Exile,
debate and rupture. The balances of the Counter offensive montonera of 1979 and the constitution of "Montoneros
October 17"
Instituto de Altos Estudios Sociales,
Universidad Nacional de San Martín,
Universidad Nacional de General Sarmiento,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (Argentina)
hconfino@gmail.com
Resumen
El siguiente artículo reconstruye
el debate interno de Montoneros que se produjo en el exilio luego de la
Contraofensiva de 1979 y que provocó, entre sus consecuencias más salientes, la
conformación de la disidencia “Montoneros 17 de octubre”. Se analizan el
documento crítico, el manifiesto disidente y la contestación de la dirigencia
de la organización. A partir de estas intervenciones se interrogan las
inquietudes que tuvieron los montoneros para finales de la década de 1970, con
la Contraofensiva como escenario. El artículo sitúa esta interrogación dentro
de los cambios políticos más generales que se dieron en el exilio y que
incluyeron reflexiones sobre la condición de exiliados, los métodos militares,
la revalorización de la democracia y la preservación de la vida de los
militantes.
Palabras clave: Montoneros; Contraofensiva estratégica; exilio; debate
Abstract
The
following article reconstructs the internal debate of Montoneros that took
place in exile after the 1979 Counteroffensive and that provoked, among its
most salient consequences, the conformation of the dissidence "Montoneros
October 17". The critical document, the dissident manifesto and the
response of the organization's leadership are analyzed. From these
interventions, they question the concerns that the militants had for the end of
the 1970s, with the Counteroffensive as a scenario. In turn, the article
situates this question within the most general political changes that took
place in exile and that included reflections on the condition of exiles,
military methods, the revaluation of democracy and the preservation of the
lives of the militants.
Keywords: Montoneros; counter offensive; exile; debate
Introducción[1]
El 10 de abril de 1980[2]
se presentaba públicamente en la Ciudad de México “Montoneros 17 de octubre”
(M17), la segunda disidencia de Montoneros desde el inicio de la
“Contraofensiva Estratégica” (1978-1980) y la última antes de su
desarticulación definitiva. La ruptura se había consumado ante la imposibilidad
de acordar los resultados de la Contraofensiva de 1979 y frente a los planes de
la “Conducción Nacional” de continuar con la estrategia en 1980.[3]
Pero también por incomodidades de más larga duración que hacían al programa y
al funcionamiento interno de la organización. Cuatro meses antes de la
presentación de la disidencia, en diciembre de 1979, había sido publicado en
España el “Documento de Madrid” en torno al cual se estructuraría M17 poco
tiempo después.[4]
Suscripto por militantes que tenían el rango de “tenientes” al interior de la
organización, el pronunciamiento desnudaba dos cuestiones centrales: por un
lado, la doble potencia de la Contraofensiva que, a la par que visibilizó
descontentos más longevos, generó otros nuevos durante su desarrollo y, por el
otro, la imposibilidad de tramitar el disenso interno sin que implicase una
impugnación total del proyecto de la organización.
A
comienzos de la década de 1980 los disidentes propusieron algunas definiciones
distintas a las que habían sostenido como montoneros durante los años previos.
Si bien sus objeciones tenían similitudes con otros pronunciamientos críticos
(Slipak, 2017), sus cuestionamientos deben ser entendidos, también, a la luz de
las transformaciones más amplias que se produjeron en la sensibilidad política
de los argentinos en el exterior. En muchos casos, exiliados de distintas
ideologías plantearon una revalorización del horizonte democrático como método
de oposición a la dictadura y aceptaron, en algunos otros, la “derrota de la
opción armada” como precondición para hacerlo (Franco, 2008; Jensen, 2007,
2010; Yankelevich, 2004, 2010). Esta consideración permite, antes que atribuir
anacrónicamente un rechazo al accionar militar o un novedoso sentir democrático
por parte de los disidentes montoneros, abordar “el exilio” en la coyuntura de
1979 y 1980 como un marco contencioso de producción de prácticas y
representaciones (Confino, 2018b,c).
Este
artículo apuesta a introducir la historia de Montoneros dentro del proceso más
general del exilio y del terrorismo de Estado en la Argentina. Por eso explora
los últimos momentos de la organización, aún en penumbras, desde una dimensión
puntual: el debate en el exterior del país que suscitó la Contraofensiva de
1979. Este trabajo enmarca ese debate dentro de las reflexiones más amplias que
animaron los emigrados argentinos en el extranjero y, finalmente, reconstruye
el manifiesto fundacional de la disidencia resultante, presuntamente influido
por aquellas reflexiones. El objetivo es doble. Por un lado, aportar en la
reconstrucción de un proceso que no ha sido abordado por la historiografía y
que marcó la descomposición final de la organización.[5]
Por el otro, dar cuenta de las discrepancias que surgieron entre los militantes
montoneros sobre sus experiencias, roles y expectativas. En esas desavenencias
fueron centrales las diversas perspectivas de “exilio” que coexistieron entre
ellos, las distintas visiones sobre los métodos militares que emplearon y, de
modo más significativo, la preocupación que tuvieron por el cuidado de sus
vidas luego de la gran cantidad de víctimas sufridas durante 1979.
