“Hasta
que valga la pena vivir”: violencia y reproducción social como claves de la
emergencia feminista contemporánea en América Latina
“Until living becomes worth it”: violence and social reproduction as keys
to Latin American contemporary feminist rise
Luna Follegati Montenegro
Universidad
de Chile (Chile)
lfollegatti@gmail.com
Pierina Ferretti
Centro de
Estudios Culturales Latinoamericanos,
Facultad de Filosofía y Humanidades,
Universidad
de Chile (Chile)
pierinaferretti@gmail.com
Resumen
El
artículo ofrece una lectura sobre la emergencia feminista contemporánea en
América Latina. La hipótesis que se plantea es que los feminismos actuales en
el continente se aglutinan en torno al tema de la violencia contra las mujeres
y cuerpos feminizados. Esta centralidad de la violencia se debería, por una
parte, a la importancia de la trayectoria histórica que ha tenido esta temática
en la historia reciente vinculada a las dictaduras y procesos autoritarios, y,
por otra, a las condiciones de recrudecimiento de la violencia contra las
mujeres y cuerpos feminizados en un escenario de neoliberalismo avanzado y
crisis de la reproducción social. Se recorre el tratamiento que el movimiento
feminista ha dado a la problemática de la violencia contra las mujeres y
cuerpos feminizados tanto en su sentido específico como en sus dimensiones
estructurales, destacando el rol articulador a nivel histórico y contemporáneo.
Además, se aborda la reflexión sobre la violencia en clave estructural y el
problema de la reproducción social en un contexto de crisis de los cuidados y
de luchas y conflictos asociados a estas dimensiones de la vida social. En la
conclusión se plantean perspectivas críticas y aperturas que presenta el
movimiento en la actualidad.
Palabras clave: Movimiento feminista; violencia
de género; crisis de cuidado; violencia estructural; teoría feminista.
Abstract
The article offers a reading on the contemporary
feminist rise in Latin America. The hypothesis is that current feminisms in the
continent are gathered around the issue of violence against women and feminized
bodies. This centrality of violence is due, on the one hand, to the importance
of the historical trajectory that this theme has had in recent history, linked
to dictatorships and authoritarian processes, and, on the other hand, to the
conditions of intensification of violence against women and feminized bodies in
a scenario of advanced neoliberalism and crisis of social reproduction. It
reviews the treatment that the feminist movement has given to the problem of
violence against women and feminized bodies both in its specific sense and in
its structural dimensions, highlighting the articulating role at the historical
and contemporary level. It also addresses the reflection on violence in a
structural key and the problem of social reproduction in a context of crisis of
care and struggles and conflicts associated with these dimensions of social
life. In the conclusion, critical perspectives and openings presented by the
movement today are raised.
Keywords:
Feminist
movement; gender violence; care crisis; structural violence; feminist theory.
1.
Introducción
“Cuarta ola”,
“marea verde” o “revolución feminista” son algunos de los modos en que se ha
nombrado la emergencia contemporánea de movimientos de mujeres
sorprendentemente masivos en distintos puntos del globo en los últimos cinco
años. Más allá de las denominaciones provisorias, resulta insoslayable que
estamos ante un fenómeno nuevo, que si bien hunde sus raíces en la historia
larga del movimiento feminista y sus anteriores momentos de irrupción masiva en
el espacio público, constituye en sí mismo un episodio particular con
características propias, que, por una parte, dan continuidad a demandas
feministas de larga data y, por otra, amplían el radio de acción y de
intervención feminista a esferas de la vida social cada vez mayores,
incorporando cuestionamientos a la política financiera, la ecología, el extractivismo y los sistemas de seguridad social, por poner
algunos ejemplos.
Con los límites que tiene todo intento de fechar
procesos que se fraguan durante décadas, podríamos situar el comienzo de este
nuevo ciclo en el paro de mujeres convocado en Argentina en junio de 2015 como
protesta ante el femicidio de la adolescente Chiara Páez, ocasión en la que,
además, se popularizó la consigna “Ni Una Menos” que al día de hoy es un grito
global contra la violencia hacia las mujeres. La contundencia de ese acto,
convocado y efectuado en pocos días y con una inusitada adhesión, indicaba una
modificación social profunda hacia la violencia de género: el tránsito de la
naturalización al rechazo, y de la victimización en el espacio privado a la
agencia política en la esfera pública. La lucha contra la violencia se volvió,
así, un motor capaz de movilizar enormes masas de mujeres, traspasando incluso
fronteras geográficas. De igual manera, el movimiento feminista estudiantil
chileno, cuyo despliegue se produjo entre los meses de abril y julio del 2018,
destacó un importante aspecto al relevar reivindicaciones como la Educación no
sexista y denunciando situaciones de acoso y abuso sexual en los espacios
educativos, manifestaciones que se replicaron en otros países como México y
Colombia (Mingo, 2020; Forero, 2019). En todos ellos, el contenido volvía a ser
uno solo: no más violencia hacia las mujeres en la Universidad. A partir de
allí, presenciamos una multiplicación de movilizaciones cada vez más masivas y
transnacionales, como lo confirmó tanto el fenómeno global de la performance
“Un violador en tu camino” que, iniciado en Chile por el colectivo Las Tesis,
dio la vuelta al mundo (Follegati, 2020), como la
inédita masividad que alcanzó la conmemoración del Día Internacional de las
Mujeres Trabajadoras en marzo de 2020.
Siendo uno de
los procesos sociales más relevantes de nuestra época, la caracterización
precisa de esta emergencia feminista es compleja, porque en ella convive una
heterogeneidad importante de perspectivas y una diversidad generacional, de
clases y étnica que cuestiona las lecturas clásicas sobre los movimientos
sociales (Tarrow, 1989; Melucci, 1996; Touraine, 1985). En las actuales
movilizaciones de mujeres habita una diversidad enorme y en las calles pueden
encontrarse desde feministas socialistas a feministas liberales, militantes
políticas a mujeres sin militancia alguna y, al menos en Chile, la escala
masiva de las manifestaciones feministas se ha debido precisamente a la
movilización de mujeres que no necesariamente pertenecen a un colectivo,
organización o partido. Conceptos como clase obrera (en su acepción tradicional
asociada al proletariado industrial), conciencia de clase, contradicción
primaria, o la polaridad izquierda-derecha, que fueron piezas clave de la caja
de herramientas teóricas con las que se comprendió la conflictividad social y
el antagonismo en el siglo XX, no alcanzan para dar cuenta de lo que está
ocurriendo con el movimiento feminista. Entretanto, los ensayos interpretativos
que mejor capturan la novedad del momento presente recién están viendo la luz
(Gago, 2019; Pleyers, 2018; Almeida, 2020). Sin
embargo, hay un consenso en que la masividad de las movilizaciones que se han
producido, su carácter transnacional y la centralidad que adquieren tanto el
repudio a la violencia contra las mujeres como el derecho al aborto, son marcas
de identidad que caracterizan esta emergencia, así como la constatación de la
preponderante presencia de mujeres en las más importantes luchas contra el extractivismo y la desposesión de los bienes comunes, y en
otras disputas que se libran en el terreno de la reproducción social. A modo de
clave de lectura, es posible señalar que en la actualidad la articulación
masiva y explosiva del feminismo ha estado vinculada a la necesidad de una
respuesta inmediata frente a situaciones sociales urgentes, donde resaltamos
dos ejes: la violencia extrema contra las mujeres y las condiciones de
precarización de la vida producidas por el avance neoliberal en la región.
