Álvarez Gila, Óscar (2019). Antes de la Ikurriña. Banderas, símbolos e identidad vasca en América (1880-1935). Madrid: Sílex, 464 páginas.

El interés por las representaciones de la identidad vasca en contextos migratorios atraviesa la extensa producción científica del Profesor de Historia de América en la Universidad del País Vasco, Óscar Álvarez Gila. Referente ineludible de los estudios sobre las migraciones vascas a América en los siglos XIX y XX, sus investigaciones abarcan un amplio abanico de temas vinculados a la presencia vasca en el continente americano - principalmente en Argentina, Uruguay y Estados Unidos - con especial foco en los procesos de construcción identitaria. Entre sus publicaciones más destacadas caben mencionar las referidas al clero vasco en el territorio del Río de la Plata, el asociacionismo étnico, las disputas políticas dentro de las colectividades vasco-americanas, el exilio, así como los estereotipos migratorios y su imagen cinematográfica.

En sintonía con dicha preocupación por las representaciones identitarias, en Antes de la Ikurriña. Banderas, símbolos e identidad vasca en América (1880-1935   Álvarez Gila estudia el papel desempeñado por un conjunto de insignias en la construcción de la identidad vasca en Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Cuba y, en menor medida, Filipinas, Chile y México. De este modo, añade un capítulo transnacional a los estudios popularizados por un grupo de profesores del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco a través de dos publicaciones que son referencia necesaria para quienes se interesen por el estudio de la construcción de la identidad nacional vasca peninsular y sus diversas manifestaciones simbólicas (de Pablo, Casquete, Mees & de la Granja, 2012; de Pablo, 2016). No es casual, por tanto, que Santiago de Pablo, artífice destacado de dicho esfuerzo colectivo, sea el autor del prólogo de este libro.

Al prólogo de de Pablo, que introduce esta tendencia de la historiografía actual interesada por el análisis de lo simbólico, lo sigue una introducción en la que Álvarez Gila presenta la hipótesis de trabajo. El cuerpo del libro se divide en siete capítulos y se concluye con un epílogo, la bibliografía y un interesante anexo con documentación inédita o editada en estudios de escasa    difusión. Los dos primeros capítulos - “La simbología de la identidad vasca” e “Identidad y simbología de los vascos en América” - atienden a cuestiones conceptuales, antecedentes históricos y debates historiográficos sobre la identidad vasca en América. Los cinco siguientes - “La primera bandera vasca de América (1882-1890)”; “Los modelos “autóctonos” (1890-1900)”; “La laboriosa recepción del nacionalismo (1900-1910)”; “Alternativas a la Ikurriña. La etapa del zazpiak bat (1910-1935)”; y “El triunfo de la bicrucífera (1920-1935)” – desarrollan los sucesivos experimentos visuales de la identidad vasca en América -y Asia- desde los últimos dos decenios del siglo XIX, hasta la aceptación definitiva, en 1935, de la Ikurriña o “bandera bicrucífera” ideada por el padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana Goiri, y bandera actual de la Comunidad Autonómica Vasca.

En el reconocimiento de un uso pionero de emblemas identitarios por parte de los vasco-americanos se sustentan las preguntas de los primeros dos capítulos y la necesidad de precisiones sobre términos clave como “diáspora”, “identidad” o “nación”. Con estos fines, a la relación entre estudios migratorios e historia cultural el autor suma herramientas conceptuales de la sociología, antropología, ciencias políticas y ciencias de la comunicación. Asimismo, presenta un estado de la cuestión muy completo y perspicaz sobre el problema de la identidad nacional vasca en la “diáspora”, que evidencia la disparidad de los estudios previos sobre Argentina y Uruguay - principales objetos de estudio del autor - del resto de los países analizados. Los argumentos primordiales del libro se fundamentan en este marco conceptual cuidadosamente elaborado.

Uno de los aspectos más significativos de este trabajo consiste en dar entidad propia a la identidad cultural del colectivo migrante vasco como una recreación original y transnacional. Al mismo tiempo, reconoce el importante rol desempeñado por las colectividades de emigrantes vascos al otro lado del Atlántico en la construcción del universo simbólico e identitario vasco y, fundamentalmente, en la decisiva adopción de la Ikurriña como bandera vasca. Por otro lado, en un contexto de “sociedades de aluvión” de contingentes inmigratorios, la investigación reconoce la figura de un agente destacado: los líderes étnicos, miembros reconocidos de la élite dirigente que modulan, con mayor o menor éxito, estas propuestas identitarias.