Tres
años antes, en septiembre de 1976, Montoneros había plebiscitado la salida al
exterior de sus principales dirigentes y de los militantes más conocidos para
eludir la represión de la dictadura (Baschetti, 2001). Este proceso repercutió
sobre la ingeniería institucional de la agrupación –por ejemplo, con la
creación del Movimiento Peronista Montonero (MPM) en Roma abril de 1977 y,
sobre todo, con la constitución de la Secretaría de Relaciones Exteriores
(SRE)– y resignificó la comprensión y acción política de sus militantes
(Confino, 2018b,c). Cobra sentido, entonces, enmarcar los descontentos
montoneros, no solo dentro de las disputas que horadaron la organización, sino
en relación con las intervenciones más generales que alumbró la experiencia
exiliar entre los emigrados argentinos, muchos, incluso, con pasado en
Montoneros. Al hacerlo, este trabajo busca vincular dos campos que, con mucho
potencial en común, solo recientemente han comenzado a pensarse en conjunto:
los estudios sobre los exilios políticos y aquellos sobre las organizaciones
armadas (Jensen y Lastra, 2014).[6]
Montoneros:
entre la “Resistencia” y la “Contraofensiva”
El
6 septiembre de 1974, luego de participar en las campañas de Héctor Cámpora y
Juan Domingo Perón durante el año previo, y ante los evidentes conflictos que
se abrieron entre Montoneros y el líder del peronismo una vez en el poder, la
organización anunció su regreso a la clandestinidad y el comienzo de la
“Resistencia” (Evita Montonera 1, 1974: 11-13). Inspirados en los escritos que
Mao Tsé tung (1936) había elaborado a propósito del proceso revolucionario
chino, Montoneros entendió que su “guerra integral” transitaba una etapa de
“defensiva estratégica”. Para los dirigentes de la organización, esta etapa
llevaba inscripta la posibilidad de lanzar una ofensiva cuando las condiciones
estuvieran dadas y se emparejaran las fuerzas con la dictadura militar. Desde
el mismo momento del inicio de la “Retirada Estratégica” Montoneros avizoró la
posibilidad de preparar la Contraofensiva y, eventualmente, desarrollarla
(Evita Montonera 1, 1974).
La
autoclandestinización de 1974 marcó un hito fundamental en la historia de la
organización. A partir de entonces, Montoneros privilegió la dimensión militar
del enfrentamiento político –por ejemplo, mediante las primeras formulaciones
de su ejército– sin abandonar su arista electoral –con la constitución del
Partido Auténtico que rivalizaría con el Justicialista– (Gillespie, 1998;
Salas, 2006). En ese marco, la organización intentó disputar el monopolio de la
fuerza al Estado realizando cuantiosas operaciones armadas, entre las cuales se
destacó el intento de copamiento del Regimiento de Infantería de Monte N° 29 en
Formosa, en octubre de 1975 (Gillespie, 1998: 238 y ss.). Pero tanto su
estrategia como el contexto represivo en el que se desenvolvió contribuyeron al
progresivo aislamiento político de la agrupación.
Para
el momento del golpe de Estado de marzo de 1976, Montoneros ya había sido
duramente reprimido y había quedado inmerso en un proceso de pérdida de
influencia que no se revertiría hasta su total desarticulación como fuerza
política. Hacia fines de 1976 la represión dictatorial provocaría que los
dirigentes de la organización optaran por la preservación de sus militantes
habilitando la salida orgánica del país –alternativa que no habían estimulado
hasta ese momento–. La “Retirada Estratégica” de septiembre de 1974 cobraba,
dos años después, dimensión transnacional.
Previamente
a la salida orgánica del país, y como conclusión de la reunión del Consejo
Nacional de abril de 1976, Montoneros había declamado su transformación de
“organización político-militar” a “partido leninista” (Baschetti, 2001). Dicha
modificación estuvo sustentada en dos percepciones principales que tenían sus
dirigentes sobre el proceso político local: en primer lugar, que el “salto
cualitativo” en la represión producto del golpe de Estado ameritaba, para ser
enfrentado, uno igual desde el lado de la organización. En segundo lugar, que,
luego de la experiencia de María Estela “Isabel” Martínez de Perón y de Ítalo
Luder en el gobierno, el peronismo había agotado su posibilidad de nuclear a
los sectores opositores a la dictadura. Desde Montoneros, y tratando de
resolver ambas cuestiones, se bregó por el traspaso de la identidad peronista a
la identidad montonera.[7]
Desde
fines de 1976, el exilio orgánico inauguró una nueva etapa en la política montonera.
Si bien numerosos militantes de la organización habían partido al exterior en
los dos años previos –y otros permanecerían en el país– la salida de la
Conducción jerarquizó y motivó una organización política en el extranjero que
Montoneros ciertamente no había desarrollado hasta ese momento. La “retirada”
al exterior habilitó sentidos políticos nuevos, propios de la actividad no
armada que había sido relegada en un primer momento en pos de un entendimiento
militar de la tarea de oposición a la dictadura y que había primado hasta el
último trimestre de 1976 (Confino, 2018c).
El
20 de abril de 1977 Montoneros institucionalizó la “recuperación de las
banderas peronistas”[8]
a través de la presentación en Roma del Movimiento Peronista Montonero (MPM).[9]
El MPM se asentó sobre redes y contactos políticos que, iniciados en la
Argentina, se habían formalizado en el espacio exiliar. Si bien Mario
Firmenich, número uno de la organización, debió aclarar en la presentación que
no se trataba de “un gobierno en el exilio”[10],
lo cierto es que era el emergente de un proceso que, aunque databa desde la
conformación del Partido Auténtico en 1975, no podía entenderse sin considerar
la dimensión transnacional que había adquirido la política montonera.[11]
Transcurrido
más de un año del exilio orgánico, Montoneros decretó, a través de la reunión
de su Comité Central en octubre de 1978 en La Habana, el inicio de la
“Contraofensiva Estratégica” (Confino, 2018c; Larraquy, 2006; Pacheco, 2014;
Robledo, 2018; Zuker, 2010). Según los dirigentes de la organización, la
dictadura militar comenzaba a transitar una crisis posible de agravar con el
retorno al país de los militantes que estaban en el exterior –aunque
intervinieron también militantes que no se habían exiliado– para realizar
acciones de propaganda y atentados militares. El objetivo era la producción de
una insurrección que desestabilizara al régimen.
