Tras las huellas de Diana Triay: explorando la participación de las mujeres en el PRT-ERP

 

 

In the footsteps of Diana Triay: exploring the participation of women in the PRT-ERP

 

 

Violeta Ayles Tortolini

Instituto de Investigaciones de Estudios de Género,

Facultad de Filosofía y Letras

Universidad de Buenos Aires,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

atvioleta@hotmail.com

 

 

Resumen

El artículo expone una reconstrucción empírica del recorrido biográfico de Diana Triay, cordobesa, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y desaparecida desde diciembre de 1975. Un repaso por su experiencia política, su paso por las cárceles y sus niveles de responsabilidad, así como sus relaciones afectivas y la maternidad, posibilita visibilizar el rol activo y protagónico de las mujeres al interior de una de las organizaciones revolucionarias que signaron el pasado reciente argentino. Para esta indagación se acudió al trabajo con fuentes orales, periodísticas, archivos familiares y la prensa partidaria.

 

Palabras clave: PRT-ERP; Diana Triay; lucha armada; género; mujeres

 

Abstract

The article presents an empirical reconstruction of the biographical journey of Diana Triay from Cordoba, a member of the Workers' Revolutionary Party -People's Revolutionary Army (PRT-ERP) who disappeared in December 1975. A review of her political experience, her passage through the prison systems and what systems or people were responsible as well as Triay's affective relationships and motherhood, make it possible to document the active and leading role of women within one of revolutionary organizations that marked the recent Argentine past. For this investigation, oral and journalistic sources, family archives, and the party press were consulted.

 

Keywords: PRT-ERP; Diana Triay; armed conflict; gender; women

 

 

 

 


Introducción

El presente trabajo expone y analiza el recorrido biográfico de una mujer protagonista de la historia reciente argentina, en cuanto militante de una de las organizaciones revolucionarias que signaron ese período de agudización de la lucha de clases: el Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Accedí a la figura de la cordobesa Diana Triay en el curso de mi investigación doctoral referida a la historia de la regional mendocina de aquella organización, de la cual Diana fue responsable política. La potencia del relato vital de aquella guerrillera llevó a una de las juradas de mi defensa a recomendarme que buceara en esos mares. Por tanto, este artículo es resultado de aquel consejo y a la vez constituye el origen de otra investigación.

En estos primeros pasos, busqué arribar a una reconstrucción empírica lo más completa posible, de la que aquí se presenta una ajustada síntesis. Varias aristas que aquí van asomando serán retomadas en futuros trabajos. Del mismo modo, se irán desprendiendo algunas reflexiones iniciales de orden teórico e interpretativo, que permitan ir más allá de la tarea de visibilización de las mujeres en el pasado reciente, para dar paso al análisis de sus relaciones, transgresiones y continuidades, en tanto experiencia que se desenvuelve en una determinada estructura del sentir epocal y territorial (Thompson, 1981).

Para la investigación fue fundamental recurrir a la historia oral. Retorné sobre tres entrevistas realizadas en el curso de mi tesis doctoral sobre el PRT-ERP en Mendoza mediante la técnica de historia de vida que posibilita observar la militancia revolucionaria como parte del entramado vital personal y social. También construí siete nuevas entrevistas realizadas específicamente para este artículo. Esta vez, fueron elaboradas de manera semi-estructurada y con posibilidad de repregunta. Orientadas específicamente a conocer sobre Diana, no comenzaron por la historia de vida personal, pero inscribieron la temporalidad compartida con ella en la propia experiencia militante. Si toda investigación es situada, esta lleva la marca de haber sido desarrollada en este novedoso e incierto contexto de pandemia mundial y medidas de aislamiento, lo que condicionó a la realización de entrevistas a través de plataformas virtuales y llamadas telefónicas. Como contrapartida de la dificultad que impone la no presencialidad, en un tiempo récord pude realizar una importante cantidad de entrevistas con personas que viven en provincias y países lejanos. En particular, la entrevista con la hija de Diana, Caro -nombrada de ese modo para distinguirla de su abuela Carolina-, resultó fundamental para tener acceso a las etapas de infancia y adolescencia, así como a un valioso archivo familiar. Allí pude examinar cartas escritas y recibidas por Diana Triay, así como un álbum fotográfico familiar, registros fotográficos de sus obras y documentación legal personal. También consulté la prensa erpiana Estrella Roja y periódicos cordobeses y de tirada nacional.

Escrito desde una perspectiva feminista, acudo al uso del lenguaje inclusivo. A veces utilizo la clásica fórmula “as/os” y otras exploro con las versiones no binarias de la “e” y la “x”, que alterno según su sonoridad. En ese sentido, hay un variopinto uso que deberá ser entendido como parte de esta época de transiciones, hasta que el lenguaje se vaya acomodando a visiones menos excluyentes y opresivas.

Este ir tras los pasos, las huellas, de Diana, habilita la observación de unos cuantos nudos históricos desde una mirada situada. Así, a través de su historia se puede visualizar la trama de la lucha de clases de los años ’60 y ’70, la experiencia de una de las organizaciones revolucionarias más activas en la lucha armada, el lugar de las mujeres en dicho devenir y la historia local, aquella que constituye parte de una historia nacional usualmente relatada como generalización de lo ocurrido en Buenos Aires. En particular, las coordenadas que orientan esta exploración buscan aportar evidencias históricas que contrasten con algunas versiones todavía hegemónicas sobre la militancia setentista. Una de ellas remite a un recuerdo en el que una compañera de militancia sindical docente señalaba que lxs desaparecidxs no eran todxs guerrillerxs, sino que también había docentes, estudiantes, hijxs, trabajadorxs. La afirmación es ilustrativa de una imagen ficcional según la cual las personas que dieron vida a la guerrilla no tenían vínculos familiares, amores o trabajos.

A la par del problema señalado, referido a la militancia guerrillera en general, se erigen otros vinculados específicamente a la participación política femenina. La historia de las mujeres en la militancia setentista no es un tema inexplorado. En las últimas décadas hubo una prolífica producción académica que logró visibilizar la presencia femenina en la militancia social, sindical y política, así como reflexionar en torno de las relaciones intergenéricas desde distintos puntos de vista. La presente investigación se inscribe en una línea que no impugna la violencia política de los sectores populares y que explora la experiencia femenina guerrillera en un contexto entendido como proceso de radicalización en el que los sectores subalternos, y en particular la clase trabajadora, fueron asumiendo protagonismo político (Pozzi, 2001; Pasquali, 2008; Andújar, 2009; Vasallo, 2009; Grammático, 2011; Viano, 2011; Ayles Tortolini, 2019; Noguera, 2019). Al mismo tiempo, toma distancia de algunos nudos interpretativos que explican al PRT-ERP como una estructura verticalista acrítica en la que la dirección dispuso instrumentalmente de las vidas personales y los cuerpos de la militancia de su organización y en particular de las mujeres, impidiéndoles su desarrollo político y personal (Oberti, 2015). Esta lectura corre el riesgo de provocar un nuevo corrimiento de las mujeres de la agencia histórica, para observarlas subordinadas a definiciones adoptadas por otros.

En el presente artículo trabajo la hipótesis de que las mujeres setentistas fueron protagonistas de sus propias historias. Sigo las huellas del recorrido vital de Diana orientada por la idea de que integró una tradición de mujeres que transitaron una conjunción de rebeldías frente a imposiciones familiares, conyugales, laborales y políticas (Viano, 2005). El enfoque de las guerrilleras como protagonistas de sus propias vidas posibilita recoger la invitación a buscar esos hilos perdidos que nos permitan anudar genealogías feministas que no prescindan de los aspectos estigmatizados por lxs vencedorxs, entre los que se encuentran las tradiciones políticas de izquierdas (Ciriza, 2020).

 

Infancia, adolescencia y juventud de una guerrillera

A las veinte horas de un 24 de octubre de 1945, nacía Diana Miriam Triay en la capital cordobesa. Era el cuarto parto de Carolina Durán, según afirma el acta de nacimiento. Carolina tenía 28 años y el papá de Diana, Hugo Triay, 36. De profesión militar, afirma el acta. Pero, en realidad, era músico. Carolina era una andaluza que llegó a Córdoba a sus ocho años, cuando su familia huyó de España para evitar que los hijos mayores fueran enviados a alguna de las expediciones militares que se dirigían a reprimir los levantamientos en las colonias africanas. Recién llegada a Córdoba, se dedicó a trabajar en la casona que su familia alquiló para vivir y convertir en pensión. Allí fue a hospedarse Hugo Triay, con quien se casó a sus jóvenes 16 años. Hugo era hijo de Pedro Triay, quien había sido expulsado de Menorca por comunista, y de la mulata Adelina Carranza. Pero Adelina murió cuando Hugo era un niño, por lo que fue enviado con su hermano a un orfanato. Allí fue que cultivó el gusto por la música. Al hacer el servicio militar, se quedó como músico del Ejército, pero eso obedecía sólo a la necesidad de sustento económico y apenas pudo (a sus 38 años) se jubiló de la tarea. Lo que verdaderamente disfrutaba era la orquesta cooperativa que creó. “Hugo Triay y sus muchachos” se llamaba y funcionaba a través de un sistema cooperativo por el cual todos los músicos cobraban por igual.

Carolina y Hugo no militaban, pero la política no les era ajena. Carolina le contó a su nieta cómo le quedó grabado el llanto desconsolado de sus hermanos mayores cuando en 1927 asesinaron a los anarquistas Sacco y Vanzetti. Estos hermanos trabajaban en una barbería donde su actividad principal era repartir la prensa. Por su parte, cuando don Pedro Triay iba a visitar a sus hijitos al orfanato les hacía escuchar la Internacional. En los últimos años de vida de Pedro, su hijo lo llevó a vivir a la casa que compartía con Carolina y allí, mientras este perdía hasta las posibilidades del habla, Hugo le relataba las noticias de la Guerra Civil Española, pero un tanto distorsionadas. De tal modo que en sus relatos las ventajas iban para el bando republicano, lo que brindaba enormes alegrías al viejo, que celebraba con el puño en alto. Según la nieta de Carolina y Hugo, Caro Llorens: “Siempre fueron de izquierda mis abuelos. Ateos, ambos. Anticlericales” (Entrevista a Carolina Llorens, 28/01/2021).

En esa familia de clase trabajadora, ideas de izquierda y pasión por la música nació Diana. Como bien decía el acta, cuarto parto de Carolina. Su hermana mayor, Nidia, le llevaba 12 años. Le seguía Talía, de 8, y finalmente Mirta, quien, dos años mayor que ella, sería su gran compinche. En la infancia, Diana seguía a Mirta en todas las travesuras. Como su mamá conservaba la tradición de tener huerta, pollos y gallinas en el patio de la casa, Diana y Mirta jugaban con esos pollitos, les ponían nombres y les daban clases. Un día, al regresar de la escuela, Diana le preguntó a su mamá qué iban a comer y Carolina le contestó que el plato sería arroz con pollo. Horrorizada, Diana corrió al gallinero y volvió llorando y alertando a su hermana: “Mirta, no comás que es José Luis” (Entrevista a Carolina Llorens, 28/01/2021).

