrá sido en la instancia interventora de un presente que lo abre y lo rescata (y por ello el mencionado carácter de urgencia). De tal modo, a pesar de tener plenamente en cuenta los argumentos que Horkheimer le expone en carta del 16 de marzo de 1937 en el sentido de que “la afirmación de la inconclusión [del pasado] es idealista”, que “la injusticia pasada ha ocurrido y está cerrada” y “los muertos han sido matados efectivamente”, Benjamin anota los correctivos necesarios a esta cuestión de la inconclusión: “la historia no es únicamente una ciencia, sino, en grado no menor, una forma de la remembranza. Lo que la ciencia ha «establecido» puede modificarlo la remembranza. La remembranza puede convertir lo inconcluso (la dicha) en algo concluido, y lo concluido (el sufrimiento) en algo inconcluso” (Benjamin, 1995: 140-141). Es por esto que el pasado no está cerrado: sus significados no pueden ceñirse a los de su época sino que hace falta la intervención futura del historiador materialista—como en la mencionada metáfora de la placa fotosensible. Pero sólo si ese historiador crítico se planta en una perspectiva redencionista-emancipatoria puede relacionarse con ese pasado en un régimen abierto (es entonces el salto de tigre bajo cielo emancipatorio, ya distinto del que dan los revolucionarios franceses en 1789 y más en el sentido en que lo entendió Marx, según anota Benjamin en la tesis catorce). La redención y el lenguaje mesiánico, de este modo, no remiten a un acto final que habría que esperar, sino a una disposición, a un modo de actuar en el presente, expectante de hallar a cada instante “la energía revolucionaria de lo nuevo” (Mosès, 1997: 132).
A su vez, la inversión hace posible que el presente sea también conmovido y por ello expuesto más allá de su conciencia mítica por la mediación de un determinado pasado que, bajo la modalidad del recuerdo involuntario, le acontece súbitamente al sujeto de la historia en el instante de peligro (Benjamin, 1995: 51, 92-93).[28] Y es la intervención de esos pasados la que, al abrir fisuras en un presente que para Benjamin “junta polvo” —esto es, expresa la quietud de la historia— proyecta un futuro que no sea prolongación (continuista) del presente de la dominación.
Así, es el pasado el que permite mantener abierto el porvenir, perspectiva ratificada en la decimosegunda tesis, donde se afirma que la lucha de la clase trabajadora se nutre “de la imagen de los antepasados esclavizados, y no del ideal de los nietos liberados” (Benjamin, 1995: 9). Para que haya efectivamente futuro es preciso convocar al pasado, un determinado pasado, y hacerlo de determinada manera, tarea de una historiografía materialista, radical. Que huellas y restos de la memoria colectiva sólo puedan ser interpretados como material distorsionado es el resultado de la imposibilidad de sostener en un registro “literal” el sueño utópico alojado en el mismo proceso de socialización e industrialización impulsado por la burguesía del siglo XIX. La historia que quiere Benjamin, entonces, es aquella que pueda destruir esa inmediatez mítica del presente: liberar al presente del mito que lo mantiene en estado de ensoñación requiere de la intervención de un particular conocimiento del pasado, a través de la exposición de “aquella constelación de orígenes históricos que tiene el poder de hacer explotar el ‘continuum’ de la historia” (Buck-Morss, 1995: 14). El historiador materialista hurga en lo olvidado y enterrado, en lo oculto de la cultura, aquello que sobrevive en las grietas de la sociedad, grietas que conectan la conciencia moderna y diurna con su prehistoria nocturna. Su tarea, así, es producir ese rescate de los sufrimientos pasados, de los momentos de rebeldía y de las imaginaciones utópicas, de “la humanización fugaz de los oprimidos en los instantes de su despertar” (Sazbón, 2002a: 167), pues esa intervención del presente por el pasado es la que insta al despertar del sujeto actual, provocando “la remoción de la pasividad, el extrañamiento ... la disponibilidad de la mente para hacerse cargo de un campo de tensiones” (Sazbón, 2002: 186).
