Turcan, Robert. Tiberio. El Ateneo; Ciudad Autónoma de Buenos Aires; 2018, [304 páginas].

 

 

Por Juan Pablo Castagno

 Facultad de Humanidades y Artes,

Universidad Nacional de Rosario; (Argentina)

juampicastagno82@hotmail.com

 

 

La figura de Tiberio, el segundo de la larga lista de emperadores romanos, probablemente sea una de las más maltratadas y peor conocidas por la historiografía. Tal es así, que en base fundamentalmente a la información provista por Suetonio y Tácito, se ha construido un verdadero sentido común negativo sobre el sucesor de Augusto.

Sobre Tiberio podemos decir que fue hijo de un siglo perturbado. Nació en Roma en plena guerra civil, poco tiempo después de la famosa batalla de Filipos, el 16 de noviembre del año 42 a.C. Su padre, Tiberio Claudio Nerón, fue un destacado hombre de la elite romana que participó activamente en las contiendas civiles. A la muerte de su padre, en el año 33 a.C., Tiberio de 9 años de edad y su hermano menor, Druso, quedaron bajo el tutelaje de Octaviano (el futuro Augusto) que para entonces había contraído matrimonio con su madre. Condicionado por la fuerte personalidad de su madre Livia, y siempre bajo la atenta mirada del Princeps, Tiberio aprendió los secretos de la vida política, civil y militar. Pero fueron sus inquietudes intelectuales las que lo llevaron a integrar desde muy joven el entorno íntimo de Mecenas y fue éste quien lo formó en cuestiones políticas, administrativas y financieras.

En el año 12 a.C., Tiberio fue obligado a repudiar a su esposa para contraer matrimonio con Julia, la hija del emperador. Sin embargo, al poco tiempo, agobiado por el entorno conspirativo, las presiones, los rumores y las infidelidades de Julia, abandonó Roma e inició un exilio voluntario en Rodas que lo alejó por 7 años del centro del poder. Pero las maquinaciones de Livia  tenían otros planes para él. Ante la muerte de candidatos mejor perfilados para suceder al emperador (fundamentalmente Lucio César y Cayo César, hijos del primer matrimonio de Julia), en el año 4 d.C., Augusto decide adoptar a Tiberio y a Germánico, poniendo al primero a la cabeza de la línea sucesoria. El camino al poder imperial estaba despejado. Finalmente, ante el fallecimiento de su padre adoptivo en el 14 d.C, Tiberio se alzó con la púrpura imperial.

El reinado de Tiberio duró veintitrés años, fue el más largo de la serie de los césares que sucedieron a Augusto. Estuvo caracterizado por los fuertes desafíos de una gestión “fundadora”, entre ellos: el problema de la sucesión, la relación del emperador con el Senado y el ejército, el disciplinamiento de los poderes regionales, las intromisiones de la omnipresente Livia y distintos desafíos a la autoridad imperial en un clima siempre propenso a las sospechas y las conspiraciones.

Una de las pruebas más importantes que tuvo que superar Tiberio durante su gobierno fue la muerte de su sobrino Germánico, quizá el miembro de la familia imperial más popular y querido por la plebe. La oscura desaparición de Germánico produjo fuertes sospechas alrededor de la figura del emperador que finalmente redundaron en una encarnizada y larga enemistad con Agripina. Entorno a la casa de la viuda de Germánico y sus hijos, se fue gestando una facción política que conspiró contra Tiberio. Este desafío junto al duro golpe que significó el asesinato por envenenamiento de su hijo Druso en el año 23 a.C., provocaron el acercamiento estrecho del emperador a la oscura y ambiciosa figura del Prefecto del pretorio, Sejano. Mientras Tiberio le concedía cada vez más poder a Sejano, su imagen y administración se debilitaban. En sus últimos años de vida, vivió recluido en la isla de Capri dejando al prefecto del Pretorio las manos libres para operar desde Roma su propia construcción de poder. Sin embargo, tiempo antes de morir, alertado por sus informantes en Roma sobre las maquinaciones de Sejano, el emperador le quitó todo el apoyo y bendijo como su sucesor a Calígula, hijo de Germánico y Agripina.                   