El minucioso análisis que realiza Álvarez Gila contribuye a construir los argumentos que sustentarán su principal hipótesis respecto al derrotero de las banderas vasco-americanas: la tendencia hacia una identidad común vasca en América, una identidad panvasquista, unificada, representativa de toda Euskal Herria. Desde sus primeras investigaciones Álvarez Gila adscribe a este concepto de Euskal Herria - pueblo vasco, en euskera, la lengua vasca -, que, más allá de las fronteras establecidas por los Estados español y francés, refiere a los siete territorios vascos tradicionalmente identificados por criterios culturales y lingüísticos, que corresponden geográficamente a las actuales comunidades autónomas vasca y navarra en España y el País Vasco francés. Sobre este punto, se deja entrever una querella de larga data que mantiene con otro gran referente de los estudios migratorios vascos: José Manuel Azcona Pastor (2011), quien rechaza el concepto Euskal Herria por sus connotaciones políticas antiestatales.

En los capítulos subsiguientes, el relato inicia con una “identidad ambivalente”: vasco-francesa y vasco española - fuerista en este último caso - que se extiende progresivamente desde una identificación regionalista vinculada a las tres provincias que hoy corresponden a Euskadi; a las que rápidamente se suma una cuarta provincia española, Navarra; para luego incorporar a los tres territorios vasco-franceses. Este avance en la representación territorial se ve reflejado en la utilización de los tradicionales lemas numéricos en euskera, que tienen su origen en el País Vasco peninsular: “irurak bat” (las tres, una), “laurak bat” (las cuatro, una) y “zazpiak bat” (las siete, una); cuyos elementos simbólicos se conjugan sucesivamente en las principales banderas adoptadas por las colectividades vascas extraterritoriales. Al desarrollo de estas representaciones con vínculos transatlánticos se suma el estudio de modelos autóctonos: algunos conciliadores, como los que incorporan el roble de Gernika a diversos emblemas o la “bandera maitea” de Montevideo, que incluye elementos de las insignias nacionales oficiales de las tierras de origen y de acogida; y otros más heterodoxos, como las propuestas visuales de Florencio Basaldúa. 

Es así como Álvarez Gila identifica el tránsito de una representación territorial de la identidad vasca a otra vinculada a elementos lingüístico-culturales, tendiente a una unidad panvasquista, que tuvo su correlato simbólico en escudos y banderas de la colectividad vasca en América. En este marco se explican la progresiva aceptación de la Ikurriña y su permeación fuera del ámbito del Partido Nacionalista Vasco, cuya presencia en América se remontaba hacia el 1900. De este modo, favorecida por el recambio generacional del primer tercio del siglo XX y en sincronía con la propia Euskal Herria, el derrotero concluye con la consagración de la “bicrucífera” como símbolo indiscutible de la identidad vasca en su conjunto, en un proceso que acabaría de sellarse con su aprobación como bandera oficial vasca por el primer Gobierno de Euskadi en 1936, durante la Guerra Civil.

Sin embargo, este desarrollo de un entramado simbólico y visual de la identidad vasca no se presenta libre de conflictos, sino que se narran diferentes “guerras de banderas” - un concepto extemporáneo que Álvarez Gila toma de la Euskadi post-franquista –, como la iniciada en el centro Zazpiak Bat de la ciudad argentina de Rosario en la década de 1920. Estas luchas simbólicas se entablaron no sólo con agentes externos a la colectividad – principalmente con las instituciones españolas en el extranjero – sino también, y sobre todo, con otros provenientes de su mismo seno, que ponen en evidencia enfrentamientos de identidades que tuvieron su corolario en diferentes escisiones asociativas, muchas de las cuales perduran hasta la actualidad. La obra finaliza con un epílogo que describe este proceso de normalización de la Ikurriña y el papel allí desempeñado por las colectividades vasco-americanas, al tiempo que adelanta la prohibición que sufrirá esta insignia durante la dictadura franquista y la continuidad en su utilización por los vascos de América a modo de resistencia.

Si bien en el desarrollo de la narración, y ya desde el propio título del libro, se pueda presumir cierta direccionalidad en el relato que desemboca en la asimilación de la Ikurriña y determinada construcción de la identidad vasca - que es la que actualmente cuenta con mayor consenso -, la investigación de Álvarez Gila no es ajena a la contingencia histórica. Nos presenta un relato con notables fluctuaciones, coexistencias y multiplicidad de matices, al tiempo que recupera discursos que quedaron relegados en la historia del imaginario vasco tras el avance del nacionalismo vasco y que aún no han sido estudiados en profundidad –incluso cuando forman parte de la realidad actual de muchas asociaciones vascas.