De modo que el pasado en cuestión, aquél cuyo recinto ha abierto el presente, el que interrumpe la tradición (y la transmisión) dominante es aquél que no tuvo continuidad, que no tuvo futuro. La tarea del historiador materialista es, entonces, una tarea a contrapelo en otro sentido aun, pues se trata —como anota Benjamin en una frase de Hofmannsthal— de “leer lo que nunca fue escrito” (Benjamin, 1995: 86). El pasado que se abre por esta mirada invertida, a contrapelo, es un pasado que nunca fue presente, un pasado pendiente; como en la cita antes mencionada: se trata de “un saber-aún-no-consciente” que aflora por la intervención de la actualidad. Inversión, entonces, del objeto: ya no lo recordado sino lo olvidado. En la historia como texto es el olvido la urdimbre de la existencia —mientras el recuerdo es el pliegue— y la tarea consiste, entonces, en construir la vida no tanto como ésta ha sido, o aun como es recordada, sino más bien como ha sido olvidada (Benjamin, 1998; Buck-Morss, 1995; Oberti & Pittaluga, 2006).
5.
“…nous entrons dans l´avenir à reculons”
Paul Válery
¿A qué sujeto refiere este historiador materialista que Benjamin reclama? “El sujeto del conocimiento histórico es la misma clase oprimida que lucha”, advierte desde la decimosegunda tesis (Benjamin, 1995: 58). Como el mismo concepto de historia, el sujeto está inscripto en la contienda; es parte también de la batalla —no otra cosa sugiere la alegoría de la primera tesis. Uno y otro participan de la misma lucha: “Sólo para ella [la clase oprimida que lucha] y únicamente para ella hay conocimiento histórico en el instante histórico” (Benjamin, 1995: 58). Lo cual expresa, por otra parte, el alcance político de las reflexiones teóricas y epistemológicas de las tesis: como el propio concepto de una historia crítica, de una historia cepillada a contrapelo, es una dimensión de la lucha de los oprimidos, no puede escindirse completamente de ese conflicto; es también ese conflicto.[29] Concepción revolucionaria de la historia en la historia que es la lucha de clases. Por eso para Benjamin, el viraje dialéctico en la historiografía devuelve a la política su lugar primordial: en tanto la historia está constituida por ese conflicto, la historiografía no podría eludirlo, sino asumirlo abiertamente en su propia teoría y epistemología, o, al contrario, dejarlo actuar de modo oculto en las formas de producción hegemónicas.[30] Dicho en otras palabras, la concepción de la historia a contrapelo, su giro copernicano, es igualmente lucha de las clases oprimidas: “Existe la conexión más estrecha entre la acción histórica de una clase con el concepto que esta clase tiene no sólo de la historia venidera, sino también de la acaecida” (Benjamin, 1995: 91), señala en los borradores, para agregar inmediata y contrastantemente que dicha conexión ha sido destruida en el proletariado, en obvia alusión a la hegemonía de una perspectiva progresista inculcada por la socialdemocracia, que obturó cualquier correspondencia entre la situación actual (los años ´20 y ´30) y algún determinado pretérito —como, al contrario, sí lo hiciera “por breve tiempo” el grupo espartaquista, según anota en la doceava tesis. Estrecha conexión entre acción revolucionaria y conciencia histórica del sujeto de la historia, que son “los oprimidos, no la humanidad” (Benjamin, 1995: 94).
Expansividad de la inversión: ese sujeto de la historia a contrapelo, también sujeto del conocimiento histórico, es un visionario en tanto está de espaldas “a su propio tiempo” (Benjamin, 1995: 82). Este “estar de espaldas” no significa que Benjamin se contradiga respecto de su crítica al historicismo. Citando a Turgot, para quien la acción política es siempre una anticipación futura del presente, es decir, una pre-visión del presente, Benjamin la homologa con el visionario que distingue la figura del futuro cuando ésta se recorta “en el pardo vespertino del pretérito que se le escurre hacia la noche de los tiempos” (Benjamin, 1995: 96). Ocurre que esa facultad profética deriva de una actitud, que Benjamin atribuye a Marx, en la cual el historiador está “determinado por la situación social actual”, que difiere del estar “al día de los contemporáneos”, en tanto esa actualidad emerge de una mirada de este historiador vidente que “se enciende en la cima de los acontecimientos anteriores que se sumen en el pretérito” (Benjamin, 1995: 82).[31] Ese presente se distingue del “estar al día” porque se observa desde las elevadas cimas de las fatalidades pasadas. El sujeto cognoscente se halla montado en las cumbres de los trozos de pretérito que se apilan, es parte del montaje que es la historia.
