Poverty, Exclusion and politicization: Economic and political path of the mapuche during the 20th century
EDUARDO LÓPEZ BRAVO[1]
Universidad de Santiago de Chile;
Universidad
Alberto Hurtado (Chile)
FERNANDO
PAIRICAN PADILLA[2]
Centro de Estudios Interculturales Indígenas;
Universidad
de Santiago de Chile;
Universidad
Alberto Hurtado (Chile)
Resumen
El
presente trabajo se propone adoptar la modalidad de ensayo histórico a partir
del debate instalado en sectores del mundo académico y el mundo intelectual
mapuche emergido en los últimos años sobre los resultados de modernización
capitalista en La Araucanía. Constituye una mirada de los autores a la historia
de la Araucanía durante el siglo XX, situados desde una perspectiva de mediana
y larga duración con el objetivo de una comprensión no solo del pasado, sino
que de los desafíos pendientes. El análisis se hace a partir de eventos
específicos y de los temas que marcaron el debate entre actores políticos,
mapuche y empresariales desde la década de los años 30’. De allí que
presentemos algunas libertades analíticas tanto en la periodización como en los
hitos o coyunturas más relevantes.
Palabras clave: Conflicto Mapuche;
Autodeterminación; Plurinacionalidad; Gremios Empresariales.
Abstract
The present work proposes to adopt the historical
essay modality starting from the debate installed in sectors of the academic
world and the mapuche intellectual world that emerged
in recent years on the results of capitalist modernization in La Araucanía. It
constitutes a look by the authors at the history of Araucanía during the 20th
century, situated from a medium and long-term perspective with the aim of
understanding not only the past, but also the pending challenges. The analysis
is based on specific events and the issues that marked the debate between
political, mapuche and business actors since the
1930s. In accordance with this is that we present some analytical freedoms both
in periodization and in the most relevant milestones or junctures.
Keywords:
Mapuche Conflict; Self-determination; Plurinationality; Business Guilds.
Introducción: El problema
En los últimos 30 años ha pasado a ser un lugar común para un
sector de chilenos y, específicamente, para la clase dirigente que los logros
económicos nos transformaron en comparación con otros países de la región en
“un verdadero oasis en una América Latina convulsionada”[3].
La respuesta a tan categórica afirmación no tardó en llegar. La tarde noche del
18 de octubre de
2019 el país fue remecido hasta sus cimientos por un estallido social que en lo
mediático expresó el descontento ciudadano con el alza de los boletos del
Metro, pero que en la profundidad del fenómeno fue “la gota que rebalsó el
vaso” de la desigualdad económica y social estructural de la sociedad
neoliberal chilena. Transcurridos unos meses, existe consenso entre los
analistas de la plaza y cientistas sociales que la
movilización fue un catalizador de denuncias contra la acumulación de abusos,
alzas en los servicios públicos, en los productos de primera necesidad, la
precarización de los derechos sociales y el creciente endeudamiento de la
población, especialmente, la más pobre con las tarjetas de crédito (Garcés,
2019; Mayol, 2019; Ruíz, 2020; Ponce, 2020).
Los
mapuche fueron también actores de este proceso. Expresiones de su movilización
las encontramos en masivas marchas en las principales ciudades del sur del
país. Novedosas fueron en el repertorio de protesta la destrucción de monumentos
contra la historia oficial de la conquista española y la mal llamada
“Pacificación de la Araucanía”. En Temuco, ciudad a 680 km al sur de Santiago, se removieron
bustos en la Plaza de Temuco y en Concepción la figura de Pedro de Valdivia,
fundador de Santiago y principal conquistador español. La cabeza de la
escultura fue colgada en la mano del guerrero Kallfülikan,
quien representó la resistencia ante el Imperio Español. Adicionalmente, en la
ciudad de Collipulli el busto de bronce del general Cornelio Saavedra, se
sumaba a la caída de los símbolos del coloniamos.
Este militar, empresario del carbón y ganadero, es reconocido por liderar la
sangrienta intervención militar en las tierras mapuche en el siglo XIX.
En
Santiago, también se sumaron a las movilizaciones “mapuchizando”
las manifestaciones. Común fue ver la wenüfoye,
bandera que estuvo presente en las principales ciudades del país. También
se expresó en el rewe instalado en la principal
arteria por los miembros del movimiento mapuche. Todos compartieron el ideal de
avanzar en la Autodeterminación y la libertad de los prisioneros políticos (Huenchumil, 2020). Una parte considerable del pueblo
mapuche, sobre todo de quienes habitan en las periferias de las principales
ciudades, continua sin modificar sustancialmente su realidad socioeconómica,
las ideas autodeterminista, en ese escenario continúan siendo una opción y
ejercen una hegemonía discursiva en el interior del pueblo mapuche. Esto ha
hecho sostener, por lo menos a algunos autores, que nos encontramos en un
proceso de multiculturalismo neoliberal (De la Maza, De Cea y Rubilar, 2018).
Una
parte significativa de la población mapuche vive en Santiago. Según el Censo
del año 2018, el 35% habita en la capital, mientras que La Araucanía es la segunda
región con mayor población situándose con un 18%. David Aniñir
ha escrito que los Mapuche somos hijos de las lavanderas, panaderos, feriantes
y ambulantes. “Nacimos en la `mierdopolis´ por culpa
del buitre cantor y nacimos en panaderías para que nos coma la maldición”. En
algún aspecto el movimiento mapuche sintetiza esas dos variables contenidas en
la poesía de Mapurbe: ser clase y raza explica en una
parte la radicalización del pueblo mapuche (Aniñir,
2000).
La
discusión hoy, como antes del 18 de octubre, no son fáciles; sin embargo, el
peso de la noche en las carencias del pueblo Mapuche, sobre todo de su
bienestar y oportunidades socioeconómicas hacen difícil aceptar que su protesta
y la demanda por la autodeterminación sean un tema reciente. Es preciso
recurrir a una perspectiva de larga duración para precisar antecedentes y mirar
¿Qué mecanismos de exclusión histórica tanto económicas como políticas se
encuentran presentes ayer y hoy en la región de la Araucanía? Se hace necesario
clarificar los términos de modernización, modernidad y desarrollo[4], para
luego discutir las políticas aplicadas en una región y cuyos resultados están
marcados por la desigualdad, la pobreza y la exclusión.
Este ensayo se divide en tres partes. En primer término, se
abordará el proceso traumático de anexión del pueblo Mapuche al Estado Nación
chileno durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. En segundo lugar,
se dedicará al estudio
de la economía política en la región durante el
siglo pasado, con especial énfasis en eventos específicos donde examinaremos el
papel de los actores empresariales en la zona en el conflicto. Finalmente, se
realizará un examen de las proyecciones históricas del conflicto social y
político entre el Estado chileno y el movimiento mapuche. El estudio, de carácter cualitativo, se realizó en base a análisis
de documentos y bibliografía pertinente, así como de información de fuentes
primarias recabadas por los autores.
Los
elementos de discusión políticos constituyentes en el Chile actual y la
solidaridad del pueblo chileno con las demandas del conjunto de los pueblos
originarios, permiten mirar con mayor optimismo el futuro del movimiento
mapuche. Los altísimos costos sociales y humanos pagados por la población
mapuche en el transcurso de dos siglos hacen más ineludible que los
historiadores puedan arribar a conclusiones y perspectivas sobre el pasado de
un pueblo y una región con los ojos del presente.
1. La matriz política: reducción y pobreza
El
historiador Jorge Pinto ha dedicado su obra a comprender la historia de la
frontera. Al igual que Arturo Leiva, han decidido situar su origen con la
fundación de Angol, en 1862 (Pinto Rodríguez, 2012, 2015 y 2002). Acompañado
del Ejército, empresarios y colonos respaldados por el Estado, los sujetos y
sujetas fronterizas ingresaron al Fütalmapu
para medir y mapear el territorio mapuche. Con una perspectiva en que unió
liberalismo político y económico.
Esta
nueva ingeniería política concluyo en la reducción. Un porcentaje de tierras en
que los mapuche continuaron viviendo aunque delimitado por la institucionalidad
no indígena. Previa a ella existió otro modelo que fue usado en la provincia de
Arauco, heredera de la forma hispana en base a los Títulos de Merced. Al
interior de esta, el Estado esperaba regenerar a los mapuche a partir de la
religión Católica –como fue el modelo aplicado a los wayú
en Venezuela y Guaraní en Paraguay–. A partir de esa conversión Católica,
insertarlos al modo de producción capitalista del país.
Desde
mediados de la década de 1850 se comenzaron a materializar los objetivos del
proyecto económico liberal chileno del siglo XIX. La nueva política económica
que emergió desde 1860, vino a dar coherencia y respaldo jurídico al modelo de
economía abierta desde la independencia. Esta década abrió y cerró lo que
Timothy R. Scully denominó la coyuntura crítica de
los años 1857-1861(Scully, 1992). Se trató de un
momento de ajuste nacional que implicó el abandonó paulatino del modelo
autoritario conservador del poder teniendo como telón de fondo un escenario de
crisis económica. Paradojalmente, esta dinámica terminará empujando al país a
adecuarse con más éxito a las demandas del comercio mundial de productos primarios
(Marichal, 1988 y Ross, 2003).
El
proceso de ajuste que describimos significó para el país dos guerras civiles,
en las cuales participaron los mapuches como actores. En el caso de 1851, un
sector encabezado por el Toqui Mañilwenü participó de
la insurrección con el propósito de que se aceptaran los acuerdos firmados en
los parlamentos que señalaron que desde el río Bio Bío al sur el territorio
pertenecía a los mapuche. Este líder mapuche en alianzas con Kallfükurra en Argentina, trabajaron por crear lo que
Ingrid de Jong denominó una Confederación Mapuche de la cual también hubiese
sido parte el líder mapuche en ngulumapu como se le
denomina al sector mapuche entre lo que abarca el Océano Pacífico a la
cordillera de los Andes (De Jong, 2010).
Los mapuche,
tomaron partido por los bandos federales, porque estos permitían espacios de
autonomía política. Otro sector liderado por el ñidolongko
Venancio Coñuepan planteaba un acercamiento al Estado
chileno y la creación de una especie de “política indígena” en base a un
reconocimiento de sus liderazgos, en específico el suyo, como Cacique
Gobernador a partir del cual se podrían canalizar las divergencias políticas
mapuche (Ratto, 2010, Foerster, 2008 y Pairican,
2020).
