Exilio, debate y ruptura. Los balances de la Contraofensiva montonera de 1979 y la constitución de “Montoneros 17 de octubre”

 

 

Exile, debate and rupture. The balances of the Counter offensive montonera of 1979 and the constitution of "Montoneros October 17"

 

 

Hernán Eduardo Confino

Instituto de Altos Estudios Sociales,

Universidad Nacional de San Martín,

Universidad Nacional de General Sarmiento,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

hconfino@gmail.com

 

 

 

Resumen

El siguiente artículo reconstruye el debate interno de Montoneros que se produjo en el exilio luego de la Contraofensiva de 1979 y que provocó, entre sus consecuencias más salientes, la conformación de la disidencia “Montoneros 17 de octubre”. Se analizan el documento crítico, el manifiesto disidente y la contestación de la dirigencia de la organización. A partir de estas intervenciones se interrogan las inquietudes que tuvieron los montoneros para finales de la década de 1970, con la Contraofensiva como escenario. El artículo sitúa esta interrogación dentro de los cambios políticos más generales que se dieron en el exilio y que incluyeron reflexiones sobre la condición de exiliados, los métodos militares, la revalorización de la democracia y la preservación de la vida de los militantes.

 

                   Palabras clave: Montoneros; Contraofensiva estratégica; exilio; debate

 

Abstract

The following article reconstructs the internal debate of Montoneros that took place in exile after the 1979 Counteroffensive and that provoked, among its most salient consequences, the conformation of the dissidence "Montoneros October 17". The critical document, the dissident manifesto and the response of the organization's leadership are analyzed. From these interventions, they question the concerns that the militants had for the end of the 1970s, with the Counteroffensive as a scenario. In turn, the article situates this question within the most general political changes that took place in exile and that included reflections on the condition of exiles, military methods, the revaluation of democracy and the preservation of the lives of the militants.

 

Keywords: Montoneros; counter offensive; exile; debate

 

 

Introducción[1]

 

El 10 de abril de 1980[2] se presentaba públicamente en la Ciudad de México “Montoneros 17 de octubre” (M17), la segunda disidencia de Montoneros desde el inicio de la “Contraofensiva Estratégica” (1978-1980) y la última antes de su desarticulación definitiva. La ruptura se había consumado ante la imposibilidad de acordar los resultados de la Contraofensiva de 1979 y frente a los planes de la “Conducción Nacional” de continuar con la estrategia en 1980.[3] Pero también por incomodidades de más larga duración que hacían al programa y al funcionamiento interno de la organización. Cuatro meses antes de la presentación de la disidencia, en diciembre de 1979, había sido publicado en España el “Documento de Madrid” en torno al cual se estructuraría M17 poco tiempo después.[4] Suscripto por militantes que tenían el rango de “tenientes” al interior de la organización, el pronunciamiento desnudaba dos cuestiones centrales: por un lado, la doble potencia de la Contraofensiva que, a la par que visibilizó descontentos más longevos, generó otros nuevos durante su desarrollo y, por el otro, la imposibilidad de tramitar el disenso interno sin que implicase una impugnación total del proyecto de la organización.

A comienzos de la década de 1980 los disidentes propusieron algunas definiciones distintas a las que habían sostenido como montoneros durante los años previos. Si bien sus objeciones tenían similitudes con otros pronunciamientos críticos (Slipak, 2017), sus cuestionamientos deben ser entendidos, también, a la luz de las transformaciones más amplias que se produjeron en la sensibilidad política de los argentinos en el exterior. En muchos casos, exiliados de distintas ideologías plantearon una revalorización del horizonte democrático como método de oposición a la dictadura y aceptaron, en algunos otros, la “derrota de la opción armada” como precondición para hacerlo (Franco, 2008; Jensen, 2007, 2010; Yankelevich, 2004, 2010). Esta consideración permite, antes que atribuir anacrónicamente un rechazo al accionar militar o un novedoso sentir democrático por parte de los disidentes montoneros, abordar “el exilio” en la coyuntura de 1979 y 1980 como un marco contencioso de producción de prácticas y representaciones (Confino, 2018b,c).

Este artículo apuesta a introducir la historia de Montoneros dentro del proceso más general del exilio y del terrorismo de Estado en la Argentina. Por eso explora los últimos momentos de la organización, aún en penumbras, desde una dimensión puntual: el debate en el exterior del país que suscitó la Contraofensiva de 1979. Este trabajo enmarca ese debate dentro de las reflexiones más amplias que animaron los emigrados argentinos en el extranjero y, finalmente, reconstruye el manifiesto fundacional de la disidencia resultante, presuntamente influido por aquellas reflexiones. El objetivo es doble. Por un lado, aportar en la reconstrucción de un proceso que no ha sido abordado por la historiografía y que marcó la descomposición final de la organización.[5] Por el otro, dar cuenta de las discrepancias que surgieron entre los militantes montoneros sobre sus experiencias, roles y expectativas. En esas desavenencias fueron centrales las diversas perspectivas de “exilio” que coexistieron entre ellos, las distintas visiones sobre los métodos militares que emplearon y, de modo más significativo, la preocupación que tuvieron por el cuidado de sus vidas luego de la gran cantidad de víctimas sufridas durante 1979. 

Tres años antes, en septiembre de 1976, Montoneros había plebiscitado la salida al exterior de sus principales dirigentes y de los militantes más conocidos para eludir la represión de la dictadura (Baschetti, 2001). Este proceso repercutió sobre la ingeniería institucional de la agrupación –por ejemplo, con la creación del Movimiento Peronista Montonero (MPM) en Roma abril de 1977 y, sobre todo, con la constitución de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE)– y resignificó la comprensión y acción política de sus militantes (Confino, 2018b,c). Cobra sentido, entonces, enmarcar los descontentos montoneros, no solo dentro de las disputas que horadaron la organización, sino en relación con las intervenciones más generales que alumbró la experiencia exiliar entre los emigrados argentinos, muchos, incluso, con pasado en Montoneros. Al hacerlo, este trabajo busca vincular dos campos que, con mucho potencial en común, solo recientemente han comenzado a pensarse en conjunto: los estudios sobre los exilios políticos y aquellos sobre las organizaciones armadas (Jensen y Lastra, 2014).[6]

 

Montoneros: entre la “Resistencia” y la “Contraofensiva”

El 6 septiembre de 1974, luego de participar en las campañas de Héctor Cámpora y Juan Domingo Perón durante el año previo, y ante los evidentes conflictos que se abrieron entre Montoneros y el líder del peronismo una vez en el poder, la organización anunció su regreso a la clandestinidad y el comienzo de la “Resistencia” (Evita Montonera 1, 1974: 11-13). Inspirados en los escritos que Mao Tsé tung (1936) había elaborado a propósito del proceso revolucionario chino, Montoneros entendió que su “guerra integral” transitaba una etapa de “defensiva estratégica”. Para los dirigentes de la organización, esta etapa llevaba inscripta la posibilidad de lanzar una ofensiva cuando las condiciones estuvieran dadas y se emparejaran las fuerzas con la dictadura militar. Desde el mismo momento del inicio de la “Retirada Estratégica” Montoneros avizoró la posibilidad de preparar la Contraofensiva y, eventualmente, desarrollarla (Evita Montonera 1, 1974).

La autoclandestinización de 1974 marcó un hito fundamental en la historia de la organización. A partir de entonces, Montoneros privilegió la dimensión militar del enfrentamiento político –por ejemplo, mediante las primeras formulaciones de su ejército– sin abandonar su arista electoral –con la constitución del Partido Auténtico que rivalizaría con el Justicialista– (Gillespie, 1998; Salas, 2006). En ese marco, la organización intentó disputar el monopolio de la fuerza al Estado realizando cuantiosas operaciones armadas, entre las cuales se destacó el intento de copamiento del Regimiento de Infantería de Monte N° 29 en Formosa, en octubre de 1975 (Gillespie, 1998: 238 y ss.). Pero tanto su estrategia como el contexto represivo en el que se desenvolvió contribuyeron al progresivo aislamiento político de la agrupación.

Para el momento del golpe de Estado de marzo de 1976, Montoneros ya había sido duramente reprimido y había quedado inmerso en un proceso de pérdida de influencia que no se revertiría hasta su total desarticulación como fuerza política. Hacia fines de 1976 la represión dictatorial provocaría que los dirigentes de la organización optaran por la preservación de sus militantes habilitando la salida orgánica del país –alternativa que no habían estimulado hasta ese momento–. La “Retirada Estratégica” de septiembre de 1974 cobraba, dos años después, dimensión transnacional.

Previamente a la salida orgánica del país, y como conclusión de la reunión del Consejo Nacional de abril de 1976, Montoneros había declamado su transformación de “organización político-militar” a “partido leninista” (Baschetti, 2001). Dicha modificación estuvo sustentada en dos percepciones principales que tenían sus dirigentes sobre el proceso político local: en primer lugar, que el “salto cualitativo” en la represión producto del golpe de Estado ameritaba, para ser enfrentado, uno igual desde el lado de la organización. En segundo lugar, que, luego de la experiencia de María Estela “Isabel” Martínez de Perón y de Ítalo Luder en el gobierno, el peronismo había agotado su posibilidad de nuclear a los sectores opositores a la dictadura. Desde Montoneros, y tratando de resolver ambas cuestiones, se bregó por el traspaso de la identidad peronista a la identidad montonera.[7]

Desde fines de 1976, el exilio orgánico inauguró una nueva etapa en la política montonera. Si bien numerosos militantes de la organización habían partido al exterior en los dos años previos –y otros permanecerían en el país– la salida de la Conducción jerarquizó y motivó una organización política en el extranjero que Montoneros ciertamente no había desarrollado hasta ese momento. La “retirada” al exterior habilitó sentidos políticos nuevos, propios de la actividad no armada que había sido relegada en un primer momento en pos de un entendimiento militar de la tarea de oposición a la dictadura y que había primado hasta el último trimestre de 1976 (Confino, 2018c). 

