Género, biografía e historia oral
o de cómo contar la vida de Ana María Villareal de Santucho
Gender, biography and oral history or how to tell the
life of Ana María Villarreal de Santucho
Andrea Andújar
Instituto
de Investigaciones de Estudios de Género;
Universidad
de Buenos Aires;
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
andreaandujar@gmail.com
Débora D´Antonio
Instituto
de Investigaciones de Estudios de Género;
Universidad
de Buenos Aires;
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
deboradantonio@hotmail.com
Mónica Gatica
Instituto
de Investigaciones Históricas y Sociales;
Facultad
de Humanidades y Ciencias Sociales;
Universidad
Nacional de la Patagonia (Argentina)
monicagracielagatica@yahoo.com.ar
Resumen
Este trabajo se propone reconstruir la biografía de Ana María Villarreal
de Santucho, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército
Revolucionario del Pueblo y esposa de su líder máximo Mario Roberto Santucho
entre 1960 y 1972, cuando fue asesinada junto con otrxs
quince militantes en la Base Aeronaval Almirante Zar, dependencia de la Armada
argentina cercana a la ciudad de Trelew. Para ello, este estudio recurre a un
acervo documental variado conformado por entrevistas, cartas personales,
fotografías, expedientes judiciales, documentos políticos, prensa comercial y
político partidaria.
Palabras clave: biografía; género; militancia revolucionaria; Argentina.
Abstract
This article purposes to reconstruct the biography of
Ana María Villarreal de Santucho, a militant of the Partido Revolucionario
de los Trabajadores- Ejército
Revolucionario del Pueblo and wife of its maximum
leader, Mario Roberto Santucho, between 1960 and 1972, when she was
assassinated along with others fifteen militants at the Almirante Zar Naval Air Base, a dependency of the Argentine Navy near
the city of Trelew. To do this, this study recurs to
a varied documentary heritage made up of interviews, personal letters,
photographs, court files, political documents, commercial and political press.
Keywords:
biography;
gender; revolutionary militancy; Argentina.
Introducción
Este trabajo se propone reconstruir la
biografía de Ana María Villarreal de Santucho, una mujer que se incorporó a la
vida política, y en especial a la lucha armada, para hacer la revolución
socialista en la Argentina. Fue apodada cariñosamente Sayonara o Sayo debido a
sus ojos rasgados y a su parecido con Miiko Taka, la actriz protagónica de una película norteamericana
estrenada en 1957.[1]
Valiéndonos del uso de la historia oral, la historia reciente y sus cruces con
los estudios de género como estrategia teórico-metodológica, buscamos los nexos
entre los acontecimientos vividos por ella, su propia agencia política y la
trama en la que intervino. Asumimos que ese análisis es una puerta de entrada
valiosa para lograr una comprensión más acabada de las conflictivas décadas del
sesenta y setenta a partir del examen de las experiencias de una generación de
mujeres comprometidas con las transformaciones sociales radicales. Procuramos,
además, superar los desafíos conceptuales e historiográficos que, al traspasar
los relatos meramente fácticos, se presentan a la hora de retomar las diversas
memorias existentes sobre una militante cuya figura se destacó por su actividad
en el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del
Pueblo (PRT-ERP).
En los últimos años asistimos a un auge del
método biográfico que responde, en buena medida, a la revalorización del sujeto
social (tanto individual como colectivo) y de las implicancias de su agencia en
el pasado histórico. En diálogo con sus aportes y despojando a Ana María
Villarreal de Santucho de la condición de representante arquetípico de un
grupo, esta reconstrucción pretende indagar múltiples dimensiones para componer
una imagen más vívida y cotidiana de su trayectoria, ubicada -podríamos decir-
a ras del piso. Para ello seguimos sus pistas a lo largo de una crianza
localizada en una provincia norteña, dentro de una trama familiar sin
sobresaltos económicos que le permitió concluir sus estudios escolares
animándola a explorar el mundo de las artes. Ana dejó la casa de infancia para
ir a la universidad; obtuvo un título, militó, se casó y fue madre de tres
hijas en ese matrimonio. Esa trayectoria no fue lineal, sino plena de
contradicciones que trasuntan también en este escrito.
Nos movemos aquí entre tensiones que retoman
o no escapan, de algún modo, a las propias de las vicisitudes de la vida de
Ana. Así, la reconocemos en sus singularidades, aunque compartiendo pautas,
valores y prácticas de otras mujeres de su generación y, como se ha dicho, del
contexto en que le tocó vivir. La cuestión del ejercicio de la violencia
política por ejemplo, no sólo fue una alternativa legítima para numerosas
mujeres sino también una elección que pudieron conjugar tanto con otras formas
de intervención política como con otras actividades vitales como las de ser
trabajadoras, estudiantes, madres o hijas. La situamos también en el lugar
visible, sin dudas insoslayable, de ser la esposa de Mario Roberto Santucho, el
máximo dirigente del PRT-ERP. Pero a la vez, buscamos develar la opacidad de
esa condición al atender a los particulares rasgos que ella misma le imprimió.
Esto tiene que ver con los modos que puso en juego con sus intervenciones
políticas amparados en una gestualidad de mujer enigmática, callada y poco
llamativa. Mas también, con la de ser dueña de cierta autoridad en la que
combinaba su experiencia intelectual y personal, su trayectoria, sin subrayar
con evidencia, quizás alimentando hasta de manera solapada, definiciones y
decisiones de su esposo y de la organización guerrillera marxista en la que
ambos militaban.
Mostraremos en este trabajo, además, que las
tensiones y conflictos que definieron su vida gravitan en las rememoraciones
actuales sobre ella, en la construcción de unos recuerdos en los que es posible
percibir, como mínimo, una línea de memorias reivindicativas en contradicción
con una línea de memorias malditas, como las de guerrilleras rudas y malvadas.
Apostamos, en síntesis, a reconstruir la
biografía de una mujer cuya trama vital fue parte de una experiencia compartida
con otras mujeres de su tiempo y de sus opciones políticas, sin eludir lo que
la vuelve destacable entre esas mujeres y para nuestros propios ojos.
Orientado por esa pretensión entonces,
nuestro trabajo dialoga con un conjunto de estudios que, en clave biográfica,
se han esforzado por reponer la vida de las militantes de este período
histórico alejándose de tipificaciones heroicas y rehuyendo simultáneamente,
presentarlas como personajes célebres e ilustres. Concentrados fundamentalmente
en la izquierda peronista y desde un enfoque que se desentiende de la
perspectiva de género, estos textos logran explicar ciertos pasajes y
dimensiones de las trayectorias de estas mujeres reponiendo sus agencias en
función de las decisiones y prácticas políticas que ellas tomaron.[2]
También dialoga con una literatura que se
interesó en examinar ese conflictivo pasado a la luz de los múltiples
escenarios y formas de participación política femenina durante los años 1960 y
1970. Con una mayor variedad que la contemplada por las biografías, ya que
abordan un arco político diverso que comprende desde las organizaciones
revolucionarias armadas y no armadas hasta las agrupaciones feministas,[3] tales
investigaciones escudriñan el compromiso de estas mujeres a la luz de dos
perspectivas dominantes. La primera es la que sitúa esta dinámica política en
un proceso de modernización socio-cultural en donde el "sujeto
juvenil" puso en cuestión, acompañando novedosos horizontes culturales,
las jerarquías generacionales, de género y de clase, entre otras instancias de
poder. La segunda se inclina por ubicar estas prácticas en un proceso de
radicalización política que amenazó la reproducción del orden capitalista a
partir de distintas iniciativas vinculadas con el surgimiento de organizaciones
políticas tanto armadas como no armadas.[4]
Inscriptos en una u otra línea y amparados en la historia de las mujeres y los
estudios de género, este universo de trabajos logró reponer a esas jóvenes como
sujetos colectivos y heterogéneos, examinando una gran variedad de fuentes y
trazando líneas de exploración que renovaron la agenda historiográfica sobre el
pasado reciente interrogándose por los discursos y las prácticas de género
dentro de las organizaciones políticas y en sus horizontes revolucionarios, el
lugar de lo público y lo privado en ese complejo entramado, las relaciones de
pareja y familiares en la dinámica política -en particular en lo relativo al
ejercicio de la maternidad-, o las pautas de sexuación del castigo.[5]
Tanto las narrativas biográficas como las
que examinan el período a la luz de las dinámicas colectivas del proceso
histórico, comparten el uso de la historia oral para hallar las huellas de esos
itinerarios políticos femeninos, recurrencia que, en ocasiones, ha sido
formulada y puesta en práctica conjugando el género con la memoria y el relato
de la experiencia vivida. Existe una extensa literatura que se ha ocupado de
esta metodología de investigación, las formas distintivas y beneficios que
conlleva su uso para la comprensión histórica, los retos que depara para quien
investiga así como las dificultades, recaudos y problemáticas que deben tenerse
en cuenta respecto de la edificación de la memoria, principal fuente de la
oralidad.[6] También
contamos con una vasta bibliografía que, procedente de la historia y la sociología
fundamentalmente, viene reflexionando sobre la manera en que el género
atraviesa la construcción de la memoria así como el relato vivencial del
pasado.[7] La
amplitud de su difusión vuelve innecesario realizar aquí un repaso exhaustivo
de sus postulaciones centrales. En función de este trabajo, basta con subrayar
dos de las utilidades de la historia oral. La primera radica en su
potencialidad para recuperar el ambiente social de los procesos históricos,
permitiendo hallar nexos entre los acontecimientos vividos por Ana, su propia
agencia política y la trama en que la que intervino. La segunda se vincula con
la consecución de una expectativa o una promesa que encierra la oralidad: la
del hallazgo de fuentes inesperadas. Como lo han mostrado diversos y diversas
historiadoras, el uso de la historia oral no sólo puede ponernos en contacto
con una amplia gama de testigos y potenciales testimoniantes.
