Taibo, C. (2018). Anarquistas
de ultramar: Anarquismo, indigenismo, descolonización. España: Libros
de la Catarat, [207 páginas].
Hay una serie de estudios, muy específicos,
destinados a entender y difundir cómo es que los anarquistas extendieron su
filosofía por el mundo, en nivel intelectual y en dimensión práctica. Porque si
algo caracterizó a los emisarios libertarios decimonónicos fue el no desligar
la praxis de la idea. Esto lo entendieron, casi en un consenso general, los
investigadores en las primeras décadas del siglo XX. Su producción
historiográfica así lo constata. Pasar lista, por todos los autores sería una
labor inconmensurable. Pero podemos identificar, al menos para los casos que
son más contiguos a los contextos latinoamericanos, los trabajos puntuales de
José C. Valadés y John M. Hart
en México; Iaacov Oved en
Argentina; Luis Heredia M. para el caso chileno; y el de Ricardo Melgar Bao en su compilado del movimiento obrero en
Hispanoamérica.
Recientemente, se han sumado obras que refrescan
estos estudios, destacando las investigaciones de Maia
Ramnath en Decolonizing
Anarchism; Daniel Vidal con Flores negras,
poesía y anarquismo en el Uruguay del Novecientos; y, el ya clásico y
referente, Bajo tres banderas: anarquismo e imaginación anticolonial de Benedict Anderson. El libro que aquí nos ocupa tiene la
intención de incrustarse a los debates contemporáneos emprendidos por Ramnath y Anderson. Carlos Taibo
con Anarquistas de ultramar: Anarquismo, indigenismo y
descolonización ataca una empresa arriesgada, ambiciosa e interesante:
recopilar información de los anarquistas a lo largo del mundo, para
presentarnos un texto que contenga la exposición más detallada y amplia posible
respecto a la difusión de los presupuestos ácratas en el globo, centrando su
interés en los movimientos libertarios acaecidos fuera de la cosmovisión
occidental-europea.
Precisamente, y en consecuencia de su intentona, Taibo nos presenta el escenario sobre el cual posa su lupa
y su pluma: los anarquismos del sur, esos que se practican en Latinoamérica,
África y Asía. Pero, como él mismo reconoce, hablar de anarquismos del sur o no
occidentales presupone un problema: en los países que comprenden su estudio no
hubo muchas propuestas y se limitaban a copiar lo que a ellos llegaba. Por esto
es por lo que plantea la categoría “anarquistas de ultramar”, para referir a
esos anarquismos, pero también a los ácratas que cruzaron los océanos para
llevar la idea libertaria a otros lares mundiales.
En términos generales el trabajo de Taibo cumple su objetivo de repasar esquemáticamente la
historia de los anarquistas de ultramar. Antes que nada, introduce con la
menesterosa pregunta de ¿cómo llegó el anarquismo a los países de ultramar? Su
respuesta e hipótesis son simples: el anarquismo nació en Europa en el siglo
XIX y se extendió por el mundo cuando la ideología fue acarreada por los
migrantes que se subían en barcos y la llevaron a través del mar. Un problema
sustancial, y que el mismo autor identifica es que no hay un tiempo ni lugar
exacto de creación y, por ende, la difusión de la doctrina ácrata no tiene una
especificidad de origen lo bastante clara. En vistas de superar dicho escollo,
propone evitar la idea de ver al globo como una serie de continentes ni, mucho
menos, como un espacio unificado. El canon libertario sí que puede datar
aproximadamente su punto de partida, pero la manera en que se extendió no
obedece a una lógica única, sino que se dio de acuerdo con el contexto propio
de la geografía local.
Taibo identifica que hay diferencias perceptibles que
permiten contrastar la llegada del anarquismo a cada región. En América lo hizo
primero, de la mano de los inmigrantes europeos, durante las tres últimas
décadas decimonónicas. En África y Oceanía siguió un estilo similar: fueron los
trabajadores europeos los que cruzaron el mar y exteriorizaron el ideario
ácrata. En Asia existieron dos particularidades, la primera es que el
anarquismo irrumpió más tarde, hasta ya entrado el siglo XX; la segunda es que
no solamente los europeos lo introdujeron, sino que, también, los asiáticos que
viajaban por occidente regresaban letrados en filosofías ajenas a las locales.
El enclave crucial en todas las dinámicas de socialización del discurso radical
fueron los puertos, esos espacios que conectaban la tierra con el mar, donde
paraban los viajeros, se introducían a otras regiones o se iban de las
propias.