El 20 de abril de 1977 Montoneros institucionalizó la “recuperación de las banderas peronistas”[8] a través de la presentación en Roma del Movimiento Peronista Montonero (MPM).[9] El MPM se asentó sobre redes y contactos políticos que, iniciados en la Argentina, se habían formalizado en el espacio exiliar. Si bien Mario Firmenich, número uno de la organización, debió aclarar en la presentación que no se trataba de “un gobierno en el exilio”[10], lo cierto es que era el emergente de un proceso que, aunque databa desde la conformación del Partido Auténtico en 1975, no podía entenderse sin considerar la dimensión transnacional que había adquirido la política montonera.[11] 

Transcurrido más de un año del exilio orgánico, Montoneros decretó, a través de la reunión de su Comité Central en octubre de 1978 en La Habana, el inicio de la “Contraofensiva Estratégica” (Confino, 2018c; Larraquy, 2006; Pacheco, 2014; Robledo, 2018; Zuker, 2010). Según los dirigentes de la organización, la dictadura militar comenzaba a transitar una crisis posible de agravar con el retorno al país de los militantes que estaban en el exterior –aunque intervinieron también militantes que no se habían exiliado– para realizar acciones de propaganda y atentados militares. El objetivo era la producción de una insurrección que desestabilizara al régimen.

Desde su inicio, la Contraofensiva implicó una reorganización de la trama exiliar que se había ido conformando desde la segunda mitad de 1974, momento del arribo al exterior de los primeros militantes. Esta trama adquirió un “cariz institucional” en septiembre de 1976 cuando la “retirada al exterior” fue resuelta por el Consejo Nacional de la organización y afectó a los dirigentes montoneros. La llegada de la Conducción al exterior implicó un disciplinamiento de aquellas voluntades que decidieron regresar para la Contraofensiva y provocó desavenencias con quienes se negaron a hacerlo (Confino, 2018c).

En febrero de 1979, antes de regresar al país, Rodolfo Galimberti, Juan Gelman y otros militantes rompieron con Montoneros y, por este motivo, fueron condenados a muerte en un juicio en ausencia (Larraquy&Caballero, 2000; Slipak, 2017).[12] Luego de la Contraofensiva de 1979, y a causa del nuevo retorno que estaba planificando la Conducción para 1980, se produjo un nuevo pronunciamiento crítico, esta vez de M17. Esta disidencia, si bien en consonancia con alguno de los lineamientos del MPM, debe ser entendida en relación con las transformaciones más generales que se habían producido en el exilio. Esas transformaciones son las que se analizan a continuación.

 

El exilio que fue derrota: la crítica de las armas y la revalorización de la democracia

“La guerrilla creyó que el ejemplo del sacrificio de los combatientes arrastraría a las masas”, sostiene Hugo Vezzetti (2009: 88) parafraseando la intervención crítica de Sergio Caletti en Controversia, que auscultaba sin concesiones las derivas del proyecto de Montoneros. Nacida en México en octubre de 1979, la revista fue una de las primeras iniciativas editoriales que examinó críticamente los sucesos inmediatamente anteriores que incluían la práctica armada y el exilio, y también proveyó herramientas analíticas para el redescubrimiento de la democracia como sistema político deseable (Bernetti & Giardinelli, 2014; Gago, 2012; Ponza, 2010; Vezzetti, 2009 y Yankelevich, 2010). Sus autores habían sido militantes del peronismo y de la izquierda, con lo cual los cuestionamientos adquirían visos de autocrítica. En el límite entre las décadas del setenta y del ochenta, tanto Caletti como José Aricó, Sergio Bufano, Jorge Tula, Héctor Schmucler, Jorge Bernetti, Nicolás Casullo, Juan Carlos Portantiero y otros intelectuales escrutaron la estrategia de Montoneros –y la “opción armada” en general– desde un lugar de enunciación exclusivo: “la derrota”. “El punto de partida debería ser más simple: estamos aquí porque fuimos derrotados”, planteaba Héctor Schmucler en 1979 (Gago, 2012: 16). Esta cosmovisión, que anudaba exilio y derrota, era programática en la revista y, por supuesto, antagónica a la de los miembros de Montoneros que definían su exilio como “repliegue circunstancial”.

Controversia constituyó el primer proyecto editorial de los argentinos en el extranjero que no se ocupó de la denuncia humanitaria sino que propuso una lectura teórica y política de los sucesos previos. En estas lecturas, las críticas sobre el accionar armado –y sus responsabilidades frente al terrorismo de Estado– fueron mayoritarias y, también, contemporáneas a sus últimas manifestaciones: el primer número de Controversia vio la luz en octubre de 1979, durante la Contraofensiva y dos meses antes de la publicación del Documento de Madrid. Pero además, la revista fue la primera intervención que enunció la “derrota” y la transformó en un momento de inteligibilidad política y, por eso mismo, se diferenció de quienes la nombraban únicamente en su fuero íntimo o en sus reflexiones más privadas. Baste como ejemplo considerar que, para el mismo momento, Marina Franco (2008: 166) sostiene que los exiliados argentinos en París rememoran “la falta de debate abierto sobre la experiencia pasada y el peso de los factores emocionales como explicación de la dificultad para abordar el tema.”   

La revista se insertó en una dinámica más amplia que, nacida en México, alcanzó otros destinos del exilio argentino como Italia, España y Suecia.[13] Y, tal como lo plantea Silvina Jensen (2007: 179), “en términos generales, los ejes de la discusión fueron la derrota, la naturaleza del peronismo, la violencia, los Derechos Humanos.” En el exilio, el tono de las intervenciones fue variado y albergó autocríticas políticas, condenas morales, análisis históricos y también esencialistas sobre las organizaciones armadas. El surgimiento de estos proyectos editoriales era la manifestación concreta y sintomática de una modificación más amplia en la sensibilidad política de los desterrados, que partían de aceptar la derrota frente al régimen militar para ensayar otras vías de oposición política. En este esquema, la democracia por construir se volvía un horizonte promisorio y Montoneros, un hecho del pasado (Caletti, 1980).

En España, la evaluación de la experiencia armada se expresó tanto a través de las páginas de Testimonio Latinoamericano –revista del exilio argentino en Cataluña– como de las críticas de intelectuales como Álvaro Abós y Néstor Scipioni, entre otros (Jensen, 2005). Allí se abordó “la revisión de la violencia y las razones de la derrota del campo popular y/o de las organizaciones armadas [y] la revalorización de la democracia.” (Jensen, 2007: 179). También en España alcanzaron notoria repercusión los diálogos entre Envar El Kadri y Jorge Rulli (1984), ambos militantes peronistas de los tiempos de la “Resistencia”. Los autores explicaban el derrotero de Montoneros a través del esquema “que transformó una lucha popular en una guerra de ‘aparatos’” que prefiguraría muchas de las críticas posteriores que se harían a la organización, algunas ya vertidas anteriormente por sus propias disidencias (Jensen, 2007: 180).[14] La idea de una violencia legítima, acompañada por las actitudes y expectativas sociales, que habría dado paso a la soledad del foquismo, llevado adelante por una elite separada de los sujetos sociales a los que creía representar, ciertamente se constituyó en un esquema dominante para examinar la experiencia montonera (Calveiro, 2005; Gasparini, 2008; Gillespie, 1998).

Dicho esquema también fue hegemónico en las perspectivas contenciosas que se produjeron en la Ciudad de México, uno de los principales destinos de la diáspora argentina. Allí, hasta 1979, el predominio de Montoneros había sido incuestionable con lo cual las críticas a su accionar fueron más numerosas y altisonantes (Bernetti & Giardinelli, 2014 y Confino, 2018b). Pablo Yankelevich (2010: 16) sitúa la primera objeción pública a Montoneros en México siete meses antes de la publicación de Controversia, a partir de un artículo que Jorge Bernetti escribió en El Universal el 21 de marzo de 1979 con motivo de la conformación del Peronismo Montonero Auténtico (PMA) de Galimberti y Gelman. Desde ese momento, y con la Contraofensiva y las disidencias como trasfondo, las críticas a la organización no hicieron más que escalar entre quienes, incluso, habían integrado su proyecto. Las intervenciones no se encontraron restringidas a Controversia, su más claro exponente a partir de su publicación en octubre de 1979. Antes de su constitución, los exiliados argentinos en México intervinieron, además de en El Universal, en Unomásuno, Proceso y la revista del uruguayo Carlos Quijano, Cuadernos de Marcha, entre las más importantes (Bernetti & Giardinelli, 2014: 81-89).

Con motivo de la formación del PMA, Bernetti escribió una serie de notas que fue publicada por el diario mexicano El Universal (Bernetti & Giardinelli, 2014: 192-207). Allí sostenía que lo que los disidentes denunciaban en su afán de rescatar el “verdadero montonerismo” no eran accidentes o desviaciones, sino la sustancia misma de la organización. En su recorrido por la historia montonera, Bernetti enjuiciaba el desprecio que habían manifestado por los valores democráticos  y su afán militarista, que los había empujado a la clandestinidad durante la vigencia de un gobierno que habían apoyado y votado. En un artículo elaborado junto con Adriana Puiggrós, Rubén Caletti y Héctor Schmucler –ex simpatizantes de la organización–, Bernetti criticaría la concepción de “derrotismo” con la que Montoneros había etiquetado una intervención previa de Casullo, que había definido a Montoneros como “foquista y militarista” (Yankelevich, 2010: 216).[15] La contestación de Puiggrós, Caletti, Schmucler y Bernetti, por su parte, sostenía que “para ciertos vanguardismos la expresión de ideas y de búsqueda de verdades se transforman en fantasmales enemigos” (Bernetti & Giardinelli, 2014: 206). Planteaba que los pocos aciertos políticos de los años previos habían sido obra del movimiento obrero organizado, totalmente desvinculado de Montoneros. Negarse a esa realidad, decían, constituía el “verdadero derrotismo”.