Mientras
los gobiernos Conservadores propusieron una política indígena en base a los
Títulos de Merced, las misiones religiosas como tránsito a la “chilenización” y
el reconocimiento a algunas autoridades políticas; los gobiernos liberales
usaron esa misma arquitectura, pero como método para insertarlos al modelo
capitalista. La experiencia de reducción norteamericana y el modelo de
colonialismo francés, pareció apropiado de ser adaptada a las tierras mapuche
entre el río Malleco y Cautín. Esa construcción de Estado, fue posible luego de
una guerra violenta que, como ha dicho Jorge Pinto, “abrieron una herida que
aún no cicatriza” (Pavez, 2008; Inostroza, 1998 y
Pinto Rodríguez, 2015).
Desde
la perspectiva de José Bengoa, se desarrollaron “diversas formas de
integración”. En la perspectiva de la resistencia del pueblo mapuche, podría
ser considerada como una “desintegración” del viejo espacio fronterizo, con el
fin de acoplar la modernización capitalista liberal desarrollado luego de 1860
(Bengoa, 2000, Pairican, 2020). La política de los
gobiernos liberales del siglo XIX hacia los mapuches se situó en la
regeneración productiva al capitalismo, pero sin intervenir sus tradiciones y
costumbres. Primo el pragmatismo. A diferencia del período conservador, los
nuevos gobiernos liberales no se interesaron en sí mismo en la regeneración vía
misiones religiosas. La conversión de las almas no era su objetivo, sino más
bien que fuesen funcionales a las dinámicas productivas capitalistas (Pairican, 2019). Esta perspectiva, permitió a las
reducciones, continuar tejiendo sus redes de parentesco de forma autónoma. Las
tradiciones y costumbres –en perspectiva thompseana–,
también. Entre otras razones, explica la continuidad de su tejido social hasta
avanzado el siglo XX e inclusive XXI.
La
“chilenización” se dio en los espacios compartidos con el resto de los
habitantes de la república: las escuelas públicas y lugares de trabajo. Las
primeras terminaron siendo espacios de adoctrinamiento de la chilenidad, lo que
afectó en parte a la niñez mapuche, como dan cuenta algunos testimonios orales.
También se aplicó un castigo físico –habitual en las escuelas de la época–,
pero entorno a las dificultades de comprensión por parte de la niñez mapuche
tomaron ribetes de colonialismo y violencia que fueron recordados en las generaciones
del siglo XX (Alvarado y Antileo, 2020).
Varios
adultos recuerdan las historias de violencias en las escuelas. Pero otros se
acoplaron al nuevo modelo, desarrollándose como docentes y técnicos en
distintos oficios (Ancan, 2000 y Hilger, 2001). No
obstante, en las primeras décadas del siglo XX, las reducciones mapuches
lograron perpetuar las tradiciones y costumbres pre república. Y si bien
algunos pudieron acoplarse al modelo de manera “racializada”,
por lo menos los más cercanos a los principales poblados productivos, otro
número de mapuche sobrevivió en la pobreza extrema. Digamos que a lo menos esas
fueron las impresiones de Pablo Neruda en sus recuerdos contenidos en Confieso
que he vivido y una parte de la poesía de Jorge Teillier.
El primero escribe en sus primeras páginas:
Temuco es una ciudad pionera, de esas
ciudades sin pasado, pero con ferreterías. Como los indios no saben leer, las
ferreterías ostentan sus notables eblemas en las
calles: un inmenso serrucho, una olla gigantesca, un candado ciclópeo, una
cuchara antártica. Más allá, las zapaterías, una bota colosa.
Si temuco era la avanzada de la vida chilena en los
territorios del sur de Chile, esto significaba una larga historia de sangre. (Neruda, 1974:
12).
Situados
bajo esa realidad, los mapuche se acoplaron al modo de producción que los
principales centros urbanos de La Araucanía fueron desarrollando. Trabajadores
de temporada, obreros industriales, mujeres de servicio doméstico, entre otros
lugares de trabajo. También hubo profesionales de la docencia. Hacia mediados
del siglo XX, reconvertirse en un enclave de producción triguera parecía ser su
futuro, sin embargo, ese mismo proyecto mostró síntomas de agotamiento hacia
1960, coincidiendo con un cambio generacional con nuevas ideas de
transformación en las militancias de partidos y una nueva generación de mapuche
que vio en la Reforma Agraria, el cooperativismo y la industrialización, una
opción para llevar adelante la recuperación de tierras. (Pinto Rodríguez, 2002
y Correa y Mella, 2012)
De esta
manera, se fue gestando un primer ciclo del movimiento mapuche que es posible
dividirlo en dos momentos, el primero encabezado por el profesor normalista
Manuel Manquilef, fundador de la Sociedad Caupolicán Defensora de La Araucanía
(SCDA) en 1910. Este movimiento recuperó el legado del mito ercillano
para brindar una subjetividad, un “orgullo” mapuche detrás de estos personajes
e incorporarlos en un sentido de incipiente nacionalismo mapuche. Así lo
plantea Víctor Naguil (Naguil, 2016). Posteriormente de la SCDA se fundaría una
nueva organización bajo el nombre de “Federación Araucana” encabezada por
Manuel Aburto Panguilef. Esta organización estuvo influida por los discursos de
nacionalismo en Europa a partir del concepto de “araucano” y planteaba el
imaginario de una construcción de carácter nacional. Este líder mapuche quedó
impactado por el proceso de descolonización en Israel. La construcción nacional
en ese país los llevó a dilucidar como factible la construcción de una nación
independiente, declarando, a mediados de la década del 40’ su aspiración de
construir una Republica mapuche o Araucana (Menard, 2013).
Una
tercera estrategia se relaciona con el mundo empresarial encabezado por
Venancio Coñuepan. El fundador de la “Corporación
Araucana” provenía de una familia vinculada a líderes que forjaron alianzas con
los republicanos desde sus orígenes como Bernardo O’Higgins y luego con los
presidentes de la República Conservadora. La familia Coñuepan
junto a los Kolüpi fueron engranajes de la creación
de una política indígena que concluiría con la negociación de las reducciones
de tierras. Coñupean a mediados del siglo XX, tomo
partido por el modelo desarrollo en base al emprendimiento empresarial. Apuesta
que significó detractores y también apoyo de algunos longko
mapuche. (Ancan, 2010). En la arena política, sus alianzas se vincularon al
Partido Conservador y luego como ministro del segundo gobierno del General
Carlos Ibáñez del Campo.
Coñuepan fue organizador, presidente y
gerente de la Caja Central de Indígenas. Una instancia con la que se esperaba
que los mapuche optaran a créditos para emprendimientos económicos y se
organizaran en cooperativas para su desarrollo económico. Coñuepan
llegó en algún momento a presidir la Sociedad de Fomento Agrícola de Temuco
(Cayuqueo: 2020).
La
historia post Ocupación de La Araucanía se situó en una dicotomía.
Sobrevivieron los mapuche bajo un modelo de reducción estilo norteamericano, y
a su vez, la apuesta a una industrialización permitió un crecimiento de algunos
líderes mapuche que se complementaron a ese modelo industrial que, pese a todo,
como ha dicho Jorge Pinto, no logro consolidarse quedando en un caso frustrado
de desarrollo (Pinto Rodríguez, 2020).
Entre otras variables explicaría las razones de un deseo de sumarse a la
reforma de la tierra a mediados de la década de los 60’. Pero ello respondió a
las variables que se relacionan con las matrices económicas, las ideas
políticas mapuche y el contexto internacional entorno a la reforma de la tierra.
El “desarrollo frustrado” de la provincia de Cautín terminó por generar una
suma de variables que en la década de los cincuenta radicalizó la cuestión
étnica.
2. La matriz económica: modernización
capitalista subordina, pobreza y exclusión
Del estudio de la economía política en la Araucanía
durante el siglo XX se puede concluir que la región contó con una estrategia de
desarrollo económico insuficiente o, podría incluso señalar, ausente. En rigor,
la incorporación tardía de la región al Estado Nación chileno – mediante la
ocupación militar setenta años después del nacimiento como república
independiente – definió en gran medida el devenir económico subordinado de la
macrozona a las lógicas de expansión productiva sin transformaciones estructurales
del desarrollo capitalista chileno del último cuarto del siglo XIX.
Diez años después de asentada la ocupación militar en la
Araucanía, una extensa red ferroviaria insertó a la región en el dominio del
Estado chileno bajó prácticas productivas y laborales de “antiguo régimen”;
esto quiere decir, en los marcos de la explotación al máximo de sus recursos
naturales, el reforzamiento de la estructura de la gran propiedad y la
provisión de una mano de obra donde la intermediación del salario era muy
limitada (Pinto Rodríguez, 2015) Se trató de una época donde la sabiduría
convencional empleo el término del “granero de Chile” para referirse a este
espacio fronterizo.
Durante el periodo de post-ocupación comprendido entre 1883 y
1940, la Araucanía desarrolló una economía donde la producción triguera sería
el pilar más importante, pero también alcanzan un rol muy significativo la
ganadería y la actividad forestal, las que se hicieron cada vez más trascendentales
en la medida que avanzó el siglo XX. Los grandes productores se vincularon a la
economía nacional e internacional, y con el tiempo fueron desarrollando una
mayor especialización productiva (Flores, 2006; Henríquez, 2013).
Las historias locales que se han escrito en la frontera han
destacado, en un lenguaje elocuente y casi barroco, el desarrollo
extraordinario de la producción triguera, ayudando a alimentar el mito de la
abundancia cerealera en la zona:
En segundo lugar citaremos la producción
de trigo, factor principal que marca la riqueza de un Departamento: pues
durante la última cosecha se han remitido a diversos puntos de la costa más de
doscientos mil hectolitros de dicho cereal, que dieron quehacer al ferrocarril
hasta entradas de invierno, a pesar de que, a más de los trenes ordinarios de
carga uno especial para llevar trigo venía semanalmente de Talcahuano a
solicitud de muchos agricultores i comerciantes del ramo, que desesperaban al
ver que no disminuían , a pesar del acarreo diario, los cerros permítasenos la
expresión, de trigo que casi llenan la extensa estación del ferrocarril (Gallegos y
Padilla, 1978, p. 103)
La fase de “crecimiento hacia afuera” en la Araucanía se
extendió con éxito relativo hasta inicio de la década de 1940, a contrapunto de
la estrategia de “crecimiento hacia adentro” que se
implementaba desde fines de los años 1930 en el país. El modelo
productivo regional descansó bajo cuatro supuestos básicos: a) la presencia de
grandes y medianos productores que aprovecharon abundantes territorios
obtenidos a costa de sus antiguos dueños; b) una amplia disponibilidad de
recursos naturales; c) alta demanda en el mercado nacional de la producción
triguera y ganadera y, finalmente, d) una abundante mano de obra de peones y
colonos de Chillán, Cañete y Lebu que se concentraron en la producción
agrícola. En esta matriz la población mapuche no fue absorbida laboralmente,
quedando excluida y confinada a las reducciones o como destacaremos en la
modalidad de trabajo estacional, obreros industriales y el servicio
doméstico femenino.
