Inteligencia y “acción psicológica” en la guerra de Malvinas. La mirada de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires sobre las actitudes sociales frente al conflicto

 

 

Intelligence and "psychological action" in the Malvinas war. The perspective of the Intelligence Directorate of the Police of the Province of Buenos Aires on social attitudes towards the conflict

 

 

ANDREA BELÉN RODRÍGUEZ

Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Centro de Estudios Históricos de Estado, Política y Cultura

Facultad de Humanidades

Universidad Nacional del Comahue

Universidad Nacional del Sur (Argentina)

andrea_belen_rodriguez@yahoo.com

 

 

RESUMEN

Durante la guerra de Malvinas, la última dictadura militar relevó el estado de la opinión pública frente a las distintas coyunturas del conflicto. El artículo se centra en los informes al respecto realizados periódicamente por uno de sus servicios de inteligencia —la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA)— con dos objetivos. En primer lugar, identificar los actores y dimensiones que los agentes de la central relevaban en su “trabajo de campo” diario, de cara a comprender cuáles eran las preocupaciones del régimen en cuanto a política interna tras el panorama abierto el 2 de abril de 1982. En segundo lugar, analizar las descripciones e interpretaciones de los agentes sobre las actitudes sociales frente al desembarco, la guerra y la derrota, y las proyecciones y sugerencias que realizaban, haciendo hincapié en el rol central que le otorgaban a la “acción psicológica”.

 

Palabras clave: Guerra de Malvinas; Inteligencia; Acción Psicológica; Actitudes sociales; Provincia de Buenos Aires

 

ABSTRACT

During the Malvinas war, the last military dictatorship relieved the state of public opinion in the different situations of the conflict. The article focuses on the reports in this regard made periodically by one of its intelligence services —the Intelligence Directorate of the Police of the Province of Buenos Aires (DIPPBA)— with two objectives. In the first place, to identify the actors and dimensions that the central agents revealed in their daily "field work", in order to understand what the regime's concerns were regarding internal politics after the panorama opened on April 2, 1982. Second, analyze the agents' descriptions and interpretations of social attitudes towards the landing, war and defeat, and the projections and suggestions they made, emphasizing the central role they gave to "psychological action".

 

Keywords: Malvinas war; Intelligence; Psychological action; Social attitudes; Province of Buenos Aires

 

 

 

 

 

 

 


Introducción

El desembarco en las islas Malvinas el 2 de abril de 1982 fue una estrategia de la última dictadura militar con el objeto de recuperar el archipiélago largamente reclamado y, por el mismo golpe de mano, recobrar la legitimidad perdida, en un contexto de profunda crisis del régimen. Por ende, la relación entre la sociedad y el conflicto, y en particular el amplísimo respaldo social al desembarco, ha sido uno de los interrogantes centrales a la hora de pensar la guerra de Malvinas —aunque, al mismo tiempo, ha sido escasamente abordado en profundidad—. A diferencia de los estudios que se han centrado en el análisis de las actitudes sociales de diversos actores frente al conflicto[1], en el presente trabajo invierto la mirada para abordar cómo y con qué objetivos fueron relevados, leídos e interpretados esos comportamientos sociales por parte del régimen, específicamente por uno de sus servicios de inteligencia: la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA).[2]

La DIPPBA operó entre 1956 y 1998 con el objeto de perseguir, espiar, registrar y analizar información para la persecución política e ideológica. Durante el Terrorismo de Estado, la central de inteligencia fue militarizada y jerarquizada[3], y formó parte de la “comunidad informativa” controlada por las FF.AA., que fue una instancia de articulación entre los distintos servicios de inteligencia de las fuerzas de seguridad  y armadas para el intercambio de información, y coordinación de acciones. La Dirección Central de la DIPPBA  se encontraba en La Plata “desde dónde articulaba de forma orgánica y funcional con las delegaciones, muchas de las cuales funcionaban en las cabeceras de las Unidades Regionales. (…) Periódicamente y de manera rutinaria cada Delegación de Inteligencia reunía información sobre personas, partidos políticos, sindicatos y acontecimientos de la localidad o región bajo su órbita, y la remitía a la Dirección Central donde era analizada, evaluada e incorporada al Archivo” (Sahade, Jaschek, y Lanteri, 2021: 5). La información obtenida era procesada, valorada —según el grado de confiabilidad de la fuente  y el grado de consistencia de la información— interpretada y difundida a la “comunidad informativa” u otros órganos de seguridad. Asimismo, los agentes también realizaban informes de análisis poblacionales, del territorio y estados de opinión pública, que parecían exceder su función específica.

Durante el conflicto, los agentes de la DIPPBA realizaron un seguimiento del estado de la opinión pública frente al desembarco, durante la guerra y tras la derrota en las distintas localidades de la provincia de Buenos Aires, cuyos resultados fueron insumo para los informes generales que realizaba el Jefe de la central de inteligencia para ser elevados a la “comunidad informativa”. Como indican  Sahade, Jaschek y Lanteri (2021: 6), la información provenía de investigaciones realizadas por medios “orgánicos” (delegaciones, comisarias, subcomisarias) y “no orgánicos” (colaboradores o confidentes, informantes y contactos). De hecho, en los informes vinculados al conflicto, los agentes solían hacer referencia a las fuentes en las que basaban sus apreciaciones: además de la observación personal de los acontecimientos (que a veces comprobaban anexando o citando panfletos, folletos y/o fotografías), remitían a “colaboradores” y a “personas consultadas” en determinados espacios, y a la escucha de la radio y la lectura de la prensa escrita local (que en ocasiones anexaban). En esos informes, el Jefe y/o los agentes se preocupaban no solo por relevar y describir los distintos comportamientos sociales, sino también en ocasiones buscaban explicarlos, evaluaban cómo continuarían (en función de situaciones hipotéticas), y realizaban sugerencias a futuro.

En el presente trabajo, entonces, me propongo dos objetivos. En primer lugar, identificar los actores y dimensiones que los agentes de la DIPPBA relevaban en su “trabajo de campo” diario, de cara a comprender cuáles eran las preocupaciones del régimen en cuanto a política interna tras el panorama abierto el 2 de abril. Para ello, haré foco en las circulares de inteligencia que detallaban los objetivos que se debían informar. Por ende, partiendo de la historiografía de la guerra de Malvinas, el trabajo también se propone ser un aporte incipiente al campo de investigaciones sobre los organismos de inteligencia, en particular sus objetivos y representaciones.[4]

En segundo lugar, el artículo busca analizar las descripciones e interpretaciones de los agentes y/o el Director de la central sobre las actitudes sociales frente al desembarco, la guerra y la derrota, y las proyecciones y sugerencias que realizaban. Al analizar los documentos, una cuestión clave que salta a la vista es el rol central que los agentes le otorgaban a la “acción psicológica”, es decir aquella estrategia castrense que fue implementada como un plan sistemático a nivel nacional y “estuvo orientada a regular las conductas de la ciudadanía, inculcar valores y estimular la adhesión y participación dentro de los objetivos del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional” (Risler, 2018: 12). Desde la perspectiva de los informantes, la “acción psicológica” era la clave para explicar los comportamientos sociales, para sus proyecciones, y de hecho proponían recomendaciones sobre las medidas en ese sentido que el régimen debía poner en práctica en el futuro inmediato de cara a ampliar o mantener el consenso social durante el conflicto, o revertir la crisis de legitimidad tras la derrota.[5]

En tal sentido, las fuentes me llevaron a pensar el rol de estos informes para el circuito de la “estrategia psicosocial”, que comenzaba con la obtención de información sobre el comportamiento de la ciudadanía y de los medios de comunicación (mediante los organismos de inteligencia), el análisis de dicha información, y terminaba con la elaboración de las pautas y acciones de operaciones psicológicas y comunicación social (Risler, 2018: 280). Junto a las encuestas y sondeos de opinión[6], los informes de la DIPPBA fueron una de las formas por las que el régimen recabó información sobre las actitudes sociales frente a las distintas coyunturas del conflicto, insumos que serían fundamentales para organizar, y/o modificar las campañas de “acción psicológica” desplegadas durante el mismo. Así, el trabajo también pretende ser un aporte a los estudios que analizan la dimensión productiva de la última dictadura militar, es decir aquellas acciones y estrategias que el gobierno de facto desplegó de cara a construir y/o ampliar su legitimidad y el consenso social (y que se articuló con la faz represiva).[7]

Como indiqué previamente, las fuentes del artículo son las circulares e informes de la DIPPBA desde aquellos que evalúan el impacto social del desembarco a principios de abril, hasta los que describen las consecuencias de la derrota que se extienden hasta fines de junio.[8] Asimismo, como —desde la perspectiva de los agentes— la “acción psicológica” era uno de los factores claves para explicar el estado de la opinión pública frente al conflicto, y por ende evaluaban la misma y proponían cambios cuando lo consideraban necesario, el trabajo también se basa en forma complementaria en el informe sobre la Acción Psicológica (AP en términos castrenses) realizado por la Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades del Conflicto del Atlántico Sur (CAERCAS) en 1983, e incluido en los anexos del denominado “Informe Rattenbach” (Tomos IX y X).[9]

Finalmente, el artículo se organiza en dos apartados que proponen un análisis diacrónico de la perspectiva de la DIPPBA sobre las actitudes sociales en función de los hitos claves del conflicto. En el primero, me centro en las directivas e informes que abordan los comportamientos sociales frente al desembarco, las idas y vueltas de las negociaciones diplomáticas y la guerra en sí; y en el segundo, hago foco en aquellos que se centran en el impacto inmediato de la derrota desde el cese del fuego el 14 de junio.

 

Entre el desembarco, las negociaciones y la guerra[10]

Tres días después del desembarco, el 5 de abril, las distintas delegaciones de la DIPPBA comenzaron a realizar relevamientos sobre el impacto de la noticia en las localidades de la provincia de Buenos Aires. El continuo pedido de información, las marchas y contramarchas en las directivas, demuestran que la toma de las islas también encontró desprevenidos a los servicios de inteligencia, que debieron organizarse rápidamente. De hecho, recién el 3 de abril comenzó a organizarse la “acción psicológica” (quedando a cargo del Estado Mayor Conjunto) porque en el plan de operaciones no se había previsto esa dimensión, y los responsables de esa área no fueron avisados con el tiempo suficiente para poder planificar alguna pauta antes del desembarco (CAERCAS- Anexos, 1983:1796). Eso hizo que la “acción psicológica” y, por ende, la inteligencia sobre la que se basaba la misma, debiera organizarse —o improvisarse— sobre la marcha, lo que le restó eficacia e iniciativa.[11]

Esa situación aparece claramente en los continuos cambios, ampliaciones y rectificaciones de las circulares de la jefatura de la DIPPBA sobre los aspectos a informar por parte de las distintas delegaciones. El escueto telegrama del 5 de abril en el que el Director de la central solicitaba información urgente sobre “opiniones, estados de ánimo, movilizaciones, etc., de los distintos sectores de la población respecto de hecho recuperación Islas Malvinas” (T. 7, p. 29), cinco días más tarde era reemplazado por un pedido más detallado, en el que indicaba cuáles eran los “factores” a relevar (“políticos, educacionales, gremiales, sociales y económicos”) y sobre todo los objetivos que se perseguían con dicho seguimiento. En una coyuntura en la que la flota británica ya estaba navegando hacia el Atlántico Sur, que la ONU había instado a Argentina a retirar las tropas y que las negociaciones diplomáticas estaban sucediéndose, la Dirección aclaraba que:

La Reunión de Información estará basada particularizándose en cada uno de los factores, previniendo el incremento de los picos de tensión, una vez que el proceso pudiera entrar en una etapa de seguración respecto a nuestra soberanía.