Desde
su inicio, la Contraofensiva implicó una reorganización de la trama exiliar que
se había ido conformando desde la segunda mitad de 1974, momento del arribo al
exterior de los primeros militantes. Esta trama adquirió un “cariz
institucional” en septiembre de 1976 cuando la “retirada al exterior” fue
resuelta por el Consejo Nacional de la organización y afectó a los dirigentes
montoneros. La llegada de la Conducción al exterior implicó un disciplinamiento
de aquellas voluntades que decidieron regresar para la Contraofensiva y provocó
desavenencias con quienes se negaron a hacerlo (Confino, 2018c).
En
febrero de 1979, antes de regresar al país, Rodolfo Galimberti, Juan Gelman y
otros militantes rompieron con Montoneros y, por este motivo, fueron condenados
a muerte en un juicio en ausencia (Larraquy&Caballero, 2000; Slipak, 2017).[12]
Luego de la Contraofensiva de 1979, y a causa del nuevo retorno que estaba
planificando la Conducción para 1980, se produjo un nuevo pronunciamiento
crítico, esta vez de M17. Esta disidencia, si bien en consonancia con alguno de
los lineamientos del MPM, debe ser entendida en relación con las
transformaciones más generales que se habían producido en el exilio. Esas
transformaciones son las que se analizan a continuación.
El
exilio que fue derrota: la crítica de las armas y la revalorización de la
democracia
“La
guerrilla creyó que el ejemplo del sacrificio de los combatientes arrastraría a
las masas”, sostiene Hugo Vezzetti (2009: 88) parafraseando la intervención
crítica de Sergio Caletti en Controversia,
que auscultaba sin concesiones las derivas del proyecto de Montoneros. Nacida
en México en octubre de 1979, la revista fue una de las primeras iniciativas
editoriales que examinó críticamente los sucesos inmediatamente anteriores que
incluían la práctica armada y el exilio, y también proveyó herramientas
analíticas para el redescubrimiento de la democracia como sistema político
deseable (Bernetti & Giardinelli, 2014; Gago, 2012; Ponza, 2010; Vezzetti,
2009 y Yankelevich, 2010). Sus autores habían sido militantes del peronismo y
de la izquierda, con lo cual los cuestionamientos adquirían visos de
autocrítica. En el límite entre las décadas del setenta y del ochenta, tanto
Caletti como José Aricó, Sergio Bufano, Jorge Tula, Héctor Schmucler, Jorge
Bernetti, Nicolás Casullo, Juan Carlos Portantiero y otros intelectuales
escrutaron la estrategia de Montoneros –y la “opción armada” en general– desde
un lugar de enunciación exclusivo: “la derrota”. “El punto de partida debería
ser más simple: estamos aquí porque fuimos derrotados”, planteaba Héctor
Schmucler en 1979 (Gago, 2012: 16). Esta cosmovisión, que anudaba exilio y
derrota, era programática en la revista y, por supuesto, antagónica a la de los
miembros de Montoneros que definían su exilio como “repliegue circunstancial”.
Controversia constituyó el primer proyecto editorial de los argentinos en el extranjero
que no se ocupó de la denuncia humanitaria sino que propuso una lectura teórica
y política de los sucesos previos. En estas lecturas, las críticas sobre el
accionar armado –y sus responsabilidades frente al terrorismo de Estado– fueron
mayoritarias y, también, contemporáneas a sus últimas manifestaciones: el
primer número de Controversia vio la
luz en octubre de 1979, durante la Contraofensiva y dos meses antes de la
publicación del Documento de Madrid. Pero además, la revista fue la primera
intervención que enunció la “derrota” y la transformó en un momento de
inteligibilidad política y, por eso mismo, se diferenció de quienes la
nombraban únicamente en su fuero íntimo o en sus reflexiones más privadas. Baste
como ejemplo considerar que, para el mismo momento, Marina Franco (2008: 166)
sostiene que los exiliados argentinos en París rememoran “la falta de debate
abierto sobre la experiencia pasada y el peso de los factores emocionales como
explicación de la dificultad para abordar el tema.”
La
revista se insertó en una dinámica más amplia que, nacida en México, alcanzó
otros destinos del exilio argentino como Italia, España y Suecia.[13]
Y, tal como lo plantea Silvina Jensen (2007: 179), “en términos generales, los
ejes de la discusión fueron la derrota, la naturaleza del peronismo, la
violencia, los Derechos Humanos.” En el exilio, el tono de las intervenciones
fue variado y albergó autocríticas políticas, condenas morales, análisis
históricos y también esencialistas sobre las organizaciones armadas. El
surgimiento de estos proyectos editoriales era la manifestación concreta y
sintomática de una modificación más amplia en la sensibilidad política de los
desterrados, que partían de aceptar la derrota frente al régimen militar para
ensayar otras vías de oposición política. En este esquema, la democracia por
construir se volvía un horizonte promisorio y Montoneros, un hecho del pasado
(Caletti, 1980).
En
España, la evaluación de la experiencia armada se expresó tanto a través de las
páginas de Testimonio Latinoamericano
–revista del exilio argentino en Cataluña– como de las críticas de
intelectuales como Álvaro Abós y Néstor Scipioni, entre otros (Jensen, 2005).
Allí se abordó “la revisión de la violencia y las razones de la derrota del
campo popular y/o de las organizaciones armadas [y] la revalorización de la
democracia.” (Jensen, 2007: 179). También en España alcanzaron notoria
repercusión los diálogos entre Envar El Kadri y Jorge Rulli (1984), ambos
militantes peronistas de los tiempos de la “Resistencia”. Los autores
explicaban el derrotero de Montoneros a través del esquema “que transformó una
lucha popular en una guerra de ‘aparatos’” que prefiguraría muchas de las
críticas posteriores que se harían a la organización, algunas ya vertidas
anteriormente por sus propias disidencias (Jensen, 2007: 180).[14]
La idea de una violencia legítima, acompañada por las actitudes y expectativas
sociales, que habría dado paso a la soledad del foquismo, llevado adelante por una
elite separada de los sujetos sociales a los que creía representar, ciertamente
se constituyó en un esquema dominante para examinar la experiencia montonera
(Calveiro, 2005; Gasparini, 2008; Gillespie, 1998).
