La mujer: ¿ama de casa o algo
más?[1]
The woman: housewife or something else?
Universidad Nacional de Rosario
(Argentina)
Con mucha
frecuencia los diarios, las revistas, la radio, el cine y la televisión
informan de cambios que se están produciendo en el mundo. Esos cambios
sorprenden a veces favorablemente, como cuando nos enteramos que gracias a las
vacunas descubiertas por los doctores Salk y Sabin, son menos los niños
enfermos de parálisis infantil; o cuando los diarios traen grandes con grandes
titulares, las noticias de que se ha realizado con éxito alguna aventura
espacial. Otras veces, los cambios no nos resultan tan importantes, como cuando
leemos que se han descubierto “nuevos e infalibles métodos para adelgazar o
para engordar, o para borrar en un santiamén las arrugas envejecedoras”.
Finalmente, hay otros cambios que no todos reciben con agrado; según sean las
opiniones que tengamos, nos van a parecer bien o nos van a parecer mal. Esto es
lo que ocurre casi siempre cuando se introducen nuevas costumbres, cuando se
abandonan otras, o cuando hay cambios en la manera de conducirnos o de actuar.
Y esto ocurre porque casi todas las sociedades (así llamamos a los grupos de
personas que viven en un lugar determinado, que hablan el mismo idioma y que se
organizan con instituciones y costumbres propias), tratan de que la gente actúe
en ellas de manera parecida, siguiendo las costumbres que parecen ser las
mejores, y que obedezcan las normas de conducta creadas por cada sociedad. Por
eso, cualquier cambio en las costumbres o en las normas, hace reaccionar a la
gente de manera distinta. Unos apoyan los cambios y otros están en contra de
ellos.
Los cambios
producidos en la sociedad moderna, en el papel y en las posibilidades que las
mujeres tienen de actuar en un número mayor de actividades, pertenecen a esa
clase de cambios ante los cuales la gente reacciona de uno u otro modo. Este
trabajo se propone describir:
• por qué se
han producido cambios en el lugar y en las funciones que una mujer tiene en la
sociedad en que vivimos;
• por qué
mucha gente reacciona de un modo o de otro, pensando tener la verdad en sus
manos; y
• qué consecuencias
ventajosas o qué inconvenientes ha tenido el hecho de que una mujer de hoy,
pueda hacer en la sociedad muchas cosas más que las que una mujer de hace 100 o
200 años podía hacer en la suya.
La
mujer en la sociedad y en la familia tradicional
Los estudiosos
han elegido dos palabras para señalar dos estilos o modos de vida distintos: el
que vivieron los padres de nuestros abuelos, nuestros abuelos y quizás también
nuestros padres, y el que vivimos nosotros y vivirán nuestros hijos. Esas dos
palabras son tradicional y moderno. Suponemos que a todos nos
resulta fácil saber cuál es nuestro propio estilo de vida: es decir, sabemos —
con mayor o menor claridad — a qué se llama una sociedad moderna. Las máquinas
que manejamos en las fábricas, los automóviles y demás vehículos que conducimos
o vemos en las calles, las comodidades que alivian el trabajo de la casa, como
lavarropas y heladeras, los miles de antenas de televisión que aparecen en el
cielo de la ciudad en que vivimos, los personajes imaginarios que entusiasman a
nuestros chicos cuando ven o leen sus aventuras en los programas de televisión
o en las revistas; todo eso y muchas otras cosas más es lo que hace que nos
reconozcamos viviendo en un mundo moderno. Entonces, la palabra moderno no es
difícil de entender porque la vivimos; no importa que estemos de acuerdo en
todo o en parte con las cosas que suceden en ese mundo y con el modo de vivir
propio de esta sociedad.
Pero a lo
mejor es un poco más difícil reunir todo lo que conocemos acerca del mundo tradicional
y entender el significado que se le da a esta palabra. Tratemos de juntar toda
esa información suelta y con ella llegar a explicarnos qué se quiere decir
cuando se habla de una sociedad tradicional.
Por ejemplo,
muchos de nosotros seguramente hemos escuchado conversaciones familiares
(además es muy probable que hayamos intervenido en ellas) en donde las personas
más grandes de la familia (los abuelos, los padres de cierta edad, los tíos
mayores) lamentaban que los tiempos nuevos hubieran olvidado costumbres
tradicionales sobre las que se asentaban una familia. También se afirmaba que
la genta de antes era mejor que la de ahora: que había más respeto y más
obediencia. En una palabra: que se cumplían más las obligaciones morales que
todas las personas tenemos para con nuestro prójimo.