A partir de
lo anterior, el objetivo del presente artículo es proponer algunas propuestas
de lectura para comprender la emergencia actual del movimiento feminista en
América Latina. En este sentido, es posible señalar que los feminismos de la
historia reciente latinoamericana han situado el problema de la violencia
contra la mujer de forma insistente en el plano político, cuestión que ha sido
desarrollada tanto por la acción del movimiento feminista, como también por el
posicionamiento de la temática en la agenda internacional. En la actualidad,
uno de los aspectos gravitantes del movimiento ha estado vinculado a la
activación y visibilización del problema a partir de
consignas que explicitan situaciones como los femicidios, o la comprensión de
la violencia como un continuo, a través de consignas como “ni una menos” y
“vivas nos queremos”. El carácter transversal de estas demandas en América
Latina, señala la potencia contingente y actual que ha adquirido el feminismo
en la región, relevando la importancia histórica de la lucha de las mujeres en
esta materia. En este sentido, se vuelve ineludible referirnos a dos aspectos,
tanto el carácter histórico de las demandas contra la violencia hacia las
mujeres como también el potencial articulador que contiene el problema. Así,
podría pensarse que la temática de la violencia ha sido un factor sustantivito
para la articulación del movimiento feminista, pero también para la activación
de su potencia y masividad actual. A modo de hipótesis para el presente
artículo, es posible señalar que el factor aglutinante del eje violencia en los
feminismos latinoamericanos actuales radicaría en dos aspectos. Por una parte,
en la importancia de la trayectoria histórica que ha tenido esta temática en la
historia reciente vinculada a las dictaduras y procesos autoritarios, aspecto
asociado a la proliferación de organizaciones y colectivos sobre la materia.
Por otra, en la problematización específica de la violencia contra las mujeres
en clave estructural, es decir, como un problema que posibilita la comprensión
de otros tipos de violencia, ya sea económica, política, institucional,
laboral, etc. Así, el feminismo ha
provisto a las mujeres de herramientas teóricas y prácticas para hacer frente a
problemas urgentes del presente: la falta de derechos sexuales y reproductivos,
la violencia de género y la crisis la reproducción social de la vida son los
elementos como aspectos aglutinantes que explican el y factores sustantivos del
carácter masivo que este ha adquirido durante los últimos años.
Conceptualmente,
consideramos el término violencia a partir de las características desarrolladas
por Segato (2003) y Osborne (2009), enfatizando que
la violencia corresponde a un fenómeno estructural, considerando el amplio
espectro que abarca desde la violencia sexual a situaciones acoso y malos
tratos, fundamentadas en las relaciones de género cimentadas por el sistema
patriarcal. En este sentido, la violencia contra las mujeres correspondería a
un mecanismo de control y disciplinamiento, en tanto
establece un lenguaje desde la violencia que responde a un principio que
potencialmente expone a todas las mujeres, comprendiendo la violencia como un
continuo, es decir, que “sería un extremo de conductas que se consideran
normales” (Osborne, 2009, p. 16). La violencia contribuye a una estructura de
diferenciación entre sujetos masculinos y femeninos, estableciendo una
oposición y generando una estructura de relaciones de carácter simbólica donde
lo masculino y femenino se articulan como posiciones relativas, más allá de las
anatomías del hombre y la mujer (Segato, 2003). En
este sentido, el sistema patriarcal configura en el cuerpo de las mujeres un
espacio de control, dominación y subordinación, a través de la normalización de
las jerarquías diferenciadoras de lo masculino y lo femenino. Por este motivo,
nos referiremos a la violencia contra las mujeres y cuerpos feminizados
explicitando así la necesidad de enfatizar en el acento de la violencia de
género perpetrada desde el canon patriarcal, machista o sexista, y evidenciando
además que las víctimas corresponden mayoritariamente a mujeres y cuerpos
feminizados (Follegati, 2019). Así, concordamos con
Rita Segato al señalar que los procesos de violencia
articulan “estrategias de reproducción del sistema, mediante su refundación
permanente, la renovación de los votos de subordinación de los minorizados en
el orden de estatus, y el permanente ocultamiento del acto instaurador. Sólo
así es posible advertir que estamos en una historia, la profundísima historia
de la erección del orden de género y de su conservación por medio de una
mecánica que rehace y revive su mito fundador todos los días” (Segato, 2003, p. 113).
El artículo
está compuesto por cuatro apartados. El primero, “La emergencia histórica de
los feminismos actuales”, busca relevar la especificidad histórica de la
emergencia feminista contemporánea ocurrida en un contexto global y regional
determinados por el estado avanzado de la expansión neoliberal. Luego, en “El
nudo de la violencia como clave de articulación y reivindicación histórica”, se
recorre el tratamiento que desde el movimiento feminista se ha dado a la
problemática de la violencia contra las mujeres, destacando el rol articulador
que esta cuestión ha tenido en el desarrollo histórico del movimiento y en la
adhesión masiva que concita en la actualidad. En “Violencia estructural y
crisis de la reproducción social” se enfatiza en la mirada que el feminismo ha
desarrollado en torno a las violencias estructurales y a partir de ella
centrarnos en la reactivación de la reflexión sobre la reproducción social en
el presente, en un contexto de crisis de los cuidados y de luchas y conflictos
sociales asociados a estas cuestiones. En la conclusión, se plantean ejes
críticos y aperturas sobre el desarrollo actual del movimiento feminista
latinoamericano, así como potenciales proyecciones y desafíos venideros.
2.
La emergencia histórica de los feminismos actuales
El movimiento
feminista posee un importante eje histórico y situado. Sus reivindicaciones,
formas de organización, tendencias y despliegue se estructuran en relación a
fuerzas globales en pugna, como también a las coyunturas políticas y sociales que
atraviesan los Estados y contextos locales. En la actualidad, y a diferencia de
las movilizaciones de los sesenta y setenta producidas en un escenario de
ascenso de las luchas populares, la emergencia feminista ocurre en un momento
de hegemonía neoliberal a escala planetaria y de un avance intensivo del
capital sobre la vida, distanciándose del movimiento de la segunda ola (Schild, 2016). Los feminismos de los sesenta y setenta
ocurrieron en un momento de crisis del orden social de la posguerra y de radicalización
política, donde las luchas de liberación nacional, el black
power, la oposición a la guerra de Vietnam, el mayo
del 68’ y una miríada de movimientos contestatarios en el campo cultural, se
trenzaban con las luchas por el aborto y los derechos reproductivos, el salario
para el trabajo doméstico, los movimientos de liberación homosexual y con los
feminismos negros que introducían los elementos de raza y clase a los análisis
y campos de disputa. En América Latina, esos mismos años fueron de transformación
del escenario político en el ciclo abierto por la Revolución Cubana. Izquierdas
de nuevo cuño buscaban radicalizar los procesos de superación de los proyectos
nacional desarrollistas que mostraban sus límites y complicidades con el
imperialismo. Fue un período marcado por el ascenso de la lucha armada en la
mayoría de los países de la región y si bien ya existían militantes y
organizaciones feministas, la opresión de las mujeres tendió a ser concebida
como una contradicción secundaria, que se resolvería con el triunfo
revolucionario, tal como ha planteado la socióloga chilena, y figura clave del
feminismo latinoamericano, Julieta Kirkwood (1986).