Dicho
esquema también fue hegemónico en las perspectivas contenciosas que se
produjeron en la Ciudad de México, uno de los principales destinos de la
diáspora argentina. Allí, hasta 1979, el predominio de Montoneros había sido
incuestionable con lo cual las críticas a su accionar fueron más numerosas y
altisonantes (Bernetti & Giardinelli, 2014 y Confino, 2018b). Pablo
Yankelevich (2010: 16) sitúa la primera objeción pública a Montoneros en México
siete meses antes de la publicación de Controversia, a partir de un artículo que Jorge
Bernetti escribió en El Universal el
21 de marzo de 1979 con motivo de la conformación del Peronismo Montonero
Auténtico (PMA) de Galimberti y Gelman. Desde ese momento, y con la
Contraofensiva y las disidencias como trasfondo, las críticas a la organización
no hicieron más que escalar entre quienes, incluso, habían integrado su
proyecto. Las intervenciones no se encontraron restringidas a Controversia, su más claro exponente a
partir de su publicación en octubre de 1979. Antes de su constitución, los
exiliados argentinos en México intervinieron, además de en El Universal, en Unomásuno,
Proceso y la revista del uruguayo
Carlos Quijano, Cuadernos de Marcha,
entre las más importantes (Bernetti & Giardinelli, 2014: 81-89).
Con
motivo de la formación del PMA, Bernetti escribió una serie de notas que fue
publicada por el diario mexicano El
Universal (Bernetti & Giardinelli, 2014: 192-207). Allí sostenía que lo
que los disidentes denunciaban en su afán de rescatar el “verdadero
montonerismo” no eran accidentes o desviaciones, sino la sustancia misma de la
organización. En su recorrido por la historia montonera, Bernetti enjuiciaba el
desprecio que habían manifestado por los valores democráticos y su afán militarista, que los había empujado
a la clandestinidad durante la vigencia de un gobierno que habían apoyado y
votado. En un artículo elaborado junto con Adriana Puiggrós, Rubén Caletti y
Héctor Schmucler –ex simpatizantes de la organización–, Bernetti criticaría la
concepción de “derrotismo” con la que Montoneros había etiquetado una
intervención previa de Casullo, que había definido a Montoneros como “foquista
y militarista” (Yankelevich, 2010: 216).[15]
La contestación de Puiggrós, Caletti, Schmucler y Bernetti, por su parte,
sostenía que “para ciertos vanguardismos la expresión de ideas y de búsqueda de
verdades se transforman en fantasmales enemigos” (Bernetti & Giardinelli,
2014: 206). Planteaba que los pocos aciertos políticos de los años previos
habían sido obra del movimiento obrero organizado, totalmente desvinculado de
Montoneros. Negarse a esa realidad, decían, constituía el “verdadero
derrotismo”.
Tanto
las críticas de los exiliados peronistas como las respuestas o acusaciones de
parte de los militantes de Montoneros daban la pauta de la existencia –por lo
menos en México– de un espacio de intercambio, estructurado mayormente en base
a antagonismos. En mayo de 1980, Bernetti publicó un artículo sobre Galimberti,
con motivo de una charla que el dirigente del PMA había brindado en febrero de
ese año a un grupo de argentinos residentes en México. El texto que antecedía
las declaraciones del ex consejero del MPM era una semblanza exenta de críticas
potentes que instaba a “discutir lo que se hizo –lo que hicimos– en esos años”
(Bernetti, 1980: 11). Desprovisto de la retórica encendida del publicado un año
antes a propósito de la disidencia, el artículo remarcaba que “Deben oírse
muchas voces, pero ésta que se expande a continuación [la de Galimberti] es de
las necesarias en este debate de reconstrucción” (Bernetti, 1980: 11). La voluntad
de pensar la derrota, aparentemente, no distinguía propios y ajenos, al menos
en mayo de 1980.
En
el exterior, las críticas al accionar armado convivieron con la revalorización
de la democracia como sistema político. Asumir la derrota de los proyectos
guerrilleros supuso ofrecer nuevas coordenadas que pudieran dotar de sentido no
solamente la experiencia inmediata sino también las expectativas futuras. En
este sentido, Controversia fue un
laboratorio de los cambios más generales que se estaban produciendo en el
exterior del país hacia fines de la década de 1970. Desde su primer número, la
revista del exilio mexicano contó con una sección titulada “La democracia
difícil”, que avizoraba el intento por replantearla teóricamente e inscribirla
dentro del pensamiento de izquierda. Portantiero, Aricó y Casullo, entre otros,
pusieron la lupa en el siglo XX argentino intentando encontrar la génesis del
distanciamiento entre la democracia como sistema formal y la tradición política
de izquierda. Al mismo tiempo, el valor democrático también fue utilizado en la
crítica a las estructuras autoritarias de las organizaciones armadas. Verónica
Gago (2012: 78) recupera el artículo de Ernesto López, “Discutir la derrota”, y
su apreciación sobre los alcances del “menosprecio a la democracia” que
abarcaban no sólo a la estructura militar de Montoneros sino también a “sus
estructuras de superficie y [a] los simpatizantes no orgánicos […], [a] los
intelectuales y […] los divulgadores”.
En
el cambio de década entre el setenta y el ochenta, un número creciente de
militantes argentinos exiliados –muchos ex montoneros– reflexionó sobre la
derrota de los proyectos guerrilleros. Los emprendimientos editoriales surgidos
en el extranjero atestiguan el esfuerzo hermenéutico que supuso la evaluación
de los sucesos previos y la búsqueda de nuevas formas de oposición al gobierno
militar. Es imposible, por eso, leer las tensiones internas y las disidencias
en las que se descompuso Montoneros en esta época por fuera de este clima
político del exilio. Un clima que alentó la deconstrucción de elementos
centrales del imaginario revolucionario, entendidos como constitutivos de la
derrota padecida, y la edificación un nuevo horizonte de posibilidades.
