Modernos Candidatos:
masculinidad, política y cinematografía en el temprano desarrollismo argentino
Modern candidates: cinema, masculinity and politics in Argentina in the
late 1950s in Argentina
Universidad
Nacional de Mar del Plata,
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
andreatorricella@gmail.com
Adriana Valobra
Centro
Interdisciplinario de Investigaciones en Género,
Instituto
de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales,
Universidad
Nacional de La Plata,
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
indivalobra@gmail.com
Resumen
En este artículo analizamos tres filmes para
estudiar las representaciones de género y modernización política que se
disputaron en el contexto posterior a la caída del gobierno de Juan Domingo
Perón, en Argentina a partir de 1955. Si el género es tanto una construcción
sociocultural como un aparato semiótico y una forma fundamental de significar
el poder, los arquetipos masculinos de candidatos o actores políticos que se
construyen en estos filmes dan cuenta de significados en torno a la política
misma y a la búsqueda de un cambio de paradigma que apunta a una modernización
en este campo. Los tres personajes políticos principales son médicos que
producen una metonimia entre sanar y hacer política. En todos ellos, las formas
en que se construyen los sentidos en torno a la moral sexual-familiar y lo
doméstico señalan analogías entre formas envilecidas y formas buenas de
política. A partir de estas dos dimensiones, analizamos los modelos de
masculinidades en pugna, teniendo en cuenta el interjuego
de clase y la tensión entre la buena y la mala política, el peronismo y el antiperonismo, lo moderno y lo atávico.
Palabras clave: cine; masculinidades; modernización política;
Argentina
Abstract
In
this article we analyze in three films the representations of gender and
political modernization that were disputed in the context after the fall of the
government of Juan Domingo Perón, in Argentina after
1955. If gender is both a sociocultural construction,
a semiotic apparatus and a fundamental way of signifying power, gender
masculine archetypes that are constructed in these films account for meanings
around politics itself and modernization. The three main political characters
are doctors who produce a metonymy between healing and doing politics. In all of them, the ways in which the senses around sexual-family
and domestic morality are built point to analogies between bad forms and good
forms of politics. From these two dimensions, we analyze the models of
competing masculinities, taking into account the interplay of class and the
tension between good and bad politics, Peronism and anti-Peronism, the modern
and the atavistic.
Keywords: cinema; masculinities; political modernization; Argentina
Presentación
Marc Ferró (1991 y 1995) trazó un camino para pensar
el cine como fuente histórica comprendiendo que como artefacto cultural
evidenciaba elementos propios de la sociedad en la que fue creado y, a su vez,
lo concebía como un agente de transformación de la sociedad de su tiempo. De
modo que, ante esta fuente, no menos que en otras, el desafío de la
investigación histórica era captar la ideología y la construcción de valores,
sentidos e interpretaciones del film como forma de comprender el momento
histórico. En este estudio, nos proponemos abordar un conjunto de películas
producidas en la segunda mitad de la década de 1950 en Argentina y que nos
permiten reflexionar sobre las representaciones de género y modernización
política que se disputaron en el contexto posterior a la caída del gobierno de
Juan Domingo Perón, en 1955.
Hacia fines de la década de 1950, la sociedad
argentina ya había transitado muchos de los procesos que caracterizaban una
cultura de masas. El crecimiento de la vida urbana, un mercado de consumo
masivo, las nuevas formas de entretenimiento y ocio, y la aparición de una
audiencia masiva. El cine como dispositivo fue parte de esa experiencia. Surgió
y existió en el entrelazamiento de los componentes de la modernidad: tecnología
mediada por estimulación visual y cognitiva, la reproducción técnica de la realidad
y una técnica urbana, comercial y de producción masiva definida como la captura
del movimiento continuo (Charney y Schwartz, 1995).
Los años 40s y 50s fueron escenario de la ampliación del acceso a bienes
culturales vinculados al esparcimiento de nuevos sectores sociales (Torre y Pastoriza, 2002). La cultura de masas se articuló con la
política de masas. Si en este marco, la política fue sensible al marketing en
los nuevos productos culturales y se convirtió ella misma en un objeto de
consumo, el cine como dispositivo se tornó una arena de politización de una
gran parte de la población (Gayol y Palermo, 2018).
La Argentina de los años 50 está atravesada por los
fenómenos de masas en ascenso y expansión que el peronismo interpeló desde el
Estado. Algunos estudios interpretan que durante los gobiernos de Juan Domingo
Perón la política cultural encapsuló expresiones libres y condensó sentidos
culturales con puros fines propagandísticos, instalando formas de ritualización política (Plotkin,
1993). El cine, en esa lectura, habría tenido un comportamiento semejante,
cooptado por el peronismo con su paternalismo (España y Manetti,
1999, pp. 274 y 275). Marcela Gené (2005 a) demostró
que muchas de las imágenes de las políticas culturales del peronismo no se
correspondían con el nazifascismo, al menos no
exclusivamente, y remitían a representaciones circulantes desde la cultura
estadounidense hasta la Rusia soviética. Clara Kriger,
por su parte, ha señalado que esas imágenes del cine se vinculan, antes que a
la cinematografía argentina durante el primer peronismo, a los documentales
(formato noticiarios o cortos y mediometrajes institucionales) que,
efectivamente, “respondían, por lo general, a la necesidad de difundir y
promocionar los actos, los mensajes y las políticas del gobierno. En ellos
abundaba la propaganda política explícita, tanto del peronismo como del partido
justicialista y sus líderes” (Kriger, 2009, p. 21).
Sin embargo, el cine tuvo una heterogeneidad que escapó a esa propaganda
política y se caracterizó por poner de relieve problemas sociales e injusticias
pasadas, en las “que la intervención estatal no incidió de manera significativa
en las formas o los contenidos de los largometrajes de ficción”,
caracterizándose por una heterogeneidad estética y de contenidos “en las que no
es posible hallar planteos políticos o programáticos explícitos. En esta
producción que supera los 400 largometrajes, no hay alusiones a personalidades
del gobierno ni a los rituales peronistas” (Kriger,
2009, p. 22).
Sin embargo, el análisis de la producción
cinematográfica del período siguiente ha quedado, en cierto modo, atrapada en
las tensiones de las interpretaciones del período anterior. En efecto, España y
Manetti consideran que después de 1955, hay una
“libertad de acción creativa aparentemente más amplia, que proviene de sentirse
las clases medias dueñas de un nuevo poder social, el de la cultura” (España y Manetti, 1999, p. 274). Según estos autores, se genera una
coagulación entre burguesías e intelectuales que produce una reacción cultural
y da comienzo, en cuanto a la estética, a lo que será el llamado cine de autor
en los años 60. Sin embargo, parte de su descripción se sustenta en
interpretaciones más bien antitéticas entre el cine del peronismo y el
posterior que no terminan de sustentarse en la filmografía. Incluso, la
producción de la segunda mitad de los años 50, si bien puede prefigurar el cine
de autor, en realidad, se encuentra en muchos sentidos en un momento magmático,
donde se van solidificando algunas partes del magma, mientras otras, están en
ebullición.
De hecho, tras la caída del peronismo, se estrenaron
pocos filmes respecto del nivel de producción del período anterior: “la década
de 1950 fue sin dudas de transición entre las viejas estructuras y la modernización,
e implicó una crisis conceptual que obligó a pensar nuevamente cuáles eran los
objetivos y las formas del futuro cine nacional” (Kriger,
2014, p. 137). Varios de ellos abordan de manera directa candidatos políticos.
Según Gionco (2009), muchos de esos filmes podrían
cuadrar en la definición de cine comprometido o militante y suponen un “pacto
interpretativo” entre autores y espectadores que haría posible que las imágenes
y las historias relatadas pudieran ser fácilmente identificadas. Ahora, si en
el cine comprometido, dicho pacto buscaba motivar a la acción directa, a la
consecución de objetivos revolucionarios, en ciertas películas estrenadas
durante la autodenominada “Revolución Libertadora”, se pondría de manifiesto
una mirada crítica sobre el peronismo.
El período posterior a la caída del peronismo, en
términos políticos, resulta atravesado por la intención de reformular el Estado
con el fin de modernizarlo y aplicar políticas que incidieran en ese mismo
sentido en términos sociales y económicos. Esa reformulación del estado
requería también la modernización del liderazgo político de manera de aportar
un perfil renovado que, sobre bases racionales y prescindiendo del caudillismo
que se le achacaba a Perón, condujera al país por una nueva senda democrática.