Tanto las críticas de los exiliados peronistas como las respuestas o acusaciones de parte de los militantes de Montoneros daban la pauta de la existencia –por lo menos en México– de un espacio de intercambio, estructurado mayormente en base a antagonismos. En mayo de 1980, Bernetti publicó un artículo sobre Galimberti, con motivo de una charla que el dirigente del PMA había brindado en febrero de ese año a un grupo de argentinos residentes en México. El texto que antecedía las declaraciones del ex consejero del MPM era una semblanza exenta de críticas potentes que instaba a “discutir lo que se hizo –lo que hicimos– en esos años” (Bernetti, 1980: 11). Desprovisto de la retórica encendida del publicado un año antes a propósito de la disidencia, el artículo remarcaba que “Deben oírse muchas voces, pero ésta que se expande a continuación [la de Galimberti] es de las necesarias en este debate de reconstrucción” (Bernetti, 1980: 11). La voluntad de pensar la derrota, aparentemente, no distinguía propios y ajenos, al menos en mayo de 1980.        

En el exterior, las críticas al accionar armado convivieron con la revalorización de la democracia como sistema político. Asumir la derrota de los proyectos guerrilleros supuso ofrecer nuevas coordenadas que pudieran dotar de sentido no solamente la experiencia inmediata sino también las expectativas futuras. En este sentido, Controversia fue un laboratorio de los cambios más generales que se estaban produciendo en el exterior del país hacia fines de la década de 1970. Desde su primer número, la revista del exilio mexicano contó con una sección titulada “La democracia difícil”, que avizoraba el intento por replantearla teóricamente e inscribirla dentro del pensamiento de izquierda. Portantiero, Aricó y Casullo, entre otros, pusieron la lupa en el siglo XX argentino intentando encontrar la génesis del distanciamiento entre la democracia como sistema formal y la tradición política de izquierda. Al mismo tiempo, el valor democrático también fue utilizado en la crítica a las estructuras autoritarias de las organizaciones armadas. Verónica Gago (2012: 78) recupera el artículo de Ernesto López, “Discutir la derrota”, y su apreciación sobre los alcances del “menosprecio a la democracia” que abarcaban no sólo a la estructura militar de Montoneros sino también a “sus estructuras de superficie y [a] los simpatizantes no orgánicos […], [a] los intelectuales y […] los divulgadores”.

En el cambio de década entre el setenta y el ochenta, un número creciente de militantes argentinos exiliados –muchos ex montoneros– reflexionó sobre la derrota de los proyectos guerrilleros. Los emprendimientos editoriales surgidos en el extranjero atestiguan el esfuerzo hermenéutico que supuso la evaluación de los sucesos previos y la búsqueda de nuevas formas de oposición al gobierno militar. Es imposible, por eso, leer las tensiones internas y las disidencias en las que se descompuso Montoneros en esta época por fuera de este clima político del exilio. Un clima que alentó la deconstrucción de elementos centrales del imaginario revolucionario, entendidos como constitutivos de la derrota padecida, y la edificación un nuevo horizonte de posibilidades. Vehiculizado a través de la crítica a las armas, la asunción de la derrota que implicaba el exilio y la revalorización de la democracia, se constituirían en tópicos prevalentes a medida que la dictadura profundizara su resquebrajamiento. Particularmente en México, pero no solo allí, las renovadas coordenadas políticas tuvieron vasos comunicantes con Montoneros y sus disidencias. La coincidencia de miradas sobre el autoritarismo de la organización entre el manifiesto del PMA y el Documento de Madrid, por un lado, y algunas intervenciones críticas de los intelectuales nucleados en torno a Controversia, por el otro, así lo sugieren. En este contexto, el Documento de Madrid publicado en diciembre de 1979 mostraba afinidad, real o estratégica, con las modificaciones políticas que se habían producido, y aún se producían, en el exilio.

 

Los resultados de la Contraofensiva

La posición de los críticos: los límites del sacrificio

El 4 de diciembre de 1979, los “tenientes” montoneros Daniel Vaca Narvaja, Jaime Dri, Miguel Bonasso, Olimpia Díaz, Pablo Ramos y Gerardo Bavio[16] publicaban “Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de superación” (Ante la crisis, 1979), más conocido, por el lugar donde fue elaborado, como Documento de Madrid. Si bien ninguno había regresado a la Argentina durante 1979, los resultados de la Contraofensiva no habían sido los esperados y los “tenientes” lo evidenciaban a través de su intervención. Los críticos discutían los resultados a partir de la información que había circulado en Europa acerca de la cantidad y trayectoria de los militantes secuestrados y desaparecidos durante 1979 y de las intenciones de los máximos dirigentes de impulsar un nuevo retorno. Dudaban del rédito político de una estrategia que ocasionaba tantas muertes. Algunas de sus inquietudes eran coincidentes con las que habían expresado Galimberti y Gelman en febrero de 1979, sobre todo las que enfatizaban la nula participación al interior de Montoneros.[17] Aun así, la disidencia de M17 no conllevó el grado de enfrentamiento que la del PMA –con juicio revolucionario y condena a muerte a los disidentes– y fue consensuada con la Conducción, más debilitada que a principios de 1979, en una reunión en Nicaragua en el primer trimestre de 1980 (Partido Montonero, 1979).

El Documento de Madrid se orientaba en dos direcciones principales. Hacia “afuera”, realizaba un balance de los resultados de la Contraofensiva y, hacia “adentro”, criticaba la falta de participación interna y los cambios unilaterales impuestos por la Conducción. No obstante, y a diferencia de la intervención previa del PMA, en el Documento de Madrid la impugnación contadas veces era total y se enmarcaba, en cambio, detrás de críticas puntuales matizadas. Esta estrategia evidencia, por un lado, la búsqueda de acuerdos entre los críticos y la dirigencia y, por el otro, la imposibilidad de explicitar críticas más profundas sin constituirse en un “enemigo interno” pasible de cometer “traición”.[18] 

La preocupación central de los “tenientes” tenía que ver con la gran cantidad de militantes que habían sido secuestrados y asesinados por la dictadura militar durante 1979. Al mismo tiempo, buscaban introducir sus cuestionamientos dentro de una serie más amplia que involucraba los descontentos previos con la Conducción y con el rumbo político de Montoneros en torno al cambio de década. La Contraofensiva permitía a los críticos realizar objeciones que la trascendían largamente. La cúpula partidaria era señalada como la responsable excluyente de la maniobra y cuestionada por sus resultados, a los que relacionaban con las prácticas más militaristas que la organización había sostenido a comienzos de la dictadura (Ante la crisis, 1979: 27).[19] Además reiteraban una exigencia que ya era longeva entre los militantes: la realización de un congreso partidario para elegir a los dirigentes. Una vez más, esta pretensión sería desatendida por la Conducción (Astiz, 2005: 311).

Los autores del documento buscaban la ampliación de la participación en el diseño de las políticas de la agrupación y un regreso a un programa político como el que había sido planteado por el MPM en 1977 que enfatizaba la política no armada. Por ello destacaban las diferencias de opinión que, dentro de las filas montoneras, interpretaban los resultados de la Contraofensiva a fines de 1979 (Ante la crisis, 1979: 29). Sobre el rumbo que había tomado Montoneros, responsabilizaban “a la preeminencia, cada vez más notoria […] de la tendencia militarista y vanguardista” (Ante la crisis, 1979: 29). El uso del concepto de “tendencia” no era fortuito, puesto que implicaba reconocer las diversas posturas supraindividuales que atravesaban la organización. En el mismo gesto, además, proyectaban la responsabilidad sobre los dirigentes y, para eso, omitían estratégicamente las tramas comunes que habían constituido con ellos. Este cuestionamiento encontraba continuidad con los del PMA, que también había dirimido la historia montonera en la pugna entre dos grupos: uno que privilegiaba la política no armada y otro que confiaba exclusivamente en los métodos militares (PMA, 1979; Slipak, 2017).

Los firmantes del Documento de Madrid destacaban el apuro con el que la Contraofensiva había sido desarrollada y cuestionaban la cantidad de “cuadros representativos y experimentados” que Montoneros había arriesgado durante su realización y que lo exponían, a fines de 1979, a su derrota final (Ante la crisis, 1979: 29). Entre los efectos favorables que había producido la Contraofensiva, los críticos señalaban el de eludir la censura mediática de la dictadura que anteriormente había condenado al anonimato las acciones montoneras. Esa publicidad, unificada detrás de las interferencias producidas por las “Tropas Especiales de Agitación” (TEA) y de los atentados militares de las “Tropas Especiales de Infantería” (TEI), había logrado que Montoneros recuperara presencia en la escena política nacional. Pese a estos aciertos, los “tenientes” cuestionaban el gran “costo humano” que la organización había empeñado para conseguirlo (Ante la crisis, 1979: 31). Para los críticos, el sacrificio de la militancia en la agrupación había alcanzado su límite. Las razones de ese “costo” descansaban en la concepción militarista que imputaban a la Conducción que, según esta mirada, habría generado un discurso “exitista” e “inmediatista” que había provocado una gran “destrucción organizativa” (Ante la crisis, 1979: 31).[20] A los “tenientes” les resultaba imposible abstraerse del tendal de muertos que había arrojado la Contraofensiva.

