Tras
las huellas de Diana Triay: explorando la participación de las mujeres en el
PRT-ERP
In the footsteps of Diana
Triay: exploring the participation of women in the PRT-ERP
Instituto
de Investigaciones de Estudios de Género,
Facultad
de Filosofía y Letras
Universidad
de Buenos Aires,
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
atvioleta@hotmail.com
Resumen
El
artículo expone una reconstrucción empírica del recorrido biográfico de Diana Triay, cordobesa, militante del Partido Revolucionario de
los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y desaparecida
desde diciembre de 1975. Un repaso por su experiencia política, su paso por las
cárceles y sus niveles de responsabilidad, así como sus relaciones afectivas y
la maternidad, posibilita visibilizar el rol activo y protagónico de las
mujeres al interior de una de las organizaciones revolucionarias que signaron
el pasado reciente argentino. Para esta indagación se acudió al trabajo con
fuentes orales, periodísticas, archivos familiares y la prensa partidaria.
Palabras clave: PRT-ERP;
Diana Triay; lucha armada; género; mujeres
Abstract
The article presents an empirical reconstruction of
the biographical journey of Diana Triay from Cordoba, a member of the Workers'
Revolutionary Party -People's Revolutionary Army (PRT-ERP) who disappeared in
December 1975. A review of her political experience, her passage through the
prison systems and what systems or people were responsible as well as Triay's
affective relationships and motherhood, make it possible to document the active
and leading role of women within one of revolutionary organizations that marked
the recent Argentine past. For this investigation, oral and journalistic
sources, family archives, and the party press were consulted.
Keywords:
PRT-ERP;
Diana Triay; armed conflict; gender; women
Introducción
El presente trabajo expone y analiza el recorrido
biográfico de una mujer protagonista de la historia reciente argentina, en
cuanto militante de una de las organizaciones revolucionarias que signaron ese
período de agudización de la lucha de clases: el Partido Revolucionario de los
Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Accedí a la figura
de la cordobesa Diana Triay en el curso de mi
investigación doctoral referida a la historia de la regional mendocina de
aquella organización, de la cual Diana fue responsable política. La potencia
del relato vital de aquella guerrillera llevó a una de las juradas de mi
defensa a recomendarme que buceara en esos mares. Por tanto, este artículo es
resultado de aquel consejo y a la vez constituye el origen de otra
investigación.
En estos primeros pasos, busqué arribar a una reconstrucción empírica lo
más completa posible, de la que aquí se presenta una ajustada síntesis. Varias
aristas que aquí van asomando serán retomadas en futuros trabajos. Del mismo
modo, se irán desprendiendo algunas reflexiones iniciales de orden teórico e
interpretativo, que permitan ir más allá de la tarea de visibilización
de las mujeres en el pasado reciente, para dar paso al análisis de sus
relaciones, transgresiones y continuidades, en tanto experiencia que se
desenvuelve en una determinada estructura del sentir epocal
y territorial (Thompson, 1981).
Para la investigación fue fundamental recurrir a la historia oral.
Retorné sobre tres entrevistas realizadas en el curso de mi tesis doctoral
sobre el PRT-ERP en Mendoza mediante la técnica de historia de vida que
posibilita observar la militancia revolucionaria como parte del entramado vital
personal y social. También construí siete nuevas entrevistas realizadas
específicamente para este artículo. Esta vez, fueron elaboradas de manera semi-estructurada y con posibilidad de repregunta.
Orientadas específicamente a conocer sobre Diana, no comenzaron por la historia
de vida personal, pero inscribieron la temporalidad compartida con ella en la
propia experiencia militante. Si toda investigación es situada, esta lleva la
marca de haber sido desarrollada en este novedoso e incierto contexto de
pandemia mundial y medidas de aislamiento, lo que condicionó a la realización
de entrevistas a través de plataformas virtuales y llamadas telefónicas. Como
contrapartida de la dificultad que impone la no presencialidad, en un tiempo
récord pude realizar una importante cantidad de entrevistas con personas que
viven en provincias y países lejanos. En particular, la entrevista con la hija
de Diana, Caro -nombrada de ese modo para distinguirla de su abuela Carolina-,
resultó fundamental para tener acceso a las etapas de infancia y adolescencia,
así como a un valioso archivo familiar. Allí pude examinar cartas escritas y
recibidas por Diana Triay, así como un álbum
fotográfico familiar, registros fotográficos de sus obras y documentación legal
personal. También consulté la prensa erpiana Estrella
Roja y periódicos cordobeses y de tirada nacional.
Escrito desde una perspectiva feminista, acudo al uso del lenguaje
inclusivo. A veces utilizo la clásica fórmula “as/os” y otras exploro con las
versiones no binarias de la “e” y la “x”, que alterno según su sonoridad. En
ese sentido, hay un variopinto uso que deberá ser entendido como parte de esta
época de transiciones, hasta que el lenguaje se vaya acomodando a visiones
menos excluyentes y opresivas.
Este ir tras los pasos, las huellas, de Diana, habilita la observación de
unos cuantos nudos históricos desde una mirada situada. Así, a través de su
historia se puede visualizar la trama de la lucha de clases de los años ’60 y
’70, la experiencia de una de las organizaciones revolucionarias más activas en
la lucha armada, el lugar de las mujeres en dicho devenir y la historia local,
aquella que constituye parte de una historia nacional usualmente relatada como
generalización de lo ocurrido en Buenos Aires. En particular, las coordenadas
que orientan esta exploración buscan aportar evidencias históricas que
contrasten con algunas versiones todavía hegemónicas sobre la militancia setentista. Una de ellas remite a un recuerdo en el que una
compañera de militancia sindical docente señalaba que lxs
desaparecidxs no eran todxs
guerrillerxs, sino que también había docentes,
estudiantes, hijxs, trabajadorxs.
La afirmación es ilustrativa de una imagen ficcional según la cual las personas
que dieron vida a la guerrilla no tenían vínculos familiares, amores o
trabajos.
A la par del problema señalado, referido a la militancia guerrillera en
general, se erigen otros vinculados específicamente a la participación política
femenina. La historia de las mujeres en la militancia setentista
no es un tema inexplorado. En las últimas décadas hubo una prolífica producción
académica que logró visibilizar la presencia femenina en la militancia social,
sindical y política, así como reflexionar en torno de las relaciones
intergenéricas desde distintos puntos de vista. La presente investigación se
inscribe en una línea que no impugna la violencia política de los sectores
populares y que explora la experiencia femenina guerrillera en un contexto
entendido como proceso de radicalización en el que los sectores subalternos, y
en particular la clase trabajadora, fueron asumiendo protagonismo político
(Pozzi, 2001; Pasquali, 2008; Andújar, 2009; Vasallo,
2009; Grammático, 2011; Viano,
2011; Ayles Tortolini,
2019; Noguera, 2019). Al mismo tiempo, toma distancia de algunos nudos
interpretativos que explican al PRT-ERP como una estructura verticalista
acrítica en la que la dirección dispuso instrumentalmente de las vidas
personales y los cuerpos de la militancia de su organización y en particular de
las mujeres, impidiéndoles su desarrollo político y personal (Oberti, 2015). Esta lectura corre el riesgo de provocar un
nuevo corrimiento de las mujeres de la agencia histórica, para observarlas
subordinadas a definiciones adoptadas por otros.
En el presente artículo trabajo la hipótesis de que las mujeres setentistas fueron protagonistas de sus propias historias.
Sigo las huellas del recorrido vital de Diana orientada por la idea de que
integró una tradición de mujeres que transitaron una conjunción de rebeldías
frente a imposiciones familiares, conyugales, laborales y políticas (Viano, 2005). El enfoque de las guerrilleras como
protagonistas de sus propias vidas posibilita recoger la invitación a buscar
esos hilos perdidos que nos permitan anudar genealogías feministas que no
prescindan de los aspectos estigmatizados por lxs vencedorxs, entre los que se encuentran las tradiciones
políticas de izquierdas (Ciriza, 2020).
Infancia,
adolescencia y juventud de una guerrillera
A las veinte horas de un 24 de octubre de 1945, nacía Diana Miriam Triay en la capital cordobesa. Era el cuarto parto de
Carolina Durán, según afirma el acta de nacimiento. Carolina tenía 28 años y el
papá de Diana, Hugo Triay, 36. De profesión militar,
afirma el acta. Pero, en realidad, era músico. Carolina era una andaluza que
llegó a Córdoba a sus ocho años, cuando su familia huyó de España para evitar
que los hijos mayores fueran enviados a alguna de las expediciones militares
que se dirigían a reprimir los levantamientos en las colonias africanas. Recién
llegada a Córdoba, se dedicó a trabajar en la casona que su familia alquiló
para vivir y convertir en pensión. Allí fue a hospedarse Hugo Triay, con quien se casó a sus jóvenes 16 años. Hugo era
hijo de Pedro Triay, quien había sido expulsado de
Menorca por comunista, y de la mulata Adelina Carranza. Pero Adelina murió
cuando Hugo era un niño, por lo que fue enviado con su hermano a un orfanato.
Allí fue que cultivó el gusto por la música. Al hacer el servicio militar, se
quedó como músico del Ejército, pero eso obedecía sólo a la necesidad de
sustento económico y apenas pudo (a sus 38 años) se jubiló de la tarea. Lo que
verdaderamente disfrutaba era la orquesta cooperativa que creó. “Hugo Triay y sus muchachos” se llamaba y funcionaba a través de
un sistema cooperativo por el cual todos los músicos cobraban por igual.
Carolina y Hugo no militaban, pero la política no les era ajena. Carolina
le contó a su nieta cómo le quedó grabado el llanto desconsolado de sus
hermanos mayores cuando en 1927 asesinaron a los anarquistas Sacco y Vanzetti.
Estos hermanos trabajaban en una barbería donde su actividad principal era
repartir la prensa. Por su parte, cuando don Pedro Triay
iba a visitar a sus hijitos al orfanato les hacía escuchar la Internacional. En
los últimos años de vida de Pedro, su hijo lo llevó a vivir a la casa que
compartía con Carolina y allí, mientras este perdía hasta las posibilidades del
habla, Hugo le relataba las noticias de la Guerra Civil Española, pero un tanto
distorsionadas. De tal modo que en sus relatos las ventajas iban para el bando
republicano, lo que brindaba enormes alegrías al viejo, que celebraba con el
puño en alto. Según la nieta de Carolina y Hugo, Caro Llorens: “Siempre fueron
de izquierda mis abuelos. Ateos, ambos. Anticlericales” (Entrevista a Carolina
Llorens, 28/01/2021).
En esa familia de clase trabajadora, ideas de izquierda y pasión por la
música nació Diana. Como bien decía el acta, cuarto parto de Carolina. Su
hermana mayor, Nidia, le llevaba 12 años. Le seguía Talía, de 8, y finalmente
Mirta, quien, dos años mayor que ella, sería su gran compinche. En la infancia,
Diana seguía a Mirta en todas las travesuras. Como su mamá conservaba la
tradición de tener huerta, pollos y gallinas en el patio de la casa, Diana y
Mirta jugaban con esos pollitos, les ponían nombres y les daban clases. Un día,
al regresar de la escuela, Diana le preguntó a su mamá qué iban a comer y
Carolina le contestó que el plato sería arroz con pollo. Horrorizada, Diana
corrió al gallinero y volvió llorando y alertando a su hermana: “Mirta, no comás que es José Luis” (Entrevista a Carolina Llorens,
28/01/2021).