Así, si bien algunos actores del período podían considerar que durante el
peronismo había habido una modernización socioeconómica, pero un retroceso
político al encarrilarse Perón a formas autocráticas; la clave del período
posterior estuvo en cómo sostener el desarrollo socioeconómico del aparato
productivo limando los problemas estructurales como la desigualdad regional; y
en términos políticos, dilucidar qué lugar tendría, si lo tendría, el peronismo
(Smulovitz, 1988 y 1991; Spinelli,
2005: . En ese sentido, la figura del conductor adquiere relevancia en ese
contexto social y se expresa de modo cabal durante los primeros años
posteriores a la caída de Perón. De allí, también, podríamos considerar la
presencia de films de tinte político y, en particular, de varios que tienen
como centro la contraposición de figuras de liderazgo. En este artículo nos
centraremos en tres de estos filmes: El
candidato se estrenó el 24 de septiembre de 1959, fue dirigido por Fernando
Ayala con guion suyo y de David Viñas.[1]
La sombra de Safo
fue estrenada el 5 de septiembre de 1957 y dirigida por Julio Porter.[2] Después del silencio es el tercer
film a analizar, dirigido por Lucas Demare sobre
el guion de Sixto Pondal Ríos, dos nombres de
peso en la industria del cine nacional.[3]
Tanto el título original, Aurora de
libertad, como el que finalmente adoptó para su estreno colocaban al film
en una línea crítica en relación con el gobierno peronista y se posicionaba
como si esa nueva coyuntura tras la caída de aquel gobierno, fuera un camino de
posibilidades abierto a futuro, en evidente alusión a la posibilidad de
construir una nueva etapa en la historia de la Argentina, siempre y cuando se
conociera y se hiciera crítica y sanción al pasado oprobioso que se consideraba
había sido el peronismo. De los tres films es el que tiene de modo más
desembozado un discurso antiperonista y un fin propagandístico para legitimar
el golpe de 1955 y la proscripción del peronismo.[4]
Por el contrario, La sombra de Safo no tiene esas marcas propagandísticas
antiperonistas ostensibles.
Para España y Manetti, El candidato expone, para el período
posterior a 1955, “el punto de encuentro entre las capas maleables de las
burguesías y los intelectuales universitarios que provenían de ellas. La colaboración
entre el director Femando Avala y el escritor David Viñas, en El jefe (1958) y en El candidato (1959), como director y guionista, es el más claro
ejemplo de la conjunción intelectual-burguesa” (España y Manetti,
p. 275).[5] Sin
embargo, y aunque en términos estéticos y argumentales es, sin duda, el film
más logrado de los seleccionados, resulta también un ejemplo donde la lógica
del discurso político, de campaña, prepondera sin darle profundidad a sus
personajes y el guion se desliza de manera superficial, con contradicciones.
Proponemos abordar estos films no porque sean grandes obras cinematográficas,
sino por el hecho de que se convierten en materiales de claro tinte político
(con distinto énfasis en algunos aspectos del melodrama familiar), y que construyen
no sólo -de manera más o menos metafórica- una forma de analizar el contexto y
la lectura del pasado sino, también, una profunda mirada de género, la cual no
ha sido abordada en los análisis existentes hasta el momento.[6]
Otros estudios han incursionado ya en la mirada
sobre el género y el cine y, concretamente, las masculinidades y la política en
los años 60 a 70 (Barroso, 2017; Cosse, 2019; Martinelli, 2017; Martínez Expósito, 2017; Montenegro,
2008; Navone, 2014 y 2016; Rocha, 2017) y han subrayado
las alegorías con una mirada sobre el peronismo y la definición de una
virilidad política contrapuesta con el afeminamiento, una estrategia propia de
la definición simbólica y material de las masculinidades hegemónicas
caracterizadas por su fuerza, capacidad de sobrellevar el dolor físico, de no
expresar las emociones, la capacidad de don de mando, la lealtad homosocial. Sobre los films de este período, aunque no se
realizan en una clave generizada, algunos artículos
han abordado el estudio del cine noir y han analizado
la figura del héroe en Después del
silencio (Giacomelli, 2021), que retomaremos más
adelante.
Sin embargo, los filmes seleccionados nos permiten
calibrar ciertos arquetipos viriles muy distintos de los que se presentan en
esos filmes analizados por los estudios mencionados. Tanto Amparo Moreno Sardá (2007) como George Mosse
(2000) parten de reconocer que el arquetipo viril o el estereotipo masculino se
construyen a partir de una idea de hombre que es parcial, que no involucra el
sentido de humanidad, sino el exclusivo de varón. Moreno Sardá
consigna que el mecanismo simbólico de esas formulaciones culturales conlleva “el
reconocimiento interno de los miembros de un colectivo que, para definirse
superiores, se proclaman descendientes legítimos de varones, y niegan la
evidencia de que nacemos de mujer afirmando que la cultura humana es producto
viril” (p. 20).
La política, como lugar del arquetipo viril, se
presenta ya en las figuraciones aristotélicas y, según Moreno Sardá, persisten como un legado fundamental en nuestra
cultura. No obstante, en torno a la modernidad, tanto Mosse
como Raewyn Connell -al
referirse a la masculinidad hegemónica- sitúan esa cristalización entre
mediados y fines del siglo XIX y de la mano de ciertos ideales burgueses que
rompen las anteriores imágenes de masculinidad aristocrática.
Ahora bien, los films que nos proponemos abordar
tienen algunos elementos singulares para pensar la figura de hombres que se
introducen o se perfilan en la política sea con una candidatura partidaria
formal (El Candidato o La sombra de Safo) o con una
imagen pública que proyectan una candidatura simbólica como arquetipo de
liderazgo político (Después del silencio). En particular, nos interesa analizar
el modo en que se delinea la masculinidad y la política y el modo que ingresa a
ella la dinámica familiar. Nos concentraremos en el desarrollo argumental más
que en la construcción estética y técnica de los films, que otras
investigaciones ya han realizado, del mismo modo que abordaron los contextos de
producción.[7] El
género como sistema de representación y construcción sociocultural denota la
organización social de la desigualdad (De Lauretis,
1996, p. 11) y, a la vez, es una forma fundamental de significar el poder, es
decir, de construir política (Scott, 1999), ¿de qué forma los arquetipos
masculinos como candidatos o sujetos políticos que se presentan en estos filmes
evidencian significados en torno a la política misma y a la búsqueda de un
cambio de paradigma que apuntó a una modernización política? ¿Cómo intervienen
los repertorios de modernización en torno al género, la familia y la clase
social en torno a la modernización política hacia fines de la década del 50?
En lo que sigue, analizaremos tres aspectos que
poseen en común estos filmes en torno a la masculinidad y la política de fines
de la década del 50 Argentina. En los tres filmes analizados los personajes
principales son médicos que producen una metonimia entre hacer política y
sanar. En todos ellos, las formas en que se construyen los sentidos en torno a
la moral sexual, familiar y lo doméstico señalan analogías entre formas
envilecidas y formas buenas de política. Finalmente, en los tres, los
conflictos centrales de la narrativa se producen entre distintos arquetipos
masculinos que también representan analógicamente la buena y la mala política,
el peronismo y el antiperonismo, lo moderno y lo
atávico; en un binarismo que, no obstante, ya no tendrá una correspondencia
clara entre antiperonismo y modernización o peronismo
y atávico ni tampoco, entre antiperonismo y atávico;
ni entre peronismo y modernización.
Masculinidades legítimas: médicos y
políticos
La figura del médico como quien domina un saber
experto ha merecido atención en la bibliografía académica en virtud de que,
fundamentalmente, fue en el contexto de la consolidación del Estado nación que
adquirió una legitimidad no sólo social sino, también, política. Según Carolina
Biernat (2007), si bien la consolidación de la
presencia médica en el aparato estatal era de fines del siglo XIX, en la década
de 1930 se acentuó:
Por un lado, la creciente
intervención estatal en la regulación de la vida económica y social expandió su
burocracia y las posibilidades de acceder a ella. Por otro lado, la demanda
oficial de profesionales médicos ya no estaba vinculada solamente a los
esporádicos brotes epidémicos, tal y como sucedía en el período anterior, sino
que se asoció a la mejora de la salud física y moral de la población presente y
futura (p. 261).
Varias investigaciones subrayan, precisamente, la
potencia del campo médico en relación con el período peronista en tanto la
extensión y generalización de las medidas sociales aplicadas durante este
período tuvieron un eje central en las políticas sanitarias (Ramacciotti, 2005); aunque no hay que despreciar la
legitimidad que la figura médica tuvo, también, en el ámbito educativo (Rayez, 2021; Belmartino, 2005).
Tras la caída del peronismo, las intervenciones en
el área sanitaria se vieron apegadas a la lógica presupuestaria deficitaria que
minó la intervención del Estado; pero que intentaba inscribirse en la lógica de
las recomendaciones internacionales, en especial la Organización Panamericana
de la Salud (Rayez, 2021). Según Belmartino
y Bloch (1994, p. 26), mientras que durante el
peronismo
el conocimiento técnico se propone
como fundamento para el ejercicio de la función política y lo político se
identifica con la definición de valores que trascienden tanto lo individual
como lo sectorial, para apuntar al bienestar del conjunto, en los años 50, eso
se desplaza, y en relación con la figura del médico, si bien la eficacia
técnica sigue legitimando el reconocimiento de su función social como
trascendente, se acusa a la política de desnaturalizar la búsqueda del bien
común y restar legitimidad a la centralización del poder estatal (Belmartino y Bloch,
1994, p. 26).