Acerca de esta situación se observará siempre las diferentes hipótesis que pudieran suscitarse como por ejemplo si se originan batallas, y por ende una probable guerra, si se logra la apaciguación a través de vías diplomáticas ya que cada una de estas partes producirán diferentes desarreglos económicos que incidirán en los sectores socioeconómicos afectando el componente sicosocial en su totalidad (10/04/1982, T.7, p. 39).

El 12 de abril, dos días después, el Jefe de la central fundamentaba aún más los objetivos de esas directivas que demandaban “auscultar en forma permanente los distintos sectores de su jurisdicción y muy particularmente la opinión del hombre de la calle”:

En síntesis, es necesario conocer cuál será el parecer y proceder de las organizaciones con incidencia en el medio poblacional, una vez superada la actual coyuntura y vuelvan a tomar vigencia los problemas que se han venido discutiendo inmediatamente antes de la recuperación de nuestro territorio nacional (T.7, p.14).

En estos pedidos de información se puede identificar cuáles eran las preocupaciones del régimen militar respecto al impacto del devenir del conflicto en la política interna. Si bien —como demostró Risler (2018)— la dictadura militar siempre se preocupó por la construcción del consenso, y por ende el interés sobre cómo incidían determinados acontecimientos a nivel interno fue una constante a lo largo del régimen; el relevamiento de información específica sobre el impacto de la toma de las islas en la conflictividad interna y la proyección sobre qué ocurriría si se desataba una guerra o si el diferendo se solucionaba mediante negociaciones diplomáticas, da cuenta que en esta coyuntura particular las autoridades castrenses estaban preocupadas por cómo resolver la caja de Pandora que habían abierto el 2 de abril.

Es decir, si el desembarco en las islas había significado un respiro en la profunda deslegitimación social del régimen, ¿de ir a una guerra o a una negociación esa “tregua” continuaría? ¿Qué margen político tenía la Junta Militar para resolver el conflicto diplomático abierto con el desembarco tras la masiva movilización social? Lo interesante aquí es que mientras los actores que se habían opuesto o distanciado de la dictadura se preocupaban por diferenciar la guerra de la política interna para explicar su apoyo a la toma del archipiélago (Guber, 2004; Lorenz, 2012), para la dictadura no cabían tales distinciones: desde la perspectiva del régimen, era evidente que la suerte del “PRN” estaba atada al desenlace del diferendo diplomático y a la posibilidad de extender la legitimación social lo más posible. Por ende, la información recabada por la DIPPBA y los distintos servicios de inteligencia eran insumos fundamentales para evaluar la eficacia de la “acción psicológica”, cambiar el rumbo de la misma de ser necesario, y, en definitiva, evaluar cómo resolver el conflicto de cara al impacto en la continuidad del régimen.

Finalmente, el 27 de abril (tras la toma británica de las islas Georgias) una nueva circular ampliaba el pedido de información, abarcando el impacto del conflicto en la vida cotidiana de los bonaerenses, así como especificaba los ámbitos y actores que había que relevar:

1- Factor anímico de la población (familiares de soldados y oficiales, etc.)

2-Expresiones de las diversas colectividades extranjeras. (…)

3-En el orden religioso, sermones, homilías y otras manifestaciones.

4-Acopios de alimentos y otros elementos por parte de la población. (…)

5-La actitud general respecto a las expectativas económicas haciendo expresa referencia al movimiento de fondos por parte de los ahorristas (…) (T.7, p.12).

¿Cómo el Director General y los agentes de la DIPPBA describieron, explicaron e interpretaron las actitudes sociales frente al desembarco primero, y la guerra después? ¿Qué proyecciones y sugerencias realizaron en función del devenir del conflicto?

Para abordar estos interrogantes, utilizaremos los informes de inteligencia realizados por los agentes de cada una de las jurisdicciones y aquellos informes síntesis de la provincia que fueron elaborados por el Jefe de la central para ser elevados al Secretario de Inteligencia de la provincia de Buenos Aires. En el caso de los primeros, dado que se trataba de agentes asentados en distintas localidades, sus perspectivas tenían puntos en común pero también diferencias. En el análisis priorizaremos aquellas coincidencias para reconstruir la mirada general de la DIPPBA, y cuando sea necesario señalaremos las disidencias.

En las respuestas rápidas que los agentes dieron a aquel requerimiento de información del 5 de abril, todos ellos destacaban el amplísimo apoyo social que había cosechado el desembarco, un acontecimiento que había tomado por sorpresa a los bonaerenses pero que, así y todo, lo habían vivido con “júbilo”, “beneplácito y asombro”, expresando una “adhesión total y unánime” (T. 7, pp. 22-41). En Bahía Blanca, por ejemplo, el agente resaltaba que se habían producido movilizaciones, embanderado los edificios, distintas entidades habían publicado comunicados respaldando el conflicto, en fin, “el estado anímico de la población (…) es excelente” (T. 7, p. 24).

Sin embargo, ese clima de furor patriótico parecía haberse modificado 5 días después, desde la perspectiva de la DIPPBA. El mismo día que el mediador norteamericano Haig era recibido por una amplísima movilización social en Plaza de Mayo, el Director General de la DIPPBA presentaba el primer informe con el asunto “Motivación de los habitantes de la Provincia de Buenos Aires ante lo sucesos acaecidos en las islas Malvinas. Sus derivaciones” (10/04/1982, T. 7, pp.15-20). Allí sostenía que la euforia inicial se había moderado cuando “la posibilidad de un enfrentamiento armado tomó cuerpo, juntamente con el debilitamiento de la posición argentina ante la Resolución desfavorable en el Consejo de Naciones Unidas, la falta de apoyo de EE.UU. y la orden de partida de la flota británica, hacia la zona de litigio”. Sin embargo, afirmaba que a pesar de este estado de preocupación, la sociedad abrigaba “un sentimiento inequívoco de satisfacción por el hecho concretado y la opinión generalizada es que el Gobierno Nacional no puede retroceder en la decisión ya adoptada.” Además, las noticias posteriores sobre el apoyo de los países latinoamericanos habrían hecho recobrar la confianza a la población.

Asimismo, el Jefe de la central de inteligencia se explayaba en las variables que, desde su perspectiva, habían contribuido al “estado de inquietud” por el impacto de las noticias desfavorables. Y señalaba dos factores: 1- la nula experiencia en materia de “guerras convencionales” de la sociedad argentina; 2- la “acción psicológica” del enemigo que se filtraba en los medios de comunicación propios, desmoralizando a los ciudadanos argentinos. En tal sentido, tras el análisis de cinco localidades/zonas en las que dividía la provincia según su relevancia para el conflicto (Gran Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca y resto de la provincia), el Director concluía sosteniendo el rol clave de la “acción psicológica” para ampliar o sostener el consenso a la guerra:

Se aprecia la necesidad de intensificar en el territorio provincial, las campañas de acción sicológicas, planificadas según las zonas, a través de sus más variadas facetas y orientadas a cambiar, sostener y crear imagen (adaptación de la verdad a su eventual destinatario).

Todo esto a fin de neutralizar la acción del oponente y apuntalar la conciencia nacional y el consenso de la población.

Dos cuestiones son claves de ese informe. Por un lado, la temprana sugerencia del Director de que era fundamental profundizar las campañas de “acción psicológica” sobre el conflicto, ya que el poco control de las noticias que se publicaban estaba impactando en la opinión pública interna hacia el desembarco. De hecho, si la “acción psicológica” durante todo el conflicto fue deficiente y estuvo plagada de errores e irregularidades, durante el mes de abril ello fue más evidente aun ya que el EMC elaboró el Plan de Comunicación Social “Recuperación de Malvinas” el 10 de abril, pero entre modificaciones y reestructuraciones por sugerencias de la Armada, recién fue implementado y emitido como “Esquema general de la Campaña de Acción Psicológica sobre Malvinas” el 20/21 de abril. Esto llevó a que a lo largo de abril la improvisación fuese la pauta, difundiendo información a los medios de comunicación solo mediante los comunicados de la Junta Militar. Como indica la CAERCAS, la decisión del EMC de informar solo mediante esas fuentes a medida de que evolucionaba el conflicto, demuestra una subestimación del rol central de la “acción psicológica” para el público interno, ya que esos pocos y escuetos comunicados no cubrían la avidez de los medios de comunicación, y eso condujo a que muchos de ellos cubrieran los huecos con noticias del exterior, en el mejor de los casos, cuando no apelando a la propia imaginación de lo que pudo haber ocurrido (CAERCAS-Anexo, 1983:1803).[12] Para colmo, recién a partir del 29 de abril los medios dispusieron de normas que regulaban el control de la información del conflicto.[13] 

Por otro lado, tan temprano como el 10 de abril la DIPPBA afirmaba que, según la población bonaerense, el gobierno de facto no podía retroceder en “la decisión adoptada”. Si cruzamos estos datos con los dos primeros sondeos de opinión realizados por el régimen (recibidos por la Junta Militar el 8 y 11 de abril), que afirmaba no solo “apoyo unánime” a la decisión del desembarco sino a la percepción de que las islas no debían ser devueltas “bajo ningún precio aun a costa de la guerra” (Yofre, 2011: 261, 286), la conclusión a la que parecía arribarse era la misma: si la dictadura quería sostener la nueva legitimidad, no había vuelta atrás en la toma de las islas. ¿Ello significaba que no se podía retroceder en la recuperación de la soberanía, en la presencia de las tropas argentinas, en el gobierno de las islas? En los informes no quedaba claro qué puntos estaban fuera de la mesa de negociaciones para la opinión pública bonaerense, pero sí se delineaba un panorama de inflexibilidad social que iba a contracorriente del plan original de la Junta. Si el plan de desembarco había consistido en ocupar las islas como medio de presión para obligar a Gran Bretaña a negociar, tras el amplísimo respaldo social, ¿cuál era el margen de maniobra que disponía la Junta Militar para negociar y evitar el estallido de la guerra? Según la información de inteligencia, ese margen era muy estrecho (como veremos, esta perspectiva se profundizó a lo largo del conflicto).