También posibilita detectar papeles y documentación cuya existencia o bien se
desconocía o bien se creía perdida (Gatica, 2007; Portelli, 2003-2004). En esta
pesquisa, las entrevistas realizadas con algunas personas nos han provisto, por
ejemplo, de cartas personales y fotografías cuyo examen colaboró en descifrar
algunos aspectos de la personalidad de Ana, de su vida militante y de su manera
de actuar. Asimismo, la historia oral nos ha permitido ahondar en su persona a
partir de los recuerdos que, como un caleidoscopio, su familia y sus compañeros
tienen sobre ella.
El recorrido por documentación de diverso tipo,
tanto oral como escrita, nos conduce a advertir varias cuestiones. La primera
refiere a la multiplicidad de papeles, reflexiones, historias y relatos con los
que contamos sobre Ana María Villarreal para conocer su trayectoria. La segunda
hace al estado fragmentario de tal documentación. La dispersión de las pistas
sobre sus huellas en noticias periodísticas, causas judiciales o retazos de
recuerdos de quienes la conocieron, podría desalentar los intentos por componer
una trama ordenada de su vida al obstaculizar la posibilidad de internarse por
situaciones complejas, por pasajes de esa experiencia que a primera vista
resultan de difícil sondeo. Sin embargo, y como tercera cuestión, debemos
destacar que como casi siempre en el oficio de contar el pasado, el problema no
se encuentra en realidad ni en la cantidad de fuentes ni en su estado. O al
menos no sólo allí. Más bien, se sitúa en las preguntas que formulamos para
acercarnos a ese pasado y en las inquietudes que nos motivan a conocerlo. Que
no se haya puesto en valor debidamente la vida de Ana hasta ahora no ha tenido
que ver, entonces, con la documentación existente sobre ella, abundante por
otro lado para algunas partes de su trayectoria. Fue nuestro interés por
comprenderla lo que nos permitió reponer e interrogar un acervo documental rico
y variado, compuesto por testimonios orales (obtenidos en entrevistas
realizadas a familiares directos de Ana, compañeros y compañeras de militancia,
abogados vinculados a la defensa de presos políticos), cartas personales,
fotografías, expedientes judiciales, documentos políticos, prensa comercial y
política (específicamente perteneciente al PRT-ERP).
Con estas fuentes en mano, este trabajo se
compone de tres secciones. La primera examina aspectos de la vida de Ana María
Villarreal que brindan pistas sobre las bases de sus decisiones políticas. La
segunda se centra en las memorias que han construido sobre ella familiares y
compañeros. La tercera se detiene en la muerte, el entierro y ciertas disputas
presentes en las memorias sobre su figura. Lo cierran unas conclusiones que
reflexionan sobre el género como registro histórico y sobre las opciones
brindadas por esta perspectiva para jerarquizar los fragmentos de una vida
singular en las tramas más amplias relacionales -y generizadas-
de la participación temprana de las mujeres en la vida política de nuestro
país.
Artista plástica, alfabetizadora y
guerrillera: una mujer de época
Ana María Villarreal nació en Salta el 9 de
octubre de 1935 en el seno de una familia que no pasaba penurias, aunque
tampoco pertenecía a los sectores acomodados de la sociedad local. Fue hija de
Edmundo Diego Villarreal, un restaurador de piezas artísticas, y de Eloísa
Guillermina Cassasola. Tuvo dos hermanos, Sergio
Edmundo y Carlos Edelmiro -quienes se dedicarían en la adultez a la decoración
y el comercio respectivamente-, y una hermana, Cristina Eloísa -que se
convertiría en profesora de Biología-.
Cursó sus estudios primarios en
"Domingo Faustino Sarmiento", un colegio donde se impartían clases de
música, dibujo, corte y confección, educación doméstica y religión. El
secundario lo hizo en "Santa Rosa de Viterbo", una escuela para
niñas, reconocida por el Ministerio de Educación como Escuela Normal de
Maestras. Fue buena alumna, aunque no sobresaliente; la atraía historia, pero
no matemáticas, materia con la que tuvo problemas en su secundaria (Diana,
1996: 313). Posiblemente fue la causante de un traspié en sus estudios, cuando
tuvo dificultades para rendir una materia de años anteriores y obtener su
título de maestra. Simultáneamente, asistió a la escuela provincial de Bellas
Artes "Tomás Cabrera", espacio fundado por artistas salteños en el
que aprendió pintura y escultura bajo la influencia de Alfredo Bernier, pintor
con el que además tomó clases particulares. También aprendió danzas folklóricas
junto a su hermana (Genaro, S/F). Leía, escuchaba música y dibujaba mucho.
Durante la segunda mitad de los años ´50, se
recibió y estudió Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).
No era tan inusual en esos tiempos que una joven -sobre todo de clase media-
pudiera concluir sus estudios secundarios y asistiera luego a la universidad.
Ese camino que Ana siguió y cultivó esforzadamente fue compartido con otras
mujeres de su generación que optaron por inscribirse también en la UNT o
dirigirse a Córdoba, La Plata, Rosario o Capital Federal para ingresar a la
Universidad de Buenos Aires. Lejos de ser descabellado, que las mujeres jóvenes
siguieran una carrera universitaria se había vuelto un horizonte deseable y
legítimo.[8] En ese
contexto fue que conoció a Mario Roberto Santucho, Roby
para sus amigos y familiares. Tal vez en la casa de una amiga o quizás en una
fiesta. Para 1959 ya estaban juntos. El 15 de junio de 1960, un año después,
cuando ella ya tenía 25 años y él 24, se casaron.
Amílcar Santucho, uno de los hermanos de Roby, recordó que fue el único familiar que participó de la
boda y quien lo alentó a realizar un festejo, ya que la sencillez y la opción
rigurosa de vivir apenas con lo necesario era la posición que había asumido la
pareja. Recordando sus primeros intercambios al momento de conocerse con Ana y
refiriendo a su singularidad, evocó una de las primeras preguntas que ella le
formuló:
“¿Le gustan las películas
rusas?” Yo me sorprendí, porque estaba
hablando de otra cosa, pero al mismo tiempo su pregunta, que fue hecha muy
espontáneamente, me resulto muy simpática. Le contesté que sí y ella, con una
sonrisa, replicó: ¨A mí también, me encantan¨. No sé por qué, pero con eso me
compró. (…) Era muy especial.” (Diana, 1996: 329)
En su descripción, Amílcar la retrata como
delicada y frágil; silenciosa y suave, pero fuerte y tenaz; capaz de despertar
con su dulzura y firmeza la pasión de su hermano:
"(...) Se descalzaba
y parecía que se deslizaba, había una levedad en sus movimientos, como si no
tocara el suelo… Al mismo tiempo, a pesar de esa fragilidad tenía agallas y
fuertes convicciones propias, no se le podían imponer cosas. Creo incluso que
muchas de las decisiones que Roby tomó estuvieron
influidas por ella, que fue revelando una gran capacidad política (...)"
(Diana, 1996: 329).
Ana y Roby
decidieron emprender un viaje de luna de miel con destino a Estados Unidos,
recorriendo varios tramos de América Latina por la Costa del Pacífico. Las
cartas escritas por ella a sus padres y a su hermana atestiguarían su honda
sensibilidad ante un arte indígena que advertía en detalle, y junto a ello, el
impacto que le producían las comunidades con las que se iban encontrando.
