“Los vegetales que viven en la República”. El
estudio de la flora uruguaya en Anales del Museo Nacional de Montevideo,
1894-1925
"The vegetables that live in the Republic." The study of the Uruguayan flora
in Anales del Museo Nacional de Montevideo, 1894-1925
Rodrigo Antonio Vega y Ortega Baez
Universidad
Nacional Autónoma de México (México)
rodrigo.vegayortega@hotmail.com
Resumen
Entre
1894 y 1925, Anales del Museo Nacional de Montevideo publicó veintiséis
escritos botánicos de la autoría de diez autores, algunos residentes en el
Uruguay y otros en el extranjero. El objetivo del artículo es caracterizar las
prácticas botánicas desarrolladas por los autores vinculados con el Museo en
cuanto a la elaboración del inventario de la flora uruguaya. Los temas en que
se divide el artículo son la colecta botánica en las excursiones; el estudio,
descripción y clasificación de las especies en el Museo; la práctica
experimental en las instituciones científicas de Montevideo; y la utilidad de
algunas plantas uruguayas. Los cuatro temas muestran las prácticas científicas
que llevaron a cabo los autores al estudiar la flora del país, así como que la
revista fungió como un medio impreso que hace evidente la coproducción de
conocimiento científico entre diferentes especialistas en la naturaleza del
Uruguay ubicados en varias partes del mundo.
Palabras clave: Uruguay,
Botánica, Prensa, Museo, Ciencia
Abstract
Between 1894 and 1925, Anales del Museo Nacional de
Montevideo published twenty-six botanical writings by ten authors, some
residents in Uruguay and others abroad. The objective of the article is to
characterize the botanical practices developed by the authors associated with
the Museum in terms of the elaboration of the Uruguayan flora inventory. The
topics in which the article is divided are the botanical collection in the
excursions; the study, description and classification of the species in the
Museum; the experimental practice in the scientific institutions of Montevideo;
and the usefulness of some Uruguayan plants. The four topics show the
scientific practices that the authors carried out when studying the flora of
the country, as well as that the journal served as a printed medium that makes
evident the co-production of scientific knowledge between different specialists
in the nature of Uruguay located in various parts of the world.
Keywords:
Uruguay,
Botany, Press, Museum, Science.
Este artículo se
encuentra enmarcado en una investigación más amplia sobre la historia de las
ciencias naturales que abarca desde la fundación del Estado Oriental del
Uruguay en 1828 hasta el inicio del gobierno de Gabriel Terra en 1931. Como un
primer estudio de caso se presenta el análisis de la práctica botánica al
interior del Museo Nacional de Montevideo a través de su revista y como ejemplo
de las actividades fundacionales de la institución.
En efecto, en 1894
inició la publicación de Anales del Museo
Nacional de Montevideo (AMNM),
primera revista editada por la institución uruguaya, cuyo redactor fundador fue
José Arechavaleta (1838-1912), naturalista de origen español radicado en
Montevideo, quien a su vez fungía como director del Museo. La revista dio a
conocer escritos de zoología, botánica, geología, geografía, mineralogía,
arqueología y antropología de autores nacionales y extranjeros. AMNM abarca siete volúmenes de la
primera serie (1894-1911) y el primer volumen de la segunda serie de 1925 que
incluyó escritos anteriores a 1911.[1]
En 1926, la revista cambió de denominación a Anales del Museo de Historia Natural de Montevideo.
El objetivo del
artículo es caracterizar las prácticas botánicas desarrolladas por los autores
de AMNM, varios de ellos fueron
naturalistas vinculados con el Museo en el periodo 1894-1911. En este lapso,
los escritos botánicos incluyeron tanto plantas como hongos, pues estos últimos
se estudiaban dentro del reino vegetal. Los autores residentes en el Uruguay
fueron José Arechavaleta,[2]
Carlos Regúnaga,[3]
Mariano B. Berro (1833-1919),[4]
Guillermo Herter (1884-1954)[5]
y Joseph-Ernest Gibert (1818-1886),[6]
mientras que los botánicos europeos de los que se publicaron traducciones sobre
la flora uruguaya fueron Otto Kuntze (1843-1907)[7]
de Alemania, Édouard-François André (1840-1911)[8]
de Francia, el capitán Baker[9]
de Gran Bretaña, Carlos Spegazzini (1858-1926)[10]
italiano residente en La Plata y J. Müller[11]
de Suiza.
La fuente histórica
se compone de una muestra representativa de veinte escritos relativos a las
especies vegetales del Uruguay, de un total de veintiséis.[12]
Los temas en que se divide el artículo son la colecta botánica en las
excursiones; el estudio, descripción y clasificación de las especies; la
práctica experimental en las instituciones científicas de Montevideo; y la
utilidad de algunas plantas. Los cuatro temas muestran las prácticas científicas
que llevaron a cabo los autores al estudiar la flora del país, así como que AMNM fungió como un medio impreso que
puso en contacto a diferentes especialistas en la naturaleza del Uruguay
ubicados en varias partes del mundo.[13]
De acuerdo con Jim
Endersby (2008), la botánica al final del siglo XIX tuvo dos líneas generales
de investigación: “la clasificación científica del mundo y la apropiación de los
recursos naturales” a partir de observar, colectar, describir, clasificar y exhibir
la flora de cada país y el mundo en colecciones públicas y privadas (p. 18). La
botánica fue una ciencia que en el periodo de esta investigación reunió a
numerosos practicantes dispersos por el mundo, los cuales se comunicaban a
través de correspondencia e impresos (libros y revistas). La sistematización de
la información botánica se centralizó en instituciones y agrupaciones en dos
niveles: el nacional, en que los museos, jardines botánicos y agrupaciones de
naturalistas acopiaron datos y ejemplares de la flora de un país; y el global,
en que algunas instancias nacionales tuvieron una vocación imperial al reunir
información sobre la flora extranjera, en ocasiones con miras a “la utilidad
que tiene para dar a conocer los recursos naturales de tierras lejanas”
(Drayton, 2000, p. 72). Los museos científicos fueron instituciones que
destinaron amplios recursos al coleccionismo de la naturaleza nacional y a
veces mundial, así como dar a conocer los resultados de investigación en libros
y revistas, como el caso del museo uruguayo.
La historiografía de
la botánica uruguaya es escasa a pesar de la tradición naturalista en el país.
Uno de los primeros recuentos históricos sobre los practicantes de la botánica
se encuentra en el “Prólogo” escrito por José Arechavaleta (1905b) para el
quinto volumen de AMNM en que expuso
los nombres y aportaciones de numerosos individuos nacionales y extranjeros
desde el periodo colonial hasta inicios del siglo XX. A finales de dicha
centuria se publicaron otros estudios generales sobre la dinámica científica
del Uruguay, como los de Alción Cheroni (1988) y Fernando Mañé (1996), sin que
ambos autores dediquen un estudio particular al Museo Nacional.
En la historiografía
también se han elaborado estudios biográficos de algunos de los autores de AMNM. En primer lugar
se encuentran distintas biografías del señalado José Arechavaleta escritas por
Antonio Peluffo (1989), Ángel Goicoetxea (1993) y Fernando Mañé (2017). Sobre
Carlos Spegazzini han escrito Liliana Katinas, Diego G. Gutiérrez y Silvia S.
Torres (2000), así como Adriana S. Fiedczuk y Alberto A. De Magistris (2016).
Frans A. Stafleu (1978) ha analizado la obra de Otto Kuntze (1843-1907); Héctor
A. Aguilar (2009) ha biografiado a Carlos Berg; André Florence y Stéphanie de
Courtois (2001) han estudiado la vida de Édouard-François André; el estudio
biográfico del emigrante francés José Ernesto Gibert es de la autoría de José
María Fernández Saldaña (1945); Walter Rela (2002) se ha centrado en Mariano B.
Berro; y Arturo Scarone (1937) dedica una semblanza al naturalista alemán
Guillermo Herter. Hasta ahora no se ha encontrado un estudio sobre Carlos
Regúnaga. Estos naturalistas fueron actores destacados en el devenir del Museo
Nacional y dieron a conocer resultados de investigación en su revista, como se
presentará más adelante.
En los últimos años
se han publicado varias investigaciones relativas a la historia de la
producción agropecuaria del Uruguay en los siglos XIX y XX, la cual requirió de
los conocimientos y las prácticas de la ciencia, como han mostrado Alfredo R.
Castellanos (1973), Belén Baptista (2005), Daniele Bonfanti (2012), María Inés
Moraes (2012), Verónica Sanz (2016), Alcides Beretta (2017), entre otros,
quienes han retomado la participación de las instancias científicas uruguayas y
las acciones de algunos de los botánicos aquí analizados.
En cuanto a la
historia del Museo Nacional resalta el estudio general de Álvaro Mones (2011) y
el particular de Miguel A. Klappenbach (2004), aunque hace falta un mayor
número de investigaciones pormenorizadas sobre los siglos XIX y XX.[14]
AMNM tampoco ha merecido un estudio
profundo como un medio de comunicación en la producción científica uruguaya.