En la segunda mitad de abril, cuando aún no se habían producido enfrentamientos en las islas, se concentran la mayor cantidad de informes sobre la repercusión del conflicto en las distintas localidades de la provincia. Estos informes respondían a las directivas que analizamos previamente del 10 y 12 de abril que buscaban evaluar el impacto de la toma de las islas en clave de política interna, en la conflictividad de la sociedad bonaerense. En términos generales, todos los agentes coincidían con el informante de Tigre sobre el “golpe psicológico” que había significado el desembarco en el archipiélago a nivel interno:

Este hecho, anhelado por los argentinos por casi 150 años, produjo un efecto de “Amnesia temporal” en todo lo que se refiere a situaciones y problemas internos, desplazándolos a un segundo plano.

Es así que CGT y 62 Organizaciones suspendieron por tiempo indeterminado, los paros progresivos que tenían programados, luego de la manifestación del 30-3-82, ante los sucesos de la recuperación de las islas.

En el marco político la Multipartidaria —que ya había aclarado con anterioridad la necesidad de una convocatoria general para adelantar el proceso, debido a la situación económica— ha brindado pleno apoyo al gobierno, refiriéndose sus declaraciones a la recuperación de las islas casi con exclusividad.

En síntesis, todos los sectores que conforman el grueso de la opinión pública, han visto que hay un objetivo inicial y primordial, la SOBERANIA NACIONAL, que sobrepasa todos los factores de orden interno (16/04/982, T. 1, p.116. Mayúsculas en el original).

Sin embargo, inmediatamente después, cuando analizaba cada uno de los “factores”, el agente matizaba y complejizaba el panorama. En primer lugar, indicaba que para las organizaciones políticas (“no extremistas”) ese apoyo no significaba “el olvido definitivo de la situación interna”, sino que se hallaban en un “compás de espera” para ver como evolucionaban los acontecimientos. Además, proyectaba que aprovecharían la oportunidad para profundizar el diálogo con las FF.AA. de cara a acelerar el proceso “enfatizando que es deber de todos los argentinos aunar criterios, resolver, decidir y tomar medidas con relación a la situación de las islas en el atlántico sur” (16/04/1982, T.1, p.117). A su vez, contrastaba dicha actitud con el silencio de las organizaciones de izquierda y las “Bandas de Delincuentes Terroristas” (agrupadas en el “factor extremismo”), producto de que la noticia del desembarco los había sorprendido y descolocado (excepto por Política Obrera que había realizado una panfletada en oposición al conflicto).

En tal sentido, y en segundo lugar, el respiro que el régimen militar estaba gozando con el respaldo popular tras el desembarco, desde la perspectiva del agente, era transitorio. Una vez resuelto el diferendo, los actores más contestatarios —por ejemplo, la CGT— volverían a sus medidas de protesta previa, en cambio las entidades de bien público, las sociedades de fomento, etc. —agrupadas en el “factor social”— y la opinión pública en general tendría una actitud más tolerante hacia el régimen. Ello no significaba que dejarían de lado sus reclamos por la normalización institucional, sino que los moderarían “apoyando el pedido de adelanto del proceso, pero en forma más diplomática y con el aporte de ideas concretas” (16/04/1982, T.1, p.119).

Al igual que su par de Tigre, todos los agentes de inteligencia diseminados en la provincia compartían esa misma percepción de que el amplísimo respaldo social al desembarco había opacado o dejado en segundo plano los conflictos internos, lo que demostraba —según el espía de Junín— que “la campaña de A.S. que lleva a cabo la conducción nacional por los medios masivos de comunicación social tiene un resultado positivo en todos los públicos, ya que su motivación hace que exista una buena receptividad, al centrarse totalmente la atención en el conflicto entre Argentina e Inglaterra” (20/04/1982, T.2, p.65). Sin embargo, todos los agentes coincidían que ello no implicaba que los cuestionamientos al gobierno hubiesen desaparecido:

Es evidente que el sentido patriótico que impera actualmente en la población y en los distintos sectores que actúan de alguna u otra forma sobre la misma, ha logrado la unión contra un enemigo potencial y externo a nuestro país. No obstante lo dicho, si bien los problemas internos han dejado de ser el comentario obligado, aún persiste íntimamente la voluntad y la confianza para su superación, lo que ocasiona naturalmente rumores y criticas al Proceso de Reorganización Nacional (Lanús, 19/04/982, T.2, p.60). 

Asimismo, algunos de ellos, como el agente de Quilmes, calificaban que el apoyo dado por algunas organizaciones políticas no estaba basado en una adhesión sincera a la causa nacional, sino en la necesidad de estar “a tono” con la euforia nacional: “… los dirigentes políticos de diversos tintes identificados o no con el acto reivindicatorio que  nos ocupa, se han visto en la necesidad de no dar la espalda al clamor popular, y apoyar decididamente el mismo”. Y advertían que buscarían un beneficio como contrapartida de su respaldo: “los dirigentes políticos entienden que en relación al grado de participación que les cupo en esta crítica situación, avalando lo actuado por las FF.AA., bien pueden considerarse participes legítimos en cuestiones estrictamente internas, y así seguramente tratarán de hacerlo notar una vez superado el actual momento” (19/04/1982, T.2, p.55).

Al mismo tiempo, los agentes consideraban que la legitimidad social producto del desembarco era provisoria, y que de solucionarse en forma pacífica el diferendo diplomático, las organizaciones políticas, gremiales y sociales volverían “… por sus reclamos de la misma forma que lo han hecho hasta el momento, y que de ninguna manera se olvidan la forma en que se reprimió y se les negó una solución a sus desesperados intentos de lograr vivir decorosamente” (Chascomús, 19/04/1082, T.1, p.21).

Solo que, según algunos espías, esos reclamos se moderarían —pero no se omitirían— producto de la nueva situación creada tras el desembarco. En tal sentido, sumándose a la concepción que percibía el nacimiento de una Nueva Argentina tras el 2 de abril —compartida por el régimen y otros actores políticos (Guber 2001; Lorenz, 2012)—, evaluaban que la unidad nacional surgida tras el desembarco conducía a una nueva relación entre la sociedad civil y el régimen, que podría habilitar tras el conflicto un diálogo más fructífero entre los sectores políticos y gremiales y las FF.AA. de cara a “tomar las medidas precisas para lograr objetivos que permitan al país, actualmente empobrecido y desmembrado por conflictos internos, surja de su estancamiento e inicie un camino de recuperación” (Morón, 19/04/1982, T.2, p.49). El agente de Junín, particularmente optimista, consideraba que el panorama abierto por Malvinas conduciría a los “grupos de presión” no solo a “dejar de lado los problemas”, sino también a buscar un entendimiento con el régimen, el cual “fijaría las pautas” y recién después esos grupos decidirían sobre su futuro (20/04/1982, T.2, p.65).

Entonces, la información suministrada por la DIPPBA indicaba que la población bonaerense no había extendido un cheque en blanco a la dictadura, es decir, que la legitimidad recobrada por el gobierno estaba estrechamente condicionada por el desenlace del conflicto y que, de todas formas, ello no significaba la revitalización de un régimen que se percibía que estaba en su fase final. En otras palabras, desde la mirada de los agentes de la DIPPBA, en Malvinas las FF.AA. se estaban jugando su última carta, y de ella dependería cómo terminarían sus días en el gobierno, y con qué margen de negociación política, como se desprende de la siguiente cita:  

CGT: Se presume que una vez “estabilizada” la situación conflictiva con Inglaterra, comenzará nuevamente a poner en vigencia su plan de acción.

Evidentemente la “forma” en llevarlo a cabo, dependerá del “modo” en que finalice el conflicto. Esto quiere decir que aunque los sectores gremiales agrupados en CGT hayan declarado que su accionar en el marco interno solamente se ha “demorado” voluntariamente ante los hechos que son de público conocimiento; es evidente que tendrán que “amoldar” su política acorde se desenvuelvan los hechos. (Tigre, 16/04/1982, T.1, p.117)

La cuestión era que, para colmo, el régimen tenía las manos atadas en las negociaciones diplomáticas por el conflicto producto del proceso de efervescencia social y patriótica que el mismo había lanzado el 2 de abril. Como indicamos previamente, si quería prorrogar la legitimidad social lo más posible, según la información suministrada por la DIPPBA y los sondeos de opinión realizados por otros organismos de inteligencia —que el 23 de abril seguían registrando un clima “firme y unánime de la opinión pública de que las islas no deben ser devueltas bajo ningún precio, aun a costa de la guerra” y  un “moderado predominio” de quienes pensaban que en las negociaciones “no se debe ceder nada” (Yofre, 2011:316-317) —, la Junta Militar no podía dar marcha atrás en la afirmación soberana de las islas, el punto nodal de negociación (y tal vez tampoco en la presencia de las tropas argentinas y en su gobierno). Para un régimen que se disponía a extender el “PRN” hasta las últimas consecuencias, no parecían quedar muchas alternativas más que una resolución diplomática extremadamente favorable para Argentina (muy improbable) o la guerra.

Incluso tras el comienzo de los enfrentamientos bélicos el 25 de abril en Georgias y el 1º de mayo en Malvinas, los agentes de la DIPPBA continuaban sosteniendo la misma mirada sobre la inflexibilidad de los habitantes de la provincia. Si bien disponemos de pocos informes del mes de mayo y ninguno de junio antes del cese del fuego, en todos ellos se sostiene que el respaldo social continuaba inalterable. Solo inmediatamente tras la toma británica de las islas Georgias, el agente de Mar del Plata afirmaba que la sociedad lo había vivido con “desaliento”, “rabia” y “lástima”, haciendo hincapié en que ello había llevado a cuestionar a las FF.AA. porque “no brindaron el apoyo que los efectivos necesitaban” para la defensa de las islas (30/04/1982, T.2, p.69).

De hecho, el agente deslizaba una crítica hacia el plan de “acción psicológica” por el poco control de la información que difundían los medios de comunicación, en los que se infiltraban noticias de agencias extranjeras que hablaban de la rendición y de toma de prisioneros (cuando, agregamos, las agencias nacionales sostenían la heroica lucha y resistencia que se estaba llevando a cabo allí[14]). En sus términos, para el “hombre común” que estaba atravesando “la inestabilidad económica, desocupación, aumento constante y veloz en los precios de la llamada canasta familiar, el poco poder adquisitivo y un futuro incierto de trabajo con un vivir decoroso” más el “miedo lógico” por la situación, “la difusión profusa y sin control que recibe por parte de los medios orales y escritos, lo desconcierta, confunde y sume en conjeturas negativas, que lo desgastan desfavorablemente...”. Sin embargo, acto seguido el agente afirmaba que la cantidad de muestras de adhesión y de acciones de solidaridad por parte de las más diversas entidades públicas y privadas de la localidad, demostraban un “unánime y total apoyo moral y material por parte de la población, que difícilmente vuelva a ocurrir” (30/04/1982, T.2, p.69).