En su último trabajo, el recientemente fallecido arqueólogo e historiador francés, Robert Turcan, nos ofrece una biografía de que pretende deconstruir la figura del emperador Tiberio, tradicionalmente influida por estereotipos y lugares comunes. En el mismo sentido, el autor llama la atención sobre el “contraste flagrante entre la literatura y los hechos, entre la imagen que nos presenta la historiografía en cierto modo patentada y las realidades de la historia”. Durante los trece capítulos en los que se estructura su libro, Turcan, un gran conocedor de las fuentes escritas tradicionales y las evidencias arqueológicas sobre la iconografía imperial, realiza un análisis comparativo y crítico de las mismas que le permiten arribar a interesantes conclusiones que matizan en parte la “historia negra” sobre Tiberio.

Turcan justifica la elección de su objeto de su estudio y su interpretación de manera clara y contundente. Para el autor, Tiberio es un personaje fascinante no solo por su formación intelectual, su sensatez, su mesura y su sentido de la responsabilidad en la administración imperial; sino, esencialmente, porque “fue el verdadero fundador del Imperio”, el hombre que supo “encarrilar” todas las ambigüedades en las que se basaba la construcción política de Augusto.     

“Tiberio” sigue en general un orden cronológico, exceptuando dos capítulos de carácter sincrónico: “La historia y los ´historiadores´ y “Tiberio y lo sagrado”. Está estructurado sobre algunos momentos y personajes decisivos que marcaron el trayecto vital del segundo de los césares. Quizá el análisis de las relaciones de Tiberio con importantes personalidades de su entorno como Augusto, Livia, Mecenas, Julia, Agripina y Sejano, sea uno de los puntos más fuertes y mejor trabajados del libro. No menos interesantes son las interpretaciones que realiza Turcan sobre los dos exilios voluntarios de Tiberio: en Rodas durante su juventud, y luego como veterano emperador en la isla de Capri.

Tal vez los capítulos más relevantes del libro, aquellos en donde mejor se muestra la impronta que le imprime Tiberio al poder imperial y las diferencias con su predecesor, sean: “Una transición fundadora” y  “Ensayo de principado ´senatorial´”. En los mismos, el autor analiza la intención del emperador de “compartir" el poder con el Senado estableciendo una “diarquía” que lo ayude en una tarea tan pesada como la administración del imperio. Sin embargo, el intento fracasa desde un principio por la cobardía, la maldad y la hipocresía de los propios hombres que integraban el Senado, así como también por condiciones estructurales que hacían imposible la vuelta a un régimen de poder compartido. Los propios senadores fueron los primeros en admitir que el Estado necesitaba un jefe, un vértice ordenador de una realidad demasiado compleja. “En una palabra: la suerte estaba echada y Tiberio debía reinar sin más discusiones. Paradójicamente, se fortaleció al someter la naturaleza del régimen a una deliberación libre del Senado”. Más adelante, Robert Turcan describe con maestría algunos aspectos sensibles al entramado de poder del emperador, entre ellos, el uso de la lex Maiestatis como herramienta de disciplinamiento político y, fundamentalmente en el contexto de la muerte de Germánico, las reacciones de Tiberio frente a los rumores y las presiones de la opinión pública, “ese impulso emocional de las masas que él despreciaba, aunque a veces no pudiera evitar tomarlas en cuenta”. 

A modo de conclusión, podemos decir que el último trabajo de Robert Turcan es una lectura altamente recomendable, paso obligado para todo aquel interesado en la vida de Tiberio pues el autor ofrece una mirada diferente, amplia en sus matices, que no se limita a presentar al segundo emperador romano como un déspota perverso tal como lo hicieron los historiadores clásicos. Muy al contrario, en el libro se nota una valoración positiva del personaje en línea con lo planteado alguna vez por el conspicuo historiador alemán Theodor Mommsen, quien dijo textualmente: “fue el más capaz de los césares”[1].