Las cuatro hermanas hicieron la primaria y secundaria en la Escuela Normal Nacional Alejandro Carbó. Simultáneamente, Diana asistía al conservatorio de música. Como la escuela daba el título de maestra, ya desde los 17 años, allá por 1962, Diana trabajó como maestra de música. A lo largo de su infancia y adolescencia habitó diversos talleres de música y de pintura. Aunque su timidez le dificultaba las cosas. Por ejemplo, le costó dar el examen final del conservatorio porque este consistía en un concierto y ella sentía vergüenza ante la exposición.

Entre las fuentes exploradas para este artículo, se encuentra una grabación que la familia realizó en ese mismo año de 1962 para saludar por su cumpleaños al primo Coco, padrino de Diana, que vivía en Estados Unidos. Antes de tocar la guitarra Diana graba su saludo advirtiendo que prefiere que sea así porque si hubieran estado todos mirándola se habría puesto muy nerviosa, “en cambio ahora estoy tranquila, en mi pieza, y te puedo saludar y hablar con vos tranquilamente, como si estuvieras al lado mío”. Es un mensaje con expresiones amorosas, entrecortadas por tímidas risitas. Son apenas 45 segundos previos a tres canciones en guitarra, porque como advierte al comenzar: “todo lo que ahora no te puedo decir, espero expresar un poquito por medio de la guitarra” (Archivo de audio, 1962).

Pero ese carácter tímido no la hizo menos arremetedora con la vida. Mientras trabajaba como maestra de música en una escuela humilde en Villa del Rosario, comenzó a estudiar la Licenciatura en Grabado en la Escuela de Bellas Artes (actual Facultad de Artes) de la Universidad Nacional de Córdoba. Allí se recibió en 1968 y fue realizando una prolífera obra que incluyó pinturas, tejidos, tapices, pirograbados y trabajos en cuero como carteras y cinturones. Buena parte de esa producción es conservada por sus familiares y compañeras de militancia. Para este trabajo pudimos acceder a 21 fotografías de estas producciones artesanales. Esta veta artística devendrá en acción política en su experiencia carcelaria.

Cuenta Caro Llorens que, cuando iba a la facultad, su mamá usaba unos hot pants muy cortitos -unos mini shorts- con medias a rayas de colores. Y que al día de hoy se encuentra con infinidad de enamorados de Diana.

Las hermanas Triay se casaron jovencitas y ese fue el supuesto momento de emancipación, donde se dejaba la casa paterna. Diana no fue la excepción. En el transcurso de sus primeros años de carrera contrajo matrimonio con un estudiante de la misma facultad: Héctor Jhonson. Este fue su primera pareja y también su primera experiencia de violencia machista. Según le contó Carolina Durán a su nieta, Jhonson encerraba a Diana en un armario. En pocos años, ella encontró la forma de ponerle fin a esa situación, ya que en antes de finalizar la carrera ya estaba separada.

 

Asomar a la militancia revolucionaria

No se ha podido precisar la fecha exacta y los motivos que llevaron a Diana comenzar a militar. Sus hermanas mayores, Nidia y Talía, habían sido parte de la Juventud Comunista y luego Nidia continuó militando en el Partido Comunista[1]. Pero no parece haber sido esa la carta de invitación a la militancia, aunque probablemente haya ejercido influencia en su visión de mundo, al igual que el ideario izquierdista de la casa en que se crió.

Si bien no se ha podido dar con testigos que den cuenta de sus primeras inquietudes políticas y su incorporación a las filas partidarias, Abel Bohoslavsky, médico perretista en Córdoba, la recuerda participando del último plenario regional previo al V Congreso partidario (julio de 1970). Para no conocerse entre sí, quienes asistieron llevaban máscaras, pero a Diana le asomaba una trenza de la capucha y así fue como Abel la reconoció (Bohoslavsky, 2016). Es de suponer que, para que haya podido participar de esa instancia de relevancia partidaria, Diana hubiera ingresado al partido un buen tiempo antes. Esto corroboraría la hipótesis de su hija que supone que sus comienzos militantes fueron antes de la finalización de la carrera en 1968. Tiempo en el que también se separó de Johnson e inició una nueva pareja con Sebastián Llorens, dos años más chico que ella.

Parece que Sebastián le había pedido a un amigo en común, que dirigía el centro cultural La Guadaña, que le presentara a Diana. Cuando ya se había separado de Jhonson y comenzaba el romance con Sebastián, el primero citó al nuevo novio en un café y allí lo golpeó. Ha de haber sido un tiempo intenso para Diana. Se trata de pocos años en los que puso fin a una relación que la violentaba, se sumó a la militancia revolucionaria y dio comienzo a una nueva pareja con la que compartió proyectos vitales. También eran tiempos intensos para la clase obrera y el movimiento estudiantil que parió el Cordobazo en mayo de 1969. Jornadas de lucha en las calles a las que Diana y Sebastián no faltaron.

Su nuevo compañero había dejado la carrera de Ciencias Agrónomas y estudiaba Cine. Pronto se fueron a vivir juntes a una casita en calle Montevideo y, bajo la guía de Diana, hacían y vendían artesanías: trabajo en cuero, carteras, tapices, etc. De una carta de Sebastián, escrita desde la prisión unos años después, podemos conocer algo de cómo era la cotidianeidad de la pareja en esos primeros tiempos. Con añoranza describe cómo Diana gustaba de remolonear y desayunaba té, mientras Sebastián tomaba café con leche o mate. Ella cocinaba “el arroz casi cotidiano” y él lavaba los platos. Tenían una perra “vaga y sinvergüenza” llamada Petruska y dos gatos: Floro y Malandra. Ambxs trabajaban el cuero y se movían en moto (Carta de Sebastián a Diana, agosto de 1971).

Por ese tiempo, Diana y Sebastián sumaron a Roberto “Pecho” Bardach a las filas perretistas. Según su recuerdo “Diana era muy risueña, simpática, muy hincha bolas. Y Sebastián, un poco más serio. Pero la verdad que eran dos… ¡son los ídolos míos!” (Entrevista a Roberto Bardach, 01/03/2021). Para principios de 1970, Roberto trabajaba en una empresa que tenía el padre de Sebastián. Se trataba de una pequeña empresa dedicada a poner agua y electricidad en los loteos y Roberto trabajaba en el taller de mantenimiento que funcionaba en la casa de la familia Llorens. Allí fue que conoció a Diana y a Sebastián, que pronto le empezaron a hablar de política y lo invitaron a su casa. Roberto tenía 20 años, además de trabajar estaba terminando el secundario, y en seguida se sumó a militar con elles. En esos primeros meses formaron un equipo, tenían reuniones de estudio y discusión política, realizaban pintadas callejeras y un precario entrenamiento armado. Una noche hicieron una pintada que convocaba al pueblo a tomar el fusil contra la dictadura y el imperialismo. Roberto bromeó diciendo que deberían ponerle la firma de una armería, como si se tratara de una publicidad. Diana y Sebastián estallaron en carcajadas y en ese momento a Roberto le pareció un festejo desmedido para una broma bastante ingenua. Lo que él no sabía es que ya estaba planificado el asalto a la armería para pocos días después.

A fines de julio de 1970, el V Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores había fundado el Ejército Revolucionario del Pueblo, concebido como el ejército popular que disputara en la lucha contra el ejército burgués. El programa del ERP se proponía el establecimiento de un gobierno revolucionario del pueblo que pusiera fin a los pactos con EE.UU. y el FMI, expropiara sin pago y nacionalizara las empresas de capitales imperialistas, la banca y el comercio exterior, realizara un inmediato programa de alfabetización y determinara la reapertura de todas las fábricas cerradas, eliminando de ese modo el flagelo de la desocupación. Para avanzar hacia ese horizonte, habían definido una estrategia de guerra civil revolucionaria que tendría un carácter prolongado, puesto que deberían luchar a la vez contra la burguesía local y el imperialismo que ya había hecho sus aprendizajes luego del triunfo de la Revolución Cubana. Bajo el principio de que el ERP debía avanzar de lo pequeño a lo grande, comenzaron con una campaña de acciones que tuvieron por objeto conseguir armamento y consistían en desarmar policías en la calle o realizar pequeños atracos en armerías y destacamentos policiales. Además del aprovisionamiento, estas incipientes operaciones servían de primer fogueo para las y los combatientes. Simultáneamente realizaba otras acciones que buscaban generar simpatía por el ERP en las poblaciones, como la expropiación y posterior reparto de alimentos, útiles escolares, etc. Había una orientación precisa para proceder en lo que llamaban “acciones limpias”, es decir, que no resultaran en víctimas fatales. Por ello, debían apoyarse en una buena planificación previa sustentada en la creatividad y el factor sorpresa, de modo tal que se empleara el menor grado de violencia posible.

En el marco de aquellas resoluciones, el sábado 28 de noviembre de 1970, Diana y Sebastián, junto con María Esther Álvarez Igarzábal y Juan Manuel Britos llegaron a las 12.15hs al domicilio del dueño de una armería con el fin de secuestrarlo momentáneamente para que les entregara el contenido de su negocio. En principio, todo marchó según lo planeado. Estacionaron el Fiat 1500 frente a su domicilio y descendieron Diana, Esther y Sebastián. Ellas llevaban pelucas, guardapolvos y unas cajas con jeringas, él tenía un bigote postizo. Cuando golpearon a la puerta, se presentaron ante Josefina Saab de Sapp, esposa del armero, como integrantes de una campaña provincial de vacunación contra la viruela. Pero una vez en el interior de la casa, mostraron las armas y anunciaron su pertenencia al ERP. Pidieron a Josefina que mantuviera la calma y le propusieron que con una excusa llevara a los niños a su habitación. Allí se quedaron esperando el regreso habitual del marido, Constantino Sapp, quien a las 12.40hs del mediodía estacionó su auto en el garaje e ingresó al domicilio. Una vez dentro le indicaron que mientras él y Sebastián partirían en auto hacia la armería, su esposa e hijos quedarían en casa custodiades por las guerrilleras hasta que la acción finalizase. Se habían cumplido las pautas previstas: factor sorpresa, nada de violencia, ni heridxs ni muertxs. Pero afuera de la casa no todo marchaba según el plan. Juan Manuel había quedado a bordo del Fiat 1500 y llevaba un intercomunicador radial robado días atrás en la sede del INTI, mediante el cual se comunicaba con el interior de la casa. Ese fue el talón de Aquiles por el cual el atraco fracasaría. Para dar con los elementos robados, la policía había sintonizado su onda y cuando los utilizaron lograron localizarlos. El Comando Radioeléctrico pidió refuerzos y en minutos la zona estaba rodeada. Detuvieron a Juan Manuel y golpearon a las puertas de la casa de Sapp. Diana, Esther y Sebastián corrieron hacia los fondos, pero el cerco ya estaba tendido y una ráfaga de ametralladora puso fin a la posibilidad de escape. Les cuatro fueron detenides y llevades al Departamento Central de Policía[2].

