Max Horkheimer y su teoría crítica en movimiento: las figuraciones sobre el futuro, la agencia del intelectual y la modernidad

Max Horkheimer and his critical theory in motion: figurations of the future, the agency of the intellectual and modernity.

LUCÍA RIGALLI

Facultad de Humanidades y Artes,

Universidad Nacional de Rosario (Argentina)

luciarigalli@gmail.com

RESUMEN

En el presente artículo, proponemos analizar la proyección de futuro en los escritos de Max Horkheimer, el ideal del intelectual como participante activo de la acción política y su noción de modernidad.  Partimos de la premisa de que estos tres aspectos fueron cambiando conforme avanzó su vida, la situación política más general y su trayectoria profesional. Utilizaremos como fuentes fundamentalmente sus escritos sobre Teoría Crítica (1937), Historia y Psicología (1932) , Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich (1929)  así como el trabajo posterior Crítica de la razón instrumental (1947).

Palabras clave: Max Horkheimer; teoría crítica; futuro; agencia del intelectual; modernidad.

ABSTRACT

In this paper, we propose to analyze the projection of the future in the writings of Max Horkheimer, the ideal of the intellectual as an active participant in political action, and his notion of modernity. We start from the premise that these three aspects changed as his life progressed, along with the overall political situation and his professional trajectory. We will primarily use his writings Traditional and Critical Theory (1937), History and Psychology (1932), Workers and Employees on the Eve of the Third Reich (1929), as well as his later work, Critique of Instrumental Reason (1947).

Keywords: Max Horkheimer; critical theory; future; intellectual agency; modernity.

Artistas e intelectuales alemanes, entre la crítica y la asimilación de la modernidad

En el contexto alemán de principios de siglo XIX se difundieron varias corrientes de pensamiento que difícilmente se expresaban homogéneamente. Algunas de ellas fueron el romanticismo alemán que extendió su influencia hasta el s. XIX y que recuperaba las tradiciones rurales, se afirmaba contra la racionalidad y su arte se basaba en lo sentimental y la libertad. Mientras que el decadentismo hacia fines del siglo surgió en Europa como corriente de rechazo al “materialismo” propio de la revolución industrial, la búsqueda de la belleza y su exaltación como el fin propio del arte. Más tarde, el expresionismo alemán hacia el s. XX surgió como cuestionamiento, caricaturización y oposición a los valores tradicionales de la clase media y también de reflexión sobre los aportes y el compromiso social de los intelectuales será de gran influencia para artistas e intelectuales.

Muchos intelectuales de este período, tanto de izquierda como de derecha, experimentaron frustración ante los mecanismos parlamentarios de participación política y de la dinámica partidaria. Las dificultades para participar realmente del gobierno alimentaban un fondo común de sensaciones y valores compartidos que van del espectro del apartidismo hasta enfatizar sobre el compromiso individual por fuera de los partidos (Phelan, 1990).

Hay que destacar que para este período no encontramos el término intelectual en alemán en las principales corrientes de pensamiento filosófico.  Según Anthony Phelan (1990) parece que no había un uso del término intelectual en el repertorio léxico. Tenemos que remontarnos al siglo XVIII para encontrar la expresión Das Intellektuellen como suerte de “facultad intelectual” o “esfera intelectual” más no intelectuales como grupo per sé. Y es la Intellektuelle Anschauung de Crítica de la razón pura (1781) donde Kant como “intuición intelectual” la que parece prevalecer como categoría y también como límite. Un modo de percepción de la intelectualidad que tiene una impronta individual, como modo de percepción y alejado de la intervención en su sentido más práctico y político.

Luego en el siglo XVIII y XIX de la mano de Friedrich Schiller y Johann Wolfgang von Goethe encontramos una separación del mundo moral y del mundo estético, una tensión entre lo racional y lo empírico que se resuelve muchas veces a través de “la belleza” y “lo estético”. Una preocupación permanente reflejada en sus obras literarias acerca de la relación del artista y del mundo político, el papel del artista en las transformaciones sociales y el arte como la fuerza que puede reintegrar la sociedad luego de la Revolución Francesa. Y la independencia del arte es la condición de que tenga significación política y en todo caso el individuo es el contenedor para la realización de la razón, es decir, una abstracción de la personalidad racional. El poeta Heinrich Heine es quien apela a la personalidad, ya en el siglo XIX, y reconoce los factores subjetivos en la escritura, la ideología y los intereses como característica de la escritura intelectual, así como su independencia y el exilio que marca una distancia de la práctica social y del ejercicio del poder político.