“Hay que incrustar tres momentos en los fundamentos de la concepción materialista de la historia: la discontinuidad del tiempo histórico; la fuerza destructiva de la clase trabajadora; la tradición de los oprimidos” (Benjamin, 1995: 97), a lo que agrega que no se trata sólo de “apoderarse de la tradición de los oprimidos, sino también de fundarla” (Benjamin, 1995: 97). Enfáticamente, la historia a contrapelo se sostiene en un enfoque que introduce la conflictividad (el sujeto de conocimiento está en lucha y sólo porque lo está es tal) en la propia arquitectura epistemológica de la historia como también en las prácticas del historiador (el recorrido y el inventario cuando desentierra, las modalidades expositivas sostenidas en las figuraciones, las instancias y procedimientos de la transmisión, etc.). Abarca por ello el lugar de una escena en la que se juegan políticamente recursos narrativos y figurativos, pero también modos de relación intersubjetiva (entre otras cosas porque la transmisión es parte de la praxis historiográfica). Aquí también Benjamin se apoya en la narración, de la que toma un determinado número de aspectos modélicos para pensar la historiografía a contrapelo. En El narrador, como ya señalamos, destaca esos rasgos del relato que asocia indisolublemente con la concepción de la experiencia y su transmisión. Como la experiencia también incluye una dimensión pretérita y, en rigor, una relación entre presente y pasado, interesa aquí volver sobre algunos de los tópicos de esa narración a la que alude Benjamin, en la medida en que abonan el terreno para una escritura a contrapelo: ella ofrece una modalidad de relato que permite convocar lo inmemorial; articular experiencias propias y ajenas; coronarse en un consejo; estar asociada a y ser productora de un vínculo comunitario de corte no autoritario; expresar a la vez la potencia de ese lazo en tanto involucra en el relato al narrador y a quienes escuchan; articular en ella repetición y diferencia; dar cuenta de una historia discontinua sin perder de vista la necesidad de la continuación; hacer justicia al hecho supuesto irrelevante; mostrar más que explicar (Benjamin, 2008; Oyarzún Robles, 2008; Honold, 2014).
Y así como la genuina transmisión integra el salto y la discontinuidad del inevitable límite que para cada generación implica la muerte (Moses, 1997: 135 y ss.), permitiendo así la continuación pero sustrayéndose a la ocultación que provoca el continuum, del mismo modo el historiador materialista debe enfrentarse al hecho repetido de la discontinuidad de la tradición de los oprimidos. Su actitud ante el pasado es la del rescate, que exige, más que recuperación, salvación. “¿Pero de qué puede ser rescatado algo sido?” se pregunta Benjamin: “de un determinado modo de su transmisión”, responde (Benjamin, 1995: 92). Salvarlo del conformismo, de ser atropellado por la tradición de los vencedores, dándole nueva actualidad a partir de la mirada del historiador crítico comprometido con un presente en peligro. Pero también de su pasaje intergeneracional como herencia: rescatar lo sido de “un determinado modo de su transmisión” es rescatarlo, también, de esa modalidad que “lo honra como «herencia»”, pues resulta “más funesto de lo que podría ser su desaparición” (Benjamin, 1995: 92).[32] Funesto para ese pasado, pero también para quien lo recibe bajo esa forma, pues “[e]l peligro amenaza lo mismo al patrimonio de la tradición que a quienes han de recibirlo” (Benjamin, 1995: 51).