Alrededor de 15 días después, cuando los bombardeos continuaban diariamente en las islas pero todavía no se habían producido batallas terrestres, el mismo agente proponía una explicación de ese amplísimo apoyo “hasta las últimas consecuencias”, que había llevado a la población marplatense a dejar de lado los reclamos anteriores al 2 de abril por “las carencias barriales, obras y servicios”, “aumentos en los impuestos, tasas, combustible, precio en las mercaderías de consumo primario, poco poder adquisitivo” o por el “aumento de sueldos y salarios”, y a acatar las pautas del régimen referentes a los oscurecimientos y consumo de energía (17/05/1982, T.3, p.5). Ese respaldo y esa euforia patriótica se debían, desde su perspectiva, a tres factores:

1-La acción psicológica, que ahora se destacaba por haber logrado “concientizar a fondo el sentir patriótico de la población en todos los niveles” debido a la “profusa y adecuada” información sobre las negociaciones diplomáticas y los acontecimientos en las islas.

2-La carencia de experiencia bélica de la sociedad argentina.

3-La localización del teatro de operaciones, que se encontraba en un terreno insular alejado del continente. Y, por ende, dejaba planteado el interrogante de cómo reaccionaría la sociedad en caso de que se produjera un ataque al continente.

Entonces, aun a mediados de mayo —cuando la guerra ya era una realidad—, los agentes de la DIPPBA destacaban no solo el respaldo popular al conflicto, sino que seguían insistiendo en que para la sociedad bonaerense no había posibilidad de dar marcha atrás. Aún más, el espía de San Justo indicaba que “el grueso de la población (principalmente el sexo masculino) cree que ya se ha agotado la vía diplomática y tendría que encararse a fondo la parte bélica”. Y advertía que ese belicismo (y también triunfalismo) de los ciudadanos argentinos se debía sobre todo a su falta de comprensión de las limitaciones tácticas y estratégicas para llevar adelante un conflicto en el Atlántico Sur, limitaciones que él explica con sorprendente precisión: “distancias a los buques enemigos que imposibilitan incursiones aéreas por autonomías de vuelo, inutilidad del fuego desde la costa, posibles inconvenientes diplomáticos ante la posibilidad de salir de la situación de agredidos, etc..” (17/05/1982, T.3, p.29).

Es suma, tanto el amplísimo apoyo de la población bonaerense, como su inflexibilidad y triunfalismo, fueron factores destacados por los agentes de inteligencia desde el comienzo del conflicto y hasta mediados de mayo (fecha de los últimos informes antes de la rendición), aun cuando identificaron momentos de cierta incertidumbre y temor por las noticias que parecían acercar la posibilidad del estallido de una guerra (ya fuese a comienzos de abril, con las noticias de la partida de la flota inglesa y la resolución desfavorable de la ONU, o con el comienzo de los enfrentamientos en Georgias o de los bombardeos en Malvinas). Asimismo, para explicar dichas actitudes los agentes enfatizaron el rol nodal que cumplía la campaña de “acción psicológica” para ampliar y sostener el consenso y el fervor patriótico, así como señalaron cuestionamientos cuando fue necesario.

En efecto, si —desde la perspectiva de la DIPPBA y otros organismos de inteligencia— la sociedad bonaerense consideraba imposible dar marcha atrás en la afirmación soberana de las islas[15], ese mismo belicismo y triunfalismo rigió el “Esquema para la Campaña de Acción Psicológica sobre Malvinas” aprobado a fines de abril, es decir después de los primeros informes de la DIPPBA y sondeos de opinión. Allí se incluía como objetivo particular: “Infundir en la población y público interno militar confianza en el triunfo final de la posición argentina, demostrando la debilidad estratégica de la flota inglesa y exaltando el poderío de sus Fuerzas Armadas.” Ese objetivo, que según la CAERCAS sintetizaba el “espíritu con el que se trabajó en el área de AP sobre los públicos internos”, “nunca debió incluirse puesto que es contrario a la finalidad misma de toda la operación: lograr la solución mediante la negociación” (CAERCAS-Anexo, 1983:1814- Subrayado en el original). Entonces, los responsables de la “acción psicológica” también parecieron quedar entrampados en ese mismo clima belicista y triunfalista que los servicios de inteligencia habían identificado en la opinión pública (¿o fueron condicionados por esta?) y que la Junta Militar había alimentado desde los inicios, con lo cual con sus acciones contribuyeron a profundizar la inflexibilidad y la percepción de que no quedaba otro camino más que la guerra, y en ese camino la victoria argentina era segura.[16]

 

La derrota

Tras el cese del fuego el 14 de junio, los agentes de la DIPPBA trabajaron frenéticamente para dar cuenta del impacto de la derrota en la población bonaerense. Así como el desembarco los había tomado desprevenidos el 2 de abril, también es evidente que se vieron sorprendidos por la noticia del cese del fuego. Los pedidos constantes de información y las rectificaciones en las circulares dan cuenta de una organización urgente y sobre la marcha.

Si bien los agentes realizaron informes ni bien conocido el cese del fuego siguiendo las circulares que se habían distribuido en la guerra (citadas en la pág. 5), el primer pedido expreso de relevamiento del impacto de la derrota en la población bonaerense data del 16 de junio (SJA 212, T.4, p.49). Allí se indicaba que el objeto era auscultar “la diversidad de opiniones surgidas en relación a los hechos” ocurridos en el Atlántico Sur, y se pedía “información inmediata con evaluación de lo acontecido y probabilidades estimadas con respecto a su evolución”, haciendo foco en las minorías extranjeras, las “entidades intermedias” (sociedad de fomento, colegios profesionales, de industria, etc.), los diarios, y todo otro dato de interés. Sin embargo, dos días después las directivas eran modificadas y ampliadas debido a los acontecimientos que se habían precipitado tras la derrota, como explicaba la circular:

Las distintas alternativas suscitadas en las últimas 48 hs. hacen necesaria una nueva evaluación de la situación actual, enfocada desde la siguiente óptica:

Dos han sido los hechos determinantes; en primera instancia la forma en que finalizó el enfrentamiento bélico (…), y en segunda instancia la fractura a nivel gobierno que finalizó con el relevamiento del Tte. Gral. Galtieri.

El objeto del presente, se dirige a intentar hacer la reunión más precisa posible, que permita determinar un cuadro de situación en el espectro provincial (SJA 213, T.4, p.85).

Como es evidente, la inquietud central del régimen consistía en el impacto de la derrota y de la crisis del régimen en la sociedad, y la forma en que ello podría condicionar o repercutir en la continuidad del “PRN”. De hecho, además de hacer foco en la “comunidad en general”, la circular pedía centrarse en aquellas entidades claves en el ámbito local: agrupaciones políticas, sindicatos y corporaciones patronales.

Finalmente, una directiva posterior solicitaba dejar de lado las circulares anteriores, y unificar en un solo informe las diversas actitudes sociales frente a la derrota y a la crisis institucional y su impacto a nivel económico en la vida cotidiana de los habitantes (aumento de precios, abastecimiento, etc.) (SJA 214, T.4, p. 56, 64). Sin embargo, además de las entidades indicadas previamente, ahora otro actor —“factor”— volvía convertirse en el centro de interés de los servicios de inteligencia: el “subversivo”. En una coyuntura de profunda crisis del gobierno de facto y de desprestigio de las FF.AA., el pedido de información “especialmente” sobre ese factor (que había estado ausente en las directivas anteriores, incluso durante la guerra) demuestra la cuestión que desvelaba al régimen: que esa situación de debilidad militar fuese aprovechada por “los subversivos” para concretar sus objetivos. Por último, unos días después una nueva circular pedía el seguimiento de los “actos de homenaje y/o apoyo a ex combatientes y familiares”, señalando que ahora también quienes habían luchado en las islas y sus seres queridos así como aquellos que estaban dispuestos a recibirlos y ayudarlos, ingresaban en la mira de la DIPPBA (cuestión que analizaremos más adelante).[17]

El informe del Director General sobre las “Actitudes de la población de la Provincia de Buenos Aires derivada de los hechos iniciados el 2 de abril” a solo 3 días de producido el cese del fuego daba cuenta que, desde su perspectiva, la noticia de la rendición había caído como una verdadera bomba, de forma inesperada, intempestiva y disruptiva, sobre la sociedad (17/06/2982, T.4, pp.73-84). Si bien el informe está dividido por delegación, hay una serie de elementos comunes en las descripciones del Jefe de la central de inteligencia sobre las actitudes sociales frente a la derrota y los sentidos que distintos actores construyeron sobre la noticia, que se pueden generalizar a toda la provincia.

Desde la perspectiva del Director, la derrota había impactado negativamente en “el estado anímico” de la población bonaerense y había una “gran demanda de una información más amplia y precisa sobre las características que determinaron el resultado del conflicto”. De hecho, los términos que utilizaba para referir a los comportamientos sociales eran bien elocuentes, y los podríamos dividir en dos grupos. Por un lado, aquellos que hacían referencia a sentimientos que iban desde el “desánimo”, “desaliento”, “desazón”, “tristeza”, “frustración”, “depresión”, “pesadumbre” a la “irritación” e indignación”. Por otro lado, otra serie de sustantivos daban cuenta de la imposibilidad social de dar sentido a la noticia: “confusión”, “desconcierto”, “estupor”, “descrédito” e “incertidumbre”.

El primer elemento que el Director destacaba para explicar el estupor de la población bonaerense frente a la noticia de la rendición era la “acción psicológica”, más precisamente, las falencias en ella. Si bien advertía que no se habían producido manifestaciones contrarias al régimen en la provincia (a diferencia de Capital Federal, donde diversos actores se habían movilizado a la Plaza de Mayo el 15 de junio), de todas formas el agente observaba “una profunda necesidad de explicaciones por el giro adverso de los hechos bélicos”, ya que la sociedad se había visto “sorprendida por la rendición de nuestras tropas frente a las informaciones que dejaban entrever otro curso de acción, y como factible el sostenimiento de las posiciones en las islas”. En algunas localidades, la incertidumbre frente a los acontecimientos que se estaban desarrollando en el archipiélago y lo escueto de los comunicados oficiales, “hizo que vastos sectores se interiorizaran de lo que estaba sucediendo a través de las radios uruguayas”, que al impartir información distinta y en parte opuesta a la oficial condujo a profundizar el desconcierto. Asimismo, el Director deslizaba un cuestionamiento al comunicado público del presidente Galtieri del 15 de junio, que “no ayudó a disipar interrogantes claves en la población”[18], e indicaba vagamente que existían críticas a los últimos comunicados del EMC por su falta de veracidad.

Nuevamente, llama la atención lo temprano que la DIPPBA advirtió los errores e irregularidades en la “acción psicológica” antes de la derrota y tras la misma. Incluso, más de un año después y con una importante investigación detrás, la CAERCAS llegaba a la misma conclusión. Por un lado, afirmaba que el EMC no había adaptado las pautas al devenir del conflicto lo que “provocó la ejecución de una AS desactualizada y negativa, especialmente durante la fase final del conflicto” (CAERCAS-Informe, 1983:253). Por otro lado, indicaba que el vacío de “acción psicológica” del régimen tras la derrota había sido llenado por “los políticos con sus apetencias”, “el enemigo con la justificación en la lucha”, “los medios de comunicación con 'el nos tenían engañados'.” Y finalizaba afirmando: “En definitiva, y como resultado del conflicto, tuvimos un país más golpeado, un gobierno decaído y una situación general más deteriorada./Insistimos, un adecuado desarrollo de AP con posterioridad al 14 de junio no hubiese cambiado la derrota, pero podría haber atemperado la frustración nacional” (CAERCAS-Anexo, 1983:1822-1823).