Ahora bien,
con las diferencias que deben reconocerse entre lo que acontecía en el espacio
euro-norteamericano y lo que ocurría en América Latina, consideramos que el
feminismo de aquel periodo formó parte de las luchas populares en ascenso,
luchas que –sobre todo en el llamado Tercer Mundo– serían brutalmente
derrotadas. En el caso particular de nuestro continente, fue en el contexto de
esas derrotas que se produce una emergencia feminista más nítida que en los
años anteriores, ligada a la lucha por los derechos humanos y a las
organizaciones populares que hicieron frente a la crisis económica provocada
por los ajustes neoliberales de los años ochenta. Años en que se inician los
Encuentros Feministas Latinoamericanos y en que circulan un conjunto de
materiales de difusión por diversos países del continente. En el centro de las
publicaciones feministas se situaban las luchas por la democracia, el vínculo
entre autoritarismo y patriarcado, y la defensa de la vida en un doble frente:
por una parte, contra el secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición
de militantes políticos por parte de las dictaduras; y por otra, en la
organización popular para combatir el hambre y la necesidad económica en los
años de la crisis provocada por el ajuste estructural.
En la
actualidad, el feminismo se levanta en un mundo que no está caracterizado por el
avance o las victorias del campo popular sino más bien por la agudización de
las consecuencias provocadas por el modelo de acumulación neoliberal que arrasó
con las conquistas alcanzadas por la clase trabajadora durante la segunda mitad
del siglo XX. Hoy en día, tras cuarenta años de expansión del neoliberalismo a
escala global, los efectos sociales, políticos y ecológicos que esta fase de
acumulación capitalista ha producido adquieren una magnitud tal que el estado
de crisis es insoslayable. Estas condiciones determinan la significación
histórica de la emergencia feminista actual. Nancy Fraser (2020) ha elaborado
una lectura general de la crisis contemporánea desde una perspectiva feminista
que permite apreciar el cuadro en su conjunto y comprender el lugar que ocupa
el resurgimiento feminista en este ciclo. En un trabajo de largo aliento,
Fraser da cuenta de la configuración de “nuevas geografías de la explotación”
producidas por el despliegue neoliberal y su impacto en distintas esferas de la
vida social y política. Su análisis sugiere que el movimiento feminista
contemporáneo constituye una respuesta a la crisis general del capitalismo, y por tanto, estaría jugando un rol preponderante en la
recomposición de fuerzas y actores que podrían desarrollar una política
anticapitalista ajustada a las condiciones actuales.
En el
contexto latinoamericano, además, la emergencia feminista se produce en un
momento político de particular inestabilidad, que oscila entre la crisis del
llamado ciclo progresista y el ascenso de gobiernos neoliberales y
ultraconservadores; entre estallidos sociales y recrudecimiento de la represión
policial y militar; entre el neofascismo y alternativas de democratización
empujadas por movimientos y actores sociales heterogéneos. En este escenario
convulsionado por tendencias en pugna, el movimiento feminista ha tenido un rol
gravitante en la articulación de luchas y en la activación de formas de
contestación que, por la masividad que han alcanzado, muestran una enorme
capacidad de convocar a la sociedad a la intervención en el espacio público,
capacidad que actores tradicionales de la política han perdido ostensiblemente
en las últimas décadas.
El movimiento
feminista latinoamericano, partiendo de la lucha contra la violencia hacia las
mujeres en su expresión más brutal como el femicidio, ha activado un conjunto
de otras demandas que atraviesan distintas esferas de la vida social, como el
trabajo, el medioambiente, la educación y las finanzas, en las que la violencia
contra las mujeres se reproduce y las desigualdades de género se ahondan. De
este modo, enhebrando la espesa trama de violencias estructurales y desplegando
formas de intervención política en distintos niveles, el movimiento feminista
en América Latina se ha convertido en una actoría
fundamental de las luchas del presente.
3. El nudo de la
violencia como clave de articulación y reivindicación histórica
Retomando
la historia de los feminismos latinoamericanos, la década de los ochenta fue
fundamental para la articulación feminista a nivel local. Uno de los puntos que
releva Catalina Trebisacce (2020) es la significante
violencia que emerge en los discursos de las organizaciones sociales de la
época, cuestión que se visibiliza en los Encuentros Feministas Latinoamericanos
y del Caribe, desde su primera instancia en Bogotá en 1981. En éste, se
articulan algunas demandas y fechas claves para el movimiento latinoamericano,
enfatizando el carácter internacional del 8 de marzo en tanto hito de lucha
feminista, como también la instauración del 25 de noviembre como fecha que
buscaba visibilizar la denuncia contra la violencia hacia las mujeres, al
conmemorar el asesinato de las hermanas Mirabal en República Dominica bajo la
dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Patsili Toledo
recuerda que si bien desde finales de los ochenta ha
existido un contexto de fragmentación feminista, la violencia contra las
mujeres ha logrado constituirse “en un rasgo común a la experiencia de todas
las mujeres, en todo el mundo, aunque pueda tener muy diversas manifestaciones
e intensidades en cada realidad específica” (2018, p. 122), adquiriendo así una
característica universal y transversal.
Este
eje –el de la violencia–, constituye un aspecto clave de las reivindicaciones
feministas contemporáneas, cuyo origen puede fecharse en las organizaciones
feministas de los ochenta. El contexto específico de varios países del cono sur
durante la década vinculado a un pasado autoritario reciente, o directamente
bajo una dictadura militar, posibilitó una reflexión y organización feminista
que particularmente problematizó aspectos como la violencia política, de género
y la cuestión de la democracia (Vargas, 2008). En este sentido, un primer
elemento característico del feminismo latinoamericano radica en la relevancia
del trabajo activista feminista en organizaciones no gubernamentales, donde
aspectos como la denuncia sobre situaciones de violencia que afectaban a
mujeres fueron gravitantes para el desarrollo de una problematización política
desde este aspecto, como también de temáticas vinculadas a la educación, salud
sexual y reproductiva y derechos humanos. El contexto latinoamericano favoreció
una comprensión de la violencia contra las mujeres en un amplio margen, ya sea
cometida por particulares como por agentes estatales. En ambos casos, la
cuestión de la violencia contra las mujeres fue considerada como un asunto
relativo a los derechos humanos (Toledo, 2018, p. 35).