A la primacía que observaban en la práctica militar, los críticos sumaban la discrecionalidad que tenía la Conducción en el manejo y asignación de los fondos presupuestarios (Ante la crisis, 1979: 31). Dicho reclamo, al igual que el del congreso partidario, no era novedoso. Ya había sido expresado por la Regional Columna Norte luego de la autoclandestinización de Montoneros, en septiembre de 1974 (Baschetti, 2001: 232). Además de una mayor democracia en la toma de decisiones, requerían participación real en la asignación de presupuesto.

Más específicamente, los “tenientes” se hacían eco de las razones que habían justificado la Contraofensiva, que ellos también habían respaldado en un principio, y las ubicaban en “la ansiedad por evitar que se diluyera nuestra identidad” (Ante la crisis, 1979: 32), que había provocado la búsqueda de soluciones a corto plazo descuidando la vida de los militantes. Ciertamente, el temor a la “dilución de la identidad montonera” a los ojos de la sociedad argentina había sido uno de los motivos que había justificado la Contraofensiva. Por ejemplo, la “desaparición” de Montoneros fue parte de la argumentación de Jorge Lewinger para incorporar a Gloria Canteloro en Madrid.[21] Dicha preocupación persistiría incluso al momento de ordenar un segundo regreso en 1980: la voluntad de la Conducción de “firmar” las operaciones políticas en el país, que conspiraba muchas veces contra la integridad de los militantes que las realizaban, siguió constituyendo un aspecto fundamental del modus operandi montonero.[22]

Al mismo tiempo, los críticos objetaban aspectos del accionar militar de la organización. Si bien convalidaban la elección del gabinete económico como destinatario de los atentados, remarcaban las reacciones adversas que éstos habían suscitado en la dirigencia del Partido Justicialista y en la Confederación Única de los Trabajadores Argentinos (Ante la crisis, 1979: 32).[23] Los “tenientes” se hacían eco de los comunicados de los sectores legalizados con los que la organización había intentado articular un frente opositor a la dictadura. Esa decisión, no menor, marcaba de por sí una relativización del lugar de Montoneros como vanguardia.[24] En concreto, los críticos objetaban el atentado de las TEI  contra Guillermo Klein, que estaba en su casa junto a su familia (Confino, 2018c: 241-249). Sostenían que el operativo había resultado perjudicial para los intereses de la agrupación en tanto conspiraba contra la campaña de derechos humanos que había motorizado en el extranjero. Además, decían, brindaba la posibilidad de dar sustento al calificativo de “terrorista” con el que el régimen de facto catalogaba el accionar montonero.

La importancia que los “tenientes” asignaban a las consideraciones de otros actores políticos e, incluso, a las propiciadas por el gobierno militar a través de sus comunicados o de la prensa de la época marcaban un cambio nada desdeñable con respecto a la tesitura que la Conducción había mantenido, como mínimo, desde el inicio de la Contraofensiva en octubre de 1978. La relevancia otorgada a la campaña internacional de denuncias, de la cual varios de los firmantes del documento habían formado parte[25], y a la posibilidad de generar un frente opositor a la dictadura contradecía la preeminencia que la cúpula montonera daba a las acciones de la organización.[26] Este proceso habría que entenderlo, forzosamente, a la luz de los cambios que se habían producido desde la “retirada orgánica” de septiembre de 1976 y de la experiencia exiliar de Montoneros que, para el momento del documento crítico, cumplía ya tres años. El término “reformismo” con el que la Conducción calificaría la intervención crítica señalaba la hondura del viraje político que notaban en las posiciones de los “tenientes”.

La importancia que los firmantes del Documento de Madrid daban a la militancia humanitaria que la organización había patrocinado en el extranjero y la preocupación que manifestaban ante la posibilidad de ser calificados como “terroristas” recogía, ciertamente, algunos elementos de los debates que los emigrados argentinos impulsaban en el exterior. Tal como se analizó en el apartado previo, tanto en la Ciudad de México, como en París e incluso en Cataluña, la “derrota armada” fue una de las premisas que orientó la revisión del pasado inmediato en los últimos años de la década de 1970. La consideración de esta derrota habilitó la exploración de nuevos horizontes políticos para oponerse al régimen de facto. Aun dentro de los parámetros políticos de Montoneros, los cuestionamientos de los “tenientes” no deberían entenderse por fuera de este clima de época ni de los tópicos que animaban la reflexión entre los exiliados argentinos. Entre esos tópicos, el sacrificio de la militancia político-militar y la continuidad de la “lucha armada” fueron centrales. 

El nudo del pronunciamiento crítico se extendía sobre la gran cantidad de muertos que había sufrido Montoneros durante la Contraofensiva:

Esta pérdida tremenda y simultánea que comprende a nivel dirigente a un compañero de la Conducción Nacional y siete cuadros del Comité Central tiene, además de las obvias secuelas organizativas, una consecuencia muy grave para nuestra política de masas. Este último aspecto se visualiza claramente analizando lo que representó esta serie de caídas para el Consejo Superior del MPM, que ha quedado semidesmantelado. Doce consejeros fueron este año al país: de esos 12, 6 fueron secuestrados y 2 murieron heroicamente en combate (Croatto y Píccoli). O sea, casi el 70% de los enviados. Visto numéricamente es impresionante, pero no da cuenta de las calidades perdidas. Han caído tres primeros secretarios de Rama: Croatto, Amarilla y Lesgart, y un secretario adjunto: María Antonia Berger, para colmo de males símbolo popular por su carácter de sobreviviente de Trelew. Una conducción de Rama, la de la Juventud, ha quedado totalmente descabezada, y la Rama Femenina ha perdido a sus principales dirigentes. La Rama Política no perdió ningún consejero, pero sí a un compañero esencial que estaba llevando adelante los contactos superestructurales, que es Julio Suárez (Ante la crisis, 1979: 33).

Así, el balance del retorno al país, lo hiciera un miembro de la Conducción convencido de la pertinencia de la Contraofensiva o un militante que la juzgase como un error terminal, no podía abstraerse de esas pérdidas sustanciales y caras a la historia de Montoneros. En todo caso, y de acuerdo con el parecer de quien lo analizara, podía modificarse la valoración que se le diera a esas muertes y desapariciones. Estas diferencias, muchas veces enormes y explícitas, fueron un eje fundamental que dividió las aguas al interior de la dirigencia de la organización en los intercambios posteriores a 1979 y cristalizó en una pregunta fundamental: ¿cómo entender el saldo que había dejado la Contraofensiva?   

Los críticos iban más allá y, lejos de tomar estas muertes de forma particular, las anclaban a una serie más larga:

La falta de resolución correcta de las contradicciones internas, la carencia de lucha abierta de tendencias, la no realización del Congreso previsto en 1976, fueron los factores iniciales de una larga crisis que culmina ahora ante el factor desencadenante que es la serie dolorosa de caídas de la campaña de contraofensiva (Ante la crisis, 1979: 35).

Lejos de haber comenzado con la Contraofensiva, la sucesión de políticas desacertadas impulsadas por la cúpula partidaria se remontaba, para los críticos, al inicio de la dictadura militar. Demandas de larga data, como la realización del congreso partidario y la democratización presupuestaria, se entrelazaban en sus cuestionamientos con los muertos y desaparecidos de la Contraofensiva. Por ello, los autores del Documento de Madrid planteaban propuestas para ampliar la participación de los militantes en la elaboración de las políticas, proponían la realización del congreso partidario tantas veces aplazado y bregaban por la recuperación del programa del MPM (MPM, 1977).

La Contraofensiva desnudó conflictos más añejos a la vez que dividió lealtades a partir de sus resultados políticos. En el tránsito entre la década del setenta y del ochenta, los firmantes del Documento de Madrid cuestionaron algunos aspectos centrales del imaginario y las prácticas de la agrupación, derivados de la imposición del colectivo por sobre sus componentes individuales y del sacrificio sin límites por la revolución. Presumiblemente atravesados por los cambios de sensibilidad política que se habían producido en el extranjero, formularon la necesidad de una mayor democratización de Montoneros. La Conducción Nacional, no obstante, haría caso omiso de las críticas.

 

La perspectiva de la Conducción: contra el “reformismo” del exilio

La Conducción acusó recibo de la crítica de los “tenientes” pero, en vez de dar lugar a la discusión y permitir un estado de deliberación al interior de la organización que hubiese provocado una demora de la Contraofensiva y, quizás, un cuestionamiento de su propio poder, se mantuvo inflexible en sus concepciones doctrinarias. No estaba dispuesta a poner en duda las lecturas que habían respaldado la vigencia de la nueva estrategia. Inspirada en las revoluciones triunfantes en Irán y Nicaragua en 1979, y con la certeza de que la década del ochenta sería la definitiva en la “liberación” de los países del Tercer Mundo (Boletín 13, 1980: 13), la máxima dirigencia definió la “insurrección popular armada” como la estrategia para la instauración del socialismo en la Argentina. También se expresó sobre los temas que habían abordado los “tenientes” y fustigó su pronunciamiento crítico.

La Conducción reconocía la crisis del “montonerismo” señalada por los críticos, aunque la definía como producto de otra crisis, la del “campo popular” que, a su vez, era consecuencia de la “ofensiva de la dictadura” (Boletín 13, 1980: 7). En otras palabras, la crisis de Montoneros no obedecía a las acciones de la organización sino a la magnitud represiva del régimen de facto. De aquí que la intervención de la cúpula dirigente se orientara más a construir la insurrección deseada que a la eventual corrección de las políticas que estaban siendo observadas por los críticos (Boletín 13, 1980: 13). Las fábricas y los barrios “populares” serían los espacios idóneos para la formación de las “milicias” que acabarían por desestabilizar al régimen dictatorial con la dirección de Montoneros, vanguardia del proceso:

[…] nosotros nos identificamos total y absolutamente con los intereses presentes y futuros de nuestros trabajadores, nos identificamos con su suerte social y política, nos integramos en su potencialidad revolucionaria. Por eso somos revolucionarios como fuerza política organizada (Boletín 13, 1980: 13).