Sin embargo, más allá de este desconcierto general que avizoraba, el Director identificaba algunas interpretaciones dadas a la derrota por parte de la población bonaerense. Para explicarla, la “comunidad en general” hacía hincapié en: la falta de efectividad en el accionar del Ejército (a diferencia de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea); la pésima evaluación de la cúpula castrense sobre el “poderío militar” propio en comparación al del enemigo (especialmente en lo logístico); la desigualdad en cuanto al “sofisticado armamento”, frente al cual “muchos nada pudieron hacer”; el apoyo de Chile. Frente a esta situación, los dirigentes sindicales más críticos cuestionaban si había sido el momento oportuno para realizar la operación, responsabilizando por ello al presidente de facto.

Entonces, a diferencia del comunicado público del Gral. Galtieri que anclaba la derrota en la efectividad del accionar británico y en el apoyo de EE.UU. (es decir, en factores “externos”), según el Director, la sociedad bonaerense privilegiaba los errores y dificultades propios para explicar la rendición argentina. Ello conducía a un clima de “malestar”, “angustia” y “descreimiento” en las fuentes oficiales. En definitiva, la sociedad bonaerense se hallaba a la expectativa frente a las futuras medidas a tomar por el gobierno de facto y a la espera de los soldados en las islas.

Desde la perspectiva de la DIPPBA, entonces, las FF.AA. se encontraban en una situación muy delicada en el final del “PRN” debido a que para los habitantes bonaerenses se había tratado de una guerra perdida por las FF.AA. argentinas más que ganada por las tropas británicas. Peor aún, según los informes de los agentes de diversas delegaciones, muchos actores percibían la guerra como imposible de ganar desde un inicio por la falta de experiencia bélica, por “carencia de capacidad militar”, y por las erróneas lecturas diplomáticas en las que se había basado el plan inicial de la Junta Militar: que Gran Bretaña no respondería y que EE.UU. sería neutral o apoyaría a Argentina (San Justo, 19/06/1982, T.4, p.47). Y, por ende, en un momento en que no había informaciones oficiales sobre la derrota (más que el escueto comunicado del ex-presidente) y que una “campaña de rumores” se esparcía entre la población (Tigre, 21/06/1982, T.5, p.28), esta comenzaba a cuestionar la preparación de las FF.AA. argentinas para la guerra y a preguntarse cuáles habían sido los verdaderos motivos de la Junta Militar para llevar a cabo el desembarco:

Que es bastante coincidente la opinión de la población (comentarios en la vía pública o lugares públicos) de la no continuidad de un gobierno militar, como así también se consideran engañados porque el gobierno “sabía desde un principio que no se podía ganar”, en directa referencia al enfrentamiento armado, tejiéndose gran cantidad de conjeturas con respecto al real fin que llevó a realizar los sucesos de mención (Chascomús, 20/06/1982, T.5, p.18).

Aun luego de asumido el estupor inicial tras la derrota, la imagen que se advierte que sobrevuela todos los informes es la de una sociedad que rápidamente se autopercibió como engañada por la Junta Militar y/o por el ex presidente de facto, y por ello “la comunidad acepta y apoya la actitud de las Fuerzas Armadas de no brindar apoyo político al Tte. Gral. Galtieri para que continúe como máximo conductor de la República Argentina” (Quilmes, 19/06/2982, T.5, p.4). Los informes describían, por ende, dos procesos que parecían ser dos caras de la misma moneda: la concentración de la culpabilidad de la derrota en el ex-presidente, el “PRN”, y/o las FF.AA. aparecía en contrapartida a la falta de asunción de la propia responsabilidad de la sociedad por el consenso dado a la guerra:

Que se estima que se está generalizando en la opinión publica dos rumores sobre la falta de previsiones y otros aspectos fundamentales a tener en cuenta al iniciarse las acciones bélicas y que el pueblo ante la confianza dispensada a las autoridades responsables, se vio frustrada y no deja de lamentar todo lo acaecido que estaba en manos de expertos en la materia; se lamenta que los jóvenes soldados que han perdido su vida en esta acción bélica, como así otros que resultaron víctimas de las depredaciones de la guerra (San Martín, 20/06/1982, T.5, p.24).

En esta coyuntura, los agentes enumeraban cuestionamientos específicos que diversos actores de todo el arco político le realizaban a las FF.AA. Según el agente de Tigre, si la izquierda le cuestionaba a la Junta Militar no haber solicitado la ayuda de la URSS o de otros países americanos por “las profundas ataduras que los relaciona al imperialismo yanqui”, la “derecha peronista” interpretaba el cese del fuego como “una traición a la Patria y un total engaño al pueblo de la nación”, cuestionando incluso la decisión de rendirse (16/06/1982, T.3, p.65).

Desde la perspectiva de los agentes, si bien las declaraciones públicas de los dirigentes políticos estaban caracterizadas por la prudencia y la cautela en estos primeros días tras la derrota, para todos los actores de la escena política quedaba en claro que el “PRN” estaba agotado, aunque disentían en la modalidad y tiempos de la transición política. Si para algunos pocos (“juventudes políticas”, “izquierda” y especialmente “organizaciones político-militares”) la urgencia de la hora era “buscar la caída del gobierno”, ya que se lo consideraba “inoperante” en el ámbito externo e interno (Tigre, 16/06/1982, T.3, p.65), y por ende podrían “entorpecer el proceso de democratización”, para la gran mayoría era necesario encontrar alguna fórmula entre civiles y militares para integrar un gobierno de transición hasta que se concretaran las elecciones, que debían ser lo antes posible. En tal sentido, el agente de Quilmes caracterizaba de la siguiente forma el rol de los dirigentes políticos tradicionales para la institucionalización democrática:

… los dirigentes políticos de los partidos tradicionales buscarán la mejor manera que les sea posible para canalizar la situación en provecho propio de sus intereses partidarios, tratando que el gobierno no se vea desbordado y pueda cumplir con su itinerario hacia un pleno estado de derecho tal cual lo ha prometido, pero al mismo tiempo hará notar su peso gravitacional para que las autoridades no se aparten de ese itinerario e incluso lo aceleren dentro de las pautas ya fijadas (Quilmes, 15/06/1982, T.6, p.63).

Los espías advertían que una de las preocupaciones centrales que atravesaba a la sociedad bonaerense era que se perdiera la Nueva Argentina que había comenzado a avizorarse tras el 2 de abril: “Casi en toda la población se puede apreciar un cierto  temor o resquemor por lo que pueda ocurrir en el futuro, ya que piensan que todo lo que se dijo respecto a la unidad nacional, a los cambios políticos sociales y económicos pueden caer en el olvido, así como la pérdida de la tranquilidad anterior que se había logrado…” (San Nicolás, 16/06/1982, T.3, p.69).

En tal sentido, si bien solo se habían producido movilizaciones por la derrota en Capital Federal, los agentes no descartaban que se extendieran a otras localidades, y, además, evaluaban que tanto los gremios retomarían el plan de lucha que habían suspendido por la guerra y que buscarían un cambio urgente de la política económica, como —más grave aún— la “derecha peronista” y las organizaciones político-militares tomarían cartas en el asunto Malvinas por cuenta propia. Así, desde la mirada de la DIPPBA, la izquierda más radicalizada compartía con su enemigo la percepción de que la lucha debía continuar y que si “los militares no supieron hacer uso de las fuerzas a su cargo, entonces queda en manos del pueblo el uso de las mismas” (Tigre, 16/06/1982, T.3, p.65). Por ende, evaluaban que una de las acciones que proyectaban realizar eran ataques paramilitares contra objetivos ingleses y norteamericanos, a los que las “organizaciones político-militares” (OPM) le sumarían ataques contra la cúpula del Ejército responsable de la derrota:

… descontándose una notoria activación de las OPM en ese sentido (con el objeto de entorpecer el proceso de democratización), las cuales tratarán de capitalizar el descontento popular y volcarán sus esfuerzos en la captación de medios humanos, considerándose que tratarán de lograr acercamientos con familiares de muertos en combates, y que de darse las condiciones propicias tratarán de conformar algún tipo de BDT (Banda de Delincuentes Terroristas) y que en esas circunstancias intentarían de iniciar sus acciones contra entidades o personalidades inglesas como así militares de Ejército de alta graduación… (Quilmes, 15/06/1982, T.6, p.63).

Así como un viejo conocido, el “factor subversivo”, volvía a aparecer en el centro de la mira de los informes de inteligencia, nuevos actores empezaban a ser objeto de persecución y preocupación por parte de la DIPPBA: los familiares de quienes habían luchado en el conflicto (y también más adelante, los propios ex-combatientes). En tal sentido, si bien todos los agentes recalcaban el alivio de ellos por el término del conflicto y su preocupación, incertidumbre y angustia por el estado de las tropas, el agente de Quilmes iba más allá afirmando que la indignación y dudas con respecto al sentido de la guerra y la derrota los estaba afectando especialmente:

… los familiares de los muertos en combate se recogen en su dolor y quieren creer que sus familiares no han perdido su vida en vano, y deben hacer un gran esfuerzo para creerlo así.

Los familiares de quienes aún se encuentran en Malvinas solo ansían sus regresos y muchos se encuentran indignados por el riesgo que les han hecho correr con un resultado infructuoso (15/06/1982, T.6, p.63).

Justamente por ello, los agentes concebían a los allegados de los combatientes como pasibles de ser cooptados por las “organizaciones subversivas”, que los usarían para sus fines. Es decir, si bien los percibían como desprovistos de politicidad en sí mismos, en esta coyuntura especial de indignación y dolor, los familiares aparecían como un botín a conquistar por las distintas organizaciones opositoras de la dictadura.[19] Esta percepción aparece claramente en el informe de Junín:

También es motivo de atención el regreso de los soldados a los cuarteles, pues cuando se establezcan las ausencias de los que cayeron o el regreso de algunos con mutilaciones, puede provocar reacciones que si bien son lógicas en los familiares, no dejan de resultar negativas para la sociedad, no descartándose que puedan ser aprovechadas por los intereses políticos (19/06/1982, T.6, p.48).

Así, según los agentes, los allegados de los combatientes tanto podrían integrarse a las “Organizaciones Político-Militares” y las “Bandas de Delincuentes Terroristas”, como incluirse en otras iniciativas civiles contrarias al régimen con el objeto de desestabilizar al gobierno que les había arrebatado a sus hijos/hermanos/esposos. Por ejemplo, en un informe especial de Quilmes sobre una conferencia de prensa realizada por Monseñor Novak (uno de los pocos obispos públicamente opositores a la dictadura), luego de realizar un análisis sobre sus declaraciones sobre la guerra y el futuro del “PRN”, el agente evaluaba:

… el conflicto con Gran Bretaña y sus derivaciones indudablemente constituirán nuevos elementos para utilizar en sus campañas de presiones contra las autoridades gubernamentales. Sobre este aspecto no debe descartarse la posibilidad de que llegue a formar a nivel diocesano alguna comisión con familiares de soldados muertos, desaparecidos y/o  mutilados para interpelar a las autoridades esclarecer los pormenores del conflicto (24/06/1982, T.3, p.126).