 El estilo narrativo sencillo de la obra, junto a la utilización reiterada del recurso de la anécdota y la ausencia de notas al pie y referencias bibliográficas; indican que está orientada a un público amplio. Sin embargo, esta característica no le impide al autor abordar la vida de Tiberio en toda su complejidad.

Queda así hecha la invitación a sumergirse en un libro repleto de sugerencias interpretativas y riqueza informativa sobre un personaje crucial en la construcción y reproducción del orden imperial romano. Porque “tras la muerte de Augusto, aún era posible que no hubiera otro emperador; tras la muerte de Tiberio, el emperador se había convertido en una institución, el pivote en torno al cual giraba toda la vida civilizada del mundo entero” (Turcan, 2018: 104).

       

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hanson, Víctor Davis (comp.). El arte de la guerra en el mundo antiguo. De las guerras persas a la caída de Roma; Crítica 2012; [352 páginas].

 

Por Juan José Noé

Facultad de Humanidades y Artes,

Universidad Nacional de Rosario; (Argentina)

juanjosenoe@hotmail.com

 

 

Víctor Davis Hanson, compilador de la presente obra, es un reconocido especialista en el mundo antiguo y en historia militar. Afirma que el libro se enmarca en el objetivo de explicar la guerra en la antigüedad pero en estrecha relación con la guerra en general y en particular con las contemporáneas. Intentos similares han sido  llevados a cabo con anterioridad por Edward M. Earle[2], en la década de 1940, y Peter Paret[3], en la de 1980. Todas coinciden con momentos en que la guerra emergió como principal problemática y por lo tanto indujo a reflexionar sobre la misma desde diversas disciplinas. La diferencia introducida por la compilación de Hanson es el análisis de los respectivos contextos generales de cada uno de los casos abordados por los distintos investigadores. Hanson señala que el presente libro se enmarca en un período de guerras de cuarta generación, lo que implica una transformación radical en la forma de hacer la guerra, ya sea por los adelantos tecnológicos o el peso relativo del soldado. Afirma que es la historia la que permite encuadrar los respectivos contextos de los desarrollos tecnológicos y demás cuestiones. Aunque dirigida a un público amplio, el nivel académico de los investigadores convocados permite que la obra no pierda en rigurosidad, al margen de que ciertos planteos puedan ser objetables.

La obra se encuentra atravesada por giro geopolítico y socio-cultural impuesto a partir del 11 de septiembre de 2001. En alguno de los trabajos se intenta fundamentar la cuestionable hipótesis de que una potencia superior puede aportar los beneficios de una cultura más desarrollada, aval explicito a las políticas de intervención de Estados Unidos. Tales objetivos imponen un necesario acercamiento crítico a la obra, que no por ello deja de ser una buena razón para estimular los debates.

En el capítulo uno, “De Persia con Amor”, su autor Tom Holland, compara la caída de Irak con la caída de Babilonia en el 539 a. C. en relación a la percepción pasiva de sus habitantes. Se trata de una legitimación de las acciones norteamericanas en Iraq, en base a la idea de que no existía ninguna legitimidad política de quienes gobernaban, lo que por sí sólo justifica cualquier acción para derrocar  a un tirano. En relación a la historia persa el autor marca el expansionismo de Ciro el Grande como de Darío I dentro de una relación establecida en el plano cosmogónico, al justificar sus acciones por ser portadores de Ahura Mazda y por lo tanto de la verdad. La historia de Grecia y las polis autónomas, implicaron un desafío para el Imperio Persa que, como sostiene Holland, hizo del choque algo casi inevitable. El conflicto militar adquiere un cariz simbólico, aunque soslaya la importancia estratégica que tenía para Persia controlar los circuitos comerciales marítimos, vitales en los procesos de acumulación para las elites vinculadas al control de tales actividades, o la dimensión económica del expansionismo militar.