La metodología retoma
el papel de las revistas especializadas en la convivencia intelectual de
autores con diferentes orígenes socioprofesionales, étnicos, institucionales,
geográficos, entre otras cuestiones, relacionados con la producción de
conocimiento científico en el marco del proceso de comunicar los resultados de
investigación como han estudiado James Secord (2004) y Leslie Howsam
(2006).
Lynn K. Nyhart (1991)
indica que las revistas científicas arroparon la dinámica social de las
comunidades especializadas al final del siglo XIX al manifestarse como un
instrumento para apuntalar la “comunicación entre especialistas, establecer
reclamos para mejorar sus estatus y controlar el acceso a las oportunidades de
publicar, así como para obtener reconocimiento y recompensas de la sociedad y
el Estado” (p. 43). Para Alex Csiszar (2018), la revista científica ha sido
empleada para identificar a los autores como legítimos practicantes de la
ciencia y expertos calificados “en los temas relevantes del conocimiento” entre
sus pares académicos y los grupos políticos y económicos (p. 3). En este sentido,
los naturalistas uruguayos se sumaron a la dinámica hemerográfica especializada
que había ganado terreno en la discusión científica internacional. AMNM, como otras revistas de
instituciones científicas del mundo, fue parte del proceso de conformación de un
nuevo estatus académico (Fox, 2016, p. 16).
De acuerdo con
Melinda Baldwin (2015), la prensa científica “participó en el establecimiento
del hombre de ciencia como categoría intelectual a partir de la elaboración de
investigación científica original, ya fuera su aplicación práctica o la
creación de conocimiento teórico” (p. 75). Este fenómeno comunicativo se
aprecia entre los botánicos de AMNM,
quienes recibieron apoyo por parte del gobierno nacional con el objetivo de
desarrollar ciencia local para inventariar los recursos naturales del país con
miras a establecer su control y aprovechamiento (Greiff & Nieto, 2006, p.
245).
AMNM
visibiliza la red de botánicos que radicaban en el Uruguay y en otros países
europeos y americanos que estudiaban las especies vegetales del país en el
marco del inventario de la flora del mundo y, en particular, la sudamericana.
La mayoría de los escritos botánicos muestran el interés de los autores por
presentar al público la utilidad de varias especies en términos agrícolas,
ganaderos, artesanales, industriales, comerciales y terapéuticos. La revista
refleja las asimetrías entre los naturalistas europeos y los uruguayos en
cuanto al conocimiento pormenorizado de la flora del país, como científicos
viajeros o residentes en América del Sur, así como el contacto entre el Museo
Nacional y algunas instituciones europeas y argentinas.
También se retoma el
término “coproducción de conocimiento” en que participaron los naturalistas
europeos con los científicos uruguayos en el inventario de la flora del país y
“alude a las contribuciones de actores locales con diversas habilidades
relacionadas” con la exploración de la naturaleza que “fueron cruciales para la
puesta en operación” del aprovechamiento de los recursos vegetales (Azuela,
2020, p. 4). AMNM refleja que la
experiencia naturalista local resultó imprescindible en la coproducción de
artículos, informes, catálogos y traducciones entre autores europeos y
uruguayos al momento de determinar la taxonomía de algunas especies. La revista
del Museo también hace notar que los naturalistas uruguayos se auxiliaron de
una amplia gama de personas provenientes de diversos estratos sociales para
reconocer la flora nacional, ya fueran curanderos, guías, ganaderos,
terratenientes, artesanos, militares, sacerdotes, entre otros, “que les
proporcionaban información y conocimiento” local (Shaffer, Roberts, Raj &
Delbourgo, 2009, p. XI).
Roberts (2009) indica
que en la coproducción “la mayor parte de la actividad científica y tecnológica
ha implicado históricamente la adaptación y el uso local de los conocimientos,
procedimientos y aparatos” (p. 27). En la coproducción de conocimiento, los
naturalistas uruguayos mantuvieron contacto epistolar con sus pares europeos,
quienes en ocasiones recorrieron el Uruguay y en otras sólo conocieron la flora
mediante los envíos de especímenes que se hicieron desde Montevideo. En la
revista se encuentran trazos de la circulación de resultados científicos de la
coproducción de “conocimientos, técnicas”, textos, y representaciones de la
naturaleza uruguaya (Roberts, 2009, p. 15).
Kapil Raj (2007)
señala que “las proposiciones, los artefactos y las prácticas científicas no
son innatamente universales (por su fuerza epistemológica) ni se imponen por la
fuerza a otros. Se difunden a través de complejos procesos de asimilación y
negociación, tan contingentes como los involucrados en su producción” (p. 9). AMNM evidencia las actividades de una
comunidad científica en formación, reducida en número, pero dinámica en cuanto
al escrutinio de la naturaleza uruguaya, cuyos miembros establecieron amplias
relaciones con los naturalistas de las metrópolis científicas del Viejo Mundo y
con algunas instituciones científicas de la Argentina.
Los naturalistas
uruguayos apoyados por los distintos presidentes en el lapso 1894-1911 se
unieron a una serie de políticas científicas orientadas al aprovechamiento
racional de los recursos naturales en función del comercio de materias primas
rumbo a Europa y el consumo interno. Los científicos estudiaron las especies
uruguayas tanto las endémicas como las que se compartían con otros países
americanos y del mundo con miras a presentar su utilidad desde los parámetros
de la ciencia.
Hay que tener en
cuenta que entre 1890 y 1915, el mercado internacional demandó una gran
cantidad de materias primas de origen vegetal y animal, para lo cual los
gobiernos del Uruguay iniciaron un proyecto de expansión de la producción de
materias primas, por lo que “fue necesario introducir y adoptar nuevos
conocimientos científicos para que los productores se encontraran en
condiciones de competir en los mercados mundiales” (Beretta, 2020, p. 183). A
pesar de las revoluciones de 1897 (marzo a septiembre) y 1904 (enero a
septiembre), las actividades científicas en el país continuaron y los
naturalistas relacionados con el Museo mantuvieron la publicación de los
volúmenes de AMNM.
El
Museo
Los orígenes del
actual Museo Nacional de Historia Natural de Montevideo se encuentran en el
decreto de fundación del 4 de septiembre de 1837 a partir de los trabajos de
una comisión para organizar la Biblioteca Pública y el Museo de Historia
Natural (Mañé, 1996, p. 27). En la década de 1830, el presidente Manuel Oribe
dio los primeros pasos para establecer las primeras instituciones científicas y
financiar expediciones de reconocimiento territorial.
El Museo se inauguró
el 18 de julio de 1838 en la llamada Casa del Gobernador, donde se exhibieron
objetos naturalistas, geológicos y arqueológicos. Durante varios años la
institución tuvo diversas problemáticas para cumplir sus tareas científicas,
hasta que en 1868, el gobierno formó una comisión para
reformar el Museo, en la cual participó José Arechavaleta. Esta propuso varios
cambios para darle un carácter científico. Otro cambio tuvo lugar en 1880,
cuando el gobierno dispuso la separación institucional del Museo y la
Biblioteca nacionales. A partir de entonces, el Museo Nacional se compuso de
las secciones de Historia Natural, Bellas Artes e Historia (Mones, 2011, p. 6).
El presidente Julio
Herrera y Obes se interesó en modernizar las instituciones culturales del país,
como se aprecia en marzo de 1890 cuando encargó a Arechavaleta que reorganizara
al Museo, “tarea continuada por el Dr. Carlos Berg (1843-1902), quien fue
nombrado director en el mes de julio del mismo año” (Mones, 2011, p. 9). La
nueva apertura del Museo se llevó a cabo en septiembre de 1891 como una
institución moderna similar a otros museos de las capitales europeas y
americanas (Mones, 2011, p. 16). El 25 de abril de 1892, Berg renunció a la
dirección del museo uruguayo para trasladarse a Buenos Aires con el propósito
de asumir la dirección del Museo Nacional de Historia Natural. Por esta razón,
el presidente Herrera y Obes designó a Arechavaleta como nuevo director (Mones,
2011, p. 9). A partir de entonces y hasta su muerte en 1912, Arechavaleta
fungió como director.[15]
En el Museo se
cultivó la botánica como una ciencia útil al Uruguay a través del
reconocimiento y aprovechamiento de las especies comerciales y agrícolas poco
conocidas que se integrarían a las dinámicas económicas nacional e
internacional. Arechavaleta resaltó que el proceso de “aclimatación” de la
ciencia en el país se afianzaba a través de la comunidad de naturalistas que se
expandía a través de las instituciones patrocinadas por el gobierno, las cuales
incorporaban a los jóvenes interesados en desarrollar sus propias actividades
científicas.
AMNM
no sólo daría a conocer información especializada para la comunidad de
naturalistas, sino que aportaría datos de interés para cualquier lector en
términos del aprovechamiento económico de varias especies, sobre todo las
vegetales. Cabe señalar que la revista presupuso un lector instruido en las
generalidades de la historia natural, con recursos suficientes para conseguir
los volúmenes y dedicar tiempo a su consulta, además de habilidades para
aprovechar el conocimiento científico en su beneficio. Se trata de un estrecho
círculo de lectores provenientes de los estratos medio y alto del país.