La alteración de cualquiera de estos supuestos tendría efectos
negativos sobre la actividad exportadora. En este sentido, el origen de la
crisis y la contracción económica en la región desde la década de 1940 fue el
resultado del agotamiento de una construcción histórica, provocada por la
sobreexplotación de los recursos naturales y los rendimientos decrecientes en
la agricultura. La ausencia de emprendimientos productivos articulados y de
políticas de fomento estatales para el incipiente sector industrial
contribuyeron al débil o limitado desarrollo de mercados de factores regionales
para enfrentar la crisis de la matriz exportadora regional (Flores, 2011).
La región entró en su propia crisis de matriz exportadora cuando
a nivel nacional se observaron claros signos de agotamiento de la fase clásica
de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). En
efecto, la segunda mitad de 1950 estuvo marcada por el deterioro de la
economía, el aumento del proceso inflacionario, la desaceleración de las tasas
de crecimiento, el incremento de la conflictividad social y una aguda crisis
política que puso en jaque la vigencia del sistema democrático. Son los años en
que dos influyentes intelectuales e inspiradores de los proyectos económicos de
la década de 1960 señalaron que el país vivía una “crisis integral”, como
sostuvo Jorge Ahumada, o que nos encontrábamos frente a “un caso de desarrollo
frustrado”, en palabras de Aníbal Pinto. (Ahumada, 1958; Pinto, A., 1959).
Tan importante como el desempeño de los
sectores económicos y sus indicadores, fueron los procesos sociales que se
verificaron a nivel regional. Entre 1931 y 1965 emergieron múltiples conflictos
territoriales, marcados por la usurpación de tierras y procesos divisorios al
interior de los Títulos de Merced, lo cual se tradujo en la reducción de cerca
de 100 mil hectáreas la propiedad mapuche, aumentando las demandas por la
restitución territorial con nulos resultados para sus originales dueños (Correa
y Mella, 2012). Las demandas por la restitución de las tierras a nivel regional
se instalaron en el marco del radicalismo programático a nivel nacional para la
solución de los problemas sociales y económicos que se configuró en los años
sesenta. En rigor, todos los sectores políticos del país compartieron como
criterio generalmente aceptado el desfase de los diseños políticos, sociales y
económicos gestados con la restauración de la década de 1930 (López, 2020). Aun
cuando presentaron matices y diferencias ideológicas importantes, todos
terminaron asumiendo el cambio de las estructuras económicas vigentes como
alternativa de solución. Desde el centro, el antiguo pragmatismo radical fue desplazado
por una nueva fuerza política de características programáticas e ideológicas:
la Democracia Cristiana. Por lado de la izquierda, los dos principales partidos
del sector – el comunista y socialista – lograron (con dificultades) forjar una
alianza que perduró prácticamente por dos décadas. En la derecha se vivió el
comienzo de una etapa decisiva y que implicó al finalizar la agonía de la
derecha oligárquica y la emergencia de una fuerza política renovadora: el
gremialismo universitario de la Universidad Católica de Chile (Valdivia, 2008).
¿Qué ocurrió en la Araucanía con el
triunfo de la Unidad Popular (UP)? La política económica del gobierno de
Salvador Allende se propuso transformar radicalmente la propiedad de los medios
de producción y aumentar la participación popular en la distribución del poder
político y económico, todo lo cual implicaba una redefinición del derecho de
propiedad (Salazar y Pinto, 2002). El combate contra la gran propiedad, por
tanto, generó las condiciones para que la demanda mapuche se insertase en el
proyecto político nacional de la UP, al punto que las organizaciones mapuches
se transformaron en una realidad permanente durante esta breve experiencia. En efecto, el
proyecto revolucionario estuvo básicamente orientados a la redistribución de
tierras a los campesinos no mapuche y la restitución de ellas a la población
mapuche. La pregunta que puede formularse es ¿cuál fue la masividad de este
proceso? La respuesta puede encontrarse en las palabras de un hombre clave en la conducción del proceso económico en los
últimos meses del gobierno, José Cademartori, último
Ministro de Economía del gobierno de Salvador Allende, para quien el proceso de
transferencia de tierras a las comunidades indígenas fue de 70 mil hectáreas.
Otros autores calcularon cerca de 200.000 hectáreas (Samaniego y Ruiz, 2007).
Inicialmente, la Unidad Popular no
logró comprender en toda su dimensión la situación específica de despojo y
exclusión del pueblo mapuche. En su viaje a Cautín el ministro de
Agricultura Jacques Chonchol sostuvo en 1971:
Nosotros no creemos que en el fondo haya
aquí un problema de indígenas
o de no indígenas [...] No es un problema
racial sino un problema de campesino pobre, explotado y oprimido a muchos de
los cuales les han robado las tierras por generaciones con métodos
legales o no legales [...] No es un problema fácil
de resolver, la población mapuche de Cautín es del orden de las 200 mil personas: es un
problema que se ha venido postergando indefinidamente y que esperamos no
resolverlo, pero en fin, tratar de comenzar a abordarlo (Urrutia, 2019).
Como sugiere Daniel Barnaby, los
colonos agricultores observaron el giro hacia la izquierda que estaba teniendo
lugar por toda la región de la Araucanía como un escenario de amenaza e
incertidumbre del viejo orden. En el caso de Cautín, el
legado de la ‘pacificación’ llevó a los colonos agricultores a creer que ‘sus
propios’ campesinos y las comunidades indígenas cercanas podrían mantenerse
bajo control a través de una combinación de la sumisión tradicional y la
anticuada coerción ejercida en los territorios fronterizos recién conquistados
entre los años 1890 y 1920 (Barnaby, 2017). Lo
anterior es ilustrativo de uno del déficit del conjunto del proceso de Reforma
Agraria en la Araucanía: las disputas de tierra entre los agricultores y las
comunidades mapuche tenían un origen profundo y que se remontaba a la toma
fraudulenta de tierras de las comunidades mapuches por los fundos adyacentes,
tierras a menudo vendidas posteriormente, lo que creaba situaciones en las que
ambas partes podían reclamar derecho legal sobre el predio en cuestión.
Cabe destacar que la lucha por la tierra
se convirtió desde mediados delo siglo XX en una demanda creciente en países
con alta presencia indígena; como el caso Bolivia, Perú, Ecuador, México y
Guatemala. La situación mapuche, con sus diferencias, se sumó a ese proceso
continental en que los proyectos reformistas intentaron solucionar la
concentración de la tierra y que en algunos países adquirieron una dimensión
revolucionaria. En Bolivia la revolución de 1952 impulsará una reforma agraria
de carácter campesina que será criticada por algunos sectores del movimiento
indígena, aunque fue clave para comprender los movimientos posteriores en este
país. Aspecto similar sucedió en Perú, donde el presidente Juan Velasco
Alvarado recuperará la figura de Túpac Amaru como símbolo de su movimiento que
repercutirá en las organizaciones políticas. En ese escenario las escrituras
del pensador José Carlos Mariátegui volvieron a ser reinterpretadas y editadas
para comprender la situación indígena en el Perú (Mariátegui, 2007).
Bajo este escenario el proceso de reforma
agraria en Chile de la década de 1960 no incursionó – y no era su propósito –
en el significado social y simbólico de la tierra para las comunidades mapuches
y latinoamericanas. En efecto, la demanda mapuche por la tierra fue leída y
asimilada en muchas ocasiones por los tecnócratas estatales como un problema no
muy diferente a los campesinos pobres del valle central. Con todo, los mapuche
se sumaron a los gobiernos que promovieron la reforma agraria. En específico
bajo la Unidad Popular desplegaron sus fuerzas para recuperar las tierras
históricas; es decir, las que se encuentran presentes en los Títulos de Merced
que fueron apropiados por los colonos luego de la Ocupación de La Araucanía. De
esta manera, los mapuche en la provincia de Cautín desplegaron como repertorio
de acción colectiva la “corrida de cercos”, lo cual generó la respuesta por
parte de los agricultores a través de la organización de Comités de
Recuperación de Tierras de manera violenta.
En
opinión de Martín Correa, desde la perspectiva mapuche durante la aplicación de
la reforma agraria en la región se articularon tres memorias colectivas de la
tierra. La primera la memoria histórica, esas que recuerdan los más antiguos de
las comunidades como los límites originales. La segunda, asociadas a los
Títulos de Mereced y Reducción. Finalmente, la tercera corresponde a las
tierras recuperadas durante la Reforma Agraria que luego serían vueltas a
perder por la contra reforma implementadas por el gobierno cívico militar de
Pinochet[5]. Estas
tierras puestas al mercado fueron luego compradas por los empresarios asociados
a la industria forestal, comenzando una nueva etapa histórica en relación con
la propiedad, empresarios y el surgimiento de un segundo ciclo del movimiento
mapuche (Pairican, 2013). A esa chilanizacióna
neoliberal se respondió con el derecho a la Auodeterminación,
que derivó en el transcurso de mediados de la década de los 90’ en un proceso
de Liberación Nacinal Mapuche.
Las políticas neoliberales:
rearticulación empresarial y el impulso forestal
El golpe militar de 1973 marcó la entrada de las políticas
neoliberales a la región y el proceso de contra reforma agraria cuyos costos
sociales se expresaron en la intervención de las organizaciones campesinas para
erradicar definitivamente el marxismo y controlar la población indígena
mediante la creación de fuentes de trabajo que asegurasen su integración a la
comunidad nacional. (Pinto, J., 2015). Tomando como insumo los últimos trabajos
que han examinado este período, la llegada de los Chicago Boys al control del
aparato estatal implicó la aplicación de un tratamiento de shock que condujo a
la destrucción de una parte no menor de empresas, enormes rebajas de aranceles
a las importaciones, la radical liberalización del mercado de capitales, el
ajuste del presupuesto fiscal, cambios tributarios y la completa liberalización
de precios tuvieron un profundo efecto en la agricultura y la industria
(Gárate, 2012; Ffrench-Davis y Stallings,
2001). A nivel regional, las medidas neoliberales implicaron la reducción del
apoyo estatal y la internacionalización forzosa obligó a los empresarios
agrícolas, lecheros y ganaderos a competir a nivel nacional. Hacia 1980 las
áreas rurales mostraban un comportamiento profundamente deficiente, con un
campesinado socialmente debilitado y con escasas posibilidades de acceder al
crédito. En este escenario, las transferencias tecnológicas desaparecen y los
magros rendimientos alcanzados por la agricultura no campesina se expresó en un
cuadro de recesión con indicadores de desempeño muy pobres. Al finalizar la
dictadura de Pinochet, la región mostraba los más altos índices de pobreza e
indigencia del país, indicadores que no mostraron síntomas de mejora hasta el
año 2003. De acuerdo con el ranking de competitividad del Programada de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 1992, en las 13 regiones del país,
la Araucanía alcanzaba el lugar número 11 en el rubro desarrollo económico, el
13 en personas, el 11 en infraestructura y el 6 en recursos naturales (PNUD,
1996).
