Presentación
No hay duda que la pérdida de Marta Bonaudo
fue hondamente sentida por toda la comunidad de historiadores e historiadoras,
pero para la que fuera su casa, nuestra Escuela de Historia, creemos que fue
algo más. Podemos pensarlo, tal vez, como un momento de toma de consciencia,
que nos colocó ante una realidad en la cual las y los integrantes de la
generación de historiadorxs con la que nos formamos,
que fueron nuestrxs maestrxs,
se nos está yendo. A su vez, esto convoca a todxs aquellxs que permanecemos y/o transitamos por estos
espacios a continuar creativamente las iniciativas a las que supieron dar
fuertes bases, obviamente el Anuario entre ellas. Por ello, en el mes del
primer aniversario de su muerte, desde el Consejo de Redacción del Anuario,
nos preguntamos cuál sería la mejor manera de recordar a Marta.
Como se ha dicho ya en múltiples oportunidades, en el
transcurso de los años iniciales de la recomposición del campo historiográfico
argentino a la salida de la dictadura, le cupo a Marta un rol significativo en
dos frentes. Por un lado, sus aportes a la construcción del conocimiento a
partir de la producción de artículos, ponencias, conferencias y otras tantas
intervenciones públicas. Por otro, su compromiso para que el campo enraizara a
nivel institucional allí donde fuera necesario o, en algún caso, incluso hasta
crearlo (particularmente ostensible fue su papel en la consolidación de la
historiografía regional). En nuestro caso, desde su rol de directora
organizadora, la recomposición “a nuevo” de la Escuela de Historia fue una de
esas tareas en la que laboró arduamente y, dentro de ellas, el resurgir del Anuario
estuvo siempre entre sus prioridades, donde claramente se intentaba forjar un
lazo entre una mitológica “edad de oro” y este nuevo renacer de transición
democrática.
Como dijimos, el aniversario de su fallecimiento fue el
acicate para que pensáramos cómo rendir homenaje (uno más) a la memoria de
Marta; de allí surgió la idea de publicar nuevamente algunos de sus trabajos. En
principio consideramos reditar los más viejos o poco conocidos, o los de su
etapa “europea”; luego caímos en la cuenta de que era un imperativo ser, de
algún modo, autorreferenciales, ya que aquí estaban los artículos que Marta
había publicado en “su” Anuario de la Escuela de Historia.
En ese momento, advertimos que ningunx
de nosotrxs ni siquiera debía releerlos para saber de
que trataban: eran parte constitutiva de nuestra propia formación. Además, se
trata de textos clásicos que no han perdido vigencia, no sólo por sus
contribuciones al campo historiográfico sino, y en un sentido igualmente
fundamental, porque todas las contribuciones de Marta al Anuario fueron
en colaboración con otrxs, circunstancia que nos
pareció una metáfora de uno de los tantos rasgos que queríamos resaltar de su
figura: Marta siempre supo construir espacios donde la formación de colegas, graduadxs y estudiantes era la norma.
Y es que ella era, por sobre todas las cosas, una formadora…de
investigadorxs sin duda, pero también de docentes
universitarios: un espejo donde buscar cómo perfeccionarnos tanto por su extraordinaria
capacidad docente como por su cálida relación con lxs
estudiantes. Con Marta todas las actividades que pudieran fortalecer el lugar
de trabajo estaban habilitadas: por un lado, el debate que permitía la
diferenciación y hasta la confrontación, y por otro lado y fundamentalmente,
esas sutiles maneras que nos conducían al consenso en que todxs
nos sentíamos partícipes.
Tomada la decisión de qué publicar, de suyo se hacía
necesaria una introducción que pusiera en contexto esos artículos. Conforme
expresábamos más arriba encontrándonos demasiadxs comprometidxs emocionalmente con la faena, convenimos que
una mirada extra-rosarina era la mejor opción. Así, rápidamente surgieron los
nombres de Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén, quienes muy amablemente accedieron a la tarea
encomendada.
Y como verá inmediatamente quien encare su lectura, el
resultado superó largamente nuestras expectativas. El breve relato solicitado
se convirtió en un estudio introductorio que sorprende por la agudeza con que
se analiza cada una de las contribuciones de Marta Bonaudo
al Anuario, su ubicación en el desarrollo del campo historiográfico que
le es contemporáneo, las líneas centrales de sus argumentaciones, las
potencialidades con las que podían marcar el desarrollo posterior de esas
temáticas. Además, como editorxs del Anuario y
miembrxs de la Escuela de Historia, no podemos dejar
de hacer notar la insistente preocupación de los autores en resaltar las
articulaciones entre ambos espacios con la producción de Marta. En suma, Julio
y Juan Luis lograron captar plenamente esa sinergia que unía a Marta Bonaudo con el Anuario, que por nuestra cercanía percibíamos,
pero no alcanzábamos a explicitar.
Concluyendo entonces con estas breves palabras, esperamos
que lxs lectorxs puedan
recorrer este nuevo número del Anuario con la certeza de encontrar una
muestra más de la significativa contribución de Marta al campo historiográfico
argentino, pero tal vez (esperamos) se deje entrever un poco la sensibilidad
del vínculo que mencionamos, ese hilo que la unía sincréticamente con el Anuario
de la Escuela de Historia.
Consejo de Redacción
Anuario de la Escuela de Historia