En capítulos consiguientes, el autor enlista varios
países para comentar y responder, en cada caso, el cómo llegó el anarquismo a
los espacios ultramar, lejos de las metrópolis europeas. La constante,
evidentemente es la de los viajeros europeos, pero la nacionalidad fue
diferente en cada caso. Por ejemplo, en Estados Unidos y Canadá hubo
inmigrantes anarquistas de casi todo el orbe, pero en México, salvo casos muy
puntuales, el anarquismo se abrió puertas con exiliados españoles. En cambio,
al cono sur fueron los italianos y franceses los que se distribuyeron con mayor
amplitud; así pasó en Argentina y Uruguay. Otra muestra, es la diferencia en
Chile, Perú y Paraguay, países con especial incidencia española, pero con la
particularidad que muchos de los libertarios que llegaban ya eran
nacionalizados argentinos. Incluso se presentó la peculiaridad en naciones
donde los anarquistas que difundían la filosofía ya no eran europeos, sino
enteramente latinoamericanos, como en Bolivia, que los ácratas llegaron
solamente de Chile y Argentina.
En el resto del planeta se presentaron confluencias
en la dinámica de arribo: en África llegaron italianos y franceses, en India
los estadounidenses, en Japón ocurrió que los mismos japoneses introdujeron el
anarquismo y después lo llevaron a China, Corea y Taiwán. Los chinos, a su vez,
lo impulsaron en Malasia, Singapur e Indonesia.
A continuación, Taibo
ahonda en las prácticas libertarias existentes en los pueblos indígenas, previa
simbiosis con el anarquismo. Los objetos de muestreo que el autor utiliza
son, en primer lugar, los piratas, caudillos marinos que mostraban vínculos de
solidaridad y fraternidad, tomaban decisiones colectivas y repartían ganancias.
El segundo ejemplo son las organizaciones medievales que ya contaban con
nociones de apoyo mutuo. Finalmente expone a los gitanos, aquellos rebeldes al
poder, reacios a perder sus costumbres y que no respetan fronteras. En suma,
los rasgos generales de tendencia pre-anarquista son: deseo de compartir,
rechazo a la autoridad, pugnantes por la libertad, relaciones ecológicas con la
naturaleza e intercambio de bienes igualitario, al margen del capitalismo.
En la mitad del libro, Taibo
ya habla de cómo se conjugó el discurso anarquista con las comunidades
indígenas gracias a las prácticas previas de cada pueblo, que les acercaban con
los postulados libertarios. Nos dice que el anarquismo tenía particular gusto
por el campesinado, ya que en ellos veía un importante agente revolucionario.
El federalismo ácrata y la defensa de derechos que los ácratas enarbolaban
encontraron eco entre los grupos antiautoritarios en Quebec, los cimarrones en
Colombia y Venezuela, los utopistas milenaristas mexicanos, los mapuches
chilenos, los colectivistas de arrozales en Japón, los autogestionados
Palmares brasileños y los antiesclavistas africanos.
Los últimos capítulos del libro versan sobre la
contemporaneidad del anarquismo y su ligadura con el anticolonialismo. Taibo señala que los anarquistas del siglo XIX no tenían un
discurso propiamente anticolonial, ya que cuestionaban algunas de sus
prácticas, pero no lo descartaban como tal, ya que consideraban la utilidad de
culturalizar a los indígenas. Un caso similar, pero más extremo, lo figuraron
Marx y Engels, para quienes el colonialismo ayudaba a que los países atrasados
crearan un camino propio al socialismo. En ese contexto los anarquistas
encontraron una disyuntiva: sumarse a las luchas anti jerárquicas pero que aún
mantenían vínculos con el Estado, o apoyar a los movimientos independentistas,
aunque fueran apetentes por la democracia. El debate en el seno libertario fue
largo, porque ninguna postura estuvo exenta de contradicción política.
El libro cierra con comentarios actuales y que son
cercanos a los lectores. Su premisa es delimitar al anarquismo de los
movimientos que se pueden confundir como tales. Taibo
considera que el EZLN en México no es una muestra fehaciente de un nuevo
anarquismo, en cambio, teoriza que se trata de uno de los muchos socialismos
“distintos”, al igual que lo sucedido en Rojava,
donde el confederalismo democrático comparte bases
libertarias, pero no termina por todavía es cuestionable su semejanza ciento
por ciento con el anarquismo. El anarquismo feminista e indigenista son las más
recientes expresiones de la ideología libertaria, confluyendo en la necesidad
de eliminar el capitalismo, organizarse al margen del Estado y acabar con el
patriarcado.
El libro de Carlos Taibo,
al final de cuentas, se antoja interesante, con un par de llamados más allá del
contenido. El autor apunta que urge descolonizar el pensamiento y buscar puntos
de encuentro lo ancestral y lo comunal. El deseo de hacer de su obra un punto
de partida para estudiar a profundidad cada uno de los casos expuestos se logra
tajantemente. La principal crítica, si es que apuradamente cabe una, tendría
que ser lo escueto que es por momentos en la descripción de ejemplos, aunque al
comienzo él mismo se excusa por tal problema. Y es que el texto es una
investigación meramente historiográfica, ya será trabajo del lector interesado
por la temática el corroborar o refutar (como el mismo Taibo
espera) la información vertida en cada página.
Benjamín Marín Meneses
Universidad
Veracruzana
benja_marin21@outlook.com