El encanto de Tutankhamón.
La egiptomanía en la prensa porteña (1923-1925)[1]
The charm of Tutankhamun.
Egyptomania in the porteña press (1923-1925)
Universidad
de Buenos Aires (Argentina)
matialderete@outlook.com
Resumen
El
descubrimiento de la tumba de Tutankhamón en los años
veinte evidenció la fascinación que la antigüedad egipcia ejerció en el mundo
occidental. Argentina no fue la excepción: la prensa porteña se hizo eco de
este acontecimiento, que circuló de formas diversas en los periódicos y
semanarios ilustrados. Podían verse noticias, artículos de interés,
ilustraciones y fotografías que, recurriendo a tópicos de la egiptomanía del Viejo Mundo, exaltaban la sensualidad y el
misterio de los tiempos faraónicos. Pero al mismo tiempo, la prensa porteña
generó contenido local: acudiendo a relatos, ilustraciones o sátiras políticas
evocaron al Antiguo Egipto y lo hicieron más cercano; en este sentido, la egiptomanía funcionó como un vínculo entre la joven nación
y el horizonte global, que le permitió comulgar con un sentimiento de encanto
cosmopolita.
Palabras clave: egiptomanía;
prensa; encantamiento; cosmopolita
Abstract
The Tutankhamen’s tomb discovery in the 1920s
evidenced the western fascination upon the Ancient Egypt. Argentina wasn’t an
exception: the Buenos Aires press echoed this event, which was circulated in
various ways in illustrated newspapers and weeklies. Readers could follow news,
articles of interest, illustrations, and photographs that, taking elements from
european Egyptomania, exalted the sensuality and
mystery of ancient times. The local press generated its own content: stories,
illustrations or political satires evoked pharaonic Egypt and made it closer.
That way, Egyptomania functioned as a link between the young nation and the
global horizon, allowing it to join with a feeling of cosmopolitan charm.
Keywords:
Egyptomania;
Press; enchantment; Cosmopolitan.
Dentro de las representaciones sobre el Oriente, el Antiguo
Egipto ocupa un lugar relevante. Si bien es cierto, como ha señalado Edward Said
(Said, 2002 [1978]), que el discurso orientalista elimina cualquier diferencia
local y regional bajo la evocación de un Oriente compacto y homogéneo, el
imaginario sobre Egipto funciona como una zona indeterminada o liminal
(Fryxell, 2017), siendo el puente que une Oriente y Occidente, Europa y África
(Gómez Espelosín y Pérez Largacha, 1997, pp. 11-110). Pensada como una tierra
de secretos y sabiduría, Egipto pasó a formar parte de la memoria del Occidente
desde tiempos muy prístinos. En este sentido, Jan Assmann (2005) sostiene que
Egipto nunca fue descubierto por Occidente, pues nunca desapareció,
permaneciendo "presente en los archivos de la memoria cultural de
Europa" (pp. 57-58).
Se ha denominado “egiptomanía” a esa fascinación de la
cultura occidental sobre Egipto. En contraposición a la egiptología, la
disciplina que emprende el estudio científico a partir de la evidencia
histórica, la egiptomanía ha sido tomado como una vulgarización del
conocimiento, una especie de “museo del malentendido” (Assmann, 2005, p. 57), que
tergiversa el estudio académico y riguroso del Egipto faraónico en favor de la
exposición de lo inusual, lo mistérico y lo desconocido.
La fascinación por la cultura egipcia ha sido una constante
en el gusto europeo desde la antigüedad, pudiéndose ver la influencia
egipcianizante en las artes o la arquitectura (Curl, 2005). Se ha señalado que fueron las elites letradas
las protagonistas de las diferentes oleadas de egiptomanía hasta el siglo XIX (Fritze,
2016, p. 333), constituyendo un elemento que distinguiría aquellos sectores
cultos de los que no lo eran. Pero en los años veinte del siglo XX esta
situación se modificaría de forma irreversible a raíz de un nuevo
descubrimiento: en noviembre de 1922, el arqueologo británico Howard Carter
encuentra un sepulcro intacto que había pertenecido al faraón Tutankhamón.[2] El acontecimiento
despertó un profundo interés del público europeo en general, haciéndose
cotidiana la presencia del Antiguo Egipto, pero esta vez ayudada por la
masificación de la prensa, las películas y la fotografía. Retomando tópicos que
fueron propios de la egiptomanía en períodos anteriores, las representaciones
sobre la antigüedad egipcia que circularon hacían hincapié en el misterio y la
fantasía, convergiendo con la sensualidad, el poder de los muertos y una
sabiduría ancestral. La aparición de una tumba real con sus suntuosos objetos y
la trágica muerte de quién financió la expedición al Valle de los Reyes, Lord
Carnarvon, fomentaron un renacido interés por el Antiguo Egipto, esta vez
denominado tutmanía, en especial referencia a Tutankhamón.
Pero esta atracción no fue un monopolio europeo. En este
artículo abordaré las representaciones del Antiguo Egipto en la prensa porteña,
poniendo el foco en noticias, artículos de interés, imágenes satíricas o
relatos cortos que permitieron que el Egipto Antiguo reviva continuamente en las
páginas de diarios y revistas de estos años, en la cual se coló lo mágico,
asombroso y misterioso.
La relevancia que le otorgo a la prensa para indagar este
fenómeno se debe a múltiples factores: por un lado, se erige como vehiculizadora y productora activa de
representaciones sociales dirigidas a una amplia franja de lectores, y es que el
interés por el Antiguo Egipto no quedó
delimitado socialmente, sino que apeló al interés masivo de hombres y mujeres. En segunda instancia, ha sido señalada la
importancia de su rol modernizador en el cambio de siglo: desde las últimas
décadas del siglo XIX se la visualiza como un elemento central del progreso
social, constitutivo de cualquier sociedad cosmopolita. La llegada del cable
telegráfico operó en el imaginario local como un magnánimo avance civilizatorio que permitía reducir los tiempos y hacer más porosas las distancias,
adentrando a la joven Argentina en el concierto global. Como Lila Caimari
(2018) ha señalado, la prensa funcionó como una “superficie de llegada” de
aquellas novedades globales que le otorgarían densidad al mundo (pp. 82-84).
Para los años veinte, los diarios y las revistas ilustradas eran parte de la
cotidianeidad de los sujetos urbanos, existiendo una gran variedad de publicaciones
con cuantiosas tiradas que permitieron la democratización de la experiencia
lectora.[3]
En tanto vínculo con el mundo, sin
embargo, es importante no ver a la prensa como una simple receptora de
intereses globales. Es cierto que la Buenos Aires en los años veinte ha sido
entendida como una “modernidad periférica”, en la que coexistían “elementos defensivos
y residuales junto a los programas renovadores; rasgos culturales de la
formación criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de
bienes, discursos y prácticas simbólicas” (Sarlo, 2003 [1988], p. 28). Una
lectura de este tipo invita a pensar a la tutmanía como una más de estas
importaciones europeas en una sociedad periférica. Pero hay que tener en cuenta
aquel señalamiento realizado Victor Goldgel (2013) sobre lo peligroso que puede
resultar la mistificación de conceptos como “centro” y “periferia” (pp. 40-41),
ya que ambos mantienen una relación lineal, unidireccional y asimétrica; en
este marco, la circulación transnacional de valores, ideas e imaginarios puede
verse como un simple proceso de duplicación o deformación de un fenómeno “original” proveniente de un centro,
transformando a las sociedades periféricas en destinatarias pasivas inmersas en
falsas modernidades.
Allegra Fryxell (2017) ha sugerido que la tutmanía exhibió al público británico de entreguerra aquel
pasado egipcio como parte de un tiempo inmemorial, seductor y misterioso por partes
iguales, siendo el Egipto faraónico un elemento que “encanta” el mundo moderno
a partir de deseos y fantasías.[4] Entonces, ¿cómo impactó la tutmanía en una ciudad como
Buenos Aires? ¿La prensa porteña simplemente reproducía las nociones europeas
sobre Egipto? ¿ O también fue seducida por la tutmanía? Partiendo de estas interpelaciones,
busco
indagar el imaginario del Antiguo Egipto que se construyó en la prensa porteña
a partir del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón. Estimo que explorar
este fenómeno será una contribución desde la producción historiográfica a los
estudios sobre los orientalismos latinoaméricanos en general y sobre la egiptomanía
en especial.[5] En tanto fenómeno
social, la egiptomanía ha sido intensamente estudiada;[6] no obstante, ha
despertado escaso interés en la historiografía argentina, siendo entendida como
un afán europeísta de ciertos sectores sociales encumbrados o como un fetichismo
simbólico de la masonería (Méndez y Belej, 2012; Míguez, Malerba y Flores, 2015),
aunque recientemente se ha rechazado que las representaciones vernáculas sobre
el Antiguo Egipto sean simples repeticiones de las europeas: en su análisis de
los diarios de viaje de la elite rioplantese de fines del siglo XIX, Leila
Salem (2018) advierte como se tensionan los tópicos clásicos europeos, dando
espacio a imágenes más flexibles y hasta menos condenatorias.[7]
Retomando lineamientos esbozados por Martín Bergel (2015) en
su análisis sobre el orientalismo argentino,[8]
presumo que el abordaje de la prensa masiva permitirá dar cuenta de la
circulación social de la tutmanía y de la manera en la cual se hicieron
presentes diferentes representaciones sobre en Antiguo Egipto.[9] Diarios y
revistas hicieron confluir tópicos globales y locales en la figura de Tutankhamón:
si la “maldición de la momia” y un sugerente universo místico fueron aspectos
recurrentemente recuperados, también hubo una producción de contenido vernáculo
y que hará referencia a la actualidad nacional y, en especial, porteña.