El hecho fue nota de tapa en los diarios locales Córdoba y Los Principios y constituyó el momento en que se hizo pública la militancia de Diana para su familia. Fue un sacudón. Hugo Triay se peleó con su hermano y sobrino, que continuaban en el Ejército. La prensa rápidamente sentenció que se trataba de una célula extremista que había realizado varios atracos previos, ya que contaban en su poder con los intercomunicadores robados del INTI, el Fiat 1500 sustraído días atrás al Mayor Etchegoyen y en los allanamientos en sus domicilios encontraron armas y una máquina de escribir robada de un destacamento policial. Pero la participación en estas acciones no se pudo demostrar y la prensa protestó porque la organización celular y compartimentada de lxs “terroristas” impedía el avance en las investigaciones.

Las fotos de les cuatro salieron en los diarios. De frente y de perfil, con pelucas y sin ellas. En un sugestivo epígrafe de la foto de las combatientes, el periódico las nombra por sus apellidos de casadas y agrega que ambas se encuentran separadas de sus esposos (Córdoba, 29/11/1970). En contraste, no se hacía ninguna mención al estado civil de los varones, constituyendo una muestra de la mirada machista que los periódicos dispensaban a las guerrilleras.

 

Recorridos carcelarios, la universidad de la militancia setentista

Diana y Esther fueron enviadas al Correccional de Mujeres que funcionaba en el Hogar Buen Pastor, más conocido como la cárcel del Buen Pastor, mientras Sebastián y Juan Manuel quedaron en la cárcel de Encausados. En ambas cárceles se encontraron con las y los montoneros que habían caído presxs luego de la toma de la localidad cordobesa de La Calera, cinco meses atrás.

Las monjas de la Congregación del Buen Pastor habían sorteado el proceso de laicización desde fines del siglo XIX, manteniendo bajo su jurisdicción las cárceles de mujeres. Mientras el encierro masculino perseguía la reincorporación al mercado del trabajo una vez que el varón recuperara la libertad, para las mujeres se esperaba el regreso al trabajo doméstico en la casa del marido o el trabajo a domicilio. Las hermanas del Buen Pastor asumieron el papel de reeducadoras de las reclusas a lo largo del siglo XX, incluida la década del ’60. D’Antonio (2013) sostiene que, hasta esa fecha, las presas políticas eran pocas y provenían principalmente del peronismo y del Partido Comunista, que no eran visualizadas como excesivamente peligrosas. Pero a las puertas de la década del ´70 la historia iba a cambiar radicalmente y Diana sería una de las protagonistas de esas transformaciones. Es que en esas décadas en que las mujeres avanzaban masivamente sobre escenarios que hasta el momento las excluían, como el mercado de trabajo profesional, las universidades, los sindicatos y la militancia política, también se hicieron parte de la lucha armada de manera protagónica.

Con Diana y Sebastián presxs, Roberto “Pecho” Bardach había quedado descolgado, según la jerga militante de la época. Es decir, por la estructura compartimentada no conocía a nadie más en el partido y no sabía cómo retomar el contacto. Entonces, empezó a ir a visitarles a la cárcel y a oficiar de correo entre ambxs. Roberto recuerda: “Me encantaba. Estaba esperando que llegue el fin de semana para ir a verlos a ellos” (Entrevista a Roberto Bardach, 01/03/2021).

Unos meses después, el 11 de marzo del año siguiente, también llegó al Buen Pastor Ana María Villarreal. Apodada la “Sayo” —apócope de Sayonara— por sus ojos rasgados, era militante del PRT, combatiente del ERP y esposa de Mario Roberto Santucho, el secretario general del partido. La habían detenido por participar en una acción consistente en el secuestro de un camión que transportaba leche y el reparto de su cargamento en un barrio pobre de la capital cordobesa. A partir de su llegada al Buen Pastor, Bardach fue citado para reunirse con el “Negro Carlos” —nombre partidario de Santucho— y comenzó a oficiar de correo también entre él y la Sayo: “Y yo pensando que eran todas cartas de amor y estaban planificando la fuga del Buen Pastor” (Entrevista a Roberto Bardach, 01/03/2021).

Aproximadamente a las diecinueve horas del viernes 11 de junio de 1971 un auto negro estacionó en calle Buenos Aires, frente a la puerta lateral del Buen Pastor. Según las crónicas periodísticas, cuando una empleada y una reclusa abrieron la puerta para sacar la basura, fueron reducidas por dos hombres vestidos de policía. Con las llaves que le quitaron abrieron una puerta interior, detrás de la cual ya se encontraban las cinco presas listas para fugarse. Era el momento en que las monjas llevaban a las presas a orar a la capilla. Inmediatamente huyeron todas en el auto negro. A pesar de que el Departamento Central se encontraba a cinco cuadras, la policía estaba distraída. El plan de fuga había incluido actos de distracción en la zona céntrica, donde otres perretistas detonaron petardos y bombas panfleteras. Pero, además, en ese momento la jefatura de policía brindaba una conferencia de prensa para exhibir los objetos incautados a cuatro erpianos detenidos la semana anterior. La noticia de la fuga le llegó cuarenta minutos después. Ya era tarde. El operativo montado para recapturarlas no arrojó resultado positivo. Minutos más tarde sonaban los teléfonos de las redacciones cordobesas que recibían la indicación para buscar un comunicado en un baño del Cine Gran Rex. Bajo la firma del “Comando Lezcano, Polti, Taborda” del ERP describían cómo habían sido los hechos y afirmaban que la fuga de las compañeras era una muestra de su decisión de combatir y una respuesta a la justicia burguesa que arresta a quienes defienden, armas en la mano, a la patria del imperialismo yanqui y al pueblo de la explotación, la miseria y la injusticia (Los Principios, 12/06/1971).

La fuga fue planificada y llevada a cabo por el ERP, pero del Buen Pastor también liberaron a una militante montonera detenida allí desde la toma de La Calera, el 1º de julio del año anterior. Según la prensa las evadidas eran: Cristina Liprandi de Vélez (Montoneros), Alicia Quinteros, Diana Triay de Jhonson, Silvia Urdapilleta y Ana María Villarreal de Santucho (ERP). Parece que eran las únicas guerrilleras recluidas en el Buen Pastor de Córdoba, junto a María Esther Álvarez Igarzábal. Pero la situación de esta última no es clara. Los diarios La Razón y La Nación llaman la atención sobre su ausencia en la partida. Incluso intentan una explicación argumentando que habría decidido quedarse porque su situación legal era menos apremiante. En cambio, La Opinión la menciona entre las fugadas. Pero el comunicado del ERP y la carta que publican las evadidas no nombran a María Esther.

Al igual que en la acción en que cayeron Diana y Sebastián, se trató de un operativo planificado en función del factor sorpresa, que logró su objetivo sin heridxs ni muertxs. La relevancia del hecho lo llevó a desbordar la prensa local para ser noticia de tapa de los diarios de tirada nacional. Fotos con las caras de las evadidas aparecían en sus páginas, así como las explicaciones de la Madre Superiora y la famosa puerta por la que huyeron. Algunos reprodujeron también el comunicado del ERP. Durante unos días aparecieron elucubraciones respecto de la coordinación entre las fuerzas guerrilleras y preocupación por la falta de previsión ante una posible fuga. De esa manera nos enteramos que dos meses antes de la fuga, en abril de 1971, el director de cárceles había solicitado el traslado de las personas detenidas por hechos subversivos, pero el juez federal sólo accedió para el caso de los varones de la cárcel de Encausados, que fueron enviados a la prisión de Resistencia (Chaco). Entre ellos iba Sebastián Llorens. También se dio a conocer la sospecha de que la fuga fue planificada “mediante visitas que realizaban semanalmente y al amparo de las franquicias del reglamento interno de la cárcel” (La Nación, 13/06/1971: 12).

En la prensa del ERP, Estrella Roja, apareció una carta escrita por las presas fugadas. Según Abel Boholavsky (2016), esta carta había quedado en manos de una presa, “la Bonnie”, que fue quien se encargó de hacerla pública. Es interesante observar que los periódicos siempre nombraron a las fugadas con sus apellidos de casadas. En cambio, en el comunicado del ERP y la carta de las evadidas, se las llama por sus propios nombres y apellidos, a excepción de Cristina Liprandi que es nombrada por el apellido de su esposo, como Cristina Vélez. Esa distinción en el lenguaje expresa una mirada distinta sobre las mujeres y su autonomía. En aquella carta las guerrilleras hacen llegar su saludo revolucionario y el fortalecimiento de su compromiso. Afirman que la guerra revolucionaria en Argentina ya ha comenzado, en un contexto donde esta batalla tiene lugar en Asia, África y América Latina, y que ellas tienen su puesto de lucha junto al pueblo y las masas obreras debido a “que el enemigo es poderoso porque sus garras se asientan en toda América y que la única forma de derrotarlo y extirparlo definitivamente es con las armas en la mano, las que deben ser empuñadas por el inmenso Ejército del pueblo” (Estrella Roja, julio de 1971: 6).

A diferencia del objetivo de restitución al asignado rol de trabajo doméstico, las presas se fugaban para reintegrarse a la lucha de clases. Pero la recién conquistada libertad duró apenas un mes y once días para Diana. Fue recapturada por la Gendarmería el 22 de julio de 1971 en La Quiaca, cuando iba hacia Bolivia a sumarse a las fuerzas del Ejército de Liberación Nacional (Bohoslavsky, 2016). Según uno de sus compañeros de militancia, esta tarea obedecía a que ya preveían el golpe de Estado que le iban a dar al presidente Juan José Torres —que finalmente sucedió el 21 de agosto de 1971— e iban a ser partícipes de la preparación de la resistencia (Entrevista a Santiago Ferreyra, 18/07/2012). El memorándum reservado al jefe de la Dirección General del Interior —que integra el prontuario de Diana— señala que fue detenida junto con otro perretista, Emilio Enrique Arqueola, y ambxs fueron trasladados a Buenos Aires con intervención de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación (Memorándum, 19/08/1971). Esta cámara, conocida en la militancia como “el Camarón”, fue creada en ese mismo año 1971 como una instancia ad hoc cuyo fin exclusivo era juzgar las denominadas actividades extremistas o subversivas y, hasta su disolución en mayo de 1973, llegó a dictar unas 600 sentencias condenatorias (Eidelman, 2008).