Esta postura contrastaba con el “reformismo” con el que la Conducción definía a los críticos que, a su vez, era comprendida dentro de una serie más larga de diversas “tendencias políticas reformistas que se manifiestan a veces dentro de nuestro partido”, producto de “divorciar nuestra suerte política como partido de la suerte política de la clase trabajadora” (Boletín 13, 1980: 13). Para los dirigentes, los “reformistas” no actuaban en nombre de la clase trabajadora sino representando a los sectores medios y por eso se preocupaban por aliarse con otras fuerzas políticas. La Conducción tenía una visión antagónica. Enfatizaba su condición de vanguardia por sobre los demás sectores opositores y, por ello mismo, se arrogaba la capacidad de generar la única alternativa viable contra el régimen de facto.[27] De lo que se trataba en el futuro inmediato, entonces, era de seguir rubricando esa condición histórica.

La Conducción reactualizaba los motivos que habían llevado a Montoneros a iniciar la Contraofensiva. La salida al exterior de fines de 1976, conceptualizada en un principio como la única opción para resguardar a los militantes del terrorismo de Estado, había alcanzado un límite. La cúpula partidaria definía el carácter ambiguo de ese exilio: si por un lado permitía proteger a los militantes, por el otro los alejaba del país impidiéndoles participar como dirección de los trabajadores. Montoneros no quería someter a debate su rol de vanguardia y, para ello, debía continuar con su presencia en el territorio argentino. La autopercepción de la organización como vanguardia –tal como lo ha resaltado Daniela Slipak (2015)– hundía sus raíces en los primeros años de la década del setenta, donde había convivido con otras formulaciones (“brazo armado”; “formaciones especiales”; “guerrilla”; “organización político-militar”) hasta afirmarse hacia fines de 1970. En este punto, la cúpula partidaria se mantenía fiel a sus concepciones de origen.

Consecuentemente con esta idea, los dirigentes de Montoneros desestimaban las preocupaciones manifestadas por los críticos a propósito de las desapariciones y asesinatos que habían sufrido los militantes de la agrupación durante 1979:

El enorme costo social que ha pagado nuestro pueblo durante estos años de resistencia así como el increíblemente doloroso costo que ha pagado nuestro partido con la vida de miles de cuadros encabezando la misma han introducido en nuestras fuerzas un interrogante. Las bajas que hemos sufrido durante la campaña de lanzamiento de la contraofensiva lo han acentuado en algunos compañeros. Este interrogante contiene dos aspectos: uno de ellos consiste en la duda acerca del costo organizativo que podemos pagar sin correr riesgos estratégicos; el otro es sencillamente la problemática individual de la muerte (Boletín 13, 1980: 19).

La Conducción enmarcaba la cantidad de militantes víctimas de la represión en el tiempo más largo de existencia de la organización. De este modo, le quitaba cualquier viso de excepcionalidad a los resultados de la Contraofensiva.[28] Al mismo tiempo, dividía los interrogantes de los críticos en dos aspectos, el colectivo y el individual. Mientras que el primero era tratado desde una concepción estratégica, el segundo lo era desde una afectiva. Ambos eran desestimados, aunque por diferentes motivos. En primer lugar, porque el “costo organizativo” entrañaba a su vez un costo político que, para la cúpula partidaria, derivaba de la continuidad del exilio (Boletín 13, 1980: 19). Así, la organización era un arma que podría ponerse en juego, como sostendría Firmenich dos años después, a cambio de prestigio político en el país (Gillespie, 1998: 277): el “riesgo estratégico es perder el corazón de las masas”, sostenían los dirigentes montoneros (Boletín 13, 1980: 19). El exterior era pernicioso no sólo porque alejaba a los militantes de la clase trabajadora sino, también, porque abrigaba el surgimiento del “reformismo”.[29]

En segundo lugar, la Conducción se refería a la cuestión individual de la muerte que era, lisa y llanamente, desechada:

En cuanto al interrogante surgido de la problemática individual de la muerte con cuya ilusoria desaparición en el exterior algunos compañeros se autoengañaron, naturalmente carece de sentido para una fuerza política revolucionaria que pretende conquistar el poder mediante la insurrección armada y aniquilar para siempre a las clases dominantes (Boletín 13, 1980: 20).

En la visión de la Conducción, la eventualidad de la muerte era constitutiva de la práctica militante. La caracterización del exilio como un espacio adverso para las concepciones revolucionarias, a su vez, debe entenderse a la luz de las primeras críticas que allí se articularon contra el accionar armado. Por eso, y desde la óptica de los dirigentes montoneros, la conclusión era clara y actualizaba una posición para los meses siguientes y para los otros actores políticos del exilio y del país: “no existe ningún límite al costo que un pueblo debe pagar por su liberación” (Boletín 13, 1980: 20). Y, menos aún, para su vanguardia.

De acuerdo con la Conducción, se imponía la vicisitud de no transformar el “repliegue circunstancial” en “exilio”:

Con el transcurrir del tiempo tiende a generar no la idea de repliegue circunstancial sino la idea del exilio, lo que degenera la naturaleza de la fuerza y termina por significar un costo organizativo y político de envergadura debido a la proliferación de ideas reformistas de muy variada expresión (Boletín 13, 1980: 20).

El horizonte revolucionario aparecía amenazado por los cambios que habían surgido en el extranjero y que comprendían la valorización de la democracia como horizonte de oposición política a la dictadura. Solo a partir de la consideración de la derrota a manos del régimen de facto, muchos militantes políticos –incluso con pasado en Montoneros– habían habilitado nuevas estrategias destinadas a enfrentar al régimen. Ese redescubrimiento de la democracia implicaba necesariamente la convalidación de una idea previa que no era respaldada por la dirigencia montonera: el fracaso de la “opción armada”. Por eso, desde la perspectiva de la Conducción, el retorno a la Argentina obedecía a la necesidad de abandonar el extranjero, nocivo para la revolución y cuna del surgimiento de “ideas reformistas”.

Para los dirigentes montoneros, asumir la derrota frente a la dictadura evidenciaba el “reformismo” y “derrotismo” que atravesaba al exilio. La mayor desventaja, aclaraban, surgía de la permanencia en el exterior. Quienes habían sido secuestrados y asesinados en el país no hacían más que aumentar el capital político de Montoneros frente a la sociedad argentina. Capital político que, en el exilio, se dilapidaba. Desde esta mirada, el ejemplo del sacrificio de los militantes forzosamente elevaba el prestigio de la organización, que no renunciaba a pensarse como vanguardia del proceso político argentino (Boletín 13, 1980: 21).

La intervención de la Conducción buscó disciplinar a sus militantes, no solamente a quienes habían dado a conocer su crítica, y disipar el interrogante sobre la justeza política de la Contraofensiva y, de modo más general, del sacrificio por la revolución. La cantidad y jerarquía de los montoneros víctimas de la represión durante 1979 había generado, conjuntamente con la experiencia atravesada por los militantes en la Argentina, serias dudas con respecto a la viabilidad política de las convicciones revolucionarias que la cúpula partidaria seguía refrendando. El Documento de Madrid y la disidencia resultante eran más que elocuentes al respecto.

 

Montoneros 17 de octubre: el abandono de la “guerra” y la reivindicación de la “rebeldía”

M17 era producto de la confluencia de los firmantes del Documento de Madrid, en su mayoría miembros del Consejo Superior del MPM, y de otros militantes que, insatisfechos con el rumbo de Montoneros, se sumaron al nuevo espacio. Entre ellos se encontraba Eduardo Astiz, que había formado parte de las TEA en 1979. También participaron de la disidencia Ernesto Jauretche y Susana Sanz, que habían estado en Argentina durante 1979 cumpliendo funciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores del MPM (SRE) y de la Rama Femenina del MPM, respectivamente. A diferencia de los firmantes del Documento de Madrid, en M17 participaron militantes que habían vuelto al país durante 1979. También formaron parte de M17 René Chávez, Pedro Orgambide y Sylvia Bermann, ex integrantes del Consejo Superior del MPM, y Julio Rodríguez Anido, ex candidato a gobernador de Tucumán y miembro del PJ.[30] Por último, se sumó Gregorio Levenson, también ex miembro del Consejo Superior del MPM que, si bien no firmó el documento fundacional, participó efectivamente de la disidencia (Levenson, 2000: 220).

Aunque M17 no prosperó como alternativa política durable, interesa analizar tanto las condiciones de su formación como el carácter de su documento programático puesto que, en conjunto, brindan un panorama acabado sobre las disputas que atravesaron a Montoneros luego de la Contraofensiva de 1979, comunes a muchos otros cuestionamientos surgidos en el exilio. Además de criticar la práctica militar de la organización, el documento de M17 proponía medidas que eran afines a la revalorización del horizonte democrático y que se expresaban en la necesidad de conseguir espacios legales en la Argentina desde los cuales oponerse a la dictadura. La reivindicación del 17 de octubre en el nombre de la flamante organización también iba en ese sentido, toda vez que se filiaba con el surgimiento del peronismo como movimiento democrático.