La institución sufrió
un nuevo cambio el 10 de diciembre de 1911, cuando las tres secciones del
antiguo Museo Nacional se independizaron para fundar el Museo Nacional de
Historia Natural, el Museo Nacional de Bellas Artes y el Museo Nacional
Histórico. Esto hizo posible que en un solo museo se concentrara la
investigación sobre la naturaleza uruguaya. Tras la muerte de Arechavaleta, el
gobierno designó al médico Garibaldi J. Devincenzi (1882-1943) como director
(Mones, 2011, p. 13).
En el periodo de esta
investigación, el Museo fue parte del creciente entramado institucional de la ciencia
uruguaya, el cual se encontraba en el marco de la política económica de los
diferentes gobiernos con el objetivo de modernizar los rubros productores del
país, en especial los basados en las especies vegetales. No hay que dejar de
lado que el Museo transitó por un complejo contexto sociopolítico y que estuvo
a merced de los vaivenes económicos, aunque la comunidad de naturalistas logró
salir avante en el paulatino proceso de desarrollar las actividades científicas
de la institución.
La
práctica científica en las excursiones
Los naturalistas
relacionados con el Museo participaron en varias excursiones con el objetivo de
colectar especímenes de la flora del país. Si bien, AMNM no da cuenta de todas las excursiones científicas, es un
referente para aproximarse a la práctica botánica in situ, las localidades que los autores recorrieron, y el tipo de
observación en campo orientada al reconocimiento de las especies desconocidas
por los naturalistas.
Un primer ejemplo se
encuentra en “Contribución al conocimiento de los líquenes uruguayos. Lichenes montevidensis” (1894) de José
Arechavaleta y J. Müller, escrito que refleja la importancia de las excursiones
en el acopio de ejemplares para el Museo y su posterior estudio de gabinete y,
en ocasiones, dar a conocer los resultados científicos en AMNM. Arechavaleta expuso que “en mis excursiones botánicas”
recogió varios ejemplares de líquenes, gracias a lo cual logró “poseer un
cierto número”, cuyos nombres específicos “me eran desconocidos en su mayor
parte” (Arechavaleta & Müller, 1894, p. 173). Ante la incógnita de su
taxonomía, Arechavaleta compartió los especímenes con el Dr. J. Müller,
“renombrado liquenógrafo” de Ginebra, quien determinó sus características
anatómicas y ubicación taxonómica para publicar los resultados en el folleto
titulado Lichenes Montevidensis
(Arechavaleta & Müller, 1894, p. 173). Las excursiones fueron la vía común
en que los naturalistas uruguayos y del mundo recababan nuevos especímenes. Los
líquenes no son una planta, sino una simbiosis entre especies de hongos, algas
y bacterias, aunque en el siglo XIX se les incorporó dentro de la taxonomía
vegetal. Dada la falta de conocimiento especializado por Arechavaleta en los
líquenes, remitió muestras a su colega suizo, quien determinó las especies a
partir de su pericia en la observación anatómica. Esto es un indicio de las
redes de colaboración internacional que establecieron los botánicos del Uruguay
y Europa occidental a finales del siglo XIX a partir del Museo.
Debido a la carencia
de estudios en español sobre la diversidad liquenológicia del Uruguay,
Arechavaleta dio a conocer Lichenes
Montevidensis en AMNM, por su
aporte al conocimiento de cincuenta líquenes uruguayos, los cuales “representan
una pequeña parte de los que existen en este país y cuyo hallazgo puede ser
fuente de gratas emociones para los que se dediquen a estudiarlos”
(Arechavaleta & Müller, 1894, p. 173). La traducción de textos científicos
fue una estrategia que Arechavaleta puso en práctica en su papel de editor de la
revista para atraer la atención de los naturalistas del país y ganar
legitimidad académica al acopiar información extranjera sobre la flora nacional
que en el futuro ayudaría a determinar las muestras de líquenes sin recurrir a
los extranjeros.
Müller y Arechavaleta
(1894) recomendaron a los botánicos uruguayos que efectuaban excursiones por el
país que estuvieran atentos a las rocas, las cortezas y las ramas de los
árboles, pues era común que alojaran nuevas especies de líquenes “y
completamente diferentes de las primeras, y yo, con sumo gusto, las utilizaré
para la ciencia” (Arechavaleta & Müller, 1894, p. 174). El editor hizo un
llamado a los lectores a enviar datos y ejemplares de nuevas especies de la
flora que consideraran relevantes para incorporarlas al acervo del Museo y
estudiarlas detenidamente con el propósito de añadirlas al sistema taxonómico
mundial.
Otro ejemplo de la
traducción para AMNM es la síntesis
del tercer volumen de Revisio generum
plantarum (1891-1898) del naturalista alemán Otto Kuntze intitulada
“Enumeración de las plantas que recogió el Dr... en
esta República” (1899). Arechavaleta indicó que el escrito presentaba interés
para la ciencia nacional por lo que tradujo lo referente a las plantas
indígenas y así “evitar a otros el enojoso trabajo de compulsar obras
voluminosas en busca de unas cuantas especies diseminadas entre mil procedentes
de distintas nacionalidades” (Kuntze, 1899, p. 259). AMNM, como otras revistas latinoamericanas, incluyó traducciones
del interés de los científicos locales para introducir literatura especializada
producida en Europa y Estados Unidos que complementaban su propia práctica
científica. Además, refleja que Arechavaleta era conocedor de los estudios
científicos sobre la naturaleza uruguaya realizados en el extranjero.
La traducción
evidencia que Kuntze (1899) recolectó varios especímenes en su viaje de
exploración botánica por Bolivia, Argentina, Paraguay, Brasil y en particular
en las orillas del río Santa Lucía y la Sierra de Solís del Uruguay (p. 259).
El naturalista alemán determinó en su libro 136 especies uruguayas, de las
cuales seis eran nuevas. Los naturalistas locales no eran los únicos que
exploraban el país, pues en distintos años hubo exploradores de Europa que
recorrían varios países con el propósito de colectar in situ los ejemplares y no depender del envío de sus colegas
americanos.
José Arechavaleta
(1899) en la primera parte de “Contribución al conocimiento de la Flora
Uruguaya”[16]
indicó que daba inicio a una serie de escritos sobre plantas “nuevas o poco
conocidas” conservadas en el herbario del Museo Nacional (p. 273). Acerca de
las dicotiledóneas, el autor escribió que hasta entonces “ninguna samidácea de
estas regiones uruguayas era conocida” hasta que en 1898 llevó a cabo una excursión
a la Cuchilla Negra en el Departamento de Rivera en que colectó dos especies
del género Banara, a las que “podemos
agregar otra, que desde largo tiempo, conservábamos
sin determinar en nuestro herbario particular” (Arechavaleta, 1899, p. 273).
Por la novedad de las tres especies de samidáceas, el autor las incluyó en el
escrito. La revista fue el medio público en que Arechavaleta circulaba entre
sus colegas los resultados de las excursiones y mostraba cómo colaboraba a
enriquecer el inventario de la flora nacional. También se aprecia que
Arechavaleta en sus excursiones colectaba ejemplares tanto para el Museo como
para su colección personal, así como los resultados de ambos acervos
contribuyeron a elaborar estudios pormenorizados de las nuevas especies.
Arechavaleta
(1903c) en la segunda parte de “Contribución al conocimiento de la Flora
Uruguaya” mencionó que Mariano B. Berro había realizado excursiones en los
campos altos de Vera, en donde había colectado durante la primavera una pequeña
crucífera que “representa un género más en nuestra flora” (p. 2). Esta especie
era semejante a otra colectada en la Sierra de la Ventana por el doctor Carlos
Spegazzini, aunque se diferenciaba por la presencia de pelos ramificados,
silicuas oblongas anchas, no elípticas y estrechas como en la Draba australis (Arechavaleta, 1903c, p.
2). Esta mención evidencia a otros dos naturalistas que efectuaban excursiones
en el Uruguay y estuvieron vinculados con el Museo al intercambiar especímenes
e información botánica, así como fueron autores en la revista.
En 1903 se tradujo
del naturalista francés Joseph-Ernest Gibert el escrito “Flora Uruguaya. Nómina
Vernacularia” a partir del libro Enumaeratio
plantarum sponte nascentium agro Montevidensi cum synonimis selectis
(1873). El libro se compone de una lista alfabética de nombres científicos de
plantas uruguayas recogidas por el científico galo. Arechavaleta agregó al
escrito original el nombre vulgar en los casos en que hacía falta en la obra
original con el objetivo de dar a conocer a los lectores los nombres populares
de “los vegetales que viven en la República” y como material de complemento
taxonómico para cualquier naturalista uruguayo que se propusiera publicar “un
trabajo completo sobre semejante materia” (Gibert, 1903, p. 132). Arechavaleta
intervino en varias ocasiones textos de autores extranjeros en otras lenguas
para promover su lectura entre el grupo de naturalistas vinculados al Museo. El
editor no se limitó a la traducción o el resumen en AMNM, pues en la coproducción añadió datos novedosos o corrigió la
información original que consideró equivocada.