Otra
información la dan las lecturas o las películas de época, en donde el modo de
actuar que tenía la gente nos hace sonreír pensando que los abuelos tienen
razón, porque los tiempos han cambiado mucho; o nos asombran, porque no
imaginamos que se hubiera podido vivir de esa manera; o directamente nos hacen
reír a carcajadas, porque sentimos que esas costumbres eran ridículas.
Toda la
información que proviene de las conversaciones familiares, todos los libros o
las películas que hablan de épocas anteriores; convencieron a los estudiosos de
que, antes de que existieran máquinas en las fábricas, automóviles en las
calles de la ciudad y en las carreteras, lavarropas y heladeras en las casas, y
antenas de televisión en los techos de la ciudad, la gente vivía de otra
manera, pensaba de otra forma con respecto a muchas cosas que todavía hoy son
importantes, como por ejemplo, cómo criar un hijo o qué trabajo elegirle para
cuando sea grande, o cómo debe comportarse una mujer en la calle, u otros
muchos problemas que la gente tiene que resolver en la vida diaria.
Ese modo de
pensar y de actuar, que es distinto en muchos aspectos al modo como pensamos y
actuamos hoy, es lo que los especialistas llaman un estilo de vida tradicional
y a los grupos humanos que seguían ese estilo tradicional los llaman sociedades
tradicionales.
Veamos ahora
cuáles eran los aspectos importantes en esas sociedades tradicionales.
1.
En primer lugar, el número de gente que habitaba las
partes conocidas del mundo era mucho menor que en la actualidad. Aunque nacía
mucha gente, la falta de conocimientos para atacar a las enfermedades y
curarlas, hacía que la cantidad de gente que moría fuera casi tan grande como
la que nacía.
2.
La mayoría de las personas vivían en el campo, y aunque
las ciudades existían también, eran muy distintas a las que conocemos ahora.
3.
Como había más gente en el campo que en la ciudad, la
gente trabajaba más en las tareas del campo que en las industrias. En aquel
entonces, las tareas principales eran el cultivo de la tierra, la cría de
animales o la atención de la huerta.
4.
El trabajo en el campo era atendido por familias enteras
que laboraban la tierra, sembraban, trasplantaban almácigos, cosechaban la
producción de la temporada, atendían a los animales, buscaban el forraje para
el ganado, y utilizaban la producción en cosas útiles.
5.
Al cosechar y utilizar la producción del ganado en cosas
que sirvieran a la familia, ésta satisfacía sus necesidades de alimentarse y
vestirse. Esta forma de trabajo, en la que un grupo utiliza y consume los
productos que él mismo obtuvo de la naturaleza, constituye lo que se llama una
economía cerrada o tradicional. En este tipo de actividad, todos los miembros
de la familia, sin que importara el sexo ni la edad, trabajaban, producían y
consumían. La familia necesitaba forzosamente que todas las personas que la
formaban — fueran mujeres o varones, niños, jóvenes o ancianos — ayudaran en
estas tareas. En aquel tiempo la sociedad en su conjunto no era tan rica ni se
habían descubierto las máquinas que ahorran el tiempo y el trabajo y producen
más ganancias. Por eso, al trabajar y consumir lo que se producía, la familia
era lo que se llama un grupo de trabajo, es decir, una unidad económica.
6.
En las ciudades, que como dijimos, eran bastante
diferentes a las que conocemos ahora, el grupo de trabajo familiar estaba en
los talleres de artesanos y en los gremios de oficios. En estos talleres, los
hijos iban aprendiendo su oficio al lado del padre, porque en ese tipo de
sociedades las costumbres eran tan fijas, que generalmente los hijos
continuaban con el oficio de sus padres, de modo tal que durante mucho tiempo,
había familias de zapateros, familias de sastres, familias de herreros,
familias de panaderos.
Claro que
esta forma de vivir no era la de todas las familias. Alguna gente poseía
riquezas y tierras, y esto les daba poder y les permitía gozar de posibilidades
que no estaban al alcance del resto de la población. En realidad, la mayoría de
la población estaba dominada por esas pocas familias nobles porque ellos eran los señores,
los dueños de la tierra.