Sin embargo, pocos trabajos han abordado la
dimensión política de la profesión médica en el ámbito de las disputas
electorales y las instancias de representación, siendo el de Darío Cantón
(1966) el que, a través de un estudio prosoprográfico,
señaló la composición profesional de las cámaras donde se fue modificando el
perfil de médicos y abogados, con otros que mixturaron la trama y evidenciaron
ciertos movimientos sociales de otros sectores sociales en la política.
Los films bajo estudio retoman la figura del médico
recuperando una caracterización apegada a su reconocimiento social y, asimismo,
insisten en presentarlos como figuras cuyo conocimiento experto les brinda,
además, una capacidad científica que permite trasladar la reflexión, mesura y
objetividad atribuidas a su condición profesional, a la política. En dos de los
films, El candidato y La sombra de Safo,
dos médicos son tentados a participar en la política.
En el film El
candidato se aborda la nominación de un médico, Mariano Torres Ahumada.
Para Gionco, posee la particularidad (en relación a
las otras producciones) de plantear un discurso crítico que incluye, a la vez
que excede, al propio peronismo, “una crítica amplia a la política corrompida
por vicios que, si bien no son actuales, el anterior régimen no sólo no
erradicó, sino que reprodujo en su práctica” (Gionco,
2009, p. 294). En efecto, Mariano Torres Ahumada ya había tenido actuación
política, pero se encuentra alejado de ella puesto que, durante su primera
actuación como representante, terminó renunciando su banca: “Renuncio a mi
banca, por no renunciar a mi honor”. Es decir, ante las maniobras de
connivencia con el poder económico que observó de su partido, lo denunció y
ello, conllevó la debacle electoral del partido y, a sí mismo, lo llevó al
ostracismo político interno y cierta deterioro económico
al refugiarse en su consultorio, pero con poca fuerza para seguir adelante. La
nueva convocatoria de Mariano surge porque necesitan para esas elecciones un
candidato “equilibrado”, que esté en el “punto medio”, que fue portador del
viejo prestigio, intachable carrera política, que dejó una lección de civismo.
Mariano es un hombre mayor, canoso, con cierta dignidad austera incluso en su
vestir. Lejos de las características que otros films han evocado para asociar
masculinidad y política en ese mismo período (como el militarismo), representa
la mesura de la edad madura y una convicción cívica que se expresa en su forma
de tomar la palabra y en su retórica culta, pedagógica. Mariano acepta esa
candidatura sin saber que la ha urdido su propio hijo mayor, Ernesto, a fin de
beneficiarse él y otro dirigente una vez que el padre asuma, tras una victoria
electoral que cree asegurada. Ernesto mismo se pondrá al frente de la tarea de aggiornar a su padre a las nuevas tecnologías corporales
que reclama el contexto electoral: el gesto adusto y serio debe modificarse por
uno afable y distendido, la retórica debe aligerarse. En esas clases, Mariano
aprende con genuino deseo de volver a la política y comprometerse con un cambio
social. En ese sentido, aparece cierta tensión puesto que El candidato tiene un perfil propio de otros tiempos, algo que lo
contrapone a una nueva politización de corte moderno, el contrapunto con la
retórica, estética y hasta disposición de Perón (Barroso y Valobra,
2021). Mariano tiene que aggiornarse, buscar el modo
de desarrollarse con los tiempos. Él cree en La Política con mayúsculas, la que
es un arte para sanear la sociedad y él, como médico, puede hacerlo. En cierto
modo, Mariano, que comienza el film con una actitud sombría, abatida y resignada;
se ilumina con esa posibilidad y, a la vez, se obnubila con ella al punto de
perder cierto sentido de realidad. Pero la politiquita, la de las letras
minúsculas, tiene visos modernos, pero además, estrategias viciadas de la
política baja, que también atraviesa el partido de Mariano, que él mismo
denuncia, pero que, en este momento, parece ignorar.
La figura masculina del médico que se construye en
el film, se contrasta maniqueamente a otras figuras masculinas que organizan la
trama. Sus hijos, Horacio y Ernesto,
representan una metáfora de Abel y Caín, contrapuestos ellos mismos en sus
características y modos de ver el mundo. El más chico, Horacio, disputa
secretamente el amor de la esposa de su hermano. Ese argumento se desarrolla
con potencia argumental por momentos deshilvanada hasta que él logra confesarle
su amor hacia el final del film; y aunque la joven corresponde ese amor, elige
acompañar al marido, privilegiando un vínculo matrimonial que no la hace feliz,
fundamentalmente, porque su esposo sólo vive para la política y la desatiende
completamente. Horacio estudia medicina para seguir los pasos de su padre. Este
hijo es el que le reclama que haya dejado una profesión en la que brillaba para
dedicarse a la política que fue una profesión “que le hizo abandonar la que
Usted realmente sabía. Usted era usted en medicina hasta que dejaron de
consultarlo. Después, ni para dar una purga lo llamaban”. Esta dureza con la
que su hijo le reclama esa decisión contrasta con el reconocimiento que hace de
su renuncia. Por otro lado, el hijo mayor del candidato, urde la nueva
proyección de su padre. Este hijo es un buen ejemplo de la politiquita, con
letra chica, que hizo que Mariano se alejara de la legislatura, pero el padre
ni lo sospecha. Ese hijo, desprecia en el fondo los principios de LA POLÍTICA,
con mayúsculas, que es la que quiere genuinamente su padre. Es una puja entre
una política de la honorabilidad que porta Mariano, y la de su hijo, que se
presenta como sinónimo de modernización, pero que bajo la intención de aggiornamiento oculta la indecencia. Cuando Mariano se da
cuenta de la trama que orquestó su hijo, decide hundir su propia candidatura
boicoteando su última presentación y retomando una modalidad de intervención
política que en nada lo beneficia pues deja de lado -adrede- lo enseñado por su
hijo sobre cómo modernizarse. Será un derrumbe político que le garantiza el
triunfo al peronismo, pero que, sobre todo, lo hunde en un gran dolor como
padre, apenas reconfortado por el camino que elige el hijo menor -ya recibido-
que se marcha para ser médico rural.
Finalmente, otra oposición entre figuras masculinas
y las formas de la política está dada por la que se construye entre “La gente
del alto y la gente del bajo” con un claro tinte de clase que construye a los
del bajo como sujetos políticos manipulables que pagan con votos los bienes
materiales que reciben (por ejemplo, colchones y comida). En el film, aparece la figura del puntero político
quien ayuda al partido a conseguir los votos necesarios, pero luego los
traicionará a favor del otro candidato que le habría dado lo que necesitaban
sin abstracciones cívico-discursivas. La película pinta a este hombre como un
malevo que manifiesta que, en su época, la gente bailaba el tango, mientras que
ahora se baila chamamé, en clara alusión a la
procedencia provinciana de los nuevos habitantes del bajo. El pañuelo
característico, el escenario del hipódromo y su rol liderando una manifestación
el día del discurso final del candidato son elementos que contribuyen a
ubicarlo como un patotero peronista, sin palabra frente a los hombres
verdaderos, hombres libres de la política. Pero aquí, la política tradicional y
la moderna carecen de sentido porque se encuentran en prácticas emblemáticas de
la politiquita.
El film El
candidato mantiene un paralelismo con una coyuntura electoral que algunos
ubican en 1946 (Gionco, 2009), aunque la referencia
al voto femenino, corre ese momento al año 1951; y la más inmediata coyuntura
que terminaría de resolverse en 1958. Gionco ha
analizado este film y considera que la situación crítica de la coyuntura se
presenta en un Bazán (en referencia a Perón), cuyo cuerpo o imagen no aparecen
nunca salvo escrito su apellido, coreado por sus seguidores o utilizado en la
interpelación a Mariano (Gionco, 2009, p. 292). Ello
evidencia la proscripción del peronismo como el cuerpo ausente. Al ex diputado
Torres Ahumada se le enrostra -por alguna razón nunca explicitada en el film-
que Bazán es su contrincante y que lo humilla con sus triunfos. Sin embargo, él
considera que es necesario conjurar el personalismo: “en las auténticas
democracias, no hay hombres indispensables”, una referencia al liderazgo de
Perón y, no menos, a ciertos deslices del propio Frondizi
en ese contexto. El paralelismo pasado-presente es un juego especular en el
film, la conclusión es lacerante: triunfan los hombres indispensables, es
decir, los Bazán, que por tanto, instauran democracias falaces. Esas ideas, por
tanto, muestran cómo se modernizan las formas de dominación bajo personalismos
que se consideran propios de formas tradicionales, y hacen quedar como demodé
las virtudes cívicas que, más que del pasado, son atemporales.