Luego de su recaptura, Diana fue enviada a la cárcel de Mujeres del Buen Pastor de Buenos Aires, ubicada en la calle Humberto 1° de San Telmo. Llegó junto con Marta Rosetti Monti, también perretista cordobesa —oriunda de San Francisco— y compañera de Enrique Arqueola, detenida con elles camino a Bolivia[3]. Otra perretista, Alicia Sanguinetti, que había caído presa en junio de 1970, las conoció allí a su llegada. Pero la versión porteña del Buen Pastor también había sido objeto de una reciente fuga. El 26 de junio de 1971, dos comandos de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) con apoyo de Montoneros y FAR —Fuerzas Armadas Revolucionarias—, rescataron a dos presas que militaban en las FAP y dos de las FAL —Fuerzas Armadas de Liberación— (D’Antonio, 2013). A raíz de esto, las monjas del Buen Pastor ya no estaban a gusto con tener presas políticas en sus instalaciones. Así que apenas dos o tres días después de la llegada de Diana y Marta, las militantes fueron trasladadas al pabellón 49 de la cárcel de Villa Devoto que hasta el momento recluía sólo a varones. Estas guerrilleras fueron pioneras carcelarias. Alicia bromea: “Yo le decía a Diana: nosotras inauguramos el primer pabellón de mujeres en Villa Devoto y después inauguramos los primeros pabellones de mujeres en Rawson” (Entrevista a Alicia Sanguinetti, 18/02/2021).

Efectivamente, el pabellón 49 fue destinado a presas políticas, y allí fueron concentrando a mujeres de distintas organizaciones y provincias. En ese espacio no había celdas, sólo cuchetas, por lo que disponían de todo el tiempo compartido para charlar, debatir, formarse y organizarse. Las presas armaron equipos de trabajo, en los que no se distinguía filiación militante, para turnarse en tareas de limpieza y cocina. Según Alicia, Diana era conocida por hacer unas comidas sanas que no resultaban del gusto de la mayoría. Recuerda una ensalada de arroz con zanahoria rallada y pedacitos de queso que finalmente a ella le llegó a gustar. ¿Sería el mismo arroz por el que penaba Sebastián desde la cárcel de Resistencia?

Diana Triay, Marta Rosetti, Alicia Sanguinetti y Silvia Hodgers compartían dos cuchetas y allí se hicieron amigas. La última era una bailarina porteña que viviendo en Francia conoció a Hilda Gadea, la primera esposa del Che Guevara, quien la convenció de regresar a su país a luchar por la revolución. Recién llegada a Buenos Aires, en enero de 1971, Silvia hizo contacto a través de una compañera de danza con Pedro Bonet y se incorporó al PRT-ERP. Pero en septiembre fue secuestrada y llevada unos días a Coordinación Federal donde la torturaron antes de su legalización y traslado a Villa Devoto (Cristiá & De la Puente, 2020)[4]. En el pabellón 49 conoció a Diana, de quien se hizo amiga en esos meses de encierro compartido. Además de hablar de política, Diana y Silvia hablaban de amores: “Yo había tenido un compañero, pero cuando caigo presa se va con otra compañera, así que más bien hablaba de una decepción. Ella hablaba de ese amor ilimitado por ese hombre” comenta Silvia y recuerda que Diana le leía las cartas que le enviaba Sebastián (Entrevista a Silvia Hodgers, 10/03/2021).

Así como su cabello peinado en una larga trenza, esas cartas y el amor con que Diana hablaba de su compañero preso en Resistencia es un tópico que asoma en todas las entrevistas. A Alicia Sanguinetti también le había contado sobre su relación anterior “con un tal Jhonson”. ¿Qué le había dicho? “Que eran como el agua y el aceite y que a partir de su militancia se fueron distanciando cada vez más” (Entrevista a Alicia Sanguinetti, 18/02/2021). Pero principalmente le hablaba de cuánto extrañaba a Sebastián. El asunto de cómo era la comunicación entre les dos tiene vericuetos. Supuestamente, como no estaban casades no les estaba permitida la correspondencia directa. Debían hacerlo a través de terceros. Sin embargo, Alicia les recuerda como sus “casamenteros”, según sus propias palabras. Es que el compañero de Alicia estaba preso en la celda contigua a la de Sebastián en Resistencia. Como no tenían vínculo legal, habían ideado un sistema por el cual Alicia le escribía una carta y se la daba a Diana, quien la enviaba a Sebastián, que entregaba a su compañero. Y luego el circuito hacía el recorrido inverso. Pero cabe preguntarse cómo era esto posible si Diana y Sebastián no sólo no estaban casadxs, sino que Diana era esposa de Jhonson, de quien se había separado de hecho, pero no legalmente. Tal vez la respuesta se encuentre en una libreta de familia que persiste entre tantos recuerdos en el archivo familiar. Esta libreta certifica un supuesto matrimonio de Diana y Sebastián realizado en Villazón (Bolivia) un 28 de noviembre de 1972. Incluso, señala que el estado civil de Diana, al momento del casamiento, era divorciada. Todo es inverosímil. En esa fecha ambxs se encontraban presxs en provincias distantes. Probablemente se trate documentación falsificada, obtenida para facilitar el contacto. De ser así, fue la primera, pero no sería la última documentación falsa con la que se escabulleran de la persecución.

En la cárcel Diana tocaba la guitarra y cantaba canciones folclóricas. También allí continuó trabajando en sus artesanías. Sus manos solían estar ocupadas entre la guitarra, la cocina y el tejido. Y no sólo eso. Ella fue impulsora, maestra y coordinadora de una creativa experiencia de trabajo colectivo que incluyó a presas de todas las organizaciones y sus familias, especialmente a las madres. Diana enseñó a las otras presas políticas a tejer al crochet y trabajar el cuero. Generaron un sistema por el cual sus familiares les traían la materia prima y luego se llevaban lo producido —carteras, ropa de bebé, cajitas para guardar cigarrillos, tapices, etc.— para venderlo. El dinero recaudado era para que las presas pudieran cubrir sus gastos personales y evitar ser una carga económica para sus familias. También servía para cubrir a quienes no contaban con sus familias, ya fuera porque desconocían su militancia, porque la situación económica se los impedía, o, como el caso de Silvia Hodgers, porque al enterarse de su militancia revolucionaria habían roto el vínculo con sus hijas. El mismo criterio solidario, según Sanguinetti, aplicaron con los paquetes de comida que llevaban sus familiares. Sin importar si la presa era de FAR, ERP o Montoneros, todo iba a parar a un fondo común.

Probablemente de sus primeros días en Devoto sea una de las cartas que Diana escribió a su mamá, donde le cuenta de su felicidad por haberla visto y abrazado. Parece que ese mismo día Carolina la había ido a visitar. Le transmite la tranquilidad que le queda al haber disipado sus temores y que supiera que estaba viva. En un fragmento en el que le cuenta sus temores, se puede observar algo del recorrido carcelario a la par de su convicción en sus decisiones políticas:

…te confieso que para mí lo más temido, aparte de que Coordinación intentara eliminarme, era que me encerraran, y eso lo pasé y lo superé en el monstruoso blindado y lo estoy aguantando serenamente en esta celda. Los chicos se reían pues a mí no me preocupaban palos ni picana, sólo el encierro. Pavada de locura me ha tocado.

Creo que ustedes la han pasado peor. No hay cosa peor que ser espectador. Nunca lo acepté. Por eso estoy donde estoy. (Je, Je) (Carta de Diana a su mamá, 09/08/1971).

Carolina y Hugo fueron varias veces a visitar a su hija a Devoto. Carolina era la que viajaba más asiduamente y tejió una amistad con la mamá de Alicia Sanguinetti, forjada al calor de las visitas y colaboración con sus hijas presas. Como Carolina viajaba desde Córdoba, más de una vez se alojaba en la casa de la mamá de Alicia en Buenos Aires y juntas partían hacia la cárcel de Devoto los días de visitas. Según Caro Llorens, su abuela y abuelo sostuvieron a su hija a pesar de no compartir su militancia armada y su abuela fue una de las primeras en integrar la COFFAPEG[5]:

Mi abuela Carolina era una persona de mucha acción, pero de poco lucirse. No era una persona que mostrara para afuera las acciones. Era una persona que hacía, que hacía, que hacía mucho. Y que hizo mucho por su hija presa, muchísimo. Hay millones de cartas de la Diana a mi abuela pidiéndole infinidad de cosas que mi abuela le hacía. Es más, le hacía cosas a Sebastián… hacía que se comunicara con Sebastián. Pero mi abuela Carolina no era una persona muy pública, no mostraba tanto su acción. Pero fue de fierro con la Diana cuando cae presa (Entrevista a Carolina Llorens, 28/01/2021).

Entre los papeles de Sebastián Llorens en su presidio en Resistencia, de los que sobreviven una treintena de poemas, se encuentra esta carta a su suegra:

Te agradezco muchísimo el xilofón y el budín inglés, que ahora será compartido por 60 compañeros. Aquí existe una socialización rigurosa. No se salva nada de ello. Yo lo siento mucho, pues con tus budines se me despiertan todos los signos individualistas y egoístas. Me consuelo haciéndote mucha propaganda. Un fuertísimo abrazo. Te quiero mucho. Saludos a Hugo. Fuerza (Carta de Sebastián a Carolina Durán, 24/06/1972).

Esta carta evidencia el activo papel jugado por esa mujer que visitaba en la cárcel a su hija y a su yerno, velaba porque no les faltara lo necesario y les mimaba en sus gustos musicales y culinarios. Además, parece que en Resistencia también se compartía todo lo que ingresaba, lo que permite vislumbrar las prácticas solidarias de las y los guerrilleros, distante del imaginario violento, autoritario y sectario que se buscaba imponer desde el poder en el proceso de construcción del enemigo interno.

