Andújar, A.
y Bohoslavsky, E. (eds.) (2020). Todos estos años de gente: historia social,
protesta y política en América Latina. Buenos Aires: Ediciones UNGS, [152 páginas]. -ibook-
Andrea Andújar y Ernesto
Bohoslavsky inician el
texto aludiendo a “Madejas e hilos sociales en el tiempo: a modo de
presentación”, y entiendo que desde
este particular presente es muy oportuno revisitar las urdimbres; dar cuenta de
las manos que interactúan entre la producción intelectual, la disciplina y los
sujetos sociales. Con los editores de esta obra me unen lazos profesionales,
pero muchos otros: con Andrea los de la vida, y con Ernesto ya en los primeros
2000 pensábamos lo regional, tensionando y cuestionando una homogeneizadora
historia pampocéntrica - nacional que nos encorsetaba
y poco incluía del devenir de regiones periféricas. Me permito aludir a estas
vivencias porque los autores nos proponen una obra que da cuenta del “tiempo y
los vínculos entre las personas”, y hay un recorte continente que nos
referencia: “un mundo mejor sin opresiones ni explotaciones”.
Comparto absolutamente la
importancia y transparencia para hacer visibles prácticas que exceden el
espacio áulico, el gabinete de investigación, para en el más puro sentido
gramsciano actuar como intelectuales interpelados por la realidad. La
despolitización de la tarea disciplinar propugnada por el ideario neoliberal,
con paradigmáticos referentes en nuestras academias, fue transpuesta con un
abordaje comprometido y renovado desde la historia social: desde las historias
no institucionales del movimiento obrero, hasta los análisis de las traumáticas
memorias que se multiplicaron en nuestro continente, y que han habilitado con
mucha vitalidad la historia reciente en Argentina y en otros escenarios, como
producto de debates e intercambios que esta nueva obra viene a abonar.
Distintas agendas se han impuesto, desde la historia de género a los estudios y
militancia étnicas; desde la resignificación de los estudios de la esclavitud a
las enardecidas protestas a que asistimos por el
asesinato de George Floyd en manos de la policía en USA, todas
circunstancias que convierten a la obra que nos ocupa en una herramienta.
Los editores dan cuenta
de que esta producción es resultado del debate y trabajo en la mesa redonda “La
historia y la protesta en América Latina”, desarrollada durante el Segundo
Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia
Social (ALIHS), que funcionó en la Universidad Metropolitana para la Educación
y el Trabajo, y en la Universidad Nacional de General Sarmiento, en Buenos
Aires, entre el 1 y el 3 de marzo de 2017. Los participantes fueron convocados
a partir de dos conjuntos de preguntas formuladas por los coordinadores:
a. ¿Qué aportes puede
realizar la historia social a una comprensión más profunda de la historia presente
de América Latina, en términos del estudio de las acciones colectivas de
protesta, las demandas esgrimidas, los sujetos que las dinamizan, sus motivos y
la expresión política de la conflictividad social?
b. ¿Cuáles son los
vínculos que ustedes consideran que existen (o deberían existir) entre el
ejercicio profesional de la historia y los movimientos u organizaciones
sociales y políticas que dinamizan las acciones de protesta en el contexto
actual (sean estos colectivos obreros, feministas, de desocupados, de
diversidad sexual, antirracistas, por ejemplo)?
Fueron respondidas desde
diversos repertorios y reflexiones; a partir de distintos territorios y
espacialidades; revisando vínculos con organizaciones de diversos orígenes de
la sociedad civil y de la vida universitaria; dando cuenta de la producción
historiográfica y de los nuevos problemas que se han instalado en la
disciplina. Como bien se encargan de destacar en la presentación los editores,
la intervención de José Antonio Piqueras “es una contribución decisiva para
comprender el tablero historiográfico de los siglos XIX y XX, y,
fundamentalmente, del itinerario complejo de la historia social a partir de la
segunda posguerra. Si bien asienta primordialmente el recorrido de este campo
historiográfico en las experiencias europeas y norteamericanas, sus planteos
cobijan muchos de los tópicos y los interrogantes abordados por los textos que
integran esta compilación” (p.23).