En el capítulo dos, “Pericles, Tucídides y la defensa del Imperio”, Donald Kagan, recorre la carrera política de Pericles relacionándola a la historia de la ciudad luego de la formación de la Liga de Delos en 478 a.C. Refiere la forma en que la alianza establecida luego de la expulsión de los Persas se transforma de una unión voluntaria en una mera imposición de Atenas sobre el resto de los aliados. El control militar fue la base sobre la que Atenas apuntaló su poder, pero se vio complementado con medidas de carácter económico, como la imposición de la moneda ateniense y la homologación de pesos y medidas. Este punto, permitió controlar la producción y el intercambio en las zonas marítimas estratégicas para Atenas y limitó las producciones auríferas locales. De acuerdo con el autor la arkhé ateniense produjo claramente un beneficio compartido para las elites que participaban de dichas actividades en toda las zonas afectadas, pero, resalta que la gran beneficiada fue Atenas, al ver mejorar exponencialmente la calidad de vida de los atenienses en general. Aun así el dominio ateniense generó malestar al poner en juego dos principios básicos para las polis griegas: el principio de mesura a la hora de ejercer el poder por un lado y  por el otro la afección de la autonomía política. Será justamente esté último punto el principal reclamo sobre el que basará Esparta la justificación que dará inicio a la Guerra del Peloponeso.

David Berkley, en el capítulo tres “¿Por qué perduraron las fortificaciones? Estudio de un caso práctico de las murallas de Atenas durante el período Clásico”, establece una conexión simbólica dentro de un lapso cronológico acotado que busca explicar la relación entre Flota y Murallas a través de tres figuras fundamentales en la historia de Atenas, Temístocles, Pericles y Conón.  En este sentido señala que había entre ambas una relación simbiótica que permitió en diferentes etapas la proyección del poder ateniense  por fuera de su propio territorio. El punto más débil del artículo lo marcan las extravagantes comparaciones entre las murallas atenienses y las que en la actualidad ha levantado Estados Unidos como una forma de segregación étnica en la frontera con Méjico.

En el capítulo cuatro, “Epaminondas el tebano y la doctrina de guerra preventiva”, Víctor Davis Hanson, plantea la trayectoria de Epaminondas de forma articulada a la transformación de Tebas en una potencia con posterioridad a la rebelión democrática del 379 a. C.  Explica la batalla de Leuctra en el 371 a.C., por la relación entre las campañas de agresión y ocupación territorial llevadas a cabo por Esparta y la resistencia tebana, que responde con una batalla a campo abierto que fue el puntapié de un plan orquestado por Epaminondas para erradicar el peligro de una nueva invasión. Desde el 369 a.C., el general tebano, cambia la estrategia de castigo por la de aniquilación. La liberación de los ilotas de mesenia y la fundación de Mesene junto con otras dos ciudades,  son un claro ejemplo de la necesidad planteada por Epaminondas de transformar irreversiblemente la historia geopolítica del Peloponeso y de la Grecia continental de forma permanente. Como deja en claro el autor, la breve hegemonía tebana se interrumpe por la muerte de Epaminondas, y por el escaso apoyo por parte de la elite tebana a un proyecto considerado demasiado ambicioso para una democracia rural moderada. Propone la definición de guerra preventiva, que Tebas lleva adelante en una primera etapa, y relaciona con las campañas militares de Estados Unidos en Irak. Intenta defender la idea de los Estados Unidos como impulsor y garante de procesos democráticos dentro del orbe.  Hanson justifica no solo las invasiones, sino que sostiene que la resistencia a las políticas intrusivas norteamericanas, se deben a la excesiva prolongación del conflicto, y no la resistencia que generan las políticas imperialistas.