Kurt Hiller fue influyente dentro de la corriente expresionista de 1910 donde busca sacar del aislamiento al intelectual e “inspirar su colaboración en el trabajo de la política” (Sokel, 1965). El expresionismo tuvo un impulso crítico contra el desarrollo industrial alemán y la sociedad de valores burgueses, un desdén hacia las habilidades técnicas y hacia el liberalismo e individualismo. En las obras expresionistas se hallan tópicos polémicos en torno a temas “prohibidos” por el nuevo ideal de vida burgués, así como vertientes de irracionalismo y subjetivismo. Es con la Primera Guerra Mundial que el ala activista del expresionismo se vuelca a un compromiso más político y hacia finales de la guerra esas características del intelectual como individuo aislado, independiente y abstraído presenta rupturas: “(...) La época psicológica ha acabado ya y ha empezado la política… no observaremos más, sino actuaremos; nos convertiremos en oradores, profesores, sabios, agitadores, fundadores de asociaciones, legisladores, sacerdotes (…)” (Hiller, 1920).

El expresionismo alemán se oponía al arte centralizado de la academia que consideraba como Bellas Artes exclusivamente a la pintura, arquitectura y escultura y tenía por criterio de verdad a la belleza. El expresionismo, en cambio, se opone a ese tipo de arte desde la subjetivación o individuación de la realidad a partir de lo que brinda la propia experiencia conformando una plástica expresiva que denuncie la realidad. (Caballero Quiroz, 2019)

En otras corrientes de pensamiento de tipo liberal pero también idealista hacia 1910 vemos la utilización de Geist como un término que cubre un espectro de sentidos: mentalidad, inteligencia, espíritu y razonamiento. En otros ensayos del período escritos por corrientes liberales, se habla del “espíritu alemán” y de Geist como grupo de individuos que puede traducirse ocasionalmente como intelectuales. Lo que es seguro es que en tales connotaciones no había una relación con la política, más bien eran asociaciones que separaban al individuo crítico y pensante de la dinámica política y esta, a su vez, como estrictamente partidaria.

En ese sentido, la llamada Revolución Conservadora se basaba en el rechazo hacia la política partidaria y en la creencia de que otras fuerzas tenían que ser la base de las transformaciones sociopolíticas de la primera posguerra, como Volk esa expresión de unidad nacional y de espíritu del pueblo. Dentro de tal expresión, se engloban diversas variantes de una corriente de pensamiento que parte de esa premisa, pero difieren acerca de cómo participar del gobierno, el papel del intelectual y su relación con el socialismo.

Sus reflexiones versan sobre la relación del individuo con el todo social, las instituciones y fundamentalmente la experiencia de la Primera Guerra Mundial que abrió el camino, según Anthony Phelan, al retorno del pensamiento sobre “las fuerzas naturales” elementales:

De modo que se ofrecen dos maneras de eludir lo colectivo en su forma institucional: una elusión del individuo en el todo (ya sea la “Volk, naturaleza, vida, cosmos”) y la preservación de la verdad del individuo en la pureza perfecta de un compromiso moral en y mediante el suicidio… El suicidio plantea en forma extrema, y como acto revolucionario, el problema de la intervención individual, de la acción moral y política que parece verse comprometida por cualquier realización en forma institucional (Phelan, 1990).

Hay una crítica al papel del intelectual determinado por las formas institucionales y por la organización política. Para algunos, la transformación de la sociedad puede ser mediante sus instituciones culturales mientras que otros retornan al idealismo alemán clásico donde la transformación del mundo es desde la introspección individual y la transformación de sí mismo.

Hemos expuesto entonces dos grandes vertientes del pensamiento en torno al rol del intelectual en la primera posguerra, una vinculada al activismo político y militante que no se reduce a los partidos políticos y otra corriente que reúne tanto a liberales como a conservadores orientada más bien hacia el apartidismo o a la crítica individual.