En definitiva, los informes delineaban un panorama extremadamente difícil para la dictadura, en el que los cuestionamientos al régimen eran moneda corriente, tanto por los costos sociales y económicos de la guerra —e incluso, el sentido de esta—, como por cuestiones previas al conflicto: su política económica, la  postergada apertura política y, en forma mucho menor, la cuestión de los desaparecidos. Peor aún, los agentes avizoraban que esa situación no haría más que empeorar a medida que los combatientes retornaran al continente:

Se colige que el malestar, se va a acrecentar a medida que se conozcan los alcances de la “capitulación” y las pérdidas materiales y humanas (muertos, heridos y mutilados), así como la secuela psíquica que dejará en los combatientes y familiares todo lo vivido y el sacrificio hecho sin poder alcanzar los objetivos deseados y lo que quizás sea aún peor, el estado de ánimo y de vergüenza ante el mundo en que se ha sumido la población en general, no descartándose la posibilidad que el golpe de gracia provenga de forma inmediata del lado chileno (Lanús, 16/06/1982, T.6, p.70).

Inmediatamente tras la derrota en las islas, la DIPPBA advertía que el “PRN” enfrentaba múltiples amenazas, todas ellas igual de peligrosas y urgentes: la demanda pública de “verdad” sobre lo que había ocurrido en la guerra; el regreso de los combatientes y sus testimonios de dolor y miseria; un probable rebrote “subversivo” —de la mano de los familiares de los caídos en el conflicto—; y la activación de los gremios, organizaciones estudiantiles y partidos políticos (a lo que solo el agente de Lanús sumaba un posible ataque chileno).

Frente a esta delicada situación, el agente de Quilmes evaluaba (aunque en realidad era más una sugerencia) que la Junta Militar, por un lado, “adoptará firmes actitudes que por su rigor no permitan desbordes”, y por otro lado, “intensificará una campaña de acción psicológica que deje bien en claro lo sucedido tanto a lo que hace a las últimas alternativas del conflicto como a los objetivos que se persiguieron y los obstáculos que los tornaron imposibles, remarcando (…) este último aspecto y haciendo hincapié que solo hemos perdido una batalla” (15/05/1982, T.6, p.63). Para transitar lo que se percibía como la última etapa del “PRN”, además de continuar con su doble política represiva/proactiva, el gobierno de facto también debía emprender el camino a la institucionalización democrática: “… de fijar el Gobierno como objetivo la democratización y participación del diálogo de los dirigentes políticos, facilitará la contribución del pueblo a mantener la fe y la confianza en la cosa pública” (Mercedes, 18/06/1982, T.4, p.54).

Asimismo, los informes daban cuenta que una de la preocupaciones centrales del gobierno de facto era la recepción de los combatientes, ya que si sus voces comenzaban a difundirse podrían incrementar el desprestigio castrense. Entonces, en paralelo a la campaña de “acción psicológica” para dejar en claro el sentido de la guerra y la derrota, era evidente que las FF.AA. también deberían tomar algún tipo de medida frente a los combatientes, sus allegados y los familiares de los caídos para controlar de alguna forma sus testimonios, o disminuir el impacto de estos, y evitar la radicalización de sus demandas. En tal sentido, si bien los agentes no realizaban sugerencias explicitas al respecto, una serie de medidas aparecían como el correlato lógico de las amenazas identificadas por la DIPPBA en el futuro inmediato del “PRN”: el silenciamiento de quienes habían combatido en el conflicto; el seguimiento de sus actividades y de las recepciones civiles a los mismos; el despliegue de políticas oficiales para reconocer a los caídos y sobrevivientes (y darles un sentido a su sacrificio), y el desenvolvimiento de iniciativas para controlar a los combatientes y sus allegados (y evitar así que fueran cooptados por las “organizaciones subversivas”).[20]

 

Reflexiones finales

En términos generales, este estudio nos permite comprender la perspectiva sobre la relación de la sociedad y la guerra de Malvinas desde las entrañas mismas del régimen, desde uno de los servicios de inteligencia que fueron claves en la “comunidad informativa”. A lo largo del artículo analizamos la mirada de la DIPPBA sobre las actitudes sociales de los bonaerenses frente al conflicto del Atlántico Sur, haciendo hincapié tanto en los objetivos a relevar en la coyuntura particular abierta por el desembarco, durante el conflicto y tras la derrota, como en sus interpretaciones sobre los comportamientos sociales en esos contextos.

Así, el análisis de las circulares demuestra la preocupación de la dictadura por relevar cómo impactaron esos acontecimientos en la política interna y, por ende, cómo condicionaban la continuidad del régimen, y qué panorama se abría para el futuro ya fuese de negociaciones, de guerra, como tras el impacto del cese del fuego. Como indicamos, si los actores que se habían opuesto a la dictadura intentaban separar el conflicto de soberanía del gobierno de facto para explicar su apoyo, en el caso del régimen no cabían dudas al respecto: la toma de las islas era la última carta que se jugaba el “PRN” para recobrar la legitimidad perdida en el plano interno.

Además, si tras el desembarco y durante la guerra las directivas se centraban en los “factores” educacional, gremial, social y económico, tras la derrota otra vez el “factor subversivo” pasó al centro de la escena, demostrando la preocupación del régimen porque ese momento de particular debilidad fuese aprovechado por los enemigos de siempre. Asimismo, los agentes vincularon a los familiares de los combatientes primero, y luego a los sobrevivientes del conflicto, a la “subversión”, temiendo que su angustia y dolor fuesen aprovechados políticamente. Es decir, no eran considerados “subversivos” per se, pero sí pasibles de convertirse en tales, y por ende el régimen debía evitar esa situación, controlarlos y darles un sentido a su sacrificio. Como ha demostrado Lorenz (2012), esa batalla fue perdida por la dictadura, por lo menos en cuanto a los ex soldados, ya que sus primeras agrupaciones se vincularon a las juventudes políticas de izquierda y a las organizaciones revolucionarias, y por ende pasaron a integrar la categoría de subversión de la DIPPBA, y fueron sistemáticamente perseguidas.

En sus informes sobre el impacto del conflicto en la opinión pública interna, los agentes otorgaron un rol nodal a la “acción psicológica” para explicar e interpretar los comportamientos sociales de los habitantes de la provincia de Buenos Aires, y por ende evaluaron la misma y propusieron modificaciones cuando lo consideraron necesario, sobre todo en aquellos momentos en los que la guerra pareció acercarse a pasos agigantados o se volvió una realidad. En tal sentido, el valor de los informes sobre la opinión pública de la DIPPBA es que fueron una de las formas —aparte de los sondeos de opinión y de las encuestas— mediante las que el régimen recabó información para luego diseñar las políticas de “acción psicológica” y de comunicación social.

Desde un comienzo, los agentes de la DIPPBA interpretaron que el respaldo al desembarco, y luego a la guerra, había sido masivo, identificando un belicismo y triunfalismo en la mayoría de los bonaerenses. Desde su perspectiva, ello se debía a una “acción psicológica” intensa y profusa, que sin embargo no dudaron en cuestionar desde el inicio del conflicto por sus irregularidades, ineficiencias y su falta de control (cuestiones que serían corroboradas por la CAERCAS más de un año y medio después). No obstante, consideraron que ese respaldo no significaba otorgar un cheque en blanco a la dictadura por parte de los distintos actores sociales y políticos, sino que se trataba solo de un impasse pero no de un olvido de los reclamos (que a lo sumo se moderarían pero no silenciarían cuando el conflicto se resolviera).

Esas dos cuestiones identificadas por la DIPPBA durante la guerra —el masivo apoyo pero a la vez la inflexibilidad de los bonaerenses, y la mera tregua de los actores—, le demostraban a la Junta Militar los límites y contradicciones del plan inicial del desembarco, y cómo ello condicionaba su propio accionar. En otras palabras, de los informes de la central de inteligencia se desprende que la estrategia de la dictadura militar de desembarcar en las islas para recuperar la legitimidad se había vuelto contra la misma, como un boomerang, ya que condicionaba al régimen a no poder revertir la decisión o como mínimo respetar su plan original de “ocupar para negociar”. El desmedido éxito de su estrategia dada la amplísima repercusión social —que consideraba que no había marcha atrás en la recuperación de las islas— sin una “acción psicológica” adecuada y coherente al plan original del desembarco, estrechó los márgenes de acción de la Junta Militar que se encontró entre la espada y la pared: o lograr una negociación diplomática excesivamente favorable para Argentina o ganar en los campos de batallas contra la segunda potencia de la OTAN; ambas muy improbables.

También las deficiencias en la “acción psicológica” fue el factor identificado por los agentes de la DIPPBA para explicar el impacto de la derrota en la opinión pública interna. Si los bonaerenses habían vivido la derrota con angustia, tristeza, dolor y sobre todo con estupor, ello se había debido —según la central— al contraste con las noticias que difundían los medios de comunicación que hasta el último momento aseguraban el triunfo argentino. Con un mirada profundamente crítica, los agentes afirmaban que ese desconcierto y frustración social se había profundizado tras el cese del fuego, debido a la ausencia de la palabra oficial que explicara claramente el sentido de la guerra, las causas de la derrota y la situación de las tropas en las islas —como no fuera, el escueto e inapropiado comunicado de Galtieri.

Los informes de inteligencia describían un panorama extremadamente delicado para las FF.AA.: una sociedad que demandaba la verdad de la guerra, que cuestionaba la preparación de las FF.AA. en el campo mismo de su expertise, al mismo tiempo que comenzaba a dudar sobre los verdaderos motivos detrás del desembarco en las islas; actores sociales y políticos diversos reagrupándose y demandando una urgente transición democrática, cambios en la política económica y, en menor medida, por los desaparecidos; el “fantasma subversivo” que volvía a aparecer de la mano de la derrota, esta vez con la posibilidad de sumar a familiares de combatientes y a los sobrevivientes del conflicto a sus filas.

En una coyuntura en la que los acontecimientos se sucedían y se agolpaban con una rapidez inusitada por la tremenda crisis que la derrota había desatado dentro del gobierno de facto y de las FF.AA., la sensación abrumadora en todos los informes es la incertidumbre, que los agentes buscaban atenuar tratando de explicar e interpretar las actitudes sociales en el contexto actual, identificando problemas y evaluando situaciones a futuro. Pero no solo eso, lo interesante es que ellos avanzaban más allá, proponiendo soluciones, es decir, sugiriendo políticas que podría desplegar la Junta Militar de cara a revertir la crisis de legitimidad o, por lo menos, llegar lo mejor parada posible a las elecciones. En tal sentido, al igual que durante todo el régimen militar, la DIPPBA sugería hacer frente a esta situación de extrema debilidad mediante una estrategia de doble cara: la faz represiva —el control de los “desbordes”— y productiva, la realización de una intensa campaña de “acción psicológica” para dejar en claro el sentido de la guerra y la derrota, así como dar pasos concreto para emprender el camino hacia la institucionalización democrática.