El capítulo cinco, “Alejandro Magno, la construcción de una Nación y la creación y el mantenimiento del Imperio”, de Ian Worthington relata brevemente la vida de Alejandro Magno, desde su regencia de Macedonia en 340 a. C. hasta su muerte en el 323 a.C en Babilonia, luego de conquistar el mayor imperio conocido hasta ese momento. A diferencia de muchos artículos el autor no busca ahondar en las hazañas de Alejandro, sino en las formas, desafíos y estrategias que dispuso para administrar lo conseguido. De esta manera logra dar cuenta de la complejidad de un proceso de conquista en el cual se articularon no solamente las dificultades militares externas, que implicaron las tres grandes batallas que permitieron controlar el territorio persa y la sublevación de determinadas zonas que obligaron al macedonio a reformular su estrategia sino también los desafíos de control interno de su propio ejército y su oficialidad, que entre amotinamientos y conspiraciones demostró su disconformidad  y hastío a la sed de expansión de Alejandro como a su tan cuestionadas políticas filo orientalistas. De esta manera el autor sugiere que Alejandro nunca tuvo tiempos de paz como tampoco una batalla final, lo que impidió un plan coherente y anticipatorio de las dificultades que se le presentaron. Si bien Worthington remarca algunos errores, también muestra los aciertos en relación al sostenimiento de las satrapías, la creación del cargo de tesorero real y la construcción de asentamientos, alguno de los cuales se convirtieron posteriormente en poleis. Señala en esta línea, que las políticas pluriculturales, como los matrimonios mixtos, la entrega de satrapías a familias persas o la inclusión de aquellos en el ejército fueron estrategias de acercamiento que si bien le causaron numerosos problemas entre los griegos, no perseguían la igualdad sino que buscaban generar una plataforma de estabilidad que permitiese el gobierno del imperio.

En el capítulo seis, “Guerra urbana en el mundo griego clásico”; John W. I. Lee, analiza, partiendo del ejemplo de la invasión tebana de Platea en el 431 a.C. lo que para él es una rama del estudio de la guerra poco valorada, la guerra urbana. En esta línea agrega que muchas hechos conocidos, como las reformas de Clístenes en el 507 a.C por ejemplo, se llevaron a cabo luego de insurrecciones dentro del recinto urbano y que, la lucha urbana, formaba parte de los recursos tácticos y estratégicos que cualquier general dependiendo de las circunstancias, podía usar a su favor en medio de un conflicto. Lee identifica a groso modo tres modelos de combate urbano, el primero la invasión de una fuerza atacante y el asalto a las murallas, con el posterior combate intramuros, en segundo lugar la stasis, que podía llevar por diferentes motivos a combates urbanos y en tercer lugar, una insurrección ante la ocupación extranjera. Es muy interesante lo que señala respecto al combate urbano como algo que se daba, pero que se prefería evitar por diferentes razones, entre ellas por ejemplo, la dificultad de controlarlo o la duración excesiva de las luchas. En aspectos más puntuales, Lee nos marca que, para quienes invadían con ejércitos regulares, moverse en un espacio desconocido, reducido, donde todo podía volverse un arma, como señala el autor respecto al uso de las tejas de las casas, era todo un problema que obligaba a reprogramar la estrategia y que condicionaba la capacidad de choque al ser en su mayoría ejércitos no profesionales cuya división en subgrupos era dificultosa  por no contar con mandos disciplinados en otro tipo de estrategia. Este punto también es importante, ya que el ethos guerrero, no valoraba este tipo combate, al que se consideraba como indigno para los hombres aunque como dice Lee, eso dependía siempre de los recursos con los que contaba la polis invadida. A su vez, internamente el combate urbano podía encontrar resistencias, debido a que muchas veces este tipo de combate trastocaba las jerarquías sociales como de género o de estatus dentro de una polis y generaba en la mayoría de las ocasiones un resurgimiento de la discordia civil que podía acabar con traiciones y arreglos en favor de los invasores. De esta manera recuerda que lo que se considera como el mejor tratado conservado de la etapa clásica sobre la guerra, Poliorketica de Eneas el táctico, constituye a efectos prácticos una guía para contener la traición interna, los ataques sorpresivos y el control de plaza en general. En este sentido, para el autor la táctica dentro del mundo antiguo obligaba a un jefe militar a echar mano a cuanto recurso tenga a su alrededor, y ello tendía por ejemplo  a borrar fronteras entre población civil y militar, algo que para el autor, ha aparecido en la modernidad debido a la opinión pública y a que los ejércitos son garantes de determinados valores nacionales. . Este punto lo lleva a hacer una afirmación un tanto funcional, ignorando las violaciones de derechos  reconocidos por organismos internacionales que llevan a cabo los países imperialistas en las zonas de conflicto.