Buck-Morss sostiene que para esa tradición discontinua de la política utópica, Benjamin esperaba encontrar una nueva generación de oyentes, una generación para la cual los sueños colectivos de su tiempo fueran como el gigante dormido de los cuentos de hadas, “para quien los niños constituyen la feliz ocasión del despertar” (Buck-Morss, 1995: 367). La obra de Benjamin constituye una búsqueda por intervenir en el despertar de la conciencia política de los lectores de su propio presente. La deliberada desconexión de estas construcciones hace que las percepciones benjaminianas no estén —y nunca hayan estado— alojadas en una estructura narrativa o discursiva rígida. Por el contrario, pueden ser desplazadas en arreglos mutables y combinaciones tentativas, en respuesta a las demandas modificadas de un «presente» que cambia. El legado a sus lectores es un sistema de herencia no autoritario, que difiere de la manera burguesa de transmitir los tesoros culturales como botín de las fuerzas de conquista. Es, en cambio, similar a la tradición utópica de los cuentos maravillosos, de las parábolas y las anécdotas, que instruyen sin dominar y que son, en muchos casos, los tradicionales relatos en torno a la victoria sobre esas fuerzas (Buck-Morss, 1995).[33]
Este compromiso expresa una opción ética y política para el historiador materialista: si la dialéctica histórica no conduce necesariamente a la victoria de los oprimidos, el choque entre pasado y presente deviene por la acción historiadora, que interrumpe la tradición de continuidad dominante al arrojar una nueva mirada hacia el pasado y salvar del olvido a la historia de los vencidos (Mosès, 1997: 130 y ss.). Esa nueva mirada, por otro lado, y como expansión del concepto de inversión, no es sólo una escritura sino más bien una lectura, pues se trata de leer en lo profundo de cada presente la huella de un pasado olvidado o suprimido. Como en la narración, donde el lugar de la escucha, y por ello de la interpretación que posibilita la transmisión y el rescate, es fundamental. Luego de la frase de Hofmannsthal (“leer lo que nunca fue escrito”), Benjamin agrega: “El lector en que ha de pensarse aquí es el verdadero historiador” (Benjamin, 1995: 86). Lectura que es interpretación, que aproxima, hace que lo extraño resulte contemporáneo y semejante (Ricœur, 1999: 75), pero que igualmente debe mantener un nivel de extrañeza de lo pretérito, que es también el de una pérdida insuperable. La actualización semántica que provoca la lectura historiadora se corresponde con la actualización política de un pasado que es abierto por un presente y salvado en su habrá sido por la interpretación de las huellas (restos, ruinas, despojos) a la vez que su extrañeza expone a ese presente como uno saturado de tensiones. Al interpretar, el historiador materialista se hace responsable de ese pasado que aflora a la legibilidad en este presente, y esa responsabilidad es, como se decía, ética y política: obliga (ob-liga), establece un lazo que es parte de la construcción de esa otra tradición, la de los oprimidos (tradición auténtica, dice Benjamin), hermenéutica de los vencidos.
Escribir la historia a contrapelo; leer la historia a contrapelo. Ni una ni otra tarea pueden, por ende, ser absolutamente distintas del sujeto a contrapelo que las produzca (y en las cuales es producido). Si la tarea historiográfica a contrapelo es una práctica emancipatoria, lo es en la medida en que al replantear las relaciones entre pasado y presente (redefiniendo incluso aquello que nombramos bajo esos términos), concierne a su vez a las formas de relacionarse entre quienes hacen/escriben/leen esa historia, todos aspectos de la inversión. La escena colectiva de la narración que involucra al narrador y a los oyentes, con esos atributos que Benjamin sabe poner de manifiesto, en correspondencia con los aspectos epistémico-críticos del montaje de imágenes dialécticas para la elaboración de una historia constelativa, ofrecen algunos de los criterios para pensar aquellos espacios y prácticas que se propongan producir una historia a contrapelo —los cuales no pueden pensarse sólo, y tal vez ni principalmente, en sede académica. Espacios donde la dimensión política de la escritura historiográfica se corresponda con el aspecto político del colectivo que la anima y produce.[34]
“No pedimos a quienes vendrán después de nosotros la
gratitud por nuestras victorias sino la rememoración de
nuestras derrotas. Ése es el consuelo: el único que se da a
quienes ya no tienen esperanzas de recibirlo”
Walter Benjamin
Bibliografía
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Recibido: 18 de agosto de 2023
Aceptado: 19 de septiembre de 2023
Versión Final: 8 de noviembre de 2023
Anuario Nº 39, Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2023
ISSN 1853-8835
[1] Una primera versión de este escrito se presentó, en 2010, en el III Seminario Internacional Políticas de la Memoria “Recordando a Walter Benjamin”, organizado por el Centro Cultural de la Memoria “Haroldo Conti”, y realizado en Buenos Aires entre el 28 y el 30 de octubre de ese año. Lejos está de nuestras pretensiones ofrecer algo como un estado de la cuestión o una actualización de las producciones teóricas e historiográficas sobre “las tesis”.