El director del Museo
indicó que Gibert se había nutrido de los especímenes colectados por Federico
Balparda (1839-¿?),[17]
un aficionado a la botánica que había formado un herbario premiado en la
Exposición de Santiago de Chile y después la había regalado al Ateneo de
Montevideo; el señor Silva, un farmacéutico que recolectaba plantas medicinales
en los alrededores de Montevideo; y el general José María Reyes, autor de Descripción geográfica del territorio de la
República O. del Uruguay (1859), naturalistas “apreciados en esta sociedad
montevideana” (Gibert, 1903, p. 133). La mención de los colectores muestra la
diversidad del grupo de naturalistas uruguayos (militares, sacerdotes,
profesionistas, propietarios rurales, burócratas, entre otros), quienes
formaban colecciones privadas, donaban ejemplares al Museo e intercambiaban
especímenes e información entre sí y con científicos del Viejo Mundo. Estos
aprovechaban la información remitida por los uruguayos para publicar sus obras
y en ocasiones mencionaban a los colectores locales. Arechavaleta expuso cómo AMNM fue un recurso para el acopio de
información proveniente del extranjero y de interés nacional a partir de la
traducción y elaboración de resúmenes de los escritos originales.
En el mismo año se
publicó “Citharexylum barbinerve
Cham. y Schecht. Tendencia hacia la unisexualidad de sus flores” de
Arechavaleta. El escrito abordó a una especie de verbenacea indígena, conocida
con el nombre popular de taruman. El autor indicó que en diferentes
“herborizaciones por la campiña” había observado ejemplares completamente
desarrollados a manera de árboles con frutos y sin frutos, lo que manifestaba
la bisexualidad, “fenómeno, si así puede llamarse, atrajo nuestra atención y
nos propusimos averiguar sus causas” (Arechavaleta, 1903b, p. 150). En las
excursiones, Arechavaeta observaba las distintas fases del desarrollo de las
especies nativas, las que en ocasiones originaban una investigación particular.
Al respecto, Arechavaleta expresó que
en un cultivo de este árbol, hecho por
nuestro amigo y compañero de excursiones botánicas, el señor Cantera, constando
de un cierto número de ejemplares bien desarrollados, observamos que los unos
daban fruto y los otros no, y eso aunque todos se
cubrían de flores, eran de la misma generación y se encontraban a cortas
distancias. Señalados intencionalmente, averiguamos que se condujeron de igual
manera durante dos estaciones consecutivas. Nos encontrábamos, pues, en
presencia de un hecho constante. El examen de las flores reveló su verdadera
causa, como se verá en la exposición que juzgamos necesaria para la
averiguación de este caso, a nuestro juicio, más frecuente de lo que puede
creerse, en muchas especies fanerógamas bisexuadas, y que constituye, un paso
más adelantado hacia la unisexualidad o separación de sexos, que el alcanzado
por la dicogamia o sea la no simultaneidad de desenvolvimiento de estambres y
pistilos en una misma flor, aun cuando sea lo mismo para conseguir el
cruzamiento a que tiende la vida vegetal (Arechavaleta, 1903b, p. 150).
La práctica de la
observación de los ejemplares por un largo tiempo en su ambiente fue una
estrategia para investigar la flora uruguaya. Esto evidencia que Arechavaleta y
sus acompañantes exploraban tanto localidades nuevas como conocidas en
distintos momentos del año. La observación general de un árbol o una hierba se
complementaba con la observación minuciosa como el caso de las flores de la verbena,
la que tal vez se realizó in situ con
una lupa o tal vez al microscopio en el Museo. Ambos tipos de observaciones
permitieron a Arechavaleta analizar la posible transición de la bisexualidad a
la unisexualidad en Citharexylum
barbinerve. La mención al señor Cantera, otro colector, revela que en torno
al Museo hubo diversos individuos interesados en la botánica hasta ahora
desconocidos en la historiografía de la ciencia uruguaya.
En la segunda serie
de los AMNM se publicó “Apuntes
botánicos” (1925a) fechado en 1905, de la autoría de Arechavaleta en que expuso
cómo había colectado una nueva especie del género Clematis en una excursión por las serranías de Puntas de Pan de
Azúcar. La especie habitaba la zona de peñascos y arroyos, “al examinarla llamó
nuestra atención hasta el punto de pensar en nueva especie. En tal creencia
arrancamos varios trozos, de los cuales tuvimos la suerte de ver retoñar dos en
la primavera siguiente” en las inmediaciones del Museo que resultaron del sexo
masculino (Arechavaleta, 1925a, p. 18). En las excursiones no sólo se acopiaban
muestras inertes de diferentes plantas para conformar el herbario, sino que en
ocasiones fue posible reproducir algunas especies en una pequeña área arbolada
del Museo en la cual fructificaron varias plantas para después efectuar su
examen taxonómico de gabinete.
Otro
escrito póstumo de Arechavaleta publicado en 1925 versa sobre el estudio de
nuevas especies de cactáceas, con fecha de 1905. Esta vez se trata de Opuntia monacantha, incluida en el segundo
tomo de Flora Uruguaya (1903-1905),
en cuya descripción original se consideró que carecía de aguijones a partir de
una muestra procedente de Tacuarembó y se incluyó un grabado fotográfico
(Arechavaleta, 1925c, p. 41). Tiempo después, el autor continuó estudiando
nuevos ejemplares colectados e incluso “pudimos observarlas en su medio
natural, de una manera completa, es decir, siguiendo su desarrollo hasta la
maduración de sus frutos. De este examen adquirimos la certeza que se trata de
dos especies bien distintas” (Arechavaleta, 1925c, p. 41). Una especie
correspondía a la lámina incluida en Flora
Uruguaya y otra era la observada in
situ, y ambas diferían del O.
monacantha “según lo pudimos comprobar por comparación de ejemplares vivos”
(Arechavaleta, 1925c, p. 42). Las excursiones fueron una práctica científica
indispensable a la hora de comparar las muestras del herbario con los
especímenes vivos en cuanto a su anatomía, color, textura y tamaño, elementos
que a Arechavaleta permitieron reflexionar sobre su estudio taxonómico inicial
para luego cambiarlo hacia la determinación de tres especies. Las excursiones
constituyeron la vía en que los naturalistas uruguayos, como Arechavaleta,
contrastaban y corregían los estudios anteriores de su propia autoría y otros
científicos para ampliar el inventario de la flora del país, mientras que AMNM fue el medio para comunicar los
resultados. La experiencia en el medio en que crecían las especies uruguayas
hizo posible que los naturalistas estuvieran atentos a los cambios en el
desarrollo de algunas plantas y a partir de ello generar preguntas de
investigación, cuyas respuestas publicaron en AMNM.
La
práctica científica en el trabajo de gabinete
El trabajo al
interior del Museo con los especímenes después de colectados en las excursiones
fue llevado a cabo con fines de determinación taxonómica y descripción
anatómica, así como ampliar el inventario de la naturaleza uruguaya y nutrir la
exhibición de ésta. Los escritos que hacen referencia al trabajo de gabinete
fueron publicados por Arechavaleta.
En “Contribución al
conocimiento de los líquenes...”, Arechavaleta (1894) resumió la serie de
cartas intercambiadas con el Dr. Müller de Ginebra que acompañaron el envío de
43 líquenes, de los cuales, diez eran especies nuevas. El profesor suizo estaba
satisfecho de incorporar nuevos ejemplares a su colección privada de tipos y
lamentó que las muestras de algunos líquenes se hubieran maltratado en el trayecto
de Montevideo a Ginebra, por lo cual “he notado trazas de otras especies, que
no he podido estudiar, por falta de material suficiente, sucede a veces, que es
preciso sacrificar varios frutos para hallar esporos en buen estado, de manera
que no es posible hacer el examen completo” (Arechavaleta & Müller, 1894,
p. 174). El intercambio de especímenes entre ambos naturalistas resultó fecundo
en la determinación de nuevas especies, aunque la fragilidad de los líquenes en
el trayecto en barco y ferrocarril entre ambas ciudades implicó la pérdida de
cierto material botánico.
En la última carta,
Müller solicitó a Arechavaleta “recibir muestras más complejas, de las especies
representadas por pequeños fragmentos” con el propósito de concluir el estudio
de los líquenes dañados (Arechavaleta & Müller, 1894, p. 174). La
coproducción de conocimiento botánico se produjo en el trabajo de gabinete en
Ginebra, aunque no es claro si en una institución suiza o en casa de Müller, y
posteriormente en el Museo montevideano se efectuó la tarea de incluir las
muestras duplicadas en el herbario nacional y las vitrinas de exhibición
pública.