La dedicatoria del libro
a Juan Suriano se inscribe en la red que los historiadores sociales hemos
tejido en la Argentina democrática, y que da cuenta de saberes y compromisos.
El primer trabajo “Tarea y
promesa de la imaginación histórica” de
José Antonio Piqueras sitúa las distintas facetas del oficio, abordando y dando
cuenta de la tensión entre lo social y lo cultural que
a su vez, pueden hasta definirse mutuamente. La Historia Social expresa el
cambio, y se constituye en un punto de inflexión para la disciplina. Particular
originalidad reviste su taxativa aseveración: “Mirando hacia atrás sin
nostalgia, podemos considerar que la historia social ha resistido los sucesivos
desafíos que desde los años ochenta anunciaban su defunción” (p.37) atribuyendo
a dos factores su pervivencia: “la persistencia de su objeto de estudio y su
extraordinaria versatilidad” (p.38).
Formulado como un
ajustado estado de la cuestión, reconoce cinco líneas que acaparan la atención
de los historiadores sociales en la segunda década del siglo XXI, las que
resultan muy sugerentes para pensar nuestra práctica y la producción
historiográfica en estos días:
1.- El proceso de
redefinición de los actores sociales, en la tensión entre la subsistencia y la
afirmación de su autonomía personal, por encima o al margen de la acción
colectiva. En algún sentido, una forma de retorno a los orígenes de lo social,
asignándoles centralidad a familia, género, creencias, procedencia –del campo a
la ciudad, la movilidad laboral–, diversidad étnica, etcétera” (p.45).
2.- El cuadro de
vivencias de una época o la implicancia de captar “el ethos de una comunidad,
primero, ajena, distinta, exótica; y más tarde, en los siglos XVIII y XIX, de
la población propia, en buena medida, como si fuera observada desde afuera. Por
esa puerta estrecha entró la “gente corriente”. Pero ampliando y revisando su
carácter político más allá de lo privado (p.48).
3.-Los estudios del ocio
resultan un frecuentado campo, nos señala Piqueras: fiestas, diversión,
confraternidad, sociabilidad, placer, la comensalidad,
la cultura popular, el deporte, los espectáculos, la música y los bailes
populares, la erótica y el sexo (p.49).
4.-La new labour history, -historia
transnacional del trabajo- que en palabras del historiador español dan cuenta
de “los frutos de la hibridación entre la nueva historia política y la historia
cultural, que convierte la acción social en una sucesión de culturas políticas
confrontadas. (…) -y posibilita- establecer los puentes que existen entre la
vida laboral y la vida no laboral” (p.50).
Me pareció muy
interesante cómo retomando a Thompson invita a repensar la historia social, en términos
de “abordaje de la necesidad humana”, más allá de la materialidad de lo
económico que no concedía prioridad suficiente a otras necesidades: de género,
de respeto y posición social entre las mismas gentes trabajadoras (p.56). En
una sintonía aguda con Andújar y Bohoslavsky escriben: “(…) pensamos que el
telar del historiador social no cesa de ser alimentado por urdimbre nueva, que
el saber del artesano transforma y le da firmeza, cruzándola con el hilo de la
trama, el dibujo buscado, los conocimientos acumulados, la opción
teórico-metodológica” (p.57).
Compartiendo su
trayectoria e inquietudes propone valernos de una imaginación activa para
conocer el pasado y crear nuevos objetos de estudio, trazar nuevos
interrogantes; concluyendo que nunca perdemos de vista que las partes se
relacionan con estructuras: “Los historiadores sociales no somos profetas ni
vengadores del pasado. Tenemos a nuestro alcance comprender lo que no es
evidente y explicar lo que resulta complejo, y nos ayuda a entender los cambios
y las continuidades” (p.67). Es un texto muy estimulante que nos permite
empoderarnos y poner en valor nuestra práctica.