Las cuatro hermanas hicieron la primaria y secundaria en la Escuela
Normal Nacional Alejandro Carbó. Simultáneamente, Diana asistía al conservatorio
de música. Como la escuela daba el título de maestra, ya desde los 17 años,
allá por 1962, Diana trabajó como maestra de música. A lo largo de su infancia
y adolescencia habitó diversos talleres de música y de pintura. Aunque su
timidez le dificultaba las cosas. Por ejemplo, le costó dar el examen final del
conservatorio porque este consistía en un concierto y ella sentía vergüenza
ante la exposición.
Entre las fuentes exploradas para este artículo, se encuentra una
grabación que la familia realizó en ese mismo año de 1962 para saludar por su
cumpleaños al primo Coco, padrino de Diana, que vivía en Estados Unidos. Antes
de tocar la guitarra Diana graba su saludo advirtiendo que prefiere que sea así
porque si hubieran estado todos mirándola se habría puesto muy nerviosa, “en
cambio ahora estoy tranquila, en mi pieza, y te puedo saludar y hablar con vos
tranquilamente, como si estuvieras al lado mío”. Es un mensaje con expresiones
amorosas, entrecortadas por tímidas risitas. Son apenas 45 segundos previos a
tres canciones en guitarra, porque como advierte al comenzar: “todo lo que
ahora no te puedo decir, espero expresar un poquito por medio de la guitarra”
(Archivo de audio, 1962).
Pero ese carácter tímido no la hizo menos arremetedora con la vida.
Mientras trabajaba como maestra de música en una escuela humilde en Villa del
Rosario, comenzó a estudiar la Licenciatura en Grabado en la Escuela de Bellas
Artes (actual Facultad de Artes) de la Universidad Nacional de Córdoba. Allí se
recibió en 1968 y fue realizando una prolífera obra que incluyó pinturas,
tejidos, tapices, pirograbados y trabajos en cuero como carteras y cinturones.
Buena parte de esa producción es conservada por sus familiares y compañeras de
militancia. Para este trabajo pudimos acceder a 21 fotografías de estas
producciones artesanales. Esta veta artística devendrá en acción política en su
experiencia carcelaria.
Cuenta Caro Llorens que, cuando iba a la facultad, su mamá usaba unos hot pants muy cortitos -unos mini shorts-
con medias a rayas de colores. Y que al día de hoy se encuentra con infinidad
de enamorados de Diana.
Las hermanas Triay se casaron jovencitas y ese
fue el supuesto momento de emancipación, donde se dejaba la casa paterna. Diana
no fue la excepción. En el transcurso de sus primeros años de carrera contrajo
matrimonio con un estudiante de la misma facultad: Héctor Jhonson.
Este fue su primera pareja y también su primera experiencia de violencia
machista. Según le contó Carolina Durán a su nieta, Jhonson
encerraba a Diana en un armario. En pocos años, ella encontró la forma de
ponerle fin a esa situación, ya que en antes de finalizar la carrera ya estaba
separada.
Asomar a la militancia revolucionaria
No se ha podido precisar la fecha exacta y los motivos que llevaron a
Diana comenzar a militar. Sus hermanas mayores, Nidia y Talía, habían sido
parte de la Juventud Comunista y luego Nidia continuó militando en el Partido
Comunista[1]. Pero no
parece haber sido esa la carta de invitación a la militancia, aunque
probablemente haya ejercido influencia en su visión de mundo, al igual que el
ideario izquierdista de la casa en que se crió.
Si bien no se ha podido dar con testigos que den cuenta de sus primeras
inquietudes políticas y su incorporación a las filas partidarias, Abel
Bohoslavsky, médico perretista en Córdoba, la
recuerda participando del último plenario regional previo al V Congreso
partidario (julio de 1970). Para no conocerse entre sí, quienes asistieron
llevaban máscaras, pero a Diana le asomaba una trenza de la capucha y así fue
como Abel la reconoció (Bohoslavsky, 2016). Es de suponer que, para que haya
podido participar de esa instancia de relevancia partidaria, Diana hubiera
ingresado al partido un buen tiempo antes. Esto corroboraría la hipótesis de su
hija que supone que sus comienzos militantes fueron antes de la finalización de
la carrera en 1968. Tiempo en el que también se separó de Johnson e inició una
nueva pareja con Sebastián Llorens, dos años más chico que ella.
Parece que Sebastián le había pedido a un amigo en común, que dirigía el
centro cultural La Guadaña, que le presentara a Diana. Cuando ya se había
separado de Jhonson y comenzaba el romance con
Sebastián, el primero citó al nuevo novio en un café y allí lo golpeó. Ha de
haber sido un tiempo intenso para Diana. Se trata de pocos años en los que puso
fin a una relación que la violentaba, se sumó a la militancia revolucionaria y
dio comienzo a una nueva pareja con la que compartió proyectos vitales. También
eran tiempos intensos para la clase obrera y el movimiento estudiantil que
parió el Cordobazo en mayo de 1969. Jornadas de lucha en las calles a las que
Diana y Sebastián no faltaron.
Su nuevo compañero había dejado la carrera de Ciencias Agrónomas y
estudiaba Cine. Pronto se fueron a vivir juntes a una casita en calle
Montevideo y, bajo la guía de Diana, hacían y vendían artesanías: trabajo en
cuero, carteras, tapices, etc. De una carta de Sebastián, escrita desde la
prisión unos años después, podemos conocer algo de cómo era la cotidianeidad de
la pareja en esos primeros tiempos. Con añoranza describe cómo Diana gustaba de
remolonear y desayunaba té, mientras Sebastián tomaba café con leche o mate.
Ella cocinaba “el arroz casi cotidiano” y él lavaba los platos. Tenían una
perra “vaga y sinvergüenza” llamada Petruska y dos
gatos: Floro y Malandra. Ambxs trabajaban el cuero y
se movían en moto (Carta de Sebastián a Diana, agosto de 1971).
Por ese tiempo, Diana y Sebastián sumaron a Roberto “Pecho” Bardach a las filas perretistas.
Según su recuerdo “Diana era muy risueña, simpática, muy hincha bolas. Y
Sebastián, un poco más serio. Pero la verdad que eran dos… ¡son los ídolos
míos!” (Entrevista a Roberto Bardach, 01/03/2021).
Para principios de 1970, Roberto trabajaba en una empresa que tenía el padre de
Sebastián. Se trataba de una pequeña empresa dedicada a poner agua y
electricidad en los loteos y Roberto trabajaba en el taller de mantenimiento
que funcionaba en la casa de la familia Llorens. Allí fue que conoció a Diana y
a Sebastián, que pronto le empezaron a hablar de política y lo invitaron a su
casa. Roberto tenía 20 años, además de trabajar estaba terminando el
secundario, y en seguida se sumó a militar con elles. En esos primeros meses
formaron un equipo, tenían reuniones de estudio y discusión política,
realizaban pintadas callejeras y un precario entrenamiento armado. Una noche
hicieron una pintada que convocaba al pueblo a tomar el fusil contra la dictadura
y el imperialismo. Roberto bromeó diciendo que deberían ponerle la firma de una
armería, como si se tratara de una publicidad. Diana y Sebastián estallaron en
carcajadas y en ese momento a Roberto le pareció un festejo desmedido para una
broma bastante ingenua. Lo que él no sabía es que ya estaba planificado el
asalto a la armería para pocos días después.
A fines de julio de 1970, el V Congreso del Partido Revolucionario de los
Trabajadores había fundado el Ejército Revolucionario del Pueblo, concebido
como el ejército popular que disputara en la lucha contra el ejército burgués.
El programa del ERP se proponía el establecimiento de un gobierno
revolucionario del pueblo que pusiera fin a los pactos con EE.UU. y el FMI,
expropiara sin pago y nacionalizara las empresas de capitales imperialistas, la
banca y el comercio exterior, realizara un inmediato programa de alfabetización
y determinara la reapertura de todas las fábricas cerradas, eliminando de ese
modo el flagelo de la desocupación. Para avanzar hacia ese horizonte, habían
definido una estrategia de guerra civil revolucionaria que tendría un carácter
prolongado, puesto que deberían luchar a la vez contra la burguesía local y el
imperialismo que ya había hecho sus aprendizajes luego del triunfo de la
Revolución Cubana. Bajo el principio de que el ERP debía avanzar de lo pequeño
a lo grande, comenzaron con una campaña de acciones que tuvieron por objeto
conseguir armamento y consistían en desarmar policías en la calle o realizar
pequeños atracos en armerías y destacamentos policiales. Además del
aprovisionamiento, estas incipientes operaciones servían de primer fogueo para
las y los combatientes. Simultáneamente realizaba otras acciones que buscaban
generar simpatía por el ERP en las poblaciones, como la expropiación y
posterior reparto de alimentos, útiles escolares, etc. Había una orientación
precisa para proceder en lo que llamaban “acciones limpias”, es decir, que no
resultaran en víctimas fatales. Por ello, debían apoyarse en una buena
planificación previa sustentada en la creatividad y el factor sorpresa, de modo
tal que se empleara el menor grado de violencia posible.
En el marco de aquellas resoluciones, el sábado 28 de noviembre de 1970,
Diana y Sebastián, junto con María Esther Álvarez Igarzábal
y Juan Manuel Britos llegaron a las 12.15hs al domicilio del dueño de una
armería con el fin de secuestrarlo momentáneamente para que les entregara el
contenido de su negocio. En principio, todo marchó según lo planeado.
Estacionaron el Fiat 1500 frente a su domicilio y descendieron Diana, Esther y
Sebastián. Ellas llevaban pelucas, guardapolvos y unas cajas con jeringas, él
tenía un bigote postizo. Cuando golpearon a la puerta, se presentaron ante
Josefina Saab de Sapp, esposa del armero, como
integrantes de una campaña provincial de vacunación contra la viruela. Pero una
vez en el interior de la casa, mostraron las armas y anunciaron su pertenencia
al ERP. Pidieron a Josefina que mantuviera la calma y le propusieron que con
una excusa llevara a los niños a su habitación. Allí se quedaron esperando el
regreso habitual del marido, Constantino Sapp, quien
a las 12.40hs del mediodía estacionó su auto en el garaje e ingresó al
domicilio. Una vez dentro le indicaron que mientras él y Sebastián partirían en
auto hacia la armería, su esposa e hijos quedarían en casa custodiades
por las guerrilleras hasta que la acción finalizase. Se habían cumplido las
pautas previstas: factor sorpresa, nada de violencia, ni heridxs
ni muertxs. Pero afuera de la casa no todo marchaba
según el plan. Juan Manuel había quedado a bordo del Fiat 1500 y llevaba un
intercomunicador radial robado días atrás en la sede del INTI, mediante el cual
se comunicaba con el interior de la casa. Ese fue el talón de Aquiles por el
cual el atraco fracasaría. Para dar con los elementos robados, la policía había
sintonizado su onda y cuando los utilizaron lograron localizarlos. El Comando
Radioeléctrico pidió refuerzos y en minutos la zona estaba rodeada. Detuvieron
a Juan Manuel y golpearon a las puertas de la casa de Sapp.