José Arechavaleta
(1899) en “Contribución al conocimiento de la Flora Uruguaya” incluyó el
apartado “Una planta nueva de la flora uruguaya” relativa a la experiencia del
botánico Carlos Spegazzini, quien el 17 de mayo de 1898 había recibido de parte
de Arechavaleta un “paquetito de plantas uruguayas” para que efectuara la
determinación taxonómica mediante la comparación con el material de su herbario
personal “a causa de que los ejemplares recogidos eran incompletos, careciendo
en su mayoría de flores y frutos” (1899, p. 273). Spegazzini radicaba en La
Plata, Argentina, en donde poseía una amplia colección botánica con la cual
intercambiaba ejemplares con distintos naturalistas del mundo. El director del
Museo aprovechó su cercanía con el botánico italiano para que colaborara en la
clasificación taxonómica de algunos especímenes.
A Spegazzini le llamó
la atención una rama recolectada en los montes de la sierra de Pan de Azúcar,
cuyas hojas enteras y apergaminadas llevaban al pie un par de enormes
estípulas, dándole un aspecto semejante al de una Bixacea. Como la primera muestra estaba incompleta, el botánico
italiano solicitó a Arechavaleta nuevos ejemplares “más completos y
desarrollados” (Arechavaleta, 1899, p. 274). El 14 septiembre, Arechavaleta
envió a Spegazzini nuevas muestras en plena floración. El estudio de las flores
reveló al botánico de La Plata que se trataba de un género nuevo de samidácea,
pues las características anatómicas de la planta no eran semejantes a los
géneros clasificados en los tres volúmenes de Genera Plantarum ad exemplaria imprimis in herbariis Kewensibus
(1862-1883) de George Bentham y Joseph Dalton Hooker. Spegazzini solicitó a
Arechavaleta que obtuviera frutos de la planta para “estar más seguro de la
determinación y en tal caso poder dar una descripción completa del nuevo
representante de la flora de la Banda Oriental” (Arechavaleta, 1899, p. 274).
La práctica de gabinete requería del estudio profundo de las inflorescencias y
frutos de las especies fanerógamas para determinar su ubicación en la
taxonomía, sobre todo si se sospechaba que era una nueva especie, lo que en
ocasiones requería de colectar muestras en distintas épocas del año a partir
del reconocimiento del ciclo vital de la especie. La determinación de las
nuevas especies requirió de la práctica de colecta de Arechavaleta sumada a la
práctica de gabinete de Spegazzini.
El 26 de noviembre,
Arechavaleta remitió a La Plata el fruto “de la interesante samidácea”
colectada en una de sus excursiones por uno de sus acompañantes, del cual no se
dejó constancia del nombre. Spegazzini señaló que el estudio:
de todo este material me confirmó en mi
opinión primitiva y hoy estoy plenamente convencido que se trata de un género y
especie nueva de la familia de las Samidáceas, género y especie perfectamente
caracterizados, que me permito publicar en esta corta relación, tomándome la
libertad de dedicar dicho género a su sabio e infatigable descubridor, como
testimonio de gratitud y cariño amistoso para con él (Arechavaleta, 1899, p.
276).
Arechavaleta expuso
en la correspondencia resumida en su escrito el complejo proceso de
determinación taxonómica de un nuevo género y nueva especie del Uruguay que
iniciaba con la colecta en una localidad, continuaba con el examen
pormenorizado de su anatomía y concluía con la ubicación de la novedad en la
clasificación botánica. Un proceso que involucraba a varios especialistas
inmersos en una red amplia de coproducción de conocimiento científico, tanto
colectores anónimos como destacados naturalistas.
El director del Museo
al inicio de “Flora Uruguaya. Enumeración...” indicó que el primer volumen de
su magna obra presentaba alrededor de 435 especies vegetales, 150 géneros y 38
órdenes, de las cuales “todas, menos una que otra, figuran en el herbario del
Museo Nacional” (Arechavaleta, 1901, pp. VII-XIII). En el herbario se
resguardaban libros a manera de álbum, en que cada hoja de papel fuerte,
protegida por otra de papel secante, contenía una muestra de cada especie,
“sujeta sólidamente con alfileres o con tiras engomadas, de tal manera que
pueden ser examinadas cómodamente, una por una, como si fueran estampas
impresas”, acompañadas de una etiqueta con datos sobre el nombre de cada
especie, la localidad de colecta y la época de su floración (Arechavaleta,
1901, pp. VII-XIII). Esta mención es un atisbo al proceso de conformación de
los álbumes botánicos para el resguardo de los especímenes y el amplio trabajo
botánico que llevaron a cabo Arechavaleta y otros botánicos del país al
interior del Museo.
Arechavaleta en “Nueva contribución al conocimiento de la flora
del Uruguay” (1925), texto fechado en 1904, explicó
que había avanzado en el “arreglo y clasificación de las plantas” del herbario
del Museo, gracias a las excursiones de varios uruguayos que “nos
proporcionaron varias plantas interesantes, nuevas las unas, y las otras no
halladas hasta hoy en esta República” (Arechavaleta, 1925d, p. 1). En el orden
de las Compuestas, presentó ocho nuevas especies,
acompañadas por grabados fotográficos. Dos de ellas fueron determinadas
por el profesor Ignacio Urban del Museo de Historia Natural de Berlín,
encargado de elaborar la Flora
Brasiliensis, a quien había remitido numerosos ejemplares en varias
ocasiones (Arechavaleta, 1925d, p. 2). Arechavaleta (1925d) también indicó que
hizo otro envío a Berlín para el profesor Georg Hieronymus (1845-1921),[18]
quien detectó tres especies nuevas, “que bautizó con nombres propios, y era un
experto en la flora sudamericana” (p. 2). Las redes de colaboración de
Arechavaleta fueron amplias con sus colegas en el Viejo Continente, quienes lo
auxiliaron en la clasificación científica de varias especies, así como a incorporar
la flora uruguaya en los círculos académicos europeos.
En “Apuntes
botánicos” (1925), el director describió al lector varias especies desconocidas
del herbario como parte de los resultados taxonómicos para complementar el
orden de las Ranunculáceas de Flora
Uruguaya, por lo que presentó
cinco especies más con algunas
variedades no conocidas. El ilustrado doctor C. Spegazzini en su reciente
trabajo Flora de la provincia de Buenos Aires [1905], enumera y descubre doce,
de las cuales resultan cuatro exóticas, si se incluye el Delphinium ajaci, no
hallado por él, pero que señaló el doctor C. Berg en la Enumeración de plantas
europeas que publicó el año 1877. De las ocho que restan, seis viven aquí
igualmente, solo dos, a saber: R. bulbos y R. cimbalaria no se encuentran entre
nosotros. En cambio, poseemos cuatro nuevas, propias de nuestra flora con las
variedades interesantes de Anemone decapetala. Comenzaremos por el género
Clematis como corresponde, del que contábamos con dos únicas especies
(Arechavaleta, 1925a, p. 17).
El trabajo de
gabinete que efectuó Arechavaleta estuvo apoyado con bibliografía especializada
de naturalistas con los que había trabajado antes, gracias a lo cual
complementó el inventario del Museo y Flora
Uruguaya. Entre los especialistas de la flora sudamericana de ambos
continentes es claro el vínculo de coproducción de conocimiento botánico de
Arechavaleta con Berg, Kuntz, Spegazzini y Müller, relación intelectual
expuesta en AMNM.
En cuanto al trabajo
taxonómico, tres escritos muestran la publicación de nuevas especies de la
flora uruguaya. En primer lugar, se tradujo un texto del capitán Baker
intitulado “Monocotiledóneas nuevas del Uruguay” (1899), publicado
originalmente en Bulletin of
Miscellaneous Information, revista de los Reales Jardines Botánicos de Kew,
Gran Bretaña, en el número 147 de septiembre 1898. La traducción dio a conocer
cinco especies nuevas, una de ellas Zephyranthes
longipes, crecía en las orillas arenosas del Río Santa Lucía, Uruguay, y
florecía en diciembre (Baker, 1899, p. 287). Este es un ejemplo de las
descripciones anatómicas publicadas en el extranjero bajo un lenguaje
especializado sobre cada parte de la planta.
El segundo ejemplo es
la traducción “Géneros Gynerium y Cortaderia” (1899) de Édouard-François André,
escrito original del número de febrero de la Revue Horticole, órgano de la Société Nationale d'Horticulture de
France. André abordó el género Gynerium
con motivo de la reforma taxonómica efectuada por el botánico austriaco Otto
Stapf (1857-1933) en el segundo volumen de Gardeners
Chronicle de 1897. Arechavaleta tradujo el texto porque en dicho género “se
encuentra una planta tan conocida entre nosotros como el Gynerium argenteum (paja brava), parécenos oportuno traducir el
trabajo del señor André, para dar a conocer el nuevo nombre que le impone el
señor Stapf” (André, 1899, p. 198). AMNM
dio cabida a las traducciones de textos extranjeros que atraerían la atención
de los naturalistas uruguayos y tal vez de otras naciones sudamericanas que
compartían especies vegetales. En el Uruguay se incorporaron estudios europeos
que complementaron la coproducción sobre la naturaleza por parte de los
científicos locales.