Carlos Illades, en “Algunas reflexiones sobre la historia y la
protesta social”, destaca que lo
específico de la historia del tiempo presente es que supone la noción de
proceso, atendiendo a la protesta pública:
demandas, repertorios y formas de acción que mutan y se transforman.
Analiza sentidos sincrónicos y diacrónicos de específicas irrupciones en el
contexto mexicano, y concluye que “(…) la protesta pública ha servido para
generar consensos amplios en torno a los derechos humanos, visibilizar los
reclamos de los pueblos originarios, y a las víctimas de la guerra contra el
crimen organizado, además de demandar transparencia y pluralidad a los medios
de comunicación masivos” (p.82).
De este trabajo me
pareció significativo la respuesta que el autor se plantea en torno a “¿qué
vínculos existen entre el ejercicio profesional de la historia y quienes
participan en las organizaciones y movimientos sociales?” (p.83). Prístinamente
propone “(…) indispensable que el historiador social intervenga en el debate
público, más todavía en sociedades como las latinoamericanas en las cuales la desigualdad
social es la mayor del planeta, la violencia ha crecido exponencialmente, la
injusticia es cotidiana y las libertades civiles están frecuentemente
amenazadas. Creo que el historiador social debe plantearse no solo un
compromiso ciudadano, sino también fungir como intelectual” (p.86).
La consideración y la
necesidad de avanzar en el ejercicio comparativo, y destacar la importancia de
la transmisión de esas experiencias en un contexto de globalización, me parecen
una propuesta muy atinada para abordar desde la historia social.
Del trabajo de Mirta
Zaida Lobato, “La miopía de lo visible. Mujeres, protesta e
historiografía”, es preciso destacar
que no sólo da cuenta del desarrollo de los estudios en nuestro país, y que la
cuentan sin duda como una de las indudables referencias, sino que nos permite
memorar y proponer la revisión crítica de tempranos y comprometidos autores
como José Panettieri. Un capítulo específico
representa sus investigaciones señeras de historia de las mujeres, feminismos y
los estudios de género que bien plantea han desestabilizado las historias de
las protestas: ya desde una perspectiva descentralizadora de la historia en
masculino, a la consideración de múltiples espacios, urbanos y rurales. Pero
uno de los aportes más significativos lo constituye la necesidad de
problematizar y visibilidad los movimientos ocultos en la trama de la vida
cotidiana, que le permiten concluir que las mujeres trabajadoras contaron con “prácticas
feministas, pues buscaban el respeto de su identidad y deseaban de cambio
social” (p.100). Su advertencia en torno a las implicancias de la generación y
su vínculo con la tecnología es también un aporte crítico muy significativo,
como la sensibilidad para dar cuenta de las denuncias de abusos perpetrados, y
las representaciones comunitarias. Su propuesta de “(…) conectar geografías,
prácticas e ideas como un modo de romper nuestro propio encierro” (p.111)
explicita vínculos y acuerdos con la propuesta de los editores.
Rodrigo Laguarda, autor
de “Al final del arcoíris. Sobre los homosexuales como sujetos de interés
en la academia mexicana”. Es un texto
que bien ilustra el devenir y las tensiones de la historia reciente, y sus
vínculos con la Antropología, no sólo mexicana sino también norteamericana,
destacando la importancia que la historia oral reviste para estas
investigaciones. Más allá del recorrido de su historia académica personal, que
ha logrado no sólo incluirse en prestigiosas instituciones y ser premiado y
reconocido, creo que su aporte más significativo en relación al texto que nos
ocupa es la comunicación y articulación fuera de la esfera académica, en temas
de interés del público que paradójicamente son considerados transgresores por
ciertos académicos, lo que estimula y potencia su praxis. En sus palabras: “(…)
ningún esfuerzo será en vano si trabajamos por darle un lugar a quienes han
sido excluidos, empezando por la academia. Comenzar a escuchar la voz de
quienes han sido silenciados. Imaginar que lo que yo he podido sufrir en mi
vida, y que no he relatado aquí, debe servir para evitar el sufrimiento de
otros. Quizá todo se resuma a la consigna de las feministas de los años sesenta
que nos ha inspirado por décadas: “Lo personal es político” (p.138).