Retrató a Potosí el 14 de enero de 1961 como "lo más extraordinario que vi
en arte colonial (...) todo potosino parece estar amándolo por todas las cosas
a ese cerro (....) que parece fuerte (a la distancia)".[9] En
Panamá, ciudad en la que estaban a comienzos de marzo de ese año y a la que
Sayo describirá como "típicamente yanky, (sin)
movida nacional",[10]
decidieron comprar un Dodge modelo 1950 para seguir el recorrido con más
rapidez y comodidad, esperando llegar el 7 de marzo a Méjico, donde se
quedarían hasta el día 15 para luego emprender rumbo a Guatemala.[11] Un mes
más tarde, Ana le escribía a su madre desde Washington comentándole sus
impresiones sobre la capital norteamericana y sobre Nueva York, ciudad en la
que habían estado tan solo unos días antes. En uno y otro lugar, ella y Roby habían "asistido a clases de las famosas
universidades", no sólo interesados en conocer "el ambiente
universitario" sino también porque al dictarse en español, esas clases les
permitían entrar en contacto con "Historia del Arte Americano, Política
económica de América Latina, Literatura americana, etc.",[12] materias
cuyos contenidos los acercaban a algunas de las miradas que circulaban sobre
América Latina en la academia estadounidense. A su regreso pasaron por Cuba,
entusiasmados con una revolución que estrenaba ese otro mundo posible.
Ya en Argentina, en 1961 nació Ana, la
primera de tres hijas. Luego vinieron Marcela y Gabriela. La maternidad no le
impidió a Ana María terminar sus estudios, cosa que logró en 1962 con la
obtención de su título de Licenciada en Artes Plásticas de la UNT.
Mientras cursaba su carrera universitaria,
se incorporó al Frente Revolucionario Indoamericanista
Popular (FRIP), organización creada hacia 1961 por Mario, Francisco y Oscar
Asdrúbal Santucho en Santiago del Estero (Pozzi, 2001). Ana no sólo militó en
el sector universitario de este grupo.[13]
También ilustró el último número de la revista Dimensión, una
publicación vinculada en uno de sus ciclos con el FRIP, que salió de manera
esporádica entre los años 1956 y 1962.[14]
En ese entonces comenzó a dictar clases como auxiliar docente en la cátedra de
Pintura, cargo al que renunció sin embargo al poco tiempo.
Imagen 1: Dibujos de autoría de Ana María Villarreal de Santucho
Fuente: Dimensión, Año III, N° 6 (AAVV, 2012).[15]
En 1965, cuando el FRIP y Palabra Obrera
-organización trotskista dirigida por Nahuel Moreno con incidencia en Tucumán,
Córdoba, Rosario, Buenos Aires y Bahía Blanca- confluyeron para crear el PRT,
Ana estuvo allí. De acuerdo con Estela Assef, una de
sus compañeras de militancia, entre octubre de 1967 y mayo de 1968 ambas
integraron un grupo dedicado a enseñar a leer y a escribir a trabajadores y
trabajadoras del Ingenio San José, en la provincia de Tucumán. Igual empeño se
llevó a cabo en la sede de la Federación Obrera de la Industria Azucarera
(FOTIA), sindicato de filiación peronista.
Estela recordó también que Ana padecía de
cierta dolencia pulmonar que, si bien no era tuberculosis, exigió al menos una
internación. En esas circunstancias:
¨(…) yo fui a cuidar a las
chicas, nos turnábamos con otras compañeras. Vivían en una calle que se llamaba
Isabel La Católica y (…) siempre cuidaba el detalle que ella más marcaba, que
era éste: las chiquitas tenían que comer así su pote, así ella no comiera
durante el día, las chiquitas tenían que comer yogur, todos los días… vasitos
porque antes de litro no venía…. Las chiquitas tenían que comer vegetales,
tenían que comer fruta, y bueno esas cosas que nosotros le respetábamos,
¡porque no éramos madre ninguna! Ella era la única que era madre en ese
momento…”.[16]
El trabajo social que Sayo hizo también
supuso interactuar con las compañeras, incluso promoviendo, acompañando y
adelantando las posibilidades de optar por una maternidad elegida. Nuestra
entrevistada recordó cómo preguntaba en el ingenio “¿y usted cómo se
cuida?".
En ocasión de reunirse el V Congreso del
PRT-El Combatiente en 1970,[17] donde se decidió la creación del Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP) no como una extensión del partido sino como
brazo armado del pueblo (Pozzi, 2001), Ana estuvo presente, aunque sin derecho
a voto porque no era delegada de ninguna regional. Ese rol sólo lo tuvieron
otras dos mujeres allí, Nélida Augier y Clarisa Lea Place, que votaron como
delegadas de la regional Tucumán (Diana, 1996: 92). En ese momento Clarisa
mantenía una relación íntima con Roby; se había
convertido en su otro amor. Era 12 años más joven que Ana y estudiante de
Derecho en la UNT. El vínculo amoroso había comenzado entre fines de 1968 y
principios de 1969,[18] en una
etapa en la que Roby se encontraba separado de Sayo.
A pesar de ello, la relación de Roby y Clarisa
recibió fuertes cuestionamientos. Tal vez, para algunos sectores del Partido la
monogamia y la fidelidad eran valores importantes que debían preservarse.
En ese entonces, Ana se habría quedado con
sus hijas en casa de sus suegros en Santiago del Estero (Tarcus,
2007). Sin embargo, lo sucedido luego con el matrimonio se vuelve confuso. Si
bien las fechas y las circunstancias no son del todo claras, en algún momento
del segundo semestre de 1970 ella, nuevamente con Roby,
se habría instalado en Córdoba retomando una convivencia armónica que incluyó
también la presencia de las tres hijas.[19]
Lo cierto es que, sorteando encuentros y desencuentros amorosos, en 1970 Ana
facilitó la fuga de Roby de la prisión de Tucumán; y
en junio de 1971, fue Roby quien colaboró con la fuga
de Ana de la cárcel del Buen Pastor, en plena ciudad de Córdoba.
Desde marzo de 1971 Sayo estaba recluida
allí, ya que había sido atrapada y herida el día 11 en un reparto de alimentos
en el humilde barrio Marcelo T. de Alvear, de la capital cordobesa. Desde el
momento en que llegó comenzó a pensar en cómo fugarse. En la tardecita del 11
de junio, un comando del PRT-ERP que luego se presentaría como "Comando
Lezcano, Polti y Taborda”, conformado por dos militantes armados y vestidos con
uniformes policiales entró en la cárcel cuando, al anochecer, una empleada y
una ayudante arrastraban la basura del edificio hacia la acera. Se apostaron
cercanos a la puerta del contra frente donde no había guardia policial y, tras
inmovilizar a estas mujeres, abrieron una puerta cancel detrás de la cual ya
estaban cinco presas políticas prestas a salir. El escape puertas adentro lo
había planeado y dirigido Ana María Villarreal de Santucho, que se escapó con
otras cuatro militantes: Diana Triay de Llorens,
Alicia Quinteros, Silvia Urdampilleta, que pertenecían al PRT-ERP, y Cristina Liprandi de Vélez, de Montoneros. Se sospechó que existían
cómplices dentro de la cárcel. Este
evento, significativamente, nos adelanta que la fuga de Rawson no fue la
primera acción de este tipo coordinada por las organizaciones y nos permite
destacar, a su vez, la urdimbre y el sustento en el vínculo de estas
compañeras. Los hechos sucedidos en la cárcel de Córdoba pusieron en evidencia
las relaciones que a tal fin habían entretejido las mujeres del PRT-ERP y las
de Montoneros. También, aunque tal vez mucho menos visible, que esta
articulación fue ideada centralmente por Ana y sus compañeras, hecho que habría
transformado asimismo la política represiva del Estado. Cuando las mujeres se escaparon,
pusieron en evidencia la vulnerabilidad del sistema carcelario. Tal motivo
apuntaló la decisión de secularizar el castigo y el encierro femenino hasta ese
momento en manos justamente de una institución religiosa administrada también
por mujeres (D´ Antonio, 2013 y 2016).[20]
Ana tuvo diversas moradas, todas en
clandestinidad por su condición de prófuga. Córdoba, Buenos Aires, Tucumán y
Salta fueron algunos de los lugares donde se cobijó. Cuando a comienzos de
febrero de 1972 estaba por tomarse un colectivo desde la salteña ciudad de
Metán, la encontraron y la acusaron de portar documentos falsos y un arma
robada. La detuvieron, y luego de maltratarla y torturarla, manteniéndola de
pie toda la noche, la trasladaron al buque Granaderos, una cárcel flotante que
para ese entonces alojaba a presas y presos políticos. Su defensa argumentó la
violación del debido proceso y la anticonstitucionalidad de la Cámara Federal
en lo Penal, conocida como Camarón, institución creada para intervenir en casos
caracterizados por el Poder Ejecutivo Nacional como "delitos de
subversión". La defendieron varios abogados: Amílcar y Manuela Santucho,
Carlos Zamorano -experimentado letrado vinculado al Partido Comunista-, y