Vehiculizado a través de la crítica a las armas, la asunción de la derrota que
implicaba el exilio y la revalorización de la democracia, se constituirían en
tópicos prevalentes a medida que la dictadura profundizara su resquebrajamiento.
Particularmente en México, pero no solo allí, las renovadas coordenadas
políticas tuvieron vasos comunicantes con Montoneros y sus disidencias. La
coincidencia de miradas sobre el autoritarismo de la organización entre el
manifiesto del PMA y el Documento de Madrid, por un lado, y algunas
intervenciones críticas de los intelectuales nucleados en torno a Controversia, por el otro, así lo
sugieren. En este contexto, el Documento de Madrid publicado en diciembre de
1979 mostraba afinidad, real o estratégica, con las modificaciones políticas
que se habían producido, y aún se producían, en el exilio.
Los
resultados de la Contraofensiva
La posición de los críticos: los
límites del sacrificio
El
4 de diciembre de 1979, los “tenientes” montoneros Daniel Vaca Narvaja, Jaime
Dri, Miguel Bonasso, Olimpia Díaz, Pablo Ramos y Gerardo Bavio[16]
publicaban “Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de
superación” (Ante la crisis, 1979), más conocido, por el lugar donde fue
elaborado, como Documento de Madrid. Si bien ninguno había regresado a la
Argentina durante 1979, los resultados de la Contraofensiva no habían sido los
esperados y los “tenientes” lo evidenciaban a través de su intervención. Los
críticos discutían los resultados a partir de la información que había
circulado en Europa acerca de la cantidad y trayectoria de los militantes
secuestrados y desaparecidos durante 1979 y de las intenciones de los máximos
dirigentes de impulsar un nuevo retorno. Dudaban del rédito político de una estrategia
que ocasionaba tantas muertes. Algunas de sus inquietudes eran coincidentes con
las que habían expresado Galimberti y Gelman en febrero de 1979, sobre todo las
que enfatizaban la nula participación al interior de Montoneros.[17]
Aun así, la disidencia de M17 no conllevó el grado de enfrentamiento que la del
PMA –con juicio revolucionario y condena a muerte a los disidentes– y fue
consensuada con la Conducción, más debilitada que a principios de 1979, en una
reunión en Nicaragua en el primer trimestre de 1980 (Partido Montonero, 1979).
El
Documento de Madrid se orientaba en dos direcciones principales. Hacia
“afuera”, realizaba un balance de los resultados de la Contraofensiva y, hacia
“adentro”, criticaba la falta de participación interna y los cambios unilaterales
impuestos por la Conducción. No obstante, y a diferencia de la intervención
previa del PMA, en el Documento de Madrid la impugnación contadas veces era
total y se enmarcaba, en cambio, detrás de críticas puntuales matizadas. Esta
estrategia evidencia, por un lado, la búsqueda de acuerdos entre los críticos y
la dirigencia y, por el otro, la imposibilidad de explicitar críticas más
profundas sin constituirse en un “enemigo interno” pasible de cometer
“traición”.[18]
La
preocupación central de los “tenientes” tenía que ver con la gran cantidad de
militantes que habían sido secuestrados y asesinados por la dictadura militar
durante 1979. Al mismo tiempo, buscaban introducir sus cuestionamientos dentro
de una serie más amplia que involucraba los descontentos previos con la
Conducción y con el rumbo político de Montoneros en torno al cambio de década.
La Contraofensiva permitía a los críticos realizar objeciones que la
trascendían largamente. La cúpula partidaria era señalada como la responsable
excluyente de la maniobra y cuestionada por sus resultados, a los que
relacionaban con las prácticas más militaristas que la organización había
sostenido a comienzos de la dictadura (Ante la crisis, 1979: 27).[19]
Además reiteraban una exigencia que ya era longeva entre los militantes: la
realización de un congreso partidario para elegir a los dirigentes. Una vez
más, esta pretensión sería desatendida por la Conducción (Astiz, 2005: 311).
Los
autores del documento buscaban la ampliación de la participación en el diseño
de las políticas de la agrupación y un regreso a un programa político como el
que había sido planteado por el MPM en 1977 que enfatizaba la política no
armada. Por ello destacaban las diferencias de opinión que, dentro de las filas
montoneras, interpretaban los resultados de la Contraofensiva a fines de 1979
(Ante la crisis, 1979: 29). Sobre el rumbo que había tomado Montoneros,
responsabilizaban “a la preeminencia, cada vez más notoria […] de la tendencia
militarista y vanguardista” (Ante la crisis, 1979: 29). El uso del concepto de
“tendencia” no era fortuito, puesto que implicaba reconocer las diversas
posturas supraindividuales que atravesaban la organización. En el mismo gesto,
además, proyectaban la responsabilidad sobre los dirigentes y, para eso,
omitían estratégicamente las tramas comunes que habían constituido con ellos.
Este cuestionamiento encontraba continuidad con los del PMA, que también había
dirimido la historia montonera en la pugna entre dos grupos: uno que
privilegiaba la política no armada y otro que confiaba exclusivamente en los
métodos militares (PMA, 1979; Slipak, 2017).