La identificación con la
propuesta de política disciplinar que esta obra encierra puede subsumirse en la
conclusión de Rodrigo, quien logra más allá de ilustrarnos sobre el movimiento
homosexual mexicano dar cuenta de cómo “Las invitaciones a participar en
eventos que van más allá de los muros académicos muestran el deseo que tienen
distintas clases de luchadores sociales por establecer un diálogo con
investigadores dispuestos a salir de sus lugares de trabajo para involucrarse
con el mundo que los rodea” (p.143).
Silvia Hunold Lara en “Historia de la esclavitud, movimientos sociales y
políticas públicas contra el racismo en Brasil”, da cuenta de los vínculos necesarios entre los abordajes
historiográficos y las prácticas sociales y políticas. Parte de analizar el
dato de que llegaron cinco millones de esclavos, y que Brasil fue el último
país en abolir esta institución en mayo 1888; problematizando cómo obras
importantes de la sociología y de la historiografía construyeron un paradigma,
que especialmente entre los investigadores de filiación marxista centró su
análisis en las cuestiones de clase y no en las de raza, lo que aunado a que la
dictadura iniciada en 1964 persiguió a todo aquel que afirmara la existencia de
racismo en Brasil, postergó esta discusión. En los años 80, los estudiosos
abordaron prácticas cotidianas, costumbres, resistencias, y solidaridades,
emergiendo temas hasta entonces inexistentes, como el de la familia esclava;
investigaciones sobre manumisiones y libertos iluminaron nuevas dimensiones
sobre los significados de la libertad, asociándola a las luchas por las
condiciones de acceso a la tierra, el derecho de ir y venir, los lazos
familiares, etcétera. La cuestión racial entró finalmente en los años 90 en la
agenda de discusión de los partidos políticos y de las centrales sindicales,
pero aún en la universidad la mayor parte de sus estudiantes y profesores
pertenecían a las élites blancas y ricas de la sociedad brasileña. La Ley N° 10639 de 2003 hizo obligatoria la enseñanza de la
historia y la cultura afrobrasileñas en escuelas primarias y secundarias, y se
constituyó en un hito que coadyuva a la presión del movimiento negro para la
creación de cuotas raciales en las instituciones universitarias, valiéndose
también de la reserva del 45% de las vacantes para estudiantes procedentes de
escuelas públicas estaduales. Muy significativamente Silvia destaca que “(…)
los estudios africanistas están floreciendo en Brasil y contribuyen a ampliar
los debates sobre las diversas formas de trabajo forzado, entre las que se
incluye la esclavitud moderna (y también la contemporánea). (…) La política de
cuotas raciales trajo un contingente de estudiantes negros a las universidades
(…)-y- los debates sobre el racismo se han politizado cada vez más. El tema
adquirió mayor amplitud y comprensión social” (p.160). Entiende perentorio
avanzar en los estudios históricos sobre el racismo, pero pone énfasis en las
relaciones complejas entre el movimiento negro y los estudios sobre la
esclavitud y su abolición.
Rossana Barragán Romano
en “De puentes y precipicios. Una perspectiva sobre los vínculos entre
historia/s y movimientos sociales en Bolivia (de 1970 a la actualidad)”, inicia su trabajo advirtiendo que referir a
la gran continuidad entre el siglo XVI y el XXI es falaz, erróneo y equívoco;
es una reinvención contemporánea, fundada sobre la base de las investigaciones
históricas, y que dan cuenta de importantes vínculos entre la academia y los
actores sociales.
El desplazamiento de los
análisis centrados en la clase de los años setenta, fue producto de la
consolidación de los estudios fundados en la cultura; que explican cómo se
fueron “materializando” los antiguos territorios del siglo XVI en las nuevas
federaciones de ayllus de fines del siglo XX. Especial hincapié hace la autora
en 1992, cuando se gestó la alianza del Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR), y el Movimiento Revolucionario Tupac Katari de Liberación (MRTKL).