Carlos Sánchez Viamonte, un reconocido penalista sin vínculos con la izquierda
pero convencido de los atropellos del régimen militar. Roby,
por su parte, la instaba a solicitar su traslado al penal de Rawson. Sayo se
avino a ese pedido, tal vez porque ya tenían en mente la organización de la
gran fuga, y el 9 de julio, apenas fue dictada su sentencia, llegó esposada a
la prisión patagónica. Amílcar Santucho sostuvo que:
“Me urgía constantemente
que apurara la resolución del caso, cualquiera fuese el resultado, porque
quería estar en Rawson para el momento de la fuga que sabía que planeaba Roby. El traslado se concretó, pero desgraciadamente, ese
fue su final”. (Diana, 1996:330)
Compañeras y compañeros de cárcel, así como
de la organización partidaria, han sostenido que por su trayectoria Ana ofició
como responsable de las presas de su propia organización del penal, lo que se
corresponde con el lugar que ella ocupó en la histórica fuga de 1972, como
luego veremos. Sayo fue una de las mujeres que, junto a otros compañeros y
compañeras, se fugaron y luego debieron entregarse para ser trasladados a la
base Almirante Zar. Como se sabe, en la madrugada del 22 de agosto fue fusilada
junto con otrxs quince guerrilleros detenidos. Ana
tenía treinta y seis años. Según consta en la Causa N°
12 - F° 122, conocida como Causa “Masacre de Trelew”,
ella estaba embarazada de por lo menos cinco meses.[21]
Sus restos fueron velados en la sede del
Partido Justicialista, en la ciudad de Buenos Aires, junto con los de María
Angélica Sabelli y Eduardo Capello. Después de que la
policía montada al mando el comisario de la Policía Federal Alberto Villar
embistiera contra la sede partidaria donde se estaba desarrollando el funeral
colectivo, el ataúd de Sayo fue llevado a un cementerio en el Gran Buenos
Aires. “Sayito fue depositada en el monumento de
Nélida Navajas, suegra de mi hermano Julio César, en Boulogne”, sostuvo Blanca
Rina Santucho (2004:87), hermana de Roby. Luego, su
padre logró recuperar el control de los restos de su hija y llevarlos a Salta.
Donde la memoria ardía
La labor de escribir la historia de Ana
María Villareal de Santucho además de contribuir a expandir los modos de
comprensión del pasado reciente, nos incentiva a reflexionar acerca de cómo
ella fue y es recordada entre sus familiares y compañeros de militancia. En
varias de las entrevistas realizadas recibimos inicialmente, y más que nada de
parte de los varones de su propia organización, una subestimación respecto de
lo que podrían aportar sobre ella. En buena medida, esto se debe a que las
memorias sobre su presencia y agencia política han quedado eclipsadas por la
figura de Roby y por la cesura que supuso su
asesinato. Sin embargo, cuando logramos enunciar las preguntas adecuadas
emergen recuerdos sobre su persona, su carácter e incluso sobre su participación
en hechos destacados de la historia de su organización.
Pedro Cazes
Camarero, un antiguo militante que conoció a Sayo en los años de creación del
FRIP, la recordó como una mujer “de pómulos salientes, cutis oscuro y enormes
ojos negros, de aspecto indígena y huesitos delicados, era pequeñita de tipo
quichua o aymara”.[22]
Pedro sostuvo que en las reuniones que compartió con ella “casi no hablaba
nada”. Aunando el perfil de ella con su compañero afirmó en otros pasajes de la
entrevista, que en verdad tampoco “el Negro (Roby)
hablaba mucho”. Cazes Camarero no identificó esto
como una falta de carácter sino como un estilo de liderazgo propio de los
cuadros políticos que se habían formado al calor de las luchas de los obreros
rurales del noroeste del país, acostumbrados más a escuchar que a hablar.
Resulta interesante reparar en una anécdota que contó Pedro sobre algo sucedido
al finalizar un plenario, en el marco de una charla informal entre mates y
tortas fritas. En esa ocasión, Sayo, más cómoda, se explayó contando numerosos
detalles de su viaje por los Estados Unidos, así como distintos episodios sobre
sus días en la Cuba de la naciente revolución. Allí, en espacios menos
disciplinados y jerarquizados, a esta militante de tonos apocados le resultaba
más sencillo tomar la palabra. Cazes Camarero la
rememoró también a propósito de un viaje realizado unos años después desde
Tucumán a Buenos Aires, cuando participó en las reuniones preparatorias para el
III Congreso del PRT en 1967 con el fin de evaluar qué pensaban los cuadros
medios de la organización sobre la posibilidad de avanzar hacia la estrategia
de lucha armada. A su juicio, el nivel cultural y humanístico de Ana junto con
el uso de numerosas “categorías del libro de Arnold Hauser sobre historia social
del arte” conformaban sobradas muestras de cómo ella percibía y reflexionaba
acerca de la realidad local.[23]
En otro pasaje de la entrevista, Pedro
explicó que en la generación siguiente a la suya “hubo una especie de
endiosamiento con los Santucho”, aun cuando, para nosotros mismos, “eran tan
solo cuadros políticos importantes con quienes compartíamos la vida diaria”.
Así relativizó la importancia del affaire que tuvo “el Negro” con
Clarisa Lea Place, simplemente porque esa relación no lo llevó a culminar en
una ruptura con su esposa. Tampoco fue demasiado relevante para él lo que se ha
ventilado en la causa por la masacre de Trelew acerca del embarazo de Sayo,
pues sostuvo que eso “no puede pensarse más que como parte de la relación entre
esos dos jefes políticos ya maduros”. Los recuerdos de este militante fundador
del PRT-ERP y director de “El Combatiente”, son claros a la hora de
describir la singularidad norteña de esta mujer y su rol en los albores de la
corriente política que los cobijó en los años siguientes. También, respecto de
la sensibilidad y de la valoración de Sayo como un cuadro político en la
organización. Su remembranza y su relato se manifiestan menos interesados, sin
embargo, en lo que se podría definir como cuestiones personales de esta mujer y
aunque se pone a distancia de las visiones endiosadas sobre los líderes
revolucionarios, a la hora de reconstruir sus figuras desestima incluso exiguas
fisuras en sus trayectorias vitales.
Carlos González Gartland,
uno de los abogados defensores de presos políticos durante los años setenta,
hacedor de la emblemática Asociación Gremial de Abogados de la Capital Federal
(Chama, 2000), comenzó su entrevista analizando el rol de las mujeres en las
organizaciones revolucionarias y el lugar que tenían los abogados en sus
defensas jurídicas. Explicó que “los jueces sabían que las compañeras eran
peores que los compañeros porque tiraban con las dos manos y porque… eran
capaces de meterle un tiro en medio de las cejas a alguien si era necesario.”[24] Esta
afirmación pondera lo desafiante que podían resultar las mujeres para el poder
judicial en la lucha política de esos años. González Gartland
ofrece detalles sobre la figura de Ana en el PRT-ERP en tanto explica que, para
articular las defensas en juicio, los abogados debían empaparse de ciertos
pormenores de la vida de las y los militantes. En este sentido, sostuvo que
Sayo “no tenía solamente una relación de coito con el “jefe” sino que gozaba de
una jerarquía dentro de la organización” y agregó sin dudar “pues participaba
del aparato militar”. Ahondando en las estrategias con las que preparaban los
escritos judiciales para auxiliar a las personas detenidas, el abogado explicó
que cuando era posible intentaban alivianar las responsabilidades de un jefe o
jefa política o militar con argumentos particularmente despolitizados. De modo
que muchas veces se alegaba ante los jueces, y en particular respecto de las
mujeres, que ellas no habían tenido responsabilidad alguna en tales o cuales
hechos justamente porque solo eran las esposas “de”. Enfatiza, el histórico
abogado que: “y claro eso era todo pura mentira”. También sostuvo que Ana María
había formado parte del primer grupo de fugados del penal de Rawson entendiendo
que esto era así porque “esas personas eran consideradas por las organizaciones
como las más valiosas, hombres o mujeres que tenían habilidades especiales o
que eran jefes de inteligencia o jefes militares”.[25]
El testimonio de Alicia Sanguinetti, otra
militante de la organización guerrillera marxista, reviste múltiples aristas
que vuelven muy sustantivo su aporte no sólo porque compartió la cárcel con Ana
en el penal de Rawson sino también porque pudo aludir a la importancia de ella
en los frentes de masas en los que se encuadró y en particular, a su experiencia
de trabajo en los ingenios, como retratara Assef.