Los
firmantes del Documento de Madrid destacaban el apuro con el que la
Contraofensiva había sido desarrollada y cuestionaban la cantidad de “cuadros
representativos y experimentados” que Montoneros había arriesgado durante su
realización y que lo exponían, a fines de 1979, a su derrota final (Ante la
crisis, 1979: 29). Entre los efectos favorables que había producido la
Contraofensiva, los críticos señalaban el de eludir la censura mediática de la
dictadura que anteriormente había condenado al anonimato las acciones
montoneras. Esa publicidad, unificada detrás de las interferencias producidas
por las “Tropas Especiales de Agitación” (TEA) y de los atentados militares de
las “Tropas Especiales de Infantería” (TEI), había logrado que Montoneros
recuperara presencia en la escena política nacional. Pese a estos aciertos, los
“tenientes” cuestionaban el gran “costo humano” que la organización había
empeñado para conseguirlo (Ante la crisis, 1979: 31). Para los críticos, el
sacrificio de la militancia en la agrupación había alcanzado su límite. Las
razones de ese “costo” descansaban en la concepción militarista que imputaban a
la Conducción que, según esta mirada, habría generado un discurso “exitista” e
“inmediatista” que había provocado una gran “destrucción organizativa” (Ante la
crisis, 1979: 31).[20]
A los “tenientes” les resultaba imposible abstraerse del tendal de muertos que
había arrojado la Contraofensiva.
A
la primacía que observaban en la práctica militar, los críticos sumaban la
discrecionalidad que tenía la Conducción en el manejo y asignación de los
fondos presupuestarios (Ante la crisis, 1979: 31). Dicho reclamo, al igual que
el del congreso partidario, no era novedoso. Ya había sido expresado por la
Regional Columna Norte luego de la autoclandestinización de Montoneros, en
septiembre de 1974 (Baschetti, 2001: 232). Además de una mayor democracia en la
toma de decisiones, requerían participación real en la asignación de
presupuesto.
Más
específicamente, los “tenientes” se hacían eco de las razones que habían
justificado la Contraofensiva, que ellos también habían respaldado en un principio,
y las ubicaban en “la ansiedad por evitar que se diluyera nuestra identidad”
(Ante la crisis, 1979: 32), que había provocado la búsqueda de soluciones a
corto plazo descuidando la vida de los militantes. Ciertamente, el temor a la
“dilución de la identidad montonera” a los ojos de la sociedad argentina había
sido uno de los motivos que había justificado la Contraofensiva. Por ejemplo,
la “desaparición” de Montoneros fue parte de la argumentación de Jorge Lewinger
para incorporar a Gloria Canteloro en Madrid.[21]
Dicha preocupación persistiría incluso al momento de ordenar un segundo regreso
en 1980: la voluntad de la Conducción de “firmar” las operaciones políticas en
el país, que conspiraba muchas veces contra la integridad de los militantes que
las realizaban, siguió constituyendo un aspecto fundamental del modus operandi montonero.[22]
Al
mismo tiempo, los críticos objetaban aspectos del accionar militar de la
organización. Si bien convalidaban la elección del gabinete económico como
destinatario de los atentados, remarcaban las reacciones adversas que éstos
habían suscitado en la dirigencia del Partido Justicialista y en la
Confederación Única de los Trabajadores Argentinos (Ante la crisis, 1979: 32).[23]
Los “tenientes” se hacían eco de los comunicados de los sectores legalizados
con los que la organización había intentado articular un frente opositor a la
dictadura. Esa decisión, no menor, marcaba de por sí una relativización del
lugar de Montoneros como vanguardia.[24]
En concreto, los críticos objetaban el atentado de las TEI contra Guillermo Klein, que estaba en su casa
junto a su familia (Confino, 2018c: 241-249). Sostenían que el operativo había
resultado perjudicial para los intereses de la agrupación en tanto conspiraba
contra la campaña de derechos humanos que había motorizado en el extranjero.
Además, decían, brindaba la posibilidad de dar sustento al calificativo de
“terrorista” con el que el régimen de
facto catalogaba el accionar montonero.
La
importancia que los “tenientes” asignaban a las consideraciones de otros
actores políticos e, incluso, a las propiciadas por el gobierno militar a
través de sus comunicados o de la prensa de la época marcaban un cambio nada
desdeñable con respecto a la tesitura que la Conducción había mantenido, como
mínimo, desde el inicio de la Contraofensiva en octubre de 1978. La relevancia
otorgada a la campaña internacional de denuncias, de la cual varios de los
firmantes del documento habían formado parte[25],
y a la posibilidad de generar un frente opositor a la dictadura contradecía la
preeminencia que la cúpula montonera daba a las acciones de la organización.[26]
Este proceso habría que entenderlo, forzosamente, a la luz de los cambios que
se habían producido desde la “retirada orgánica” de septiembre de 1976 y de la
experiencia exiliar de Montoneros que, para el momento del documento crítico,
cumplía ya tres años. El término “reformismo” con el que la Conducción
calificaría la intervención crítica señalaba la hondura del viraje político que
notaban en las posiciones de los “tenientes”.
La
importancia que los firmantes del Documento de Madrid daban a la militancia
humanitaria que la organización había patrocinado en el extranjero y la
preocupación que manifestaban ante la posibilidad de ser calificados como
“terroristas” recogía, ciertamente, algunos elementos de los debates que los
emigrados argentinos impulsaban en el exterior. Tal como se analizó en el
apartado previo, tanto en la Ciudad de México, como en París e incluso en
Cataluña, la “derrota armada” fue una de las premisas que orientó la revisión
del pasado inmediato en los últimos años de la década de 1970. La consideración
de esta derrota habilitó la exploración de nuevos horizontes políticos para
oponerse al régimen de facto. Aun
dentro de los parámetros políticos de Montoneros, los cuestionamientos de los
“tenientes” no deberían entenderse por fuera de este clima de época ni de los
tópicos que animaban la reflexión entre los exiliados argentinos. Entre esos
tópicos, el sacrificio de la militancia político-militar y la continuidad de la
“lucha armada” fueron centrales.
El
nudo del pronunciamiento crítico se extendía sobre la gran cantidad de muertos
que había sufrido Montoneros durante la Contraofensiva:
Esta
pérdida tremenda y simultánea que comprende a nivel dirigente a un compañero de
la Conducción Nacional y siete cuadros del Comité Central tiene, además de las
obvias secuelas organizativas, una consecuencia muy grave para nuestra política
de masas. Este último aspecto se visualiza claramente analizando lo que
representó esta serie de caídas para el Consejo Superior del MPM, que ha
quedado semidesmantelado. Doce consejeros fueron este año al país: de esos 12,
6 fueron secuestrados y 2 murieron heroicamente en combate (Croatto y Píccoli).