Dijimos que
la mayoría de la gente se dedicaba a tareas en las que trabajaba toda la
familia. Las mujeres de la familia, por lo tanto, no atendían solamente los
trabajos domésticos — como cocinar, lavar, atender a los niños y a la casa —
sino que también ayudaban a sus maridos en el trabajo. Ellas estaban junto a
los otros miembros de la familia trabajando en el campo o en el taller, y
cuando el esposo se ausentaba o moría, la mujer lo reemplazaba en su trabajo.
Pero el
trabajo que hacía la mujer de esa época, comparado con el que hacía su marido,
su padre o sus hermanos, era reconocido como nada más que una ayuda y por lo
tanto se lo tenía menos en cuenta. Entonces, como no se lo consideraba
importante, eran pocas las mujeres que tenían trabajo especializado, y en los
talleres, por ejemplo, era raro encontrar mujeres que estuvieran aprendiendo el
oficio.
Estos datos
ayudan a conocer la situación del trabajo femenino hace doscientos años. Según
la situación de su familia, la mujer debía realizar tareas más o menos pesadas,
y en condiciones de inferioridad respecto a los hombres. Al mismo tiempo,
aquellos hombres que ganaban su vida con su trabajo, estaba en una condición
social inferior, y sufrían la dominación de los señores, ricos y poderosos.
Pero con el correr del tiempo el hombre comenzó a mejorar su situación frente a
la sociedad.
Mientras la
mujer continuaba atada a las obligaciones del hogar, y desempeñándose como
ayudante del hombre, en tareas complementarias y mal pagadas, el hombre comenzó
a educarse, a dominar ciertas técnicas, se puso, en fin, en condiciones de
realizar tareas más complicadas y mejor pagadas. Su compañera, en cambio,
continuó todavía mucho tiempo dedicada exclusivamente a alimentar y criar los
niños, cuidar la casa, mantener y conservar los lazos familiares, iniciar a los
pequeños en el respeto y la obediencia a las costumbres de los mayores.
Así como en el trabajo la mujer era sólo un operario
secundario que ayudaba al hombre en sus tareas, en el hogar tampoco tenía los
mismos derechos que su marido. El que mandaba y dirigía el hogar era el padre.
La mujer era solamente una colaboradora obediente que hacía cumplir las
indicaciones dadas por el padre a los hijos, o a ella misma.
Cambios
en la sociedad y en la familia como consecuencia del progreso científico y
técnico
El estilo de
vida que tenía la mayoría de la gente que vivía en los países de Europa y en
los americanos, hace 200 años, fue destruyéndose poco a poco, debido a grandes
cambios que hicieron, variar, de distinto modo y en distinto tiempo, la
historia de los pueblos y naciones de Europa y América. Esos cambios tan
importantes, parecidos a los que ahora nos estamos acostumbrando a observar, se
referían a muchas cosas diferentes: se referían al trabajo, a los salarios que
se pagaban por el trabajo, a los precios de las cosas, a las ideas, a las
formas de gobernar, a la educación, a las creencias y a las costumbres de las personas
y sociedades.
Esos grandes
cambios aparecieron después que se hicieron enormes progresos en la ciencia y
en la técnica. Se inventó la máquina de vapor, se utilizó el hierro y se
descubrió la electricidad. Estos adelantos dieron lugar a formas nuevas en la
manera de trabajar y de vivir. Veamos algunas de ellas:
Los motores
y las máquinas se utilizaron en establecimientos que reemplazaron al antiguo
taller artesanal y a muchas industrias domésticas. Esto es importante porque
apareció una nueva fuente de trabajo, las fábricas, y una nueva actividad
económica, la actividad industrial.
Las
industrias con maquinarias ayudaron a que lo que allí se producía se hiciera
ahorrando tiempo y dinero, en comparación con el gasto que tenía el artesano en
su taller al confeccionar una pieza. Él debía dedicar mucho tiempo y mucho
esfuerzo a terminar su obra, pieza por pieza; las máquinas, en cambio,
producían muchas piezas al mismo tiempo y por el mismo dinero.
El dueño de
las máquinas y de la fábrica necesitó entonces más obreros que trabajaran para
él. Atraídos por estas nuevas oportunidades de trabajo, mucha gente que antes
vivía en el campo se trasladó a las ciudades, donde había industrias.
Con el
aumento de la población y con las máquinas en las fábricas, las ciudades
empezaron a ser cada vez más grandes y a tener un aspecto distinto del que
habían tenido hasta entonces.