Ella comentaba que ¨la reconozco como muy humilde y como muy tímida. ¡O sea más
que tímida con todas esas características de las mujeres del norte, de aquellas
épocas, no! O sea: sumisa, pero por otro lado con mucha fuerza, con mucha
fuerza.”[26] En
ciertos pasajes de su relato puede vislumbrarse un reconocimiento e incluso una
verdadera admiración por la trayectoria de Ana. También pareciera que el tiempo
compartido en la cárcel tiene una densidad que distingue con particularidad ese
vínculo. En medio de la narración referida a los preparativos para la fuga,
recordó que:
“(…) No llega ni un
poquitito antes de dos meses de la fuga…Ella toma parte a pesar de que ya
existían equipos que preparaban la fuga, o sea… Yo la tengo mucho más recordada
a Sayo cuando nos daba clase de El
Capital y de economía. Éramos un equipo de cinco porque nos mandaban,
nos decían al que le tocaba historia, al que le tocaba esto, lo otro, etc. Y yo
sé que, en un momento dado, cuando se armó el equipo, un compañero, o una
compañera era, que no conocía la historia de Clarisa y de Sayo la quiso poner a
Clarisa en el equipo: el de estudio de economía. Y Sayo muy tímidamente y
elegantemente dijo que no, que cinco compañeras eran suficientes, y que la
preparación del tema de economía de Clarisa era mayor de la que teníamos
nosotras, o sea, hizo todo lo posible y consiguió de que Clarisa no estuviera
en el equipo. Está bien ya que la relación con el Roby,
con Clarisa se había roto, pero bueno… era estar conviviendo… las dos parejas
de Roby” (Entrevista de las autoras con Alicia
Sanguinetti, Buenos Aires, 27 de julio de 2018).
La respuesta que dio Sayo sobre integrar o
no a Clarisa puede ser interpretada en distintas claves e incluso, suponer
cierto carácter desafiante o irónico. “¡Sayo era así, nosotros le decíamos
nuestra querida vietnamita! O sea, ese fue el nombre que se le puso a Sayo
adentro del penal. ¡Porque aparte tenía esos ojitos que tenía, y esa piel donde
no había una sola arruga! ¡Además de eso no había un solo gramo de grasa!”.[27] La
forma de denominación cariñosa que le asigna Alicia en la entrevista muestra la
valoración por parte del colectivo con el que compartió la reclusión en Rawson.
Pero también emerge de allí que Sayo era una mujer muy diferente a ella, con
características que, además, la singularizaban en algún punto.
De conjunto, con distintas perspectivas,
estas miradas colocan a Ana en los orígenes de la tradición de la corriente que
daría lugar posteriormente al PRT y al ERP portando el valor de haber gravitado
en la política durante esos momentos fundacionales. También le otorgan un
reconocimiento destacado a su militancia en los ingenios y en su papel de
alfabetizadora de las familias rurales tucumanas. Mientras hay quienes subrayan
su rol tímido y acallado, otros reponen sus modos desafiantes. Es reconstruida
asimismo como una mujer refinada e interesada en la teoría política. Hay
quienes resaltan sus preocupaciones como madre y quienes remarcan sus
desavenencias con quien fuera la amante de su compañero. En los obituarios de
la organización, escritos al año de su asesinato en agosto de 1972, se señala
que “Es muy difícil para la compañera de un gran revolucionario ser alguien por
sus propios méritos en el difícil camino de la revolución. Generalmente
ellas quedan ocultas por la luz de sus esposos, reducidas a ser
"la compañera de "fulano".[28]
Sin embargo, Ana María Villarreal parecía haberlo conseguido pues, según
continuó describiendo el periódico guerrillero, había logrado ser no solo “una
esposa y madre ejemplar, sino también, y ante todo, una mujer de su pueblo,
una combatiente revolucionaria de primera línea”.[29]
La familia, como no podía ser de otro modo,
recuerda a Ana María dándole relevancia a otras aristas y dimensiones de su
vida, a los aspectos más íntimos. Por ejemplo, Blanca Rina Santucho repasa a
través de hechos claves distintos fragmentos de la historia de esta familia
colocando a Sayo en ese escenario. Ella aparece en la querida casa de dos
plantas de la calle Absalón Rojas 926 en Santiago del Estero, donde, como parte
de los deseos de Francisco –suegro de Ana-, fue cobijada junto con Roby luego de casarse el 15 de junio de 1960. Recuerda
también a la pareja en medio de encuentros familiares donde dominaban los
bailes y las guitarreadas. Todos momentos festivos que van tener su contrapunto
dramático a comienzos de los años setenta cuando varios de los hermanos
Santucho y la misma Sayo ingresen a la vida político-militar. El relato de Blanca
Rina se desordena al calor de la travesía por la que pasa su familia en la
huida de la persecución de las fuerzas de seguridad y porque, en ese
desapacible contexto, muchos de sus seres queridos pierden la vida. Los hechos
se jalonan con el asesinato de Sayo y luego con la muerte de su hermano Roby el 19 de julio de 1976. Los recuerdos que repone se
cierran con la diáspora del exilio de sus familiares en distintos lugares del
mundo. Blanca Rina, por un lado, muestra a su hermano como “un revolucionario
de excepción, porque a su solidez ideológica, a la perspicacia política, a la
audacia, la decisión y el coraje para emprender la conquista por el poder, él
tenía un profundo amor a su pueblo” (Santucho, B, 2004:65). Por otro, presenta a Sayo de forma más
descriptiva y con menos adjetivaciones, con frases como: “fue detenida y
herida”, “fue llevada a la cárcel del Buen Pastor atendida por religiosas”, “en
audaz operativo la liberaron”, “fue detenida nuevamente en un viaje a Salta”,
“fue juzgada por la cámara del terror”, “a pesar de la brillante defensa fue
condenada por cargos como asociación ilícita y tenencia de armas”.
Por su parte, Marcela Santucho, una de las
hijas de Sayo y de Roby,
prioriza la historia de su
padre, reponiendo en su relato a su abuela Manuela y a su abuelo
Francisco,
quien se involucró políticamente en Santiago del Estero,
construyó un lugar
distintivo en ese espacio y legó a sus hijos un pasar
económico holgado que les
facilitó formarse profesionalmente como abogados o contadores.
Al repasar las
intervenciones políticas de su familia, Marcela destaca la
sensibilidad de los
Santucho ante la injusticia social y las preocupaciones indigenistas en
su
provincia. Las notas en el periódico “El Chasqui”,
la revista bilingüe “Aquí
América”, la publicación
“Integración” y la librería
“Dimensión” son entendidas
como instancias que, en la segunda mitad de los ´50, se articulan
como parte
del suelo fértil para gestar la lucha revolucionaria y la vida
armada. La
relación del futuro dirigente del PRT-ERP con la provincia de
Tucumán, y en
ella con las universidades y los ingenios azucareros, ocupan un lugar
notorio
en la mirada de su hija. Es en ese contexto donde Marcela encuadra la
relación
entre sus padres refiriendo a ese encuentro como “amor a primera
vista”, un
amor que se trasluce en las cartas de amor que ellos intercambiaron
entre sí y
con sus familiares en el viaje por Latinoamérica que referimos
anteriormente. Y
es al abordar la captura de su madre por las fuerzas de seguridad
cuando
intenta igualar los compromisos políticos de Ana y de Roby.
Así subraya que, desde la cárcel del Buen Pastor, Ana siguió gestionando la
vida de sus hijas y recuerda la firmeza de su carácter al solicitarles a sus
suegros que no debían tener miedo por lo que estaba sucediendo (Santucho, M,
2008: 136). También repone el cimbronazo que provocó en su vida la muerte de su
madre “dando lugar a una vida de tristeza, incomprensión y cada vez más
inestabilidad, me volví más introvertida en la escuela, más callada, más
pensativa en las clases (…)” (Santucho, M, 2008: 227). Marcela no culpa a Ana
de sus decisiones políticas ni de las consecuencias que conllevaron las mismas.
Por el contrario, responsabiliza de su sufrimiento, por ejemplo, a su maestra
de sexto grado que conociendo su orfandad fue únicamente cruel y estricta a
punto de hacerle repetir el grado infringiéndole así “una derrota personal
porque mi familia siempre me había Inculcado que mi único deber era estudiar,
ser buena alumna y reprobar el grado era una deshonra” (Santucho, M, 2008:
228).