O sea, casi el 70% de los enviados. Visto numéricamente es impresionante, pero
no da cuenta de las calidades perdidas. Han caído tres primeros secretarios de
Rama: Croatto, Amarilla y Lesgart, y un secretario adjunto: María Antonia
Berger, para colmo de males símbolo popular por su carácter de sobreviviente de
Trelew. Una conducción de Rama, la de la Juventud, ha quedado totalmente
descabezada, y la Rama Femenina ha perdido a sus principales dirigentes. La
Rama Política no perdió ningún consejero, pero sí a un compañero esencial que
estaba llevando adelante los contactos superestructurales, que es Julio Suárez
(Ante la crisis, 1979: 33).
Así,
el balance del retorno al país, lo hiciera un miembro de la Conducción
convencido de la pertinencia de la Contraofensiva o un militante que la juzgase
como un error terminal, no podía abstraerse de esas pérdidas sustanciales y
caras a la historia de Montoneros. En todo caso, y de acuerdo con el parecer de
quien lo analizara, podía modificarse la valoración que se le diera a esas muertes
y desapariciones. Estas diferencias, muchas veces enormes y explícitas, fueron
un eje fundamental que dividió las aguas al interior de la dirigencia de la
organización en los intercambios posteriores a 1979 y cristalizó en una
pregunta fundamental: ¿cómo entender el saldo que había dejado la
Contraofensiva?
Los
críticos iban más allá y, lejos de tomar estas muertes de forma particular, las
anclaban a una serie más larga:
La
falta de resolución correcta de las contradicciones internas, la carencia de lucha
abierta de tendencias, la no realización del Congreso previsto en 1976, fueron
los factores iniciales de una larga crisis que culmina ahora ante el factor
desencadenante que es la serie dolorosa de caídas de la campaña de
contraofensiva (Ante la crisis, 1979: 35).
Lejos
de haber comenzado con la Contraofensiva, la sucesión de políticas desacertadas
impulsadas por la cúpula partidaria se remontaba, para los críticos, al inicio
de la dictadura militar. Demandas de larga data, como la realización del congreso
partidario y la democratización presupuestaria, se entrelazaban en sus
cuestionamientos con los muertos y desaparecidos de la Contraofensiva. Por
ello, los autores del Documento de Madrid planteaban propuestas para ampliar la
participación de los militantes en la elaboración de las políticas, proponían
la realización del congreso partidario tantas veces aplazado y bregaban por la
recuperación del programa del MPM (MPM, 1977).
La
Contraofensiva desnudó conflictos más añejos a la vez que dividió lealtades a
partir de sus resultados políticos. En el tránsito entre la década del setenta
y del ochenta, los firmantes del Documento de Madrid cuestionaron algunos
aspectos centrales del imaginario y las prácticas de la agrupación, derivados
de la imposición del colectivo por sobre sus componentes individuales y del
sacrificio sin límites por la revolución. Presumiblemente atravesados por los
cambios de sensibilidad política que se habían producido en el extranjero,
formularon la necesidad de una mayor democratización de Montoneros. La
Conducción Nacional, no obstante, haría caso omiso de las críticas.
La perspectiva de la Conducción: contra el
“reformismo” del exilio
La
Conducción acusó recibo de la crítica de los “tenientes” pero, en vez de dar
lugar a la discusión y permitir un estado de deliberación al interior de la
organización que hubiese provocado una demora de la Contraofensiva y, quizás,
un cuestionamiento de su propio poder, se mantuvo inflexible en sus
concepciones doctrinarias. No estaba dispuesta a poner en duda las lecturas que
habían respaldado la vigencia de la nueva estrategia. Inspirada en las
revoluciones triunfantes en Irán y Nicaragua en 1979, y con la certeza de que
la década del ochenta sería la definitiva en la “liberación” de los países del
Tercer Mundo (Boletín 13, 1980: 13), la máxima dirigencia definió la
“insurrección popular armada” como la estrategia para la instauración del
socialismo en la Argentina. También se expresó sobre los temas que habían
abordado los “tenientes” y fustigó su pronunciamiento crítico.
La
Conducción reconocía la crisis del “montonerismo” señalada por los críticos,
aunque la definía como producto de otra crisis, la del “campo popular” que, a
su vez, era consecuencia de la “ofensiva de la dictadura” (Boletín 13, 1980:
7). En otras palabras, la crisis de Montoneros no obedecía a las acciones de la
organización sino a la magnitud represiva del régimen de facto. De aquí que la intervención de la cúpula dirigente se
orientara más a construir la insurrección deseada que a la eventual corrección
de las políticas que estaban siendo observadas por los críticos (Boletín 13,
1980: 13). Las fábricas y los barrios “populares” serían los espacios idóneos
para la formación de las “milicias” que acabarían por desestabilizar al régimen
dictatorial con la dirección de Montoneros, vanguardia del proceso:
[…] nosotros nos identificamos total y absolutamente
con los intereses presentes y futuros de nuestros trabajadores, nos
identificamos con su suerte social y política, nos integramos en su
potencialidad revolucionaria. Por eso somos revolucionarios como fuerza
política organizada (Boletín 13, 1980: 13).
Esta
postura contrastaba con el “reformismo” con el que la Conducción definía a los
críticos que, a su vez, era comprendida dentro de una serie más larga de
diversas “tendencias políticas reformistas que se manifiestan a veces dentro de
nuestro partido”, producto de “divorciar nuestra suerte política como partido
de la suerte política de la clase trabajadora” (Boletín 13, 1980: 13). Para los
dirigentes, los “reformistas” no actuaban en nombre de la clase trabajadora
sino representando a los sectores medios y por eso se preocupaban por aliarse
con otras fuerzas políticas. La Conducción tenía una visión antagónica.