Como planteos superadores a esta suerte de polarización en el entendimiento del rol del intelectual pueden mencionarse los de Bertolt Brecht y Henri De Man. Por un lado, Bertolt Brecht define a la actividad intelectual con el término Eingreifen Des Denkens como “pensamiento que interviene activamente” en los procesos sociales y políticos el que supera con tal término el aislamiento del pensamiento intelectual y de los intelectuales. Por otro lado, Henri De Man fue un político y teórico socialista belga. Junto a la liga de académicos socialdemócratas definió el término intelectuales con otra precisión, la de ser grupos de profesores universitarios, aunque considera que puede ampliarse hasta los estratos directivos y organizativos de la industria, el movimiento obrero (tecnológicamente actualizado e intelectualizado) y la socialdemocracia alemana como quienes en su trabajo crean valores espirituales. Contempla al partido socialdemócrata pero también se piensan en alternativas para el crítico intelectual como los sindicatos y las organizaciones culturales. De todas maneras, persiste en esta variante todavía el sentido del distanciamiento como característica del intelectual, en este caso del ejercicio del poder.

Como señala Phelan, lo que para Brecht es señal de compromiso político en el caso de la aceptación de los valores e intereses que sitúan y definen al intelectual como parte del campo político y social, para otros no. Para el primero, no hay una objetividad arquimédica, ya que el conocimiento en circulación parte de estar socialmente determinado mientras que para otras corrientes de pensamiento alemán aquello que era visto como politización se convierte en un problema político para buscar la verdad teóricamente y pone en jaque la consideración, por ejemplo, del Reichstag como el debate racional libre de prejuicios e instancia equilibradora de las fuerzas.

Al respecto de una mirada más contextual que sitúe a Alemania en un movimiento de cambios políticos, ya Perry Anderson en Consideraciones sobre el marxismo occidental (1979) señala el desplazamiento, en paralelo a la experiencia de la Primera Guerra y a la Revolución bolchevique y su frustrada extensión por Europa, del foco europeo oriental hacia el surgimiento de un marxismo occidental de Francia, Alemania e Italia. Para el autor, tal desplazamiento se destacó por representar a otra generación de tradición marxista que llegó a su madurez en la posguerra y fue intensamente afectada por el ascenso del fascismo y la Segunda Guerra Mundial lo que hizo que se volcaran al marxismo o a los partidos comunistas. Y conforme avance el siglo XX, asistiremos a una disociación o desintegración mayor de su relación con aquellos al crecer la burocratización de los partidos comunistas y desplazarse hacia la cultura burguesa junto con una preocupación creciente sobre el método, como la Escuela de Frankfurt, y que se retroalimenta con la aparición del intelectual como figura en la Alemania de Weimar (Phelan, 1990).

El Instituto de Investigación Social y las primeras investigaciones

En 1923 fundaron el Instituto de Investigación Social Karl Korsch y Friedrich Pollock. Luego fueron integrándose a la denominada Escuela de Frankfurt un grupo de intelectuales alemanes como Theodor Adorno, Max Horkheimer y Erich Fromm, entre otros. Fue en 1931 que Max Horkheimer tomó la dirección del Instituto de Investigación Social.

Según Terry Eagleton, la historia de la Escuela de Frankfurt puede leerse como la historia de un grupo de teóricos intelectuales en búsqueda de una práctica, en un momento clave como fue el movimiento, como vimos anteriormente, del marxismo clásico al marxismo occidental, de la política a la cultura, y del optimismo revolucionario a la creciente melancolía filosófica.

En ese sentido, lo que aglutinó finalmente al conjunto de intelectuales era un tipo revisionista de marxismo (Eagleton, 2012) atravesado por los exilios y las experiencias históricas antes señaladas que sacudieron su vida institucional propiamente dicha. En los inicios hubo una serie de intereses y preocupaciones en torno a las categorías de: plusvalía, psicosis, capitalismo, racionalidad burguesa-moderna-occidental, etc. Tal orientación puede hallar una respuesta, en parte, en el hecho de que su primer director, el economista C. Grumberg, se encontraba preocupado por darle un estatus académico, sociológico y filosófico al marxismo y le imprimió ese horizonte científico al Instituto para este momento.