Para una zona socialmente resentida, los efectos de la
estagnación económica se hicieron particularmente extremos en las comunidades
mapuches, quienes vivieron bajo el "peso de la noche social y económica
neoliberal". De acuerdo con el informe elaborado por el Ministerio de
Desarrollo y Planificación (MIDEPLAN) y el Instituto Nacional de Estadística
(INE) el año 2002, la región no sólo perdió representatividad en términos
poblacionales en el país con un 5,76%, sino que el Producto Interno Bruto
creció durante toda la década de 1990 a un ritmo menor que el resto del país
(MIDEPLAN-INE, 2001; Pinto, J. 2015). Con todo, la agricultura continuó siendo
el motor económico de la región hasta entrada la década del 2000.
La acumulación de problemas sociales y económicos producto de la
aplicación ortodoxa de las políticas neoliberales también fueron una fuente de
conflicto para el mundo empresarial agrícola en la región de la Araucanía. Los
sacrificios que imponían las medidas económicas de los Chicago Boys fueron
tolerados por las grandes asociaciones empresariales más representativos de los
grandes empresarios, quienes privilegiaron el apoyo político al régimen militar
por sobre sus intereses frente al temor de una vuelta al radicalismo político
de los sesenta. Sin embargo, la exclusión de la participación de los gremios
representativos de la pequeña y mediana agricultura, de igual modo que de la
industria lechera, tuvieron como resultado la emergencia del desencanto y la
crítica al esquema neoliberal en su versión más ortodoxa entre 1975 y 1982
(Arriagada, 2004). Como han destacado Guillermo Campero y Fabián Almonacid, si
bien los pequeños y medianos empresarios respaldaron las definiciones generales
de las políticas neoliberales (especialmente en lo concerniente a la devolución
de tierras expropiadas), se manifestaron abiertamente contrarios cuando fueron
afectados por la liberación de precios y la rebaja de aranceles a las
importaciones de productos que competían directamente con su producción. La
situación los empujó a una espiral de conflicto con el gobierno, demandando y
negociando cambios concretos al ritmo e intensidad que exigían las políticas
económicas monetaristas en la región (Campero, 1984; Almonacid, 2016).
Con diferentes intensidades, la creciente oposición gremial al
neoliberalismo contó con el protagonismo de la Confederación de Productores
Agrícolas (CPA), el Consorcio Agrícola del Sur (CAS), dirigidas por Sergio
Durán, y de agrupaciones menos organizadas de trigueros y remolacheros de la
Araucanía, Valdivia y Osorno. Expuestos los empresarios agrícolas,
especialmente la industria lechera, al vértigo de los precios internacionales y
a la competencia de importaciones que generalmente recibían subsidios en sus
países de origen, se producirá la primera rebelión gremial de importancia que
conoció el período del gobierno cívico militar de Pinochet. El conflicto entre
el gobierno y los gremios empresariales de la zona sur del país escaló a
niveles inusitados de violencia verbal, cuando un funcionario del Ministerio de
Economía recomendó al sector que “se coman las vacas” producto de la
imposibilidad de competir con la leche importada (Gómez y Echeñique, 1988). Con
todo, y pesar de la oposición de la tecnocracia neoliberal enquistada en el
gobierno, en octubre de 1977 se fijó un arancel específico de catorce productos
lácteos que favorecía al sector para continuar desarrollándose.
Las tensiones entre los productores tradicionales y las medidas
neoliberales se agudizaron entre 1981 y 1982. En efecto, el endeudamiento del sector
a causa del creciente debilitamiento del mercado interno, derivando en la
cesación de pagos de créditos adquiridos y la quiebra de empresas
agroindustriales dedicadas al procesamiento de remolacha y leche. La crisis
condujo a la más importante oleada de movilizaciones y protestas de los
productores agrícolas de las ciudades de Rancagua, Temuco y Valdivia durante
todo el año 1982. El resultado, se resolvió por los mecanismos clásicos de
atenuación de la protesta de los empresarios agrícola. En el caso de los
productores agrícolas tradicionales, el gobierno fijó bandas de precio cuya
finalidad era defender la producción local de trigo, leche, cereales y todos
aquellos bienes que se orientaban al mercado interno. Además, se definieron
condiciones de repactación de deudas para atenuar los
problemas financieros que aquejaban a los productores agrícolas (Montero, 1997;
Arriagada, 2004).
Se resolvía transitoriamente un problema fundamental del mundo
empresarial tradicional en las regiones centro y sur del país, y, por cierto,
clave en la interpretación de su comportamiento sociopolítico: la defensa de
sus patrimonios, sean estos territoriales o de unidad productiva.
Paradojalmente, si los pequeños y medianos empresarios agrícolas observaron un
cuadro de amenaza a sus intereses entre 1967 y 1973 bajo la versión socialista
de las expropiaciones y estatizaciones territoriales; entre 1977 y 1983 la
incertidumbre provenía de la competencia externa y la caída de la demanda
interna; lo cual implicaba perder sus tierras para enfrentar la deuda (Lovera,
2017; Arriagada, 2004).
Respecto al sector forestal, durante la década de los años de
1960 aumentó su participación en la región como resultado de las políticas de
incentivos iniciadas por la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO). En
efecto, desde 1965 la zona entró en un proceso de “pinificación”
bajo el impulso de las políticas de planificación central del gobierno de
Eduardo Frei. Sin embrago, desde 1978, los grandes empresarios forestales hacen
su aparición formal en la Araucanía cuando la Corporación Nacional Forestal
(CONAF) procedió al remate de importantes extensiones territoriales a precios
irrisorios y generosas bonificaciones en los costos netos de forestación, la
cuales alcanzaban hasta el 75%.
Al finalizar la década de 1980, la región experimentó la
disolución de la propiedad colectiva de la tierra, y si bien los decretos leyes
Nº 2.568 y Nº 2.7750 de 1979 prohibía la enajenación de las hijuelas
resultantes del proceso de división, lo concreto fue que muchas de esas tierras
mapuches fueron traspasadas a no indígenas mediante transacciones fraudulentas
que implicaron en muchas ocasiones arriendos por un período de 99 años (Gómez,
1999; Pairican, 2014). Junto con la desintegración de
la propiedad comunal de la tierra indígena, la dictadura impulsó un proceso de
inversión forestal en territorio mapuche. Entre 1976 y 2010 el Estado invirtió
en el sector US$ 474, 3 millones en la industria forestal, de los cuales solo
un 33,7% favoreció a pequeños empresarios forestales (Pinto, J., 2015).
Transcurridos 15 años, tres grandes consorcios forestales lograron monopolizar
el 70% de las ganancias totales del sector forestal chileno. De acuerdo con los
datos que aportan Cristián Frene y Mariela Núñez, Celulosa Arauco (del grupo Angelini), la CMPC (del grupo Matte) y MASISA controlaron
hacia 1997 el 94,2% de las plantaciones forestales en la región. Las utilidades
acumuladas por estas empresas entre 2000 y el 2005 superaron los 2.268 millones
de dólares. En tanto, CMPC obtuvo por si solas ganancias superiores a 230
millones de dólares, acumulando para igual período un total de 1.369 millones
de la moneda norteamericana. Las utilidades de Celulosa Arauco alcanzaron el
año 2012 los 141 millones de dólares. Por su parte MASISA también reconoció
utilidades por 84,2 millones de dólares (Frene y Núñez, 2010).
Desde el punto de vista de la economía política regional, ¿Por
qué son importantes estas cifras? La respuesta es compleja dada la gran
cantidad de elementos a conjugar en una zona marcada por el signo de la
exclusión y la apropiación territorial. En esta nueva fase de la matriz
exportadora en la región, ahora en clave neoliberal, el modelo productivo
forestal se articuló en función de cuatro supuestos fundamentales: a) abundantes
territorios obtenidos a costa de los antiguos dueños mapuche; b) una amplia
disponibilidad de recursos forestales subvencionado por el Estado; c) alta
demanda desde el mercado internacional; y c) una demanda de mano de obra muy
acotada. Repitiendo una vez más la trayectoria del despojo territorial en la
región, el modelo productivo que instalaron las empresas forestales se edificó
sobre la base del control irregular y con escasa transparencia de las tierras
que habían sido expropiadas en favor de campesinos y mapuches en el marco de la
Reforma Agraria.
Adicionalmente, el proceso de cambio económico o desarrollo
capitalista que privilegió la dictadura era parte de un todo mayor: la
formación de grupos económicos capaces de crear las condiciones para su diseño
e implementación. Por estos motivos, los Chicago Boys estimularon la formación
de grupos económicos a partir de las privatizaciones, porque estaban
convencidos de que era esencial contar con conglomerados empresariales
poderosos que en economías de escala como el sector forestal permitieran
modernizar las empresas y llevarlas a competir en los mercados internacionales.
Esto tuvo como consecuencia a nivel nacional y, particularmente, en la
Araucanía una concentración económica nunca vista. El proceso privatizador de
las empresas y de los territorios de CONAF en la región condujo a una
recomposición del mapa de los grupos económicos (Nazer, 2013) que introdujo
cambios sustanciales en la tenencia de la tierra, del trabajo, del medio
ambiente y para el pequeño agricultor mapuche. Paradojalmente, la Araucanía
finalmente consolidó una estrategia económica regional que la incorporó dentro
de un proyecto de modernización económico nacional de corte neoliberal con
costos sociales profundos.
Los mapuche observaron como las forestales se apropiaron de su
territorio histórico y luego de los recuperados bajo la Reforma Agraria.
Algunas plantaciones pensadas para su proyecto de desarrollo colectivo también
terminaron en manos de los empresarios, de ese modo, la crítica a esa nueva
“usurpación” explicaría en los 90’ una variable de la rebelión del movimiento
mapuche. La empresa forestal fue uno de los grandes proyectos de la dictadura
militar, Joaquín Lavín lo asociaba a un nuevo cobre para el país (Lavín, 1987).
Estas plantaciones fueron posibles bajo el régimen cívico-militar, pues las
tierras recuperadas bajo la Reforma Agraria fueron devueltas al Estado vía
CORFO, luego puestas al mercado y vendidas a un bajo costo para ser adquiridas
por un nuevo tipo de empresarios: el forestal que se pensaba como un pilar de
la revolución neoliberal (Gárate, 2012).