Julieta
Kirkwood, la relevante socióloga y feminista chilena,
es clave para comprender la densidad y espesor analítico que adquiere el
feminismo en este contexto, considerando la comprensión política de la
violencia y su vinculación con el problema autoritario. Específicamente, para Kirkwood, la realidad dictatorial bajo la cual se batía el
país significó –paradójicamente– un incentivo para la articulación feminista,
toda vez que el feminismo se constituyó como una respuesta radical frente a la
dictadura, reclamando el retorno democrático (Kirkwood,
1986). Conocida es la frase acuñada por Kirkwood
–“Democracia en el país y en la casa”– slogan representativo del movimiento
feminista latinoamericano (Álvarez, 1997; Vargas, 2008), cuyo mensaje resumía
la dicotomía entre el espacio público y privado, enfatizando que las prácticas
autoritarias, violencias y formas de dominación basadas en el género se
desarrollaban en el seno del hogar. Para las feministas de los ochenta, este
aspecto fue sustantivo en tanto que posiciona las demandas feministas en
vinculación y tensión con una realidad política específica, utilizando la clave
de la violencia como posibilidad de unión y vinculación entre agrupaciones,
colectivos y centros de pensamiento relativos a las temáticas de las mujeres.
En este
sentido, no es de extrañar la vigencia que adquiere la temática en la
actualidad. Antes bien, es preciso enfatizar que la condición estructural de la
violencia contra las mujeres y cuerpos feminizados ha sido posicionada por el
movimiento feminista durante los últimos años, ampliando el marco desde donde
se comprendía el término. En un texto reciente, Sandra Palestro y Soledad Rojas
de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, realizan un recuento
de las formas de la violencia contra las mujeres y los mecanismos de respuesta
desde la experiencia chilena reciente. En él apuntan que es una violencia
específica, situada culturalmente y que responde al sentido común, la cual
estaría en sintonía con “un patrón cultural androcéntrico y de dominación
masculina, presente estructuralmente en la organización del Estado, la sociedad
y el mercado, transmitido por todas las instancias de socialización” (2018, p.
327), transversalidad que es posible advertir identificando patrones comunes
que permiten establecer conexiones entre sus distintas manifestaciones. Esta
perspectiva es crítica respecto de la centralidad y mirada unifocal
con que se ha abordado el problema de la violencia contra las mujeres y cuerpos
feminizados desde las políticas estatales de los noventa, señalando las
falencias del abordaje institucional en tanto la comprende de forma parcial y
acotada, centrada en los asuntos de familia o de pareja. Para Palestro y Rojas,
esta entrada y circunscripción al problema de la violencia –de carácter
asistencialista y fragmentado– posibilita una dependencia y revictimización,
“ocultando su carácter político en tanto asunto medular de la discriminación y
opresión de las mujeres” (2018, p. 327-328).
La visibilización de las situaciones de violencia en el campo
educativo no tardaron en traspasar dicho escenario, señalando una
problematización general sobre la condición de las mujeres y cuerpos
feminizados cuestión que se graficó en un histórico y multitudinario 8 de marzo
del 2019, convocando hasta ese momento la manifestación más masiva desde el
retorno a la democracia en Chile. A la vez, muchas de las consignas y
problemáticas traspasan fronteras, estableciendo formas similares de
manifestación universitaria frente a situaciones de acoso sexual y abuso en
ciudades como Bogotá o Ciudad de México (Mingo, 2020; Forero, 2019). En este
sentido, es posible señalar que tanto el activismo feminista reciente, como
también la proliferación de coordinadoras, organizaciones y colectivos
feministas constituyen aspectos significativos que han posibilitado la
problematización y posicionamiento de la demanda contra la violencia. Así, al
igual que en los ochenta, la clave organizativa constituye un aliciente
fundamental para la articulación masiva del feminismo, como también el
reconocimiento y legitimación de las demandas. Desde este punto de vista,
plantear la violencia contra las mujeres y cuerpos feminizados en clave de
derechos ha propiciado una vinculación entre organizaciones feministas de larga
data con las nuevas generaciones. Sin embargo, un elemento contemporáneo que
puede constituir una particularidad,
La violencia como clave de inteligibilidad
Al son
de “Un violador en tu camino”, el colectivo chileno Las Tesis dio a conocer una
de las propuestas teóricas de Rita Segato, en
relación a las formas que adquiría la violencia de contra las mujeres y cuerpos
feminizados. La apuesta del colectivo combinó movimiento, letra y ritmo cuyo
contenido buscaba denunciar la vinculación estructural entre violencia y
patriarcado. La transversalidad de la performance cruzó fronteras no sólo
latinoamericanas, sino que rodeó el globo replicándose en diversas latitudes
(desde Lima a Estambul) traduciéndose en distintos idiomas, pero siempre bajo
la premisa de que todas quienes participaban de la intervención comprendían el
contenido y motivación de la crítica sin importar el dónde, cómo, ni cuándo.
Esa transversalidad es uno de los rasgos que podrían caracterizar al movimiento
feminista contemporáneo, uno donde la masividad y espontaneidad se articulan
como respuesta frente a situaciones de violencia, propiciando una verdadera
marea morada que replica un ¡Basta Ya! (Follegati,
2020). Para Verónica Gago, la performance de Las Tesis señala un
internacionalismo que funciona a través de la conexión de luchas heterogéneas
que articulan un diagnóstico y confrontación colectiva, que “sale de la
superficie digital para hacerse cuerpo común en una multiplicidad de espacios y
hacerlo como voz colectiva. Ya no es solo texto que escribimos entre todas,
sino performatividad compartida que rompe con la sumisión de género, con toda
victimización, y se hace presencia tanto como mensaje” (Gago, 2020, p. 16).
Ahora
bien, como es sabido, las situaciones de violencia contra las mujeres y cuerpos
feminizados han existido históricamente en tanto constituyen una manifestación
específica del patriarcado, por lo tanto cabe
preguntarse por qué en la actualidad su denuncia concita tal masividad e
internacionalismo. Un primer aspecto radica en el contexto e historia
latinoamericana, el cual, como hemos visto, posee particularidades específicas
que ayudan a la problematización de la violencia contra las mujeres y cuerpos
feminizados desde una perspectiva singular, donde se articula la historia
colonial del continente, la producción teórica feminista y la problematización
de la violencia como un asunto de derechos humanos.
Esta
forma situada de comprender el problema nos enfrenta a la particularidad de
producción y reproducción de mecanismos de subyugación y violencia, componiendo
un sistema articulado que funciona a través del ejercicio, ocupación y
violencia hacia el cuerpo de las mujeres y cuerpos feminizados. Mandato, dirá
la antropóloga, que subsiste gracias a la intención moralizadora de reducir y
aprisionar a las mujeres bajo todos los mecanismos posibles y existentes. Así,
se engarzan violencias sexuales, psicológicas y físicas, como también, el
mantenimiento de una estructura y orden capitalista que produce problemas
sociales como la actual feminización de la pobreza (Segato,
2003, p. 145). Estos aspectos –por lejos de estar segmentados– nos desafían a
una comprensión que releva las ‘marcas’ diferenciadoras que, tanto el sistema
de estatus como de contrato, utilizan para la producción de cuerpos racialiazados, étnicos, feminizados, o precarios. Señalar
desde el feminismo una visión unívoca
o unicausal sobre las formas de producción y reproducción de la violencia
estructural, sería contraproducente con una visión que comprende a los cuerpos
como espacios y campos de disputa política. Sujetos subordinados, racializados e inmigrantes vivencian de forma más explícita
las injusticias del sistema económico, jurídico y soberano, y es en ellos donde
persisten los efectos de la colonialidad del poder, y
se significa con más fuerza la infiltración de la violencia en el contrato y la
ley.