Las
distancias entre ciudades, regiones y países, se acortaron cada vez más, porque
los ferrocarriles y los vapores recorrían en menos tiempo las distancias entre
un lugar y otro. Los vapores y los ferrocarriles llevaban en sus viajes las
noticias de los nuevos descubrimientos e invenciones a muchas partes del mundo
y desparramaron también nuevas ideas. Los que tenían fábricas y máquinas fueron
enriqueciéndose cada vez más. En cambio, los antiguos artesanos ya no pudieron
trabajar como trabajadores independientes y se vieron obligados a emplearse
como asalariados en las fábricas. También los que trabajaban antes en los
campos, en las minas y en otras ocupaciones parecidas, se emplearon en las
industrias, junto a los antiguos artesanos independientes.
Los que se
beneficiaron con la riqueza que daba la actividad industrial fueron los dueños
de las fábricas, los que poseían empresas de navegación, o los dueños de los
bancos. Los antiguos señores tuvieron también que acomodarse a los nuevos
tiempos, pero ellos perdieron mucho menos que los artesanos. Las familias y las
personas eran ahora más importantes por la riqueza que tenían, que por el
apellido ilustre o por el título nobiliario. Entonces, necesitaron añadir
riqueza (que algunos ya no tenían) para seguir siendo importantes. Y el mejor
modo de conseguirlo fue a través del matrimonio. Los dos grupos sociales de
mayor poder fueron entonces los banqueros y patrones capitalistas combinados
con antiguos duques, barones y condes.
Estos
cambios que estamos enumerando se dieron así en países que no tenían problemas
políticos, como en Inglaterra. En otros países, como Alemania, Francia e
Italia, en Europa y en los países americanos, lo que también cambió fue el tipo
de gobierno. En Francia el pueblo luchó para destruir la monarquía absolutista
y conseguir el respeto por las libertades humanas. En otros países, como la
Argentina, la lucha se hizo para independizarse y tener gobiernos propios.
Debido a estos otros cambios, es que decimos que los
países pasaron de un estilo de vida tradicional a un estilo de vida moderno, en
diferentes momentos y por diferentes modos.
La mujer en la sociedad industrial y en
la familia industrial
Lo que hasta
aquí hemos descripto se relaciona con los cambios generales que tuvieron las
sociedades y los países 100 años atrás. Pensemos ahora, cuáles fueron los
cambios que se produjeron en el papel de las mujeres en la sociedad y en la
familia en esta nueva época.
La
preparación de industrias domésticas, que era tarea femenina hasta entonces,
fue desapareciendo de los hogares. Los tejidos, la panificación, los dulces y
confituras, los jabones, la ropa, comenzaron a hacerse en mucha cantidad, es
decir, en gran escala, en las fábricas. Las fábricas, a su vez, vendían la
mercadería a los comercios y éstos a los compradores que las usaban en sus
casas. La familia, por lo tanto, ya no fue un grupo de trabajo o una “unidad
económica”, como habíamos visto antes, y las mujeres perdieron sus ocupaciones
en las industrias domésticas. En segundo lugar, tampoco tenían muchas
posibilidades de ocuparse en las fábricas atendiendo las máquinas. Estas eran
un poco complicadas y la educación que recibían las mujeres de esa época era
insuficiente y nos les permitía entender bien el funcionamiento de los
mecanismos. De modo que la nueva situación tampoco las favoreció en cuanto a
las oportunidades de empleo.
Así como
había muchas mujeres que se quedaban sin trabajo, las que lo conseguían,
estaban sujetas a condiciones de trabajo realmente inhumanas. Esta situación
era bastante frecuente en las primeras ciudades industriales de Inglaterra. En
un libro se cuenta que “las mujeres y los niños trabajaban con los hombres
jornadas de 14 horas y vivían apiñados
entre la inmundicia y la infección. Se les obligaba a trabajar con obreros que
venían de todo el país, en fábricas ubicadas sin la menor consideración hacia
las más elementales necesidades humanas, en las regiones donde el carbón y el
hierro podían encontrarse con facilidad… Cuando alguien intentaba alzar la voz
contra esas inhumanas condiciones, el argumento que se oponía con frecuencia
era que el patrón no había comprado al operario, sino a su trabajo, por lo cual
la salud del trabajador y sus condiciones de vida no le interesaban.”
Estas
situaciones eran normales entre los grupos que contaban con menos recursos
económicos y que iba formando la futura clase obrera industrial. Pero otros
cambios y otros problemas aparecieron también en otros grupos de la sociedad.