Toda la investigación se sustenta en un extenso corpus documental que el autor nos descubre en su narración, en un análisis tan original como crítico de confrontación de fuentes. En este relato se sucede un extenso y rico examen de las fuentes primarias más diversas. En primer lugar, fuentes escritas: discursos, versos y poemas, himnos y canciones populares, correspondencia, actas de asambleas de comisiones directivas e informes diplomáticos y, fundamentalmente, prensa vasca peninsular y del extranjero – ya sea de las asociaciones vascas o partidista – procedentes en su mayoría de la “Hemeroteca de la diáspora vasca”, apreciable proyecto digital online y abierto del Gobierno Vasco – además de la prensa local de los países de acogida. Pero las principales fuentes de esta investigación son visuales: las propias banderas conservadas y sus representaciones en medallas conmemorativas y ephemera impresa publicitaria e institucional como folletería, carteles, invitaciones, cajitas de papel de fumar, etiquetas de sidra y membretes personales; hasta en un uniforme de equipo de pelota vasca.

Muchas de estas fuentes presentan una limitación reconocida por el autor, pero que sostiene gran parte de su tesis: “las fuentes nos reflejan sobre todo un discurso propio de las élites, pero son mucho más parcas a la hora de ayudarnos a determinar su permeación hacia el resto de la colectividad.” (p. 84). En este sentido, se trata de un trabajo que realiza un importantísimo aporte al estudio de los principales agentes involucrados en la construcción de la identidad vasca extraterritorial, tanto en la etapa previa a la difusión internacional de la doctrina, simbología y semántica del nacionalismo aranista, como en la de asimilación nacionalista, algo más explorada por la disciplina histórica. En este punto, Álvarez Gila recurre a la erudición adquirida en el transcurso de sus primeras investigaciones sobre el rol desempeñado por representantes de la Iglesia católica dentro de este liderazgo étnico en América.

A la vista de este enriquecedor itinerario histórico y cultural podemos afirmar que este libro realiza una contribución invaluable a los estudios migratorios en general y a la historia de la migración vasca en particular, al tiempo que pasa a integrar el corpus bibliográfico esencial en torno a la identidad vasca y sus representaciones en los territorios más diversos. Con una rigurosidad científica que no merma la fluidez amena y didáctica que caracteriza a las comunicaciones de Álvarez Gila, Antes de la Ikurriña. Banderas, símbolos e identidad vasca en América (1880-1935) abre un capítulo necesario en la historia de Euskal Herria. 

 

Alfonsina Leranoz

Centro de Investigaciones en Arte y Patrimonio,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,

Universidad Nacional de San Martín,

Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

aleranoz@unsam.edu.ar

 

 

Bibliografía

Álvarez Gila, Ó (2012). Antes de la ikurriña: la primera bandera vasca en América (1880-1900). Vasconia. Cuadernos de Historia-Geografía (38). Recuperado de https://www.eusko-ikaskuntza.eus/es/publicaciones/antes-de-la-ikurrina-la-primera-bandera-vasca-en-america-1880-1900/art-22526/

Azcona Pastor, J. M. (2011). El ámbito historiográfico y metodológico de la emigración vasca y navarra hacia América. Vitoria-Gasteiz: Gobierno Vasco.

de Pablo, S. (coord.) (2016). 100 símbolos vascos. Identidad, cultura, nacionalismo. Madrid: Tecnos.

de Pablo, S., Casquete, J., Mees, L. & de la Granja, J. L. (coords.) (2012). Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco. Madrid: Tecnos.

 

 

 

 

Elisabeth Piller, Selling Weimar. German Public Diplomacy and the United States, 1918-1933, Stuttgart, Editorial Franz Steiner, 2021, 432 páginas.

 

Las relaciones establecidas entre la República de Weimar y los Estados Unidos de América adquieren nuevas perspectivas gracias a esta obra de Elisabeth Piller. Pues, mientras que una historiografía más clásica se ocupó de estudiar los vínculos económico-financieros y las relaciones diplomáticas formales, la autora elige adentrarse en un campo muy poco explorado: el de la diplomacia pública, aspecto esencial del denominado soft power. Según Piller, esta representaba un camino válido de acercamiento a los Estados Unidos, potencia emergente y no tan reacia al contacto durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, y que se revelaba ante Alemania como el único actor de peso capaz de ayudarla a conseguir su objetivo internacional más acuciante: la revisión del Tratado de Versalles. Por esta razón, el estudio de la diplomacia pública alemana representa un aporte fundamental para esclarecer aún más la Amerikapolitik, como la misma República la denominaba en aquel entonces.