El
movimiento y la teoría feminista han relevado cómo los crímenes de odio
gestionan un ensañamiento frente a cuerpos que representan categorías sociales
plausibles de apropiación y de demostración de poder a través de su dominio y
posibilidad de muerte (Segato, 2003, p. 253). América
Latina, no es sino un territorio donde lo abyecto es la forma común, a través
de cuerpos que propician un panorama de rostros desventajados en el devenir
neoliberal. Cuerpos en disputa que encarnan precariedad y vulneración. Desde
una clave latinoamericana, el énfasis feminista ha estado en comprender cómo
dicha violencia estructural se articula con otras contradicciones e
intersecciones, en la particularidad que adquiere la violencia en los
territorios atravesados por el narcotráfico (Valencia, 2010), por el racismo
contra las afrodescendientes o la pobreza y exclusión que atraviesan los pueblos
indígenas. Ejemplo de lo anterior fue el asesinato de Marielle
Franco en Río de Janeiro el 2018, y el de Berta Cáceres el 2016, en Honduras.
Las elaboraciones feministas contemporáneas han logrado discernir continuidades
y especificidades históricas del momento neoliberal, propiciando la activación
del movimiento a través de la denuncia de tales situaciones. En condiciones
como las presentes, una reflexión sobre la violencia y el femicidio debe ser
capaz de unir todos los nudos de la trama. Elaboraciones como las de Rita Segato (2003, 2013) han abierto un camino en esa dirección
al complejizar y situar la reflexión sobre la violencia contra las mujeres y
cuerpos feminizados en un contexto acrecentado por las crisis del
neoliberalismo. Estos aspectos profundizan las posibilidades de que el
movimiento feminista adquiera una profundidad y masividad mayor que en otras
latitudes, aspecto que se reforzará por el cuestionamiento a situaciones
cotidianas o normalizadas que en la actualidad son comprendidas como parte de
la violencia estructural cimentada por el patriarcado. En este sentido, un
segundo factor que es relevante de analizar radica en el problema de la
reproducción social desde la perspectiva de la violencia contra las mujeres.
4. Violencia estructural y crisis de la reproducción social
Un
aspecto sustantivo que ha producido la actual marea feminista ha sido la
comprensión en clave de violencia –y por lo tanto una sostenida crítica– de una
serie de situaciones profundamente arraigadas en las prácticas culturales y
estructuras sociales, ensanchando los marcos de interpretación de las
situaciones de violencia en general y ampliando el parámetro y sentido común
sobre el tema. El movimiento feminista latinoamericano ha sido fundamental en
este proceso, produciendo y entregando herramientas conceptuales para la
reinterpretación de la violencia, que constantemente ha enmarcado nuestra lucha
en una disputa en clave de derechos (Daich & Tarduci, 2018). Comprender la violencia contra las mujeres
y cuerpos feminizados desde un punto de vista estructural nos desafía a
observar el problema desde espacios diferenciados e interconectados de
reproducción (laboral, territorial, sexual, salud, ambiental, medios de
comunicación, etc.) en los que se producen violencias específicas y al mismo
tiempo derivadas de las estructuras socioeconómicas que imperan en las
sociedades neoliberales. Este énfasis establece la necesidad de vinculación,
articulación y especificidad sin dislocar el foco de atención al analizar la
violencia contra las mujeres en cada aspecto de la vida en el que es posible
percibir una condición particular de injusticia en cuanto a sus derechos. De
este modo, el feminismo permite comprender la condición de injusticia, vulnerabilidad
y precarización que viven miles de mujeres en su cotidianidad en cuestiones
como el acceso a la salud, la seguridad social o en la doble o triple jornada
laboral, a través del desarrollo de la reflexión en torno a las violencias
estructurales.
Esta
lectura está en la base de las más importantes movilizaciones feministas de
estos años. El paro o huelga feminista del 8 de marzo, que se ha levantado como
forma de articulación regional, responde así a una acción y lenguaje político
que, como señala Verónica Gago, busca encarar la ofensiva femicida
desde una multiplicidad de factores. En esta óptica, se reconoce el femicidio
no sólo desde un punto de vista doméstico o individualizante, sino, sobre todo,
como un extremo en que “se traman y expresan nuevas formas de explotación
laboral, violencias económicas, violencias estatales y violencias políticas”
(Gago, Gutiérrez, Drapper et.al.,
2018, p. 10). En este mismo sentido, en palabras de la mexicana Raquel
Gutiérrez, la ola femicida desatada contra las
mujeres en México y América Latina “la impugnamos y comprendemos
simultáneamente como uno de los vértices de la figura triangular de la
expropiación-explotación-dominación contemporánea que se impone a través de la
violencia generalizada y la guerra irregular contemporánea” (Gutiérrez en Gago,
Gutiérrez, Drapper et.al.,
2018, p. 43).
Del trabajo
doméstico al problema general de la reproducción social
El giro
hacia un concepto estructural de violencia y hacia el problema de la
reproducción social se produce como respuesta a condiciones concretas del
presente. Por una parte, al hecho insoslayable de encontrarnos en medio de una
crisis de reproducción social y cuidados que alcanza escala planetaria, y, por
otra, a la también creciente proliferación de conflictos sociales asociados a
las luchas en la esfera de la reproducción que están en el centro de la
conflictividad social en este ciclo, y que en un gran porcentaje están
lideradas por mujeres y activistas feministas.
Ahora
bien, más allá del protagonismo de estas temáticas en las elaboraciones
feministas contemporáneas, es preciso recordar que han tenido un recorrido
largo en la historia del movimiento. La llamada de atención acerca del lugar
estratégico del trabajo reproductivo en el sostenimiento de la sociedad
capitalista, así como la crítica a la distinción entre producción y
reproducción y a las consecuencias políticas de desconocer la condición de
trabajadoras a las mujeres dedicadas a las labores domésticas, fueron aportes
de enorme trascendencia que realizaron las feministas de los años setenta.