El propio Horkheimer continuó con ese horizonte científico pero signado por otras preocupaciones cuando se volvió director en 1931. Éste era filósofo más que científico político y se fue orientando progresivamente a tratar de responder con conceptos propios de la psicología y la filosofía una de las preocupaciones centrales del momento como el crecimiento del nazismo. De tal manera que, dentro del Instituto, convivieron intelectuales afines a ambos proyectos. De hecho, había puntos en común entre algunos de ellos. De hecho, E. Fromm y M. Horkheimer llevaron adelante la primera investigación empírica del instituto Obreros y empleados alemanes en Vísperas del Tercer Reich (2012) con el presupuesto conceptual de que se podía realizar una psicología “diferenciada” o de grupos. Llevaron adelante los cuestionarios entre esa subclase social entre el ‘29 y el ‘31 fundamentalmente para medir la receptividad de los planteos fascistas en esos grupos. Si bien muchos materiales se perdieron o nunca se publicaron, elaboraron con las encuestas una caracterología que vinculaba rasgos con personalidades y pertenencia social según las respuestas de los trabajadores que, en esencia, es la incorporación de métodos de la sociología científica con filosofía social para llegar al ideal de explicación y predicción en las ciencias sociales.

En los ‘30, ellos no aceptaban la tesis de la degradación humana por la cuantificación y la técnica, de hecho, escogen la utilización de datos objetivos y cuantitativos como método para llevar adelante la investigación sobre obreros y empleados alemanes. A su vez, combatieron visceralmente la idea de “modernidad” como elemento disruptivo de una “totalidad orgánica” (Sotelo, 2012) y como la fuente de toda la perspectiva pesimista en relación a la transformación de las relaciones sociales. Tampoco tenían una crítica humanista al progreso de las fuerzas productivas en Obreros y Empleados, pero sí a la ciencia moderna en sintonía con los planteos de Teoría Crítica.

Aquí es necesario señalar lo siguiente: ambos aspectos, luego del exilio y la salida de E. Fromm del grupo, son revisados por Horkheimer junto con Adorno durante los ‘40, sobre lo que voy a volver más adelante.

En relación a la investigación llevada adelante en Obreros y Empleados, es preciso destacar nuevas divergencias en torno al núcleo central epistemológico en debate: la psicología social. Las posiciones encontradas paulatinamente, entre Fromm y Reich junto con el marco teórico poco explicitado y el propio desarrollo incompleto de la investigación ponen en jaque la crítica bien intencionada a la psicología de masas freudiana pero que se encuentra en un callejón sin salida cuando quiere superar y proyectar la psicología individual. Fromm aquí establece –lo que luego Adorno podría criticar como- una mera acumulación de aspectos psicológicos que por ser muchos serían algo social cuando la discusión es: ¿es posible una prolongación directa entre el psicoanálisis y la psicología social? ¿Comparten un objeto? ¿La diferencia es solamente cuantitativa? Al respecto, la psicología individual considera que la diferencia es epistemológica y cualitativa, no puede haber una agregación inductiva. Sin la clarificación en este punto la investigación en sí misma se volvió un problema. En ese sentido, Horkheimer en Historia y psicología (1932) es ambiguo sobre este problema del método sentenciando que:

Cuando se analiza una determinada época histórica, reviste especial importancia que se reconozcan las fuerzas y disposiciones psíquicas, el carácter y la capacidad de transformación de los miembros de los diversos grupos sociales. Pero no por eso la psicología se convierte en psicología de masas, sino que obtiene sus conocimientos de la investigación de individuos. “El fundamento de la psicología social sigue siendo la psique individual” No hay un alma de las masas ni una conciencia de las masas… Por más que grupos accidentales reaccionen de una manera característica, la comprensión de esto hay que buscarla en la psique de los miembros individuales que forman los grupos, la cual ciertamente está determinada por el destino de su grupo en la sociedad. La psicología de masas es reemplazada por una diferenciada psicología de grupos (Horkheimer, p.33, 1988).

Lo que es interesante es la preocupación por una psicología del inconsciente y por la relación entre psicoanálisis y marxismo, ya que el psicoanálisis interpreta el desarrollo de los individuos precisamente en términos de sus relaciones con los más cercanos y sus espacios más íntimos. Erich Fromm considera que el aparato psíquico está formado por aquellas relaciones pero que, a su vez, es sólo una parcialidad. Ya que es pertinente, para el autor, preguntarse ¿con qué alcance La Familia no es, en sí misma, el producto de un sistema social particular? y ¿cómo un cambio en ella, y en su forma socialmente determinada, podría influir en el desarrollo del aparato psíquico del individuo? Preguntas que considero fundamentales para considerar, por ejemplo, el rol de la familia como una institución-instituyente y para elaborar una respuesta no alcanza el aspecto psicoanalítico individual.