En la provincia de Arauco los mapuche vieron como sus tierras
recuperadas bajo la Reforma Agraria terminaron como propiedad de las empresas
forestales. Este hecho marcaría a futuro una de las variables de las protestas
mapuche al observar como sus tierras terminó en poder de los futuros
conglomerados de la década de los 90’. La segunda crítica por parte de los
mapuche se relaciona a un aspecto ambiental. Las forestales generaron una
sequía en menos de una década y un cambio en la diversidad de la flora y fauna.
En una tercera variable por el modo de producción de la empresa no genero
trabajos ni una mejoría económica como fueron las promesas iniciales. Hacia
1997 los mapuche continuaban estando en niveles de pobreza no menor en
contraste con el rubro forestal que alcanzaba niveles altos de rentas.
(Moulian: 1997). ¿Cómo se explica? La respuesta se encuentra en el itinerario
que siguió la transición democrática en la década de los años 90’ y los actores
clave de este proceso: los empresarios, los gobiernos de la concertación y el
movimiento mapuche.
Los largos años noventa: Los empresarios frente a
la estrategia autonomista del movimiento Mapuche
¿Qué ocurrió con la llegada de los años 90’? Como lo han
resaltado los principales analistas de este período, la decisión económica (y
por tanto política) de las fuerzas de centro izquierda agrupadas en la
Concertación de Partidos por la Democracia fue mantener lo esencial del modelo
neoliberal. Los nuevos gobiernos de la concertación desde una posición
pragmática respetaron los fundamentos del llamado “modelo” y ampliaron los
beneficios de la inversión extranjera, lo cual redundó en una avalancha de
inversión extranjera que entre 1990 hasta el 2010 alcanzó los 72 mil millones
de dólares. Ciertamente la decisión de la continuidad de las políticas
monetaristas tuvo un efecto tranquilizador en las asociaciones empresariales
del gran empresariado nacional, quienes estuvieron alertas a la posibilidad del
rebrote populista o estatista, el aumento del gasto público, la discusión de la
carga tributaria o la rigidez del mercado laboral vía agenda legislativa. Como
sostiene Rolando Álvarez, durante el período 1990 y 2000, el gran empresariado,
utilizando su amplio repertorio de acción política defendió el legado económico
e institucional del régimen militar (Álvarez, 2015). Correspondió a la
Confederación de la Producción y el Comercio (CPC) y la Sociedad de Fomento
Fabril (SOFOFA) liderar la voz de los gremios nacionales, asumiendo una opción confrontacional con los gobiernos concertacionistas,
comprometiéndose en una acción política más propiamente de partidos.
Desde una perspectiva nacional, los gremios empresariales, a
diferencia de cualquier otra etapa histórica del país, se asumieron como un
bastión no tan solo de la defensa de la iniciativa privada o de la propiedad de
su patrimonio, sino que como parte de una alianza de defensa del modelo y la
obra institucional del régimen de Pinochet. En este sentido, los grandes
gremios empresariales formaron parte de los tres dispositivos
extrainstitucionales que en opinión de Antonio Cortés Terzi se organizaron para
la defensa del legado de la dictadura. La primera, la constituyó el ejército,
bajo dominio de Pinochet; la segunda, los partidos políticos de derecha,
quienes tenían un respaldo electoral no menos importante; y tercero, los
gremios empresariales, que formaron una comunidad de intereses económicos y
políticos sin fisuras (Cortés Terzi, 2000).
En la Araucanía, los gobiernos de la década de los años noventa
heredaron no sólo un modelo económico productivo consolidado, sino que también
las contradicciones sociales y demandas históricamente postergadas del pueblo
mapuche. La relación gobiernos de la concertación en la región se encuentra
marcada por tres momentos claramente diferenciables. El primero, desde el
Acuerdo de Nueva Imperial en diciembre de 1989 hasta la dictación en octubre de
1993 de la Ley Indígena Nº 19.253, que estableció las normas de protección,
fomento y desarrollo indígenas creando la Corporación Nacional de Desarrollo
Indígena (CONADI). Los resultados fueron decepcionantes para la dirigencia
Mapuche, que consideró que sus demandas y propuestas no se encontraban
incorporadas plenamente en la nueva institucionalidad (Bengoa: 1996).
Un segundo momento correspondió al gobierno de Eduardo Frei. En
esta segunda administración post dictadura, la decisión fue de preservar el
sistema económico desarrollando lo que algunos estudios han denominado una fase
de modernización económica sin modernización política (Huneeus, 2014). La
construcción de la Central Hidroeléctrica de Endesa en Ralco constituyó un
claro hito a nivel regional del necesario esfuerzo modernizador que el país
debía acometer, puesto que de acuerdo con los logros económicos del momento (en
1994 la economía creció por encima del 7% anual) nos encontrábamos en el umbral
de desarrollo. Finalmente, un tercer momento estuvo eclipsado por la “Política
de Nuevo Trato” impulsada por el gobierno de Ricardo lagos, mediante la cual se
prometió focalizar su accionar en torno a tres ejes: derechos de los pueblos
indígenas, desarrollo con identidad y adecuación del Estado a la diversidad
cultural. Si bien los anuncios parecieron contundentes, el accionar del
gobierno estuvo marcado por grandes contradicciones, donde lo retórico quedó
subordinado a lo práctico. En definitiva, su administración no introdujo las
reformas jurídicas ni políticas que fueron propuestas por la “Comisión Verdad Histórica
y Nuevo Trato” (CVHNT) y por las entidades internacionales. Por el contrario,
quedaron pendientes el reconocimiento constitucional al pueblo mapuche, la
ratificación del Convenio Nº 169 de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes. Existe
consenso en señalar que este mandato se aplicó una “estrategia dual hacia los
pueblos indígenas”, que combinó (sin acierto) una política sectorial orientada
a beneficiar con tierras y recursos para el desarrollo material y cultural a
quienes no cuestionaran las opciones del modelo de desarrollo y otra de
carácter represivo, manifestada en el tratamiento criminal de la protesta
social indígena, en el uso de la legislación especial que incluyó la Ley
Antiterrorista para enfrentarla (Yánez y Aylwin, 2007; Pairican,
2014).
En definitiva, Ricardo Lagos buscó tempranamente la confianza de
los empresarios e inició una interlocución con los grandes capitales del país a
través del Centro de Estudios Públicos (CEP), controladora de la CMPC,
colocando el crecimiento económico como principal objetivo. Para asegurar la
marcha de los negocios resultaba indispensable suspender cualquier otra
consideración de carácter social. Con elocuencia uno de sus asesores en el
mítico segundo piso en La Moneda, Ernesto Ottone,
resumía con claridad el principio rector de la administración: “Sin crecimiento
no hay empleo, porque sin crecimiento no hay recursos para la inversión en
equidad, porque sin crecimiento no hay progreso” (Ottone
y Vergara, 2006).
En el escenario que describimos, los sectores empresariales
identificados con los gremios agrícolas tradicionales y forestales
transnacionales de la región asumieron tareas y estrategias de acción política
diferenciadas para enfrentar la profundización de la matriz productiva
neoliberal. Un ejemplo de lo anterior se verificó con ocasión del proceso de
internacionalización de la economía chilena con el retorno de los gobiernos
democráticos en los años noventa. En este contexto, una fisura interesante de
observar se provocó entre la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA) y el CAS
como resultado de los anuncios de integración que el gobierno de Eduardo Frei
promovía con el Asia Pacífico, Europa, el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y otras
regiones del mundo. Mientras la agricultura tradicional de los pequeños y
medianos empresarios del sur demandó mayor protección frente a los potenciales
efectos de las importaciones, la SNA mantuvo una postura favorable al libre
mercado y cercana a las conveniencias de otros sectores productivos controlados
por el gran empresariado nacional (Avendaño y Escudero, 2016). De manera
similar a las movilizaciones del período 1977 y 1983, los agricultores
tradicionales manifestaron su rechazo y se movilizaron activamente. El momento
más emblemático de las movilizaciones en contra de los tratados de libre
comercio se produjo en julio de 1995 con la convocatoria a una concentración de
los agricultores en la medialuna de San Carlos, provincia de Ñuble, donde se congregaron
más de 25 mil pequeños y medianos empresarios agrícolas. El resultado concreto
fue que las protestas generaron un cambio en las negociaciones del resto de los
tratados de libre comercio, mejorando las condiciones para la agricultura
nacional rubro por rubro (Scapini, 2006). Al
cumplirse 15 años de la firma del acuerdo del Mercosur, el presidente del
Consorcio Agrícola del Sur (CAS), Gastón Caminondo,
consideró que el sector de la agricultura tradicional sustitutiva de
importaciones en las regiones no tenía nada que celebrar, manifestando que:
“(para) nosotros es una fecha que nos produce, sino enojo, algo muy parecido a
ello”. Asimismo, agregó que “... lo único que pedimos es que todos
juguemos con las mismas reglas, que les pidamos a otros, lo mismo que nos piden
a nosotros. Y que esas reglas sean respetadas”[6].
La intensificación de la movilización mapuche en las regiones
del Biobío y la Araucanía desde 1997 fue un tema de debate ineludible para las
asociaciones empresariales. Ciertamente, las ocupaciones de tierras trajeron a
la memoria colectiva del conjunto de los empresarios los acontecimientos
previos a septiembre de 1973, confirmando que la naturaleza social y
política de muchos eventos de la década de los sesenta y setenta se mantenían
activos en el recuerdo de los agricultores (Manzi, 2003). De esta manera,
fueron los
agricultores tradicionales y los gremios representativos del sector quienes
reaccionaron activamente frente a lo que consideraron “hechos vandálicos” que
violaban la propiedad privada. Utilizando profusamente los medios de
comunicación, se encargaron de denunciar la intensificación del conflicto
territorial, marcando en muchas ocasiones la agenda política regional y
nacional.
El año 1999 fue definida por las comunidades Mapuche como “El
año de la Rebelión”. En este contexto, el volumen y complejidad del conflicto
es tan amplio que resulta difícil dar cuenta de todos los acontecimientos
acaecidos en las regiones del Biobío, la Araucanía y Los Lagos. Entre los
hechos más relevantes podemos destacar la ocupación del Fundo Santa Ema,
propiedad de Forestal Mininco por las comunidades lideradas por Víctor Ancalaf (La Tercera. 4 de febrero de 1999). Este dirigente
ha retomado las recuperaciones de tierras durante el último tiempo que se suma
a una movilización más amplia del movimiento mapuche ante las promesas
incumplidas por el gobierno y la situación pandémica (El Mercurio: 16 de
agosto: C7)
Por su parte, unas treinta familias mapuches de diversas comunidades aledañas al
sector Lautaro-Antiquina, ocuparon un predio,
propiedad Forestal Arauco (La Tercera. 12 de marzo de 1999). En el mes de
abril, un centenar comuneros mapuche-pehuenches de las comunidades Manuel Marillanca y Quintonahuel
ocuparon un fundo a cargo de la CONAF en sector de Reigolil,
a cuatro kilómetros de Curarrehue (La Tercera. 23 de
abril de1999). Adicionalmente, 78 familias de la comunidad de Llafenco se instalaron en terrenos de propiedad de la
empresa Sociedad Agrícola Forestal Oregón en el sector oriente de Pucón. Un
número cercano a cien mapuches de las comunidades de Colihuinca Tori y Antonio Paillacón
(agrupados por la Coordinadora Arauco Malleco) ocuparon la Hacienda Rucañanco, propiedad de Forestal Mininco, mientras que
comuneros de Tranicura ingresaron a un predio de
Forestal Volterra, al sur de la comuna de Tirúa, y Miembros de la comunidad
José María Calbún se tomaron 90 hectáreas en poder de
un particular. (Diario el Sur. 27 de abril de 1999; La Tercera. 27 de abril
1999).