Diana, Esther y Sebastián corrieron hacia los fondos, pero el cerco ya estaba
tendido y una ráfaga de ametralladora puso fin a la posibilidad de escape. Les
cuatro fueron detenides y llevades
al Departamento Central de Policía[2].
El hecho fue nota de tapa en los diarios locales Córdoba y Los
Principios y constituyó el momento en que se hizo pública la militancia de
Diana para su familia. Fue un sacudón. Hugo Triay se
peleó con su hermano y sobrino, que continuaban en el Ejército. La prensa
rápidamente sentenció que se trataba de una célula extremista que había
realizado varios atracos previos, ya que contaban en su poder con los
intercomunicadores robados del INTI, el Fiat 1500 sustraído días atrás al Mayor
Etchegoyen y en los allanamientos en sus domicilios
encontraron armas y una máquina de escribir robada de un destacamento policial.
Pero la participación en estas acciones no se pudo demostrar y la prensa
protestó porque la organización celular y compartimentada de lxs “terroristas” impedía el avance en las investigaciones.
Las fotos de les cuatro salieron en los diarios. De frente y de perfil,
con pelucas y sin ellas. En un sugestivo epígrafe de la foto de las
combatientes, el periódico las nombra por sus apellidos de casadas y agrega que
ambas se encuentran separadas de sus esposos (Córdoba, 29/11/1970). En
contraste, no se hacía ninguna mención al estado civil de los varones,
constituyendo una muestra de la mirada machista que los periódicos dispensaban
a las guerrilleras.
Recorridos
carcelarios, la universidad de la militancia setentista
Diana y Esther fueron enviadas al Correccional de Mujeres que funcionaba
en el Hogar Buen Pastor, más conocido como la cárcel del Buen Pastor, mientras
Sebastián y Juan Manuel quedaron en la cárcel de Encausados. En ambas cárceles
se encontraron con las y los montoneros que habían caído presxs
luego de la toma de la localidad cordobesa de La Calera, cinco meses atrás.
Las monjas de la Congregación del Buen Pastor habían sorteado el proceso
de laicización desde fines del siglo XIX, manteniendo bajo su jurisdicción las
cárceles de mujeres. Mientras el encierro masculino perseguía la
reincorporación al mercado del trabajo una vez que el varón recuperara la
libertad, para las mujeres se esperaba el regreso al trabajo doméstico en la
casa del marido o el trabajo a domicilio. Las hermanas del Buen Pastor
asumieron el papel de reeducadoras de las reclusas a lo largo del siglo XX,
incluida la década del ’60. D’Antonio (2013) sostiene
que, hasta esa fecha, las presas políticas eran pocas y provenían
principalmente del peronismo y del Partido Comunista, que no eran visualizadas
como excesivamente peligrosas. Pero a las puertas de la década del ´70 la
historia iba a cambiar radicalmente y Diana sería una de las protagonistas de
esas transformaciones. Es que en esas décadas en que las mujeres avanzaban
masivamente sobre escenarios que hasta el momento las excluían, como el mercado
de trabajo profesional, las universidades, los sindicatos y la militancia
política, también se hicieron parte de la lucha armada de manera protagónica.
Con Diana y Sebastián presxs, Roberto “Pecho” Bardach había quedado descolgado, según la jerga militante
de la época. Es decir, por la estructura compartimentada no conocía a nadie más
en el partido y no sabía cómo retomar el contacto. Entonces, empezó a ir a
visitarles a la cárcel y a oficiar de correo entre ambxs.
Roberto recuerda: “Me encantaba. Estaba esperando que llegue el fin de semana
para ir a verlos a ellos” (Entrevista a Roberto Bardach,
01/03/2021).
Unos meses después, el 11 de marzo del año siguiente, también llegó al
Buen Pastor Ana María Villarreal. Apodada la “Sayo” —apócope de Sayonara— por
sus ojos rasgados, era militante del PRT, combatiente del ERP y esposa de Mario
Roberto Santucho, el secretario general del partido. La habían detenido por
participar en una acción consistente en el secuestro de un camión que
transportaba leche y el reparto de su cargamento en un barrio pobre de la
capital cordobesa. A partir de su llegada al Buen Pastor, Bardach
fue citado para reunirse con el “Negro Carlos” —nombre partidario de Santucho—
y comenzó a oficiar de correo también entre él y la Sayo: “Y yo pensando que
eran todas cartas de amor y estaban planificando la fuga del Buen Pastor”
(Entrevista a Roberto Bardach, 01/03/2021).
Aproximadamente a las diecinueve horas del viernes 11 de junio de 1971 un
auto negro estacionó en calle Buenos Aires, frente a la puerta lateral del Buen
Pastor. Según las crónicas periodísticas, cuando una empleada y una reclusa
abrieron la puerta para sacar la basura, fueron reducidas por dos hombres
vestidos de policía. Con las llaves que le quitaron abrieron una puerta
interior, detrás de la cual ya se encontraban las cinco presas listas para
fugarse. Era el momento en que las monjas llevaban a las presas a orar a la
capilla. Inmediatamente huyeron todas en el auto negro. A pesar de que el
Departamento Central se encontraba a cinco cuadras, la policía estaba
distraída. El plan de fuga había incluido actos de distracción en la zona
céntrica, donde otres perretistas
detonaron petardos y bombas panfleteras. Pero,
además, en ese momento la jefatura de policía brindaba una conferencia de
prensa para exhibir los objetos incautados a cuatro erpianos
detenidos la semana anterior. La noticia de la fuga le llegó cuarenta minutos
después. Ya era tarde. El operativo montado para recapturarlas no arrojó
resultado positivo. Minutos más tarde sonaban los teléfonos de las redacciones
cordobesas que recibían la indicación para buscar un comunicado en un baño del
Cine Gran Rex. Bajo la firma del “Comando Lezcano, Polti, Taborda” del ERP
describían cómo habían sido los hechos y afirmaban que la fuga de las
compañeras era una muestra de su decisión de combatir y una respuesta a la
justicia burguesa que arresta a quienes defienden, armas en la mano, a la
patria del imperialismo yanqui y al pueblo de la explotación, la miseria y la
injusticia (Los Principios, 12/06/1971).
La fuga fue planificada y llevada a cabo por el ERP, pero del Buen Pastor
también liberaron a una militante montonera detenida allí desde la toma de La
Calera, el 1º de julio del año anterior. Según la prensa las evadidas eran:
Cristina Liprandi de Vélez (Montoneros), Alicia
Quinteros, Diana Triay de Jhonson,
Silvia Urdapilleta y Ana María Villarreal de Santucho (ERP). Parece que eran
las únicas guerrilleras recluidas en el Buen Pastor de Córdoba, junto a María
Esther Álvarez Igarzábal. Pero la situación de esta
última no es clara. Los diarios La Razón y La Nación llaman la
atención sobre su ausencia en la partida. Incluso intentan una explicación
argumentando que habría decidido quedarse porque su situación legal era menos
apremiante. En cambio, La Opinión la menciona entre las fugadas. Pero el
comunicado del ERP y la carta que publican las evadidas no nombran a María
Esther.
Al igual que en la acción en que cayeron Diana y Sebastián, se trató de
un operativo planificado en función del factor sorpresa, que logró su objetivo
sin heridxs ni muertxs. La
relevancia del hecho lo llevó a desbordar la prensa local para ser noticia de
tapa de los diarios de tirada nacional. Fotos con las caras de las
evadidas aparecían en sus páginas, así como las explicaciones de la Madre
Superiora y la famosa puerta por la que huyeron. Algunos reprodujeron también
el comunicado del ERP. Durante unos días aparecieron elucubraciones respecto de
la coordinación entre las fuerzas guerrilleras y preocupación por la falta de
previsión ante una posible fuga. De esa manera nos enteramos que dos meses
antes de la fuga, en abril de 1971, el director de cárceles había solicitado el
traslado de las personas detenidas por hechos subversivos, pero el juez federal
sólo accedió para el caso de los varones de la cárcel de Encausados, que fueron
enviados a la prisión de Resistencia (Chaco). Entre ellos iba Sebastián
Llorens. También se dio a conocer la sospecha de que la fuga fue planificada
“mediante visitas que realizaban semanalmente y al amparo de las franquicias
del reglamento interno de la cárcel” (La Nación, 13/06/1971: 12).
En la prensa del ERP, Estrella Roja, apareció una carta escrita
por las presas fugadas. Según Abel Boholavsky (2016),
esta carta había quedado en manos de una presa, “la Bonnie”, que fue quien se
encargó de hacerla pública. Es interesante observar que los periódicos siempre
nombraron a las fugadas con sus apellidos de casadas. En cambio, en el
comunicado del ERP y la carta de las evadidas, se las llama por sus propios
nombres y apellidos, a excepción de Cristina Liprandi
que es nombrada por el apellido de su esposo, como Cristina Vélez. Esa
distinción en el lenguaje expresa una mirada distinta sobre las mujeres y su
autonomía. En aquella carta las guerrilleras hacen llegar su saludo
revolucionario y el fortalecimiento de su compromiso. Afirman que la guerra
revolucionaria en Argentina ya ha comenzado, en un contexto donde esta batalla
tiene lugar en Asia, África y América Latina, y que ellas tienen su puesto de
lucha junto al pueblo y las masas obreras debido a “que el enemigo es poderoso
porque sus garras se asientan en toda América y que la única forma de
derrotarlo y extirparlo definitivamente es con las armas en la mano, las que
deben ser empuñadas por el inmenso Ejército del pueblo” (Estrella Roja,
julio de 1971: 6).
A diferencia del objetivo de restitución al asignado rol de trabajo
doméstico, las presas se fugaban para reintegrarse a la lucha de clases. Pero
la recién conquistada libertad duró apenas un mes y once días para Diana. Fue
recapturada por la Gendarmería el 22 de julio de 1971 en La Quiaca, cuando iba
hacia Bolivia a sumarse a las fuerzas del Ejército de Liberación Nacional
(Bohoslavsky, 2016). Según uno de sus compañeros de militancia, esta tarea
obedecía a que ya preveían el golpe de Estado que le iban a dar al presidente
Juan José Torres —que finalmente sucedió el 21 de agosto de 1971— e iban a ser
partícipes de la preparación de la resistencia (Entrevista a Santiago Ferreyra,
18/07/2012). El memorándum reservado al jefe de la Dirección General del
Interior —que integra el prontuario de Diana— señala que fue detenida junto con
otro perretista, Emilio Enrique Arqueola,
y ambxs fueron trasladados a Buenos Aires con
intervención de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación (Memorándum,
19/08/1971). Esta cámara, conocida en la militancia como “el Camarón”, fue
creada en ese mismo año 1971 como una instancia ad hoc cuyo fin exclusivo
era juzgar las denominadas actividades extremistas o subversivas y, hasta su
disolución en mayo de 1973, llegó a dictar unas 600 sentencias condenatorias (Eidelman, 2008).