Las mujeres que pertenecían a familias de comerciantes prósperos, o de
empleados de banco, o de empresas de transporte, o de médicos o maestros,
realizaron otro tipo de lucha. En ese tipo de familia, la costumbre era que las
jóvenes no debían ocuparse en tareas por las que se les pagara; la educación de
las niñas se hacía con vistas a que llegaran a ser damas perfectas y no
personas instruidas. Una escritora inglesa de ese tiempo escribió: “a nadie se
le ocurría pensar que alguna mujer pudiera ser otra cosa que no fuera un adorno
para la sociedad. Que una alumna de la escuela se convirtiera en artista o
escritora, se hubiera considerado inmoral. La sociedad de ese tiempo ordenaba
que la mujer se preparara para ser objeto de admiración en la sociedad.”
Cuando la
falta de dinero obligaba a alguna joven de este tipo de familiar a trabajar
para ganarse la vida, debía resignarse a ser considerada “distinta” y a veces,
hasta mirada con desprecio por la sociedad. Como por lo general, en este grupo,
que llamaremos la clase media, las mujeres podían tener más instrucción, las
lecturas y la propia situación en que vivían impulsaron a muchas a luchar para
conseguir el derecho de trabajar, de educarse y de tener libertad política.
Esas lecturas
también les hicieron conocer que al lado de las miserables condiciones de
trabajo y habitación que tenían los obreros de los países industriales, era
cada día mayor la riqueza de la que gozaban los grupos más poderosos de la
sociedad. En muchos países, pensadores, escritores, benefactores y políticos,
se dispusieron a demostrar a la gente que la pobreza en que vivían muchas
personas no era un estado natural, sino que se debía principalmente a que la
riqueza estaba en pocas manos. Libros, trabajos y proyectos de leyes, aparecían
cada vez más, demostrando la situación desigual que existía entre los dueños de
las fábricas y explotaciones mineras, y los obreros y obreras que trabajaban en
ellas.
Las mujeres
que tenían instrucción y que habían leído esos libros, pensaron que más urgente
que conseguir la igualdad de derechos con respecto a los hombres, era
solucionar los problemas sociales que representaban la pobreza, las
enfermedades, las malas condiciones de vida y la delincuencia. Emprendieron una
serie de actividades, con las que pretendían aliviar en algo la situación, ya
que no estaba en sus manos solucionarla. Esas actividades fueron principalmente
las que se referían a la caridad pública. Fueron novelistas, artistas, maestras
y enfermeras quienes mostraron la injusticia que soportaban los grupos menos
favorecidos de la población, y las que al mismo tiempo demostraron que las
mujeres tenían la misma capacidad de trabajo que el hombre y su misma
inteligencia, si se le daban las mismas oportunidades. De ese modo se llegó a
entender qué equivocado era pensar que lo único que podían hacer las jóvenes y
señoras de ciertas familias era “coser, hacer calceta, y otras cosas por el
estilo, para poder llenar agradablemente muchas horas de soledad”.
El reclamo
que se hacía cada vez más fuerte por parte de los grupos que sufrían las
espantosas condiciones de trabajo que vimos, dio por resultado que se dictaran
leyes que protegieron el trabajo de las mujeres y de los niños, que redujeron
las horas de labor, y que se mejorara la retribución por el trabajo y las condiciones
en que debían hacerlo. Posteriormente se dictaron leyes que sostenían los
derechos de las mujeres a trabajar, a pensar y elegir, a educarse y a enseñar,
que hasta ese entonces habían sido privilegios de los hombres.
La sociedad
tuvo que aceptar, con mayor o menor entusiasmo, que las mujeres podían ser
profesionales, maestras, obreras, artistas, modistas, empleadas o escritoras.
De la misma manera muchas costumbres, hasta entonces consideradas sagradas,
debieron cambiar porque la mayoría de la gente ya no las seguía.
Todo esto
ocurrió hace más de cien años. La mujer cambió su papel y aumentó sus
posibilidades de actuar en la sociedad, pero a las nuevas leyes y las nuevas
formas de pensar y actuar, se agregaron otras situaciones. En 1914 comenzó la
primera guerra mundial y esto produjo nuevos problemas en los países que
intervinieron en ella. Como esos países eran los que estaban más adelantados en
sus industrias y en general en su economía, el trabajo que realizaban los
hombres quedó vacante, porque ellos debieron marchar al frente. Lo mismo
ocurrió en las familias, en las que el hombre era muchas veces el único que
traía el dinero a su casa. Esto hizo que las mujeres necesariamente ocuparan el
lugar de los hombres en las fábricas y talleras, en las oficinas y en los
transportes, en los comercios y administraciones públicas. Para poder cumplir
con esas funciones, las mujeres precisaron más educación, más experiencia y
tuvieron que desempeñarse en tareas cada vez más especializadas. Ahora veamos
qué cosas ocurrieron en los países que no habían participado en la guerra, como
es el caso del nuestro. La Argentina era un país, hasta hace relativamente
pocos años (40 años), dedicado principalmente a las actividades del campo. La
agricultura y la ganadería eran la principal fuentes de recursos. Pero al
terminar la guerra, los países que tenían muchas industrias y eran muy ricos,
llevaron sus capitales a los países no industriales, como el nuestro, e
instalaron en ellos grandes fábricas, con máquinas modernas y buscaron la mano
de obra dentro del país.