Con este objetivo, la obra de Piller se propone “ampliar, complementar y desafiar” (p. 22) los conocimientos que se tienen hasta el momento de dichas relaciones transatlánticas. Sus pilares serán el estudio de una política cultural y de propaganda menos ofensivas por parte de la República de Weimar y el análisis del proceso de reconciliación (o cultural demobilization)  que tendrá lugar entre ambos países durante el período de entreguerras. El estudio avanza incluso hasta los primeros años del régimen nazi para dar cuenta de los cambios y las continuidades en torno de la política exterior para con los Estados Unidos. En conjunto, el trabajo de Piller intenta desentrañar los orígenes de las estrategias adoptadas por la diplomacia pública alemana que terminaron por ser exitosas durante la Guerra Fría e incluso lo son en la actualidad. Para ello, presta especial atención a tres subvariantes de la diplomacia pública: la diplomacia cultural, la diplomacia académica y el turismo.

La obra se divide en tres partes que siguen –aproximadamente– la tradicional cronología por fases del devenir de la República de Weimar. En la primera de ellas, el análisis se extiende entre los años 1919 y 1924 y muestra los vanos esfuerzos de la joven república por quebrar lo que la autora considera un “bloqueo cultural” (p. 35) –terminología aceptada también por los contemporáneos–. En ella se indaga sobre la pésima imagen que tenía la opinión pública norteamericana de Alemania, la cual, según demuestra Piller, no era una consecuencia directa de la Gran Guerra, no obstante se intensificó durante los años del conflicto. Para justificar este diagnóstico, la autora se retrotrae hasta finales del siglo XIX con el objeto de hallar los errores que paso a paso había cometido una tosca diplomacia imperial y que constituyeron un lastre con el que tendría que lidiar la República de Weimar. Una profunda reestructuración del servicio exterior alemán, su profesionalización, un esfuerzo por centralizar la propaganda y la diplomacia pública y hasta la creación de un departamento cultural (Kulturabteilung) dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores son varios de los puntos estratégicos analizados por la autora y que dan cuenta de la intención alemana de ejercer cierta influencia sobre la opinión pública norteamericana. Pero el camino no era fácil, la reestructuración se hacía con pocos nombres nuevos –asociados a una burguesía republicana e ilustrada– mientras que la base de trabajo seguía siendo la de las asociaciones e instituciones comandadas por los alemanes y descendientes de alemanes que habitaban en Norteamérica. Esta conflictiva relación entre los objetivos, percepciones y expectativas de los numerosos emigrantes –que constituían una minoría muy conservadora y una mayoría ya muy asimilada– y los nuevos enviados diplomáticos aflora constantemente en la obra de Piller y permite entender un proceso inicial muy arduo y poco efectivo.

La segunda parte del libro gira en torno a la denominada “época dorada” (1924 - 1929) y configura el corpus esencial del trabajo. Al final de este periodo, pasada ya una década del conflicto bélico, es donde se plasma lo que la autora considera una reconciliación cuasi definitiva entre los Estados Unidos y la República de Weimar. Su tesis principal es que en la medida en que Alemania se alejaba de promover la agitación política mejoraba su rédito en términos relacionales con Norteamérica (p. 172). En este proceso se analiza cómo la diplomacia cultural adoptó una postura mucho menos agresiva en torno a la Alemanidad y se acercó a la sociedad norteamericana a costa de dar la espalda a los círculos de emigrantes más recalcitrantes. Nuevas instituciones promovidas por la República (por ejemplo el Amerikainstitut o la Asociación Carl Schurz) y la reavivación de ciertas fiestas étnicas en torno a la embajada y los consulados permitieron estrechar los lazos con la sociedad estadounidense. Piller se adentra, además, en el estudio de las relaciones académicas, pero lo hace en su función estrictamente diplomática. No solo da especial importancia a la nueva camada de profesores universitarios (en su mayoría pro republicanos) que visitarán el país, sino también a las nuevas redes que se tejieron en torno al intercambio estudiantil y a la promoción de becas internacionales para estudios universitarios. En el análisis de los catedráticos, la autora revela la progresiva superación del boicot científico internacional que aquejó a los investigadores alemanes durante la década de 1920 y de cómo, poco a poco, los germanistas estadounidenses pudieron retomar –e incluso fomentar– el estudio del idioma y la cultura alemanes. En ese marco, los estudiantes universitarios son observados desde una perspectiva geopolítica en la cual el anhelo alemán era que se transformasen en embajadores culturales informales, tanto los norteamericanos –que debían ser bien recibidos en Alemania– como los alemanes –que debían representar a su patria en el exterior–. Para finalizar esta sección, la autora dedica un capítulo al estudio de la promoción del turismo norteamericano en Alemania, un tema muy original y que hasta ahora había recibido escasa atención por parte de la historiografía. La autora analiza cómo la República de Weimar promocionó su país en los Estados Unidos (esto incluye la apertura en Nueva York de una oficina de turismo), qué estrategias de marketing utilizó (por ejemplo, la publicación de artículos en revistas especializadas) y cómo esto, en definitiva, coadyuvó a mejorar la imagen que los norteamericanos tenían de Alemania.