A partir del
relevamiento de fuentes, esta investigación se centrará en el período que va
desde 1923 hasta 1925. La periodización propuesta coincide con el
descubrimiento de la tumba de Tutankhamón: el
acontecimiento data de los últimos días de noviembre de
1922, mientras que la prensa local empezará a interesarse en el tema desde
enero de 1923. Hasta 1925, podría decirse que casi cada semana hay alguna
referencia al faraón o a la cultura egipcia, no solamente en noticias
vinculadas a la excavación de la tumba, sino también en artículos de interés,
coberturas exclusivas, sátiras y chistes misceláneos. Por otro lado, estos son momento
de algidez política en el partido gobernante: en efecto, la alternancia
presidencial dentro de la Unión Cívica Radical generó fricciones que fueron
expuestas públicamente, y la figura de Tutankhamón es
utilizada para hacer continuas referencias a la disputa entre Marcelo de Alvear
e Hipólito Yrigoyen, presidente y expresidente de la Argentina. La focalización
en este período permitirá analizar la configuración de una egiptomanía
vernácula en la cual los tópicos europeos se mixturan con los propuestos por la
prensa porteña.
Las publicaciones
seleccionadas cubren un amplio espectro, tanto temático como de público, compartiendo
ciertas similitudes, aunque también con marcadas diferencias. Con respecto a
semanarios ilustrados, son centrales Caras y Caretas, El Hogar, Para Ti y Atlántida; con respecto a la prensa periódica, he
privilegiado Crítica y La Nación, por sus estilos
casi antagónicos y sus públicos diferenciados (Saitta,
2000). Prestare especial atención a la relación entre texto e imagen: la relevancia de la cultura visual en la prensa masiva ha sido ya
señalada en otras investigaciones que no las ven como simples ilustradoras de
lo escrito, sino que conciben a la prensa de principio de siglo como una
amalgama indisociable de texto e iconografía otorgando especial atención a los
aspectos performativos de la imagen.[10]
El trabajo se divide en cuatro apartados más
una introducción y una conclusión. En primera instancia, a partir del relato
de la apertura de la tumba de Tutankhamón por parte
de Howard Carter y Lord Carnarvon, examinaré
diferentes claves teóricas e históricas para entender el
fenómeno en su contexto europeo; en segunda instancia, analizare la cobertura
en los medios de prensa locales sobre el fenómeno, indagando sobre el material
escrito y el rol de las ilustraciones, central en la constitución de un
imaginario de la antigüedad egipcia al presentar a la tumba de Tutankhamón como un espacio milenario y secreto; sobre este
aspecto, en el tercer apartado me adentraré en dos relatos escritos por Leopoldo
Lugones, influidos fuertemente por la tutmanía, que
serán publicados en La Nación en 1923
y luego reunidos en su libro Cuentos
fatales. Finalmente, en el último apartado analizare la convergencia de la tutmanía con la sátira, en especial con el humor político y
las referencias a la interna del partido gobernante, propiciando un uso
político de los motivos egiptomaníacos.
Reviviendo la
magia egipcia: la tumba de Tutankhamón.
Hacia mediados de
la década de 1920, en las páginas de cualquier medio periodístico se podía
encontrar referencias de uno de los acontecimientos más populares de la
historia de la arqueología: el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón. Tres fueron los protagonistas de este suceso
importantísimo el egiptólogo Howard Carter, el profesional a cargo del trabajo;
su mecenas, George Edward Herbert, Conde de Carnarvon,
mejor conocido como Lord Carnarvon; y finalmente Tutankhamón, un antiguo faraón cuyo cuerpo momificado
transportó al Antiguo Egipto a la sociedad de masas del siglo XX.
Desde
1917, Carter emprendió diversas excavaciones en el Valle de los Reyes. El arduo
trabajo fue financiado por Lord Carnarvon, un aristócrata inglés apasionado del mundo antiguo y en especial del
Egipto faraónico, que obtuvo permisos del gobierno egipcio para excavar la
zona. Hasta 1922 las excavaciones arrojaron magros resultados y Carnarvon
estaba realmente decepcionado, hasta que fines de ese año Carter tuvo la suerte
de su lado: el 4 de noviembre de 1922 encontró indicios de una posible escalera
sepultada por bancos rocosos, que lo llevaron a una puerta con un sello en el
cuál podía leer el nombre del faraón, Tutankhamón. Carter comunicó
prontamente la situación a su mecenas, y Carnarvon llegó a Luxor el 23 de
noviembre. Tres días después abrieron la tumba, en la
cual encontraron, en palabras de Carter, “cosas maravillosas” (Carter y Mace,
1963, I pp. 94-96; Fritze, 2016, p. 311).
Pronto el
acontecimiento llegó a la prensa: el magazine inglés The Times le dedicó especial atención
al “descubrimiento más sensacional de la egiptología de este siglo” (Luckhurst, 2012, p.
6). Eventualmente, este magazine fue el medio
periodístico con el cual Carnarvon firmó un contrato
de exclusividad hacia principios de 1923, otorgando el monopolio desde ese
momento sobre el trabajo fotográfico y académico sobre Tutankhamón.
La exclusividad de
The Times dejó en una
situación de desventaja a otros periódicos, que lograron subsanar el hecho a
partir de un acontecimiento fortuito y trágico: la muerte de Carnarvon. El aristócrata inglés fue picado por un
mosquito en una de sus mejillas, herida que se magnificó al momento de
rasurarse y más tarde se infectó. El inesperado accidente doméstico continuó dramáticamente: Carnarvon primero pasa algunos días con fiebre y
finalmente, cuando parecía recuperarse, se enferma con una potente neumonía,
falleciendo en El Cairo el 5 de abril. En sus páginas, el Daily Express, uno de los
medios de prensa excluidos en el contrato de exclusividad, contó como el hotel donde se alojaba Carnarvon
quedó a oscuras en el momento exacto de su muerte, signo que puede ser interpretado como un “mal augurio” (Luckhurst, 2012, p. 9). De esta forma, la “maldición de la momia” se cobró una víctima respetable y
públicamente conocida: evidentemente no podía pasar desapercibida.
La revelación de
la tumba de Tutankhamón permitió explotar uno de
los principales tópicos que la arqueología ha llevado consigo desde sus
inicios: la idea de experiencia o descubrimiento que, en tanto algo novedoso,
se presenta como el artífice de la develación de un secreto que de otra forma
permanecería en la oscuridad (Joyce, 2002). Empero, reducir la tutmanía al fetichismo del descubrimiento resulta una
explicación insuficiente, ya que deja de lado otros elementos sobre los cuales
Egipto volverá a hacerse presente en la imaginación occidental.
Es posible señalar
tres aspectos centrales en los cuales la tutmanía
pudo proyectarse para transformarse en un fenómeno de masas. Un primer elemento
se encuentra relacionado con el consumo conspicuo del Antiguo Egipto. Ya desde
el Renacimiento el polvo de momia se volvió codiciado debido a sus supuestas
propiedades curativas: Catalina de Medici en 1549 organizó una expedición a Saqqara para recolectar momias que serían usadas en
diferentes preparaciones medicinales. El comercio de este producto floreció en
el siglo XVI, incluso apareciendo falsificaciones. Posteriormente, debido a su
“inherente espectacularidad”, la presencia de momias fue bastante común en las
colecciones privadas de los aristócratas, hasta que finalmente los científicos
de los siglos XVII y XVIII empiezan a estudiarlas para comprender el proceso de
momificación (Moshenka, 2013, pp. 4-8). La llegada de Napoleón a Egipto hacia fines
del siglo XVIII acentuó este interés, mientras diversos artefactos egipcios que
fueron llevados a Europa se transformaron en mercancías de lujo y
grandilocuencia. Parte de estas se expusieron públicamente para
forjar un imaginario épico e imperial del legado napoleónico, erigiendo fuentes
de agua para conmemorar su Campaña Egipcia y obeliscos para recordar sus victorias
sobre Prusia y Polonia (Parramore, 2011, p. 200).