Luego de su recaptura, Diana fue enviada a la cárcel de Mujeres del Buen
Pastor de Buenos Aires, ubicada en la calle Humberto 1° de San Telmo. Llegó
junto con Marta Rosetti Monti, también perretista
cordobesa —oriunda de San Francisco— y compañera de Enrique Arqueola,
detenida con elles camino a Bolivia[3]. Otra perretista, Alicia Sanguinetti, que había caído presa en
junio de 1970, las conoció allí a su llegada. Pero la versión porteña del Buen
Pastor también había sido objeto de una reciente fuga. El 26 de junio de 1971,
dos comandos de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) con apoyo de Montoneros y
FAR —Fuerzas Armadas Revolucionarias—, rescataron a dos presas que militaban en
las FAP y dos de las FAL —Fuerzas Armadas de Liberación— (D’Antonio,
2013). A raíz de esto, las monjas del Buen Pastor ya no estaban a gusto con
tener presas políticas en sus instalaciones. Así que apenas dos o tres días
después de la llegada de Diana y Marta, las militantes fueron trasladadas al
pabellón 49 de la cárcel de Villa Devoto que hasta el momento recluía sólo a
varones. Estas guerrilleras fueron pioneras carcelarias. Alicia bromea: “Yo le
decía a Diana: nosotras inauguramos el primer pabellón de mujeres en Villa
Devoto y después inauguramos los primeros pabellones de mujeres en Rawson”
(Entrevista a Alicia Sanguinetti, 18/02/2021).
Efectivamente, el pabellón 49 fue destinado a presas políticas, y allí
fueron concentrando a mujeres de distintas organizaciones y provincias. En ese
espacio no había celdas, sólo cuchetas, por lo que disponían de todo el tiempo
compartido para charlar, debatir, formarse y organizarse. Las presas armaron
equipos de trabajo, en los que no se distinguía filiación militante, para
turnarse en tareas de limpieza y cocina. Según Alicia, Diana era conocida por
hacer unas comidas sanas que no resultaban del gusto de la mayoría. Recuerda
una ensalada de arroz con zanahoria rallada y pedacitos de queso que finalmente
a ella le llegó a gustar. ¿Sería el mismo arroz por el que penaba Sebastián
desde la cárcel de Resistencia?
Diana Triay, Marta Rosetti, Alicia Sanguinetti
y Silvia Hodgers compartían dos cuchetas y allí se
hicieron amigas. La última era una bailarina porteña que viviendo en Francia
conoció a Hilda Gadea, la primera esposa del Che Guevara, quien la convenció de
regresar a su país a luchar por la revolución. Recién llegada a Buenos Aires,
en enero de 1971, Silvia hizo contacto a través de una compañera de danza con
Pedro Bonet y se incorporó al PRT-ERP. Pero en septiembre fue secuestrada y
llevada unos días a Coordinación Federal donde la torturaron antes de su
legalización y traslado a Villa Devoto (Cristiá &
De la Puente, 2020)[4]. En el
pabellón 49 conoció a Diana, de quien se hizo amiga en esos meses de encierro
compartido. Además de hablar de política, Diana y Silvia hablaban de amores:
“Yo había tenido un compañero, pero cuando caigo presa se va con otra
compañera, así que más bien hablaba de una decepción. Ella hablaba de ese amor
ilimitado por ese hombre” comenta Silvia y recuerda que Diana le leía las
cartas que le enviaba Sebastián (Entrevista a Silvia Hodgers,
10/03/2021).
Así como su cabello peinado en una larga trenza, esas cartas y el amor
con que Diana hablaba de su compañero preso en Resistencia es un tópico que
asoma en todas las entrevistas. A Alicia Sanguinetti también le había contado
sobre su relación anterior “con un tal Jhonson”. ¿Qué
le había dicho? “Que eran como el agua y el aceite y que a partir de su
militancia se fueron distanciando cada vez más” (Entrevista a Alicia
Sanguinetti, 18/02/2021). Pero principalmente le hablaba de cuánto extrañaba a
Sebastián. El asunto de cómo era la comunicación entre les dos tiene
vericuetos. Supuestamente, como no estaban casades no
les estaba permitida la correspondencia directa. Debían hacerlo a través de
terceros. Sin embargo, Alicia les recuerda como sus “casamenteros”, según sus
propias palabras. Es que el compañero de Alicia estaba preso en la celda
contigua a la de Sebastián en Resistencia. Como no tenían vínculo legal, habían
ideado un sistema por el cual Alicia le escribía una carta y se la daba a
Diana, quien la enviaba a Sebastián, que entregaba a su compañero. Y luego el
circuito hacía el recorrido inverso. Pero cabe preguntarse cómo era esto
posible si Diana y Sebastián no sólo no estaban casadxs,
sino que Diana era esposa de Jhonson, de quien se
había separado de hecho, pero no legalmente. Tal vez la respuesta se encuentre
en una libreta de familia que persiste entre tantos recuerdos en el archivo
familiar. Esta libreta certifica un supuesto matrimonio de Diana y Sebastián
realizado en Villazón (Bolivia) un 28 de noviembre de 1972. Incluso, señala que
el estado civil de Diana, al momento del casamiento, era divorciada. Todo es
inverosímil. En esa fecha ambxs se encontraban presxs en provincias distantes. Probablemente se trate
documentación falsificada, obtenida para facilitar el contacto. De ser así, fue
la primera, pero no sería la última documentación falsa con la que se
escabulleran de la persecución.
En la cárcel Diana tocaba la guitarra y cantaba canciones folclóricas.
También allí continuó trabajando en sus artesanías. Sus manos solían estar
ocupadas entre la guitarra, la cocina y el tejido. Y no sólo eso. Ella fue
impulsora, maestra y coordinadora de una creativa experiencia de trabajo
colectivo que incluyó a presas de todas las organizaciones y sus familias,
especialmente a las madres. Diana enseñó a las otras presas políticas a tejer
al crochet y trabajar el cuero. Generaron un sistema por el cual sus familiares
les traían la materia prima y luego se llevaban lo producido —carteras, ropa de
bebé, cajitas para guardar cigarrillos, tapices, etc.— para venderlo. El dinero
recaudado era para que las presas pudieran cubrir sus gastos personales y
evitar ser una carga económica para sus familias. También servía para cubrir a
quienes no contaban con sus familias, ya fuera porque desconocían su
militancia, porque la situación económica se los impedía, o, como el caso de
Silvia Hodgers, porque al enterarse de su militancia
revolucionaria habían roto el vínculo con sus hijas. El mismo criterio solidario,
según Sanguinetti, aplicaron con los paquetes de comida que llevaban sus
familiares. Sin importar si la presa era de FAR, ERP o Montoneros, todo iba a
parar a un fondo común.
Probablemente de sus primeros días en Devoto sea una de las cartas que
Diana escribió a su mamá, donde le cuenta de su felicidad por haberla visto y
abrazado. Parece que ese mismo día Carolina la había ido a visitar. Le
transmite la tranquilidad que le queda al haber disipado sus temores y que
supiera que estaba viva. En un fragmento en el que le cuenta sus temores, se
puede observar algo del recorrido carcelario a la par de su convicción en sus
decisiones políticas:
…te confieso que para mí lo más temido, aparte de
que Coordinación intentara eliminarme, era que me encerraran, y eso lo pasé y
lo superé en el monstruoso blindado y lo estoy aguantando serenamente en esta
celda. Los chicos se reían pues a mí no me preocupaban palos ni picana, sólo el
encierro. Pavada de locura me ha tocado.
Creo que ustedes la han pasado peor. No hay cosa
peor que ser espectador. Nunca lo acepté. Por eso estoy donde estoy. (Je, Je)
(Carta de Diana a su mamá, 09/08/1971).
Carolina y Hugo fueron varias veces a visitar a su hija a Devoto.
Carolina era la que viajaba más asiduamente y tejió una amistad con la mamá de
Alicia Sanguinetti, forjada al calor de las visitas y colaboración con sus
hijas presas. Como Carolina viajaba desde Córdoba, más de una vez se alojaba en
la casa de la mamá de Alicia en Buenos Aires y juntas partían hacia la cárcel de
Devoto los días de visitas. Según Caro Llorens, su abuela y abuelo sostuvieron
a su hija a pesar de no compartir su militancia armada y su abuela fue una de
las primeras en integrar la COFFAPEG[5]:
Mi abuela Carolina era una persona de mucha acción,
pero de poco lucirse. No era una persona que mostrara para afuera las acciones.
Era una persona que hacía, que hacía, que hacía mucho. Y que hizo mucho por su
hija presa, muchísimo. Hay millones de cartas de la Diana a mi abuela
pidiéndole infinidad de cosas que mi abuela le hacía. Es más, le hacía cosas a
Sebastián… hacía que se comunicara con Sebastián. Pero mi abuela Carolina no
era una persona muy pública, no mostraba tanto su acción. Pero fue de fierro
con la Diana cuando cae presa (Entrevista
a Carolina Llorens, 28/01/2021).
Entre los papeles de Sebastián Llorens en su presidio en Resistencia, de
los que sobreviven una treintena de poemas, se encuentra esta carta a su
suegra:
Te agradezco muchísimo el xilofón y el budín inglés,
que ahora será compartido por 60 compañeros. Aquí existe una socialización
rigurosa. No se salva nada de ello. Yo lo siento mucho, pues con tus budines se
me despiertan todos los signos individualistas y egoístas. Me consuelo
haciéndote mucha propaganda. Un fuertísimo abrazo. Te quiero mucho. Saludos a
Hugo. Fuerza (Carta de Sebastián a Carolina
Durán, 24/06/1972).
Esta carta evidencia el activo papel jugado por esa mujer que visitaba en
la cárcel a su hija y a su yerno, velaba porque no les faltara lo necesario y
les mimaba en sus gustos musicales y culinarios. Además, parece que en
Resistencia también se compartía todo lo que ingresaba, lo que permite
vislumbrar las prácticas solidarias de las y los guerrilleros, distante del
imaginario violento, autoritario y sectario que se buscaba imponer desde el
poder en el proceso de construcción del enemigo interno.
En Devoto, además del emprendimiento manual y los trabajos de limpieza y
comida, las presas discutían de política, se formaban y organizaban. Entre las
luchas que podían llevar a cabo desde el encierro, se encuentran las huelgas de
hambre que hicieron acompañadas de sus familias y abogades.
Hodgers recuerda una huelga de hambre que duró varios
días para exigir que Santucho y otros integrantes de las direcciones del PRT y
FAR que estaban en celdas de aislamiento fueran trasladados al pabellón común.