De la memoria de Amílcar Santucho vale la
pena retomar cuando da cuenta de las falaces y superficiales caracterizaciones
que se han realizado sobre ella y señala: “El temple de Sayo para las acciones
armadas originó una especie de leyenda a su alrededor e incluso se dijo que
ella había matado al guardia, cosa imposible porque estaba en el segundo grupo
y la muerte se produjo cuando salió el primer grupo. (…) Ana permanece en mi
recuerdo y creo que en el de todos aquellos que la conocieron como un ser
humano excepcional” (Diana, 1996: 331)
Por último, Cristina, hermana de Sayo, la
recuerda callada, observadora, reflexiva; de pocas palabras, pero sarcástica y
un tanto burlona. Tempranamente, en su adolescencia, contradijo y
desafió la autoridad del padre, situada en un conflicto familiar que tal vez
haya estado en el sustrato de la partida del hogar de origen. Cristina recuerda
que Ana se formó con importantes maestros plásticos y musicales, y la trae a su
memoria encerrada, leyendo, escuchando música, una joven ¨de avanzada¨ con
criterio político e indiferente a comentarios malintencionados. Aunque
descriptiva, es muy importante su interpretación sobre la afirmación materna en
relación a que ¨Sayito era una chica gustadora¨. Su
amor con Roby demandó admiración y eso fue lo que
logró. Mas también supuso una actitud prudente y parsimoniosa, crítica y firme,
con la que lo amó hasta el final. En palabras de Cristina, ¨Nunca vi una pareja
que se amara como ellos se amaron, lo demostraban en la mirada, en las
sonrisas, en el trato, era algo especial … yo notaba como que siempre existía
una atmósfera de amor alrededor de ellos. Sé que realmente se amaron mucho”
(Diana, 1996: 313-314).
Como puede advertirse, las y los familiares
de Sayo la recuerdan sensible y crítica, comprometida con el universo político,
pero también con el familiar. Entre sus seres queridos no aparecen grandes
controversias en torno a su figura. Sus hijas no cuestionan sus decisiones como
sí lo hicieron otros hijos de la generación de las y los militantes setentistas respecto de las resoluciones de sus padres y
madres. También quedan suspendidas las tensiones que pudieron suscitarse con la
ruptura matrimonial de fines de los años ´60 y por la relación amorosa con la
joven Clarisa Lea Place, o ante las desarticulaciones provocadas en el orden
familiar con la decisión de tomar la senda de vida de mujer combatiente.
No podría decirse a la luz del caleidoscopio
de la vida de Ana María que ella haya sido tan solo la esposa o la compañera de
Mario Roberto Santucho. Fue, si se siguen sus pistas, una activista que
tempranamente, desde fines de los años ´50, y en el noreste del país, articuló
de manera sensible su actuación política entre los indígenas, los obreros y los
combatientes, intentando cumplir los mandatos revolucionarios, incluyendo en
ellos sus vínculos familiares y amorosos.
Exequias y honras a una Crista
guerrillera
Distintas memorias sociales patagónicas
aseguran que Ana asesinó a Juan Gregorio Valenzuela, el guardia cárcel que cayó
muerto en la fuga de la cárcel de Rawson. En el diario “Jornada” del 16 de agosto de 2019 se publicó un artículo
titulado: “Acto por Juan Valenzuela. Era guardia cárcel y fue muerto el 15
de agosto de 1972”. En él se incluía el testimonio de sus hijas donde
explicaban que “Valenzuela tardó en reconocer que los que venían hacia él no eran sus compañeros. Cuando
lo hizo dio la voz de alto pero los guerrilleros le pidieron que se entregue.
Se tocó la cartuchera, pero no tenía la pistola”. Cuando la buscó sobre la mesa
fue tarde para defenderse y una ráfaga lo acribilló. “Tenía el cinturón como un
colador”, aseguran. Esta versión asevera que Ana María Villarreal de Santucho
se iba de la cárcel, pero decidió volver sobre sus pasos y remató a Valenzuela
en la cabeza con 13 disparos más un tiro de gracia. La descripción del evento y sus protagonistas
se basaba en un relato que les brindó Justino Galarraga, otro guardia cárcel a
quien Mirta, hija de Valenzuela, había ido a ver a Misiones.[30]
Esta memoria, aun cuando no resiste
validación alguna, ha sido repetida incansablemente, lo cual supone la
adjudicación de una responsabilidad a partir de un gran índice de rencor y resentimiento
hacia Ana María Villarreal. Sin dudas, las inculpaciones se acrecientan por su
condición de mujer, de madre, por estar embarazada, por desafiar a las
instituciones, a las tradiciones y al sentido común hegemónico, y por tomar las
armas para ir tras sus objetivos. La responsabilidad de Marcos Osantinsky por la muerte del guardia cárcel no ha disipado
la culpa de Ana por esta ejecución.
Para comprender las circunstancias y el tipo
de violencia que continuó ejerciéndose brutalmente sobre su memoria desde el
Estado, es necesario señalar que, aunque recibiría por parte de la militancia
de izquierda honras fúnebres junto a María Angélica Sabelli
y Eduardo Capello - integrantes de las FAR y del ERP respectivamente-, su
cuerpo llegó a la sede central del Partido Justicialista donde se preparaba el
velatorio colectivo muchas horas después de iniciado el mismo.
En medio de una serie de maniobras
amedrentadoras y provocativas, las fuerzas de seguridad recomendaron a los
familiares que actuaran con discreción y privacidad, prohibiéndoles la apertura
de los ataúdes. El informe elaborado por el Foro de Buenos Aires por la
vigencia de los Derechos Humanos (1973:74-75) detalló sin embargo que, ante un
local colmado de personas, se tomó la decisión de reconocer los cuerpos y de
consignar las heridas de Eduardo Capello y de María Angélica Sabelli. Pero esto no sucedió con el cuerpo de Ana.
Mientras la ceremonia se desarrollaba con la
participación de monseñor Jerónimo Podestá y de los sacerdotes Carlos Mugica y Alberto Carbone, la policía montada a caballo
irrumpió y derribó el portón, desatando una feroz represión contra las personas
presentes. La orden fue impartida por el comisario Alberto Villar quien estaba
bajo la égida del jefe del I Cuerpo de Ejército, Tomás Sánchez de Bustamante.
Con un despliegue represivo espectacular que incluyó lanza gases, carros
hidrantes, carros de asalto, motos, perros, patrulleros, tanquetas y autos
camuflados, se dio por concluido el velatorio, advirtiendo que no se toleraría
ninguna manifestación fúnebre. Mientras se avanzaba contra la multitud
violentamente, se trasladaron en una ambulancia los restos de los cuerpos a
distintos lugares. María Angélica y Eduardo fueron enterrados en el cementerio
de la Chacarita, en medio de un operativo policial que impidió que sus
familiares pudiesen acercarse a las fosas para darles el saludo final. Entre
tanto, a Ana la sepultaron en el cementerio de Boulogne, a 26 km de la capital
metropolitana.[31] En la
prueba documental obrante en la causa conocida como Masacre de Trelew, se
presentó un comunicado del Comando del Primer Cuerpo de Ejército que informaba
a la opinión pública lo siguiente:
“Previo acuerdo de este Comando con los familiares de los fallecidos
María Sabelli, Ana María Villarreal de Santucho y
Eduardo Capello, se resolvió que en la
fecha 24 de agosto de 1972, se llevaron a cabo los sepelios correspondientes.
Los mismos se efectuaron conforme a lo dispuesto en los cementerios de
Chacarita y Boulogne. Dicha resolución obedeció a la idea de llevar a cabo los
actos de inhumación con la mayor celeridad posible, evitando las alteraciones
de orden público buscadas por sectores interesados, a través de gestiones
oficiales y sugerencias partidarias sobre los familiares de los fallecidos”
(Causa N° 12 - F° 122,
subrayado nuestro).
En este escrito se hace referencia a un
acuerdo que no existió. Por el contrario, tanto el velatorio como la inhumación
de los cuerpos estuvieron plagados de actos intimidatorios violentos a nivel
material y simbólico. Solo el tesón de las gestiones de Edmundo Villarreal, su
padre, logró que los restos de Ana fueran trasladados a Salta. En su tumba, un
epitafio cariñoso la acompañó un tiempo: Tu esposo e hijitas, padres,
hermanos, familiares y compañeros. Quienes cuidan el sitio donde descansan
sus restos han denunciado diversos actos de profanación en su lápida.