La sombra de Safo
se ambienta en el año 1931. Se centra en la figura de un médico, el Doctor Salinas,
que ejerce en su consultorio privado y en el hospital público; es docente en la
escuela normal y es tentado a una candidatura política, en este caso, para
gobernador. En este filme como el anterior, la crisis política es lo que lleva
a que se reclame la actuación de estos médicos. En la Sombra de Safo, la propuesta surge del
Partido Provincial, que podría simbolizar a la Unión Cívica Radical, que busca
una figura extra partidaria porque “la situación electoral es difícil y nuestro
partido no quiere riesgos” (10:03). En épocas convulsas, afirma el presidente
del partido, “prefiero pensar en los hombres capaces de” salvar el porvenir “y
usted es uno de ellos”. El médico rechaza en un primer momento esa posibilidad
pues sus obligaciones profesionales son ya muchos “quebraderos de cabeza”. Aramayo, el Presidente del Partido, le dice que no hay más
que dos candidatos para ese puesto: él y el director del diario, Carbajal. Pero
sobre este último, que tiene más experiencia política, se cree que su “condición
de periodista de combate le ha acarreado muchas enemistades” y el Partido no
quiere dar un paso en falso. Según informan, el partido necesita “un Hombre
como Usted, un filántropo, un educador, un médico, cabeza de un hogar
intachable, querido por todo el mundo”. Salinas, cortésmente, le pide que lo
deje pensarlo. El film discurre en algunos galanteos para propiciar esa
candidatura que, finalmente, será aceptada. Salinas es, a lo largo de todo el
filme, una figura que despliega cierta practicidad para resolver problemas:
afable, de buena posición económica, comprometido socialmente con la
transmisión del conocimiento a través de la pedagogía y, asimismo, puesto al
servicio de sus pacientes. Es un hombre versátil, que se relaciona, incluso,
con el otro candidato -ignorando los dobleces de un periodista inescrupuloso,
que se muestra aceptando haber perdido la candidatura, pero que pergeña una
forma de lesionar a Salinas y volver a obtenerla.
Después del
silencio introduce al
médico Anselmo Demarco en el mundo de la política de fines del peronismo,
1954-1955.[8] Lo hace
de manera muy distinta a la que se da en los otros films. Se produce en la
sordidez de prácticas represivas durante el peronismo de las que el galeno
termina siendo partícipe obligado por la presión de un grupo policial
-encabezado por el Comisario Portela- y, asimismo,
por su obligación para salvar la vida de un hombre, dirigente sindical
opositor, Jacinto Godoy, que ha sido brutalmente torturado, lo que evocaría
distintos sucesos acaecidos durante el gobierno de Perón (Giacomelli,
2021, p. 356). Es el único de los films seleccionados que, desde la escena
inicial, se construye sin eufemismos en lo que Marcelo Scotti
(s/a, p. 2) ha definido como “la perspectiva del relato y el tono de
indignación crítica que la película destila frente al régimen peronista
recientemente destituido por medio de un golpe de estado”. Demarco es un médico
que, como Salinas, tiene cierta afabilidad, es despreocupado y pragmático. No
se identifica partidariamente, aunque por momentos parecería un simpatizante
socialista por ciertos discursos que contrapone a los del peronismo. Sin
embargo, su actuación lo incluye decididamente en el anti-peronismo en tanto su
condición profesional lo lleva a privilegiar la vida sobre cualquier otro
principio. De hecho, en una de las escenas, su confrontación con el aparato
burocrático sindical del peronismo en el nivel capilar del hospital donde
trabaja, lo obliga a desafiar un paro que le impide realizar una cirugía de
urgencia. La escena revela el miedo disperso entre las enfermeras y otros
grupos sanitarios, pero a su vez, la presencia escénica -García Buhr es un hombre corpulento, aunque no necesariamente
atlético- y los criterios de su intervención son racionales, aunque con un tono
enérgico dado por la convicción sobres sus posiciones y compromisos. Además de
su confrontación con Portela, el sádico comisario que
tortura al dirigente opositor (Scotti, s/a, p. 7), el
alterego del Dr. Demarco es su propio cuñado, un
inmoral que ha trepado posiciones en la burocracia y que, de manera recíproca,
lo detesta. Si bien es un tío regalón con sus sobrinos, lamenta que su hermana
haya tenido tan mal tino al elegirlo.
En Después del
silencio entran en juego varias figuras masculinas que contribuyen a construir
como ideal aquella masculinidad representada por Demarco: heterosexual, blanca,
profesional, proveedora, padre de familia, de temperamento moderado,
librepensadora, atea y hecha a sí mismo a partir de sus propios méritos. Por un
lado, en franca oposición, se encuentra la figura masculina del comisario
torturador y todos los secuaces que son la representación de una masculinidad
violenta, bárbara, autoritaria y moralmente impugnable. Es con ese tipo de
masculinidad que se establece el conflicto central del argumento del filme y
contra quienes Demarco arriesga todo para enfrentarse, sin caer en la
violencia, sino a través de la palabra y la razón: un escrito desde el exilio
en el que denunciará todo lo sucedido. Esta distancia con la violencia se integra
en la masculinidad moderna del profesional y el triunfo de una política saneada
frente a la de un gobierno brutal y retrógrado, juego de contrapuntos
constantes.
Pablo, el cuñado de Demarco, es otra masculinidad
que se le opone al representar a alguien que ha ascendido socialmente a partir
de la corrupción y del favor de un gobierno que le permitía afirmar que ahora
le tocaba disfrutar a los que estaban abajo. Si el protagonista se arriesga por
un ideal y para darle tranquilidad a la familia de Jacinto Godoy, el
secuestrado, Pablo en cambio representa una masculinidad cobarde y mezquina. Si
eventualmente pudo intentar salvarlo de alguna situación, no arriesgará su propia
posición por ello. Incluso, la propia filiación política del cuñado es
instrumental pues, como afirma Scotti, “En Después
del silencio ni siquiera los peronistas defienden al Peronismo” (s/a, p. 6).
Finalmente, el tercer tipo de masculinidad que entra en conflicto es la
masculinidad de clase obrera que se construye, también, como una masculinidad
inacabada. Por un lado, una masculinidad violentada por la tortura y, por lo
tanto, feminizada; y por otro, la masculinidad de clase obrera se construye como
una masculinidad engañada y enceguecida por la propaganda política y los
propios dirigentes sindicales. En este último caso, es Demarco quien
contribuye, de forma paternalista, a salvarlos no sólo con su intervención como
médico en el caso puntual de Jacinto Godoy, sino también como autor de la
denuncia que hará tambalear al gobierno dictatorial. Sin embargo, como veremos,
esta paternidad social que despliega Demarco, entrará en tensión con su
paternidad familiar.
Los tres filmes construyen la figura del médico
trazando paralelismos o metonimias entre la dimensión política y la
masculinidad, ya sea de los propios candidatos a la política o de los restantes
personajes masculinos involucrados en ella. Con esas metonimias se logra
construir una imagen de la nueva política del período posterior al
derrocamiento del peronismo, pero también caracteriza ese pasado inmediato. La
profesión médica traducida en la política implica sanear moralmente los vicios
de los tiempos pasados: la racionalidad, la mesura, el distanciamiento y la
objetividad se oponen a la violencia, la inmoralidad del engaño, la
manipulación emotiva y el chantaje. Los
personajes masculinos principales entonces, no tienen grises, son absolutos:
moralmente reprobables o impolutos, entre los primeros se encuentran Portela y Garrido, el cuñado, representantes de baja calaña
de Perón, nunca nombrado más que con eufemismos; entre los segundos, el Dr.
Demarco, el obrero perseguido y algunos otros que en un rol secundario
sostienen la aventura del médico por denunciar al gobierno. Asimismo, en
perfiles binarios, se desgajan los otros personajes, en contrapuntos entre
políticos espurios y nobles. El personaje de Mariano en El Candidato es el menos lineal pues su sacrificio personal y
político lo realiza en nombre de sublimar su propio goce individual con una
nueva candidatura que sintió como una reivindicación; y, a la vez, limitar los
alcances de la mala política sobre su familia y salvar a su hijo de cometer
peores deméritos. Mariano cercena su propio triunfo en nombre de sus ideales de
buena política y de buen padre.
Relaciones familiares, figuras
femeninas y masculinidades
Desde los años 30, dentro de la industria
cinematográfica argentina, bajo la competencia del modelo hollywoodense, el
melodrama se había convertido en el principal género producido y el lenguaje de
la cultura de masas, con su estética emotiva, moralista y maniquea y a la vez
representaba válvula de seguridad para los conflictos sociales, no sólo los de
clase como trabajó Mattew Karush
(2013) sino también aquellos que tienen que ver con tensiones en la familia
heterosexual, entre las identidades de género y las generaciones (Mulvey, 1989). Martín-Barbero (1983, p. 68) define al
melodrama como la clave del entendimiento familiar de la realidad. Si bien
estos tres films no pueden identificarse nítidamente como melodramas, sí
retoman algunas de sus características. Como señalaron España y Manetti (p. 284), el cine de Ayala presenta a la familia
como “espacio de lo cotidiano” donde se ven “los problemas del país (…) donde
(…) se exponen la heroicidad y los conflictos de los personajes”, conservando
un tono costumbrista. Algo de esto está presente en los filmes bajo análisis
que presentan el lugar de las familias, caracterizadas por ciertos rasgos
comunes. En los tres se producen tránsitos de sentido entre los espacios de lo
doméstico, las figuras femeninas y masculinas en relación a las familias, y el
espacio de la política. Si en el apartado anterior analizamos las analogías
entre gobernar y curar, en este queremos centrarnos en la relación semántica
entre la política, las formas familiares y los roles de género.