Las grandes
industrias se ubicaron en las zonas que fueran cómodas tanto para la industria
misma como para el comercio de la producción que salía de las fábricas. Por eso
es que la mayoría de las fábricas más importantes se instalaron en la zona de
Buenos Aires, de Rosario y muchos años después, también en Córdoba. La mano de
obra que se consiguió fue principalmente la gente que venía del campo y que
buscaba mejorar sus condiciones de vida en las ciudades y en el trabajo
industrial. La Argentina entró de esa manera, al grupo de los países que tienen
actividad económica industrial y que tienen un estilo de vida industrial o
moderno.
El estilo de
vida industrial o moderno que tienen los países industriales más adelantados, sirvió
de modelo a los países menos adelantados, porque el cine, la radio, las
revistas, los diarios y la televisión, hicieron conocer, cada vez con mayor
rapidez, los nuevos hábitos, las nuevas modas y las nuevas costumbres de
aquellos países.
Las mujeres
argentinas se emplearon también en las fábricas, comercios, talleres, como lo
hicieron las mujeres de países industriales. La mujer argentina debió trabajar,
en primer lugar, porque la carestía de la vida obligaba a completar con su
sueldo el de su marido, o el que entraba en la familia, si ella era soltera. O
también decidía trabajar porque quería independizarse de la familia, o porque
quería estudiar alguna carrera que le atraía.
La necesidad
de trabajar o el gusto por el trabajo que no fuera el doméstico, hizo que las
mujeres estuvieran fuera de sus casas durante muchas horas del día. Además, las
escuelas, las mismas fábricas, los clubes y otras organizaciones parecidas se
encargaron cada vez más de la educación de los niños, que antes estaba
reservada sólo a la familia.
De esta
manera, la familia moderna se va diferenciando bastante del tipo de familia que
conocieron nuestros abuelos, nuestros padres, es decir, la familia que existía
en la sociedad tradicional. En las grandes ciudades, los padres y los hijos
sólo pueden reunirse los fines de semana; el resto de los días, cada uno tiene
sus propias obligaciones que cumplir: en la fábrica, en el taller, en las
oficinas, en la escuela o con los amigos. Y muchas veces, la distancia entre el
lugar de trabajo y la casa, hace difícil que el padre pueda volver a la hora
del almuerzo; porque el transporte cuesta mucho, porque se llega cansado a la
casa y no se tiene tiempo para volver a horario, etc. Y esta situación empeora
cuando los dos esposos son los que trabajan. Por eso es que para muchas
familias de las ciudades es tan importante el día domingo, porque es el único
momento en que se puede disponer de tiempo suficiente para charlar, jugar con
los chicos, hacer cosas en la casa, o salir a pasear.
Hasta aquí
hemos querido responder a lo que propusimos al principio: es decir, por qué se
han producido cambios en el papel y en las funciones que tiene una mujer en la
sociedad en que vivimos.
De todas
maneras, trataremos de resumir cuáles son las conquistas logradas por el sexo
femenino a raíz de los cambios producidos y que explicamos antes.
La mujer
conquistó igualdad en las oportunidades de educarse y formarse
profesionalmente, oportunidades que antes estaban reservadas a los hombres.
La mujer
conquistó un reconocimiento igualitario en su trabajo o profesión. Ese
reconocimiento se produjo porque la mujer demostró su capacidad cuando se le
dieron mayores oportunidades de educación.
La mujer
conquistó reconocimiento en las leyes y códigos de muchos países: se le reconocieron
derechos jurídicos y sociales. Se protegió el trabajo femenino mediante leyes
que amparan a la madre que trabaja, sea obrera, empleada o profesional.