[2] Como señaló oportunamente José Sazbón, no se trata de dotar a cierta intervención benjaminiana, sobre todo la plasmada en las tesis sobre el concepto de historia, de una homogeneidad y uniformidad capaz de “(re)encuadrarla” entre las filosofías de la historia (2002; 2002a). Los pensamientos de Benjamin, como veremos, se ofrecen en combinaciones cambiantes, y ni ciertas categorías que en la tradición filosófica tienen una significación invariante en su relación recíproca la conservan en la filosofía benjaminiana, en la cual mutan sus sentidos en función del contexto discursivo en el que son utilizadas (Buck-Morss, 1995). No está de más agregar que en este escrito se buscan desplegar sólo algunos aspectos tales pensamientos.
[3] “Vengo de terminar un cierto número de tesis sobre el concepto de historia. Estas tesis se relacionan, por una parte, con las perspectivas que están esbozadas en el capítulo 1 del «Fuchs». Por otra parte, deben servir como armazón teórica al segundo ensayo sobre Baudelaire”, comenta Benjamin en carta a Max Horkheimer del 22 de febrero de 1940, cit. en Benjamin (1995: 67-68). Si no se indica nada en contrario, todas las citas textuales de las tesis son de esta edición al cuidado de Pablo Oyarzún Robles, la cual incluye también los apuntes de las tesis (que los editores alemanes publicaron bajo el título de Paralipómena) y el legajo N del Libro de los Pasajes.
[4] Benjamin critica al historicismo y a la historia progresista que se basen en verdades epistemológicas que se encuentran más allá de la historia. Mientras la historiografía progresista construye las historias particulares desde principios universales apriorísticos, el historicismo procede inversamente: constituye una versión universal a partir de la sumatoria de los procesos particulares. Para el progresismo el punto articulador y legitimador de su perspectiva está en el futuro; para el historicismo está en un pasado intemporal, y por ello eterno, a-histórico. Desde cualquiera de estas perspectivas, el curso del pasado se torna inevitable y se naturaliza, contribuyendo significativamente a la legitimación de la dominación.
[5] En la redacción francesa, Benjamin usa el término brosser (cepillar), que puede entenderse, en sentido figurado, como “bosquejar”, “esbozar” (Löwy, 2003: 81).
[6] También podría incluirse, como cuarta pieza del montaje, el epígrafe brechtiano de La ópera de tres centavos que abre la séptima tesis, cuya cita corresponde al canto final. Una interpretación posible para su inclusión se relaciona con el tratamiento que Benjamin da a los lamentos en el Trauerspielbuch, pues en ellos encuentra también el fundamento para la salvación; como señala Dag T. Anderson, en la “construcción de la tristeza” se transforma el mundo alegórico de ruinas en lugar de redención (2014).
[7] De modo similar a la detectada proximidad entre Einfühlung y el francés emphatie que menciona Löwy (2003:82), “empatía” es el término de la traducción castellana de Pablo Oyarzún Robles. Empatía o endopatía son las traducciones habituales de Einfühlung en los trabajos de estética.
[8] Se trata, a esta altura de las tesis, del materialismo histórico sin comillas, distante y aun opuesto al que Benjamin entrecomilla en la primera tesis y que remite a las versiones socialdemócratas y estalinistas que tanto contribuyeron a la conversión del proletariado en autómata (primera tesis), corrompiéndolo con los cantos de sirena del progreso y la creencia de estar nadando a favor de la corriente histórica (undécima tesis); un “materialismo histórico adulterado” lo llama José Sazbón (2002: 181).
[9] En otros textos de Benjamin puede advertirse otra problematización del carácter dual de la cultura, en tanto se degrada aquello que la cultura dominante designa como “incultura”, pero que es la fuente originaria de toda cultura. Cfr. Benjamin (1988).
[10] “«Nadie», dice Pascal, «muere tan pobre que no deje algo tras de sí». También, ciertamente, recuerdos —sólo que éstos no siempre encuentran un heredero” (Benjamin, 2008: 81).
[11] “Los momentos destructivos: desmontaje de la historia universal, exclusión del elemento épico, ninguna empatía con el vencedor. Hay que pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” (Benjamin 1995: 88). Una exposición más extensa de esta idea puede leerse, pocas líneas después de la citada, también bajo el título “A” de la 4º sección de los apuntes (Benjamin, 1995: 89-91).