Desde la década de 1950 en Argentina se estaban
produciendo una serie de transformaciones en torno a la vida familiar, el
modelo de domesticidad, las normatividades de género, la moral sexual, la
conformación de las clases sociales, la vida familiar, el matrimonio y el
divorcio, y las prácticas de consumo (Cosse, 2007; Cosse, 2010; Pérez, 2012, Adamovsky,
2009; Garguin, 2009; Milanesio,
2014; Giordano, Ramacciotti y Valobra,
2015). Los nuevos espacios de sociabilidad de mujeres y varones habilitaron
relaciones más fluidas y abiertas. El “paradigma
sexual doméstico” caracterizado por el mandato virginal para las mujeres,
la sexualidad asociada a lo pecaminoso, la doble moral sexual, el matrimonio
para toda la vida y la exaltación de la virilidad y el debut sexual para los
varones comenzó a ser cuestionado (Cosse, 2010;
Giordano, Ramacciotti y Valobra,
2015). La pareja, si bien continuó siendo el centro de la organización de la
vida cotidiana, cambió de estilo y comenzaron a ser más aceptadas las
relaciones sexuales antes y durante el matrimonio, desligando la unión entre
sexualidad y reproducción. A fines de los 50s comienza a observarse un cambio
en la ideología familiarista y su ensamblaje con
identidades masculinas y femeninas opuestas y complementarias. Los mandatos del
ama de casa a tiempo completo que iban de la mano de
una identidad masculina que los hacía posibles y operaban como un indicador del
lugar ocupado en la pirámide social comienzan a ser cuestionados por nuevas
normatividades (Cosse, 2010):
Los nuevos estilos exigían unión,
comprensión y autenticidad, y debían propiciar la realización personal y la
satisfacción sexual. Incluso proponían la formación de una identidad que
trascendía a cada integrante. Estas aspiraciones, sin embargo, mantenían
incólumes las dinámicas de diferenciación y complementariedad (Cosse, 2010, p. 134).
En los tres filmes se representan familias nucleares,
de clases medias, y en todas ellas se construye la idea de que la
respetabilidad de la familia hace a la figura pública del político. Sin
embargo, cada una presenta ciertas particularidades con relación a cómo se
pondera lo familiar y las identidades de género en relación al horizonte de
sentidos sobre la política y el conflicto peronismo/antiperonismo.
En El
candidato la familia se integra por la esposa de Torres Ahumada, sus hijos
adultos con los cuales vive y la esposa del hijo mayor. El eje narrativo del
entramado familiar se articula en dos direcciones: hacia la relación de Torres
Ahumada con su esposa y hacia la relación de éste con sus dos hijos, y el
contraste entre ellos. En la casa que viven, organizan
actividades con gente de la elite política y social tales como té canasta. En
la narración del filme, estas reuniones sirven para que la familia obtenga un
sustento económico. En varias ocasiones, la esposa de Torres Ahumada, quien los
organiza aprovechando la influencia que la familia había tenido en otro
momento, le agrega agua a las bebidas y encarece los sandwiches
así puede obtener un resto económico, algo que toda la familia sabe con un poco
de vergüenza. Ella es una compañera atenta a su esposo, se preocupa y se ocupa
de él. Extraña la vida anterior de lujos y brillo social que habían alcanzado
con el reconocimiento profesional de su esposo y, sobre todo, con su proyección
política; sin embargo, no le reprocha esas dificultades económicas. Así como lo
acompañó en sus críticas políticas, es, también, la más entusiasta cuando
acepta la nueva candidatura. De hecho, se pone al frente de la comisión de
mujeres que promueve su candidatura. La posibilidad de que su esposo sea
candidato a diputado por segunda vez es un momento bisagra en la que Torres
Ahumada, además de volver a aportar su honestidad a la política, puede volver a
ocupar un rol de esposo y padre proveedor que ha perdido, y con él, la
valoración propia y de sus hijos. Al comienzo del filme hay un diálogo con su
esposa en donde, en relación al adulterio del whisky, ella le reclama “¿qué
otra cosa puedo hacer yo?”. Abatido, Torres Ahumada le dice: “No te preocupes,
ya sé que soy yo quien debería hacer algo”, para luego afirmar que es ella
quien mantiene la línea y la dignidad del hogar. Volver a participar en
política significa también recuperar ese rol familiar que le permite dar
seguridad y cumplir con su rol masculino.
Una situación análoga a la anterior se ve en la
relación matrimonial entre su hijo Horacio (quien lo motiva para que vuelva a
participar en política) y la esposa de éste, quien se queja de las penurias
económicas que les aquejan. Con los beneficios que podría obtener de la
participación política de su padre, Horacio le promete una casa y ropas nuevas.
La intención de concretar esa promesa es parte del conflicto narrativo del
filme, ya que Horacio sustrae dinero del Partido para comprar esa casa. Este
hecho funciona como una de las razones para extorsionar a Torres Ahumada para
que acepte la candidatura.
En El
candidato se construyen dos escenarios polarizados que trazan una analogía
entre dos modos de estar en la casa y la política. Estas analogías se hilvanan
con las valoraciones sobre lo tradicional y moderno; peronismo y antiperonismo: la meritocracia, la transparencia y la
austeridad frente al acomodo, el engaño y el despilfarro. En este caso, Torres
Ahumada encuentra en el primer polo la dignidad; en el segundo, la decadencia.
Cada uno de los personajes que se relacionan con él estarán
en alguno u otro polo construyendo los sentidos sobre los nuevos hábitos
políticos. La resolución del conflicto del filme no se posiciona en términos
morales por ninguno de los dos polos ya que los dos están destinados al
fracaso, y por lo tanto, construye una idea de crisis política.
En la Sombra
de Safo, la familia del Dr. Salinas se compone de
Selva, una mujer atractiva, de mediana edad, inteligente y dedicada por
completo a su hija y los detalles del hogar. Elena es su hija que tiene 20 años
ya, es maestra y actriz amateur, que es su felicidad, y está de novia con un
muchacho, hijo del presidente del Partido que tienen a su padre a la
candidatura. Se presenta como una familia que se considera dichosa y feliz,
comparten muchos años de matrimonio con Selva y son objeto de admiración pública
que la gente no duda en expresar abiertamente en las fiestas que realizan en su
imponente mansión: “todo el mundo debería tomarlos por modelo”. Salinas es,
también, un padre afable, compañero y amoroso con su hija. Su hija, al
enterarse de la posible candidatura, define así a su padre: “maestro modelo,
padre modelo, médico modelo”.
Sin embargo, una sombra se cierne sobre su
proyección política y es un secreto vinculado a su esposa. Selva, en efecto, ha
tenido una relación amorosa cuando era más joven con Raúl, antes de conocer a
su marido.[9] Se nos
deja saber que ha tenido otras relaciones y una vida disipada cuando era
apodada por otros hombres como Safo. Raúl, veinte
años después, sigue despechado por el abandono de Selva en un momento que él le
reprochó que hubiera estado con otros hombres. Carbajal, un periodista
inescrupuloso con aspiraciones políticas similares a las de Salinas, ve la
oportunidad para su propia candidatura y soborna a Raúl, quien necesita dinero,
para que cuente esa historia y pueda canalizar así su despecho. Le ofrece
comprarle las cartas que mantuvieron entre ellos en el pasado y, con esa treta,
presiona a Selva para que convenza a su marido de no postularse.
Raúl comienza a inmiscuirse en la vida de Selva.
Selva le ruega que abandone su actitud, pero se niega. Paralelamente, ella
descubre que Carbajal está detrás de todo para hacerse con la candidatura y le
espeta “es Usted el hombre más sucio y más indigno que he conocido jamás”. Pero
él considera que la candidatura es suya “por derecho” y no va a permitir que
nadie se la arrebate. El subsecuente diálogo es elocuente:
Selva: Y no encontró mejor camino
que la infamia, ¿no? Pues sepa que diré toda la verdad, aunque me hunda.
Carbajal: La verdad sólo la
destruirá a ud. Y a su familia.
Selva: Ud. También caerá.
Carbajal: ¿Yo? Contra mi palabra y
mi prestigio ¿qué podría probar en la palabra de Safo?