Autoras como Isabel Larguía (1972), Margaret Benston (1969), Peggy Morton (1971), Mariarosa
Dalla Costa y Selma James (1975) y Silvia Federici (2013 [1975]), desplegaron
una contundente elaboración en torno al trabajo doméstico, presentándolo como
una pieza clave en la reproducción del capital, en tanto trabajo no pagado y no
reconocido como tal. En nuestro continente, la intelectual argentina radicada
en Cuba, Isabel Larguía, acuñó el concepto de
“trabajo invisible” (1972) y problematizó acerca de la persistencia de la
división sexual de trabajo en la sociedad cubana en pleno proceso de transformación
revolucionaria, junto John Dumoulin (Larguía & Dumoulin, 1976). La
crítica de esta generación de feministas se dirigía explícitamente a las
izquierdas, a partidos, sindicatos y a la teoría marxista en general que había
obliterado completamente esta cuestión. Era una crítica teórica, en tanto
develaba un vacío de elaboración y una incorrecta comprensión de un mecanismo
básico de la sociedad capitalista y era también una crítica política a la
jerarquización interna de la clase trabajadora entre quienes reciben un salario
por su trabajo y quienes lo realizan de manera gratuita, Federici conceptualizó
esta idea como “patriarcado del salario” (Federici, 2018). El aporte hecho en
estos años por estas intelectuales y activistas marcó el derrotero de buena
parte del pensamiento feminista posterior, que asumió la tarea de profundizar
el esclarecimiento de la trabazón existente entre patriarcado y capitalismo y
de desarmar la división equívoca entre producción y reproducción.
En la
actualidad, a estas formulaciones ya clásicas, se han ido añadiendo un conjunto
de elaboraciones en torno a todos aquellos ámbitos de la vida social que forman
parte del engranaje de sistemas necesarios para la reproducción de las personas
y comunidades (salud, educación, vivienda, pensiones) y que se han convertido
en fuentes de extracción de valor, ya sea por la mercantilización de los
servicios sociales básicos, la desposesión de territorios para faenas
extractivas o el endeudamiento de los hogares ante la insuficiencia de salarios.
Desde una perspectiva feminista y marxista, Nancy Fraser (2020) sostiene que en
esta fase del capitalismo se produce una combinación de factores que provocan
una aguda crisis de reproducción social: el sensible retroceso en las
conquistas alcanzadas por el movimiento obrero en el siglo XX, un
debilitamiento sostenido de la democracia y la capacidad de orientar la acción
política hacia los intereses de las mayorías, así como una privatización y
mercantilización de la reproducción social y los cuidados.
Las
consecuencias de este avance neoliberal en términos de crisis de reproducción
social han vuelto a poner esta cuestión en el centro de las reflexiones de la
teoría crítica y del feminismo en particular. Se puede apreciar que muchas
autoras, siguiendo distintos caminos, concluyen cuestiones similares en
relación al carácter de la crisis, al entramado entre capitalismo, extractivismo, colonialismo y patriarcado, y a las
potencialidades políticas que contienen las luchas en la esfera de la
reproducción en esta etapa histórica. Silvia Federici (2010) y Wendy Brown
(2016), enfatizan en cómo el cuerpo de las mujeres se dispuso en tanto
mecanismo de aseguramiento y disciplina para solventar el trabajo productivo,
bajo la posibilidad misma de reproducción del modelo económico a partir de las
tareas de reproducción y cuidado. David Harvey (2004), retomando el análisis
marxiano de la acumulación originaria, instaló la lectura de la acumulación por
desposesión como una clave para comprender los mecanismos de la fase neoliberal
del capitalismo. En una línea similar, Federici (1990) y su colectivo Midnight Notes (1990) han hablado de los “nuevos
cercamientos” para referirse a las asonadas del capital contra los bienes
comunes. En América Latina, dado el impacto de las políticas extractivistas en
el continente y la cantidad de conflictos socioambientales provocados por la
acción de grandes corporaciones privadas y estatales en territorios que son
defendidos por sus comunidades, la clave de lectura de la acumulación por desposesión
ha sido particularmente productiva (Galafassi, 2012).
Paralelamente, las elaboraciones agrupadas bajo el rótulo de “Teoría de la
Reproducción Social” están poniendo el foco en cuestiones como la educación, la
salud pública, los sistemas de pensiones y la seguridad social en general (Batthacharya, 2017; Ferguson, 2020; Ferguson, &
McNally, 2013; Arruza, Bhattacharya & Fraser,
2019). En un sentido similar, la economía feminista ha contribuido a instalar
una lectura feminista y anticapitalista de una serie de problemas que
actualmente están en el centro de las discusiones acerca de cómo enfrentar la
crisis en una dirección que permita orientar la organización social al
sostenimiento de la vida (Perez Orozco, 2014;
Carrasco, 2017). Asimismo, los feminismos indígenas y comunitarios (Gargallo,
2015; Espinosa, Gómez, Ochoa, 2014), los ecofeminismos
(Mies & Shiva, 2016) y el pensamiento post extractivista (Svampa y Viale, 2014; Gudynas, 2019), realizan diagnósticos
y propuestas para superar este modelo de desarrollo que juzgan incompatible con
el mantenimiento de la vida humana y la naturaleza. Todas estas elaboraciones,
que en la actualidad están en pleno florecimiento, apuntan desde miradas
diversas a un mismo problema: la crisis general producida por el neoliberalismo
y la necesidad de reorientar la organización social de forma tal que la
reproducción de la vida esté en el centro y no se subordine a la ley del valor.
Las luchas de la
vida contra el capital en clave feminista
Además
de este conjunto de elaboraciones, la emergencia de un abanico de luchas
sociales ancladas en la esfera reproductiva, convierte a esta dimensión de la
vida social en un elemento ineludible en la reflexión teórico-política.
Imprimiendo una novedad respecto a las grandes luchas que protagonizaron el
siglo XX, en este ciclo, a las tradicionales peleas en el campo del trabajo, se
han sumado los conflictos sociales vinculados a la defensa de las condiciones
de vida: salud, pensiones, educación, bienes naturales comunes, etc. No es
casual que en América Latina exista un elevado número de asesinatos a
dirigentes sociales vinculados a luchas contra el extractivismo
o que estallidos sociales como el que sacudió a Chile, país laboratorio de las
políticas neoliberales desde fines de los años setenta, hayan tenido como causa
profunda el malestar social acumulado ante la mercantilización extrema de la
vida y las desigualdades cada vez más acentuadas (Ferretti & Dragnic, 2020; Ruiz, 2020). La conflictividad social hoy
gira, en gran parte, en torno a la recuperación de la soberanía personal y
colectiva sobre las condiciones de reproducción social. Las movilizaciones más
importantes y masivas a nivel continental se han producido en este plano, por
lo que la reproducción adquiere, en los hechos, un rol estratégico en las
luchas contra el capital.