[12] La crítica realizada por la “historiografía poscolonial” no sólo ha expuesto la imposibilidad de una historia universal, lineal y progresiva propia del “universalismo nordatlántico” (Trouillot, 2011), sino que ha mostrado su carácter hibridado, por el que la “Historia” requiere de la inscripción subordinada de las “historias”, produciendo un desplazamiento de la tradicional historia moderna; cfr., por ejemplo, Chakrabarty (2000). Crítica que a su vez ha abierto el campo para la investigación del efecto de retroacción de la empresa colonial, como se expone, entre otras obras, en el trabajo colectivo elaborado y reunido por Catherine Hall y Sonia Rose (2006).
[13] La crisis de la narración se inscribe, para Benjamin, en una historia de los medios de comunicación que busca explicarla no sólo en la preeminencia del individuo en soledad propio de la modernidad capitalista sino también en la materialidad tecnológica de las comunicaciones (desde la imprenta a los periódicos de masas). Lo que exige la emergencia de nuevas formas narrativas (de allí la atención a Kafka, Proust, Baudelaire, entre otros).
[14] No es ajena a esta relación entre narración y memoria, o también entre narración y temporalidad, que Benjamin elabore un concepto de narración en el que da cuenta de su dimensión transhistórica cuyo origen estaría en determinada relación humana con la naturaleza. Volveremos sobre la cuestión de la narración al final de este escrito.
[15] A estas indicaciones se les podría aplicar la clave de lectura con la que Benjamin aborda la obra de J. P. Hebel: “nos muestra hoy mejor que nadie qué criterios son los que hay que usar” (Benjamin, 2009a: 238). Una experiencia en la que parte de estas potencialidades de la narración tradicional y su perduración memorial es puesta al servicio de una escritura historiográfica crítica es la del Taller de Historia Oral Andina; cfr., entre otros, Rivera Cusicanqui (1987).
[16] “El pelo demasiado lustroso” de la historia en su versión historicista —y progresista— es una frase del propio Benjamin, citada por Löwy (2003: 94). Benjamin no renuncia totalmente a la idea de proceso, pero ya no se trata de uno lineal y continuo; el “proceso histórico” no puede pensarse críticamente a partir de categorías basadas en las nociones de causalidad mecánica (con base en la física newtoniana) o evolutiva (de matriz biológica). Por eso sostiene que el historicismo “carece de armazón teórica” y procede de modo aditivo, suministrando “la masa de los hechos para llenar el tiempo homogéneo y vacío” (Benjamin, 1995: 63).
[17] El materialista histórico “tiene que cepillar la historia a contrapelo —aunque tenga que ayudarse con las tenazas”, se lee en los apuntes (Benjamin, 1995: 91-92).
[18] El significado original de citare es “convocar a comparecer ante el tribunal” (Voigt, 2014: 175).
[19] Mosès ha llamado la atención sobre esta interpretación del cuento de Kafka (1997: 100-102), pero véase también, para captar el alcance de la interpretación de Benjamin, la que hace Brecht, pues es con esa lectura con la que dialoga; Benjamin (2009a: 143).
[20] “Envergadura filosófico-histórica y política del concepto de inversión (Umkehr). El día del juicio es un presente vuelto hacia atrás”, puede leerse en las paralipómena de las tesis (Benjamin, 1995: 76).
[21] En las anotaciones para las Tesis, puede leerse: “El continuum de la historia es el de los opresores. Mientras que la representación del continuum iguala todo al suelo, la representación del discontinuum es el basamento de la genuina tradición” (Benjamin, 1995: 83).
[22] He realizado las traducciones desde la edición en francés del Libro de los Pasajes, cotejándola en todos los casos con la traducción española.
[23] Éste es el sentido de una historiografía que admite el carácter de reconstrucción permanente del pasado a partir de cambiantes presentes, pero que considera que esa tarea no deja de ser acumulativa —y por ello más próxima a la “objetividad”, a una facticidad sobre la cual se pueden elaborar distintas interpretaciones. Por eso se habla de reconstrucción (como una suerte de duplicación de lo que tuvo lugar, incluso cuando se postule esa reconstrucción como una tarea infinita y siempre fallida).