Mientras tanto, los sectores letrados ingleses también buscaron considerarse
“herederos legítimos” de la cultura egipcia, diseñando edificios con influencias
egipcianizantes y decorando habitaciones enteras con
objetos saqueados de tumbas o pinturas románticas que hacían referencia a los
monumentos faraónicos. Medio siglo más tarde todavía podía encontrarse
rastros de este tipo de cultura del consumo exótico y suntuoso: en muchas
reuniones sociales se invitaban a personalidades a tomar el té y abrir momias,
incluso frente un gran público que ovacionaba cuando se mostraba un pie
arrugado y ennegrecido (Gómez Espelosín y Pérez Largacha, 1997, pp. 181-182). El más conocido fue Thomas Pettigrew, un anticuario que organizaba verdaderas
ceremonias antes de desenrollar la momia de turno.
Un segundo aspecto
a tener en cuenta está relacionado con las formas en las cuales el Antiguo
Egipto circuló en las publicaciones. El reencuentro de Europa con Egipto gracias
a las campañas napoleónicas permitió la edición de una
obra monumental y colectiva, de la cual participaron aproximadamente 160
investigadores y 400 artistas: Description de l´Égypte, serializada en
23 volúmenes entre 1809 y 1829. Andrew Wheatcroft
(2003) señala que este trabajo inaugura una forma de apropiación del Egipto
Antiguo, en la cual se establece una fuerte interdependencia entre la palabra
escrita y la utilización de imágenes.[11] Teniendo en cuenta el tamaño y gramaje de
las hojas, los costos de producción de este tipo de publicaciones eran
astronómicos, siendo solamente accesibles a un selecto grupo de compradores.
Las mejoras técnicas eventualmente
permitieron modificar los formatos
lujosos, introduciéndose las ediciones baratas, que coparían las tiendas de
libros. Sin embargo, la preponderancia de la imagen no desapareció de los
diversos tipos de publicaciones sobre el Antiguo Egipto. Así, se podía visualizar un
mundo antiguo y extraño a partir de ciertos elementos que se transformaron en
prototípicos: edificios monumentales, artefactos misteriosos, desiertos sin
límites y rostros faraónicos poblaron la imaginación europea, generando un
“arquetipo” de lo egipcio
que pervive hasta nuestros días (Rice y MacDonald,
2003).
La figura de la
momia como un ente abyecto y amenazante es el tercer elemento que le otorgó carnadura a la tutmanía. En tanto figura espectral, la momia posee
marcas de monstruosidad en su especificidad histórica. En efecto, el monstruo
representa ansiedad y la marginalidad o el bordeo de las fronteras; se escapa
de lo cognoscible y está siempre en puerta de la diferencia, ya que son un
“otro” profundo en el cual se arraiga en imaginario social. Pero a su vez
representan un deseo subterráneo de la sociedad que lo crea (Cohen, 1996). En
este sentido, Roger Luckhurst (2012) indica que Tutankhamón cataliza diferentes ansiedades decimonónicas,
que se encuentran relacionadas no solamente con la necesidad del asombro y la
maravilla perdidas en la modernidad, sino con el temor a la muerte, la
persecución de los vivos de parte de fantasmas y los maleficios; así, el
mismísimo Arthur Conan Doyle aseguraba en la década de 1920 que la muerte de
Lord Carnarvon se debió a las fuerzas del mal (Luckhurst, 2012, p. 10; Fritze,
2016, p. 320). En la figura de la momia conviven la idea de la víctima del
mundo moderno, el tabú de la burla a la muerte, la sensualidad y erotismo de lo
desconocido y misterioso, y la malevolencia del mundo de los espíritus (Day,
2006). Como se analizará, en la tutmanía podrán verse las
críticas en un marcado tono sensacionalista al tabú occidental de la profanación de tumbas,
mixturadas con la celebración y espectacularización
del exotismo y secretismo egipcio.
Podría decirse que la egiptomanía
se fue eventualmente democratizando. Egipto, evocado desde una forma
poderosamente visual, terminó configurando cierto imaginario que redundaba en
las ruinas arquitectónicas y el misticismo de esta civilización. A la par, la
figura de la momia conjugó una variedad de tópicos, de deseos y hasta de tabúes
occidentales, que la transformaron en un ente que, en vez de hacer referencia a
los antiguos egipcios, hablaba más de las ansiedades europeas. La llegada de Tutankhamón al siglo XX potenció y coaligó todos estos aspectos.
Tutankhamón en las noticias porteñas
La figura de Tutankhamón empieza a hacerse presente desde
inicios de 1923, cuando la noticia cobra relevancia local y La Nación
publica una detallada nota sintetizando los datos recibidos a través de cables
desde diciembre de 1922, informando sobre “una serie de descubrimientos
arqueológicos” de enorme trascendencia. El artículo resumía la historia
canónica comentada en la prensa británica, incluyendo pintorescos datos sobre
el reinado de Tutankhamón e imágenes que no hacían real referencia al
descubrimiento aludido, aunque si al Egipto Antiguo: murales decorados[12] permitían
visualizar la vida de los antiguos habitantes de Egipto, mientras un panorama
del desértico Valle de los Reyes y objetos lujosos trataban de situar el
descubrimiento en este foráneo mundo antiguo[13] (fig. 1). La
presencia de imágenes para llamar la atención del lector es digna de mención,
especialmente debido a la escasa presencia visual en el diario: La Nación era lo que se llamaba “prensa
seria” (Saitta, 2000), donde los extensos artículos sobre la política argentina
se entremezclaban con la política internacional. Las primeras dos o tres
páginas de cada edición estaban dedicadas a diferentes acontecimientos de
relevancia global a partir de cables telegráficos distribuidos por diferentes
agencias, y fue en este apartado donde se cubrió el descubrimiento de la tumba
de Tutankhamón.
El solemne artículo de La Nación fue muy diferente al
mostrado más tarde en las páginas de Crítica. Este diario decidió
presentar la información con un breve texto en la cual se comentaba la
magnificencia del hallazgo, reemplazando las ilustraciones por fotografías de
objetos que permitían visualizar el Antiguo Egipto a los lectores de forma
realista: sillas imperiales, un carro real o una vasija de alabastro daban
cuenta tanto de la suntuosidad de este lejano mundo como también de la
jerarquía del descubrimiento.[14] Tanto fotografías
como ilustraciones serán utilizadas de manera continua y mixturada en la
cobertura de este acontecimiento por parte de Crítica, jerarquizando la
visualidad por sobre la palabra escrita.
Las imágenes buscaron revivir el emocionante
momento de la apertura de la tumba, pero también brindaron a los lectores
instantáneas de una lujosa antigüedad y del misterioso sepulcro. Ilustraciones
oscurantistas en la que sobresalen objetos mortuorios permitieron adentrarse en
la "sombría cámara" en la que “no penetró pie humano en treinta
siglos” y contemplar "una belleza y emoción incomparable",
estableciendo una romantización al Antiguo Egipto.[15] Tutankhamón
es, al mismo tiempo que una presencia primigenia que despierta de su letargo en
un mundo moderno, un espectáculo que manifiesta la belleza oriental.
Crítica sostuvo un real interés en Tutankhamón y sus artículos combinaron los secretos de la
muerte, los lujosos tesoros, la monumentalidad de las esculturas y la regencia
faraónica.[16] En sus páginas, el faraón fue presentado como un
imponente rey y aguerrido guerrero, construyendo su figura alrededor de los
tópicos de poder, riqueza y misterio. Incluso se permite realizar una leve
insinuación sensual sobre el faraón: una niña porteña de once años es
presentada como “la esposa del faraón” (fig. 2), ya que tiene un rostro
“singularmente atractivo e interesante y rasgos semitas pronunciados”.[17] La fotografía de esta niña admite pensar
de tres aspectos: en primera instancia, el artículo señala que la instantánea
fue enviada a la redacción con ese título, siendo un posible indicativo que desde
febrero de 1923 el tema despertaba el interés de los lectores y que tenía
cierta circulación. En segunda instancia, su publicación por parte de Crítica
muestra que, aunque es un fenómeno global, la prensa local intenta filiarse al
impacto internacional a partir de la elaboración de cierto contenido original y
no limitándose a reproducir cables extranjeros, como hizo en mayor medida La
Nación. Finalmente, la aparición de una supuesta bella esposa de Tutankhamón se condice con otras representaciones que, en
vez de visualizar al antiguo faraón egipcio como una fútil momia, se lo muestra
como una figura envuelta en poder, misterio y lujo: así, una ilustración
mostraba un Tutankhamón guerrero, acompañado de un
león adiestrado que “causaba un destrozo terrible y pánico entre los enemigos,
pues abría el camino al carro del monarca”[18] (fig. 3), equiparando el poder del faraón con el
agresivo y poderoso felino.
La cobertura sensacionalista de Crítica también mostró al Museo del Cairo, lugar en donde, probablemente, la momia de Tutankhamón se convertirá en “objeto de museo” para satisfacer las ansiedades turistas.[19] Esta nota marca un provisorio fin a la primera cobertura de noticias en la narración que Crítica fue construyendo desde enero de 1923, que se inició con el descubrimiento y la circulación de la noticia al público en el primer artículo; continuó con una exposición del misterio y la solemnidad del sepulcro, y con la eventual liberación de Tutankhamón de la oscuridad del encierro; exhibió los tesoros de la tumba o hasta la vida cotidiana del faraón en diversas ilustraciones y fotografías; y finalmente, concluyó el recorrido, tanto de Tutankhamón como de la noticia, en el lugar donde el cuerpo momificado descansará por siempre como parte del legado simbólico y material de la humanidad.