La mujer
conquistó reconocimiento en la actividad política, al poder participar en la
elección de los gobiernos y tener ella misma la posibilidad de ser elegida.
También creemos haber explicado por qué a alguna gente le parece bien y a otra
mal que se hayan producido esos cambios: simplemente porque hay gente que está
más dispuesta a seguir con las costumbres en las que se ha criado y que conoce;
mientras otra gente, aunque haya sido criada con las mismas costumbres, acepta
que ellas cambien en algún momento en que se haga necesario porque ya no
sirven, o porque eran equivocadas.
Finalmente, tratemos
de explicar qué consecuencias buenas y qué inconvenientes han tenido esos
cambios sobre la vida de las mujeres de nuestra época. Pensemos en las
funciones que una mujer cumple en el hogar de hoy en día. Los innumerables
artefactos modernos la ayudan en sus quehaceres. Le aseguran comodidad, rapidez
y eficacia: hay heladeras que conservan frescos los alimentos durante varios
días; hay lavarropas que borran la ingrata tarea del “fregado”; hay ropas que
resuelven en parte el problema del planchado; hay aspiradoras, enceradoras,
licuadoras, planchas, productos de limpieza, comidas envasadas; revistas y
audiciones de radio y TV que enseñan a variar fácilmente las comidas, etc. Todo
esto ahorra tiempo y energías (aunque no dinero) a quienes lo tienen a su
alcance. ¿Pero qué pasa en la práctica?
Veamos, en
primer lugar, el caso de un ama de casa y nada más. Ella se dedica única y
exclusivamente al cuidado de la casa, a preparar ricas comidas, a arreglar la
ropa, a ordenar, en fin, a disponer todo lo necesario para que cuando lleguen
los demás habitantes de la casa, esposo e hijos, encuentren todo listo,
ordenado, preparado y una esposa o madre con un rostro radiante de felicidad y
fresca como una lechuga.
Lo más
probable es que encuentren efectivamente todo listo, ordenado y preparado,
menos probable es que la cara de la esposa o de la mamá irradie felicidad y,
casi imposible, encontrarla fresca como una lechuga. ¿Y esto por qué? Bueno,
porque en la mayoría de las familias, el dinero no alcanza para poder comprar
todas esas cosas y vivir del modo que sugieren con tanto optimismo las revistas
cuando dicen: “¿Por qué sigue trabajando como las abuelitas?” o “Sea usted una
verdadera mujer moderna” o “Con almidón XX me río del planchado”, o use tal o
cual producto para limpiar sin fregar, o compre una aspiradora de tal marca, o
una batidora, o cambio su heladera, o no cocine y use alimentos envasados tales
o cuales. Pero como dijimos, el dinero no alcanza, y en que hay, tiene que
durar hasta la próxima quincena o hasta fin de mes; entonces la mujer termina
la jornada cansada, trabajando como la abuelita y sin haber podido comprobar
que tal o cual producto alivia el trabajo y favorece el descanso.
Que durante
las veinticuatro horas del día, todos los días, la mujer sienta que no puede
alcanzar los beneficios de una sociedad moderna, es un poco entristecedor. Y
finalmente, todo queda sólo en la frase: “si pudiéramos comprar…”
Veamos ahora
otro caso, también frecuente. Hay familias en donde el tipo de ocupación y la
cantidad de dinero que entra en la casa, hacen posible que la mujer no tenga
que fregar como la abuelita. Pero también es muy probable que en esos casos, la
mujer trabaje las mismas horas que su marido. Cuando vuelve al hogar, casi
siempre es ella la que debe enfrentar la preparación de la comida, atender el
funcionamiento del lavarropas, coser rápidamente el botón de la camisa que se
lava y no se plancha y aguantarse con mayor o menor resignación, el reclamo de
su marido porque tiene una arruga en el lado derecho y eso se debe a que no se
colgó bien la prenda la noche anterior; lavar los platos que quedaron sucios
después del almuerzo o la cena, y muchas otras tareas y responsabilidades.
Mientras tanto el esposo duerme, ve televisión o lee el diario o escucha la
radio. Se supone que habiendo trabajado los dos el mismo número de horas fuera
de la casa, los dos tienen el mismo derecho a estar cansados, ¿no? Pero por
suerte, van siendo cada vez menos los hombres que aceptando que la mujer
trabaje fuera de la casa, tenga derechos políticos, etc., piensan que tiene que
continuar con todas las obligaciones que tenía una mujer de hace 100 años.