[24] “¿Qué entendemos por documentos sino una «huella», es decir, la marca que ha dejado un fenómeno, y que nuestros sentidos pueden percibir?”, preguntaba, un tanto retóricamente, Marc Bloch (1990: 47; énfasis en el original).
[25] “Si se quiere considerar la historia como un texto, vale a su propósito lo que un autor reciente dice acerca de [los textos] literarios: el pasado ha depositado en ellos imágenes que se podría comparar a las que son fijadas por una plancha fotosensible. «Sólo el futuro tiene los desarrolladores a su disposición, que son lo bastante fuertes como para hacer que la imagen salga a luz con todos los detalles” (Benjamin, 1995: 86).
[26] Que tiene lugar tanto en la historiografía como en la historia, como mencionábamos para la revolución francesa que citaba una Roma rediviva, aunque con las limitaciones de hacerlo todavía “en una arena en la cual manda la clase dominante” (Benjamin, 1995: 61).
[27] Ya en el Libro de los Pasajes, la categoría metafórica del despertar alcanza todo su potencial histórico-conceptual, nutriéndose de “discursos enteramente distintos: la teoría de la narración (siguiendo a Proust), y de la historia (siguiendo a Marx), el psicoanálisis (siguiendo a Freud) y (con el surrealismo) la teoría de la Modernidad” (Weidmann, 2014: 305; para lo que aquí se trata, cfr. especialmente pp. 327-334).
[28] “La exposición histórica materialista lleva al pasado a poner al presente en una situación crítica” (Benjamin, 1995: 140).
[29] Y anota Benjamin en los borradores de las tesis: “Hay que pasarle a la historia el cepillo a contrapelo. La historia de la cultura como tal es suprimida: tiene que estar integrada a la historia de la lucha de clases” (Benjamin, 1995: 88).
[30] En la cita ya referida sobre el giro copernicano, Benjamin afirma que dicha revolución asegura una nueva historiografía en la cual “La política obtiene el primado por sobre la historia” (Benjamin, 2002: 405). Lo que no debe ser entendido como una burda subordinación del conocimiento histórico a lo que, también hegemónicamente, se concibe como “política”.
[31] Benjamin ya había desarrollado esta idea en la introducción a la selección de Los retrocesos de la poesía, de Carl Gustav Jochmann, publicada en enero de 1940 en la revista Zeitschrift für Sozialforschung, pero redactada entre 1937 y 1938. En esa introducción, luego de referir que Jochmann nunca firmaba sus textos, ni siquiera con un seudónimo —por lo que bien podría haberlos dedicado al olvido— señala: “Jochmann da con ello la espalda al futuro, del que habla con proféticas palabras, mientras su mirada de visionario se inflama en las cumbres de las heroicas generaciones anteriores y de su poesía, que se van hundiendo en el pasado” (Benjamin, 2009a: 188).
[32] “¿De qué son salvados los fenómenos? No solamente, y no tanto del desprestigio y el desprecio en que han caído, como más bien de la catástrofe, tal como la exhibe muy a menudo un modo determinado de su transmisión, su «dignificación en cuanto que herencia»” (Benjamin, 1995; 145; N9, 4)
[33] Como señala Honold (2014), Benjamin celebraba la tendencia hacia una “literalización de las condiciones de vida” por medio del periódico de masas, que pensaba que podría ser equivalente a un restablecimiento de un elemento de la comunidad en el nivel técnico y económico de la sociedad moderna.
[34] A modo de ilustración de las muchas experiencias de producción colectiva, podríamos citar la del History Workshop, no sólo por su producción sino por el eco que tuviera para un sinnúmero de otras experiencias historiográficas. Espacios de producción y debate que hicieron suya aquella perspectiva que señalara E. P. Thompson cuando invitaba a crear “lugares donde nadie trabaje para que le concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; donde la crítica y la autocrítica sean duras, pero donde haya también ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácticos: lugares que prefiguren, en cierto modo, la sociedad del futuro”. En definitiva, se trata de no olvidar que la palabra conocimiento está ligada a la palabra comunidad por la misma raíz —cum, “con”— (Didi-Huberman, 2014), un tipo de lazo que podríamos denominar “ligadura micélica”