El problema se evidencia en materia de método ya que la psicología era pura ambivalencia: podía tanto trabajar con individualidades como tener de objeto la función de la familia, o la naturaleza de la cultura, superando los límites de una psicología individual.

El punto en común, según Sotelo, es que la psicología aporta sobre el grado en que la ideología y/o los efectos psicológicos de condiciones materiales –que éstas no pueden explicar- refuerza u obstruye el conflicto histórico.

Obreros y Empleados se centró prácticamente en tratar de explicar los resultados del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) así como una radiografía “psicológica” del proletariado y asalariados empleados. Sin embargo, es dificil concluir de ello una “tendencia” o propensión de la clase trabajadora o la clase media al nazismo. Es decir, el sentido antisemita y la agenda racista se desenvuelven más tardíamente en el movimiento nazi mientras que en un principio, compartían con el fascismo, consignas clasistas al respecto del salario, del trabajo y particularmente el nacionalsocialismo tuvo una concepción armónica de la sociedad con vistas a eliminar la lucha de clases como conflicto social y supo despertar interés en las clases trabajadoras unida al nacionalismo de exaltación de Alemania en la recuperación de un esplendor histórico que era compartido, como vimos, por varias corrientes de intelectuales.

Es necesario señalar que hay una presencia del “inconsciente” en las respuestas de los encuestados al cuestionario. Es decir, lo que diga una persona en un cuestionario o entrevista donde sabe que está respondiendo para algún fin no pueden ser tomadas por entero sobre su sentido. De hecho, en la propia práctica psicoanalítica a la que se someten individuos voluntariamente muchas veces se esconden, tergiversan o se omiten elementos significativos para el análisis. En ese sentido, la falta de confidencialidad o la desconfianza es un factor importante que determina los grados de sinceridad de las respuestas junto con la limitación de las respuestas en el cuestionario que no expresan todas las posibles. Más de una vez eran preguntas con doble respuesta o con dos perspectivas distintas. Por ejemplo, preguntas que tuvieron varios interrogantes sobre cuándo, dónde o cómo y los encuestados sólo respondían uno de los aspectos.

Por otro lado, aún bajo premisas de objetividad y pruebas empíricas, hay criterios de interpretación del investigador.  Es decir, hay criterios interpretativos para el procesamiento de las encuestas en la producción de estadísticas que necesariamente definen cómo agrupar las respuestas y cómo interpretarlas:

Ilustrativas son, en este contexto, las preguntas 434-435 (“¿Presta usted dinero u objetos a amigos? Sí - no; ¿por qué no?”). Queríamos con esto hacernos una idea de la relación de los encuestados con su círculo de amistades. Una disposición a prestar dinero u otras cosas señala, según nuestras reflexiones, que la voluntad de ayudar es más fuerte que el goce de la posesión o el temor a pérdidas (...) (Fromm, p.129, 2012).

De todas maneras, la investigación tiene un gran valor en términos de trabajo de campo y material empírico que se desarrolló al compás de los acontecimientos. Hay nuevas investigaciones y trabajos de Historia Oral que complejizan y aportan experiencias individuales y colectivas de resistencia al nazismo y al fascismo, así como la organización y oposición en las organizaciones de masas y en los lugares de trabajo que matizan las conclusiones de dicho trabajo sobre los empleados alemanes y la clase media en general respecto de la adhesión al nazismo como opción política[1].