Y hablemos
finalmente de la mujer que trabaja porque siente vocación por lo que hace;
porque piensa que ese trabajo, oficio o profesión es tan importante para su
vida como el ser una excelente ama de casa lo es para otras. Y que al haber
elegido ese trabajo, oficio o profesión no le ha traído mayores problemas ni en
su matrimonio ni como madre.
Su marido
procura comprenderla y alentarla. Encuentra cariño y alegría en sus hijos. Toda
la familia ayuda en lo que puede y como puede en los quehaceres domésticos. Sin
embargo, no llega a encontrar el equilibrio. ¿Por qué? Porque los dos (marido y
mujer) están aprendiendo una nueva forma de vivir, un nuevo “estilo de vida”.
Aquí
retomamos lo que dijimos al principio acerca de las costumbres. En nuestra
sociedad, desde pequeños, se hacen diferencias entre el papel que jugará un
hombre y el que tendrá una mujer. Los juegos, los juguetes, las cosas
permitidas y las prohibidas, se dividen según sea el sexo del chico. Si es
varón, podrá jugar al fútbol, pegarse trompadas, tener juegos para armar, como
mecanos, autos, ametralladoras, cascos de soldados, ir a jugar a la plaza con
sus compañeros; si es mujer, sus juegos serán las visitas, la ronda, la mamá;
tendrá muñecas, juegos de té, de cocina; aprenderá a tejer o bordar, jugar
dentro de la casa y ayudar a mamá, porque es una “mujercita”. Casi todas las
mujeres de hoy en día nos hemos criado así, con las variantes propias de la
manera de educar que tiene cada familia.
Cuando esa
niña o ese chico llegan a grandes, a lo mejor los dos pueden estudiar, elegir
un oficio o un trabajo que les agrade, y es muy probable que como han leído
mucho, sepan que las diferencias entre uno y otro sexo con respecto al papel
que deben cumplir en la sociedad, no se deben a distinciones físicas, sino que
son creadas por las costumbres de la sociedad. Pero como han nacido y se han
criado en una sociedad en donde se les repitió hasta el cansancio que “eso no
lo debe decir nunca una niña” o “las mujeres no hacen esas cosas” o “un varón
no debe llorar como si fuera una mujercita”, y también hasta el cansancio se
les preparó para cumplir funciones distintas, se les hace muy difícil, al
llegar a grandes, sacudir esos pensamientos y esas lecciones aprendidas durante
la niñez.
Es decir, el
problema es de las mujeres y de los hombres que viven en la sociedad de hoy. El
hombre de hoy sabe por propia experiencia que no es menos hombre si ayuda a su
mujer en el cuidado de los niños, o si juega y ríe con ello, o si planea su
vida con la esposa y los hijos. La mujer de hoy, también sabe por experiencia
que no es menos mujer si lleva pantalones, porque le resultan cómodos o
agradables, o si maneja un vehículo, o si prefiere su oficio de modista o de
maestra a encargarse de la casa toda su vida. Tanto el hombre como la mujer
están haciendo una experiencia nueva en la historia, y la están haciendo en un
mundo en que todavía no han desaparecido viejas costumbres.
Entonces,
¿cuáles son las ventajas que ha traído el hecho de que una mujer de hoy realice
muchas tareas más que una mujer de 100 años atrás?
En primer
lugar, diremos que el trabajo de la mujer fuera del hogar surgió como
consecuencia de una necesidad económica. Las exigencias de la vida moderna no
permitieron que siguiera siendo el hombre el único sostén económico de la casa.
En segundo lugar, ha demostrado con su trabajo la falsedad de muchas ideas
acerca de la inferioridad de la mujer con respecto al hombre. Y finalmente, que
el nuevo “estilo de vida” ha contribuido a que las relaciones humanas entre uno
y otro sexo se aproximen más al mutuo respeto y a la mutua igualdad.
Porque si hay
algo cierto, es que la mayor participación y cantidad de tareas que las mujeres
tienen en la sociedad actual, no han sido en prejuicio de su papel de madres.
Al compartir y entender con mayor igualdad los problemas de sus hijos, han
enriquecido su relación. El cuidado, afecto y preocupación por sus chicos y su
futuro, han agregado algo importantísimo: un mayor acercamiento y una mayor
comprensión.
[1] Este texto fue publicado originalmente en la Colección
Apuntes, de la Editorial Biblioteca Popular C.C. Vigil,
en 1969, y se reproduce en esta revista con la autorización de la editorial.
Agradecemos a María José Lombardo por proveernos este artículo de Élida.