Vicente Zito Lema, abogado de Diana en tanto
integrante de la Asociación Gremial de Abogados[6],
también realizó esa huelga. Es que les abogades defensistas de presxs políticxs ya habían comenzado a trabajar en común. Según Zito Lema, no se trataba sólo de los aspectos técnicos de
la defensa, sino que había que tener preparación ideológica para defender a guerrillerxs presxs. Así se
fueron encontrando quienes en breve darían vida a la Gremial, él, Rodolfo
Ortega Peña, Luis Eduardo Duhalde, Mario Yacub, Mario
Hernández, entre otres, e hicieron la huelga de
hambre contra el maltrato que vivían los presos junto al padre Mugica en la iglesia Cristo Obrero[7].
Estxs abogadxs trabajaban
en equipo. Defendían a todxs lxs
presxs políticxs,
principalmente lxs de la guerrilla, asumiendo
personal y colectivamente los riesgos de vida que ello acarreaba. Se turnaban
para ir a la cárcel y llevaban un listado de todas las presas, por lo que al
ingresar iban pasando una a una a la visita de su abogade.
Allí, el asesoramiento legal se combinaba con la amistad, la contención, el
cuidado y los sueños socialistas. En particular, Vicente era muy amigo de
Silvia Inés Urdampilleta, quien le habría pedido que fuera defensor de Diana.
En una evocación borrosa, que no precisa fechas ni lugares, Zito
Lema recuerda que a través de algún artilugio legal logró reunir una vez a
Diana y Sebastián. No se ha podido hallar otra fuente documental y oral que lo
confirme, pero Vicente afirma que se lo había prometido a Diana y que en el
reencuentro se besaron apasionadamente (Entrevista a Vicente Zito Lema, 26/03/2021).
En abril de 1972, las presas y presos políticos de Devoto, entre quienes
se encontraban las direcciones de las principales organizaciones guerrilleras,
fueron trasladadxs al Penal de Rawson (Chubut). El 21
de marzo el ERP había secuestrado al director general de Fiat en Argentina, Oberdán Sallustro, y lo usaba
como carta de negociación para conseguir, entre otros reclamos, la liberación
de presxs políticxs. El
traslado masivo a Rawson fue la apuesta de la dictadura de Lanusse por
obstaculizar las negociaciones y distanciar a lxs guerrillerxs de sus relaciones políticas y afectivas. El
viaje en transporte terrestre hasta la Patagonia tomaba dos días de ida y dos
de regreso, lo que complicaba ampliamente las visitas de sus familiares. Los
traslados de lxs presxs se
hicieron en aviones hércules del Ejército. Alicia Sanguinetti fue en el primer
vuelo, en el que iba la mayoría. Diana fue enviada unos días después.
En ese hércules rumbo a Rawson, sentadas en el piso ya que no había
asientos, esposadas y encadenadas a las paredes del avión, resbalándose a un
lado y otro según las inclinaciones, se conocieron Diana y Yolanda Ripoll.
“Yoli” en ese momento militaba en las FAL —en breve se pasaría a las huestes perretistas— y venía de la cárcel de Olmos (en las afueras
de La Plata). En el trayecto, Diana le contó de su fuga del Buen Pastor y ambas
se rieron y celebraron los días de libertad arrebatados al enemigo. En el aire
nació una relación de compañerismo que continuaría en tierra unos años más
tarde. Pero ahora, en Rawson, fueron a parar a pabellones distintos (Entrevista
a Yolanda Ripoll, 11/02/2021).
Según relatan las tres entrevistadas que pasaron por Rawson, el penal
contaba con cuatro pabellones. Los dos de planta baja eran para los varones,
mientras que los dos del primer piso eran para mujeres. Diana y Alicia se
encontraban en un pabellón. Silvia y “Yoli” en el de enfrente. Ahora sí había
celdas individuales, muy chiquitas, en las que si estiraban los brazos tocaban
ambas paredes. En cada una había un colchón sobre cemento que hacía de cama.
Pero las celdas daban a una galería y sus puertas estaban abiertas de ocho de
la mañana a ocho de la noche, por lo que las presas se reunían en una celda u
otra y comían juntas en la galería. Luego de la cena, cada una era encerrada
hasta el día siguiente. Como allí les daban la comida, las presas no tenían que
cocinar, ni tampoco se ocupaban de la limpieza de los baños. Todo eso, la
disponibilidad de tiempo y la circulación por el pabellón, les permitió una
vida política organizada. Cada organización tenía sus reuniones y,
simultáneamente, contaban con espacios de estudio y debate compartidos. En una
celda se daba historia argentina, en la otra historia de las revoluciones, por
allá funcionaba un grupo de estudio de El Capital. Los grupos estaban
indistintamente a cargo de una presa del PRT-ERP, como de FAR o Montoneros.
También hacían alfabetización para las que no habían podido hacer la primaria,
que mayoritariamente eran las compañeras que venían de las provincias del
norte. No faltaban las clases de gimnasia y las guitarreadas. Los sábados, lxs obligadxs habitantes de los
cuatro pabellones se acercaban a su respectiva reja y allí tocaban la guitarra
y cantaban. La guitarreada del sábado se institucionalizó. El pabellón 1 le
dedicaba una canción a fulanita del pabellón 3, y estas le devolvían el gesto.
Casi siembre aparecían en tono de victoria los versos de Bella ciao, aunque lo que primaba era el folklore. Alicia
recuerda que Diana era amiga de Alfredo Curuchet, un cordobés, abogado de presxs políticxs que, ironías de
la militancia revolucionaria, se hallaba él mismo preso en Rawson por haber
defendido al sindicalismo clasista del SITRAC-SITRAM. Esas tardes de sábado, ambxs cordobesxs, Triay arriba y Curuchet abajo, empuñaban la guitarra al
unísono para alegría de toda la militancia.
El proyecto de trabajo manual que coordinaba Diana en Devoto tuvo
continuidad en Rawson, pero poco a poco fue redireccionado a producir en
función de las necesidades de la fuga. Por ejemplo, comenzaron a realizar
boinas y cuellos altos del estilo que usaban los guardiacárceles. Es difícil
precisar cuánto sabía Diana, ya que la fuga fue planificada de manera
centralizada y tabicada para que no hubiera resquicios por donde se pudiera
filtrar información. Las presas y presos que luego se fugarían sabían apenas
algún dato parcial, cuyo conocimiento era relevante en cuanto a una tarea
específica asignada.
Pero Diana no llegó a vivir la fuga. A fines de julio o principios de
agosto, Yolanda Ripoll fue trasladada nuevamente en un hércules, pero en
dirección contraria. A ella y a su marido los llevaban a Buenos Aires porque se
habían acogido a la opción para salir del país con destino a Perú. En ese vuelo
también iba Diana, pero esta vez no iban juntas así que no pudieron conversar,
sólo se miraron a la distancia. No es claro el motivo por el que viajaba Diana.
Puede haber sido trasladada para el desarrollo de su juicio en el Camarón. Eso
sucedía con quienes habían sido llevades a Rawson sin
sentencia previa.
Luego de la fuga de Rawson, el 15 de agosto, y de la masacre de Trelew,
el 22, las presas mujeres fueron trasladadas nuevamente al Penal de Villa
Devoto. Rawson se convirtió en una cárcel exclusiva de varones y allí fueron
enviados los presos de Resistencia, entre otros. Alicia recuerda el día en que
se encontraba junto a otras presas en la pista del aeropuerto esperando para
salir. Vio cómo aterrizaba el avión que venía de Resistencia, del cual bajó su
compañero —y también Sebastián— y no pudo ni siquiera saludarlo. En Devoto esta
vez fueron a parar al pabellón de máxima seguridad. Cada una estaba encerrada
en una minúscula celda y sólo podían salir a la galería unos minutos por la
mañana y unos minutos por la tarde. Pero la creatividad de las guerrilleras no
se agotaba y construyeron un singular sistema de comunicación. Como cada celda
contaba con un inodoro y una pileta, los vaciaron y se comunicaron a través de
ellos desde el quinto piso hasta la planta baja. Si necesitaban orinar, hacían
en una lata y luego la vaciaban en el recreo, si necesitaban defecar, llamaban
a la guardiacárcel para que las llevara al baño. A través de la pileta hablaban
con la celda contigua. Se trataba de un sistema de comunicación vertical y
horizontal que permitió sostener el vínculo afectivo y político.
La estricta vigilancia sobre las presas, recién se relajó los días
previos al 25 de mayo de 1973. El FREJULI había ganado las elecciones con la
fórmula Cámpora-Solano Lima y el lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. La
dictadura autodenominada Revolución Argentina llegaba a su fin después de siete
años y el país se encaminaba, por primera vez en dieciocho años, a una
democracia sin el peronismo proscripto. Además, estaba previsto que apenas
asumiera Cámpora hubiera una amnistía general para lxs
presxs políticxs. Desde
mediados de mayo, las presas pudieron tener visitas de contacto con sus
familias. Incluso un día entraron organismos de Derechos Humanos y recibieron
la visita de Julio Cortázar. El clima de libertad se respiraba en el aire. Y
esta llegó de la mano del Devotazo, el 25 de mayo.
Diana recuperó la libertad en Devoto y Sebastián en Rawson. La mamá y papá de
Diana fueron a buscarla, pero no se pudo establecer cómo fue su recorrido en
esos días. Es que, al día siguiente, el 26 llegaba a Ezeiza el avión con los
compañeros liberados de Rawson. Inmediatamente Diana y Sebastián retornaron a
Córdoba.
Abrazar la libertad, la militancia, el amor y les hijes
– capítulo Mendoza
No habrá sido más de un mes que Diana y Sebastián estuvieron en Córdoba.
De allí partieron rumbo a Mendoza con el objetivo de construir la regional
mendocina del PRT-ERP. Ella iba como responsable política y él como responsable
militar. En ese brevísimo paso por la tierra mediterránea, su amigo Roberto Bardach se dio el gusto de verles. Un día les fue a buscar
y llevó a la casa otra de las familias cordobesas que nutrió las filas perretistas, al igual que lxs
Llorens. Luego de la comida lxs llevó de regreso. Eso
fue todo, un almuerzo, un festejo de reencuentro.
La experiencia mendocina de Diana —ahora llamada Viky—
y Sebastián —Francisco—, se extendió aproximadamente dos años y medio, entre
junio de 1973 y diciembre de 1975. En la provincia cuyana establecieron
contacto con un grupo local llamado Movimiento Socialista de Base (MSB) que
agrupaba a unas cuatro decenas de personas, mayoritariamente pobladoras y
pobladores del departamento de Maipú, con inserción en las uniones vecinales y
bodegas de la zona, y que habían hecho una importante experiencia de lucha de
calles un año antes, al calor del Mendozazo (abril de
1972). El MSB se incorporó al PRT-ERP con vertiginosidad, así como lo hicieron
un grupo de trabajadores bancarios que dirigían las Comisiones Gremiales
Internas de dos bancos y contaban con dos secretarías en la Asociación
Bancaria, también un grupo de médicxs, de estudiantes
y artistas. La regional mendocina llegó a contar con 116 militantes. La gran
mayoría se hallaba concentrada en los departamentos del Gran Mendoza, pero
también tuvo desarrollo en el sur provincial, en el departamento de San Rafael.