Teoría Crítica, intelectuales y futuro

Max Horkheimer, en Teoría tradicional y teoría crítica (1988) que es el compendio de artículos del autor escrito durante la década del ‘30, sostiene continuidades y diferencias con las características que se adjudicaban a los intelectuales como grupo a la actividad científica de investigar que vimos propia de las corrientes alemanas del momento. Horkheimer, al considerar que la actividad del científico es un momento no-independiente dentro del trabajo y forma parte de la actividad histórica del hombre establece una ruptura con ciertos principios idealistas. Ahora bien, cuando considera que los intelectuales partidarios se vuelven “ciegos y débiles” por querer forzar sus postulados teóricos establece que el pensamiento del intelectual no tiene que subordinarse a la situación psicológica de una clase social y tiene que poder soportar el aislamiento e ir contra la corriente. En ese sentido, el aislamiento y la distancia con los sujetos o fenómenos sobre los que reflexiona reaparece como característica de quien es intelectual -que puede ser partidario o no- además de otorgarle un status representativo como grupo “suprasocial”. Para el autor, la posibilidad de una visión de conjunto más ha de ser constitutiva de la intelligentsia, una especial clase social, o “suprasocial” que no refiere a una posición extra partidaria o abstracta en el sentido liberal, sino que es metódica en no identificarse con la clase social que considera motor de sus investigaciones.

En Teoría tradicional y teoría crítica publicada en 1937 establece que la teoría tradicional parte de concebir un universo de proposiciones producidas por la actividad teórica del universo de objetos, sin contradicciones, sin dogmas ni elementos ideológicos que “contaminen” los fenómenos observables. La tendencia en esta concepción está vinculada a pensar la teoría como un sistema de signos matemáticos, un modelo de imitación de las ciencias naturales. Para Horkheimer en los ‘30 la actividad científica se asemeja a las características de la producción industrial, hay “demanda científica” y reina una preocupación productivista y utilitarista, donde las ciencias compiten entre sí para mayor institucionalización y se disputan el método. Aquí se reconoce una influencia de los textos de Marx en relación a las metáforas de objetos y situaciones fantasmagóricas, veladas, fetichizadas como la propia teoría y la actividad reflexiva. Es así que sostiene que en la medida en que se impone esta tendencia, y el concepto de teoría es independizado del científico y las condiciones reinantes en la ciencia y en el mundo social “se transforma en una categoría cosificada, ideológica”. El racionalismo y el idealismo, para Horkheimer, coinciden en concebir la libertad del individuo burgués como el ejercicio de una autonomía y libertad perfectas.

Aquí el autor reconoce un acercamiento a la sociología alemana y los postulados durkheimianos y weberianos para la actividad científica. Considera la teoría tradicional pasó a una clasificación sistematizada de fenómenos y hechos sociales que parte de un empirismo reduccionista que ha olvidado las premisas de Durkheim al respecto de que es inútil e infructuoso el puro registro empírico porque ni facilita la investigación ni parte del principio fundamental de que no se trata de un método matemático de formulación exacta. Sino que de la descripción y comparación de fenómenos se pueden formular conceptos generales, es decir, generar puntos de apoyo en la clasificación, pero no como inventario completo sino selectivo y que sirvan de hipótesis y modelo. Asimismo, reconoce un legado weberiano frente al racionalismo individualista o voluntarista ya que habría una “teoría de la posibilidad objetiva”.

...Son los hombres un resultado de la historia, sino que también el modo como ven y oyen es inseparable del proceso de vida social que se ha desarrollado a lo largo de milenios. Los hechos que nos entregan nuestros sentidos están preformados socialmente de dos modos: por el carácter histórico del objeto percibido y por el carácter histórico del órgano percipiente… aunque el individuo se experimenta a sí mismo como receptor y pasivo (Horkheimer, p. 233, 1988).

Esto es, que el decurso de la historia no se reduce a la sumatoria de decisiones y acciones individuales de los hombres, sino que hay circunstancias determinadas. El historiador no enumera circunstancias, sino que las pone en relación con los acontecimientos que sean significativos. El científico y la ciencia aparecen sujetos al aparato social mientras que para la teoría tradicional hay un dualismo entre pensar y ser, entendimiento y percepción, donde no aparece la función real de la ciencia y su significancia.

Para Max Horkheimer si el capitalismo atraviesa una crisis, si la división del trabajo no funciona perfectamente, si hay contradicciones irreconciliables en tantas relaciones como fue señalado debidamente por el marxismo, ¿por qué el campo científico escaparía a tales problemas?