Al
interior de estas luchas, el feminismo constituye actualmente la fuerza con
mayor poder articulador y con mayor capacidad de elaborar una lectura global de
la imbricación entre patriarcado, capitalismo, violencia estructural y crisis
de la reproducción social. Al mismo tiempo, se aprecia cómo las luchas
concretas libradas en diversos territorios y frentes, están lideradas
principalmente por mujeres y activistas feministas. Incluso en los sectores más
masculinizados de las organizaciones sociales, como el sindical, la proporción
de mujeres y de feministas en dirigencias y bases ha ido creciendo. En Chile y
Argentina, los dos países latinoamericanos que han tenido las movilizaciones
feministas más masivas de este ciclo, se observa con
claridad cómo el movimiento feminista está cruzando la mayoría de las luchas
sociales del presente y, además, está elaborando las lecturas más capaces de
articular una perspectiva global para entender la vinculación de todas las
violencias. Los documentos desarrollados en el seno del feminismo son
contundentes en su diagnóstico sobre la relación entre patriarcado y
capitalismo. El colectivo Ni Una Menos en Argentina, por ejemplo, desde el
primer llamado a Huelga Internacional Feminista en 2017, expuso una serie de
elementos que dan cuenta de las dimensiones estructurales de las violencias
contra las mujeres y cuerpos feminizados. En el manifiesto que convoca a la
movilización podemos leer: “Paramos para denunciar: Que el capital explota
nuestras economías informales, precarias e intermitentes. Que los Estados
nacionales y el mercado nos explotan cuando nos endeudan. Que los Estados
criminalizan nuestros movimientos migratorios. Que cobramos menos que los
varones y que la brecha salarial llega, en promedio, al 27%. Que no se reconoce
que las tareas domésticas y de cuidado son trabajo que no se remunera y suma,
al menos, tres horas más a nuestras jornadas laborales. Que estas violencias
económicas aumentan nuestra vulnerabilidad frente a la violencia machista, cuyo
extremo más aberrante son los femicidios” (NUM, 2017a). En Argentina, asimismo,
ha sido insistente la crítica feminista a la financiarización
de las economías domésticas y a los ajustes o recortes de la inversión pública
en derechos sociales. “Las finanzas -sostiene el mismo Colectivo-, a través de
las deudas, constituyen una forma de explotación directa de la fuerza de
trabajo, de la potencia vital y de la capacidad de organización de las mujeres
en las casas, en los barrios, en los territorios. La violencia machista se hace
aún más fuerte con la feminización de la pobreza y la falta de autonomía
económica que implica el endeudamiento. El movimiento de mujeres se consolidó
como un actor social dinámico y transversal capaz de poner en escena las
diversas formas de la explotación económica. Dejamos de ser meramente víctimas
justamente porque podemos hacer comprensibles las formas en que nos explotan y
accionar colectivamente contra los múltiples despojos” (NUM, 2017b).
En
Chile, las elaboraciones feministas avanzan en la misma dirección. Por ejemplo,
la Coordinadora Feminista 8M, una de las más importantes a nivel nacional, ha
levantado la consigna “Mujeres trabajadoras a la calle contra la precarización
de la vida” como el lema principal de las convocatorias a las huelgas
feministas los últimos 8 de marzo. En un documento de 2018, redactado pocos
días después de la movilización, leemos: “nos convocamos de forma articulada
desde distintos espacios sociales de resistencia y lucha clasista, antirracista
y feminista para manifestarnos en una jornada de protesta en contra de la
precarización de la vida situándonos desde el mundo del trabajo. Donde los
bajos sueldos, la subcontratación, y la carencia de derechos sociales, sexuales
y reproductivos aumenta el agobio de las mujeres, pues somos las que debemos
asumir, por regla general, el trabajo doméstico y los cuidados en las familias,
sin reconocimiento, de manera gratuita y cargando con el costo creciente de las
vidas entregadas en todas sus esferas al mercado” (CF8M, 2018). Los ejemplos
podrían multiplicarse. En distintos territorios del continente encontramos
elaboraciones que apuntan a elementos similares, así como un sinnúmero de
luchas sociales en las que activistas feministas se hallan desplegadas.
Se
puede afirmar, entonces, que la esfera de la reproducción social se ha
convertido el escenario principal de las luchas de la vida contra el capital
(Ferretti & Dragnic, 2020) y que el feminismo es
la fuerza articuladora más transversal en este conjunto de luchas populares. La
reflexión sobre la violencia estructural y el problema de la reproducción
social en clave feminista adquieren por ello importancia estratégica en la
tarea de articular en la sociedad polos antineoliberales que den proyección a
estos conflictos en un contexto en que las estructuras tradicionales de
representación de las clases populares, como partidos de izquierda y
sindicatos, se encuentran sensiblemente debilitadas (Fraser, 2020). Se aprecia
así, cómo el feminismo, en tanto teoría y práctica política, adquiere un
estatuto privilegiado en las condiciones actuales debido a su capacidad de
ofrecer una lectura global de la crisis actual y, al mismo tiempo, debido a su
enorme capacidad de movilización de masas.
5.
Conclusiones
La
trayectoria larga del movimiento feminista en la región, a partir de los años
setenta, establece un importante antecedente para el movimiento actual, al
articular una plataforma reivindicativa que se fue desplegando durante las
siguientes décadas. Durante los noventa y 2000, las constantes campañas para la
denuncia sobre los femicidios cobraron una importante relevancia al visibilizar
en el espacio público la radicalidad y transversalidad de éstos en tanto
crímenes de odio, uniendo luchas, consignas y manifestaciones desde Santiago de
Chile a Ciudad de México. Asumir el carácter transversal y global de la
violencia contra las mujeres y cuerpos feminizados ha constituido
históricamente un factor sustantivo para la articulación del movimiento
feminista, particularmente en un escenario local donde las violaciones a los
derechos humanos y las vulneraciones producto de las inestabilidades políticas,
narcotráfico o pobreza, conjugan aspectos que acrecientan aún más las
situaciones de violencia. Desde nuestra perspectiva, la particularidad del
momento actual radica en que la denuncia frente a la violencia física y
simbólica por razón de género levantada por el movimiento feminista desde los
años setenta y de los ochenta con mayor fuerza y articulación en el continente,
apela a una comprensión cada vez mayor de los marcos con que se analiza y
comprende la violencia, enfatizando en el carácter estructural y transversal de
ésta.
A la
vez, el movimiento contemporáneo revisita problemas y demandas históricas del
movimiento de los ochenta, actualizando las consignas y reivindicaciones que
han sido levantadas por las feministas de la región, demandas que operan como
una transversalidad transfronteriza que funciona como una denuncia, y a la vez,
politiza a sectores de mujeres cada vez más amplios y transversales de la
sociedad. Las problemáticas sobre violencia contra las mujeres y reproducción
social, fueron contenidos cuya profundidad y elaboración posee un momento
anterior, anclados en la historicidad del movimiento. Esta característica
señala que si bien presenciamos una visibilización de las demandas, muchas de ellas
corresponden a una reflexión que venía desarrollándose pero que entró en un
cierto suspenso. En este recorrido, el movimiento feminista latinoamericano ha
logrado trastocar los contornos de los proyectos políticos nacionales, siendo
hoy en día una posibilidad para comprender cómo desde el movimiento –de
carácter internacionalista– se cuestionan las formas tradicionales y las claves
locales con que se configura el cuadro político democrático a espaldas de las
mujeres. El feminismo, en tanto teoría y acción, vendría a copar el sentido
político debilitado de clase dirigente, resignificando problemáticas históricas pero conjugándolas en una clave de derechos humanos,
sociales y políticos. Movimiento que construye un escenario donde las demandas
de las mujeres y cuerpos feminizados ocupan la calle y la movilización masiva
como mecanismo de presión, señalando una actoría
colectiva que no duda en cuestionar –una y otra vez– el hastío frente a un
orden político y económico que reinventa constantemente las recetas de la
exclusión y explotación de las mujeres, reedificando las claves de la
subordinación patriarcal.