Considera que una de las mayores expresiones fue el libro de Silvia Rivera Cusicanqui de 1984, Oprimidos pero
no Vencidos. Luchas del campesinado aymara y quechua,
1900-1980, a quien asigna un rol fundamental en la formación y emergencia de
una intelectualidad aimara. Resalta dos cambios que entiende fundamentales
porque marcaron la dinámica política y social de la década siguiente: el
tránsito del reconocimiento del “indígena” al reconocimiento del “pueblo
indígena”; y de la “tierra” al “territorio”. Entiende que un nuevo ciclo se
inauguró con “La Guerra del Agua de Cochabamba del año 2000, de la que emergió la “Comuna” que tuvo como
figuras destacadas a Álvaro García Linera, a Raquel Gutiérrez, y Raúl Prada que
articularon la visión étnico-nacional con el marxismo; deslegitimando académica
y socialmente a los partidos políticos, y gestando la legitimidad de nuevas
formas de organización y protesta (p.196) que se materializaron en la votación
del año 2002, con partidos y candidatos indígenas; y que llevó a Evo Morales Ayma y Álvaro García Linera a ganar las elecciones.
Atendiendo a la cuestión simbólica señala cómo tomó posesión en las ruinas de
Tiahuanaco, donde fue, prácticamente coronado como Apu Mallku
o líder supremo.
En el marco de la
convocatoria propuesta afirma que “Bolivia no deja de ser el lugar donde
suceden apasionantes procesos, pero, para muchos, son experiencias puntuales y
de investigación, mientras que, para otros, constituyen su vivencia y
experiencia cotidianas” (p.204).
El libro editado por
Andújar y Bohoslavsky es una sugerente herramienta para pensar temas y
problemas teórico metodológicos, comparar procesos, y construir claves
interpretativas que aún ancladas en los estados nación, nos permitan actuar
académica y políticamente desde la Historia Social. Para cerrar, nos queda
reservado a los lectores apropiarnos de la obra para continuar trabajando.
Mónica Gatica
Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales;
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco
icagracielagatica@yahoo.com.ar
Zamora, R. (2017). Casa poblada y buen gobierno. Oeconomía católica y servicio personal en San
Miguel de Tucumán, siglo XVIII. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Prometeo
Libros [249 páginas]
La obra de Romina Zamora propone un estudio profuso sobre el
concepto oeconomía en la casa poblada y el gobierno
localizado –pero no limitado- en el núcleo urbano de San Miguel de Tucumán. En
el período propuesto por la autora de un largo
siglo XVIII, iniciado con el traslado de la ciudad en 1685 y finalizado en
1812 con la llegada del Ejército del Norte a la misma.
El eje articulador de los nueve capítulos lo constituyen las
múltiples aristas de la relación oeconómica que
fundamentaba el poder del padre de la casa poblada. Sin embargo, la autora no
decide explicar el poder patriarcal y paternalista centrándose en aquellos
hombres distinguidos, si no, de quiénes eran alcanzados por su poder y en qué
medida actuaba. Profundiza en las relaciones entre las personas,
territorializándolas. Para ello, deja atrás los binomios simplistas que
existieron sobre la sociedad colonial, como establece Zamora (2017:119): “Esta
visión simplificadora no ha hecho sino empobrecer las lecturas posibles del
pasado…”. La autora historiográficamente continúa la línea abierta por la nueva
historia política. La misma que ha venido revalorizando las relaciones sociales
en su incidencia en el gobierno de las monarquías, las múltiples formas de
identidad y pertenencia que ayudaron a complejizar la mirada y desarmar la
noción de Estado tan presente en obras sobre la etapa antiguo regimental
(Barriera, 2002:163-197). Con este andamiaje metodológico, Romina Zamora se
valió de diferentes repositorios documentales: archivos locales de Tucumán, de
otras provincias, el Archivo General de la Nación y Archivo General de Indias.