Fig. 2. La esposa de Tutankhamen… en Buenos Aires, Crítica, 28/2/1923. Biblioteca Nacional Mariano Moreno. |
Fig. 3. Como peleaba Tutankhamen en sus batallas, Crítica, 1/4/1923. Biblioteca Nacional Mariano Moreno |
La mixtura
de fotografías e ilustraciones fue replicada por los semanarios ilustrados,
aunque con una carga visual más densa aún. Es mayormente en los magazines donde
la tutmanía acude a las representaciones suntuosas y
con carga sensual. El Hogar y Atlántida le dedicaron especial
atención en las páginas fotográficas, en las cuales incluso Carnarvon,
Carter y el mismísimo Tutankhamón aparecerán como
personajes del momento.[22] El faraón permitió conectar al mundo porteño con
la cultura cosmopolita: los artículos señalaban que hizo resurgir “en pleno
siglo XX aquella admirable civilización egipcia, con su arte, su ciencia, sus
ritos, sus misterios"[23] en muchas ciudades europeas. La tutmanía fue relevante en función de mostrarse como una
ventana al mundo occidental.
Los semanarios
ilustrados utilizarán todo el poder visual para mostrar las enormes estatuas de
Tutankhamón, los pequeños sarcófagos de animales y
hasta ilustraciones extranjeras de los peculiares rituales funerarios. Las
cualidades comunicativas de la imagen materializaron un ostentoso Egipto,
generalmente acompañada de muy pocos o breves textos, y mostrando la
majestuosidad de los productos encontrados dentro de la tumba. Así, los
contenidos propuestos por los semanarios no hacían un detallado seguimiento del
descubrimiento, sino que buscaba interesar de muchas formas diferentes. Desde
notas de opinión, artículos misceláneos, chistes y divertimentos hasta un
concurso de colorear para niños cuyo premio era de 100 pesos para aquellos con
“más condiciones artísticas”[24] (fig. 4): en todos lados podía verse la presencia
de Tutankhamón, que "actualmente está de moda
hasta en los vestidos femeninos".[25] Incluso en
1924 Caras y Caretas proclamó orgullosamente la publicación de
las noticias y las fotografías oficiales que el magazine británico The Times mostraba en sus páginas, anunciando
que esta iniciativa tiene “carácter exclusivo en América del Sur” y mostrando material
hasta ese momento muy difícil de acceder a la mayoría del público porteño.[26] Esta vez las ilustraciones pasaban a un segundo
plano y ganaba hegemonía la fotografía, símbolo de la modernidad que permite
acercar de forma magnánima al mundo egipcio.
Fig. 4. Concurso infantil. Caras y Caretas, 5/5/1923. Biblioteca Nacional Mariano Moreno.
La tutmanía explotó el tópico sensual del orientalismo. Tanto Crítica
como Atlántida y El Hogar[27] eligieron una imagen en la cual se representa el
ritual funerario del faraón, en la cual se puede observar la congoja y
exaltación del momento. Sensuales cortesanas podían verse cerca del sarcófago
real, en cuyo lamento también podrá advertirse cierto erotismo: presentadas con
escasa vestimenta, incluso con el pecho desnudo, una de ellas extendía su mano,
mientras otra apretaba su seno; otra cortesana incluso se encontraba en una
sugerente pose, arrodillada ante el imponente y erguido ataúd (fig. 5).
Fig. 5. De todas
partes, Atlántida, 22/2/1923. Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Que haya sido la misma ilustración puede
deberse a ciertos límites propios de la prensa sudamericana: es posible que la circulación
limitada de imágenes exprese los condicionamientos que tenían los diferentes
medios al momento de poder brindar al lector porteño una conexión instantánea
con el mundo. Caimari (2015) indica que hasta los primeros años del siglo XX
convivieron en diferentes medios los cables informativos con la entrega de
“paquetes” de noticias, que contenían imágenes y contenido que se repetiría en
diarios y revistas. Probablemente sin buscarlo, este fue un factor determinante
que abonó a una idea monumental e impúdica de la antigüedad egipcia al repetirse
imágenes que presentaban los rituales
antiguos como un espacio liminal entre la muerte y el goce, permitiendo
pervivir los tintes eróticos victorianos de la figura de la momia.
Las cuotas de exotismo y sensualidad se
dosificaron con elementos supersticiosos: la muerte, los secretos sepulcrales y
el misticismo oriental también se hicieron presentes en la cobertura de los
semanarios. Si el contenido de la cámara mortuoria fue mostrado con extremo
detalle, las supersticiones y el miedo a los muertos también cobraron
relevancia: un pequeño artículo contaba como la poetisa Madame Noailles,
siguiendo los dictados de la moda, se mandó a hacer un traje estilo egipcio,
pero la repentina muerte de Carnarvon hizo que se lo regale a una de sus
mucamas, que al cabo de cinco días heredó una fortuna.[28] La
maldición de la momia se transformó en un tópico recurrente y fue reconvertida
en “la maldición del faraón”[29] o “la
maldición de Osiris”:[30] sea
quien sea el espíritu maldiciente, la fatídica muerte del Lord Carnarvon no era
otra cosa que una profunda sanción a la apertura de tumbas, sugiriendo que el
inglés tentó a la suerte y no respetó las fuerzas sobrenaturales, encontrando
un destino fatal “en una aventura en la que no debió ver inicialmente más que
una incidencia de turismo". Las críticas en tono moralizante no tardaron
en aparecer y multiplicarse: desde El
Hogar se preguntaban “hasta qué punto tenía un excavador (...) el derecho
de violar esas tumbas", poniendo en cuestión si el "el carácter
científico” permite la justificación de “el pillaje lúgubre a que dan
pretexto"[31]. Este
temor se extendió y hasta americanizó al compararlo con el saqueo de las
huacas, centros ceremoniales y funerarios incaicos, por parte de los guaqueros,
sus profanadores: la tragedia signa sus destinos al tener el “tremendo oficio” de profanar
tumbas “un castigo inevitable”.[32]
El clima de febril entusiasmo generado por Tutankhamón
reactivó el interés por la figura de la momia, que por momentos maravillaba: de
hecho, resultaba sumamente fascinante las diversas formas de embalsamiento
descubiertas, detallándose las similitudes y
diferencias entre los métodos[33] que
permitían burlar el paso del tiempo, ya que la momificación detiene "la
marcha de los siglos sobre la momias incólumes".[34]
En plena
fiebre egiptomaníaca apareció el “Lord Carnarvon argentino”, Rafael Gentile, que descubrió un
cuerpo en la puna de Atacama. Los periódicos aprovecharon el fervor egipcio y
se adentraron en las particularidades de la momificación egipcia en
contraposición al cuerpo encontrado, perteneciente en teoría a un rey incaico. Las
comparaciones con las tumbas egipcias no tardaron en aparecer: los objetos
desenterrados en Atacama "guardan una gran analogía con los que se
hallaron en la tumba de Tut-Ankh-Amon", avisando
de una próxima exposición al público, ya que “será exhibida dentro de algunos
días en un local cedido al efecto en la calle Sarmiento y Callao”.
Eventualmente, Manuel Carlés, fundador de la Liga
Patriótica, la exhibió en alguna reunión de la asociación: según Crítica,
empalidece al lado de Tutankhamón, ya que es “feo y
flaco, está verdaderamente en los huesos”, aunque Carlés
insistió que esa momia podrá otorgar un pasado épico y místico a la nación
argentina.[35] Las imágenes de esta momia nacional se alejan del
lujo y la suntuosidad egipcia, pero permanecieron presentes las fantasías y las
peculiaridades del mundo de la muerte no occidental.
La
presencia de la figura de la momia no fue aislada ni accidental, y la
recurrencia de Tutankhamón otorgó cierto sentido a
otras momias que, a pesar de ser menos monumentales y menos cosmopolitas, se
filiaron al halo de seducción y terror faraónico. En este orden, diarios y revistas se ocuparon
de construir la percepción de magnanimidad del acontecimiento, presentando no
solamente al faraón sino también el mundo del Antiguo Egipto a partir del lujo,
el misterio y lo maravilloso, que por momentos se conjugó con la oscuridad y la
muerte. Si los cables fueron una primera base de apoyo y se utilizaron
ilustraciones extranjeras, la prensa local también generó contenido para llegar
al lector porteño: de alguna manera, Tutankhamón no
solamente hablaba de la antigüedad, sino también del mundo moderno, permitiendo
comulgar al lector con la sensación de maravilla.
Lugones y
la maldición de la momia
Fue Leopoldo Lugones quien condensó el interés
porteño en Tutankhamón en dos relatos que fueron publicados en 1923: “El vaso
de alabastro” y “Los ojos de la reina”.[36] Estas dos narraciones
formaron parte de una compilación publicada en 1924: Cuentos fatales.