A diferencia de la disidencia del PMA, M17 se oficializó luego de una reunión mantenida entre la Conducción y los críticos en Nicaragua, el 18 de marzo de 1980, luego del triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en aquel país (Bernetti & Giardinelli, 2014: 209-211). Desde enero de ese año, es decir, un mes después de la publicidad del documento crítico y dos antes de la reunión, la cúpula partidaria había mantenido conflictos con la SRE del MPM donde se desenvolvían varios de los militantes que luego abrevarían en M17. En concreto, la Conducción había decidido relevar de su cargo a Pablo Ramos, jefe del “Departamento de Europa”, firmante del Documento de Madrid y luego miembro de M17:

El DT [Delincuente Terrorista] Oscar Bidegain le escribe a otro DT asentado en BRASIL para avisarle que se realizó una reunión en ESPAÑA para disolver todas las “comisiones organizadas” en los países europeos; en reemplazo de éstas, se creó una única con asiento en MADRID, en cumplimiento de las nuevas directivas emanadas del nuevo “plan de contraofensiva política”, la que por otra parte “ya fue lanzada recientemente”; exceptuando a los integrantes de esta nueva comisión (de la que no se conoce quienes la componen), el resto de los militantes tendrá que “instalarse en AMÉRICA”. [El Departamento Europa de la SRE] Se encuentra en estado de disgregación; sus figuras más prominentes se han alejado de la BDT [Banda de Delincuentes Terroristas] para formar una nueva fracción [M17] (Batallón de Igcia. 601, 1980: 19).[31]

Las modificaciones organizativas obedecían no solamente a la táctica de la Contraofensiva sino también a las disidencias, deserciones y desapariciones de numerosos montoneros a manos de la dictadura. En este sentido, podría interpretarse la reorientación de los militantes que estaban en Europa como producto del disciplinamiento que la dirigencia ejerció sobre quienes que la componían, críticos con el rumbo de la agrupación.

El 26 de enero de 1980, los integrantes del “Departamento Europa” enviaron una carta a la Conducción en la que manifestaban su sorpresa acerca de la destitución de Ramos durante una “reunión plenaria” en la que se discutían, entre otros asuntos, los resultados de la Contraofensiva. Ante la ausencia de respuesta, y luego del envío de dos misivas más, se declararon en rebeldía sosteniendo a Ramos al frente de su rol “hasta que el CSPM [Consejo Superior del MPM] efectúe una reunión plenaria y dé a conocer los resultados de la ‘contraofensiva’ y ‘propuesta política futura’” (Batallón de Igcia. 601, 1980: 20). Cada vez eran más los actores partidarios demandaban la democratización de la política montonera.

Finalmente, la reunión se llevó a cabo en Managua, en marzo de 1980. Así lo recuerda Levenson, uno de sus participantes:

Logramos, por primera vez, que se destruyera la fábula de tratar de traidores a los que tenían una disidencia y que se aceptara abrir una discusión con la Conducción Nacional. Para efectuarla, ésta preparó una reunión a la que invitó a los disidentes que formaban en Consejo Superior del MPM, dándonos las máximas garantías. Fue convocada en Managua, bajo la responsabilidad del Frente Sandinista. Nos recibieron y nos trasladaron a una casa compartimentada, con un fuerte operativo de vigilancia y control. Se nos colocó una guardia de compañeros armados y se intentó someternos a revisación a cada uno de nosotros y a nuestro precario equipaje, lo que dio lugar a nuestra primera protesta. Nos opusimos totalmente y anunciamos la decisión de retirarnos y denunciar la situación a los sandinistas. Previendo algo parecido habíamos dejado un control en México que nos garantizara nuestro regreso sanos y salvos (2000: 220-221).

 Tal vez comparando el proceso de conformación de M17 con la conflictiva disidencia del PMA, Levenson sostiene que la Conducción había modificado la forma de tratar los disensos al interior de la organización. Más allá de que la apertura de la discusión marcara una transformación considerable, el conflicto que se desató antes de la reunión y los recaudos que habían tomado los disidentes señalaban, también, los límites de dicha modificación. Evidentemente, la desconfianza había marcado el encuentro. Según Levenson (2000: 221), el episodio se resolvió con la mediación de Firmenich, que fue el autor de la propuesta suscripta por las dos parcialidades. 

Presumiblemente, los militantes críticos ya tuvieran la decisión tomada desde antes de la reunión. El encuentro se desarrolló sin mayores complejidades y encontró al jefe de Montoneros en un rol concesivo frente a las críticas. Seguramente porque poco podía hacer para retener a quienes, incluso desde un tiempo antes, ya funcionaban como una “organización dentro de la organización” (Levenson, 2000: 221). Además, la Conducción había quedado muy debilitada luego de los resultados del retorno de 1979. Incluso cuando juzgara positivo el lanzamiento y desarrollo de la Contraofensiva, lo cierto es que ésta había despertado numerosas objeciones entre los militantes, que se habían amplificado en otros sectores críticos del exilio. Si en febrero de ese año la cúpula partidaria había utilizado todos los resortes que tuvo a su disposición para potenciar la enemistad con los miembros del PMA, a principios de 1980 la disidencia sería, por lo pronto, pacífica.

Con respecto a las características del nuevo desprendimiento, Levenson sostiene:

Prácticamente actuábamos como un bloque independiente, que efectuaba sus propias reuniones, en las que habíamos resuelto constituirnos en una organización cuando volviéramos a México. Por desgracia esto no pudo pasar de las buenas intenciones, ya que lo heterogéneo de las motivaciones que nos llevaron a rechazar la política de la Conducción Nacional de Montoneros generaron, en cuando se intentó andar, contradicciones de fondo que hicieron naufragar el proyecto (2000: 221).

La nueva disidencia era más el producto de un desacuerdo con la política de la Conducción que fruto de un programa coherente y alternativo al sostenido por Montoneros. Evidenciaba la inviabilidad de las experiencias críticas forjadas a partir de la organización y desde una matriz ideológica similar. Tal como lo ha planteado Luciana Seminara (2015: 16) para el caso de la disidencia “Columna Sabino Navarro” de 1972, Montoneros representaba un ombú con cuya sombra impedía el crecimiento de cualquier organismo cercano. Al mismo tiempo, M17 era la formalización de una situación que previamente se había dado en la organización. Los disidentes habían mantenido reuniones sin la anuencia de la Conducción para debatir los resultados de la Contraofensiva y el futuro de Montoneros. La escisión también era resultado de estos balances.

En abril de 1980, M17 presentaba su documento fundacional, que sería el único programático que elaboraría (M17, 1980). Allí se daban a conocer los integrantes de la nueva organización y se objetaban el militarismo y el autoritarismo de la Conducción. Más efectivo en señalar rupturas que en proponer una concepción renovadora, el documento planteaba la necesidad de aliarse con otras fuerzas políticas para lograr espacios de legalidad que permitieran oponerse a la dictadura en el país. A su vez, cuestionaba duramente algunos de los preceptos que habían guiado el accionar de la organización, si bien no abandonaba el lugar de vanguardia con el que se autopercibía Montoneros.[32]

Los disidentes señalaban a la Conducción como la principal responsable de los resultados de la Contraofensiva:

Los cuestionamientos a la conducción del Partido Montonero que hoy hacemos públicos, forman parte de nuestra propia autocrítica. Sin embargo, haber sido partícipes de una política, no debe impedirnos señalar la contumacia de la Conducción Nacional de Montoneros que ha obstaculizado y finalmente impedido todo intento democrático de revisar seriamente su táctica y estrategia. Sepan nuestros compañeros, que quienes hoy nos identificamos como MONTONEROS 17 de Octubre, ejerceremos la más profunda autocrítica para superar nuestros errores, en el libre ejercicio de la democracia interna que es fundamental para el crecimiento de toda fuerza revolucionaria (M17, 1980: 2).

Sin resignar el horizonte revolucionario, los miembros de M17 lo vinculaban al ejercicio de la democracia interna. Democracia que era antagónica con el autoritarismo imperante en Montoneros pero que estaba en sintonía con las transformaciones políticas producidas en el exterior. En su intento por diferenciarse de la cúpula partidaria, formulaban una lectura histórica coincidente en algunos aspectos con la que había trazado el PMA. Los diez años de trayectoria montonera eran sintetizados a través de la pugna irresuelta entre dos “tendencias” –una política y otra militarista–. Esta interpretación se constituiría como un antecedente nativo formidable de la figura del “quiebre entre la militancia y la dirigencia” que analiza Daniela Slipak (2017: 41), en tanto y en cuanto la “tendencia militarista” que era referida en el documento nucleaba exclusivamente a los máximos dirigentes:

En el peronismo montonero han coexistido permanentemente dos tendencias: una que hizo hincapié en el desarrollo de la política de masas y otra que sobrevaloró la importancia de la lucha armada en la acumulación del poder popular. La coexistencia entre ambas tendencias no terminó nunca de sintetizarse y fue aquella última, la militarista, la que mantuvo su preminencia en el manejo del aparato y en la conducción de la política, con graves consecuencias para nuestro desarrollo (M17, 1980: 2).

La historia montonera quedaba estructurada detrás de la irresolución de este enfrentamiento endémico a su trayectoria. El binomio político-militar de la organización era identificado como el producto de dos grupos con diferencias en su comprensión política. Este discurso, que debe ser entendido como un acto estratégico y performativo más que como un análisis histórico, eludía la participación que los miembros de M17 habían tenido en la política armada de la organización. Sin ir más lejos, Astiz, uno de los firmantes, había retornado al país durante 1979.[33] Prueba de la elisión de esta trama común a los militantes de M17 y la cúpula partidaria es el fragmento que se transcribe a continuación, en el que se observa un desplazamiento entre la primera persona del plural que recorre el documento frente al impersonal que se desliza con respecto a las políticas cuestionadas:

Con el lanzamiento del MPM en abril de 1977 […] intentamos corregir aquella política militarista y vanguardista. Pero una vez más las correctas propuestas de masas quedaron supeditadas al inmediatismo de aquella concepción militar errónea que confunde la lucha de clases, en la compleja formación social argentina, con una guerra convencional entre dos ejércitos. Con un enfoque triunfalista de la Resistencia, se decidió en 1979 en lanzamiento de la campaña de contraofensiva popular […] pero una vez más y en esta oportunidad bajo la absoluta responsabilidad de la Conducción Nacional de Montoneros, aquellas propuestas fueron desvirtuadas en la práctica (M17, 1980: 4).