Susan Mattern, en el  capítulo siete, “Contrainsurgencia y los enemigos de Roma”, intenta explicar la estabilidad de Roma dentro de un escenario geopolítico complejo. Para Mattern, Roma no se caracterizó por llevar un gran plantel burocrático a las zonas bajo su control, como tampoco mantener el control solo a través del uso de la fuerza.  Destaca lo que denomina mecanismos sociales, que permitieron la integración de diferentes componentes dentro de un vasto proyecto. Respecto a la insurgencia y contrainsurgencia, analiza diferentes tipos de revueltas y explica que en general los romanos recurrían a las redes de relaciones tejidas en las diferentes zonas utilizadas para aplacar los problemas que afectaban al orden por medio de una estrategia que combinaba la negociación con duras represiones.  El trabajo deja abiertas las interpretaciones otorgándoles cándida validez a las fuentes romanas. No diferencia entre bandolerismo e insurrecciones en contra de la ocupación romana, pues entiende que el termino lestai (bandido), era aplicado a cualquier individuo o grupo que afectase el orden social. Es válida la idea de mostrar que la cooperación, en un sentido amplio, era lo que permitía a Roma controlar zonas geográficamente amplias y distantes, aunque quizás controversial su aplicación en relación a la política estadounidense actual dentro de las zonas invadidas.

En el capítulo 8, “Guerras de esclavos en Grecia y Roma”, de Barry Strauss,  se señala la importancia de la esclavitud para  la estructura económica griega y romana, y sobre esta importancia marca que pese a ello, las rebeliones de esclavos fueron un hecho poco común. Diferencia la esclavitud mercancía y la esclavitud comunal, que dieron formas a diferentes formas de rebelión. Las rebeliones de esclavitud comunal fueron mucho más frecuentes en Grecia que en Roma. En esta última, el enorme peso que tuvo la esclavitud mercancía posteriormente a la segunda guerra púnica hizo más frecuente la rebelión de esclavos aunque por un periodo excepcional y acotado entre el 140 a.C y el 70 a.C. Destaca la escasez como los silencios de las fuentes. Sobre la capacidad bélica de los ejércitos de esclavos, Strauss destaca que más allá de victorias temporales, carecían de elementos estructurales como la cohesión, el lenguaje o la disciplina, lo que los obligaba a adoptar la estrategia de guerrilla o a la retirada hacia zonas marginales. En el balance de las revueltas, señala con cierto tinte conformista que, aunque podían existir posibilidades para los rebeldes, generalmente estaban condenadas al fracaso al ser el Estado una entidad más poderosa. No considera el aspecto de la dinámica que se genera entre opresor y oprimido.

Adrián Goldsworthy, en el capítulo 9, “Julio Cesar y el general como estado”, explica la dictadura de Cesar como un giro fortuito y no como algo anhelado, siendo en el ejercicio como dictador, alguien moderado y respetuoso del funcionamiento de las instituciones republicanas. Aun así señala que el hecho de haber llegado sin ambicionar tal poder, no implica entender que Cesar hubiese sido un individuo carente de ambición. Por el contrario, en el marco de la desintegración del funcionamiento de las instituciones republicanas durante los dos últimos siglos posteriores a las segunda Guerra Púnica, el ejército se transformó en el vehículo mediante el cual un individuo con aspiraciones políticas podía encontrar el lugar para llevarlas a cabo. Como característica general, esta singularidad impulsó las victorias militares como forma de acceder a un cargo que se extendiese más de lo que cualquier cargo institucional tenía permitido. Esto volvió al ejército un elemento dinámico de ascenso político y social, como a su vez la única forma de ver cumplidas sus aspiraciones en lo tocante a las necesidades y aspiraciones de la soldada, ligadas a la cesión de tierra,  lo que sin lugar a dudas, tendió a fortalecer la relación entre generales y ejército, más que entre este último y el estado. En este marco el autor señala la habilidad política de Cesar para generar y sostener alianzas que permitieron no solo su llegada al consulado en el 59 a.C. sino su capacidad para ver cumplidas sus metas políticas en función de las características mencionadas, al obtener un mando sobre las Galias e Iliria, y traducir las batallas a pequeña escala en dichas zonas, en grandes éxitos que lo proyectaron en el arco político de la República.  Como señala el autor, el peso de su figura lo volvió un peligro para los intereses del Senado, que rápidamente señaló a Cesar como una amenaza para la integridad de la Republica. El resultado final pos Rubicón, es de acuerdo con Goldsworthy, un estertor más de un sistema de gobierno que había comenzado a mostrar signos de agotamiento y que decantará luego de Cesar en una nueva forma de gobierno, el principado, que dará por cerrada la etapa republicana.