En Devoto, además del emprendimiento manual y los trabajos de limpieza y comida, las presas discutían de política, se formaban y organizaban. Entre las luchas que podían llevar a cabo desde el encierro, se encuentran las huelgas de hambre que hicieron acompañadas de sus familias y abogades. Hodgers recuerda una huelga de hambre que duró varios días para exigir que Santucho y otros integrantes de las direcciones del PRT y FAR que estaban en celdas de aislamiento fueran trasladados al pabellón común. Vicente Zito Lema, abogado de Diana en tanto integrante de la Asociación Gremial de Abogados[6], también realizó esa huelga. Es que les abogades defensistas de presxs políticxs ya habían comenzado a trabajar en común. Según Zito Lema, no se trataba sólo de los aspectos técnicos de la defensa, sino que había que tener preparación ideológica para defender a guerrillerxs presxs. Así se fueron encontrando quienes en breve darían vida a la Gremial, él, Rodolfo Ortega Peña, Luis Eduardo Duhalde, Mario Yacub, Mario Hernández, entre otres, e hicieron la huelga de hambre contra el maltrato que vivían los presos junto al padre Mugica en la iglesia Cristo Obrero[7]. Estxs abogadxs trabajaban en equipo. Defendían a todxs lxs presxs políticxs, principalmente lxs de la guerrilla, asumiendo personal y colectivamente los riesgos de vida que ello acarreaba. Se turnaban para ir a la cárcel y llevaban un listado de todas las presas, por lo que al ingresar iban pasando una a una a la visita de su abogade. Allí, el asesoramiento legal se combinaba con la amistad, la contención, el cuidado y los sueños socialistas. En particular, Vicente era muy amigo de Silvia Inés Urdampilleta, quien le habría pedido que fuera defensor de Diana. En una evocación borrosa, que no precisa fechas ni lugares, Zito Lema recuerda que a través de algún artilugio legal logró reunir una vez a Diana y Sebastián. No se ha podido hallar otra fuente documental y oral que lo confirme, pero Vicente afirma que se lo había prometido a Diana y que en el reencuentro se besaron apasionadamente (Entrevista a Vicente Zito Lema, 26/03/2021).

En abril de 1972, las presas y presos políticos de Devoto, entre quienes se encontraban las direcciones de las principales organizaciones guerrilleras, fueron trasladadxs al Penal de Rawson (Chubut). El 21 de marzo el ERP había secuestrado al director general de Fiat en Argentina, Oberdán Sallustro, y lo usaba como carta de negociación para conseguir, entre otros reclamos, la liberación de presxs políticxs. El traslado masivo a Rawson fue la apuesta de la dictadura de Lanusse por obstaculizar las negociaciones y distanciar a lxs guerrillerxs de sus relaciones políticas y afectivas. El viaje en transporte terrestre hasta la Patagonia tomaba dos días de ida y dos de regreso, lo que complicaba ampliamente las visitas de sus familiares. Los traslados de lxs presxs se hicieron en aviones hércules del Ejército. Alicia Sanguinetti fue en el primer vuelo, en el que iba la mayoría. Diana fue enviada unos días después.

En ese hércules rumbo a Rawson, sentadas en el piso ya que no había asientos, esposadas y encadenadas a las paredes del avión, resbalándose a un lado y otro según las inclinaciones, se conocieron Diana y Yolanda Ripoll. “Yoli” en ese momento militaba en las FAL —en breve se pasaría a las huestes perretistas— y venía de la cárcel de Olmos (en las afueras de La Plata). En el trayecto, Diana le contó de su fuga del Buen Pastor y ambas se rieron y celebraron los días de libertad arrebatados al enemigo. En el aire nació una relación de compañerismo que continuaría en tierra unos años más tarde. Pero ahora, en Rawson, fueron a parar a pabellones distintos (Entrevista a Yolanda Ripoll, 11/02/2021).

Según relatan las tres entrevistadas que pasaron por Rawson, el penal contaba con cuatro pabellones. Los dos de planta baja eran para los varones, mientras que los dos del primer piso eran para mujeres. Diana y Alicia se encontraban en un pabellón. Silvia y “Yoli” en el de enfrente. Ahora sí había celdas individuales, muy chiquitas, en las que si estiraban los brazos tocaban ambas paredes. En cada una había un colchón sobre cemento que hacía de cama. Pero las celdas daban a una galería y sus puertas estaban abiertas de ocho de la mañana a ocho de la noche, por lo que las presas se reunían en una celda u otra y comían juntas en la galería. Luego de la cena, cada una era encerrada hasta el día siguiente. Como allí les daban la comida, las presas no tenían que cocinar, ni tampoco se ocupaban de la limpieza de los baños. Todo eso, la disponibilidad de tiempo y la circulación por el pabellón, les permitió una vida política organizada. Cada organización tenía sus reuniones y, simultáneamente, contaban con espacios de estudio y debate compartidos. En una celda se daba historia argentina, en la otra historia de las revoluciones, por allá funcionaba un grupo de estudio de El Capital. Los grupos estaban indistintamente a cargo de una presa del PRT-ERP, como de FAR o Montoneros. También hacían alfabetización para las que no habían podido hacer la primaria, que mayoritariamente eran las compañeras que venían de las provincias del norte. No faltaban las clases de gimnasia y las guitarreadas. Los sábados, lxs obligadxs habitantes de los cuatro pabellones se acercaban a su respectiva reja y allí tocaban la guitarra y cantaban. La guitarreada del sábado se institucionalizó. El pabellón 1 le dedicaba una canción a fulanita del pabellón 3, y estas le devolvían el gesto. Casi siembre aparecían en tono de victoria los versos de Bella ciao, aunque lo que primaba era el folklore. Alicia recuerda que Diana era amiga de Alfredo Curuchet, un cordobés, abogado de presxs políticxs que, ironías de la militancia revolucionaria, se hallaba él mismo preso en Rawson por haber defendido al sindicalismo clasista del SITRAC-SITRAM. Esas tardes de sábado, ambxs cordobesxs, Triay arriba y Curuchet abajo, empuñaban la guitarra al unísono para alegría de toda la militancia.

El proyecto de trabajo manual que coordinaba Diana en Devoto tuvo continuidad en Rawson, pero poco a poco fue redireccionado a producir en función de las necesidades de la fuga. Por ejemplo, comenzaron a realizar boinas y cuellos altos del estilo que usaban los guardiacárceles. Es difícil precisar cuánto sabía Diana, ya que la fuga fue planificada de manera centralizada y tabicada para que no hubiera resquicios por donde se pudiera filtrar información. Las presas y presos que luego se fugarían sabían apenas algún dato parcial, cuyo conocimiento era relevante en cuanto a una tarea específica asignada.

Pero Diana no llegó a vivir la fuga. A fines de julio o principios de agosto, Yolanda Ripoll fue trasladada nuevamente en un hércules, pero en dirección contraria. A ella y a su marido los llevaban a Buenos Aires porque se habían acogido a la opción para salir del país con destino a Perú. En ese vuelo también iba Diana, pero esta vez no iban juntas así que no pudieron conversar, sólo se miraron a la distancia. No es claro el motivo por el que viajaba Diana. Puede haber sido trasladada para el desarrollo de su juicio en el Camarón. Eso sucedía con quienes habían sido llevades a Rawson sin sentencia previa.

Luego de la fuga de Rawson, el 15 de agosto, y de la masacre de Trelew, el 22, las presas mujeres fueron trasladadas nuevamente al Penal de Villa Devoto. Rawson se convirtió en una cárcel exclusiva de varones y allí fueron enviados los presos de Resistencia, entre otros. Alicia recuerda el día en que se encontraba junto a otras presas en la pista del aeropuerto esperando para salir. Vio cómo aterrizaba el avión que venía de Resistencia, del cual bajó su compañero —y también Sebastián— y no pudo ni siquiera saludarlo. En Devoto esta vez fueron a parar al pabellón de máxima seguridad. Cada una estaba encerrada en una minúscula celda y sólo podían salir a la galería unos minutos por la mañana y unos minutos por la tarde. Pero la creatividad de las guerrilleras no se agotaba y construyeron un singular sistema de comunicación. Como cada celda contaba con un inodoro y una pileta, los vaciaron y se comunicaron a través de ellos desde el quinto piso hasta la planta baja. Si necesitaban orinar, hacían en una lata y luego la vaciaban en el recreo, si necesitaban defecar, llamaban a la guardiacárcel para que las llevara al baño. A través de la pileta hablaban con la celda contigua. Se trataba de un sistema de comunicación vertical y horizontal que permitió sostener el vínculo afectivo y político.

La estricta vigilancia sobre las presas, recién se relajó los días previos al 25 de mayo de 1973. El FREJULI había ganado las elecciones con la fórmula Cámpora-Solano Lima y el lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. La dictadura autodenominada Revolución Argentina llegaba a su fin después de siete años y el país se encaminaba, por primera vez en dieciocho años, a una democracia sin el peronismo proscripto. Además, estaba previsto que apenas asumiera Cámpora hubiera una amnistía general para lxs presxs políticxs. Desde mediados de mayo, las presas pudieron tener visitas de contacto con sus familias. Incluso un día entraron organismos de Derechos Humanos y recibieron la visita de Julio Cortázar. El clima de libertad se respiraba en el aire. Y esta llegó de la mano del Devotazo, el 25 de mayo. Diana recuperó la libertad en Devoto y Sebastián en Rawson. La mamá y papá de Diana fueron a buscarla, pero no se pudo establecer cómo fue su recorrido en esos días. Es que, al día siguiente, el 26 llegaba a Ezeiza el avión con los compañeros liberados de Rawson. Inmediatamente Diana y Sebastián retornaron a Córdoba.

 

Abrazar la libertad, la militancia, el amor y les hijes – capítulo Mendoza

No habrá sido más de un mes que Diana y Sebastián estuvieron en Córdoba. De allí partieron rumbo a Mendoza con el objetivo de construir la regional mendocina del PRT-ERP. Ella iba como responsable política y él como responsable militar. En ese brevísimo paso por la tierra mediterránea, su amigo Roberto Bardach se dio el gusto de verles. Un día les fue a buscar y llevó a la casa otra de las familias cordobesas que nutrió las filas perretistas, al igual que lxs Llorens. Luego de la comida lxs llevó de regreso. Eso fue todo, un almuerzo, un festejo de reencuentro.

La experiencia mendocina de Diana —ahora llamada Viky— y Sebastián —Francisco—, se extendió aproximadamente dos años y medio, entre junio de 1973 y diciembre de 1975. En la provincia cuyana establecieron contacto con un grupo local llamado Movimiento Socialista de Base (MSB) que agrupaba a unas cuatro decenas de personas, mayoritariamente pobladoras y pobladores del departamento de Maipú, con inserción en las uniones vecinales y bodegas de la zona, y que habían hecho una importante experiencia de lucha de calles un año antes, al calor del Mendozazo (abril de 1972). El MSB se incorporó al PRT-ERP con vertiginosidad, así como lo hicieron un grupo de trabajadores bancarios que dirigían las Comisiones Gremiales Internas de dos bancos y contaban con dos secretarías en la Asociación Bancaria, también un grupo de médicxs, de estudiantes y artistas. La regional mendocina llegó a contar con 116 militantes. La gran mayoría se hallaba concentrada en los departamentos del Gran Mendoza, pero también tuvo desarrollo en el sur provincial, en el departamento de San Rafael. Su militancia se desplegaba en seis frentes de masas: a) clase obrera —principalmente en bodegas y en la refinería de petróleo de Luján de Cuyo—; b) bancarixs —en las CGI del Banco de Previsión Social y el Banco Mendoza y con una importante experiencia en la Escuela Sindical Bancaria—; c) medicina —hospitales y salitas de salud—; d) teatro —además del elenco “La Pulga”, junto con otres fundaron la delegación mendocina de la Asociación Argentina de Actores, cuyo primer secretario general fue un perretista, Rubén Bravo—, e) barrial —con trabajo en el barrio San Martín, Espejo, Isla Río Diamante, Pueblo Usina, etc.—; e) estudiantil —en la Facultad de Medicina de la UNCuyo y en la Escuela Superior de Periodismo— (Ayles, 2020).