Quizás el hecho más relevante fue la ocupación de la hacienda Lleu Lleu por parte de la
comunidad Pascual Coña, que en el mes mayo fue afectada por incendio
aparentemente intencional y que destruyó un galpón, maquinaria e insumos
agrícolas. Para el werken José Huenchunao, las
acciones responden a la necesidad y pobreza de muchas comunidades indígenas,
que están ingresando a los predios para sembrar cereales o para cosechar
bosques, destacando que "... El Gobierno no da señales de querer devolver
los predios en conflictos, por lo que la gente se moviliza por necesidad...".
(La Nación Crónica. 28 de abril de 1999).
La respuesta del mundo empresarial frente a las movilizaciones no
se hizo esperar. Jorge Serón, presidente regional de la Corporación Chilena de
la madera (Corma) señaló que “... el Gobierno debe garantizar la tranquilidad y
el Estado de derecho”. Por su parte, Hernán Ascuí,
presidente de la Cámara de la Producción y del Comercio, dijo que “... la
violencia no contribuye a fomentar nuevas fuentes de trabajo...”. Desde
Santiago, las grandes asociaciones empresariales asumieron una posición cada
vez más crítica y contestataria al movimiento mapuche. En este sentido exigen
que el gobierno termine, a través de la fuerza, con un conflicto que les está
causando pérdidas millonarias. Walter Riesco, presidente de la Confederación de
la Producción y del Comercio (CPC), manifestó que
nadie
puede comprender que en hechos de tanta gravedad y con niveles de violencia tan
inusitados, finalmente nadie resulte procesado. Esa es una pésima señal,
especialmente en momentos en que la ciudadanía exige mano dura en el combate de
la acción criminal que nos afecta como país (La Tercera. 2 de marzo de1999).
Por su parte, el presidente de la SNA, Ricardo Ariztía, señaló en
tono de alarma que "... hay activistas de la etnia mapuche que se
aprovechan de la pobreza del sector y han comenzado una verdadera usurpación de
tierras... el Gobierno debe encontrar una solución y no sólo bajarle el perfil
al problema". (La Nación Crónica. 28 de abril de 1999).
Años después Héctor Llaitul respondería a estas acusaciones.
Argumentaba sobre la inexistencia de grupos paramilitares en la zona en
conflicto. En una de las primeras declaraciones públicas señalaba la necesidad
de operar con medidas de seguridad debido a la existencia de grupos organizados
por las forestales para amedrentarlos como dirigentes. Es evidente que para
comprender a cabalidad el escalonamiento de la violencia en el conflicto es
consecuencia de la ausencia de una solución política integral que derivaría
pocos años después a intentar dar una solución en el marco del Estado de
Derecho con la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato. (Llaitul y Arrate,
2012).
En reacción a las presiones empresariales, el gobierno intentó
enviar una señal a la opinión pública de control en las zonas en conflicto. De
esta forma, el Ministro Secretario General de la Presidencia, John Biehl, aseguró que el gobierno aplicaría todo el rigor de
la ley a quienes promuevan el uso de la violencia, en la circunstancia que sea.
Por su parte el Subsecretario del Interior, Guillermo Pickering,
aseguró que las minorías violentistas tendrían una drástica sanción y después
amenazó, en más de una ocasión, con aplicar la “Ley de Seguridad Interior del
Estado” (La Tercera. 15 de mayo de 1999; Diario el Sur. 26 de mayo de 1999).
Frente al aumento de las movilizaciones, el Ejecutivo amenazó con no negociar
con quienes estuviesen movilizados. El ministro del Interior, Raúl Troncoso
Castillo, en esa misma línea argumental señaló_ “el gobierno quiere ser
claro en señalar que el camino de las tomas no es adecuado para resolver el
problema y que el gobierno no aceptará sentirse presionado ni dejarse presionar
cuando se efectúan tomas de predios” (Diario el Sur. 29 de abril de 1999).
De igual forma Germán Quintana declaró que “no negociaremos si ponen una
pistola sobre la mesa” (La Tercera. 6 de mayo de 1999).
Al finalizar el año de la “rebelión Mapuche”, Ricardo Ariztía,
señaló que “... lisa y llanamente estamos frente a una situación que pasa a
ser un conflicto nacional y en este sentido, el gobierno tiene la obligación de
abordarlo como una política de Estado”. (Pairican,
2016). Asimismo, Ariztía comenzó a referirse al movimiento mapuche como
“terrorismo rural” (Pairican, 2016). No es extraña la
interpelación Ariztía y su lenguaje provocador. Haciendo gala de un carácter
fuerte y hostil a la hora de defender los intereses del empresariado, como
presidente de la CPC hizo fama de sus mensajes directos a las autoridades. Por
ejemplo, en el encuentro ENADE del 2001 se dirigió al presidente Ricardo Lagos
señalando: “... por favor, déjenos trabajar tranquilos” (El Mercurio, 25
de julio de 2004).
En el contexto de los focos de tensión social
ocasionada por el conflicto territorial, las empresas forestales desarrollaron
acciones que definieron como "acciones de buena vecindad". Como
indica Noelia Carrasco, las empresas forestales comenzaron un proceso de
reconocimiento formal de las condiciones de pobreza y exclusión en que
efectivamente se encuentran sus "vecinos mapuche" (Carrasco,
2012). Se inicia así el año 2008
una política de “Responsabilidad Social Empresarial” (RSE) en las relaciones
entre empresas forestales y comunidades mapuche. Un caso emblemático fue el que
se desarrolló entre la empresa Forestal Mininco, perteneciente al grupo CMPC, y
la comunidad Tricauco, quienes reclamaban derechos
sobre aproximadamente 50 hectáreas de bosque de pino. Los resultados se
orientaron a mitigar los conflictos de la empresa y las comunidades mapuches
mediante el establecimiento de relaciones de confianza (Wigodski,
2007). Desde una perspectiva crítica, Héctor Nahuelpan,
sostiene que la estrategia empresarial de "buena vecindad" respondió
a una iniciativa asistencialista planificada para cooptar y desmovilizar las
demandas mapuches y que hemos situado dentro de la estrategia de
multiculturalismo como opción para reencauzar dentro del liberalismo económico
y político la situación mapuche lo que podría generar diferencias internas al
interior de los mapuche y nuevos tipos de diferencias sociales. Es viable
observar que ante la apuesta multicultural se pueda desarrollar diferencias
sociales entre grupos indígenas (Nahuelpan, 2016 y Pairican, 2018).
Durante
los años 2003 hasta el 2010, nuevas organizaciones políticas mapuches
emergieron con el objetivo de profundizar en la dimensión política del
conflicto; es decir, avanzar en la reformulación de la Constitución para el
reconocimiento de los pueblos indígenas (Pairican,
2018). El año 2008 fue un nuevo momento en la intensificación de la
reivindicación Mapuche y, al mismo tiempo, la agudización de la represión
policial. El 3 de enero, la opinión pública nacional conoció el asesinato del
joven Matías Catrileo Quezada, asesinado por la espalda por el cabo segundo de
Carabineros, Walter Ramírez, durante la ocupación del Fundo Santa Margarita. El
31 de ese mismo mes, fallece Johny Cariqueo, con 22 años, como consecuencia de
la golpiza proporcionada por Carabineros en un cuartel policial.
En este
escenario, los Think Tank
privados vinculados a la derecha y el sector empresarial desplegaron una
arremetida comunicacional que cuestionó el diseño y políticas de entrega de
tierras a las comunidades Mapuche por parte de la CONADI. A través de columnas
de opinión en los principales medios destacaron que el balance de dichas
estrategias condujeron a una política pública ruralizante
y la segregación de las comunidades indígenas, a lo que se suma a la ausencia
de programas eficientes de producción, por lo que las comunidades no logran
salir de la pobreza (Ena von
Baer, Instituto Libertad y Desarrollo, El Mercurio, Cuerpo A, 16 de agosto de
2009). En la columna de opinión “Tierra por paz, ¿es esto justo?”, Beatriz
Corbo, investigadora Fundación Jaime Guzmán, consideró que la “política
indígena... ha sido deficiente, pues se ha recurrido a la entrega de tierras
sin entrar al fondo del problema”. Agregó, además, que estas políticas han
“olvidado que la gran mayoría de los indígenas chilenos viven hoy en las
ciudades y hacia ellos no se han focalizado recursos”. En consonancia con
la visión empresarial, la experta en temas indígenas abogó por una política que
implementase,
mecanismos que
hagan viable la explotación de las tierras entregadas, con miras a lograr que
la integración al proceso de desarrollo y la preservación de la identidad de
las culturas indígenas sean perfectamente compatibles levantando esa verdadera
interdicción que pesa sobre las comunidades indígenas para disponer de sus
tierras (El Mercurio, Cuerpo D, 13 de julio de
2008).
Desde
el punto de vista de las organizaciones gremiales de la región las
movilizaciones mapuche consistían en un “conflicto político” con el Estado,
eludiendo la responsabilidad de las fuerzas de la producción en este proceso.
En este sentido, a través de una crónica publicada por El Mercurio, los
empresarios de la región señalaron que la serie de atentados e incendios, que
han recibido sus propiedades, retrata la acción de grupos catalogados como “terroristas
que se aprovechan de la pobreza de ciertos sectores de la región”. En este
sentido, el contenido de la crónica destacó cómo los empresarios “trabajan
codo a codo con las comunidades mapuches cerca de sus predios e industrias”,
y que es un porcentaje mínimo el de mapuches comprometidos en acciones de
violencia. En consonancia con la opinión de los expertos de los Think Tank de la derecha, los
episodios de “violencia Mapuche” son adjudicados a la entrega de tierras, pues
los fundos tomados son comprados por la CONADI para distribuir las tierras a
las comunidades. Por tanto, las acciones reivindicativas corresponden a grupos
minoritarios, que buscan de manera artificial y violenta imponer sus demandas.