En el capítulo diez, “Resistiendo al enemigo, defensa del imperio y el bajo imperio romano”, Peter Heather, analiza las políticas bélicas del imperio romano.  El autor toma distancia en relación de la tesis defensiva de Luttwak, poniendo en discusión la afirmación que hace el autor acerca de que la construcción de las murallas y barreras fueran el único plan de Roma. Recuerda que el gobierno basaba la recaudación mediante una política militar que garantizaba seguridad frente al bárbaro. La capacidad de emprender campañas militares no estaba regida por la ecuación costo-beneficio, sino muchas veces respondían a las necesidades de gloria y legitimación del emperador de turno. Los fuertes y ejércitos eran solo formas de gestionar las políticas de frontera, a la que debemos agregar una fuerte actividad diplomática, negociación, espionaje y campañas de destrucción y amedrentamiento de pueblos que podía representar cierta amenaza para el imperio. Los líderes militares romanos estaban abiertos a la negociación con los pueblos del limes, que solía darse luego de una campaña punitiva de escarmiento que no buscaba el dominio militar ni la eliminación del enemigo sino que perseguía la seguridad en el plazo aproximado de una generación. Según Heather, esto generó un esquema donde Roma lograba preservar sus intereses por medio de la subordinación de sus aliados pero que a la larga tendió a concentrar poder y recursos entre los caudillos barbaros, transformando las estructuras internas de sus sociedades como su capacidad asociativa. El paso de las numerosas unidades sociopolíticas que existían en el siglo I d.C., a la docena de confederaciones monárquicas que encontramos para el siglo IV. d.C., son un claro ejemplo de dichas transformaciones que se vieron apuntaladas por cambios en los sistemas productivos que generaron más alimento como también un crecimiento demográfico que lentamente transformó el equilibrio que había buscado mantener Roma. Aun así, no serán las confederaciones bárbaras sino el desplazamiento de los Hunos hacia fines del siglo cuarto lo que provocará una tormenta perfecta que hizo colapsar el sistema defensivo romano, provocando no solo la pérdida de control de determinadas zonas muy importantes sino también el descalabro del sistema fiscal que redundo en la incapacidad del gobierno central de mantener al ejército y dar nueva respuesta política frente a la amenaza exterior.

Como reflexión final del capítulo encontramos una aguda mirada del autor al advertir, contrario a muchos de sus colegas, que la dialéctica se hace presente dentro de la historia y que las sociedades no son previsibles ni inmóviles, sino que ante estímulos se generan respuestas. Esta dinámica como característica histórica, dice Heather, se hace presente de igual manera en los contextos modernos, donde los pueblos avasallados política y económicamente ensayan respuestas ante el imperialismo occidental, los cuales, en algún momento de la historia pueden terminar con el mismo.



[1] Mommsen, T. (2006). El mundo de los Césares. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica

[2] El arte de la guerra en el mundo antiguo, Estados Unidos, ediciones Luis P. Villamarín.

[3] Creadores de la estrategia moderna desde Maquiavelo a la era nueclear, Ministerio de Defensa, Madrid, 1992