Stapf propuso la
creación del género Cortaderia a
partir de la revisión pormenorizada del género Gynerium, porque halló diferencias entre G. saccharoides, “especie sobre la cual fundaron el género Humboldt
y Bonpland,” y G. argenteum de
Theodor Nees. El botánico austriaco redujo las especies del género Gynerium a solo G. saccharoides, mientras que el resto de especies conformaría el
nuevo género Cortaderia “(nombre
local que hace alusión a las hojas cortantes de estas plantas) a cuya cabeza se
halla” el antiguo G. argenteum (paja
brava) (André, 1899, p. 198). El nuevo género en cuestión se hallaría
constituído por las especies Cortaderia
argentea, “habita el Paraguay, Uruguay, República Argentina y Brasil”, C. araucana, C. speciosa, C. rudiuscula
y C. quila (André, 1899, p. 199).
Arechavaleta al final de la traducción agregó que había detectado una tercer especie en el campo uruguayo, conocida popularmente
como paja brava crespa, a la que otorgó el nombre G. parviflorum, semejante a unos especímenes “que vi en el Herbario
de Berlín y que pertenece” al G.
saccharoides (André, 1899, p. 199). Arechavaleta complementó la traducción
a partir de su experiencia en el campo y contrastar la práctica de gabinete del
Museo berlinés, con los ejemplares del Museo uruguayo.
El
tercer ejemplo es “Vegetación uruguaya. Varias especies nuevas” de Arechavaleta
y Guillermo Herter, escrito fechado en 1911 y publicado 1925 sobre la
descripción de Spigelia intermedia,
la cual crecía en parajes húmedos a las orillas de los pantanos y ríos
(Arechavaleta & Herter, 1925, p. 60). Ambos naturalistas aportaron la descripción
científica de más de cuarenta especies nuevas a la usanza de la taxonomía de
inicios del siglo XX.
La
práctica experimental
La práctica de
gabinete en ocasiones estuvo acompañada de la práctica experimental en
laboratorios de otras instituciones uruguayas con las que colaboraban los
naturalistas del Museo, así como los laboratorios personales que algunos
científicos tenían en sus casas o en las boticas. Un primer ejemplo es “Las gramíneas uruguayas” de Arechavaleta (1894a), en que
señaló que todo botánico debía reconocer que cada localidad del mundo estaba constituido por un tipo particular de suelo en función de su
composición química y rocosa, por lo que no todos eran adecuados “a la primera
semilla que deseamos sembrar” (p. 29). El autor recomendó que el botánico y los
productores agropecuarios se familiarizaran con algunos experimentos generales
para determinar la composición química del suelo en relación con los elementos
químicos presentes en cada especie vegetal y, por tanto, relacionados con su
utilidad terapéutica, alimenticia, forrajera, textil, tintórea, entre otras.
El director del Museo indicó que después de algunos análisis
químicos, determinó que el suelo uruguayo se caracterizaba por contener ácido
fosfórico, cal, magnesia y sales de potasio. Esta composición química era
propicia para las gramíneas, “base principal de los ricos pastos que nutren y
engordan a los animales domésticos que lo pueblan, fuente primera de su
prosperidad y riqueza” (Arechavaleta, 1894a, p. 30). Las gramíneas eran el
cimiento de la producción agrícola, ganadera y peletera del país, así como el
elemento que promovía el comercio con Europa occidental, por lo que su estudio
científico resultaba de la mayor importancia para el gobierno, la sociedad y
los naturalistas.
En 1903, José
Arechavaleta publicó una carta dirigida a Carlos Regúnaga, jefe del Laboratorio
Municipal de Química, fechada el 21 de julio de 1897. La comunicación tuvo como
propósito remitir algunas gramíneas descritas en la Agrostología Uruguaya para conocer su
composición y valor alimenticio como elemento forrajero, pues era un estudio
“útil a los intereses generales del Estado todo lo que tenga relación con los
progresos agronómicos” (Arechavaleta, 1903a, p. 103). En esta carta,
Arechavaleta continuó su proyecto de efectuar análisis químicos de diferentes
especies uruguayas para comprobar su valor como materia prima para diferentes
actividades económicas. Como el Museo carecía de un laboratorio especializado,
solicitó apoyo a otra institución del país y a un científico con quien mantenía
buenas relaciones académicas y personales.
Carlos Regúnaga
elaboró el escrito “Gramíneas uruguayas. Tercera parte. Agrostología aplicada”
(1903) como respuesta a la petición de Arechavaleta, el cual incluyó un apartado
sobre los análisis químicos de algunas gramíneas, con énfasis en las especies
útiles para la formación de prados destinados a apacentar ganado y cultivos de
consumo humano. Regúnaga (1903) explicó que los resultados de los estudios
botánicos en ocasiones requerían de efectuar experimentación, práctica
entendida como el “estudio detenido que conduce al conocimiento perfecto de las
condiciones propias de cada especie” (p. 101). El autor presentó el análisis
químico de las gramíneas forrajeras “encontradas en los parajes visitados.
Poseemos otras recogidas después con el propósito de analizarlas también, a fin
de contar con el mayor número posible, para llegar a conocer las más
importantes como elemento forrajero” (Regúnaga, 1903, p. 102). El escrito de Regúnaga
revela que el estudio de gabinete a partir de las especies colectadas se
prolongó hacia la experimentación para sancionar la utilidad de éstas, pues los
análisis químicos eran costosos y era inviable realizados con todos y cada uno
de los ejemplares del herbario del Museo.
Regúnaga (1903)
recomendó a Arechavaletta que seleccionara las leguminosas uruguayas más
destacadas a su juicio para que en el futuro se llevaran a cabo análisis
químicos con el objetivo de determinar la composición con la mayor cantidad de
“elementos azoados, que en la alimentación de los animales herbívoros juegan un
rol semejante al que desempeña la carne en la del hombre” (p. 102). Los
análisis químicos estuvieron orientados a sancionar la utilidad de ciertas
especies como base de las principales actividades económicas del país. El
vínculo entre el Laboratorio Municipal y el Museo hizo posible coproducir la
caracterización científica de algunas especies útiles y hacer públicos los
resultados en AMNM para que
estuvieran al alcance de los grupos económicos y políticos.
Arechavaleta (1925b)
en “Breves apuntes sobre algunas gramíneas de propiedades tóxicas para los
herbívoros”, texto escrito en 1905, incluyó un extracto sobre el informe
relativo a la vizcachera (Stipa
leptostachya), sometida al “método general de investigaciones para la
extracción de los alcaloides”, cuyo resultado fue la detección de una sustancia
tóxica atribuible a un glucoside análogo al ácido cianhídrico (p. 56). Dada la
toxicidad de la vizcachera para el ganado, el autor emprendió un análisis
químico para determinar el grado de afectación que podría producir en los
animales y hacer un llamado a los ganaderos para que eliminaran la planta de
sus propiedades rústicas.
Arechavalera (1925b)
concluyó su exposición sobre los resultados experimentales referentes a Stipa leptostachya con presuntas
propiedades tóxicas “impulsándonos a ponerlas en conocimiento de los lectores”
(p. 57). La revista del Museo cumplió la función de comunicar los resultados
científicos producidos por los naturalistas para beneficio de la sociedad, ya
fuera con fines económicos, comerciales, terapéuticos y de salud pública. El
autor explicó que había tenido noticia de un caso de los campos de Arazatí, en
que
un animal vacuno entraba a pacer en un
cierto radio, bien señalado por sus efectos, no tardaba en presentar señales de
envenenamiento: agitación, hinchazón y muerte breve. En presencia de estos
casos, frecuentemente repetidos, fuimos consultados sobre el particular y
examinamos varias plantas de aquel lugar (...) Aparte de este caso, tenemos
otros análogos, que nos indujeron a sospechar varias plantas, de cuyo examen
químico obtuvimos resultados negativos, igual al que nos dieron otros cinco o
seis análisis hechos más tarde con el mismo propósito. Para alcanzar la verdad
en estos asuntos de observación práctica, era preciso estar en otras
condiciones. Reducidos al examen de plantas que nos remitían por sospechosas,
se corría el riesgo de completa esterilidad, a no dar por casualidad con la especie
tóxica. Cosa distinta se obtendría si los que se dedican a la ganadería
poseyeran nociones sobre las plantas vulgares que tienen continuamente ante la
vista y supieran distinguir, cuando menos, una col de una lechuga, como
vulgarmente se dice. Pero no sucede así, desgraciadamente, de manera que no se
llegará al descubrimiento de esos vegetales nocivos si no muy tarde, o por mera
casualidad (Arechavaleta, 1925b, p. 47).