La seducción, la muerte y el destino son tópicos presentes en
las historias de la antología, pero es en las dos mencionada que se hará especial
referencia al mundo egipcio, a la maldición de la momia y a los poderes
místicos que guían el destino. En “El vaso de alabastro”, Lugones presenta un erudito
escocés de visita en Buenos Aires, Mr. Richard Neale. Hospedado en el Hotel
Plaza, Mr. Neale se encontraba en el país para conversar con aquellas personas
interesadas en los descubrimientos arqueológicos en Egipto. Él no solo era una
persona culta e informada de la historia egipcia, sino que también había
acompañado a Carter y Lord Carnarvon en la apertura de la tumba del faraón.
Mantenía un secreto resguardado de la prensa mundial: lo que terminó con la
vida de Carnarvón no fue otra cosa que el perfume de la muerte que se
encontraba en un vaso de alabastro. Con este enigma oculto en su memoria y que
comparte con el narrador, el horror paraliza a Mr. Neale cuando huele aquella
poderosa fragancia en una mujer que se alojaba en su mismo hotel. Esta misteriosa
mujer, llamada Sha-it, era casualmente de procedencia egipcia; poseedorá de una
belleza impactante, en “El perfume de la reina” se develará que ella no es nada
menos que la reencarnación de la reina Hatshepsut, cuya mirada es fatal: Mr.
Neale se enamora de la increíble belleza de Sha-it, que termina siendo su
inevitable final. Si el perfume era el peligro fantástico que escapa de la
lógica científica en el primer relato, en el segundo ese lugar es ocupado por
la mirada de belleza y muerte de Shat-it; mirada que conocieron, primero, unos
exploradores que encontraron un espejo en una excavación, y que les devolvió no
un reflejo sino un semblante mortal “de más de tres mil años”.
Es importante
entender el lugar del Oriente en la obra de Lugones para dar cuenta de los elementos
que atraviesan estas narraciones. Se ha señalado que, si bien los motivos
orientalistas son marginales en sus escritos, se recurre a estos como un
recurso principalmente estetizante (Gasquet, 2007, p. 211). Así, la suntuosa y
tétrica tumba de Tutankhamón se encuentra llena de
misterios; los objetos que se hallan ahí son fantásticos o de otro mundo, como aquel
perfume que posee un aroma de una “cautividad de treinta siglos en una
perpetuación casi inmortal”; Sha-it, por su parte,
representa el terror y la belleza femenina prototípica del Oriente, dueña de un
halo misterioso y regio. En la a mirada fatal de Sha-it
puede verse un erotismo latente y peligroso, un arma femenina de seducción que,
para los años veinte, se había transformado en un lugar común orientalista gracias
a la figura de la vamp: una representación cinematográfica que
tenía alcance global producto del apogeo del cine hollywoodense y que, gracias
a los largometrajes, será vinculada con mujeres orientales, como Cleopatra o
Salomé, cuya eximia sexualidad puede llevar a la
decadencia moral y material a cualquier hombre.[37] En este sentido,
Shirley Longan Phillips (2013) ha señalado el poder
cautivador del rostro de Sha-it como desencadenante de un juego de flirteo con
resultados trágicos: la muerte de Mr. Neale (pp. 6-7).
En ambos relatos puede encontrarse una dualidad muy marcada, pues converge
la oscuridad de la antigüedad egipcia con la cotidianeidad urbana de Buenos Aires. En “El
vaso de alabastro”, son dos los espacios en donde transcurre la historia de Mr.
Neale: la tumba de Tutankhamón y el Hotel Plaza, en
donde él se hospeda y entabla conversación con el narrador. En “Los ojos de la
reina” se menciona el lugar de trabajo del fallecido Mr. Neale, el Ministerio
de Obras Públicas, mientras que el narrador participa de un cortejo fúnebre de
lo más tradicional, alejado de los rituales egipcios. Esta mixtura puede leerse
como un esfuerzo de Lugones de hacer a Buenos Aires parte de ese mundo que se
encontraba seducido por la egiptomanía, con la muerte
del Mr. Neale en la capital argentina emulando la suerte de Carnarvon
en El Cairo. De esta forma, la cotidianeidad porteña cobra aires inusualmente
místicos.
Al mismo tiempo que un motivo estetizante, en el Oriente en
Lugones también hay huellas de su pensamiento teosófico. Es difícil ignorar el
interés del escritor en los elementos místicos que la esta doctrina populariza
en el cambio de siglo y que el escritor los consideraba trascendentales. El
Oriente teosófico es un repositorio de elementos mágicos, esotéricos y
reveladores, que son esenciales en la búsqueda conocimiento y de la verdad
superadora del materialismo. Este aspecto ha sido vehementemente señalado por
Soledad Quereilhac (2015, pp. 203-220), para quien no existe una contraposición
o separación en los tópicos de la obra lugoniana, en la cual confluyen
experimentos científicos con anhelos esotéricos: el mundo de lo oculto se
encuentra por encima del mundo de la ciencia positiva (p. 207). Tanto en el “El
vaso de alabastro” como en “Los ojos de la reina” hay un elemento mítico que se
encuentra por encima del raciocinio científico: aquel perfume mortal y aquella
mirada fatal forman parte real de la antigüedad egipcia y, por ende, de la
historia del mundo. Las victimas de estas fuerzas sobrehumanas actúan por
impulsos o ignorancia (Carnarvon al oler el perfume, Mr. Neale al ser seducido
por Sha-it), siendo castigados con la tragedia al transgredir principios irrevocables,
vinculados a leyes universales y primordiales (De Mora, 2000 [1995], pp.
37-83). Por otro lado, no es la primera vez que
Lugones aborda la cuestión de la reencarnación, tema caro a la teosofía
orientalista.[38]
Finalmente, ambos
relatos pueden ser indicativos de cierta circulación del tema. La publicación
de pequeñas narraciones en las páginas de diarios o semanarios no era atípica,
sino todo lo contrario: formaba parte de los contenidos misceláneos a los
cuales estaban acostumbrados los lectores desde finales del siglo XIX, cuando Caras y Caretas empieza a publicarse
(Rogers, 2007). Especialmente hay
indicios de una masivización de la tutmanía en “El vaso de alabastro”: desde un principio, Mr.
Neale teme ser tomado por un charlatán, ya que sabe “el descrédito en que han
caído tales cosas”; en otro pasaje, el erudito se ahorra detalles en su
descripción de la apertura de la tumba del faraón, pues sabe que esas son
“cosas popularizadas, por lo demás en todos los magazines”; por último, el
narrador le comenta a Mr. Neale que recuerda haber leído en algún lado, “con
asombro”, la fragancia vaga y distintiva que
inundó el sepulcro real.
Momias y faraones
criollos
Otro
indicador del interés que generó Tutankhamón es la
utilización de su figura para la sátira y el humor político. Es relevante la
aparición del motivo faraónico en el humor gráfico, que es, como sostiene
Florencia Levín (2015) “un tipo particular de discurso social que captura
fragmentos de ideas, imágenes y opiniones” que circula en determinados espacios
sociales y que la prensa masiva los pone a disposición de un heterogéneo
público que “los transforma y los vuelve a lanzar a la circulación (…)”,
permitiendo el “flujo de las representaciones sociales” (p. 24). El humor
gráfico no solamente recoge las percepciones que circulan en determinada
sociedad, sino que presiona activamente sobre ellas para instituir imaginarios
colectivos.
Momias y
faraones aparecieron en viñetas cómicas de origen extranjero y nacional. La Nación publicaba en sus páginas Bringin´up father, una
tira norteamericana que se hizo muy popular los años veinte, que el público
argentino conoció como Pequeñas delicias
de la vida conyugal. Los lectores podían divertirse con las situaciones
cotidianas de una pareja de inmigrantes enriquecidos que intentan amoldarse a
ciertos parámetros culturales, propios de sectores acomodados: Sisebuta, la esposa, es quien pugna por refinarse,
esforzándose para que Trifón, su marido, abandone ciertas acciones y actitudes
vulgares para abrazar el buen gusto y los modales. Fueron recurrentes los
vestidos egipcianizados que lucía Sisebuta,
que incluso regañó en alguna ocasión a Trifón por ignorar totalmente quién
había sido Tutankhamón.[39]
Las versiones
criollas de Sisebuta y Trifón fueron Petronila y
Pancho Talero, que aparecieron dos años más tarde en las páginas de El Hogar, en la tira cómica titulada Las aventuras de Pancho Talero. De la
pluma del dibujante Arturo Lanteri, esta tira cómica repite la fórmula en la
cual la señora de casa busca civilizar a su marido para mostrarse como un
matrimonio culto y moderno. Petronila y Pancho eran dos porteños y, como
habitantes de la ciudad, podría resultar más cercanos que Sisebuta
y Trifón para cualquier lector. Tal vez por este motivo, los guiños a la tutmanía que encontramos en esta historieta hablen mejor de
como los vecinos de Buenos Aires vieron a la figura de Tutankhamon.