La incógnita que el filme no devela es si Salinas
conoce el pasado de Selva. Hay cierta ambigüedad entre un desconocimiento
ingenuo y la posibilidad de que sea un hombre modernizado con concepciones más
laxas sobre el sexo por fuera del matrimonio. El calvario moral de Selva y los
vaivenes no son del todo conocidos por Salinas. Asimismo, nunca queda del todo
claro, aunque posiblemente así sea, que él sepa que la hija de Elena no es
biológicamente suya. Salinas se muestra siempre distendido, consuela a su
esposa cuando parece angustiada, le transmite tranquilidad; evidencia de que es
un hombre que controla sus emociones, que proyecta una sombra protectora sobre
su esposa. Los pocos juegos políticos que se evidencian en la pantalla no
parecen perturbarlo ni considera que nada cambie su mundo. Incluso, por
momentos, parece sugerirse que, aunque se supiera lo de su esposa, nada haría
peligrar su candidatura puesto que es un hombre de verdades.
De todos modos, aquellos personajes que saben del
chantaje, coinciden en la efectividad que tendrá el escándalo para minar la
proyección pública de Salinas. Una escena resulta muy significativa: Salinas
vestido con las ropas de médico le confirma que ha tomado una decisión con
respecto a su candidatura:
no te preocupes más querida, no hice
otra cosa más que pensar en eso, en mi deber, en nuestro hogar y por fin he
tomado una resolución. Una resolución que nadie puede hacerme cambiar ya. Estoy
seguro que estarás de acuerdo conmigo.
Aceptará la candidatura, algo que hunde a Selva
emocionalmente. En esta escena, el blanco del médico representa la claridad de
su decisión, pero también su posición opuesta a los sentidos que ella
representa no sólo por ser presa de un chantaje, sino también por su engaño y
su inmoralidad en términos de los mandatos de género más tradicionales.
Finalmente, Raúl descubre que Elena es su hija y que
Selva se había alejado para que no cargara con esa responsabilidad, y es quien
termina resolviendo todo para que nadie conozca el pasado de Selva ni,
finalmente, entorpezca la candidatura de Salinas que es el único padre que
Elena ha conocido y que se ha brindado a ella. Es interesante señalar que
previamente había habido algún acercamiento entre Raúl y Elena, a modo de
galanteo, que parecían dirigir el film hacia un nuevo núcleo dramático
insinuando una relación incestuosa -desconocida por Raúl y Elena- pero que
desquicia a Selva. Sin embargo, ese rumbo no se tomó y la muchacha vuelve a la
relación con su novio, rota por no considerarlo maduro, en evidente comparación
con Raúl.
En conjunto, también se construyen dos polos de
sentido que se transmutan de lo familiar a las formas de hacer política. En una
reunión del partido, donde se elige a Salinas como candidato, se hace
referencia a su poco temperamento político, algo necesario en los nuevos
tiempos, alguien que gobierne la provincia como se gobierna una familia
decente. La tensión entre un pasado oculto, impuro en relación a la moral sexual
de la época y la pureza a la que pudo acceder Selva con su matrimonio con
Salinas, se traduce en los valores que posee el candidato y que nunca se ponen
en juego. Sin embargo, los valores de la mala política sí se asociaron al
chantaje y la inmoralidad que representa Diana, la pareja actual de Raúl quien
-por necesidad económica, deseo de ser respetada y tener una casa- traiciona a
Raúl y le entrega las cartas al periodista. En el desenlace de esta historia,
Raúl asesina al periodista y se entrega a la policía.
Después del
silencio presenta a
un médico cuya esposa está abocada a las tareas domésticas y del cuidado de sus
hijos. Demarco es un hombre ateo, crítico del gobierno de turno y de la falta
de libertad. En esta película, también, hay una construcción de sentidos que
transitan de lo familiar al mundo de la política, viciado por la corrupción y
la propaganda. Como vimos en el apartado anterior, la díada peronismo-antiperonismo se representa en términos absolutos como la
oposición entre autoritarismo y libertad, y Demarco encarna en todas sus
acciones y características a esta última. Sus hijos y su libertad son el
argumento por el cual Demarco decide contar todo lo que ha visto sobre la
tortura de detenidos políticos ante el Congreso y traicionar a un comisario muy
temido y con mucho poder. Su lugar como buen padre y la prioridad de velar por
sus hijos nunca están puestos en cuestión y prevalecerá como valor en cada una
de las situaciones decisivas que atraviesa el personaje en la película: ir a la
comunión de su hija, cuidar del obrero torturado, avisarle a la madre del
obrero torturado que este estaba vivo, volver a Buenos Aires. Según Giacomelli (2021, 338-339), Demarco representa al héroe
sumergido en un “universo urbano amenazante” típico del film noir; donde el protagonista “no puede adaptarse a vivir en
un régimen que no coincide con el
sistema de valor
de aquellos que
son como él,
y decide reaccionar
ante la impavidez de una sociedad
que no visibiliza los crímenes cometidos hacia dentro de las instituciones”. Después del silencio politiza la figura
del médico en tanto hombre libre, un padre de familia y, por ende, sin
vinculaciones partidarias y políticas. Construye los polos semánticos de la
libertad frente a la opresión que significa tácitamente el peronismo, pero en
este caso, es la figura del padre, y no la del político, quien tiene acciones
políticas. Sin embargo, hay un tácito abandono cuando huye de su casa y su
esposa es la que debe enfrentar a la policía, dejándola, de alguna forma,
desvalida frente a la violencia estatal que él mismo denuncia y que parece,
ingenuamente, no medir que puede desatarse sobre su propia familia, drama que,
no obstante, no acontece. Es la tensión entre el padre de familia amoroso,
protector y proveedor, que, no obstante, puede ver derrumbada esa felicidad
hogareña por aquello que está denunciando. Este conflicto, poco explorado por
el film salvo al final, donde Demarco descubre que pueden haber hasta torturado
a su esposa. Su ingenuidad ante las posibles consecuencias de sus actos resulta
casi exasperante, como si sus actos fueran a recaer sólo en él mismo, un hombre
libre. Demarco simboliza la nobleza de la sociedad civil, constantemente
resaltada en el film, como indica Giacomelli (2021),
pero a la vez, a medida que crece su involucramiento político, en especial con
el grupo de exiliados políticos, su figura se proyecta como el candidato a
denunciar la verdad, una candidatura no partidaria. De allí el interés por
incorporar este film que abre una nueva noción de candidatura política, en sus
dimensiones culturales.
Es interesante también recuperar cómo se construyen
masculinidades de los candidatos en relación a la familia y cómo estas, al
mismo tiempo, construyen ideas en torno a la política y lo nacional del
contexto a los que se remiten los filmes. Distintos trabajos han señalado la
relación entre los sentidos en torno a lo nacional y los ideales de género y
sexualidad (Yuval-Davis, 2004; Dore y Molyneux, 2000).
Para los años 50’s, algunas historiadoras encuentran que se iniciaron
ciertas transformaciones en torno al ideal de masculinidad en relación a la
familia nuclear de los años 1940, dando forma a una masculinidad doméstica, más
comprometida con la paternidad y con el rol de proveedor (Cosse,
2010; Pérez, 2012). En ese sentido, nos encontramos ante una masculinidad con
trazos de modernidad, despojada de un criterio de autoridad a la usanza
tradicional. Ninguna de las tres figuras masculinas protagónicas de los filmes
que analizamos representa un ideal de autoridad patriarcal donde el varón es el
jefe de familia que disciplina e impone jerarquía al resto de sus integrantes.
Por el contrario, las relaciones con sus esposas son de compañerismo, no hay en
ninguna película una insinuación de superioridad o coqueteo con otras mujeres.
Sus esposas toman decisiones para contribuir económicamente con el salario
menguado de su esposo que, no obstante, sigue siendo el sostén de familia, como
en el caso de Mercedes en El Candidato,
son ellas las que han tenido un pasado que transgredió el orden sexual de
género, como Selva en La sombra de Safo, se
quedan solas a cargo de sus hijos o enfrentando situaciones violentas por
defender a sus maridos, como lo hace la más canónica de las esposas, en Después del silencio. Si en el ideal de
familia tradicional, el honor masculino se vinculaba a la conducta sexual
femenina recatada y controlada, en ninguno de los filmes, los “candidatos”
disfrutan de forma privilegiada de la doble moral sexual. El caso más
paradigmático es el de la Sombra de Safo, donde al
propio Salinas parece no importarle ese requisito para sentirse un hombre con
cualidades morales superiores. Ninguno de los filmes refiere a la sexualidad
como componente de la masculinidad de los candidatos/médicos. Son masculinidades
familiares en donde el eje está puesto en su imagen en el espacio público como
profesionales, en sus roles de proveedores, esposo y padres. En los dos filmes
que la figura masculina es un candidato, sus esposas tienen cierta
participación política en tanto tales, en espacios como la Sociedad de
Beneficencia o en la Comisión de Damas. Sin embargo, la división sexual del
trabajo en las familias queda relativamente estable dado que ninguna de las
mujeres tiene un trabajo remunerado.[10]
La masculinidad cívica y pública de estos tres hombres también se construye y
consolida a partir de su rol como jefes de familia profesionales y sostenes
económicos del hogar.