Si la primera persona del plural expresaba el diseño conjunto de las políticas no armadas (“intentamos corregir”), el impersonal marcaba un distanciamiento claro con respecto a la Contraofensiva (“se decidió”). No obstante, las fuentes disponibles permiten sostener que la estrategia de retorno había sido aprobada por unanimidad entre los organismos colegiados de Montoneros (Confino, 2018c: 97-132). La responsabilización a la Conducción, entonces, era una estrategia de los disidentes para deslindarse de los resultados de 1979.

Los miembros de M17 no resignaban el horizonte revolucionario aunque lo subordinaban a los avatares del proceso político en el país. Las condiciones para la Contraofensiva no habrían estado dadas en 1979 y, por ello, se debía avanzar en la unificación del peronismo para oponerse a la dictadura. Como novedad, en el documento fundacional de M17 el imaginario revolucionario convivía de una manera más explícita con la democracia como horizonte político deseable y por ello se recalcaba la importancia de formar un “Frente Peronista de Liberación Nacional” ya que “La lucha de la democracia para todos, sin exclusiones ni condicionamientos, es la bandera principal de la hora” (M17, 1980: 9-10).

Para marzo de 1980, la “lucha armada” de Montoneros había concluido.[34] Las críticas a su accionar militar poblaron el exterior en los últimos años de la década de 1970 y cuestionaron las concepciones bélicas del imaginario montonero. En este marco debería entenderse la declamación de M17 de “cambiar el concepto de ‘guerra’ por el de ‘rebeldía popular’” (M17, 1980: 11). Esta modificación implicaba una transformación capital del paradigma montonero en la conceptualización de la situación política argentina. Como contraparte, esta rectificación ubicaba a la dictadura militar no como un ejército de ocupación de su propio país, tal cual habían reflejado los documentos de la organización, sino como un régimen político que ejercía el terrorismo de Estado contra su población (M17, 1980: 10). Más cercano a la noción “denuncialista” del “paradigma humanitario” que se había impuesto en el espacio exiliar, y con notables reminiscencias a la plataforma del MPM y la experiencia del primer peronismo, la propuesta política de M17 confluía con los cambios del contexto, aunque rescatando el fin revolucionario.

No obstante, las transformaciones políticas de la década naciente, las diferencias en el ideario de sus participantes y la imposibilidad de separarse de los resultados negativos de la Contraofensiva conspiraron contra la permanencia de la nueva organización. Ese fracaso evidenciaría que, para constituirse en una oposición vigente y efectiva a la dictadura, y atendiendo a las modificaciones que se habían producido en la sensibilidad política en el exterior, la pretensión revolucionaria dejaba de ser una opción capaz de recoger apoyos entusiastas.

 

Conclusión

La interpretación de los resultados de la Contraofensiva dividió las lealtades al interior de Montoneros al reactualizar viejas disputas en torno a la nueva coyuntura. El Documento de Madrid explicitó las diferencias que algunos militantes tenían con respecto al rumbo de la organización. Amparado en una retórica que evidenciaba la complejidad del disenso interno, el documento cuestionó algunos aspectos centrales de la política montonera. La preservación de la vida individual, las dudas sobre la efectividad de los métodos militares y la necesidad de ampliar la participación al interior de la organización fueron todas cuestiones que los resultados de la Contraofensiva de 1979 contribuyeron a hacer públicos. Todo ello, a su vez, en el marco de las revisiones políticas más amplias que se dieron en el exterior del país. En este sentido, y para restituir la historicidad de los últimos años de Montoneros, es fundamental recuperar tanto las dudas que los militantes tuvieron con respecto a su futuro como su contexto dentro de las transformaciones más generales del exilio.

El contexto geográfico de producción del Documento de Madrid fue uno de los principales argumentos que utilizó la Conducción para fustigar el parecer de los críticos. Entendido como un planteo “reformista”, amparado en el engaño que suponía la pérdida de contacto con el contexto nacional, el Documento de Madrid fue rebatido sin concesiones. En este esquema, devendría central la consideración del lugar de enunciación de la crítica, connotando sentidos políticos antagónicos entre el extranjero y la Argentina. La contestación de la Conducción criticó los argumentos de los “tenientes” pero, sobre todo, los desestimó por haber surgido en el exterior y no al calor de la militancia en la Argentina.

La cúpula partidaria refrendó su concepción revolucionaria y convalidó que no habría límite alguno para la revolución propuesta. El “mandato sacrificial” (Longoni, 2007)  y la necesidad de reactualizar el lugar de vanguardia con el que Montoneros se había autopercibido a lo largo de su historia, junto con el ejemplo provisto por las revoluciones triunfantes de Irán y Nicaragua, modelaron, a fines de la década del setenta, la conciencia de la máxima dirigencia al respecto. Si la Contraofensiva se había justificado en el agotamiento de la experiencia en el exterior del país y, por consiguiente, en el temor a la dilución de la identidad montonera, para la Conducción los cuestionamientos surgidos en el extranjero perjudicaban los intereses de la organización. Por eso eran enjuiciados como “reformistas”, “espontaneístas” o “seguidistas”, todas actitudes contrarias a las que proponía la dirigencia de Montoneros y afines, además, a las que otros exiliados publicaban en Controversia y otras revistas exiliares.

Quienes firmaron el Documento de Madrid y otros militantes que habían protagonizado la Contraofensiva de 1979 pugnaron por una redefinición de algunas concepciones que había respaldado la organización y ellos mismos, al menos, desde octubre de 1978, pero que se inscribían en la historia montonera de largo plazo, incluso desde antes del “exilio organizado”. En la mirada de los críticos, la guerra revolucionaria que había practicado Montoneros, primero, y la insurrección popular armada, luego, habían alcanzado un tope concreto. Las muertes sufridas eran la prueba material de ese tope. El documento de M17 debe ser comprendido no solo en la coyuntura política en la que se publicitó, sino también en relación con la historia montonera de más largo aliento –y los descontentos acumulados con la Conducción– y con los cambios políticos que se produjeron en el extranjero, donde muchos ex militantes contribuyeron a repensar las coordenadas de acción política para enfrentarse al régimen militar.

La flamante disidencia de Montoneros sumiría a la organización en una debilidad extrema que, potenciada por las consecuencias de la Contraofensiva de 1980, sellaría su desarticulación final. Dicha desarticulación evidenciaba y condensaba transformaciones políticas más generales que se habían producido en el extranjero, y que habían implicado un rechazo general a los métodos militares de la política y una revalorización de las prácticas y horizontes democráticos. En esa dirección, M17 enfatizaba la necesidad de orientar sus objetivos políticos en la lucha por la “democracia de masas” relegando el horizonte revolucionario a un tiempo futuro. En el decir de los disidentes, de lo que se trataba era de modificar la concepción de “guerra” que había imbuido el imaginario político montonero desde sus comienzos, por la de “rebeldía popular” que, si bien continuaba concibiendo a la dictadura como enemigo, la posicionaba como un estado terrorista y no como un ejército de ocupación. 

M17 no prosperaría como proyecto político durable. Entre sus razones, sobresalen la heterogeneidad de sus miembros, a los que los unía más el rechazo hacia la Conducción que la conformación de un programa político alternativo, y la dificultad para distanciarse políticamente de la organización que habían abandonado. Por su parte, la Conducción, en su momento de mayor debilidad pero igualmente inscripta en su propia matriz ideológica, decidió refrendar nuevamente un segundo retorno, votado en enero de 1980. Dicho proceso, y sus trágicas consecuencias, marcarían el final de Montoneros como proyecto político.

 

 

 

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Documentos montoneros:

Movimiento Peronista Montonero (MPM) (1977). Documento de Roma.

Montoneros (1974). Evita Montonera N° 1.

Montoneros (1979). Evita Montonera N° 23.

Peronismo Montonero Auténtico (PMA) (1979). Algunas reflexiones para la construcción de una alternativa Peronista Montonera Auténtica.

Partido Montonero (1979). Sobre la deserción de cinco militantes del Partido y cuatro milicianos en el exterior.

Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de superación (1979).

Partido Montonero (1980). Boletín Interno N° 13.

Montoneros 17 de octubre (M17) (1980).

Otros documentos

Central de Reunión (1980). Batallón de Inteligencia 601.

“Bittel” (1979). Clarín.

“La CUTA expresó su repudio por el atentado subversivo” (1979). Clarín.

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Gadano, J. (1980). Rechazo al grupo “autodenominado” Montoneros 17 de Octubre. En Unomásuno, México.

Sanabria, M. (1977). “Presentación en Roma del Movimiento Peronista Montonero”, El País, España.

Entrevistas

Gloria Canteloro (2015). Entrevista con el autor.

Víctor Hugo Díaz (2016). Entrevista con el autor.

Jorge Lewinger (2016). Entrevista con el autor.

Roberto Perdía (2016). Entrevista con el autor.

 

Recibido: 3 de Junio de 2019

Aceptado: 15 de Julio de 2019

Versión Final: 26 de Julio de 2019



[1] A Juan Suriano, in memoriam.

[2] Agradezco los comentarios de los integrantes del Núcleo de Historia Reciente del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín y los realizados por los evaluadores designados por la revista.

[3] Se utilizará “Conducción” en referencia al máximo escalafón de la dirigencia de Montoneros compuesto, desde el lanzamiento de la Contraofensiva, por Mario Firmenich, Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja, Horacio Mendizábal, Eduardo Pereira Rossi y Horacio Campiglia (Evita Montonera 23, 1979). Haciendo la salvedad de su origen “nativo”, en adelante su uso prescindirá de las comillas.