Petronila, por ejemplo, se vistió para recibir el año nuevo con un vestido con
motivos egipcianizados, tal vez como un símbolo de mujer
con cierto gusto moderno. Incluso en una ocasión Pancho se molesta de
sobremanera porque su esposa compra vestidos “tutankhamen”
para ella, su hija Mechita y la criada Blanquita (fig. 6). Mientras Petronila
lo trata de ignorante al no comprender sobre gustos refinados, Pancho la
considera una crédula que sigue cualquier tontería de “moda”. Pero decidido a
que devuelvan los vestidos, resuelve jugarles un engaño: Pancho lleva un
sarcófago y se hace pasar por una momia que asusta a las incautas mujeres por
ridiculizar su cultura, que terminan pidiéndole perdón a la momia “Ta-te-ti”.[40]
Fig. 6. Las
aventuras de Don Pancho Talero. El Hogar,
27/4/1923. Biblioteca Nacional Mariano Moreno
El primer
personaje de la historieta argentina, Don Goyo Sarrasqueta
y Obes, también se hará eco de la tutmanía.
Creado en 1913 por el dibujante Manuel Redondo, Sarrasqueta
es un migrante español en una continua búsqueda de un lugar en una Buenos Aires
que cambiaba a pasos agigantados. Como sugieren Judith Gociol
y Diego Rosemberg (2000), Sarrasqueta
se encontraba siempre atento a la actualidad y muy compenetrado con los temas
nacionales, siendo la ciudad no solamente el escenario de sus andanzas sino
parte de su crítica. Es así que imitando a un
arqueólogo, en sintonía con la popularidad de esta disciplina en los años
veinte (Peralta, 2016, pp. 185-222), Sarrasqueta
muestra su museo con las nuevas antigüedades, entre las cuales se encontraba el
refinado vaso de Tutankhamón con su “canuto hueco”,
aunque no era otra cosa que un mate con su bombilla que se podía obstruir como
a cualquier habitante de Buenos Aires.[41]
Dentro de las figuras satíricas, la momia fue también
utilizada como un signo político. Ya ha sido señalado por Silvana Palermo y
Sandra Gayol (2017, pp. 13-27) que la política y la cultura de masas se
influenciaron mutuamente, ya que los productos masivos pueden ser parte de la
“arena de politización”, más allá de que sean consumidos por sectores que no
participen de la esfera política formal. En este sentido, tanto la figura
faraónica como el motivo de la tumba fueron utilizados para hacer referencia a
la situación política nacional. Desde 1922, la Unión Cívica Radical, partido
gobernante, se enfrenta a conflictos internos que cobran notoriedad pública. El
motivo aparente se víncula a la tensión entre Hipólito Yrigoyen, presidente de
la nación entre 1916 y 1922, y Marcelo de Alvear, primer mandatario entre 1922
y 1928.
Las facciones partidarias se multiplican, y el conflicto
principal es demostrar quién tiene el poder en verdad: Yrigoyen había amasado
una enorme cantidad de simpatizantes, que lo erigieron como una sacra autoridad
y le imprimían al radicalismo un tono sensual, agresivo y sectario (Carrera,
1980, pp. 174-175); mientras tanto, otros miembros del partido lo veían como un
perturbador de los principios orgánicos del radicalismo, como un “accidente funesto”
que busca eternizarse en el poder (Persello, 2003, p. 64). La división estaba
clara entre personalistas, partidarios de Yrigoyen, y antipersonalistas,
partidarios de Alvear. En el cambio de gobierno de 1922, la prensa saluda al
nuevo presidente como producto legítimo de una “reacción democrática” contra el
anterior gobierno (Persello, 2003, p. 110). Pero para las elecciones de 1924,
la lucha facciosa no se detiene en lo absoluto, y la prensa se extasía en ello.
Fueron dos dirigentes políticos los principales objetivos de
las comparaciones con el faraón: Elpidio González e Hipólito Yrigoyen. El
expesidente es presentados por momentos como autoritario y hasta despótico,
casi como una farsa histórica que ocultaba sus intenciones para engañar a las
masas y mantener su caudal electoral, siendo el representante de un retorno a
la barbarie (Piñeiro, 2006, p. 122). En una de sus viñetas, Sarrasqueta se suma
a las críticas contra Yrigoyen al compararlo con Tutankhamón: al parecer, en su
tumba se encontró la mano de una momia que sostenía un bastón presidencial y no
quería soltarlo, “como muchos presidentes”.[42]
Tal vez entendido el poder faraónico como total y eterno, el tópico del
despotismo oriental parece reformularse para generar una crítica democrática.
El uso del motivo egipcio para criticar a Yrigoyen no es
nuevo, pero se ve revigorizado y multiplicado en medio de la tutmanía. Ya en
marzo de 1920, las portadas de Caras y Caretas usaron la figura de la
esfinge con el rostro de Yrigoyen y una urna electoral, intentando mostrar lo
anacrónico que es un faraón en el medio de un sistema democrático;[43] cuatro años más
tarde, en mayo de 1924, el semanario mostró en su portada una satira del
exmandatario, ataviado con ropajes egipcios y acompañado con un ave que simulaba
ser el halcón Horus, pero con el rostro del vicepresidente Elpidio González (fig.
7). La situación en ambos períodos es diferente: en 1924, era Marcelo de Alvear
el primer mandatario, y el vicepresidente era González, al que la prensa
señalaba como un ladero que respondía ciegamente al ex primer mandatario. El
faraónico Yrigoyen tenía una sartén por el mango en una mano y la urna de votos
de Buenos Aires en la otra: en ese año se realizaron elecciones legislativas,
que demostraron el apoyo popular que tenía Alvear. La imagen tal vez haga
referencia a la perdida de apoyo del expresidente, aunque dando a entender que
ninguna manera se retiraría de la arena política. Los jeroglíficos ilegibles no
eran otra cosa que artículos cotidianos de la vida porteña, como cuchillos,
mates, empanadas o chorizos, que podían significar, según uno de los hombres
que contemplaban la imagen, “no está muerto quien pelea”.[44]
La utilización de estos objetos de uso común, en función a la urna de votos,
también puede estar estrechamente relacionado con la filiación popular que
muchos opositores achacaban al radicalismo y, especialmente, a Yrigoyen. El
vicepresidente Gonzáles fue otro blanco central de las críticas. Hombre de
confianza de Yrigoyen, era visto como la mano invisible del expresidente
radical para limitar el poder del jefe de Estado (Piñeiro, 2006, pp. 129-130).
En una carta, un caricaturizado González le pedía al faraón Alvear los
atributos presidenciales: “espero el bastón, mándeme la banda. Apúrese
Marcelo",[45] acompañado por
otros personajes de la política argentina egipcianizados (fig. 8). Un año más
tarde, se disfrazaría de Tutankhamón para los carnavales de 1924, demostrando
su ambición personal de suplantar al presidente y su actitud antirepublicana.
Fig. 7. El Tutankhamon criollo. Caras y Caretas, 3/5/1924. Biblioteca
Nacional Mariano Moreno.
Fig. 8. La carta de Elpidio. Caras
y Careta, 14/4/1923. Biblioteca Nacional
Mariano Moreno
El semanario Atlántida
hizo alusiones con motivos egipcios para atacar el funcionamiento del Senado,
ya sea utilizando la figura del “Tutankhamón criollo” o representando al
Congreso como un sepulcro de momias[46]
en relación a la inercia parlamentaria, metida de lleno en las tensiones entre
personalistas y antipersonalistas que incluso llegó a despojar al
vicepresidente González de la facultad de nombrar miembros de las comisiones
(Piñeiro, 2006, p. 131). El frontispicio de una edición mostraba dos mujeres
que representaban a Jujuy y Córdoba, provincias que irían a ser intervenidas
por el poder ejecutivo, con la leyenda “hay para rato”[47]
(fig. 9). Ambas señoritas estaban vestidas con ropajes clásicos, con una
probable referencia republicana y en contraposición al sarcófago faraónico, que
representaba los oscuros manejos del Senado. Las intervenciones federales de
estas dos provincias fueron tomadas como un signo de la voluntad
antidemocrática del radicalismo personalista. Jujuy recién será intervenida
hacia fines de 1923, pero la intervención de Córdoba resultará fallida: había
sido sancionada en la Cámara de Diputados ya en octubre de 1922, pero finalmente
será rechazada recién en julio de 1924 (Piñeiro, 2006, pp. 131-136). Ya se
había señalado que el tópico de la perennidad milenaria de la tumba de
Tutankhamón había sido retomado virtualmente por casi toda la prensa, motivo
por el cual no resulta descabellado suponer que se utilizó un tema que circuló
entre los diferentes sectores sociales para criticar al poder político.
Fig. 9. Frontispicio. Atlántida,
14/6/1923. Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Conclusiones
Hacia los primeros
años veinte, los habitantes de Buenos Aires pudieron sentir parte de esa
fascinación que invadió al mundo entero. El descubrimiento de la tumba de Tutankhamón hizo que el Antiguo Egipto sea un tema
cotidiano: las imágenes mostraban al rey en su esplendor, mientras el
misterioso poder sobrenatural y la maldición del faraón permitiría cargar de
misticismo a esta sociedad.