Como se ha dicho, Diana fue a Mendoza como responsable política. Este dato no debe pasar inadvertido a la hora de pensar las relaciones intergenéricas de la organización. La dirección de la regional mendocina estuvo integrada por cuatro personas con tareas diferenciadas. Además de Diana, Sebastián tenía la responsabilidad del área militar y a elles se sumaron dos cordobesxs más: Santiago Ferreyra se ocupó de la propaganda y Fátima Llorens, hermana de Sebastián con quien la pareja tenía un fuerte vínculo afectivo, se desempeñó en legales y solidaridad. Se puede observar una composición paritaria en cuestión de género, lo que no obedecía a una definición de cupos que buscara garantizar la equidad, pero que evidencia el acceso de las mujeres a instancias de dirección regional en una época en la que se estaban produciendo amplias rupturas de moldes, pero en la que el mandato de domesticidad continuaba siendo hegemónico. Varios testimonios recogidos entre quienes militaron con ella en Mendoza la definen, dentro de los parámetros leninistas de organización, como un cuadro político. Así la describe Santiago:

Diana fue una de las tres mujeres invitadas al Comité Central Vietnam Liberado, antes de la muerte de ella. Sí, era una compañera… no solamente de trayectoria, porque Sebastián también. Diana había caído presa yendo a Bolivia, preparando un grupo, previendo el golpe que le iban a dar a Torres. Diana había sido responsable de las compañeras presas en el Buen Pastor, había sido una compañera ideológicamente central, había formado mucho a las compañeras en la cárcel. Diana realmente era un cuadro importantísimo (Entrevista a Santiago Ferreyra, 18/07/2012).

En la construcción perretista mendocina, Diana jugó un rol central. Su nombre emerge abordando un abanico amplio de tareas, desde los debates políticos hasta el entrenamiento militar que brindaba junto con Sebastián y Víctor Hugo Vera, el “Negrazón”. Se la ve planificando y distribuyendo tareas para las acciones armadas y ocupando lugares de control operativo en las mismas. Según una anécdota, Diana sancionó a un equipo de militantes por emborracharse el día antes de una acción. ¿En qué consistió la sanción? En que no podrían participar de la acción para la que ellos mismos habían realizado la inteligencia y logística: el incendio de unos Unimog destinados a la dictadura de Pinochet (diciembre de 1973). Efectivamente, la “Petisa”, como la llama un militante local, ocupaba un lugar de autoridad política y militar, incluso para impartir sanciones y reorganizar una acción armada.

A la par de la construcción orgánica del PRT, dieron forma al Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS). Ya para octubre de 1973 la revista Nuevo Hombre anunciaba la constitución de una comisión que impulsaba el FAS en Mendoza. Y en poco tiempo organizaron numerosas delegaciones que viajaron para participar en los Congresos del FAS realizados en Roque Sáenz Peña (Chaco), el 24 de noviembre de 1973, y en Rosario (Santa Fe), el 15 de junio de 1974. En el de Chaco, Bohoslavsky realizó una cobertura periodística para la revista Posición. Allí vio a Diana ingresar con una columna proveniente de Mendoza que llevaba una bandera con un casco y una estrella roja:

Y entonces yo la reconozco, pero la compañera no me reconoce a mí, era Diana Triay. La veo así, me sorprendo. Y venía junto con una columna… mediana y le pregunto “¿De dónde vienen compañeros?” “De Mendoza” me dicen, ta, ta, ta “Pertenecen al…” El movimiento este tenía un nombre que yo no lo recuerdo. “¿Qué significa esta bandera?” Y entonces la compañera me explica, eeee, se ve que había un trabajo en petroleros creo, y dice, “Bueno, este es el casco de los obreros petroleros y esta es la estrella roja internacionalista y socialista”. Me acuerdo porque esto lo sacamos en una breve nota en la revista (Entrevista a Abel Bohoslavsky, 18/11/2009).

En Mendoza, la pareja de Diana y Sebastián compartía una precaria casita en Guaymallén con su amigo y compañero Santiago Ferreyra. Él explica que a su llegada a la provincia:

…en vez de alquilar una casa, compramos esa casa para tener más economía. Pero eso no era una casa, eran dos cuartos separados por una pared con una puerta, de adobe, caña, chapa, una letrina. Sebastián hizo los marcos con barro, todo, puso los dos ventanales maravillosos, una manta de cortina, la puerta (Entrevista a Santiago Ferreyra, 18/07/2012).

El testimonio permite observar un aspecto que no era la excepción sino la regla para lxs militantes perretistas: el relegamiento de las condiciones de vida personales en función de potenciar las posibilidades de la organización. No se trataba de obediencia debida, sino de una convicción personal y grupal en que la revolución socialista por la que se luchaba era posible en un lapso de tiempo no muy extenso. En ese camino, se apostó a la construcción de una ética política opuesta a las prácticas de enriquecimiento y privilegio personal de los partidos tradicionales. Según Santiago, Diana también llevaba las riendas de ese caballo: “La verdad, un nivel de autoformación y autoconciencia, Diana, que hasta exagerado ¿viste? Éramos cuatro, comprábamos un pollito así, comíamos una presa cada uno y ella guardaba. ¿Pa' la noche? No, pa' mañana” (Entrevista a Santiago Ferreyra, 18/07/2012).

Allí, en esa tierra y en ese momento, después de tres años de cárcel, una fuga y el reencuentro con el amor que había extrañado y cuidado, y a la par de una creciente militancia revolucionaria de la que era cada vez más protagonista, Diana tuvo sus hijes. Un 9 de julio de 1974, Caro abrió sus ojos al mundo en un parto clandestino. La nombraron María Carolina y según recuerda Santiago, Diana la llamaba María. Primero fue anotada con otro nombre y unos meses después consiguieron una partida de nacimiento falsificada que no acertaba lugar ni fecha, al afirmar que había nacido en Córdoba un 15 de septiembre. Hasta el día de hoy Caro lleva esa fecha de nacimiento en su documento, aunque no ha logrado tener festejo doble. Apenas un año después, en iguales condiciones de clandestinidad, un 31 de agosto de 1975, Diana parió a Joaquín. Salió de allí con una infección de la que no se pudo hacer atender y de cuyo cuidado debieron ocuparse sus compañeros de casa, Sebastián y Santiago. Por un tiempo, ni siquiera contaron con un papel que certificara el nacimiento.

La rigurosa clandestinidad obedecía a que en Mendoza, como en el resto del país, las políticas represivas que articulaban el plano legal e ilegal crecían sanguinariamente. En la provincia se había conformado el Comando Anticomunista Mendoza (CAM) y el Comando Moralizador Pío XII bajo la coordinación directa del jefe de la policía provincial, Julio César Santuccione. Mientras el primero había comenzado con las prácticas de atentados con bombas, secuestros y asesinatos o desapariciones de militantes, el segundo se daba a la caza de mujeres en situación de prostitución y a los atentados contra bares de asistencia de personas homosexuales (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2015). El PRT-ERP local estaba en la mira y ya contaba con varixs presxs, un secuestrado que había sido liberado por sus compañeres y un secuestrado cuyo cuerpo apareció con signos de tortura en Canota. Entre las presas, se encontraba Fátima. Es decir, la clandestinidad no era una cuestión de elección sino de supervivencia para quienes no estaban dispuestxs a abandonar la lucha por una sociedad sin opresión.

Por esa época, la ahora abuela Carolina Durán, viajó algunas veces a Mendoza a visitar a su hija y conocer a sus nietes. Según la memoria oral familiar, esa mujer acompañaba a Diana en todo, incluso iba con ella a repartir la propaganda del ERP en las fábricas.

A principios de septiembre de 1975, Alicia Sanguinetti, que para entonces militaba en el área de Personal y Contrainteligencia del partido, viajó a Mendoza con la tarea de registrar la cantidad de militantes y simpatizantes de la regional, sus frentes de desarrollo, cuántxs desempeñaban tareas militares, etc. Era la forma en que la dirección partidaria podía contar con una radiografía de su organización y saber con qué fuerzas se disponía para desplegar la política. Alicia viajó con su bebé recién nacido y pasó unos días en la casa que Diana compartía con Sebastián, Santiago y sus dos niñes. Según su recuerdo, esa casa estaba “muy tabicada”. Es decir, no la conocían ni les compañeres del partido, porque allí vivían personas con las más altas responsabilidades. Durante su estadía, casi no pudo ver a Sebastián que por esos días cumplía tareas en otro lugar. Pero pudo hablar mucho con Diana. Conversaron de política, de sus hijes, de las complicaciones del último parto: “Ella tenía una fuerza impresionante. A pesar de la infección, salió del hospital inmediatamente por una cuestión de seguridad. En la casa le terminaron de curar la herida. Diana, recién salida de un parto complicado, militaba con dos bebés chiquititos. Ferreyra la ayudaba mucho en la casa” (Entrevista a Alicia Sanguinetti, 18/02/2021).

Unos cuantos años antes de esta entrevista con Alicia, Santiago también había relatado estos episodios: “Era una delirante total. Se sacaba la venda y me decía ‘apretá’ ‘¡Pero no jodás, Diana!’ Y le apretaba y salía así de pus. Me hacía que le esterilizara, que le pusiera una venda así y otra venda así y salía a militar” (Entrevista a Santiago Ferreyra, 18/07/2012). Los testimonios de sus compañeres dibujan una imagen donde se puede apreciar a una mujer cuyo deseo de maternidad y amor por sus hijes no menguaba sus deseos de revolución y un involucramiento personal acorde a sus convicciones. También se observa a los dos varones con quienes convivía y militaba, compartiendo las tareas de crianza. En una entrevista realizada a “Monona” —una de las primeras militantes del PRT-ERP en Mendoza—, mientras relataba un encuentro de formación militar, realizó esta observación sin que se le hubiera preguntado por el asunto: “Otra cosa que me impactó mucho fue la primera vez que vi a un hombre lavando pañales. Estaba Francisco [por Sebastián] en un semejante fuentón porque tenían una bebé, lavando los pañales. Viky, su compañera, salió en una moto, armada, mientras él se quedó lavando pañales. A mí me impactó mucho” (Entrevista a Mirta “Monona” Ramírez, 26/02 y 16/04/2011).