A la
vez, el movimiento feminista contemporáneo es una respuesta masiva a los
problemas más urgentes que aquejan al mundo de hoy, problemas que se comprenden
desde la violencia estructural en tanto prisma que permite comprender el
ensañamiento transversal de la violencia de los cuerpos de las mujeres y cuerpos
feminizados, articulando la precarización propia del neoliberalismo con la
cotidianeidad impuesta por el patriarcado. El carácter masivo y convocante que
tiene el movimiento responde así a las condiciones sociales sentidas como
intolerables por las mujeres y por franjas importantes de la población,
definiendo y señalando como abuso situaciones y prácticas que no tenían una visibilización desde ese registro, más bien, tendían a
ocultarse como prácticas culturalmente construidas. En este sentido, el feminismo
en tanto teoría, reflexión y movimiento, ha logrado calar en el sentido común
al ofrecer diagnósticos críticos sobre las actuales condiciones de vida,
nombrando situaciones y experiencias que no habían sido identificadas como
vulneraciones, despojos o violencias. Por esta razón las actuales convocatorias
latinoamericanas a la conmemoración del 8 de marzo han posicionado
manifestaciones llamando a la Huelga feminista o Paro, visibilizando el trabajo
doméstico no remunerado, como también aspectos que traspasan el ámbito de
género pasando a concebirlas en una dimensión estructural.
Dentro
de esta lectura estructural, revisitar la articulación entre capitalismo y
patriarcado ha sido uno de los aspectos característicos de los nuevos espacios
feministas. Como hemos señalado, este ímpetu ha levantado antiguas consignas,
pero complementándolas con prácticas políticas y repertorios de acción que
permiten poner nuevos problemas en el espacio público y sacudir, con enormes
convocatorias, los escenarios políticos. El problema de la reproducción social
se vislumbra como una clave sustantiva para la proyección del movimiento
feminista en los años venideros, como también una real alternativa para la
coordinación regional en clave antineoliberal. Desde ahí, el movimiento
feminista puede apostar a una transformación sustantiva de las estructuras
sociales, siendo claro el carácter radical y categórico de la necesidad de
transformación. La relevancia teórica adquirida por la problemática de la
reproducción social, pero sobre todo el carácter gravitante que han tenido “las
luchas por la vida”, es decir, por derechos sociales, por el medioambiente, por
el acceso al agua, por la recuperación territorial, adquieren importancia
estratégica para proyectar una política anticapitalista. De todas esas luchas
el movimiento de mujeres forma parte, y el feminismo, en tanto conjunto de
elaboraciones teórico políticas, ha desarrollado una capacidad de lectura y
sistematización que ha contribuido al fortalecimiento y a la auto comprensión
de esas mismas luchas.
Por
todo lo anteriormente expuesto, se puede sostener que la emergencia feminista
contemporánea constituye uno de los procesos políticos más relevantes y
desafiantes del presente ciclo histórico en América Latina. Presenciamos un
período con una importante capacidad de convocatoria y movilización, pero
también uno donde los espacios de articulación regional parecen ser fluctuantes
o esporádicos. Las movilizaciones feministas responden más a hitos específicos,
estallidos, donde, a partir de situaciones concretas, se exige justicia en
casos de violencia contra las mujeres, o bien de “legalidad” refiriéndonos a
las demandas por el aborto libre, seguro y gratuito. Sin embargo, se aprecia
una inclinación a la denuncia que no siempre es acompañada de una voluntad de
intervenir de manera activa en la formulación de propuestas en el campo de la
política pública y las leyes. El feminismo tiene una enorme capacidad de
movilización, y sus convocatorias masivas impactan en el escenario social y
político, pero hasta el momento, no ha existido una capacidad instalada para
participar en la elaboración de propuestas políticas en el espacio
institucional. Esto se debería a varias razones. Por una parte, la elevada
proporción de mujeres que acuden a las manifestaciones no lo hace de forma
organizada, sino más bien como individualidades, lo que implica una dificultad
en el ejercicio de representación o ‘traducción’ de las demandas feministas en
el plano institucional. Otra, es la reticencia de los sectores más radicales o
autónomos del feminismo organizado a hacerse parte de instancias que impliquen
diálogos con instituciones gubernamentales. Predomina en estos espacios una
comprensión de la acción política feminista como denuncia, agitación, protesta
y trabajo a nivel local, excluyendo el trato con la institucionalidad política,
al que se apela más bien para impugnarlo. Elaborar esta dimensión es un desafío
para el movimiento feminista contemporáneo, tanto a nivel académico como
activista, cuestión que hace fundamental la necesidad de indagar en los caminos
del feminismo, enfatizando en las preguntas y propuestas estratégicas que
avizoran las diferentes corrientes y agrupaciones.
Finalmente,
un elemento crucial en este punto es que en estas batallas se han sentido
convocados amplios sectores sociales: no sólo mujeres y no sólo feministas. En
el estallido social chileno, por ejemplo, fue un pueblo heterogéneo que sin
dudas representaba a la mayoría de la población, el que irrumpió en las calles
(Grau, Follegati & Aguilera, 2020; Follegati, 2020). Esta esfera de luchas por recuperar
soberanía colectiva sobre las condiciones de existencia, es un elemento
fundamental en la recomposición de un sujeto popular que, conservando su
heterogeneidad irreductible, pueda ir desarrollando formas organizativas para
hacer avanzar sus intereses y sus propias propuestas acerca de cómo debe
organizarse la sociedad, distribuir la riqueza y el poder político, y todas
aquellas cuestiones que afectan la vida colectiva. A fin de cuentas, la
consigna “Hasta que valga la pena vivir” apela a la lucha por recuperar
soberanía sobre la vida, lo que implica también replantearse el problema de la
democracia y cómo las mayorías sociales se han ido expresando en revueltas
espontáneas y en manifestaciones multitudinarias como las que el movimiento
feminista ha logrado convocar. Revueltas que pueden dar paso a la construcción
del poder suficiente para superar el neoliberalismo y orientar la vida al
bienestar social y no a la valorización del valor. En definitiva, el movimiento
de mujeres y el feminismo tienen, y pueden tener todavía más, un rol gravitante
en la recomposición de un campo popular capaz de hacer prevalecer la vida
frente a la devastación a la que nos conduce el proyecto neoliberal,
extractivista y patriarcal. Un movimiento feminista que articule la pluralidad
de luchas latinoamericanas, reestableciendo su radicalidad expresiva y potencia
emancipadora.
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Recibido: 3 de Agosto de
2020
Aceptado: 17 de Septiembre
de 2020
Versión Final: 2 de Noviembre
de 2020