[4] “Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de superación” (Ante la crisis del Partido), en “Boletín Interno N° 13” (Boletín 13), febrero de 1980. El documento fue conocido entre los protagonistas como “Documento de Madrid”. En adelante, y haciendo la salvedad de su origen “nativo”, el nombre prescindirá de las comillas.

[5] La única excepción en este punto la constituye Confino (2018c). También pueden rastrearse algunas referencias tangenciales en escritos de corte testimonial (Bernetti & Giardinelli, 2014; Levenson, 2000).

[6] Entre los estudios clásicos que conforman el corpus sobre exilios políticos se destacan aquellas investigaciones que inquirieron en las transformaciones subjetivas de los desterrados. La pregunta por el origen de la militancia por los derechos humanos estuvo en el  centro de estas producciones. Como unidad de análisis, estas aproximaciones tomaron las geografías nacionales de los países receptores. Estos trabajos no ahondaron por lo general en las características precisas de un exilio orgánico como el de Montoneros. Así, el exilio fue examinado, con distintos grados de complejidad, en relación con el surgimiento de la política humanitaria (Franco, 2008; Jensen, 2007, 2010; Yankelevich, 2004, 2010). En los últimos años, nuevos abordajes que se han valido de las investigaciones clásicas han trascendido la definición de exilio en tanto efecto represivo y han incluido dentro de sus objetivos el estudio de las experiencias exiliares de las organizaciones políticas revolucionarias –no armadas–  y del activismo cristiano a escala internacional (Casola, 2014; Catoggio, 2014, Mangiantini, 2017 y Osuna, 2014). 

[7] Roberto Perdía, ex número dos de la organización, sostiene: “Efectivamente, producido el golpe entendimos que el peronismo había cerrado una etapa y estábamos trabajando en el tema del Partido Montonero y los montoneros como identidad y eso dura desde abril hasta septiembre del 76. En el medio hay un consejo, trabajamos sobre esa tesis entre abril y septiembre y en septiembre la revisamos la tesis y ahí empieza la retirada […] Y entonces creo que en el consejo de septiembre revisamos el planteo y planteamos la idea de recuperar las banderas peronistas.” (Roberto Perdía [2016]. Entrevista con el autor). Véase también Baschetti, 2001: 253.

[8] Roberto Perdía (2016). Entrevista con el autor.

[9] MPM (1977). “Documento de Roma”. Los “ocho puntos” del programa del MPM tenían una orientación democrática en tanto y en cuanto exigían –además de la renuncia de Alfredo Martínez de Hoz, Ministro de Economía de la dictadura hasta 1981– la rehabilitación de los partidos políticos y de la Confederación General del Trabajo (CGT), la liberación de los presos políticos, las listas de los desaparecidos por la dictadura, la desarticulación de los “campos de concentración” y, finalmente, la “convocatoria a elecciones generales” (MPM (1977). Documento de Roma). Sobre la tensa relación entre las identidades peronista y montonera véase Otero (2019) y Slipak (2015).

[10] Sanabria, M., “Presentación en Roma del Movimiento Peronista Montonero”, El País, 22 de abril de 1977.

[11] Presumiblemente también habrían influido en este cambio estratégico las apreciaciones críticas que Rodolfo Walsh había hecho llegar a la Conducción (Otero, 2019: 204 y ss.).

[12] Partido Montonero (1979). Sobre la deserción de cinco militantes del Partido y cuatro milicianos en el exterior.

[13] En 1977 surgió Debate (Roma); en 1979, Confluencia. Hacia una confluencia revolucionaria por el socialismo y la libertad (Estocolmo); en 1980, Testimonio Latinoamericano (Barcelona) y El diente libre. Es de leche pero muerde (Estocolmo) y en 1982 la más tardía Divergencia (París) (Ponza, 2010).

[14] En este punto podría pensarse en una matriz común entre las críticas de la disidencia “galimbertista”, centradas en el militarismo y el autoritarismo de la organización, y de las de otros exiliados que no formaron parte de la organización.

[15] Para la réplica del MPM al artículo de Casullo, véase (Baschetti, 2014: 88-90).

[16] Vaca Narvaja había partido al exterior en 1977 e integró la Secretaría de Relaciones Exteriores del MPM. Dri fue diputado durante el gobierno de Cámpora. Detenido en Uruguay en diciembre de 1977, recuperó la libertad a través de una fuga en julio de 1978. Desde ese momento permaneció en el exterior. Díaz, pareja de Dri, militó entre 1969 y 1973 en la Juventud Peronista de Chaco. A partir de 1979, se integró a la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU). Bonasso salió al exterior en abril de 1977 y se incorporó al MPM. Pablo Ramos pertenecía a la Secretaría de Relaciones Exteriores del MPM. Finalmente, Gerardo Bavio, ex intendente de Salta durante el gobierno de Cámpora, tuvo participación en el Partido Auténtico y en 1977 se integró al MPM (M17, 1980).

[17] Sobre la disidencia galimbertista, además del trabajo de Slipak (2017) y el de Larraquy & Caballero (2000), debe verse su documento fundacional: Peronismo Montonero Auténtico, “Algunas reflexiones para la construcción de una alternativa Peronista Montonera Auténtica”, 9 de junio de 1979.

[18] Este tipo de discurso también puede rastrearse entre otros militantes montoneros que, sin poner en duda su pertenencia, tuvieron inquietudes sobre la marcha de la Contraofensiva (Baschetti, 2014: 160).

[19] Sobre el entendimiento militar que Montoneros hizo de su oposición a la dictadura en los primeros meses de 1976, véanse los trabajos de Salas (2006, 2014) y Lorenz (2018).

[20] Este discurso exitista tuvo su manifestación, por ejemplo, en la fórmula “El tren de la victoria” con la que Perdía, número dos de la organización, convocó a los exiliados argentinos en España a integrarse a la Contraofensiva (Falcone, 2001; Zuker, 2010).

[21] Gloria Canteloro (2015). Entrevista con el autor.

[22] Jorge Lewinger (2016). Entrevista con el autor.

[23] Con respecto a las reacciones, véase “Bittel”, Clarín, 29 de septiembre de 1979, p. 3 y “La CUTA expresó su repudio por el atentado subversivo”, Clarín, 14 de noviembre de 1979, p. 4.

[24] Para un análisis pormenorizado sobre el “vanguardismo” de Montoneros véanse Salas (2014) y Slipak (2015).

[25] Por ejemplo, Daniel Vaca Narvaja y Pablo Ramos eran integrantes de la Secretaría de Relaciones Exteriores del MPM.

[26] En junio de 1978, y con la firma de Firmenich, el Consejo Superior del MPM había dado a conocer su documento “La reunificación, transformación y trascendencia del peronismo” (Baschetti, 2014:158-173). Allí Montoneros instaba a constituir un frente con el resto del peronismo. No obstante, por la negativa de los otros integrantes del movimiento, la idea de la unificación se abandonó con el inicio de la Contraofensiva. 

[27] “[…] lo mejor y lo peor de la actual situación es que estamos solos: no hay en la realidad política actual nadie en condiciones de ofrecer una solución superadora” (Boletín 13, 1980: 11).

[28] Un razonamiento análogo expresa Firmenich en la entrevista con Cristina Zuker: “Nosotros nunca tuvimos la voluntad de dejar de luchar. ¿Y en el 76, en el 77? Caían siete compañeros por día. La Contraofensiva es un juego de niños al lado de eso” (2010: 242).

[29] En este mismo sentido se expresa Perdía: “Yo creo que había percepciones distintas en cuanto al futuro, de todo lo que estaba pasando, a dónde iba la dictadura, de cuál iba a ser la salida, de la mezcla entre la socialdemocracia como aliado y la socialdemocracia como mentor, que son dos cosas distintas. Para muchos compañeros que habían vivido mucho tiempo en Europa, la socialdemocracia era casi la forma de vida. Un modelo a imitar […] Yo creo que algo había en la organización, ese algo se multiplica con la derrota” (Roberto Perdía [2016]. Entrevista con el autor).

[30] Rene Chavez fue diputada por Neuquén durante el gobierno de Cámpora. En 1977 se integró a la rama femenina del MPM. Sylvia Bermann también era del MPM pero militaba en la rama de profesionales, intelectuales y artistas (M17, 1980).

[31] Si bien los documentos de la inteligencia militar no deben ser tomados necesariamente como verídicos, sobre este informe del Batallón 601 se expresó Bonasso, quien participó de los sucesos que el documento relata y sostiene que “Lo único gordo que se le pasa es la reunión de Managua, de marzo de 1980, donde se parte en dos el Consejo Superior del MPM. Registra la agitada reunión y sus conclusiones, pero admite que no sabe en qué país latinoamericano fue realizada” (Bonasso, M., “Lo que sabía el 601”, Página 12, 25 de agosto de 2002). Sobre el tratamiento de los documentos de inteligencia véase Da Silva Catela (2007).

[32] Así se expresaba Jorge Gadano –exiliado en México e invitado a participar en M17– en una carta al diario Unomásuno, con motivo de la presentación de M17. Para el periodista, M17 no proponía ninguna divergencia seria con Montoneros sino que era una continuidad ideológica con otra dirección política (Gadano, 1980).

[33] Slipak (2015) demuestra cómo en la constitución identitaria de Montoneros el imaginario bélico estuvo presente desde sus primeras formulaciones y fue estructurante del espacio político conformado. Permite, por tanto, descartar de plano la imagen de una organización partida entre sectores no armados y militaristas.  

[34] Montoneros estructuró dos grupos de acción militar para 1980 pero, luego de que todos los miembros del primero fueran prontamente secuestrados por la dictadura, el segundo fue desarticulado por la propia organización (Víctor Hugo Díaz [2016]. Entrevista con el autor).