En octubre o noviembre de ese 1975, Diana viajó a Buenos Aires a desempeñar tareas de logística. Con Sebastián hicieron un acuerdo, como no podía irse con les dos niñes, ella se llevaría a la niña que ya tenía un año y medio y él se quedaría con el bebé, que para ese entonces tenía dos o tres meses. Parece que la decisión obedecía a que Diana consideraba que, si bien para les dos niñes el distanciamiento con la madre sería difícil, la niña ya había generado un vínculo con ella por lo que le costaría más. Sebastián y Santiago quedaron en Mendoza cumpliendo sus tareas y al cuidado de Joaquín. Según el recuerdo de Santiago, tenían que lavar como 50 pañales y enjuagarlos como siete veces y luego Sebastián se armaba un bolso con mamaderas y pañales y salía a militar. Una familia de colaboradores del ERP en Mendoza ayudó cuidando al bebé durante el día, junto con sus cinco hijxs.

No se ha podido determinar específicamente cuáles fueron las tareas desarrolladas por Diana en Buenos Aires. Se piensa que, al haber sido parte del área de logística, puede ser que estuviera vinculada a los preparativos para el ataque al batallón Domingo Viejo Bueno de Monte Chingolo. Pero por ahora no es más que una hipótesis. Lo cierto es que en ese tiempo se reencontró con Yolanda Ripoll. Ella y su marido se habían integrado a las filas perretistas, habían estado en Cuba y Yoli cumplió funciones de solidaridad internacional en Europa. Ahora vivían en el conurbano bonaerense y, como ambxs eran arquitectxs, eran parte del servicio de construcciones del área de logística partidaria[8]. Por ese tiempo vivieron con sus dos hijitos en una casa precaria en González Catán y luego en La Matanza en un rancho. Diana fue tres o cuatro veces a su domicilio para la atención política desde el área de logística.

Cuando Yoli y Diana se reencontraron, la primera atravesaba una crisis con su pareja porque estaba cansada de la situación de inestabilidad y precariedad en que vivían. Según su recuerdo, frente a esta situación Diana le habló para convencerla ideológicamente de que había que transitar esas condiciones impuestas por el enemigo para sostener la lucha revolucionaria por una sociedad socialista. Para cumplir sus tareas, Diana estaba caracterizada como una mujer de clase media alta de Barrio Norte de Capital Federal. Cuando llegaba al barrio de Yoli con sus largas polleras, les vecines le decían: “la vimos pasar a su prima, la rica”. Pero, como hemos visto, esto no equivalía a que su situación fuera más estable o cómoda, sino a una pantomima militante. El asunto es ilustrativo para polemizar con los abordajes históricos que sostienen la tesis de direcciones autoritarias que utilizaban instrumentalmente a las bases militantes. En contraste, se observa a una mujer de dirección intermedia que intentaba ofrecerle herramientas a su compañera militante para sobrellevar una difícil situación. Diana sabía de lo que hablaba. No lo hacía desde la ajenidad. Ella misma había sufrido la inestabilidad, la persecución, la cárcel y los partos en la clandestinidad. La guerrilla, incluyendo a su dirección, estuvo atravesada por niveles de entrega difíciles de imaginar desde el tiempo presente.

Según lo que ha podido reconstruir Caro Llorens, es probable que Diana regresara por unos días a Mendoza en noviembre. Allí habrían intercambiado hijes con Sebastián, dejando a la niña y llevándose al bebé. Existe una probabilidad de que en ese viaje haya ido el infiltrado Oso Ranier. Según le contó muchos años después la mamá de la familia de colaboradores del ERP que les cuidaba, el Oso había ido en un auto a la casa con Diana. Ella se acordaba porque al verlo llegar le dijo a Sebastián “ese tipo no me cae bien” y luego lo reconoció en las fotos publicadas en la prensa erpiana como el infiltrado que delató a más de un centenar de militantes que fueron asesinades o desaparecides. El hecho no ha sido comprobado, pero es probable por dos motivos. Uno es que el área de infiltración del Oso era la misma a la que había sido asignada Diana: logística. El otro es que en la entrevista realizada en 2012 a Santiago Ferreyra, refirió que el Oso había ido a Mendoza. Según su relato, fue con otro hombre para llevar armas que se entregarían en la casa donde elles vivían, pero Diana los frenó en un punto y dijo que hasta la casa sólo iría uno. Así fue que el Oso se quedó esperando y Sebastián manejó la camioneta hasta su domicilio con el otro acompañante que llevaba los ojos cerrados para no reconocer el camino ni la zona.

El asunto es que, en la primera semana de diciembre, Sebastián dejó Mendoza para ir a Buenos Aires a reencontrarse con su compañera y continuar su militancia allí. La regional mendocina quedaba a cargo de Santiago Ferreyra. El 9 de diciembre llegó el día más esperado y el más espantoso. Por la mañana la familia se reencontró y es imaginable que haya sido un momento exultante después de los meses de distancia. Pero por la noche, una patota entró al departamento C del décimo piso del edificio de Callao 1158 y entre amenazas y golpes, se llevaron a Diana y Sebastián, dejando a les niñes con el portero.

Un día antes —producto de las delaciones que meticulosamente el Oso Ranier realizaba ante su mentor, Carlos Españadero, jefe de la División de Situación General del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) que funcionaba en el Batallón 601— habían sido secuestrades de una casa en Wilde el hasta entonces responsable nacional de logística del PRT-ERP, Elías Abdón (el Turco Martín), el compañero mendocino que ese día lo relevaría en la responsabilidad, Ángel Gertel (Petete) y el Jefe del Estado Mayor del ERP, Juan Eliseo Ledesma (comandante Pedro). En la seguidilla, fueron secuestrades de una casa en Morón, Ofelia Paz —esposa de Asdrúbal Santucho, quien había sido asesinado en Tucumán en julio— con sus cuatro hijas, que tenían entre 10 y 15 años, les cuatro hijes de Mario Roberto Santucho —un bebé de meses y tres adolescentes mujeres de 12, 13 y 14 años— y el hijo de Elías Abdón, que había cumplido 4 años. Todes les secuestrades durante esos días fueron llevades al centro clandestino de detención Puente 12, ubicado en el cruce de Autopista Ricchieri y Camino de Cintura en La Matanza.

Allí dos personas vieron y hablaron con Diana. Una de ellas fue Ofelia. Diana le contó que la habían torturado quemándola con cigarrillos y le pidió que memorizara un número de teléfono de su familia porque estaba segura de que Ofelia iba a salir y necesitaba que se comunicara para que buscaran a sus hijes. En otro momento de la noche, Ana Cristina Santucho Villarreal, que en ese entonces ingresaba en la adolescencia con sus jóvenes 14 años, fue sentada junto a Diana. Aunque tenía los ojos vendados, la reconoció porque Diana comenzó a hablarle. En su relato, Ana Cristina, dice que se puso “re contenta” al escuchar su voz. Es que la conocía de varias reuniones que había tenido con su papá. Luego de la fuga de Rawson y habiendo reingresado al país tras una estadía en Cuba, Mario Roberto Santucho, al igual que otros miembros de la dirección partidaria, se fue a vivir clandestinamente a Córdoba. Allí vivió en varias casas operativas que compartía con sus tres hijas, cuya mamá había sido asesinada en agosto de 1972. A esa casa en Córdoba iban algunes compañeres a tener reuniones, entre elles Diana. Siendo 1973, probablemente en una de esas reuniones se haya definido su partida junto a Sebastián a Mendoza. Por el recuerdo de Ana Cristina, también es factible que haya regresado a reunirse allí mientras ya construía en la provincia cuyana. Ana Cristina, la mayor de las hijas Santucho, tenía entre 11 y 12 años en ese tiempo y recuerda que Diana llegaba con su larga cabellera peinada en una sola trenza y se hacía un tiempo para acercarse a las niñas, preguntarles cómo estaban y hacerles alguna broma. Por ello la joven guardaba un recuerdo afectivo Diana, como una compañera de su papá a quien admiraba[9].

Esa noche en Puente 12, con una voz dulce y sosteniendo la ternura, pero a la vez con firmeza para preparar a la joven, Diana le dijo que tratara de estar tranquila, que ella ya sabía lo que estaba ocurriendo y que tenía que ser fuerte. Previendo que podían torturarla, le aconsejó “Tenés que pensar siempre en cosas lindas, cuando eso suceda”. También le aseguró que iba a salir de ahí. Parece que Diana abrazaba esa certeza. Ana Cristina le preguntó si estaba segura de que la iban a liberar y Diana le dijo que sí. En cambio, cuando le preguntó qué sucedería con ella, le contestó: “No te preocupes por mí” (Entrevista a Ana Cristina Santucho Villarreal, 11/02/2021). Esos recuerdos de Ana Cristina y de Ofelia, son los únicos que se guardan como testigos de los últimos días de vida de Diana, que a partir de allí pasó a engrosar las listas de desaparecides junto con Sebastián. En ese momento de horror, signado por la tortura y el miedo por la situación de sus hijes, su pareja y compañeres secuestrades, Diana pudo encontrar la fuerza y la templanza para ocuparse de que sus hijes fueran recuperades por su familia y de proteger y dar aliento a su joven compañerita, hija de la compañera con que ya había compartido cárcel en dos oportunidades.

El portero que había quedado con les niñes, les llevó a la policía. Un pedacito de suerte asomó en sus cortas vidas, porque no fueron apropiades sino enviades a la Casa Cuna. La jueza a cargo, Dra. Oliveira, hizo publicar una foto de ambxs en el diario La Razón del 13 de diciembre de 1975. Si bien decía que el matrimonio secuestrado se apellidaba Hernández, acertaba en toda la información brindada respecto del secuestro y ahí estaban las caras de Caro y su hermanito para ser reconocides por sus familiares.

Dos mensajes llegaron a la familia Triay-Durán en Córdoba. Por un lado, Ofelia, que no había olvidado el teléfono memorizado y en medio de otro tormento con sus hijas y sobrines, puestxs en un hotel por Españadero, tal vez de carnada, llamó al teatro donde trabajaba Hugo, papá de Diana, y dio la alerta para él. Por su parte, Yoli vio la noticia del secuestro y que lxs niñxs habían quedado solxs y se fue a la estación de trenes de Constitución. En una cabina telefónica buscó en la guía el apellido Triay en Córdoba —conocía el apellido de Diana por haber compartido la cárcel—. En el último llamado dio con una pariente y le dijo que Diana y Sebastián se habían enfermado y que debían viajar a buscar a les niñes. También indicó la fecha y el diario que debía mirar para encontrar la dirección en donde encontrarles. Sin esos mensajes, otra hubiera sido la historia de Caro y su hermanito. Pero gracias a esas dos mujeres, Carolina y Hugo partieron rumbo a Buenos Aires y en una tarea nada sencilla, recuperaron a sus nietes.