La cita indica cómo
Arechavaleta fue reconocido por los ganaderos como un especialista en botánica
que podría ayudarlos a resolver una problemática que enfrentaba este grupo
económico. La consulta por los ganaderos hizo que el director del Museo se
trasladara a Arazatí a observar y colectar diferentes plantas con el propósito
de someterlas al análisis químico en Montevideo. La práctica in situ fue complementada con la
práctica experimental para solucionar diferentes preguntas que afectaban a la
economía del país. La posterior remisión de ejemplares al Museo por parte de
los ganaderos indica el valor que este grupo económico tuvo hacia la
institución. Resalta el comentario del autor sobre la importancia de que la
población uruguaya estuviera instruida en cuestiones botánicas generales para
que fungieran como colectores de especímenes desconocidos para el Museo.
La
utilidad de la botánica
AMNM promovió en varios de sus escritos botánicos la utilidad de las
especies uruguayas en distintos rubros económicos y terapéuticos, ya fuera la
sanción académica de los usos populares de las especies o la recomendación de
usos desconocidos a partir del análisis químico. Un primer ejemplo se encuentra
en “Las gramíneas uruguayas” de José Arechavaleta (1894a) en que señaló que de todas las familias vegetales, las gramíneas
presentaban el mayor número de especies útiles al ser humano, por ejemplo, el
trigo, la cebada, el arroz, la caña de azúcar y el maíz (p. 29). No obstante,
la mayoría del aprovechamiento agrícola de dichas plantas en el Uruguay aún no
alcanzaba una modernización completa a pesar de las distintas políticas
públicas de los gobiernos y las acciones de las agrupaciones económicas. Para
el naturalista, el Uruguay debía modernizar su agricultura, pues los “pueblos
más prósperos” eran los que con mayor afán se dedicaban al cultivo de toda
clase de especies, como apreciaban los viajeros sudamericanos en Francia,
Bélgica y Alemania (Arechavaleta, 1894a, p. 29). Arechavaleta mostró al lector
el referente científico y económico de países de Europa occidental para
reproducir las experiencias exitosas en el campo uruguayo, pues la ciencia
había intensificado la producción agrícola en dichas naciones con amplia
repercusión económica.
Arechavaleta (1894a) centró sus estudios en las gramíneas por el
señalado predominio que presentaban sobre otras especies vegetales en el
Uruguay y por el papel que “desempeñan en su economía general, me propuse
dedicar preferente cuidado a fin de hacerlas conocer más tarde para que puedan
aprovecharse en la formación de prados” (p. 30). Aquí es explícito cómo la
práctica de Arechavaleta se orientó hacia la flora útil desde el conocimiento
científico, incluyendo dar a conocer sus resultados en la revista del Museo.
Para Arechavaleta, los forrajes eran
la base
de toda agricultura racional (...) si quieres trigo haz prados; o mejor, quien
posee pastos tiene pan. Por eso vemos que en los países más adelantados se
aumenta cada día la superficie territorial consagrada a los prados; y aunque la
índole de nuestro trabajo no nos permite tratar esta cuestión con la amplitud
que merece, no dejamos por eso de mencionar especialmente las gramíneas que a
nuestro juicio poseen mejores cualidades alimenticias, y una vez establecidos
los caracteres que las distinguen, señalaremos el terreno que más les conviene
y la época de su desarrollo. Si conseguimos dar a conocer las especies
forrajeras más importantes y útiles del Uruguay, habremos alcanzado el objeto
principal que nos propusimos al emprender este trabajo, en el que hemos
perseverado durante 30 largos años por inclinación natural y el amor que
profesamos a la ciencia (Arechavaleta, 1894a, pp. 30-31).
El naturalista deja ver que uno de los objetivos de su escrito
era convencer al lector de la importancia de ampliar los prados para el ganado,
uno de los rubros económicos en expansión en el país. Desde el ámbito de la
ciencia y del órgano público del Museo, Arechavaleta esgrimió argumentos para
ampliar la frontera agrícola en detrimento de la vegetación “inutil”, la cual
era de interés científico para el inventario de la flora nacional, pero carecía
de valor económico. El director del Museo deja ver que las características de
la especie de gramínea por sí misma no ayudaba al agricultor para aprovechar al
máximo el rendimiento del cultivo, se requería de los conocimientos
edafológicos y reconocer las fases de su desarrollo biológico. El autor hizo un
llamado a los naturalistas del país para que “aquellos que posean algún
conocimiento de esta familia de plantas, sabedores de la dificultad que
presenta por la uniformidad de sus órganos vegetativos” comunicaran sus
conocimientos (Arechavaleta, 1894a, p. 31).
La ciencia requería de compartir los resultados entre otros individuos para
alcanzar el bien común. Arechavaleta en varios
escritos concluyó con un apartado sobre la importancia de difundir las especies
útiles entre el público, una tarea científica que abarcó gran parte de su vida.
En 1899, Mariano B.
Berro en “La vegetación uruguaya. Plantas que se hacen distinguir por alguna
propiedad útil o perjudicial” señaló que daba a conocer su estudio por el
“servicio que puede prestar la publicidad” de la flora nacional a partir de
descripciones de “interesantes vegetales que viven en nuestros campos, montes y
aguas” (Berro, 1899, p. 93). El autor también se propuso “aumentar entre mis
compatriotas la afición a los estudios botánicos tan útiles como agradables”
(Berro, 1899, p. 93). De nuevo se aprecia el propósito de los naturalistas
vinculados con el Museo de comunicar sus resultados científicos sobre la flora
uruguaya útil al país con el público, ya fueran otros naturalistas o los grupos
económicos y políticos. De igual manera, Berro mostró el propósito de que otros
connacionales se sumaran a la práctica botánica porque era una disciplina
sencilla para iniciarse como aficionado y útil al individuo y la sociedad.
Acerca de las
especies vinculadas con el rubro ganadero, el autor abarcó algunos hongos, como
Puccinia graminis, conocida como
polvillo, el cual crecía sobre las plantas de trigo bajo la forma de un polvo
rojizo en octubre y noviembre. Berro (1899) incluyó su descripción para alertar
a los dueños de ganado acerca de que si las vacas comían forraje conteniendo
polvillo en ocasiones sufría daño en la salud (p. 95). Otra especie fue Cyperus riflexus o negrillo, especie que
convivía con las gramíneas por lo que eran pacidas por los ganados, “ayudando a
su alimentación aunque son mucho más pobres en
principios nutritivos” (Berro, 1899, p. 106). Sobre el Equisetum ramosissimum o cola de caballo, Berro (1899) indicó que
el ganado vacuno, cuando pacía esta planta, lo dañaba, causándole diarrea
sanguinolienta, incluso “casos de aborto y enflaquecimiento” (p. 98). Un
aspecto útil de AMNM fue exponer
advertencias sobre las implicaciones nocivas o positivas de su ingesta por el
ganado y así alertar a los ganaderos de la presencia de algunos hongos o
helechos en sus propiedades rústicas.
Las plantas de
utilidad para las actividades artesanales que Berro (1899) resaltó fueron Bovista sp. o esponja, abundante en los
campos, al madurar por su textura se parecía a las esponjas de mar, se usaba
para mechas de candiles; Tillansia
usneoides o barbas del monte, planta epífita que servía para rellenar
pieles de animales, colchones y almohadas, así como para envolver objetos
frágiles en los transportes; y Tillancia
macrocnemis, de cuyas hojas se extraía una fibra textil para jarciería (pp.
97-101). El autor dejó constancia del uso económico de algunas especies para
distintos rubros artesanales de consumo popular que requería de mayor estudio
científico para incorporarlas como materias primas a la industria.
“Flora Uruguaya”
(1905a) también destacó algunas especies medicinales. Arechavaleta mencionó Hamamelis virginica y Heuchera americana por su valor
astringente para gargarismos y lociones; las grosellas Saxifraga crassifolia y Hydrangea
Thunbergii, usadas para infusiones; y del Liquidamar styracifolia se obtenía un bálsamo para los boticarios
(Arechavaleta, 1905a, p. XXXVIII). La búsqueda de plantas terapéuticas, ya
fueran de uso popular o de recién hallazgo, fue constante en los escritos de AMNM dentro de la dinámica naturalista
de la época.
En un sentido
similar, José Arechavaleta (1906) en la continuación de “Flora Uruguaya” señaló
nuevas especies que presentaban aplicaciones terapéuticas, por ejemplo, Eupatorium triplinerve, útil en
infusiones digestivas y E. perfoliatum
era diurético, sudorífico y emético. También se reconocieron las propiedades
terapéuticas de Mikania scandens o
guaco “abundante en nuestros campos y selvas”; Ageratum conyzoides “originario de esta región” se usaba como
febrífugo y para el tratamiento de pneumatosis del tubo digestivo; y Buccharis ochracea, B. articulata y B. genistelloides, conocidos como
carqueja, se usaban en los pueblos como infusión para combatir indigestiones
(Arechavaleta, 1906, p. 1). El director del Museo expuso en sus escritos información
sobre los usos populares de varias plantas, las creencias sobre sus efectos y
recomendó que la sanción científica las comprobara o refutara. Los
naturalistas, igual que los médicos y farmacéuticos, aprovechaban el
conocimiento popular sobre la flora para llevar a cabo sus propias
investigaciones bajo la metodología positiva.