El libro despunta un primer capítulo dedicado al trabajo del
traslado de la ciudad de San Miguel de Tucumán, incluyendo las vicisitudes de
semejante empresa como los motivos que llevaron a tomar tal decisión y cómo se
proyectó el nuevo emplazamiento. Este proceso de construcción y mudanza le
permitió a la autora trabajar las principales concepciones sobre la
distribución del espacio en base al criterio de preeminencia social del vecino chocaba con la complejidad del
entramado social de quienes vivían y transitaban aquel lugar. Como también de
quienes se resistían al nuevo emplazamiento por motivos fundamentados en las
mismas bases de la autoridad, pero con dos concepciones de la actividad
económica, en principio, opuestas.
En el segundo capítulo el foco se coloca sobre quienes
fueron los encargados de llevar adelante la mayor parte de la mudanza: las
poblaciones indígenas. La autora profundiza en la autoridad doméstica del padre
de familia y en los escritos de destacados juristas –como Solárzano y Pereyra-
sin dejar atrás las ordenanzas de Alfaro. De esta manera da cuenta de cómo y
bajo cuáles argumentos se justificaba la subyugación de las poblaciones originarias,
pero también le sirven para continuar adentrándose en las prerrogativas oeconómicas de la autoridad de la casa.
Recién en el capítulo 3 comienza a desarrollar en
profundidad el concepto de casa poblada y cómo se inserta dentro del orden de
la república católica. El peso simbólico de la casa grande excede el espacio
físico del edificio, lo supera, lo traspasa en las múltiples relaciones que se
abren ante la disparidad de los moradores. No todos tienen el mismo estatus, de
esto se desprenden la cantidad de potestades del padre de familia. La autora va
develando la unión entre la capacidad de gobernar la casa con el de la ciudad
era la consecuencia de una concepción del gobierno en que el ámbito de lo
público como de lo privado no marcaba diferencia alguna. Debido a que la
administración de la casa era la base de un orden social de fundamento
religioso. En el siguiente capítulo, continúa problematizando en torno a las
personas que vivían en aquellos hogares que representaban la multiplicidad de
identidades que se le superponían al padre mencionadas previamente. Pero
también menciona un rasgo muy propio de aquellos solares: los continuos
fraccionamientos ante cada nuevo casamiento de los hijos e hijas (sobre todo
cuando se casaban con peninsulares). Así mismo la convivialidad con personas
que alquilaban un cuarto, no sólo permitían un ingreso extra sino la
posibilidad de continuar creando vínculos. La descripción de la distribución de
los espacios hogareños posibilita imaginar cómo se erigían y dividían aquellos
lugares. Zamora realizó la elaboración propia de mapas y esquemas que acompañan
al texto y facilitan su comprensión.
En el quinto capítulo realizó el análisis más centrado en el
concepto oeconomía como autoridad del padre de
familia, en su rol de tutor de aquellas relaciones entre miembros dispares que
habitaban la casa poblada. Como sostenía la autora: “La casa era el escenario
de todas estas relaciones de poder. El conjunto de ellos era la razón de ser de
la ciudad" (Zamora, 2017:112). Para ello se re adaptó la teoría del reino
como cuerpo a la del tamaño de la casa grande. Y cuyos orígenes se remontan a
la etapa bajomedieval. Justamente a lo largo de las páginas de esta parte es
cuando hace el desarrollo más concentrado de su objeto de estudio. Como a su
vez el desarrollo de otros aspectos no abordados hasta entonces: la concepción
del derecho y la práctica de la justicia, la inexistencia del concepto
individuo, las diferentes formas del estatus.
Hacia el sexto capítulo se ocupará de la otra casa, la casa
plebe. Ese espacio en que se constituyeron otras identidades, diferentes a las
que les imaginaban el Cabildo, la Corona y los hombres destacados de la
sociedad. Como la autora señalaba, justamente por ser diferentes, por
encontrarse fuera del gobierno de la casa grande, surge la policía para
controlarlos. Pero la creación de esta institución se fundamentaba en aquel
poder oeconómico, era la ampliación o extensión si se
prefiere.