Los vínculos simbólicos que Sayo entabló con
el mundo andino, sea a partir de la identificación con el FRIP o por su
particular sensibilidad y cercanía con el arte popular latinoamericano, emergen
y cristalizan en los múltiples sentidos que sugiere la escultura “El Cristo
Guerrillero”. Esta obra de Edmundo Diego Villarreal fue cincelada en el año
1973 y donada por él a la iglesia de Tilcara, en la provincia de Jujuy. En ese
Cristo de más de un metro de altura, don Edmundo talló las balas que asesinaron
a su hija.
Vale la pena situar y problematizar simultáneamente
esta obra íntima porque el gesto performático de este escultor ha implicado
otras veneraciones propias de la Quebrada de Humahuaca. De las tensiones que se
han sucedido entre los fieles de la comunidad de Tilcara y los fieles de Tumbaya se debe señalar que las mismas fueron por momentos
inconciliables. En 1961, a instancias del párroco de la primera localidad, la
elite pueblerina, representada por las damas de las instituciones religiosas y
cofradías, argumentó en favor de la oposición a las tradiciones locales de
fusión de la imaginería católica con tradiciones ancestrales de campesinos y
obreros. Operando una constante minusvaloración de la fe popular, tuvo
lugar entonces una fuerte tensión entre la Iglesia y las poblaciones andinas
que defendían sus costumbres religiosas, muy enfáticamente desde 1955, año en
que se produjo el derrocamiento del peronismo y que tuvo en Tilcara también
hitos muy violentos (Farrell 1976: 119, citado por Gudemus,
2015: 504). En 1972 se planteó una nueva disputa en torno a la imagen de la
Virgen de Copacabana de Punta Corral entre las dos poblaciones, lo que hizo que
los tilcareños buscaran finalmente rescatarla. Pero
mediante un litigio judicial y eclesiástico, y al amparo del derecho de
propiedad privada, la imagen religiosa volvió a la localidad de Tumbaya. Fue en este contexto que desde Tilcara se
entronizó en la capilla de Punta Corral "El Cristo Guerrillero" de
tallado por Edmundo Villarreal. Con un rostro delicado donde destacaban los
ojos rasgados, la memoria popular da cuenta del testimonio y la denuncia que el
artista plasmó al imprimir a su obra no sólo las cicatrices de los clavos, sino
también las de los disparos en el cuerpo de su hija (Gudemus,
2015: 506). Al momento de realizarse la ceremonia de traslado del Cristo en la
Semana Santa de 1973, y ante la sorpresa de la multitud, las fuerzas de
seguridad –tanto del Ejército como de Policía- trataron de impedir su
consagración. Sin embargo, la población se interpuso, “(…) era una pieza de
arte, un objeto que fue hecho por encargo, pero que comenzaba a concentrar
fuerzas y que, ya desde un inicio, ponía cualidades nuevas al espacio
preexistente” (Molinari, 2004:20).
Desde siempre el “Cristo Guerrillero” tuvo
carácter insurgente. Fue proscrito por las autoridades políticas con la
anuencia de las eclesiásticas, y protegido, transportado, y honrado en la
clandestinidad por distintas gentes del pueblo. En los últimos días de abril
de 1995 fue decapitado y ultrajado ya que un grupo de personas, aún no
identificadas, subieron al elevado santuario de la Virgen de Copacabana del
Abra de Punta Corral y destrozaron la escultura a martillazos. Sólo un brazo
quedó fijado a la cruz. Luego se arrastró el cuerpo sin poder partirlo, pero
lograron separar las extremidades e hicieron desaparecer la cabeza, abandonando
la corona de espinas. De acuerdo a los registros obtenidos en la conmemoración
de 1996, los vecinos tilcareños, que se asentaban
próximos al puente del río Guasamayo, interpretaron
este descuartizamiento como un “mensaje antisubversivo”. Incluso hubo quienes entendieron en estos hechos
una “nueva ejecución” del líder indígena anticolonial, Túpac Amaru,
con las connotaciones ideológicas del caso (Gudemus,
2015:507).
Imagen 2: Restos de "El
Cristo Guerrillero", escultura de Edmundo Villarreal realizada en 1973 y
destruida en 1995.
Fuente: archivo de las autoras
Los restos de la escultura quebrada
permanecieron en la Iglesia del Rosario, en Tilcara, en una urna de vidrio para
ser preservados y a la vez expuestos. Pero en el año 2003, por decisión
eclesiástica, fueron depositados debajo de una mesa y cubiertos con un lienzo.
Según entiende sobre este punto el investigador en Artes Visuales, Eduardo Molinari, “el Cristo partido permanece invisible, sustraído
a la mirada de los habitantes y visitantes” (Molinari,
2004:21). Casi, casi como Ana María Villarreal, cuyos pasos hemos tratado de
reconstruir en estas páginas. Mas, ¿cómo obviar la inscripción de cada uno de
estos avatares en la historia argentina? La inspiración del "Cristo
Guerrillero" fue la masacre de 1972 en la ciudad de Trelew en la que el
Estado fusiló a 16 militantes revolucionarios. Mario Santucho, hijo de Roby y de su nueva pareja Liliana Delfino, refirió a la
escultura del “Cristo Guerrillero” como una “imagen hecha de otro material”
cuya profanación fue en definitiva, un nuevo acto de violencia ejercido contra
Sayo en continuidad con su ejecución y la represión desatada durante los
velatorios-homenajes a las personas ejecutadas en Trelew (Molinari,
2004:33)
Algunas reflexiones finales
Ahondar en la vida de Ana María Villareal de
Santucho nos permitió colocar en el centro de las preocupaciones las preguntas
por la investigación histórica de la historia de las mujeres y los estudios de
género. No se trata de inquirir si la información existente puede ser exigua
sino en qué medida el género como registro histórico permite pensar lo
colectivo de la vida de las mujeres y jerarquizar unos fragmentos que se
presentan dispersos. Ese itinerario personal queda en este ejercicio
historiográfico enmarcado en tramas más amplias, relacionales y generizadas de la participación temprana de las mujeres en
la vida política de nuestro país. La
ponderación de la palabra de sus compañeras y compañeros de militancia -muchas
veces esquiva- y la de sus familiares no tiene por finalidad complementar el
rol de quienes sí hicieron Historia, los líderes varones, en este caso el de su
compañero Mario Roberto Santucho. Nos remitimos por el contrario al valor
histórico en sí mismo que comporta la reconstrucción de la vida de Ana María
Villarreal. Nuestra pretensión fue la de brindar un conjunto de pistas que
permitieran superar la narrativa biográfica sostenida en los hechos como única
variable explicativa del pasado para enlazarla con otras dimensiones
interpretativas, como las que proporcionan los registros memoriales de quienes
estuvieron cerca de ella. Esos registros nos ayudaron a recuperar su figura
humanizándola y viendo distintas aristas de su activismo de modo generizado. Así, pudimos advertirla en lugares diversos y
bajo registros variados. No fue solo la guerrillera, la "subversiva"
tal como era nombrada por la prensa de la época, la fugada y condenada a
prisión de máxima seguridad, o la víctima de los fusilamientos de Trelew.
Tampoco fue solo la esposa de Mario Roberto Santucho, la madre de Ana, Marcela
y Gabriela, la hija de don Edmundo o la hermana de Cristina. Tal vez, y de
hecho, Ana María o Sayo fueron todo eso y más. Fue la joven que estudió Artes
Plásticas esforzándose por vivir en Tucumán. Fue la que aprendió a bailar zamba
y cueca mientras dibujaba alimentando una sensibilidad que luego la
emparentaría con los sueños revolucionarios, aunque ella aún no lo supiese. Fue
la que siguió sus propias huellas recorriendo los senderos latinoamericanos que
otros y otras habían pisado antes que ella, buscando los fulgores emancipatorios.
Fue la que entró, junto a su compañero, a esa Habana recientemente triunfante a
encontrarse con una revolución que inspiraría y alentaría a tantos otros y
otras años más tarde. Fue la que repartía alimentos en un barrio marginal y se
tiroteaba con la policía acudiendo a los hechos con otro nombre. También, la
que se enojó con Clarisa y Roby por sus amores a
cubierto y descubiertos. Además, fue quien enseñó a leer y a escribir a los que
cosechaban y molían la caña de azúcar, y la amiga de sus amigas. Sayo fue una
mujer con múltiples facetas, dueña de una trayectoria política propia y
autónoma que fue cultivando desde los tempranos momentos de militancia
comprometida con el FRIP, pasando por la fundación del PRT y del ERP, y en el
centelleo político de los primeros años setenta.