(El Mercurio, Cuerpo B, 13 de enero de 2008).
Durante
esta etapa, el discurso empresarial y de los sectores de la derecha política
resulto invariable. En este sentido, de manera consistente a través de los
medios de comunicación y en declaraciones públicas se homologó la protesta
social mapuche por el reconocimiento político con actos de “violencia
terrorista” que atentaban contra el progreso económico y la paz social. Un
ejemplo de lo que comentamos se encuentra en una crónica de El Mercurio, que
recogiendo las demandas de los gremios empresariales de la región hacía un
llamado al primer gobierno de Michelle Bachelet para que asumiera “... su
responsabilidad constitucional de garantizar la plena vigencia del Estado de
Derecho”, exigiendo, además, que se restableciera la seguridad y el orden
público en la zona para terminar con la “impunidad de los grupos terroristas”
(El Mercurio, Cuerpo C, 19 de agosto de 2008).
Al
finalizar la primera década del siglo XXI, las organizaciones gremiales de la
agricultura tradicional de la región insistieron sobre dos temáticas de recurrente
preocupación para el desempeño de sus unidades productivas: el tipo de cambio
del dólar producto de los acuerdos internacionales y, en segundo lugar, el
conflicto mapuche en la zona de la Araucanía. Ambas dimensiones definieron la
agenda del sector durante el primer gobierno de Michelle Bachelet. Con ocasión
del encuentro Enagro 2008, el presidente de la SNA,
Luis Schmidt Montes, manifestó que,
No puedo dejar de mencionar lo clave que
resulta trabajar en un ambiente de paz y entendimiento. Lamentamos los
incidentes que han ocurrido en las zonas rurales del sur de nuestro país, donde
grupos violentistas, arrogándose la representación del pueblo mapuche, violan
los derechos básicos de honestos hombres de campo. Tal como lo difundió hace
unos días un estudio en esta materia, estos hechos desalientan las inversiones
y sumen a las familias de esos territorios en un mundo de desesperanza y
destierro. ¡Ellos no se lo merecen! ¡Chile, tampoco! (Discurso de
Luis Schmidt Montes, presidente de la SNA, Enagro 6
de octubre de 2008)
Las razones de esta preocupación surgen del hecho que una vez
más el crecimiento económico y las esperanzas en el buen rumbo de los negocios
se encuentran basados en la exportación de bienes primarios con escaso valor
agregado y condicionados al término del conflicto territorial mapuche.
3. Proyecciones del conflicto social y
político del pueblo mapuche.
El movimiento mapuche ha usado frente al Estado chileno
distintas estrategias políticas para mantener su autonomía y proyectarse como
pueblo. (Marimán, 1997; Boccara y Seguel, 2005). En
un primer momento, predominó la concepción que alentó la asimilación de las
“etnias”, bajo el supuesto que la cultura dominante era superior y, por lo
tanto, debía substituir a las culturas inferiores. En el siglo XX se perfiló
una estrategia integracionista en la que se aceptó la idea que la nacionalidad
era el producto de una fusión de razas, aunque los mapuches defendieron la
permanencia de algunos valores culturales (Marimán et al., 2006). No obstante,
ese ciclo agotado a mediados de los 60’, dio paso a que los mapuche usaran las
corridas de cerco para obtener sus anhelos de tierras y en algunos sectores su
emancipación. Algo de ese debate fue comprendido por la Unidad Popular en la
promulgación de una Ley Indígena que no logró aplicarse, no obstante, la
corrida de cercos y el parlamento fueron los dos mecanismos usados por los
mapuche para recuperar sus territorios y retomar espacios de poder.
El golpe de Estado, el exilio de algunos mapuche y los
conflictos internacionales marcaron la política en el pueblo mapuche. Estas
tres variables más su propia historia marcada por la ocupación y el primer
ciclo de movimiento organizacional influyeron en la gestación durante la
segunda mitad de la década de 1990 de un movimiento autonomista. Este
movimiento tiene sus raíces en una historia que comienza en 1910, que se ve
impactada por la Reforma Agraria y el contexto de indigenismo internacional.
Pero que no olvida la memoria de la Ocupación de La Araucanía. Estas tres
variables sitúan hacia 1979 la necesidad de crear un nuevo tipo de organización
política que piensa la Autonomía. Esta organización se denominó Ad Mapu, desde la cual emerge luego el Aukiñ
Wallmapu Ngulam y también
algunos de los miembros que fundarían la Coordinadora Arauco Malleco. Estas dos
últimas organizaciones consolidaron la autonomía como opción. No existían espacios
de convergencia con el Estado chileno, derechamente declararon que el camino
para el pueblo mapuche sería la Liberación Nacional (Parican:
2014).
El Estado chileno respondió con la creación de una Ley Indígena
promulgada en 1993. A través de ella se permitió la incorporación de los
mapuche al sistema educativo forjando una suerte de clase media mapuche.
También se desarrollaron proyectos para fomentar la producción e inserción de
los mapuche al campo profesional técnico. Menos avances se dieron en materias
de derechos colectivos, la Ley Indígena fue una normativa de fomento y
desarrollo de la identidad, pero sin derechos políticos. No es que estos
quedaron exentos del debate, no pudieron llevarse a efecto por la presión
ejercida por algunos parlamentarios de la derecha que se negaron a avanzar en
los acuerdos de Nueva Imperial (Bengoa, 2000).
Una de las raíces del actual desencuentro se encuentra en las
promesas incumplidas de Nueva Imperial en 1989. Aquel 1 de diciembre de 1989,
el candidato presidencial Patricio Aylwin se comprometió a cumplir las demandas
indígenas de elaboración de un marco jurídico a favor del desarrollo de los
pueblos originarios, si triunfaba en las elecciones presidenciales, reconocería
constitucionalmente a los pueblos originarios y ratificaría el Convenio 169 de
la Organización Internacional de Trabajo (OIT) (El desconcierto, 24 de
septiembre de 2018)[7].
Las políticas de reconocimiento de los gobiernos de la
Concertación no fueron acompañadas por las Reformas políticas entorno a los
derechos colectivos debatidos en ese momento a nivel internacional que
concluyeron en 2007 en la Declaración de la ONU sobre los derechos indígenas.
Bajo ese escenario las insurrecciones del Ejercito Zapatista de Liberación
Nacional y el movimiento Katarista en Bolivia que luego terminaría con el
triunfo de Evo Morales en la presidencia del año 2006 cambiaron el contexto
latinoamericano y también la discusión en el movimiento mapuche.
La situación internacional en materias de derechos indígenas
generó un debate al interior del mismo movimiento. Mientras que un sector
decidió continuar con la Autodeterminación vía Control Territorial asumiendo
las recuperaciones de tierras con el uso de la violencia como instrumento, el
triunfo de Morales abrió un camino dentro de la institucionalidad para la
conquista de los derechos colectivos. Este fue el caso adoptado por Adolfo
Millabur, alcalde de Tirúa que asumió el camino institucional y que, en el año
2010, tendría un complemento al fundarse el Partido Mapuche Wallmapuwen.
Frente a la situación política del tiempo presente, Millabur ha planteado la
Plurinacionalidad con perspectiva Intercultural como uno de los caminos
posibles para avanzar en los derechos colectivos, en sus palabras:
¿La
plurinacionalidad como una vía? Por la experiencia que uno ha recogido con los
países vecinos, en este caso Ecuador y Bolivia. He tenido la oportunidad de
conocer bastante de cerca los dos procesos, uno más que otro; Ecuador más que
Bolivia. Creo que a partir de ese concepto se permite generar una especie de
convergencia para dialogar. Es importante que haya una convergencia porque si
yo le hablo a la sociedad chilena desde que reivindico la autonomía, los pones
a la defensiva y yo desde mi trinchera. Lo veo como un concepto para poder
entendernos y encontrarnos políticamente con el
otro que no es mapuche, que no es de los pueblos originarios. A partir de ese
punto de discusión, hablemos (Pairican, Millabur, y otros: 2020:
p. 181).
Para Adolfo Millabur, integrante de la
Identidad Territorial Lafquenche y representante de
la “vía política” a la Autonomía, lo expuesto permitiría correr “el cerco de lo
posible”. Metáfora que hace alusión a la corrida de cercos de la Reforma
Agraria que conoció como niño junto a sus antepasados y a su vez, la vía
gradualista que caracteriza a Chile, a la hora de tomar opción por un camino de
transformación.
En perspectiva histórica, la representación indígena en
general, y la mapuche
en particular, se ha realizado mediante
partidos e instituciones chilenas, y
ha relegado lo mapuche y a sus líderes a una posición subordinada que no
permite una participación eficiente en las decisiones con respecto a
la agenda étnica (Tricot y Bidegain, 2020). En el
siglo XX, la Sociedad Caupolicán optó por crear un partido mapuche el año 1932
y la Corporación Araucana desarrolló una estrategia político-electoral y de
alianzas (Ancan, 2010). Otro caso para destacar fue el Partido de la Tierra y
de la Identidad de 1989 y que no logró constituirse como partido político
reconocido.
Por tanto, la emergencia de una “vía política” a
la autonomía, lejos de estar ausente de tensiones con la “vía rupturista”, se
suma al repertorio de acción colectiva mapuche (Pairican:
2013). Sin embargo, como proclamó Aucan Huilcaman,
dirigente del Consejo de Todas las Tierras, la experiencia reproduciría un
colonialismo interno. Por su parte, inicialmente la Coordinadora Arauko Malleco (CAM) fue crítica al Wallmapuwen,
considerándola como una construcción del mundo intelectual mapuche cuyo
objetivo sería captar apoyo electoral y obtener cargos, siendo ésta un camino
inviable para conquistar los derechos de autodeterminación. Recientemente, el
vocero de la organización, Héctor Llaitul, ha sugerido que como CAM no
comparten esta forma de participación, pero que la encuentran legítima como una
forma más de lucha del pueblo mapuche (Tricot y Bidegain, 2020). Con todo, el Partido Mapuche Wallmapuwen,
con una trayectoria de 10 años, es un camino complementario y divergente a la
lucha social y político Mapuche y se posiciona como uno de los movimientos
importantes post transición democrática (Pairican:
2014).
¿Cuál ha sido la respuesta del Estado de Chile frente al
movimiento Mapuche durante los últimos 16 años? El camino que trazaron los
gobiernos Bachelet y Piñera fue apostar por el multiculturalismo como manera de
abordar la situación mapuche. Esta estrategia se suscribe a cómo el capitalismo
incorpora a los movimientos indígenas en base a sus lógicas económicas y la
flexibilidad del modelo liberal. Durante el gobierno de Michelle Bachelet se
planteó explícitamente esta política al denominarla: Reconocer: pacto por la
multiculturalidad. El gobierno de Sebastián Piñera profundizó esa arista en un
sentido neoliberal, para luego continuar la senda entorno a una política de
consultas indígenas intentando llevar a la praxis el Convenio 169 de la OIT.