Consideraciones
finales
La construcción de masculinidad de estas figuras
presenta características muy distintas a las descriptas en otros filmes
respecto de los varones y la política para otros períodos. Si bien tienen
elementos propios de una cierta masculinidad hegemónica, arquetipo viril o
estereotipo masculino -según la denominación sea de Connell,
Moreno Sardá o Mosse, con
conceptualizaciones muy próximas en el caso de las dos primeras. Esos
arquetipos viriles tienen particularidades distintas tanto en relación con la
estética física, la tesitura política y el rol que la familia adquiere en ellos
con singularidad, como en la imagen sobre las esposas de esos líderes. Son
varones de edad mediana o madura, comprometidos con su profesión y reconocidos
por ella. Pero no es cualquier profesión, es una largamente legitimada no sólo
por la experticia disciplinar sino, también, política. Son, asimismo, solventes
económicamente y sus casas son una muestra de su lugar social; aunque, en el
caso de Mariano Torres Ahumada en El
candidato, y con ciertos saltos argumentales, ha decaído económicamente,
pero mantiene un vínculo de sociabilidades de élite. En ellos hay cierta
ingenuidad respecto de la política, incluso en Torres Ahumada que, aunque ya
tuvo actuación y se alejó de ella, vuelve no sin entusiasmo a proyectarse
electoralmente. Su ingenuidad se presenta en modo de cierta franqueza incluso,
peligrosa, con la que hablan a quién sea; incluidos los personajes antagónicos
más amenazantes. En conjunto, ninguno de ellos cree en la política en los
términos en que está planteada, pero terminan impulsándose a ella puesto que,
en el fondo, consideran que pueden hacer algo por mejorarla en su propia
convicción no sólo cívica sino también, profesional: pueden sanear la política.
Ofrecen un modelo de masculinidad muy particular, que privilegia una práctica
lacónica, que los construye como cierta heroicidad que trasciende a la esfera
pública puesto que su accionar médico les impone una multiplicidad de espacios
de intervención social en los que se comprometen con convicción, con espíritu
altruista y cierta temeridad en el modo en que se relacionan con sus alter
egos. En efecto, no rehuyen el trato franco, incluso,
con quienes representan lo espurio -tal el caso de Demarco en Después del Silencio -; pasan como
impolutos entre ellos, como en el caso de Salinas en La Sombra de Safo y no comprenden las
señales, como en el caso del propio Torres Ahumada en El candidato respecto de su propio hijo mayor y sus secuaces
partidarios, pero no menos de Bazán.
Muchas de las imágenes de las películas del período
se elaboraron a partir de las que circulaban en el contexto histórico y
cristalizaron los sentidos presentes en las disputas políticas de aquellos
años. Como señalaron primero Gené (2005) y, luego, Milanesio (2014), en los gobiernos peronistas se construyó
un modelo generizado de dirigente en las imágenes en
la proyección pública de Perón: figura afable, carismática presencia física y
una sonrisa perenne, estilo descontracturado
alternado con las representaciones del militar bien trazado. La sonrisa fue “un
rasgo que se transforma –o es transformado– en una marca distintiva al punto de
ingresar en la memoria colectiva” o más bien una máscara, afirma Gené, en tanto “un determinado rasgo (...) se impone
fuertemente en la experiencia al punto de prevalecer sobre la percepción de las
constantes fisonómicas –la cara– (...) facilita el reconocimiento veloz (...)
constituye a menudo el pilar sobre el que los actores de la escena pública
(...) modelan su imagen” (Gené, 2005, pp. 85-86). En
esos rasgos que Gené reconoce generizados
en el porte, vestimenta y gestualidad, Milanesio
agrega que “Los tres tipos sociales invocados por Perón [soldado, trabajador y
patriota] están asociados con el trabajo manual pesado, la resistencia física,
la fuerza, el coraje y un fuerte sentido de solidaridad para lograr metas
comunitarias más elevadas” (Milanesio, 2014, p. 85).
Esos rasgos, según la autora, fueron seleccionados deliberadamente para lograr
una identificación con Perón con expectativas dominantes y atributos valorados
en la sociedad.
Esas imágenes fueron el contrapunto para las
postulaciones a la candidatura presidencial en 1957 las que, antes que emularlo
-a veces como malas copias-, buscaron contrastarlo con recursos que resaltaron
su intelectualidad como la posibilidad de, también, acercarse al pueblo; pero
siempre, contraponiendo una idea de líder moderno que contrastaba con lo
atávico, residual, caudillesco de Perón (Barroso y Valobra, en prensa). En El
candidato, la vieja política, es menos democrática y más jerárquica; y la
nueva política, más inclusiva, pero manipuladora e instrumental. En Después del silencio, no hay lugar para
considerar la política peronista con ningún rasgo positivo; la buena política
es la que se opone al peronismo.
Los filmes prefiguran un universo de masculinidades
hegemónicas, en plural, que se definen y redefinen en relaciones
interpersonales en un espacio clave para la construcción del poder político (Connell, 1997). La idea de modernización -siempre en
tensión y más un imperativo o una promesa, que una constatación- forma parte de
la imagen que procuraron divulgar los candidatos. Los medios de prensa y la
industria cultural del cine operaron con esos sentidos. Si el peronismo tuvo
una voluntad y autodefinición como modernizador; también construyó una imagen del
líder en esos términos que llegaron a delinear un perfil deportivo y alejándolo
de una gestualidad adusta propia de los políticos de otros tiempos. Para los
detractores del peronismo, ello constituía parte de una forma de liderazgo
caudillista, retrógrado antes que moderno por su exaltación carismática antes
que una racionalidad mesurada. En El
Candidato, el viejo político que lucha por LA POLÍTICA en mayúsculas debe
aprender la gestualidad moderna y combinarla con sus dotes morales,
incuestionables. La combinación puede ser explosiva en términos electorales,
pero la política, con minúscula, mina dicha posibilidad. La política con
minúscula puede encajar perfectamente con una gestualidad moderna, como lo
demuestra el hijo de El Candidato y,
a la vez, el principal opositor. En La
Sombra de Safo, el Doctor Salinas combina muy
bien un perfil de político moderno: imperturbable ante eventuales conflictos,
pragmático, pero no insensible ante los problemas humanos y sociales; tiene una
presencia física y prestigio de una profesión tradicional, pero de
reconocimiento social; y con ella puede sostenerse, sin necesitar subterfugios
de la política para enriquecerse. Representa LA POLÍTICA con mayúsculas y una
modernidad que no tiene que aprender, le es natural, propia, porque es,
finalmente, un hombre de su tiempo. Del mismo modo se delinea el perfil de
Demarco en Después del silencio.
En un contexto de crisis política profunda, la
figura de los médicos que pueden sanear la política se construye no sólo en
relación a la cualidad científica y racional de dichos perfiles, sino también a
la especificidad de una clase social representada por profesionales. Los
médicos son sujetos libres en relación a la dependencia económica y política
que se construye en otras figuras masculinas antagónicas a lo largo de los
filmes. Tanto los políticos que se les oponen y los sectores populares se
construyen en las tres historias como sujetos cuya moral es cuestionable en los
términos de la nueva política: ejercen violencia y son víctimas, promueven
engaños, aceptan sobornos, realizan chantajes como vías de acción política y
beneficio personal.
Si bien las masculinidades de estos hombres que se
introducen en la política mantienen ciertos cánones familiares estereotipados,
también presentan elementos que erosionan las imágenes formuladas en otros
momentos o contemporáneas. En ese sentido, las relaciones de pareja,
sólidamente construidas en el marco del matrimonio legal, no operan
estrictamente bajo el cánon de una familia centrada
en la autoridad patriarcal tradicional para los años ‘50s, al mostrar formas de
afecto mutuo y equiparación. Este núcleo más relajado en las parejas se
consolida en el tiempo compartido, el respeto mutuo y el amor. Sin embargo, la
cuestión sexual en las parejas no se aborda a lo largo del filme, pero tampoco
está presente como una caracterización de esas masculinidades en los espacios
públicos donde la doble moral sexual es parte de los estereotipos de género del
período. La respetabilidad de estos tres perfiles de políticos renovados con
respecto a las representaciones metafóricas que los filmes construyen del
peronismo, se articulan con nociones de pareja y sexualidad centradas en cierta
igualdad con las figuras femeninas. Cuando se trata de los otros personajes de los
filmes, polos de sentido frente a los cuales se construye la respetabilidad de
los candidatos, la sexualidad sí está presente. Es el caso de la historia de
Selva y Raúl en La sombra de Safo; tema que, como mencionamos, no parece afectar al
Dr. Salinas. También, es claramente un problema para la esposa de Ernesto, el
hijo mayor de Mariano Torres Ahumada, El
Candidato, quien identifica la falta de deseo sexual en su pareja con la
absorción que la política y la ambición provocan en el marido.