 

 

Bibliografía

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Fuentes de la DIPPBA utilizadas

Ubicación en el Archivo: Legajo 18017, Carpeta 474 dentro de la Mesa “Referencias”.

Circulares:

Circular SAA 150/01: 05/04/1982 (Tomo 7, p. 29)

Circular PSA 01-1: 10/04/1982 (Tomo 7, p. 39)

Circular SAA 150/2: 12/04/1982 (Tomo 7, p. 14)

Circular SAA 150/3: 27/04/1982 (Tomo 7, p. 12)

Circular SJA 212: 16/06/1982 (Tomo 4, p.49)

Circular SJA 213: 18/06/1982 (Tomo 4, p. 85)

Circular SJA 214: (Tomo 4, pp. 64-65)

Circular SJA 214/1: 28/06/1982 (Tomo 4, p. 66)

Informes del Director General de Inteligencia destinado a la Secretario de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires:

10/04/1982 (Tomo 7, pp. 15-20); 17/06/1982 (Tomo 4, pp. 73- 84)

Informes de la primera semana de abril clasificados por delegación:

Azul: 06/04/1982 (Tomo 7, p. 40)

Bahía Blanca: 05/04/1982 (Tomo 7, p. 24)

Junín: 05/04/1982 (Tomo 7, p.23)

Pehuajó: 06/04/1982 (Tomo 7, p. 41)

San Martin: 05/04/1982 (Tomo 7, p. 25)

Quilmes: 06/04/1982 (Tomo 1, p. 46)

Informes de mediados de abril clasificados por delegación:

Bahía Blanca: 19/04/1982 (Tomo 2, p. 52-53)

Chascomús: 19/04/1982 (Tomo 1, p. 20-21)

Junín: 17/04/1982 (Tomo 2, pp. 24-25); 20/04/1982 (Tomo 2, pp. 64-65)

Lanús: 19/04/1982 (Tomo 2, pp. 59-60)

Mar del Plata: 30/04/1982 (Tomo 2, pp. 69-70)

Morón: 19/04/1982 (Tomo 2, pp. 49-51)

Quilmes: 19/04/1982 (Tomo 2, p. 54-56)

San Martin: 19/04/1982 (Tomo 2, pp. 57-58)

Tigre: 16/04/1982 (Tomo 1, pp. 115-119)

Informes de mayo clasificados por delegación:

Azul: 25/05/1982 (Tomo 3, pp. 2-3)

Bahía Blanca: 02/05/1982 (Tomo 1, pp. 65-66)

Mar del Plata: 17/05/1982 (Tomo 3, pp. 5-6)

San Justo: 17/05/1982 (Tomo 3, pp. 28-30)

 

Informes de junio tras la derrota, clasificados por delegación:

Azul: 15/06/1982 (Tomo 6, pp. 61-62); 21/06/1982 (Tomo 4, pp. 42-43)

Bahía Blanca: 16 y 15/06/1982 (Tomo 6, pp. 72-74); 18/06/1982 (Tomo 6, pp. 43-45); 21/06/1982 (Tomo 5, p. 15); 22/06/1982 (Tomo 4, pp. 25-27)

Chascomús: 16/06/1982 (Tomo 6, pp. 84-85); 20/06/1982 (Tomo 5, pp. 17-18)

Junín: 16/06/1982 (Tomo 6, p.66); 19/06/1982 (Tomo 6, pp. 47-48); 21/06/1982 (Tomo 4, pp. 68-69; Tomo 5, p. 16); 22/06/1982 (Tomo 6, pp. 40-42).

La Matanza: 16/06/1982 (Tomo 6 p. 75); 21/06/1982 (Tomo 5, pp. 13-14)

La Plata: 15/06/1982 (Tomo 6, pp. 80-82); 21/06/1982 (Tomo 5, pp. 11-12)

Lanús: 16/06/1982 (Tomo 6, pp. 67-70)

Mar del Plata: 20/06/1982 (Tomo 4, pp. 44-45); 21/06/1982 (Tomo 4, pp. 70-72)

Mercedes: 15/06/1982 (Tomo 6, pp. 77-79); 18/06/1982 (Tomo 4, pp. 52-54); 19/06/1982 (Tomo 5, pp. 8-10)

Morón: 15/06/1982 (Tomo 6, p. 64-65); 19-06-1982 (Tomo 4, pp. 2- 3; pp. 86-89)

Pehuajó: 16/06/1982 (Tomo 6, p. 71); 21/06/1982 (Tomo 4, p. 67); 22/06/1982 (Tomo 4, p. 41 y Tomo 6, p. 46)

Quilmes: 15/06/1982 (Tomo 6, p. 63); 18/06/1982 (Tomo 4, pp. 50-51); 19/06/1982 (Tomo 5, pp. 2-7); 24/06/1982 (Tomo 4, pp. 18-22). Informe especial sobre conferencia del Obispo Novak: 24/06/1982 (Tomo 3, pp. 125-126)

San Justo: 19/06/1982 (Tomo 4, pp. 46-47); 20/06/1982 (Tomo 5, p. 19-21)

San Martín: 20/06/1982 (Tomo 5, pp. 22-24); sin fecha (Tomo 6, p. 86).

San Nicolás: 16/06/1982 (Tomo 3, pp. 68-70); 19/06/1982 (Tomo 5, pp. 25-26; pp. 30-32)

Tigre: 16/06/1982 (Tomo 3, pp. 64-67); 21/06/1982 (Tomo 5, pp. 27-29)

 

 

Recibido: 7 de Diciembre de 2021

Aceptado: 17 de Enero de 2022

Versión Final: 10 de Febrero de 2022



[1] Para un estado de la cuestión al respecto, ver: Rodríguez, 2021.

[2] Sobre la historia y funcionamiento de la DIPPBA, además de los citados ver: Funes, 2004; Kahan, 2007; CPM, 2015; Marengo, 2015. Sobre el funcionamiento de la “comunidad informativa” enfocado en Bahía Blanca, ver: Montero, 2016.

[3] ANDAR, “Causa DIPPBA: La inteligencia también fue terrorismo de Estado”. Disponible en: https://www.andaragencia.org/causa-dippba-dossier-la-inteligencia-fue-terrorismo-de-estado/ (Acceso: 04/12/2021).

[4] Sobre este campo de estudios, ver: Muzzopappa y Nazar, 2021.

[5] Resulta muy difícil relevar una definición de “acción psicológica” propia de la DIPPBA. Sin embargo, algunos indicios sugieren que comparten la misma noción que el Ejército —fuerza que toma como referencia clave las obras del investigador militar Jorge Poli (Risler, 2018)—, ya que en 1977 se creó la Escuela de Inteligencia “José Héctor Ramos”, con el objetivo de profesionalizar el área de Inteligencia, “tomando como modelo los contenidos de Inteligencia del Ejército que fueron adaptados en su totalidad en los nuevos planes de estudio sancionados en 1981” (CPM, 2015: 17). De hecho, tuve acceso a dos trabajos finales de cursantes de la materia Inteligencia I que refieren a la “acción psicológica” (uno de ellos data de 1990) y en ambos casos la bibliografía en la que se basan es de los 60 y 70: el texto de Poli, Acción Psicológica, arma de paz y de guerra y el de Fernando Frade Merino, La guerra psicológica (Mesa “Doctrina”, Caja 2715, Legajo 324 y Caja 2716, Legajo 380). En el libro citado, Poli define la acción psicológica como “el recurso de conducción que regula el empleo planeado de todos los medios que influyen sobre determinadas mentes sociales, a través de los más variados métodos y procedimientos, coadyuvando con los esfuerzos físicos en el logro de los objetivos establecidos” (cit. en: Risler, 2018: 21).

[6] Las encuestas y sondeos de opinión eran herramientas que buscaban cierta rigurosidad. Eran realizadas periódicamente por la Secretaría de Inteligencia del Estado y la Secretaría de Informaciones Publicas (SIP) en dictadura y a partir de ellos se realizaban los “informes psicosociales” (Risler, 2018: 161-183). Hasta el momento, no he podido rastrear los sondeos y encuestas que se realizaron durante la guerra. Sabemos muy poco de sus resultados (nada de su confección) por la mención que de ellos hace el periodista Juan Bautista Yofre (diplomático y director de la SIDE en los 90) en su libro 1982. Los documentos secretos de la Guerra de Malvinas/Falklands y el derrumbe del Proceso (2011).

[7] Sin pretender exhaustividad, algunos estudios al respecto son: Carrizo, 2021; Divinzenso, 2016; Lvovich, 2020; Risler, 2018, Risler y Schenquer, 2018; Zapata, 2018.

[8] El Archivo de la DIPPBA es un fondo orgánico y cerrado que está organizado en torno a un gran fichero, e incluye documentación de otros organismos que la precedieron en su tarea como la secciones de “Orden Social”, “Orden Político” y “División de Orden Público” (con documentación que se remonta a 1937). Su unidad documental son los legajos, y se distribuyen en “Factores” (gremial, político, estudiantil, religioso, social) y “Mesas” (comunismo, delincuente subversivo, etc.). Sobre el archivo, ver: Funes, 2004; Kahan, 2007; CPM, 2015; Sahade, Jaschek, y Lanteri, 2021. Los informes sobre el estado de la opinión pública desde el desembarco y hasta la derrota están incluidos en el Legajo 18017 de la Carpeta 474 dentro de la Mesa “Referencias” y consta de 7 tomos. Esos informes tienen diversas características en función de la urgencia, el agente, etc.: en algunos casos, consisten en escuetos telegramas o radiogramas, y, en otros casos, en detallados informes de varias páginas realizados a máquina. Asimismo, disponemos de mayor cantidad de informes de comienzos del conflicto, durante abril, y muy pocos a partir de mediados de mayo y junio previo a la derrota, para luego volver a contar con gran cantidad de registros sobre el impacto social y político de la rendición. Cada vez que sean citados, se indicarán la delegación de la que proviene el informe, la fecha del mismo, el tomo y el folio de referencia. Un listado detallado de las fuentes utilizadas en esta investigación, se encuentra al final del artículo. Por otro lado, quiero agradecer la gran generosidad y predisposición del personal que trabaja en el Archivo de la DIPPBA.

[9] Allí se define la “acción psicológica” como “acciones destinadas a las mentes de los individuos con la finalidad de influir en las opiniones, emociones, actitudes y conductas de los grupos amigos, neutrales y enemigos, de tal manera que apoyen la realización de los objetivos propios” (CAERCAS-Anexo, 1983:1793). El análisis en profundidad de la “acción psicológica” tal como fue organizada y desarrollada durante la guerra de Malvinas para los múltiples públicos excede ampliamente el objeto de este trabajo. Por la problemática de estudio elegida, cuando sea necesario para comprender el accionar y la perspectiva de la DIPPBA, explicaré los lineamientos generales de la “acción psicológica” destinadas a la opinión pública interna.