Su militancia se desplegaba en seis frentes de masas: a) clase obrera —principalmente
en bodegas y en la refinería de petróleo de Luján de Cuyo—; b) bancarixs —en las CGI del Banco de Previsión Social y el
Banco Mendoza y con una importante experiencia en la Escuela Sindical Bancaria—;
c) medicina —hospitales y salitas de salud—; d) teatro —además del elenco “La
Pulga”, junto con otres fundaron la delegación
mendocina de la Asociación Argentina de Actores, cuyo primer secretario general
fue un perretista, Rubén Bravo—, e) barrial —con
trabajo en el barrio San Martín, Espejo, Isla Río Diamante, Pueblo Usina, etc.—;
e) estudiantil —en la Facultad de Medicina de la UNCuyo
y en la Escuela Superior de Periodismo— (Ayles,
2020).
Como se ha dicho, Diana fue a Mendoza como responsable política. Este
dato no debe pasar inadvertido a la hora de pensar las relaciones
intergenéricas de la organización. La dirección de la regional mendocina estuvo
integrada por cuatro personas con tareas diferenciadas. Además de Diana,
Sebastián tenía la responsabilidad del área militar y a elles se sumaron dos cordobesxs más: Santiago Ferreyra se ocupó de la propaganda
y Fátima Llorens, hermana de Sebastián con quien la pareja tenía un fuerte
vínculo afectivo, se desempeñó en legales y solidaridad. Se puede observar una
composición paritaria en cuestión de género, lo que no obedecía a una
definición de cupos que buscara garantizar la equidad, pero que evidencia el
acceso de las mujeres a instancias de dirección regional en una época en la que
se estaban produciendo amplias rupturas de moldes, pero en la que el mandato de
domesticidad continuaba siendo hegemónico. Varios testimonios recogidos entre
quienes militaron con ella en Mendoza la definen, dentro de los parámetros
leninistas de organización, como un cuadro político. Así la describe Santiago:
Diana fue una de las tres mujeres invitadas al
Comité Central Vietnam Liberado, antes de la muerte de ella. Sí, era una
compañera… no solamente de trayectoria, porque Sebastián también. Diana había
caído presa yendo a Bolivia, preparando un grupo, previendo el golpe que le
iban a dar a Torres. Diana había sido responsable de las compañeras presas en
el Buen Pastor, había sido una compañera ideológicamente central, había formado
mucho a las compañeras en la cárcel. Diana realmente era un cuadro
importantísimo (Entrevista a Santiago Ferreyra,
18/07/2012).
En la construcción perretista mendocina, Diana
jugó un rol central. Su nombre emerge abordando un abanico amplio de tareas,
desde los debates políticos hasta el entrenamiento militar que brindaba junto
con Sebastián y Víctor Hugo Vera, el “Negrazón”. Se
la ve planificando y distribuyendo tareas para las acciones armadas y ocupando
lugares de control operativo en las mismas. Según una anécdota, Diana sancionó
a un equipo de militantes por emborracharse el día antes de una acción. ¿En qué
consistió la sanción? En que no podrían participar de la acción para la que
ellos mismos habían realizado la inteligencia y logística: el incendio de unos Unimog destinados a la dictadura de Pinochet (diciembre de
1973). Efectivamente, la “Petisa”, como la llama un militante local, ocupaba un
lugar de autoridad política y militar, incluso para impartir sanciones y
reorganizar una acción armada.
A la par de la construcción orgánica del PRT, dieron forma al Frente
Antiimperialista por el Socialismo (FAS). Ya para octubre de 1973 la revista Nuevo
Hombre anunciaba la constitución de una comisión que impulsaba el FAS en
Mendoza. Y en poco tiempo organizaron numerosas delegaciones que viajaron para
participar en los Congresos del FAS realizados en Roque Sáenz Peña (Chaco), el
24 de noviembre de 1973, y en Rosario (Santa Fe), el 15 de junio de 1974. En el
de Chaco, Bohoslavsky realizó una cobertura periodística para la revista Posición.
Allí vio a Diana ingresar con una columna proveniente de Mendoza que llevaba una bandera con un casco y una
estrella roja:
Y entonces yo la reconozco, pero la compañera no me
reconoce a mí, era Diana Triay. La veo así, me
sorprendo. Y venía junto con una columna… mediana y le pregunto “¿De dónde
vienen compañeros?” “De Mendoza” me dicen, ta, ta, ta “Pertenecen al…” El
movimiento este tenía un nombre que yo no lo recuerdo. “¿Qué significa esta
bandera?” Y entonces la compañera me explica, eeee,
se ve que había un trabajo en petroleros creo, y dice, “Bueno, este es el casco
de los obreros petroleros y esta es la estrella roja internacionalista y
socialista”. Me acuerdo porque esto lo sacamos en una breve nota en la revista (Entrevista a Abel Bohoslavsky, 18/11/2009).
En Mendoza, la pareja de Diana y Sebastián compartía una precaria casita
en Guaymallén con su amigo y compañero Santiago Ferreyra. Él explica que a su
llegada a la provincia:
…en vez de alquilar una casa, compramos esa casa
para tener más economía. Pero eso no era una casa, eran dos cuartos separados
por una pared con una puerta, de adobe, caña, chapa, una letrina. Sebastián
hizo los marcos con barro, todo, puso los dos ventanales maravillosos, una
manta de cortina, la puerta (Entrevista
a Santiago Ferreyra, 18/07/2012).
El testimonio permite observar un aspecto que no era la excepción sino la
regla para lxs militantes perretistas:
el relegamiento de las condiciones de vida personales en función de potenciar
las posibilidades de la organización. No se trataba de obediencia debida, sino
de una convicción personal y grupal en que la revolución socialista por la que
se luchaba era posible en un lapso de tiempo no muy extenso. En ese camino, se
apostó a la construcción de una ética política opuesta a las prácticas de
enriquecimiento y privilegio personal de los partidos tradicionales. Según
Santiago, Diana también llevaba las riendas de ese caballo: “La verdad, un
nivel de autoformación y autoconciencia, Diana, que hasta exagerado ¿viste?
Éramos cuatro, comprábamos un pollito así, comíamos una presa cada uno y ella
guardaba. ¿Pa' la noche? No, pa'
mañana” (Entrevista a Santiago Ferreyra, 18/07/2012).
Allí, en esa tierra y en ese momento, después de tres años de cárcel, una
fuga y el reencuentro con el amor que había extrañado y cuidado, y a la par de
una creciente militancia revolucionaria de la que era cada vez más
protagonista, Diana tuvo sus hijes. Un 9 de julio de
1974, Caro abrió sus ojos al mundo en un parto clandestino. La nombraron María
Carolina y según recuerda Santiago, Diana la llamaba María. Primero fue anotada
con otro nombre y unos meses después consiguieron una partida de nacimiento
falsificada que no acertaba lugar ni fecha, al afirmar que había nacido en
Córdoba un 15 de septiembre. Hasta el día de hoy Caro lleva esa fecha de nacimiento
en su documento, aunque no ha logrado tener festejo doble. Apenas un año
después, en iguales condiciones de clandestinidad, un 31 de agosto de 1975,
Diana parió a Joaquín. Salió de allí con una infección de la que no se pudo
hacer atender y de cuyo cuidado debieron ocuparse sus compañeros de casa,
Sebastián y Santiago. Por un tiempo, ni siquiera contaron con un papel que
certificara el nacimiento.
La rigurosa clandestinidad obedecía a que en Mendoza, como en el resto
del país, las políticas represivas que articulaban el plano legal e ilegal
crecían sanguinariamente. En la provincia se había conformado el Comando
Anticomunista Mendoza (CAM) y el Comando Moralizador Pío XII bajo la
coordinación directa del jefe de la policía provincial, Julio César Santuccione. Mientras el primero había comenzado con las
prácticas de atentados con bombas, secuestros y asesinatos o desapariciones de
militantes, el segundo se daba a la caza de mujeres en situación de
prostitución y a los atentados contra bares de asistencia de personas
homosexuales (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2015). El PRT-ERP local estaba en la
mira y ya contaba con varixs presxs,
un secuestrado que había sido liberado por sus compañeres
y un secuestrado cuyo cuerpo apareció con signos de tortura en Canota. Entre las presas, se encontraba Fátima. Es decir,
la clandestinidad no era una cuestión de elección sino de supervivencia para
quienes no estaban dispuestxs a abandonar la lucha
por una sociedad sin opresión.
Por esa época, la ahora abuela Carolina Durán, viajó algunas veces a
Mendoza a visitar a su hija y conocer a sus nietes.
Según la memoria oral familiar, esa mujer acompañaba a Diana en todo, incluso
iba con ella a repartir la propaganda del ERP en las fábricas.
A principios de septiembre de 1975, Alicia Sanguinetti, que para entonces
militaba en el área de Personal y Contrainteligencia del partido, viajó a
Mendoza con la tarea de registrar la cantidad de militantes y simpatizantes de
la regional, sus frentes de desarrollo, cuántxs
desempeñaban tareas militares, etc. Era la forma en que la dirección partidaria
podía contar con una radiografía de su organización y saber con qué fuerzas se
disponía para desplegar la política. Alicia viajó con su bebé recién nacido y
pasó unos días en la casa que Diana compartía con Sebastián, Santiago y sus dos
niñes. Según su recuerdo, esa casa estaba “muy
tabicada”. Es decir, no la conocían ni les compañeres
del partido, porque allí vivían personas con las más altas responsabilidades.
Durante su estadía, casi no pudo ver a Sebastián que por esos días cumplía
tareas en otro lugar. Pero pudo hablar mucho con Diana. Conversaron de
política, de sus hijes, de las complicaciones del
último parto: “Ella tenía una fuerza impresionante. A pesar de la infección,
salió del hospital inmediatamente por una cuestión de seguridad. En la casa le
terminaron de curar la herida. Diana, recién salida de un parto complicado,
militaba con dos bebés chiquititos. Ferreyra la ayudaba mucho en la casa”
(Entrevista a Alicia Sanguinetti, 18/02/2021).
Unos cuantos años antes de esta entrevista con Alicia, Santiago también
había relatado estos episodios: “Era una delirante total. Se sacaba la venda y
me decía ‘apretá’ ‘¡Pero no jodás,
Diana!’ Y le apretaba y salía así de pus. Me hacía que le esterilizara, que le
pusiera una venda así y otra venda así y salía a militar” (Entrevista a
Santiago Ferreyra, 18/07/2012). Los testimonios de sus compañeres
dibujan una imagen donde se puede apreciar a una mujer cuyo deseo de maternidad
y amor por sus hijes no menguaba sus deseos de
revolución y un involucramiento personal acorde a sus convicciones. También se
observa a los dos varones con quienes convivía y militaba, compartiendo las
tareas de crianza. En una entrevista realizada a “Monona” —una de las primeras
militantes del PRT-ERP en Mendoza—, mientras relataba un encuentro de formación
militar, realizó esta observación sin que se le hubiera preguntado por el
asunto: “Otra cosa que me impactó mucho fue la primera vez que vi a un hombre
lavando pañales. Estaba Francisco [por Sebastián] en un semejante fuentón
porque tenían una bebé, lavando los pañales. Viky, su
compañera, salió en una moto, armada, mientras él se quedó lavando pañales. A
mí me impactó mucho” (Entrevista a Mirta “Monona” Ramírez, 26/02 y 16/04/2011).