Aquella disociación entre pensar y ser también se expresa en una concepción binaria donde el hombre en cuanto científico ve la realidad como exteriorizada y como ciudadano se interesa y relaciona con ella a través de partidos, organizaciones, participa de las elecciones, etc. pero sin concebirlas de forma unitaria. Mientras que su propuesta de pensamiento crítico busca superar ese binarismo. Y es en esta crítica es donde vemos el aporte de la psicología en su pensamiento. Al respecto de la idea de una limitada libertad del individuo, considera que “el yo, sea que actúe simplemente como pensante o de alguna otra manera, en una sociedad impenetrable, inconsciente, tampoco tiene la certeza de sí mismo” (Horkheimer, p.243, 1988).

En Historia y psicología publicado por primera vez en 1932, incluída en la misma compilación conocida como Teoría crítica, se pregunta por el papel que le corresponde a la psicología en una teoría de la historia. Hasta dónde el proceso productivo condiciona el carácter, la conciencia, la organización familiar, etc. de un grupo de individuos. Para Horkheimer, la psicología tiene que ser una ciencia auxiliar no en el sentido que los liberales le dieron de una historia de los hombres que persiguen sus intereses, sino que:

(...) el interés privado es difícil de exagerar pero -el egoísmo económico- está tan condicionado históricamente y es tan radicalmente variable como la propia situación social para cuya explicación se adujo tal principio… Cuando, en una discusión acerca de la posibilidad de un orden económico no individualista, intervienen argumentos basados en la teoría de la naturaleza egoísta del hombre, ocurre que tanto los partidarios como los detractores de la teoría económica yerran en la medida en que apoyan sus argumentos en la validez universal de un principio tan problemático. (Horkheimer, p.35, 1988).

Allí hay pregunta por cómo los cambios estructurales devienen en culturales, cómo se transforman las condiciones de vida que podemos deducir que estaba motivada por sus condiciones de producción con la consolidación del fascismo y Adolf Hitler en ascenso como canciller. En ese sentido, si bien se reconoce un margen para la indeterminación y el inconsciente, hay una preocupación por la previsión e indagar con antelación tendencias que el autor percibe como amenazantes y peligrosas para la humanidad y la ciencia en particular.

Para el autor, en el futuro la lucha por la dominación de la naturaleza en su amplio sentido va a seguir necesitando de la teoría tradicional, pero considera que el futuro de la humanidad depende del comportamiento crítico como una actitud que rechaza el conformismo del pensamiento, que rechaza a la ciencia como una actividad fija o reificada sobre sí, es decir, que renuncia a la esencia del pensar.

Los años ‘40: Crítica de la razón instrumental

En Crítica de la razón instrumental publicada por primera vez en 1947 Horkheimer caracterizó que hay una tendencia inevitable ya en curso para ese momento de instrumentalización del pensamiento, una tendencia socialmente condicionada hacia el neopositivismo. Ve una tendencia a asimilar la razón como condición civilizatoria, cuando se la niega en su sentido enfático y sólo como un instrumento para objetivos socialmente útiles.

En el prefacio a la primera edición, parte de tal caracterización que se funda en estudiar la racionalidad de la cultura industrial y avecina la “oscura perspectiva que presenta el futuro real” (Horkheimer, p.7, 1973) . Un libro escrito en el contexto de la Segunda Guerra Mundial donde parece no tener esperanzas en la humanidad, donde no ve ningún tipo de resistencia posible al “aparato para el manejo de las masas” (Horkheimer, p.7, 1973).

Consideró que en este tiempo hubo un proceso de deshumanización relacionado al avance de los medios técnicos pero que su devenir no sea barbarie depende de la capacidad de análisis de tales cambios. En ese mismo sentido, no propone un programa de acción y lo que es más, considera que “la acción por la acción no es de ningún modo superior al pensar por pensar, sino que éste más bien la supera” (Horkheimer, p.7, 1973). Aquí el rol del intelectual queda desdibujado, cuanto menos, relegado, a la actividad de análisis y pensamiento y de recuperación del “pensamiento independiente”.

El proceso de secularización de la razón producto del movimiento de la Ilustración resultó en una separación entre la religión y la filosofía donde ambas fueron consideradas como dominios culturales separados y la religión fue reducida a un bien cultural entre otros. Pero en ese movimiento también la filosofía fue perjudicada en su pretensión totalitaria de encarnar la verdad objetiva, considerándose anacrónica en la contemporaneidad mientras que a la especulación y a la metafísica se la percibe como mitología y superstición. Una compartimentalización, que, según el autor, perjudicó de conjunto a la filosofía como el conjunto de reflexiones más integrales sobre las esencias, las causas, la naturaleza y los efectos de las cosas.