[10] Primeras versiones de este apartado fueron presentadas en el Seminario Internacional Archivos de la represión y de derechos humanos organizado por la Comisión Provincial por la Memoria y realizado del 18 al 22 de octubre de 2021, y en las IV Jornadas de Sociología de la UBA (1º al 5 de noviembre de 2021).

[11] Durante la dictadura, “la expansión de la estrategia psicosocial se consolidó a través de la organización de una estructura orgánica (formada por la Secretaría de Información Pública –SIP- y la Subsecretaría del Interior), que respondió a un órgano central (el Poder Ejecutivo Nacional y la Junta Militar) y se apoyó en la actividad de inteligencia (a cargo de la Secretaría de Inteligencia del Estado, y de distintos órganos de inteligencia del Ejército)…” (Risler, 2018:280). Sin embargo, su accionar estuvo plagado de dificultades por la superposición de funciones en distintas áreas y fuerzas y el poco personal, el no disponer de pautas unificadas y claras, etc. Si ya se arrastraban problemas previamente, para colmo frente al conflicto el Comité Militar optó por dejar a cargo de la “acción psicológica” al Estado Mayor Conjunto (EMC), que no tenía experiencia al respecto -solo se había hecho cargo en momentos puntuales como frente al conflicto del Beagle (Risler y Schenquer, 2019)-, aunque contó con el apoyo de la SIP. La ausencia de una cadena de mandos clara, el no respeto de la autoridad del EMC y de las pautas indicadas, la multiplicación de funciones por parte de distintos áreas con propias lógicas, la urgencia de una tarea que no había sido prevista –que a su vez era enorme-, sumado a una estructura que debió montarse sobre la marcha con poco personal y recursos, la poca experiencia en “acción psicológica” en una “guerra convencional” (frente a un enemigo con amplísima experiencia), son algunos de los factores clave que CAERCAS identifica para explicar los errores, improvisaciones y deficiencias que caracterizó a la misma. A ello hay que sumar la falta de escrúpulos de algunos militares, responsables de acciones poco éticas y hasta delictivas que se produjeron en el conflicto. Por otro lado, si bien la DIPPBA formaba parte de la “comunidad informativa” –como indicábamos en la introducción- y por ende puede suponerse una interacción constante con las autoridades encargadas de la inteligencia y de la “acción psicológica” durante la guerra, no hemos podido reconstruir la red que articula la DIPPBA con los otros servicios de inteligencia ni con el EMC. En tal sentido, los pedidos de información a las delegaciones de la DIPPBA sobre el impacto del conflicto en la opinión pública siempre son producidos por el Director de Inteligencia de la central, y los informes redactados por este son remitidos únicamente a la Secretaría de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires. En paralelo, los agentes continuaron con su trabajo diario de seguimiento de distintas personalidades políticas, religiosas, gremiales o vinculados a la seguridad nacional en el marco del conflicto (como las instituciones chilenas o británicas) y de diversos acontecimientos -como los actos de apoyo al conflicto o las acciones de solidaridad-; y en esa documentación sí es posible observar una articulación con otros servicios de inteligencia (por ejemplo, mediante la distribución de las copias de los informes a distintas agencias). Si bien realicé un mapeo general de esos seguimientos, en este trabajo sólo me aboqué a analizar los informes referidos a la opinión pública.

[12] La mayoría de la “acción psicológica” estuvo destinado a la opinión pública externa. Este descuido del impacto del conflicto en la propia sociedad argentina según el EMC se debió a que la Junta Militar afirmó que no quería controlar los medios propios (CAERCAS-Anexo, 1983:1802). Si bien esto no fue corroborado, de todas formas en ocasiones puntuales el EMC ejerció “acción psicológica” sobre el público interno, como durante el episodio de la toma de Georgias por las tropas británicas, analizado por Díaz (2021).

[13] De todas formas, aun después de la difusión de las Pautas que los medios de comunicación debían acatar para resguardar la seguridad nacional, el problema de la filtración de la información proveniente del exterior continuó porque debido a las dificultades mencionadas (falta de recursos y personal, la urgencia y lo enorme de la tarea, etc.) las posibilidades de control de los medios quedaron limitadas a la buena voluntad del editor (CAERCAS-Anexo, 1983:1804). Además hay que tener presente que las Pautas solo consideraban censurar a las publicaciones que atentaran contra la seguridad nacional, pero nunca dispusieron controlar o moderar aquellos medios que fueran demasiado triunfalistas. Sobre las Pautas, ver: CAERCAS-Anexo, 1983:1803-1810.

[14] Al respecto, ver: CAERCAS- Anexo, 1983.

[15] Yofre (2011: 385-387, 469-471) no solo hace referencia a los sondeos de opinión, sino también menciona dos encuestas realizadas por el Instituto Gallup en Buenos Aires los días 15/16 de mayo y 13/14 de junio, que llegaron a manos del canciller Costa Méndez. Entre otras cuestiones, esas encuestas indagaban sobre la opinión publica respecto al conflicto, las negociaciones (si había que ceder o no, la disponibilidad a negociar de los dos países en conflicto, las posibilidades de llegar a un acuerdo, qué país sería el más beneficiado de concretarse una negociación), las gestiones de la diplomacia argentina, las acciones bélicas (qué FF.AA. triunfarían en el campo de batalla, la posibilidad de recurrir a la ayuda de otros países, etc.) la imagen de EE.UU. y el impacto del conflicto en el futuro político del país. En todos los casos, la información suministrada al régimen indicaba la confianza de la opinión pública bonaerense en que Argentina triunfaría ya fuese en las negociaciones o en el campo de batalla. Es interesante destacar, que a diferencia de lo indicado por la DIPPBA y en los sondeos de opinión, los resultados de la encuesta de mayo a la pregunta sobre la opinión en caso de dejar de lado la condición del reconocimiento de la soberanía como paso previo para sentarse a negociar son los siguientes: Muy de acuerdo: 6,89%, De acuerdo: 21,42%, Más o menos de acuerdo: 11,73%, Poco de acuerdo: 9,31%, En desacuerdo: 43,76%. Es decir, si bien hay una proporción mayor de quienes estarían en contra (53,07%, que es la suma de los que están en descuerdo y poco de acuerdo) por sobre los que estarían a favor (40,04%, que es la suma de los que están muy de acuerdo, de acuerdo y más o menos de acuerdo), ello no da la pauta de la inflexibilidad que se indicaba en los otros registros.

[16] Las contradicciones entre el plan original de la Junta Militar, los propios discursos y comunicados del régimen y las acciones diplomáticas llevadas adelante fueron una constante. Al mismo tiempo que el régimen llevaba adelante negociaciones diplomáticas (en las que se hablaba de las 3 banderas en las islas –ONU, Argentina y Gran Bretaña-, o se supeditaba la decisión sobre la soberanía de las islas a futuras negociaciones, incluso se ponía en suspenso el gobierno de las mismas, se disponía el retiro inmediato de las tropas argentinas supeditado a que no avance la flota británica, etc.), el presidente de facto y los comunicados de la Junta Militar afirmaban ambiguamente que Argentina quería negociar pero que la soberanía no estaba en discusión, con un discurso que llevaba ribetes belicistas y triunfalistas. Por ende, la campaña de “acción psicológica” quedó atada a estas mismas contradicciones. Esto mismo se corrobora en la Directiva de Comunicación Social para el PELCOS (Principal Elemento de Comunicación Social) que realizó el EMC el 21 de abril. La directiva indicaba que la posición de mínima establecida como objetivo era: “1- Soberanía sobre el archipiélago, 2- Gobierno Argentino en las islas ocupadas, 3- No se negocia bajo coacción militar enemiga.” Como concluye lúcidamente la CAERCAS: “La posición de mínima sustentada anula cualquier posibilidad de adhesión a una negociación que pueda ser considerada lógica, habida cuenta que GB ya tenía desplegado un poder de combate que hablaba a las claras de no ceder a nuestra postura”. Por ende, afirma que “toda la AP realizada estuvo destinada a la preparación para la guerra y la definición militar del conflicto” (CAERCAS-Anexo, 1983:1816-1817). Sobre las negociaciones diplomáticas y las internas de la Junta Militar, ver: CAERCAS, 1983; Cardoso, Kirschbaum y Van Der Kooy, 2007; Yofre, 2011.

[17] Es la circular SJA 221. Si bien no logramos acceder a la misma ni aparece en los legajos analizados, sabemos de su existencia por la referencia que hacen distintos informes que responden a la misma, a la que suelen citar; como el informe del agente de Lanús del 13/07/1982 citado en el cuerpo del texto (T. 6, pp. 104-105).

[18] En un discurso plagado de eufemismos –en el que no aparecían los términos “rendición” ni “derrota”-, Galtieri calificaba a los combatientes como héroes que habían enfrentado “con más coraje que armamento la abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de Estados Unidos de Norteamérica, sorprendentemente enemigos de la Argentina y de su pueblo”. Pero lejos de llevar eso a asumir algún tipo de responsabilidad por la derrota o de explicar cómo se había llegado a la misma, el presidente de facto acudía al repertorio nacionalista tradicional para incluir a la guerra de Malvinas dentro de las gestas por la independencia y contra el colonialismo, calificando a Argentina como víctima de la agresión británica desde 1833. Más aun, sin advertir la fragilidad del régimen y de su propia figura política tras la derrota, se atrevía a afirmar: “No habrá lugar para la especulación ni el engaño. El ocio será una estafa; el aprovechamiento de la situación, una injuria a la sangre de los que combatieron; y el derrotismo será traición” (La Nación, 16/06/1982). Finalmente, adelantaba que emprenderían el camino hacia el restablecimiento de la democracia.

[19] Luego, cuando los ex soldados conformaron las primeras organizaciones de ex-combatientes con vínculos con las juventudes políticas y organizaciones revolucionarias, la DIPPBA los persiguió y rotuló como “delincuentes subversivos”. La percepción de la central de inteligencia sobre los jóvenes conscriptos era la misma que sobre sus familiares: “… la idea de infiltración se complementa con el concepto de que en tanto jóvenes los ex soldados estaban “influidos”, una retórica que también había servido para explicar el desarrollo de las organizaciones guerrilleras” (Lorenz, 2012:224).

[20] De hecho, Chao (2021: 33-48) ha demostrado, por un lado, que el control de las organizaciones de ex soldados combatientes fue una preocupación de las FF.AA. por lo menos desde julio de 1982, y, por otro, que la Junta Militar propuso diversas políticas de memoria de la guerra, y de reconocimiento y reinserción destinadas a los combatientes y los familiares de los caídos calificadas como “campañas de acción psicológica” de cara a revertir la crisis de legitimidad tras la derrota. Asimismo, el mandato de silencio que las FF.AA. desplegaron sobre los sobrevivientes del conflicto ha sido estudiado por: Lorenz, 2012; Rodríguez, 2020.