Sin embargo, las parejas y las familias de estos
tres protagonistas mantienen sin modificaciones una marcada división sexual del
trabajo. Tracy Warren (2007) analiza la persistencia de la noción del sostén de
familia (bread winning) de modo masculinizado
contribuyendo a su continuidad normativa y prescriptiva, trazando con ello
identidades genéricas y familiares. Estas afirmaciones pueden ser también
aplicadas al análisis de los films. En los mismos, la conceptualización se
realiza a lo largo de la narrativa visual y de una estética que direcciona a
quién debe considerarse sostén de familia. En los films aparece como
naturalizado y las coincidencias en las figuras de los médicos proveedores de
la abundancia familiar es ostensible en La
sombra de Safo y en Después del silencio. Allí ellos son quienes ganan el pan de la
familia y, asimismo, quienes tiene el mayor y único
aporte financiero de la familia. En El
Candidato, el declive económico -asociado a no claudicar sus principios
ético-políticos- coloca a Mariano en una situación difícil, que la trama
argumental no resuelve correctamente. Si bien sigue siendo el sostén de la
familia con su trabajo en el consultorio (aunque no queda nunca claro de qué
modo éste se vio afectado por su posición política), su pareja, Mercedes, acude
a complementar el ingreso, como ayuda, a base de ingenio sobre cómo puede, de
manera velada, hacerlo sin perder el lugar de la esposa respetable sostenida
por su esposo con su único ingreso financiero. A tal punto se configura la
expectativa de que él es el único sostén del hogar, que no se observa que
ninguno de los dos hijos, ni siquiera el casado, tengan un trabajo que les
permita autonomía económica. Podemos seguir aquí también los aportes de Tracy
Warren, cuando señala que entre las dimensiones que integran el concepto de
sostén de familia, se observa, también, que su masculinización es a la vez una
ideología y prescripción política que se convirtió en el "deber" de
los varones en términos de las relaciones entre hombres y mujeres. Ello se
expresa con fuerza y sin fisuras en el caso de las La sombra y Después del
silencio…, y presenta matices en El
Candidato quien, en efecto, parece sentir disminuido su lugar como sostén
de familia ante las actividades que realiza su esposa, aun cuando las valora
como gesto de ésta hacia él. En todo caso, no estamos ante hogares sin un
sostén de familia, salvo en el caso de Safo, pero
sólo retrospectivamente, cuando su soledad la llevó, precisamente por no tener
otro modo de sobrevivir, a “malos pasos”.
Marc Ferró señaló que la progresión narrativa de un
film no permite una progresión histórica, aunque las estrategias observadas en
estos se proponen producir sentidos de verdad y fidelidad de hitos fácticos, en
particular, en las que tienen un carácter propagandístico como Después del silencio… Lo
simbólico-representacional-visual construye sentidos y significados (Bal, 2002) que legitiman procesos de cambio social que se
enmarcan en lo que se puede comprender como parte de las disputas de sentido en
clave de modernización política y género. Así, observamos ciertas tensiones. En
Después del silencio y La sombra de Safo
hay una mirada crítica de la política prefigurada en la imagen del líder caudillesco y en las figuras opacas de la vieja política;
contra otra que ensalza un líder moderno, montado no sobre sensibilidades y
movilizaciones emotivas sino sobre racionalidades fundadas en perfiles
científicos y altos valores éticos. Incluso, Demarco -que no es un candidato en
términos formales- encarna por sus condiciones, compromiso y arrojo, el perfil
de una candidatura simbólica. Por contraste, El Candidato muestra otras complejidades. Entre los viejos
políticos está Ahumada que, contrario a sus coterráneos, presenta ciertas
virtudes cívicas encomiables; no obstante, difíciles de vencer a un líder
carismático que representa la nueva política, la política moderna; salvo en la
combinación de la virtud cívica y las condiciones remozadas de liderazgo, lo
que finalmente, no sucede; tal vez, por la incompatibilidad de pensar esa
combinación.
Si bien en el marco de las familias las mujeres
representan cierta equiparación, en el espacio de la política, en particular,
se muestran, en todos los casos, subordinadas y accesorias a la figura de
quienes tienen un involucramiento pleno con la política que son los varones
que, en los tres filmes, eligen un perfil profesional de médico que transmite a
ella sus capacidades profesionales de saneamiento. Quedan por abordar otros
filmes en clave de género que pueden complejizar estas lecturas al incorporar a
mujeres y política, aunque son más excepcionales (tal el caso de Los Torturados (1956) que hace una referencia
al sonado caso de Nieves Adelia Boschi
de Blanco).[11]
Muchas de las investigaciones han centrado su
atención en los espacios de lucha social del período, reparándose menos en las
problemáticas de género y, menos aún, en las de las masculinidades. Los films
analizados evidencian una trama compleja de masculinidades en disputa en la
construcción de liderazgos políticos en un momento en el que se apostaba a una
modernización del sistema de representación formal, descuidando un enfoque
cultural. En línea con Connell (1997, p. 34),
comenzamos a reponer esa mirada y entendemos que no se agota en ella la
reflexión, sino que se abre al diálogo con los aportes de aquellos estudios a
fin de superar la naturalización de la masculinidad como espacio de poder y desentrañar
la compleja trama de reposicionamientos que supone.
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candidato [película], Buenos
Aires, Argentina, Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=lhTMHzc9zn0
Recibido:
11 de Noviembre de 2021
Aceptado:
15 de Diciembre de 2021
Versión
Final: 10 de Febrero de 2022
[1] Contaba con un elenco
reconocido encabezado por Olga Zubarry, para
entonces, actriz de larga trayectoria, los jóvenes Duilio
Marzio y Alfredo Alcón;
Iris Marga como la amorosa esposa del Candidato, interpretado por el actor
uruguayo, también director teatral y orador, Alberto Candeau.
[2] El guion era
de José María Fernández Unsain y Alfredo
Ruanova con diálogos adicionales de César
Tiempo que se estrenó el 5 de septiembre de 1957 y que tuvo como protagonistas
a Mecha Ortiz, Roberto Escalada, Santiago Gómez Cou, Pedro Laxalt, Hilda
Rey y Diana Maggi. El film retoma
personajes de un film anterior, Safo, historia de una
pasión, dirigida por Carlos Hugo Christensen con guion
de César Tiempo y Julio Porter. Esa obra es
introducida en La sombra de Safo a través de escenas
retrospectivas que traman la historia de los personajes en el pasado (Safo, historia…) y observan su transformación en el
presente de La sombra de Safo. En el film de 1943, la
temática político-partidaria no es central y un ejercicio de contrapuntos entre
ambos films excede nuestros objetivos en este artículo.
[3] El elenco también
contaba con renombradas figuras cuando se estrenó el 13 de septiembre de 1956,
e incluía a Arturo García Buhr, María Rosa
Gallo, Guillermo Battaglia y Mario Passano.
[4] Gionco, retomando la
caracterización de María Stella Spinelli sobre el antiperonismo, distingue aquellos representativos del antiperonismo radicalizado (“Después del silencio”), de las
que muestran rasgos propios de su vertiente optimista (“Los torturados”, de
Alberto Dubois [1956]), y tolerante. Las películas
dirigidas por Ayala, estrenadas durante aquellos años, son ubicadas por la
autora dentro del último conjunto. Una de ellas es, precisamente, “El
Candidato”.
[5] Retomando a Tomás Eloy Martínez, España
y Manetti consideran que “Va a influir sobre su obra
(la de Ayala) el arrojo y la virulencia política de Viñas. En él tendrá Ayala
la contrafigura de su cautela personal y debe verse como providencial todavía
el hecho de que esas opuestas posiciones ante el mundo no se hayan repelido
sino, por el contrario, fusionado y equilibrado” (España y Manetti,
p. 275).
[6] Es pertinente
extender a las otras obras seleccionadas, la observación de Marcelo Scotti (s/a): “Después
del silencio no es una buena película. Este juicio no se refiere al
contenido de su crítica ni a la veracidad de los hechos que expone, sino a su
calidad cinematográfica. Resulta un film desprolijo y descuidado, apoyado en un
guion con huecos narrativos importantes y con escaso esmero en la construcción
de unos personajes que se representan mediante el trazo grueso, la declamación
constante y, llegado el caso, la alocución a cámara, en un gesto grosero que
intenta subrayar la intención de denuncia y propaganda que subtiende toda la
obra” (p. 3).
[7] Para ello, y sin
pretensión de exhaustividad, puede consultarse, entre otras obras, España y Mainetti, 1999; Gionco, 2009; Kriger, 2014; Giacomelli, 2021.
[8] La figura del médico
y los cruces con la política ya había sido abordada por Sixto Pondal Ríos, guionista de Después del Silencio, en un film
de 1939: El viejo doctor (Mario Soffici) donde co-guionó con
Enrique Amorim y Carlos A. Olivari.
[9] Recordemos que esta
es una secuela de una película anterior Safo,
historia de una pasión.
[10] En el
caso de la hija del Dr. Salinas, queda la duda de si la joven ejerce la
docencia o si está estudiando y realizando las prácticas docentes. De todos
modos, si ella cobrara por su trabajo, es evidente que su salario no contribuye
al sostenimiento del hogar.
[11] Una aproximación a
ese film, en Gionco (2009) y Giacomelli
(2021).