En ese sentido, Horkheimer sostuvo que la razón se “autoliquidó” en cuanto medio de comprensión ética, moral y religiosa, en el sentido espiritual. Tal caracterización estuvo influenciada por su experiencia con el fascismo donde concluye que las ideas de justicia, igualdad, felicidad, democracia entre otras debieron estar en concordancia con la razón o emanar de ella. Nociones que en otras épocas tuvieron un valor y eran inherentes a la razón o dependientes de ella. Mientras que, en la modernidad, considera que carecen de valor y no se distinguen de cualquier otra meta o fin porque existe una sola autoridad: la ciencia que todo lo puede, que clasifica los hechos y calcula probabilidades. La ciencia como un nuevo santo al que rezarle, una sacralización de la razón. ¿Cómo reconocer la superioridad de un fin sobre otro? se preguntaba Horkheimer. Por la pertinencia metodológica planteada según los medios y el fin. Una de sus conclusiones más importantes refiere a que, según su argumentación, entonces es imposible afirmar que un sistema económico o político, por más cruel y despótico que fuese, sea menos lógico o racional que otro. Para la razón formalizada, una actividad es racional o no cuando sirve a otra finalidad, es decir, está vinculada su utilidad como máximo valor, y no a otras consideraciones del tipo humanistas, éticas o espirituales.

Incluso postuló que aun cuando los individuos eligen, no ejercen ninguna libertad. Ya que sería una elección encorsetada por innumerables leyes que se pueden desoír, prescripciones y reglamentaciones sociales a las que hay que prestarse para hacer tal elección.

Su pesimismo abarca a toda la humanidad, ya que cuando refiere al sometimiento de toda la naturaleza por “el hombre” como mera herramienta, refiere al “hombre” como individuo general con disposiciones “innatas” o “naturales” al dominio irracional fundamentado en la razón formalizada. En todo el trabajo no hay distinciones de clases ni responsabilidades distinguidas, sino que refiere a una tendencia social general. Un método que le va a permitir explicar al fascismo como un sistema político totalitario que libera a los individuos de los impulsos naturales prohibidos sin temer represión canalizando la degradación, los insultos y la violencia sobre determinados grupos sociales a los que se permite violentar. El fascismo, para el autor, “libera” a los individuos de la presión y coacción que resulta de vivir civilizadamente en sociedad y los libera de tal responsabilidad, al menos al principio. Una rebelión contra la ley institucionalizada que terminó en la ausencia de ley.  En este trabajo, Horkheimer llama a oponerse a tal formación política y a la regresión a etapas primitivas en búsqueda de una salida al reforzar “un pensar independiente”.

Consideraciones finales

Como intentamos demostrar, las expectativas sobre el futuro, La Modernidad y la posibilidad de agencia del intelectual como participante activo de los procesos políticos y el devenir de la sociedad fueron modificándose en su trayectoria.

 Sus investigaciones estuvieron signadas por preocupaciones contemporáneas y la búsqueda de explicaciones a fenómenos políticos y sociales: el individualismo, las experiencias del autoritarismo, el dogmatismo soviético al interior del marxismo y la subordinación de los intelectuales comunistas a directrices partidarias, así como las crisis capitalistas de todo el siglo XX.

Frecuentemente se considera al autor por sus últimos trabajos y sus investigaciones de los años ‘40 como “pesimista”. Sin embargo, este trabajo tiene la premisa de poder constatar que a la luz de sus experiencias de vida y de la situación política que presenció, toman otro cariz sus investigaciones y deben ser analizadas en ese contexto. A su vez, sus últimas obras no son representativas de la potencia y vitalidad de su propuesta de Teoría Crítica como praxis política como pudimos ver en sus trabajos de los años ‘30.

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Recibido: 10 de marzo de 2023

Aceptado: 4 de mayo de 2023

Versión Final: 7 de mayo de 2023

Anuario Nº 38, Escuela de Historia

Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario), 2023

ISSN 1853-8835


[1] Véase los trabajos de Dogliani (2016); Passerini (1991); Gallego (1998); Diez Espinoza (2007) y Sgrazutti y Roldan (2005).