Conclusiones
El Museo antes de
1890 tuvo una vida institucional complicada por el contexto político, social y
económico del Uruguay. A partir de la presidencia de Herrea y Obes, el Museo
contó con recursos gubernamentales para emprender su modernización con el apoyo
de la comunidad de naturalistas del país, que si bien
era reducida, llevó a cabo varios proyectos científicos en su interior. Los
naturalistas uruguayos encontraron en el Museo un espacio para la investigación
científica a la altura de otros países europeos y americanos, así como dieron a
conocer sus resultados científicos en AMNM,
revista similar a los órganos impresos de los museos del mundo.
La revista fue un
espacio académico que formalizó las redes intelectuales de los naturalistas
uruguayos con sus pares en Europa y América al presentar traducciones y
correspondencia de utilidad para los lectores en relación con la flora del
país. Estos vínculos databan de tiempo atrás entre los naturalistas de ambos
continentes, pero el Museo hizo posible formalizarlas mediante la modernización
de la institución museística uruguaya.
La coproducción de
conocimiento botánico por parte de los naturalistas radicados en el Uruguay y
el extranjero en la investigación de la naturaleza nacional es palpable en AMNM, ya fuera en las traducciones de
escritos que aportaban información sobre las especies uruguayas o en los
escritos producidos en coautoría por Arechavaleta con Müller, Herter y
Spegazzini, como resultado de la circulación de los especímenes entre ambos
continentes.
Como parte de la
coproducción de conocimiento, AMNM
también evidencia el constante envío de ejemplares entre los naturalistas del
Museo y sus colegas con el propósito de dar a conocer los ejemplares colectados
e intercambiar opiniones especializadas para ampliar el inventario de las
especies uruguayas y su utilidad económica. Los ejemplares nacionales
circularon por varios países, cuestión que será posible profundizar con fuentes
de archivo cuando sea posible consultarlas.
Las excursiones
fueron el principal medio de acopio de ejemplares de la flora uruguaya para el
Museo, los botánicos residentes en el país y los naturalistas extranjeros de
Europa y Argentina. La práctica de la colecta in situ descrita en AMNM
ejemplifica las actividades del grupo de naturalistas vinculados con el Museo
como parte de la institución o aficionados que salían a recorrer el país. Estos
naturalistas uruguayos observaban, colectaban y herborizaban en cada excursión,
para luego analizar los ejemplares en la práctica de gabinete para acrecentar
el acervo del Museo o una colección privada.
La práctica de
gabinete de los autores analizados en esta investigación tuvo como base el
estudio anatómico de los ejemplares, la clasificación y determinación
taxonómica, la inclusión de los ejemplares en el catálogo del Museo y de otras
instancias extranjeras, el resguardo y en ocasiones exhibición para el público,
y la escritura y publicación de escritos científicos en AMNM. Arechavaleta, André, Regúnaga, Gibert y Berro se interesaron
en sumar sus estudios a la discusión botánica internacional a partir de AMNM, siguiendo los parámetros de la
escritura académica europea.
Algunos escritos
refieren la práctica de laboratorio en el estudio químico de ciertos ejemplares
con el propósito de determinar su utilidad terapéutica, alimenticia, tintórea,
etcétera, a partir de los vínculos entre el Museo y el Laboratorio Municipal,
pues fueron las instituciones en que laboraba la comunidad de naturalistas
uruguayos.
La mayoría de los
escritos botánicos de AMNM estuvieron
orientados en hacer pública la utilidad de las especies vegetales del país a
partir de la sanción científica, no sólo desde la perspectiva de la cultura
popular. En este sentido, los estudios botánicos abordaron tanto las especies
alimenticias, terapéuticas, industriales, artesanales, comerciales y forrajeras
como las especies nocivas, plagas y dañinas al ganado. Se trata de una perspectiva
utilitaria de la botánica, en que los naturalistas de AMNM no sólo efectuaron estudios meramente taxonómicos, sino que en
todo momento buscaron la utilidad de cada especie para comunicarla al público,
ya fueran otros naturalistas del Uruguay y el extranjero, ganaderos,
terratenientes, industriales, médicos, boticarios y políticos.
La revista hizo
posible que el Museo ganara una paulatina legitimidad académica al interior de
la comunidad científica uruguaya al agrupar a los naturalistas del país, así
como visibilizar a la institución y a la comunidad en el extranjero, sobre todo
con los científicos de Europa y Argentina, con quienes se estableció un diálogo
académico, gracias a la correspondencia institucional, el canje de ejemplares
de la revista y los viajeros que recorrían el país. Al mismo tiempo, también se
construyó una legitimidad política con los gobernantes en turno y las élites
económicas mediante los resultados de investigación botánica orientados a
contribuir a la modernización de la agricultura, la silvicultura y la ganadería
a partir de la sanción de la utilidad de las especies vegetales, ya fuera de
larga tradición o desconocidas en sus aspectos económicos.
AMNM
presenta otros temas científicos sobre la fauna uruguaya, los recursos
minerales, la composición geológica del territorio y aspectos arqueológicos y
antropológicos. Estos temas tampoco han sido analizados dentro de la dinámica
científica de la revista ni del Museo. Por último, la fuente de archivo
relativa a las actividades editoriales de Arechavaleta y la correspondencia
institucional del Museo con los naturalistas extranjeros y nacionales
complementará esta investigación, una vez que la pandemia de la covid-19
permita la consulta del archivo.
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Recibido: 03 de Abril de
2021
Aceptado: 15 de Mayo de 2021
Versión
Final: 26 de Julio de 2021
[1]
La investigación abarca los cinco escritos póstumos de Arechavaleta fechados en
1904 y 1905 e incluidos en el volumen de 1925.
[2]
Radicó en Montevideo desde 1856. Fue profesor de la Facultad de Medicina de la
Universidad, director del Museo Nacional y fundador de la Sociedad “El
Microscopio”.
[3]
Jefe director del Laboratorio Municipal de Química.
[4]
Fue un político y naturalista uruguayo. Se desempeñó como diputado por el
Partido Nacional.
[5]
Botánico de origen alemán radicado en el Uruguay entre 1910 y 1940.
[6]
Abogado y naturalista francés. Radicó en Montevideo desde 1851.
[7]
Fue un farmacéutico y botánico alemán que recorrió varias partes del mundo con
el propósito de encontrar plantas útiles a la industria. Su obra se compone de
48,727 registros de nuevas especies.
[8]
Viajero que recorrió varios países sudamericanos con el propósito de colectar
especies de la flora.
[9]
Hasta ahora no ha sido posible identificar con certeza a este autor.
[10]
Naturalista italiano egresado de la Real Escuela de Viticultura y Enología en
Conegliano. Desde 1879 radicó en Sudamérica.
[11]
Sobre este naturalista sólo se ha detectado que radicó en Ginebra.
[12]
Los temas en relación con el número de escritos en AMNM son: botánica (27), zoología (11), institucional (3),
geografía (2), geología (1) y química (1).
[13]
Los escritos botánicos que no se analizan son seis porque presentan los mismos
temas de la muestra representativa. Édouard-François André, “Sobre nomenclatura
botánica hortícola” (1899), Otto Kuntze, “Géneros de plantas anteriores al año
1891, reformados legalmente según las reglas que sirvieron a Engler para las
familias” (1899), José Arechavaleta, “Notas sobre la obra de Pritzel: Thesaurus
Literaturae Botanicae” (1903), José Arechavaleta, “Otras noticias referentes a
Pritzel” (1903), Carlos Spegazzini, “Stipeae platenses” (1903) y José
Arechavaleta, “Flora Uruguaya” (1911). El único texto publicado en otra lengua,
en este caso latín, fue “Stipeae platenses” de Spegazzini.
[14]
El Museo uruguayo fue parte de la dinámica museística latinoamericana de
finales del siglo XIX, como se aprecia en los museos de Argentina, México,
Costa Rica, Brasil, Chile y Colombia, los cuales también publicaron impresos
científicos.
[15]
Arechavaleta falleció en 1912. En 1915, su herbario (7.000 plantas) y
biblioteca (1,500 volúmenes) fueron adquiridos por el gobierno por su
importancia científica (Mones, 2011, p. 12).
[16]
Los escritos hemerográficos se publicaron como libro bajo el nombre de Flora uruguaya; enumeración y descripción
breve de las plantas conocidas hasta hoy y de algunas nuevas que nacen
espontáneamente y viven en la República Uruguaya, tomo 1 (1898-1901), tomo
2 (1903-1905), tomo 3 (1906-1908) y tomo 4 (1909-1911).
[17]
Fue uno de los fundadores de la Asociación Rural de Uruguay en 1870 y promotor
de la enseñanza agrícola en el país.
[18]
Botánico alemán que emigró a la Argentina en 1872 para convertirse en ayudante
de Paul Günthe Lorentz. En 1881 publicó el catálogo Plantae
diaphoricae florae argentinae. En 1892 fue designado curador del Museo de
Historia Natural de Berlín.