Es cierto que gran
parte de este contenido era de precedencia extranjera y se repetía a través de
diferentes publicaciones, evocando un sugerente y místico universo perdido a
partir de artículos en los periódicos, cables, notas de actualidad, cuentos e
ilustraciones. Pero la prensa vernácula no se limitó a reproducir el material
extranjero, sino que buscó filiar a la sociedad porteña con el novedoso mundo
de Tutankhamón. Así, se buscó darle un tono vernáculo al tema, llegando
a publicitar una momia argentina.
La producción de este contenido a
escala más local permitió vincular a esta sociedad extraeuropea con el
horizonte global. Así, un lector no solamente podría seguir de forma métodico
el devenir del descubrimiento y sus huellas en Europa, sino que el Antiguo
Egipto se hará presente cuando Leopoldo Lugones traslade ficcionalmente la magia
egipcia
a las calles de Buenos Aires, o cuando los diarios y revistas utilicen la
figura del faraón Tutankamón para criticar la feroz interna del partido
gobernante. El enorme interés que despertó la
figura de Tutankhamón puede entenderse como la expresión del afán cosmopolita de una sociedad
que, hacia los años veinte, distaba mucho de ser un pequeño conglomerado urbano
decimonónico. Es que la tutmanía fue un nexo que permitió a la sociedad porteña
formar parte de un horizonte global, apropiándose de Tutankamón
Hacia 1925, la presencia del faraón
empieza a discontinuarse: seguirá apareciendo material referido a él o a la
cultura egipcia, pero con menos fuerza e intensidad. La tutmanía había perdido
su potencia, aunque sin desaparecer: periódicos como Crítica, La Nación y La Razón seguirán esporádicamente
informando a sus lectores sobre las novedades arqueológicas y el estudio
científico de la tumba de Tutankhamón (Peralta, 2016, pp. 185-222). Como Méndez
y Belej (2012) lo han señalado, mausoleos del Cementerio de Recoleta fueron
ornamentados con motivos egipcianizantes, o refaccionados o construidos hasta
finales de la década de 1920, dejando en evidencia que Egipto seguía formando
parte, por lo menos, del gusto de la élite. Un detalle de estos mausoleos es
que las referencias al Antiguo Egipto desbordan ampliamente las imágenes que
circularon la prensa durante la tutmanía: amuletos de faraones, diosas poco
conocidas y símbolos culticos pueden ser indicativos que Tutankhamón efectivamente
fue un signo popular y democratizante al cual los miembros de la elite hacen
poca referencia.
Aunque parte de un
pasado casi mítico, el Antiguo Egipto y Tutankhamón,
se transformaron en la novedad para las y los porteños de los años veinte. La
vida urbana y el progreso científico no fueron tópicos irreconciliables con
esta antigüedad sensual y misteriosa, sino la base en donde se apoyó la tutmanía, que pudo hacer
resurgir un tiempo y espacio que permitió a los modernos lectores y consumidores
urbanos alejarse del presente.
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Recibido: 30 de octubre de 2020
Aceptado: 15 de noviembre de 2020
Versión
Final: 26 de noviembre de 2020
[1] El presente trabajo es
una versión adaptada de un
capítulo de mi tesis de maestría en Historia Contemporánea (UNGS), El encanto
orientalista. Representaciones y consumos del Oriente en la prensa porteña de
los años veinte (1919-1925). La investigación fue dirigida por la Dra. Paula
Bontempo, a quién agradezco todos los comentarios y señalamientos realizados.
También quiero agradecer la lectura, los comentarios y las sugerencias realizados
por los evaluadores anónimos, que me permitieron clarificar, profundizar y
excluir algunos de los temas abordados.
[2]Tutankhamón (1322-1322 a.C)
es el onceavo faraón de la Dinastía XVIII, hijo del faraón Akhenatón.
Mientras Akhenatón rompió relaciones con el poderoso sacerdocio de Amón,
mudó la capital a Tell-el-Amarna, y declaró el monoteísmo, Tutankhamón
fue el soberano que dio los primeros pasos para volver a la ortodoxia, e
incluso emprendió cierta política expansionista, especialmente hacia Asia y
Nubia. Fallece antes de cumplir veinte años. (San Martín y Serrano, 1998, pp.
312-313, 345).
He decidido seguir la sugerencia de un
evaluador y escribiré en el trabajo Tutankhamón y no
Tutankamón, que deriva de la transliteración de su nombre en su titulatura
real.
[3] En este aspecto, el presente trabajo
sigue los lineamientos que han sido vislumbrados en trabajos como los de Sylvia
Saitta (1998) y Paula Bontempo (2012). Mientras Saitta ha indagado como el diario Crítica construyó
un pacto de lectura con sus lectores a partir de un análisis estructural del
periódico, Bontempo ha desmenuzado la producción editorial de Atlántida,
dando cuenta cómo se conformaron productos que configuran sujetos
diferenciados. Sobre la relevancia de la prensa masiva en los años veinte,
puede consultarse Sarlo (2011 [1985]); Saitta, (1998, 2000); Bontempo (2012); y Rogers (2014).
Sobre el impacto de la prensa en tanto artefacto modernizador, Caimari (2015, 2018).
[4] Fryxell retoma el concepto de
“encantamiento de la modernidad” como lo entiende Michael Saler (2006, 2012;
Saler y Landy, 2009), que discute la extendida concepción de modernidad como un
espacio de desencantamiento y progresiva individuación y racionalización. En
vez de ponderar la pérdida del poder de la magia en las sociedades modernas,
Saler sugiere que se producen continuamente estrategias de encantamiento
secular que expresan anhelos, deseos y ansiedades sociales.
Los tópicos de encantamiento no son
ajenos a esta ciudad que había experimentado, en el correr de unas décadas, un
enorme crecimiento poblacional a raíz de una importante migración, una
alfabetización masiva y un crecimiento económico vertiginoso Beatriz Sarlo (1997 [1992]) ya había señalado el tópico del
encantamiento en la fuerza de la fantasía técnica del hombre moderno, que ve
todo posible y verosímil; más recientemente Soledad Quereilhac
(2016) ha investigado las fantasías que despertaba la ciencia de entresiglo y las permeables fronteras entre la racionalidad
y lo oculto e insondable.
[5] Una definición clásica del
orientalismo se encuentra vinculada a la obra pionera de Edward Said (2002
[1978]), en tanto discurso que genera concepción occidental que define, estudia
y tipifica el ‘Oriente’ como un espacio-tiempo antagónico a Occidente, anclando
su estudio a las metrópolis imperiales del siglo XIX. Las investigaciones sobre
los orientalismos latinoamericanos han sido lo realmente
fructíferos en la crítica literaria (Altamirano,1994; Tinajero, 2003; Nagy Zekmi, 2006, y 2008; Jardines del Cueto, 2016), aunque no
fue así en otras disciplinas. Por ejemplo, las producciones vinculadas a la
historiografía han sido menos exploradas, a pesar de la existencia de trabajos
como los de Hernán Taboada (1998), de los primeros en proponer la existencia de
un “orientalismo periférico”, vinculado a la recepción y circulación del
orientalismo europeizado en los sectores intelectuales criollos. Esta situación
probablemente pueda servir como un indicador de la importancia de los enfoques
transdisciplinarios para analizar estos fenómenos, como así lo demuestran
trabajos recientes como los de Axel Gasquet (2007, 2015) y Martín Bergel
(2015).
[6] La producción sobre la egiptomanía es realmente extensa, siendo los casos más
estudiados los de las historiografías anglosajonas, especialmente abocadas a
analizar los fenómenos estadounidense e inglés. Lamentablemente, no se le ha
dedicado el mismo interés en la historiografía latinoamericana, a excepción del
caso brasileño que cuenta con una asidua producción Es necesario resaltar el
trabajo de Margaret Bakos (2004), una compilación que
indaga en las apropiaciones de la antigüedad egipcia en diferentes contextos de
la historia brasileña. Un extenso y minucioso estado de la cuestión fue
realizado por Bakos, Santos, Coelho y da Silva
(2012).
[7] También puede nombrarse la
investigación de Dante Peralta (2016), si bien no se enfoca en la egiptomanía, resalta el interés de la prensa de los años
veinte por el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón,
aunque relacionado con el interés del discurso científico en general y de la
arqueología en particular.
[8] La obra de
Bergel (2015) es actualmente la investigación con mayor proyección
historiográfica. Su hipótesis central sugiere que el impacto de la guerra
trastoca las nociones sobre el Oriente que dominaron durante la segunda mitad
del siglo XIX: si el afán eurocéntrico de
la intelectualidad argentina fomentó una visión del Oriente vinculada al
salvajismo y la barbarie, tópicos comunes en el orientalismo europeo, la
Primera Guerra Mundial socavará los fundamentos del mundo occidental,
permitiendo la emergencia de un discurso que él llamará orientalismo invertido,
en tanto fuerte resquebrajamiento de la influencia europea y una nueva
ponderación superlativa sobre el Oriente. Desde su perspectiva, la prensa desde
finales del siglo XIX permitió expandir la visión orientalista predominante
negativa, al insertar al Oriente en una “imaginación geográfica-cultural” más
amplia y dinámica (p. 94).