El capítulo 7 aborda –como bien dice el título- historias de
la vida cotidiana. Comenzando con la importancia de las mujeres en la casa
poblada y en la casa plebe. No sólo eran numéricamente mayores sino las
encargadas de la cotidianeidad como de la administración de su dote. Esto
revelaba los múltiples roles que podían cumplir sin perder el marco patriarcal
de estas sociedades. Debemos agregarle las diferentes actividades económicas
que se llevaban adelante dentro de la ciudad sobre todo la actividad comercial
cómo se insertaba en la república católica que condenaba la avaricia, la
codicia y sus derivados.
En el octavo capítulo vuelve sobre la naturaleza y funciones
del poder paternalista y patriarcal de los cabezas de familia y cómo se enlaza
con la concepción del buen gobierno de la ciudad o el reino. Sólo si lograba
administrar adecuadamente su casa podía estar en condiciones de llevarlo a
esferas más extensas. La base de todo era el amor de diferentes formas con los
habitantes de su casa como los otros padres de familia, dispensado a través de
acciones u objetos que creaban obligaciones para con él. Una vez establecido
esto, la autora se volverá hacia la principal institución de la ciudad: el
Cabildo y los diferentes cargos que albergaba. Lo que le permitió a Zamora era
profundizar su estudio sobre cómo se encontraba organizada la monarquía al interior
y en el complejo entramado jurisdiccional que determinaba las autonomías de
cada parte del cuerpo del reino.
Finalmente el último capítulo se puede entender
como un racconto de las páginas anteriores, como una pre-conclusión.
La autora se enfoca en las problemáticas generadas a partir del crecimiento de
la población, tanto de los sectores de la plebe como de las altas capas. Ante
la llegada de nuevas personas que intentaron insertarse a través de alianzas
con los antiguos habitantes pretendían poder acceder a los privilegios que
comportaba la noción de vecindad y cómo muchas veces desde el Cabildo se podían
poner en situaciones tensas cuando las medidas capitulares no iban en sintonía
de las prerrogativas vecinales. A su vez, aborda Zamora cómo desde las bases
del bien común y buen gobierno se podían producir transformaciones:
intromisiones de la policía y alcaldes de barrio. Sin embargo, estas figuras
nuevas no modificaron su naturaleza o económica.
La obra cierra con un epílogo como balance general a los
presupuestos teóricos abordados a lo largo de las páginas. Recuerda al lector
una vez más que su propuesta radica en dejar de ver al siglo XVIII como
preludio del Estado y también cuestiona la concepción de la “ruralización de la
política” para el período revolucionario. Puesto que eran los mismos grupos
quienes poseían casas pobladas tanto
en el campo como en la ciudad. Bien señalado por la autora fue mostrar la
pervivencia de este orden oeconómico que se extendió
a lo largo de los siglos subsiguientes a pesar de encontrarse en un marco
diferente.
El libro tiene varios logros destacables: haber puesto en
palabras claras una investigación magnífica, ya que apunta a un público amplio.
Hace aproximables conceptos de una sociedad muy lejana sin caer en los
anacronismos. Además, como estrategia narrativa decidió comenzar cada capítulo
con una historia proveniente del archivo Judicial del crimen. No quedan en el
primer párrafo si no que se desglosan a lo largo de las páginas de cada
capítulo, le permiten a la autora hacer carne y poner nombre a las
elaboraciones teóricas de su investigación. Esta técnica permite un
acercamiento mucho más rico y complejo al describir olores y aromas, luces y
sombras, sensaciones y prácticas cotidianas que no hacen más que enriquecer su
obra.
El libro de Romina Zamora es indispensable en cualquier
anaquel, estantería o biblioteca de un investigador/a, docente o interesado/a
por la historia. Es una obra realmente apasionante.
Bibliografía
BARRIERA, D. (2002). Por el camino de
la historia política: hacia una historia política configuracional, Secuencia, Revista de Historia y de Ciencias
Sociales, núm. 53, pp. 163-197.
Emilce Valenzuela
Facultad de
Humanidades y Artes,
Universidad
Nacional de Rosario (UNR)
emilcevalenzuela323@hotmail.com