La tercera y última parte del libro abarca el período que se extiende entre 1929 y 1938. Varios puntos son destacables en este apartado: está claro que la política de “revisionismo pacífico” impulsada por Stresemann desaparece, un tanto por su repentina muerte y otro tanto por el cambio de gobierno, pero muchas estructuras creadas por Weimar permanecerán y serán funcionales a los regímenes futuros. Y esto suma un punto de vital importancia en el trabajo de Piller. La autora demuestra cómo las instituciones creadas por Weimar son utilizadas a fin de mantener lazos cordiales con los Estados Unidos, incluso durante el régimen nazi, que en cuestiones de diplomacia pública y promoción turística orientadas a la sociedad norteamericana adoptó un discurso muy moderado. Los números que aporta la autora en relación a los intercambios estudiantiles y a las cuotas anuales de turistas son elocuentes al respecto. El libro finaliza en el año 1938, cuando se cortan las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, pero deja en claro que esas instituciones son las que, en tiempos de la Guerra Fría, permitirán nuevamente a la Alemania Federal retomar relaciones amistosas con la potencia del norte.

Cabría señalar, por último, algunas cuestiones problemáticas que acompañan a la obra. La primera pregunta que salta a la vista, pero que va adquiriendo vigor en la medida que se avanza con la lectura, es la que refiere al verdadero peso que adquirió la diplomacia pública alemana en el denominado proceso de cultural demobilization. Por una parte, la autora suele presentar hipótesis con fuerza que luego van enflaqueciendo, un tanto porque los ejemplos sobre los que se apoyan no siempre son tan sólidos y otro tanto porque la misma autora suele ser luego muy precavida a la hora de las conclusiones. Asociado a esa problemática se desprende otro interrogante, a saber, con qué elementos se mide esa influencia. Piller afirma que para entender el proceso de reconciliación entre ambos países hay que “moverse más allá de las explicaciones económicas e ir hacia el campo intangible de las emociones y la psicología” (p. 24). Y este es un campo ya más complicado de asir. La misma autora se encuentra a menudo con escasez de fuentes (o de comentarios, tanto positivos como negativos) que la empujan a un terreno más pantanoso y le impiden sostenerse con más firmeza. Quizá una mejor vinculación con el contexto histórico global –por cierto presente en la obra– habría ayudado a hilar más fino estas cuestiones, por ejemplo, analizando con más profundidad las relaciones establecidas entre decisiones políticas, acuerdos económicos y la situación de la diplomacia pública en ese momento preciso. Por último, la poco flexible categorización de grupos muy heterogéneos en Germans, German-Americans y Anglo-Americans termina por dificultar –más que aclarar– la comprensión de los intereses y conflictos que los atravesaban.

Más allá de estos señalamientos puntuales, vale decir que el libro de Piller reúne una serie de aspectos muy interesantes y hasta ahora no investigados de las relaciones transatlánticas establecidas entre Alemania y Estados Unidos durante las décadas de 1920 y 1930. Poniendo el foco en la reforma de las prácticas diplomáticas, la relación entre diplomáticos y asociaciones semioficiales y privadas, la puesta en acción de innovadores métodos del soft power (léase el intercambio de profesores y estudiantes universitarios o la promoción turística) y el estudio de innumerables fuentes diplomáticas, universitarias y epistolares a ambos lados del Atlántico, Piller logra recomponer el marco en el que se dieron dichas relaciones y ayuda a repensar las diversas estrategias que se tejen entre países a la hora de las negociaciones internacionales.

 

Juan Morello

 

Universidad Nacional de Tres de Febrero,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

jmorello@untref.edu.ar