En octubre o noviembre de ese 1975, Diana
viajó a Buenos Aires a desempeñar tareas de logística. Con Sebastián hicieron
un acuerdo, como no podía irse con les dos niñes,
ella se llevaría a la niña que ya tenía un año y medio y él se quedaría con el
bebé, que para ese entonces tenía dos o tres meses. Parece que la decisión
obedecía a que Diana consideraba que, si bien para les dos niñes
el distanciamiento con la madre sería difícil, la niña ya había generado un
vínculo con ella por lo que le costaría más. Sebastián y Santiago quedaron en
Mendoza cumpliendo sus tareas y al cuidado de Joaquín. Según el recuerdo de
Santiago, tenían que lavar como 50 pañales y enjuagarlos como siete veces y
luego Sebastián se armaba un bolso con mamaderas y pañales y salía a militar.
Una familia de colaboradores del ERP en Mendoza ayudó cuidando al bebé durante
el día, junto con sus cinco hijxs.
No se ha podido determinar específicamente
cuáles fueron las tareas desarrolladas por Diana en Buenos Aires. Se piensa
que, al haber sido parte del área de logística, puede ser que estuviera
vinculada a los preparativos para el ataque al batallón Domingo Viejo Bueno de
Monte Chingolo. Pero por ahora no es más que una hipótesis. Lo cierto es que en
ese tiempo se reencontró con Yolanda Ripoll. Ella y su marido se habían
integrado a las filas perretistas, habían estado en
Cuba y Yoli cumplió funciones de solidaridad internacional en Europa. Ahora
vivían en el conurbano bonaerense y, como ambxs eran arquitectxs, eran parte del servicio de construcciones del
área de logística partidaria[8]. Por ese
tiempo vivieron con sus dos hijitos en una casa precaria en González Catán y
luego en La Matanza en un rancho. Diana fue tres o cuatro veces a su domicilio
para la atención política desde el área de logística.
Cuando Yoli y Diana se reencontraron, la
primera atravesaba una crisis con su pareja porque estaba cansada de la
situación de inestabilidad y precariedad en que vivían. Según su recuerdo,
frente a esta situación Diana le habló para convencerla ideológicamente de que
había que transitar esas condiciones impuestas por el enemigo para sostener la
lucha revolucionaria por una sociedad socialista. Para cumplir sus tareas,
Diana estaba caracterizada como una mujer de clase media alta de Barrio Norte
de Capital Federal. Cuando llegaba al barrio de Yoli con sus largas polleras,
les vecines le decían: “la vimos pasar a su prima, la
rica”. Pero, como hemos visto, esto no equivalía a que su situación fuera más
estable o cómoda, sino a una pantomima militante. El asunto es ilustrativo para
polemizar con los abordajes históricos que sostienen la tesis de direcciones
autoritarias que utilizaban instrumentalmente a las bases militantes. En
contraste, se observa a una mujer de dirección intermedia que intentaba ofrecerle
herramientas a su compañera militante para sobrellevar una difícil situación.
Diana sabía de lo que hablaba. No lo hacía desde la ajenidad. Ella misma había
sufrido la inestabilidad, la persecución, la cárcel y los partos en la
clandestinidad. La guerrilla, incluyendo a su dirección, estuvo atravesada por
niveles de entrega difíciles de imaginar desde el tiempo presente.
Según lo que ha podido reconstruir Caro
Llorens, es probable que Diana regresara por unos días a Mendoza en noviembre.
Allí habrían intercambiado hijes con Sebastián,
dejando a la niña y llevándose al bebé. Existe una probabilidad de que en ese
viaje haya ido el infiltrado Oso Ranier. Según le
contó muchos años después la mamá de la familia de colaboradores del ERP que
les cuidaba, el Oso había ido en un auto a la casa con Diana. Ella se acordaba
porque al verlo llegar le dijo a Sebastián “ese tipo no me cae bien” y luego lo reconoció en
las fotos publicadas en la prensa erpiana como el
infiltrado que delató a más de un centenar de militantes que fueron asesinades o desaparecides. El
hecho no ha sido comprobado, pero es probable por dos motivos. Uno es que el
área de infiltración del Oso era la misma a la que había sido asignada Diana:
logística. El otro es que en la entrevista realizada en 2012 a Santiago
Ferreyra, refirió que el Oso había ido a Mendoza. Según su relato, fue con otro
hombre para llevar armas que se entregarían en la casa donde elles vivían, pero
Diana los frenó en un punto y dijo que hasta la casa sólo iría uno. Así fue que
el Oso se quedó esperando y Sebastián manejó la camioneta hasta su domicilio
con el otro acompañante que llevaba los ojos cerrados para no reconocer el
camino ni la zona.
El asunto es que, en la primera semana de diciembre, Sebastián dejó
Mendoza para ir a Buenos Aires a reencontrarse con su compañera y continuar su
militancia allí. La regional mendocina quedaba a cargo de Santiago Ferreyra. El
9 de diciembre llegó el día más esperado y el más espantoso. Por la mañana la
familia se reencontró y es imaginable que haya sido un momento exultante
después de los meses de distancia. Pero por la noche, una patota entró al
departamento C del décimo piso del edificio de Callao 1158 y entre amenazas y
golpes, se llevaron a Diana y Sebastián, dejando a les niñes
con el portero.
Un día antes —producto de las delaciones que meticulosamente el Oso Ranier realizaba ante su mentor, Carlos Españadero,
jefe de la División de Situación General del Servicio de Inteligencia del
Ejército (SIE) que funcionaba en el Batallón 601— habían sido secuestrades de una casa en Wilde el hasta entonces
responsable nacional de logística del PRT-ERP, Elías Abdón (el Turco Martín),
el compañero mendocino que ese día lo relevaría en la responsabilidad, Ángel Gertel (Petete) y el Jefe del Estado Mayor del ERP, Juan
Eliseo Ledesma (comandante Pedro). En la seguidilla, fueron secuestrades
de una casa en Morón, Ofelia Paz —esposa de Asdrúbal Santucho, quien había sido
asesinado en Tucumán en julio— con sus cuatro hijas, que tenían entre 10 y 15
años, les cuatro hijes de Mario Roberto Santucho —un
bebé de meses y tres adolescentes mujeres de 12, 13 y 14 años— y el hijo de
Elías Abdón, que había cumplido 4 años. Todes les secuestrades durante esos días fueron llevades
al centro clandestino de detención Puente 12, ubicado en el cruce de Autopista
Ricchieri y Camino de Cintura en La Matanza.
Allí dos personas vieron y hablaron con Diana. Una de ellas fue Ofelia.
Diana le contó que la habían torturado quemándola con cigarrillos y le pidió
que memorizara un número de teléfono de su familia porque estaba segura de que
Ofelia iba a salir y necesitaba que se comunicara para que buscaran a sus hijes. En otro momento de la noche, Ana Cristina Santucho
Villarreal, que en ese entonces ingresaba en la adolescencia con sus jóvenes 14
años, fue sentada junto a Diana. Aunque tenía los ojos vendados, la reconoció
porque Diana comenzó a hablarle. En su relato, Ana Cristina, dice que se puso
“re contenta” al escuchar su voz. Es que la conocía de varias reuniones que
había tenido con su papá. Luego de la fuga de Rawson y habiendo reingresado al
país tras una estadía en Cuba, Mario Roberto Santucho, al igual que otros
miembros de la dirección partidaria, se fue a vivir clandestinamente a Córdoba.
Allí vivió en varias casas operativas que compartía con sus tres hijas, cuya
mamá había sido asesinada en agosto de 1972. A esa casa en Córdoba iban algunes compañeres a tener
reuniones, entre elles Diana. Siendo 1973, probablemente en una de esas
reuniones se haya definido su partida junto a Sebastián a Mendoza. Por el
recuerdo de Ana Cristina, también es factible que haya regresado a reunirse
allí mientras ya construía en la provincia cuyana. Ana Cristina, la mayor de
las hijas Santucho, tenía entre 11 y 12 años en ese tiempo y recuerda que Diana
llegaba con su larga cabellera peinada en una sola trenza y se hacía un tiempo
para acercarse a las niñas, preguntarles cómo estaban y hacerles alguna broma.
Por ello la joven guardaba un recuerdo afectivo Diana, como una compañera de su
papá a quien admiraba[9].
Esa noche en Puente 12, con una voz dulce y sosteniendo la ternura, pero
a la vez con firmeza para preparar a la joven, Diana le dijo que tratara de
estar tranquila, que ella ya sabía lo que estaba ocurriendo y que tenía que ser
fuerte. Previendo que podían torturarla, le aconsejó “Tenés
que pensar siempre en cosas lindas, cuando eso suceda”. También le aseguró que
iba a salir de ahí. Parece que Diana abrazaba esa certeza. Ana Cristina le
preguntó si estaba segura de que la iban a liberar y Diana le dijo que sí. En
cambio, cuando le preguntó qué sucedería con ella, le contestó: “No te
preocupes por mí” (Entrevista a Ana Cristina Santucho Villarreal, 11/02/2021).
Esos recuerdos de Ana Cristina y de Ofelia, son los únicos que se guardan como
testigos de los últimos días de vida de Diana, que a partir de allí pasó a
engrosar las listas de desaparecides junto con
Sebastián. En ese momento de horror, signado por la tortura y el miedo por la
situación de sus hijes, su pareja y compañeres secuestrades, Diana
pudo encontrar la fuerza y la templanza para ocuparse de que sus hijes fueran recuperades por su
familia y de proteger y dar aliento a su joven compañerita, hija de la
compañera con que ya había compartido cárcel en dos oportunidades.
El portero que había quedado con les niñes, les
llevó a la policía. Un pedacito de suerte asomó en sus cortas vidas, porque no
fueron apropiades sino enviades
a la Casa Cuna. La jueza a cargo, Dra. Oliveira, hizo publicar una foto de ambxs en el diario La Razón del 13 de diciembre de
1975. Si bien decía que el matrimonio secuestrado se apellidaba Hernández,
acertaba en toda la información brindada respecto del secuestro y ahí estaban
las caras de Caro y su hermanito para ser reconocides
por sus familiares.
Dos mensajes llegaron a la familia Triay-Durán
en Córdoba. Por un lado, Ofelia, que no había olvidado el teléfono memorizado y
en medio de otro tormento con sus hijas y sobrines, puestxs en un hotel por Españadero,
tal vez de carnada, llamó al teatro donde trabajaba Hugo, papá de Diana, y dio
la alerta para él. Por su parte, Yoli vio la noticia del secuestro y que lxs niñxs habían quedado solxs y se fue a la estación de trenes de Constitución. En
una cabina telefónica buscó en la guía el apellido Triay
en Córdoba —conocía el apellido de Diana por haber compartido la cárcel—. En el
último llamado dio con una pariente y le dijo que Diana y Sebastián se habían
enfermado y que debían viajar a buscar a les niñes.