De esta manera, podemos incluso observar
a algunos líderes Mapuche que, al interior de los partidos chilenos,
fuerzan a tomar una definición en pos de los derechos fundamentales. No
obstante es una tensión que no ha dejado de generar controversias al interior
del mismo movimiento mapuche. Mientras algunos comparten el camino de la
Plurinacionalidad “desde arriba”; otros han optado, a partir de los cargos
aceptados por algunos miembros de la corporación
mapuche ENAMA en
el actual gobierno, que la vía multicultural como opción política.
No obstante, el movimiento mapuche continúo profundizando su
quehacer político y en la medida que los gobiernos optaron por el
multiculturalismo, los mapuche radicalizaron su accionar fundando nuevas
organizaciones autonomistas que usaron la violencia política como instrumento.
En La Araucanía nació en 2012 la organización Aukan Weichan Mapu y en la provincia de
Arauco la Resistencia Territorial Arauco. Ambas organizaciones son las que hoy
han reivindicado a lo menos una treintena de hechos de violencia política como
quema de camiones y enfrentamientos con la policía durante el año en curso.
Cabe destacar
que la vía de la Plurinacionalidad ha sido la fórmula adoptada por algunos
Estados. En Ecuador, por ejemplo, se definió un “Estado constitucional de
derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario,
intercultural, plurinacional y laico”. En Bolivia se adoptó un “Estado Unitario
Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano,
democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías”, que está
relacionado con el reconocimiento de la preexistencia de las naciones y pueblos
originarios. El senador Francisco Huenchumilla considera este Estado
Plurinacional como un paso al reconocimiento de los pueblos originarios como
actores y sujetos de derechos colectivos, para ser incorporados en base a una
nueva estructura del Estado, a nivel constitucional. La organización del Estado
Plurinacional sería la república y se gobernaría de manera descentralizada
(Huenchumilla, 2016). En esta perspectiva, las organizaciones que han
ocupado la vía institucional como camino para desmantelar la
república homogénea, han sido en esta línea las organizaciones como las
Identidades Territoriales, la Asociación de Alcaldes Mapuche y Wallmapuwen. Las dos primeras organizaciones sí observan en
la Plurinacionalidad una posibilidad.
Es cierto que
el Estado Plurinacional puede “domesticar” los derechos, como ha sostenido Aucan Huilcaman en su encuentro
en la cumbre del cerro Ñielol (CiperChile, 20 de diciembre de 2019). Para este dirigente, que ha
planteado la Autodeterminación como sendero para la liberación de Wallmapu, el Estado Plurinacional es un “parteaguas” en el
ascenso de la autodeterminación, e impondría una nueva institucionalidad
chilena que no empoderaría a la sociedad mapuche. Por el contrario, la
dominación se revigorizaría a partir de institucionalidades criollas
administradas por funcionarios mapuche (Pairican,
Millabur y otros: 2020).
Considerando
todo este debate, el Estado Plurinacional, de todos modos, podría inaugurar una
vía “mapuche” a la autodeterminación al interior de un país donde el
colonialismo goza de buena salud, sea por la capacidad de regenerarse y también
por la incapacidad del movimiento mapuche en desmantelarlo. En ese ámbito el
Estado Plurinacional puede servir para remover las estructuras de dominación en
las tomas de decisiones en los planos económicos y políticos.
A favor del
movimiento autodeterminista, existen experiencias de Control Territorial que da
cuenta de lo viable de la alternativa impulsada por los sectores rupturistas
del movimiento en algunas zonas de Arauco, Ercilla y Vilcún. En el transcurso
del año 2001-2003, la Coordinadora Arauco Malleco lo definió como un proceso de
mediana duración en que se irían conquistando predios como bases de la
autodeterminación. En ese ámbito, en la medida que se avanza en el proceso, su
construcción política se enmarcaría como parte de la lucha contra el modelo
capitalista y por lo tanto, en una alternativa política para crear un nuevo
tipo de sociedad comunitaria. Dialécticamente, en la perspectiva de la CAM,
sería una estrategia, un paso intermedio, para reconstruir el Wallmapu desde abajo. El Control Territorial por lo tanto
disputa el territorio, recrea el hábitat del Buen Vivir, se opone a la
jerarquía del Estado chileno y consolidaría la autonomía disputando el
territorio y liberándolo para el retorno de los habitantes mapuche que viven en
la diáspora política. Todo este proceso culminaría con la reconstrucción del Wallmapu (CAM, 2019).
Conclusión
La trayectoria de historia económica y política regional, con
sus avances, dificultades y exclusión, pueden ser situados desde una perspectiva
de larga duración; enfoque que permite una mejor comprensión de los desafíos
pendientes. Este es un tema central, pues las relaciones entre los sectores
público, privado y el movimiento mapuche en el siglo XX no se agotan en su
obvia importancia, sino que en el desocultamiento del
papel e intereses que correspondió desempeñar a cada uno de los actores
sociales.
Desde el punto de vista de la economía política regional, los
desafíos pendientes dicen relación con la capacidad de los actores Mapuche para
pensar una estrategia de desarrollo económico –o de modernización– que hasta el
momento se encuentra pendiente, o mejor dicho, ausente. Como anticipáramos, la
incorporación tardía de la región al estado Nación chileno – mediante la
ocupación militar setenta años después del nacimiento del nacimiento como
república independiente – definió en gran medida el devenir económico
subordinado de la macrozona a las lógicas de expansión productiva sin
transformaciones estructurales.
Paradojalmente, los cambios trascendentales en 1965 y 1973 en la
región abrieron paso, de forma impensada, a los problemas del actual modelo de
desarrollo en la región y la rearticulación del movimiento mapuche con una
nueva comprensión de las condiciones estructurales de la exclusión y las nuevas
estrategias políticas a favor de la autonomía y proyección como pueblo nación
Mapuche. La reforma agraria cristalizó un movimiento por las corridas de cerco
para obtener sus anhelos de tierras y en algunos sectores su emancipación. Algo
que la Unidad Popular comprendió con la promulgación de una Ley Indígena que no
logró aplicarse.
Por otra parte, los éxitos de la política extractivita del
actual modelo neoliberal en la región se encuentran asociados a los cambios
trascendentales ocurridos en esta misma fase. En efecto, tanto el gobierno de
Eduardo Frei como el de Salvador Allende tuvieron el mérito de destrabar los
bloqueos estructurales en una región que había basado su estrategia de
desarrollo bajó prácticas productivas y laborales de “antiguo régimen”. Esos
cambios estructurales hicieron más fácil la tarea transformadora que
desempeñaron los Chicago Boys. La reforma agraria, las expropiaciones
industriales, los programas de fomento frutícola y forestal fueron decisivos
para el crecimiento de las exportaciones en la década de 1980. A lo anterior,
esta matriz de desarrollo agregó otro componente necesario en la región: la
exclusión y despojo territorial de las comunidades mapuches.
En un momento en que el país se encuentra avanzando hacia un
momento constituyente. Como en pocas ocasiones, la posibilidad de desmantelar
el republicanismo homogéneo ha develado la oportunidad de pensar en un nuevo
tipo de Estado que aspire a que las naciones originarias sean portadoras y
sujetos de derecho al interior de la democracia chilena. A lo largo de su
historia, la república se ha encargado de negar sistemáticamente cualquier
avance en la democratización y reconocimientos desde los marcos legales,
coherente con una construcción de Estado y de sectores políticos que no
respetan la diversidad ni tampoco los nuevos Derechos Humanos emanados de
organismos internacionales.
Visto de esta manera, tanto los problemas del desarrollo, como
los logros y dificultades recientes del movimiento Mapuche nos muestran que el
nivel de los desafíos es complejo. Tal como la construcción de un
Estado-nación, la elaboración de un Estado Plurinacional es una tarea de largo
aliento. En esta trayectoria el problema es cómo traducir adecuadamente las
promesas y no quedar en el camino de los espejismos. Desde este punto de vista,
este ensayo siguió la recomendación que determina que los historiadores no sólo
tienen que habérselas con un número mayor de variables que los cientistas sociales y los economistas, sino también con
elementos no mensurables, irracionales, imprevisibles y con asociaciones que
cambian constantemente entre las variables (Cipolla, 1991).
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Diarios
y Revistas
La Tercera
Diario el Sur
La Nación
Crónica
Diario el Sur
El Mercurio
Ciper Chile
Recibido: 4 de Junio de 2020
Aceptado: 16 de Julio de 2020
Versión
Final: 23 de Agosto de 2020
[1] Doctor en
Estudios Americanos, mención Historia, Instituto de Estudios Avanzados -
Universidad de Santiago de Chile. Magister en Historia de América en la misma
casa de estudios. Investigador Asociado del Núcleo de Estudios Asiáticos del
Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), Universidad de Santiago de Chile.
[2] Doctor en
Historia - Universidad de Santiago de Chile. Magister en Historia de América en
la misma casa de estudios. Investigador Asociado del Centro de Estudios
Culturales e Indígenas (CIIR).
[3] La frase
pertenece a Sebastián Piñera Echeñique. La Tercera 8 de octubre de 2019.
Revisar https://www.latercera.com/politica/noticia/pinera-asegura-medio-esta-america-latina-convulsionada-chile-verdadero-oasis-una-democracia-estable/851913/
[4] Para los efectos
de este ensayo asumimos la propuesta de Norbert Lechner (Flacso, 1990), quien
distinguía entre modernización y modernidad. En su perspectiva, modernización
hace referencia al desarrollo de la racionalidad instrumental, contraponiéndola
a la modernidad en tanto racionalidad normativa. Mientras la modernidad apunta
a la autodeterminación política y la autonomía moral, la modernización se
refiere a al cálculo y control de los procesos sociales y las fuerzas de
naturalezas, las cuales están inscritas institucionalmente resolviéndose los problemas en
el sistema político. En lo económico, modernización implica relaciones
mercantiles y productivas sin trabas que impidan su desenvolvimiento.
[5] Adoptamos el
concepto Cívico – Militar de Carlos Huneeus (2016) quien constata la decisiva
participación de civiles durante los 17 años de la Dictadura de Pinochet. Desde
esta perspectiva interpretativa fueron los civiles quienes diseñaron e
implementaron las principales reformas económicas e institucionales del régimen
militar.
[6] “El juicio del
agro a los 15 años del Mercosur”. Disponible en: http://agro-start.blogspot.com/2011/06/el-juicio-del-agro-los-15-anos-del.html