 

Algunas reflexiones

Del recorrido vital de Diana se puede observar que esa mujer, militante de una organización revolucionaria con estrategia de lucha armada para la toma del poder y la construcción del socialismo, guarda aspectos comunes con cualquier otra. La hija pequeña, cuarta hermana, la que juega con los pollitos, la adolescente tímida que va a la escuela mientras toma talleres de artes plásticas y toca la guitarra, la que vive sus primeras experiencias de acoso callejero y la violencia machista de su pareja. La reconstrucción biográfica de la guerrillera desaparecida le devuelve su condición de humana y sus múltiples aristas de maestra, artista, hija, hermana, pareja y mamá. A la vez emergen una serie de rompimientos con el mandato de domesticidad femenina que se manifiestan en su separación, en sus búsquedas laborales como artesana, en su militancia guerrillera y su armado familiar. Estas transgresiones también llevan la marca de la estructura del sentir epocal. Eran rupturas a las que se lanzaban gran cantidad de mujeres. En ese sentido, como en otros, Diana no era única.

Junto a su identidad sexo-genérica, es relevante prestar atención a su lugar de agencia política entre Córdoba y Mendoza. Esto posibilita observar una historia que también transcurrió caudalosa por fuera de los límites bonaerenses. Mirar la historia del PRT-ERP desde los caminos de Diana, habilita el conocimiento de las prácticas y culturas militantes en dos provincias del mal llamado “interior”.

Diana, la guerrillera, no aparece como una mujer sumisa, sometida a mandatos de direcciones masculinas que instrumentalizaron su vida tras su sed de revolución. Diana tenía sed de revolución. Este volver al pasado reciente desde una perspectiva que percibe articuladamente las relaciones de clase y género y se detiene en la reconstrucción empírica y minuciosa de las historias de mujeres habilita reconocer que ellas podían desear la revolución socialista, luchar armas en la mano o vivir la clandestinidad y otras complejas situaciones, no por imposición masculina, ni por masculinización de su rol, si no por convicción personal y política. No se puede soslayar, a riesgo de falsear la historia, que Diana tomó unas cuantas decisiones y militó según sus propias convicciones en una organización que no se definía feminista, pero que en su horizonte socialista concebía la igualdad de género y ello se manifestaba en su cultura militante, así como en algunos de sus documentos partidarios.

A través de los ojos de Diana también se hacen observables ciertos rompimientos de la militancia perretista con los mandatos patriarcales de la época. En esa experiencia de convivencia personal y política con dos varones, las tareas domésticas y militantes eran compartidas sin distinción con su pareja y su compañero de partido trastocando las asignaciones sexuales y excluyentes de espacios públicos y privados para varones y mujeres respectivamente. Esa mujer era la responsable política de esos varones. Esos varones cuidaban a les hijes, mientras ella preparaba la logística de una acción en una provincia lejana. Sus partos en la clandestinidad y su continuidad militante dan cuenta de una voluntad de ruptura con las injusticias. Siguiendo a Vasallo (2009), los cuestionamientos a estas maternidades obedecen a una concepción según la cual maternar es sinónimo de continuidad y conservación, lo que dificulta comprender que sus deseos de maternaje estuvieran imbricados por sus voluntades de ruptura. Diana, junto a otras miles de militantes, parieron hijxs que desearon y soñaron como habitantes nuevxs del mundo transformado por el que luchaban.

Caminar los pasos biográficos de Diana, desde una mirada de género que concibe a las mujeres como protagonistas, también posibilita la aparición en escena de muchas otras mujeres. Allí está su compañera en Córdoba, Esther Álvarez Igarzábal. Aparecen las fugadas del Buen Pastor: Alicia Quinteros, Silvia Urdapilleta, Ana María Villarreal y Cristina Liprandi. Las presas de Devoto y Rawson, Alicia Sanguinetti, Marta Rosetti, Silvia Hodgers y Yolanda Ripoll. También emerge Ofelia, que a la par de Yoli y sin conocerse, garantizaron que Carolina y Hugo pudieran encontrar a sus nietes. La pequeña Ana Cristina Santucho, a través de la cual se abre la puerta al universo de sus hermanas y primas secuestradas, es prueba de la resonancia que podía dejar Diana en esa preadolescente a la que recientemente le habían fusilado a su mamá y que encontrándose asustada en los fondos de la dictadura desaparecedora halló a su lado un momento de paz. También aparecen en escena su mamá y su hija. La primera, Carolina, que la sostuvo todos esos años, viajando a verla a las cárceles, organizando la resistencia fuera de ellas, acompañando sus iniciativas. La segunda, Caro, a través de un sostenido trabajo de memoria que no permitió que desaparecieran las huellas de Diana y Sebastián. Ambas, muestra de dos generaciones distintas que también fueron protagonistas de una agencia colectiva de mujeres, la de las madres y la de las hijas.

 

 


Bibliografía

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Fuentes orales (entrevistas de la autora)

Archivo de audio: Diana Triay en guitarra - saludos para Antonio Coco Blanco, mayo 1962.

Abel Bohoslavsky, médico, militante del PRT-ERP en Córdoba. 18/11/2009, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Mirtha “Monona” Ramírez, estudiante de Comunicación Colectiva en Mendoza. 26/02 y 16/04/2011, General Alvear, Mendoza.

Santiago Ferreyra, miembro de la dirección de la regional Mendoza del PRT-ERP. 18/07/2012, Córdoba.

María Carolina Llorens, hija de Diana Triay y Sebastián Llorens. 28/01/2021, por videollamada entre Córdoba y Morón (Buenos Aires).

Ana Cristina Santucho Villarreal, hija de Ana María Villarreal y Mario Roberto Santucho. 11/02/2021, por videollamada entre Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Morón (Buenos Aires).

Yolanda Estela Ripoll, arquitecta, integrante del área de construcciones de logística del PRT-ERP en Buenos Aires. 11/02/2021, por videollamada entre La Plata y Morón (Buenos Aires).

Alicia Sanguinetti, militante del PRT-ERP en Buenos Aires y Paraná. 18/02/2021, por videollamada entre Ciudad de Buenos Aires y Morón (Buenos Aires).

Roberto Bardach, militante del PRT-ERP en Córdoba. 01/03/2021, por videollamada entre Córdoba y Morón (Buenos Aires).

Silvia Hodgers, bailarina, militante del PRT-ERP en Buenos Aires e integrante del área de inteligencia. 10/03/2021, por videollamada entre Francia y Morón (Buenos Aires).

Vicente Zito Lema, poeta y abogado defensor de presxs políticxs. 26/03/2021, por llamada telefónica.

Fuentes escritas (del archivo personal de Carolina Llorens)

Carta de Diana a su mamá, 09/08/1971.

Carta de Sebastián a Diana, agosto de 1971, Resistencia, Chaco.

Carta de Sebastián A Carolina Durán, 24/06/1972, Resistencia, Chaco.

Memorándum, Córdoba, 19/08/1971.

Partida de nacimiento de Diana Triay, acta 2.422, Serie D. 02/11/1945, Córdoba.

Fuentes periodísticas (salvo indicación, de la Hemeroteca del Congreso de la Nación)

Clarín, Buenos Aires, 12/06/1971.

Córdoba, Córdoba, 29/11/1970.

Estrella Roja n° 4, julio de 1971. Recuperada de: http://www.ruinasdigitales.com/revistas/EstrellaRoja%2004.pdf

La Nación, Buenos Aires, 12 y 13/06/1971.

La Opinión, Buenos Aires, 12/06/1971.

Los Principios, Córdoba, 29 y 30/11/1970; 12 y 13/06/1971.

La Razón, Buenos Aires, 12/06/1971; 13/12/1975.

Llorens, M. C. “No son sólo memoria”. Página 12, 28/05/2013. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-220962-2013-05-28.html

 

 

Recibido: 30 de Marzo de 2021

Aceptado: 5 de Mayo de 2021

Versión Final: 20 de Junio de 2021



[1] Nidia fue una de las médicas que acompañaron a Agustín Tosco en sus últimos tiempos de enfermedad, clandestinidad y persecución.

[2] La reconstrucción del intento de atraco en la armería Saap fue realizada a partir del análisis de las entrevistas a Caro Llorens y Roberto Bardach, y de las notas periodísticas publicadas en los diarios Córdoba y Los Principios.

[3] Marta fue asesinada en Córdoba el 30/06/1976. Secuestrada y llevada al D2 a mediados del ‘75, junto con su hijita, frente a la cual la torturaron. Luego la legalizaron y trasladaron a la Penitenciaría, de donde una noche la sacaron y fusilaron armando la escena para la aplicación de la ley de fuga. Enrique estuvo preso durante la dictadura, es un sobreviviente al genocidio (Crosetto & Depetris & Gallegos, 2014).

[4] Un año antes, Alicia también había vivido su primera experiencia de tortura en el encierro en Coordinación Federal durante 20 días, previo a su llegada al Buen Pastor.

[5] Comisión de Familiares de Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales fundada en 1971. Era un organismo de DD.HH. que denunciaba las condiciones carcelarias y las torturas y garantizaba los viajes de lxs familiares para visitar a lxs presxs en las distintas provincias, llevarles alimentos, medicina, ropa, etc. Aunque COFAPPEG tenía un especial vínculo con el PRT-ERP, el organismo era autónomo y defendía a lxs presxs de todas las organizaciones, principalmente guerrilleras.

[6] La Gremial de Abogados se fundó a mediados de 1971. Dos años después ya reunía unes 350 abogades de todo el país, de distintas filiaciones políticas, con el compromiso de brindar su apoyo profesional a todas las luchas populares contra la dictadura.

[7] Entre fines de 1972 y principios de 1973 se realizó otra huelga de hambre bajo la consigna “Por una Navidad y Año Nuevo sin presos políticos”.

[8] Dentro del área de logística funcionaban varios servicios, como documentación, armamento, construcciones, automotores, etc. que se ocupaban de facilitar lo que a cada uno le correspondía para el accionar cotidiano de la organización.

[9] En la entrevista con Ana Cristina, le conté que Diana había estado presa con su mamá en el Buen Pastor de Córdoba, de donde se fugaron juntas en 1971. Ella no recordaba esto. Sus recuerdos de Diana remitían a 1973. Pero al día siguiente de la entrevista, me escribió reflexionando respecto de que era probable que también la hubiera visto a Diana en el Buen Pastor, porque fue varias veces a visitar a su mamá. Tal vez su recuerdo con tanta admiración a Diana viniera de esos momentos. Luego, Diana y Ana María Villarreal volvieron a compartir cárcel en Rawson.