Este conjunto de afirmaciones recupera una
masa crítica y significativa de trabajos que vienen indagando en la
participación política de las mujeres en el pasado reciente, ocupándose de
mostrar los límites de un relato historiográfico sostenido en la
universalización masculina de su discurrir. Al colocar el análisis sexuado en
el centro de la comprensión de ese pasado, estos trabajos han enriquecido su
tratamiento ampliando las dimensiones históricas en juego, los sujetos que fueron
parte activa de ese proceso, las diversas territorialidades en las que ese
pasado cobró existencia.
La biografía de Sayo es parte de esas
renovaciones del relato histórico y ofrece anclaje empírico a una importante
cantidad de ideas existentes sobre el período. De tal modo, retomamos este
género omo un ejercicio para ir más allá del clásico
registro de la vida de los “grandes hombres”, pero también del de las “mujeres
excepcionales”. Su historia contribuye de forma singular a narrar la historia
de toda una generación de mujeres que encuentran nexos entre lo político y lo
personal.
En ese sentido, la historia de esta
militante revolucionaria se vuelve también una excusa para expandir los relatos
existentes sobre el pasado reciente y para repensar las dinámicas más generales
de este período histórico. Así, hurgar en su vida, por ejemplo, hace visibles
otras genealogías de la militancia setentista al
denotar el temprano ingreso de las mujeres en ella. Posibilita advertir la
participación activa de las provincias no metropolitanas en ese proceso, con
problemáticas incluso novedosas como la del indigenismo que promovía el FRIP,
donde Sayo estuvo efectivamente implicada. En esas provincias, los límites del
mercado de trabajo se vieron ensanchados por una presencia femenina que vio en
las universidades otros destinos posibles y ajenos al ideal de la domesticidad,
que también fue con mayor o menor prestancia y consistencia, sometido a debate.
Asimismo, su decisión de formar parte de
organizaciones que cuestionaban el sistema capitalista acudiendo a la vía
armada nos ayuda a entender por qué la agencia femenina de esos años impulsó al
Estado a redefinir sus instituciones penales y penitenciarias. El activo
protagonismo de estas mujeres militantes en desestabilizar las condiciones de
seguridad de los presidios permite explicar el porqué de la decisión de
secularización tardía de la administración del castigo femenino. Una generación
de mujeres que fue colocada, con una magnitud hasta allí insospechada, en el
centro de la agenda de la persecución política estatal, justamente por su
repertorio de acciones novedosas y por la valía de esa nueva subjetividad.
Reconsiderar las singularidades de esta agencia femenina redefine
necesariamente el punto de vista para narrar el pasado histórico. De allí su
importancia.
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Entrevistas realizadas por las autoras entre
junio y septiembre de 2018: Carlos González Gartland,
Alicia Sanguinetti, Estela Aseff, Luis Lea Place,
Abel Bohoslavsky y Pedro Cazes Camarero.
Recibido: 3 de febrero de 2021
Aceptado: 15 de marzo de 2021
Versión
Final: 26 de marzo de 2021
[1]
Se trataba de
Sayonara, film dirigido por Joshua
Logan y co-protagonizado por Marlon Brando.
[2] Véase en particular, las
reconstrucciones sobre Norma Arrostito (Saidón, 2005), Lily Masaferro (Giusani, 2005), Alicia Eguren y Susana Pirí Lugones
(Seoane, 2014) y Ana María González (Lorenz, 2018).
[3] Véase, por ejemplo, Andújar et al.
(2009 y 2010); Grammático (2005 y 2011), Martínez
(2009); Noguera (2013; 2019), Oberti (2015), Pasquali (2008); Seminara (2015);
Vassallo (2005) y Viano
(2011). Dentro de la literatura testimonial se destacan los trabajos de Diana
(1996) y la semblanza sobre la teniente Inés en Plis Steremberg
(2003).
[4] Entre quienes representan la primera
tendencia se cuentan los estudios de Isabella Cosse
(2010) y Valeria Manzano (2018). Ejemplos de la segunda tendencia pueden
advertirse en los trabajos antes referidos de Karin Grammático,
Ana Noguera, Luciana Seminara, Cristina Viano, Alejandra Oberti y Violeta
Ayles Tortolini, entre
otras investigadoras.
[5] Para un trabajo pionero sobre el rol
de las mujeres en el PRT, véase Pablo Pozzi (2001). Respecto de las relaciones
de pareja en las organizaciones revolucionarias, véase por ejemplo Andújar
(2009) y Cosse, (2017). En cuanto a la manera en que
el género gravitó en la represión estatal y su ferocidad, veáse
D´Antonio (2009, 2013 y 2016). Un balance general
sobre el grueso de estos tópicos se encuentra en D´Antonio
y Viano (2018).
[6] Véase, entre otros, Portelli (2016), Schwarzstein (2001), Thompson (2003-2004),
[7] Véase, entre otros estudios, Andújar
(2014); Gatica (1997); James (2004); Jelin (2002), Viano (2008).
[8]
Según datos censales, a fines de los años ´50 y comienzos de la década
siguiente, más de dos tercios de las jóvenes de 20 a 24 años habían alcanzado
la enseñanza secundaria y casi la mitad, el nivel superior (Cosse,
2014). De tal modo, las universidades, sobre todo aquellas en las que se abrían
nuevas carreras como Psicología, Sociología o Antropología -e incluso en
carreras tradicionalmente masculinas como Derecho y Medicina- vieron aumentar
la matricula femenina, que pasó de conformar el 5% en la década de 1930, al 38%
a fines de los años ´60 y a un 40% al promediar los años `70 (Barrancos, 2007:
220).
[9] Carta de Ana a sus padres desde
Bolivia, 14 de enero de 1961. Archivo de las autoras.
[10]
Carta de Ana María Villarreal a sus padres desde Panamá, 1 de marzo de 1961.
Archivo de las autoras.
[11]
Ibídem.
[12]
Carta de Ana María Villarreal a sus padres desde Washington, 11 de abril de
1961. Archivo de las autoras.
[13] Según Pozzi (2001), el FRIP tuvo tres
vertientes: la universitaria, conformada en la UNT y cuyo núcleo activista
central estaba en Ciencias Económicas; la agrupada en torno a la librería Dimensión,
que editaba el periódico del mismo nombre, y la tercera vinculada con cierto
nacionalismo de izquierdas.
[14] La colección completa de la revista fue
publicada en el año 2012 por la Biblioteca Nacional bajo responsabilidad de
Horacio González. Está disponible en Internet. Véase AAVV, 2012.
[15]
Agradecemos a Gabriel Rot
por habernos advertido y brindado información sobre la existencia de estos
dibujos.
[16] Entrevista de las autoras con Estela Assef (Tucumán, 30 de julio de 2018).
[17] Esta organización fue resultado de la
ruptura del PRT en 1968 en función de la valoración de la conveniencia de la
lucha armada como herramienta para la revolución: el PRT-La Verdad, liderado
por Nahuel Moreno, y el PRT-El Combatiente, liderado por Mario Roberto
Santucho.
[18] Entrevista de las autoras con Luis Lea Place (Buenos Aires, 28 de julio 2018).
[19]
Este señalamiento surge de las reflexiones provistas por Dora Genaro (S/F) y de
una comunicación personal de Julio Santucho brindada a través de un diálogo con
Luis Lea Place el 29
de septiembre de 2018. Archivo de las autoras. Para una versión sobre la
ruptura entre Clarisa y Roby, y del retorno de este
último con Sayo, véase Augier (2012).
[20]
Agradecemos a Ana Noguera su disposición generosa de compartir con nosotras
diversas fuentes sobre este acontecimiento.
[21] Esta causa se encuentra disponible en
línea. Véase
https://www.cij.gov.ar/nota-10022-Condenaron-a-prisi-n-perpetua-a-tres-imputados-por-la-Masacre-de-Trelew.html.
[22] Entrevista de
las autoras con Pedro Cazes Camarero. (Buenos Aires,
12 de julio de 2018).
[23]
Ibídem.
[24]
Entrevista de las autoras con Carlos González
Gartland (Buenos Aires, 27 de junio de 2018).
[25] Ibídem.
[26]
Entrevista de las autoras con Alicia Sanguinetti (Buenos Aires, 27 de julio de
2018).
[27]
Ibídem.
[28] Estrella Roja Nº 23, 15 de
agosto de 1973. Extractado
de De Santis (2006).
[29] Ibídem.
[30] Diario Jornada. Disponible en: https://www.diariojornada.com.ar/252394/sociedad/acto_por_juan_valenzuela/. Última entrada 7 de agosto de 2020
[31]
Diario Crónica, 25 de agosto de
1972.