También indicó la fecha y el diario que debía mirar para encontrar la dirección
en donde encontrarles. Sin esos mensajes, otra hubiera sido la historia de Caro
y su hermanito. Pero gracias a esas dos mujeres, Carolina y Hugo partieron
rumbo a Buenos Aires y en una tarea nada sencilla, recuperaron a sus nietes.
Algunas
reflexiones
Del recorrido vital de Diana se puede observar que esa mujer, militante
de una organización revolucionaria con estrategia de lucha armada para la toma
del poder y la construcción del socialismo, guarda aspectos comunes con
cualquier otra. La hija pequeña, cuarta hermana, la que juega con los pollitos,
la adolescente tímida que va a la escuela mientras toma talleres de artes
plásticas y toca la guitarra, la que vive sus primeras experiencias de acoso
callejero y la violencia machista de su pareja. La reconstrucción biográfica de
la guerrillera desaparecida le devuelve su condición de humana y sus múltiples
aristas de maestra, artista, hija, hermana, pareja y mamá. A la vez emergen una
serie de rompimientos con el mandato de domesticidad femenina que se manifiestan
en su separación, en sus búsquedas laborales como artesana, en su militancia
guerrillera y su armado familiar. Estas transgresiones también llevan la marca
de la estructura del sentir epocal. Eran rupturas a
las que se lanzaban gran cantidad de mujeres. En ese sentido, como en otros,
Diana no era única.
Junto a su identidad sexo-genérica, es relevante prestar atención a su
lugar de agencia política entre Córdoba y Mendoza. Esto posibilita observar una
historia que también transcurrió caudalosa por fuera de los límites
bonaerenses. Mirar la historia del PRT-ERP desde los caminos de Diana, habilita
el conocimiento de las prácticas y culturas militantes en dos provincias del
mal llamado “interior”.
Diana, la guerrillera, no aparece como una mujer sumisa, sometida a
mandatos de direcciones masculinas que instrumentalizaron su vida tras su sed
de revolución. Diana tenía sed de revolución. Este volver al pasado reciente
desde una perspectiva que percibe articuladamente las relaciones de clase y
género y se detiene en la reconstrucción empírica y minuciosa de las historias
de mujeres habilita reconocer que ellas podían desear la revolución socialista,
luchar armas en la mano o vivir la clandestinidad y otras complejas
situaciones, no por imposición masculina, ni por masculinización de su rol, si
no por convicción personal y política. No se puede soslayar, a riesgo de
falsear la historia, que Diana tomó unas cuantas decisiones y militó según sus
propias convicciones en una organización que no se definía feminista, pero que
en su horizonte socialista concebía la igualdad de género y ello se manifestaba
en su cultura militante, así como en algunos de sus documentos partidarios.
A través de los ojos de Diana también se hacen observables ciertos
rompimientos de la militancia perretista con los
mandatos patriarcales de la época. En esa experiencia de convivencia personal y
política con dos varones, las tareas domésticas y militantes eran compartidas
sin distinción con su pareja y su compañero de partido trastocando las asignaciones
sexuales y excluyentes de espacios públicos y privados para varones y mujeres
respectivamente. Esa mujer era la responsable política de esos varones. Esos
varones cuidaban a les hijes, mientras ella preparaba
la logística de una acción en una provincia lejana. Sus partos en la
clandestinidad y su continuidad militante dan cuenta de una voluntad de ruptura
con las injusticias. Siguiendo a Vasallo (2009), los cuestionamientos a estas
maternidades obedecen a una concepción según la cual maternar
es sinónimo de continuidad y conservación, lo que dificulta comprender que sus
deseos de maternaje estuvieran imbricados por sus
voluntades de ruptura. Diana, junto a otras miles de militantes, parieron hijxs que desearon y soñaron como habitantes nuevxs del mundo transformado por el que luchaban.
Caminar los pasos biográficos de Diana, desde una mirada de género que
concibe a las mujeres como protagonistas, también posibilita la aparición en
escena de muchas otras mujeres. Allí está su compañera en Córdoba, Esther
Álvarez Igarzábal. Aparecen las fugadas del Buen
Pastor: Alicia Quinteros, Silvia Urdapilleta, Ana María Villarreal y Cristina Liprandi. Las presas de Devoto y Rawson, Alicia
Sanguinetti, Marta Rosetti, Silvia Hodgers y Yolanda
Ripoll. También emerge Ofelia, que a la par de Yoli y sin conocerse,
garantizaron que Carolina y Hugo pudieran encontrar a sus nietes.
La pequeña Ana Cristina Santucho, a través de la cual se abre la puerta al
universo de sus hermanas y primas secuestradas, es prueba de la resonancia que
podía dejar Diana en esa preadolescente a la que recientemente le habían
fusilado a su mamá y que encontrándose asustada en los fondos de la dictadura desaparecedora halló a su lado un momento de paz. También
aparecen en escena su mamá y su hija. La primera, Carolina, que la sostuvo
todos esos años, viajando a verla a las cárceles, organizando la resistencia
fuera de ellas, acompañando sus iniciativas. La segunda, Caro, a través de un
sostenido trabajo de memoria que no permitió que desaparecieran las huellas de
Diana y Sebastián. Ambas, muestra de dos generaciones distintas que también
fueron protagonistas de una agencia colectiva de mujeres, la de las madres y la
de las hijas.
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Fuentes orales (entrevistas de la autora)
Archivo de audio: Diana Triay en guitarra -
saludos para Antonio Coco Blanco, mayo 1962.
Abel Bohoslavsky, médico, militante del PRT-ERP en Córdoba. 18/11/2009,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Mirtha “Monona” Ramírez, estudiante de Comunicación Colectiva en Mendoza.
26/02 y 16/04/2011, General Alvear, Mendoza.
Santiago Ferreyra, miembro de la dirección de la regional Mendoza del
PRT-ERP. 18/07/2012, Córdoba.
María Carolina Llorens, hija de Diana Triay y
Sebastián Llorens. 28/01/2021, por videollamada entre Córdoba y Morón (Buenos
Aires).
Ana Cristina Santucho Villarreal, hija de Ana María Villarreal y Mario
Roberto Santucho. 11/02/2021, por videollamada entre Ciudad Autónoma de Buenos
Aires y Morón (Buenos Aires).
Yolanda Estela Ripoll, arquitecta, integrante del área de construcciones
de logística del PRT-ERP en Buenos Aires. 11/02/2021, por videollamada entre La
Plata y Morón (Buenos Aires).
Alicia Sanguinetti, militante del PRT-ERP en Buenos Aires y Paraná.
18/02/2021, por videollamada entre Ciudad de Buenos Aires y Morón (Buenos
Aires).
Roberto Bardach, militante del PRT-ERP en
Córdoba. 01/03/2021, por videollamada entre Córdoba y Morón (Buenos Aires).
Silvia Hodgers, bailarina, militante del
PRT-ERP en Buenos Aires e integrante del área de inteligencia. 10/03/2021, por
videollamada entre Francia y Morón (Buenos Aires).
Vicente Zito Lema, poeta y abogado defensor de presxs políticxs. 26/03/2021, por
llamada telefónica.
Fuentes escritas (del archivo personal de Carolina Llorens)
Carta de Diana a su mamá, 09/08/1971.
Carta de Sebastián a Diana, agosto de 1971, Resistencia, Chaco.
Carta de Sebastián A Carolina Durán, 24/06/1972, Resistencia, Chaco.
Memorándum, Córdoba, 19/08/1971.
Partida de nacimiento de Diana Triay, acta N° 2.422, Serie D. 02/11/1945, Córdoba.
Fuentes periodísticas (salvo indicación, de la Hemeroteca del Congreso de
la Nación)
Clarín, Buenos
Aires, 12/06/1971.
Córdoba, Córdoba,
29/11/1970.
Estrella Roja n° 4, julio
de 1971. Recuperada de: http://www.ruinasdigitales.com/revistas/EstrellaRoja%2004.pdf
La Nación, Buenos
Aires, 12 y 13/06/1971.
La Opinión, Buenos
Aires, 12/06/1971.
Los Principios, Córdoba, 29
y 30/11/1970; 12 y 13/06/1971.
La Razón, Buenos
Aires, 12/06/1971; 13/12/1975.
Llorens, M. C. “No son sólo memoria”. Página 12, 28/05/2013.
Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-220962-2013-05-28.html
Recibido: 30 de Marzo de 2021
Aceptado: 5 de Mayo de 2021
Versión
Final: 20 de Junio de 2021
[1] Nidia fue una
de las médicas que acompañaron a Agustín Tosco en sus últimos tiempos de
enfermedad, clandestinidad y persecución.
[2] La reconstrucción del intento de
atraco en la armería Saap fue realizada a partir del análisis de las
entrevistas a Caro Llorens y Roberto Bardach, y de las notas periodísticas
publicadas en los diarios Córdoba y Los Principios.
[3] Marta fue asesinada en Córdoba el
30/06/1976. Secuestrada y llevada al D2 a mediados del ‘75, junto con su
hijita, frente a la cual la torturaron. Luego la legalizaron y trasladaron a la
Penitenciaría, de donde una noche la sacaron y
fusilaron armando la escena para la aplicación de la ley de fuga. Enrique
estuvo preso durante la dictadura, es un sobreviviente al genocidio (Crosetto
& Depetris & Gallegos, 2014).
[4] Un año antes, Alicia también había
vivido su primera experiencia de tortura en el encierro en Coordinación Federal
durante 20 días, previo a su llegada al Buen Pastor.
[5] Comisión de Familiares de Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales
fundada en 1971. Era un organismo de DD.HH. que denunciaba las condiciones
carcelarias y las torturas y garantizaba los viajes de lxs familiares para
visitar a lxs presxs en las distintas provincias, llevarles alimentos,
medicina, ropa, etc. Aunque COFAPPEG tenía un especial vínculo con el PRT-ERP,
el organismo era autónomo y defendía a lxs presxs de todas las organizaciones,
principalmente guerrilleras.
[6] La Gremial de Abogados se fundó a
mediados de 1971. Dos años después ya reunía unes 350 abogades de todo el país,
de distintas filiaciones políticas, con el compromiso de brindar su apoyo
profesional a todas las luchas populares contra la dictadura.
[7] Entre fines de 1972 y principios de 1973 se realizó otra huelga de hambre bajo
la consigna “Por una Navidad y Año Nuevo sin presos políticos”.
[8] Dentro del área de logística funcionaban varios
servicios, como documentación, armamento, construcciones, automotores, etc. que
se ocupaban de facilitar lo que a cada uno le correspondía para el accionar
cotidiano de la organización.
[9] En la
entrevista con Ana Cristina, le conté que Diana había estado presa con su mamá
en el Buen Pastor de Córdoba, de donde se fugaron juntas en 1971. Ella no
recordaba esto. Sus recuerdos de Diana remitían a 1973. Pero al día siguiente
de la entrevista, me escribió reflexionando respecto de que era probable que
también la hubiera visto a Diana en el Buen Pastor, porque fue varias veces a
visitar a su mamá. Tal vez su recuerdo con tanta admiración a Diana viniera de
esos momentos. Luego, Diana y Ana María Villarreal volvieron a compartir cárcel
en Rawson.