[9] Para el caso español, Esther Pons
Mellado (1999) también ha puesto en relieve el rol de la prensa en su análisis
de la cobertura periodística a la visita de Carter a Madrid hacia fines de
1924.
[10] Esta es la línea de trabajos como los
Sandra Szir (2011) y Julia Ariza (2017), o las
compilaciones de Marcela Gené y Laura Malosetti Costa (2009), o de Gené
y Szir (2018). Retomaré especialmente la propuesta de
Louis Marin (2009), que entiende a las imágenes con
una capacidad de potencia creadora, cuya capacidad representacional subvierte
el orden entre la imagen y su referente.
[11] Si bien la afirmación de Wheatcroft se vincula al proceso de democratización de la
cultura visual del Antiguo Egipto entre los siglos XIX y XX a partir de los
temas esotéricos, es importante señalar que desde el siglo XVI hay un interés
profundo en la antigüedad egipcia en la que la palabra escrita viene acompañada
por ilustraciones. Siguiendo el planteo de Assmann
(2005), fueron el Renacimiento y los siglos XVI y XVII los principales momentos
de reapertura egiptomaníaca, con importantes dosis de
fascinación y misterio, pues durante la Edad Media el lugar de Egipto fue
marginal (pp. 58-59). En este contexto, las traducciones del Corpus Hermeticum
de Hermes Trimegisto, o de Hieroglyphica de Horapollo interesaron a los humanistas renacentistas al ser
elementos que asediaban el discurso científico y religioso preconcebido. El
descubrimiento de la tabla isíaca, Mensa
Isiaca, una placa de cobre que data del siglo I y que muchos especularon
que era una llave que permitiría conocer los secretos de la religiosidad y escritura
egipcia, profundizó la egiptomanía renacentista y dio
pie a la proliferación de ilustraciones que emulaban sus motivos pictóricos,
como Hypnerotomachia Thesaurus Hieroglyphicorum (1608) de Herwart
von Hohenburg. El ejemplo
más relevante de la fascinación que despertó este artefacto probablemente sea
la obra central de Athanasius Kircher
Oedipus Aegyptiacus, cuyos tres volúmenes fueron publicados entre 1652 y 1654. La tabla
isíaca era, según Kircher, una representación del
orden cósmico que incluso podría ayudar a revelar los orígenes de las
religiones. También proclamó haber descifrado la escritura jeroglífica, a pesar
que eventualmente se descubrió que los signos grabados en la placa no eran nada
más que motivos decorativos. Véase Assmann (2005); Curl (2005, pp. 43-226); y Gómez Espelosín
y Pérez Largacha (1997, pp. 126-131)
[12] El mural en cuestión corresponde al
sepulcro de Nakht, un funcionario estatal durante el
gobierno de Tutmosis III.
[13] El descubrimiento de Lord Carnarvon en el Valle del Nilo, La Nación,
14/1/1923.
[14] Los nuevos descubrimientos
arqueológicos en Egipto, Crítica, 16/1/1923.
[15] El más
emocionante momento de un arqueólogo, Crítica, 19/1/1923.
[16] Tutankhamen
sale a la luz Crítica, 19/1/1923; Los tesoros de Tutankhamen, Crítica, 20/2/1923; El guardián
de la tumba de Tutankhamen, Crítica, 22/2/1923;
Tutankhamen guardándose a sí mismo, Crítica, 7/3/1923;
Una escena de hace treinta y dos siglos, Crítica, 8/3/1923; En la
tumba de Tutankhamen, Crítica, 27/3/1923.
[17] La esposa
de Tutankhamon… en Buenos Aires, Crítica,
28/2/1923.
[18] Como
peleaba Tutankhamen en sus batallas, Crítica,
1/4/1923.
[19] El último
refugio de Tutankhamon, Crítica, 5/4/1923.
[20] Por ejemplo, Próximo
viaje de la reina de Bélgica a Egipto, La Nación, 5/2/1923; Ha sido
abierto ayer el sepulcro de Tutankhamon, La Nación,
16/2/1923; Fue cerrada la Tumba de Tutankhamón, La
Nación, 26/2/1923; En la tumba de Tutankhamon,
La Nación, 13/1/1924; El día 12 será abierto el sarcófago de Tutankhamon, La Nación, 9/2/1924; Fue abierto el
sarcófago de Tutankhamon. La Nación, 13/2/1924;
Mr. Carter pretende la mitad de los tesoros descubiertos en Luxor, La
Nación, 15/2/1924; El incidente de la tumba de Tutankhamon,
La Nación, 17/2/1924; El sepulcro de Tutankhamon
La Nación, 20/2/1924.
[21] Por ejemplo, Apuntes de un viaje de
turismo por Egipto, La Nación, 20/1/1924.
[22] Figuras
del momento, El Hogar, 9/3/1923
[23] La moda de
Tutankhamón, El Hogar, 27/4/1923.
[24] Tesoros
ocultos, Caras y Caretas, 31/3/1923; Actualidades, Caras y Caretas,
21/4/1923; Concurso infantil, Caras y Caretas, 5/5/1923; Las bodas en
Egipto, El Hogar, 11/5/1923; Los jeroglíficos egipcios, El
Hogar, 1/6/1923; El origen de nuestras letras, El Hogar, 22/6/1923.
[26] Tutankhamon’s
Tomb, Caras y Caretas, 12/1/1924.
[27] De todas
partes, Atlántida, 22/2/1923; La moda de Tutankhamon,
El Hogar, 27/4/1923; Una escena de hace treinta y dos siglos, Crítica,
8/3/1923
[28] Superstición, Atlántida, 5/7/1923.
[29] La maldición de los dioses, El
Hogar, 13/4/1923.
[30] La maldición de Osiris, Caras y
Caretas, 14/3/1925
[31] La maldición de los dioses, El
Hogar, 13/4/1923.
[32] El castigo de los profanadores de
tumbas, Caras y Caretas, 22/9/1923.
[33] Momias egipcias, Caras y Caretas,
3/5/1924
[34] En la tumba de Tutankhamón,
Caras y Caretas, 2/4/1924.
[35] Ha sido
encontrada una momia ‘argentina’ cuya conservación es perfecta, Crítica,
18/5/1923; En el cerro Lincancao fue descubierta una
momia, La Nación, 18/5/1923; El Tutankhamon
argentino, Crítica, 9/6/1923. En Atlántida incluso
aparecerá una nota satirizando el descubrimiento arqueológico. Veáse ¡¡Apareció el cadáver de nuestro ex Director!!, Atlántida, 1/6/1923.
[36] El vaso de alabastro, La Nación, 19/8/1923;
Los ojos de la reina, La Nación, 28/9/1923.
[37] La figura vamp aparece mediados de los años diez y
principios de los veinte e invaden la imaginación del mundo entero. La actriz Theda Bara fue iniciadora cuando protagonizó en 1915 el
film A Fool There Was, en el cual personifica a una mujer que seducía y
fascinaba a un padre de familia, para luego llevarlo a la decadencia absoluta.
La mujer vamp conlleva el peligro de la
sensualidad y sexualidad femenina. Una mirada fascinante y performances
las antípodas de lo natural se amalgamaban con ropa lujosa, el exhibicionismo
de las poses y magnificencia de las ceremonias. Véase la obra de Antonia Lant (1992) y De Baecque (2006).
[38] El tema de la reencarnación fue
abordado por Lugones en “Ensayo de una cosmogonía en diez
lecciones”, en Las fuerzas extrañas.
[39] Pequeñas delicias de la vida conyugal,
La Nación, 31/5/1923. Puede verse a Sisebuta vistiendo ropajes egipcianizados
en las entregas de La Nación,
24/5/1923; y La Nación, 2/6/1923
[40] Las aventuras de Don Pancho Talero, El Hogar 27/4/1923. Sisebuta
luce su vestido faraónico en la publicación del 28/12/1923. Para un análisis
sobre las marcas de género que se presentan las historietas mencionadas, véase Gené (2012).
[41] El museo de Sarrasqueta,
Caras y Caretas, 20/10/1923.
[42] Sarrasqueta
no aguanta latas, Caras y Caretas,
29/12/1923.
[43] Las portadas son las de Caras y
Caretas, 6/3/1920; y Caras y Caretas, 27/3/1920
[44] El Tutankhamon
criollo, Caras y Caretas, 3/5/1924
[45] La carta de Elpidio, Caras y Caretas, 14/4/1923
[46] Los frontispicios alusivos son
respectivamente los de Atlántida,
1/3/1923; y Atlántida, 14/6/1923.
[47]
Frontispicio, Atlántida, 14/6/1923.