Enfatizaba su condición de vanguardia por sobre los demás sectores opositores
y, por ello mismo, se arrogaba la capacidad de generar la única alternativa
viable contra el régimen de facto.[27]
De lo que se trataba en el futuro inmediato, entonces, era de seguir rubricando
esa condición histórica.
La
Conducción reactualizaba los motivos que habían llevado a Montoneros a iniciar
la Contraofensiva. La salida al exterior de fines de 1976, conceptualizada en
un principio como la única opción para resguardar a los militantes del
terrorismo de Estado, había alcanzado un límite. La cúpula partidaria definía
el carácter ambiguo de ese exilio: si por un lado permitía proteger a los
militantes, por el otro los alejaba del país impidiéndoles participar como
dirección de los trabajadores. Montoneros no quería someter a debate su rol de
vanguardia y, para ello, debía continuar con su presencia en el territorio
argentino. La autopercepción de la organización como vanguardia –tal como lo ha
resaltado Daniela Slipak (2015)– hundía sus raíces en los primeros años de la
década del setenta, donde había convivido con otras formulaciones (“brazo
armado”; “formaciones especiales”; “guerrilla”; “organización
político-militar”) hasta afirmarse hacia fines de 1970. En este punto, la
cúpula partidaria se mantenía fiel a sus concepciones de origen.
Consecuentemente
con esta idea, los dirigentes de Montoneros desestimaban las preocupaciones
manifestadas por los críticos a propósito de las desapariciones y asesinatos
que habían sufrido los militantes de la agrupación durante 1979:
El
enorme costo social que ha pagado nuestro pueblo durante estos años de
resistencia así como el increíblemente doloroso costo que ha pagado nuestro
partido con la vida de miles de cuadros encabezando la misma han introducido en
nuestras fuerzas un interrogante. Las bajas que hemos sufrido durante la
campaña de lanzamiento de la contraofensiva lo han acentuado en algunos
compañeros. Este interrogante contiene dos aspectos: uno de ellos consiste en
la duda acerca del costo organizativo que podemos pagar sin correr riesgos
estratégicos; el otro es sencillamente la problemática individual de la muerte
(Boletín 13, 1980: 19).
La
Conducción enmarcaba la cantidad de militantes víctimas de la represión en el
tiempo más largo de existencia de la organización. De este modo, le quitaba
cualquier viso de excepcionalidad a los resultados de la Contraofensiva.[28]
Al mismo tiempo, dividía los interrogantes de los críticos en dos aspectos, el
colectivo y el individual. Mientras que el primero era tratado desde una
concepción estratégica, el segundo lo era desde una afectiva. Ambos eran
desestimados, aunque por diferentes motivos. En primer lugar, porque el “costo
organizativo” entrañaba a su vez un costo político que, para la cúpula
partidaria, derivaba de la continuidad del exilio (Boletín 13, 1980: 19). Así,
la organización era un arma que podría ponerse en juego, como sostendría
Firmenich dos años después, a cambio de prestigio político en el país
(Gillespie, 1998: 277): el “riesgo estratégico es perder el corazón de las
masas”, sostenían los dirigentes montoneros (Boletín 13, 1980: 19). El exterior
era pernicioso no sólo porque alejaba a los militantes de la clase trabajadora
sino, también, porque abrigaba el surgimiento del “reformismo”.[29]
En
segundo lugar, la Conducción se refería a la cuestión individual de la muerte
que era, lisa y llanamente, desechada:
En
cuanto al interrogante surgido de la problemática individual de la muerte con
cuya ilusoria desaparición en el exterior algunos compañeros se autoengañaron,
naturalmente carece de sentido para una fuerza política revolucionaria que
pretende conquistar el poder mediante la insurrección armada y aniquilar para
siempre a las clases dominantes (Boletín 13, 1980: 20).
En
la visión de la Conducción, la eventualidad de la muerte era constitutiva de la
práctica militante. La caracterización del exilio como un espacio adverso para
las concepciones revolucionarias, a su vez, debe entenderse a la luz de las
primeras críticas que allí se articularon contra el accionar armado. Por eso, y
desde la óptica de los dirigentes montoneros, la conclusión era clara y actualizaba
una posición para los meses siguientes y para los otros actores políticos del
exilio y del país: “no existe ningún límite al costo que un pueblo debe pagar
por su liberación” (Boletín 13, 1980: 20). Y, menos aún, para su vanguardia.
De
acuerdo con la Conducción, se imponía la vicisitud de no transformar el
“repliegue circunstancial” en “exilio”:
Con el transcurrir del tiempo tiende a generar no la
idea de repliegue circunstancial sino la idea del exilio, lo que degenera la
naturaleza de la fuerza y termina por significar un costo organizativo y
político de envergadura debido a la proliferación de ideas reformistas de muy
variada expresión
(Boletín 13, 1980: 20).
El
horizonte revolucionario aparecía amenazado por los cambios que habían surgido
en el extranjero y que comprendían la valorización de la democracia como
horizonte de oposición política a la dictadura. Solo a partir de la
consideración de la derrota a manos del régimen de facto, muchos militantes políticos –incluso con pasado en
Montoneros– habían habilitado nuevas estrategias destinadas a enfrentar al
régimen. Ese redescubrimiento de la democracia implicaba necesariamente la
convalidación de una idea previa que no era respaldada por la dirigencia
montonera: el fracaso de la “opción armada”. Por eso, desde la perspectiva de
la Conducción, el retorno a la Argentina obedecía a la necesidad de abandonar
el extranjero, nocivo para la revolución y cuna del surgimiento de “ideas
reformistas”.
Para
los dirigentes montoneros, asumir la derrota frente a la dictadura evidenciaba
el “reformismo” y “derrotismo” que atravesaba al exilio. La mayor desventaja,
aclaraban, surgía de la permanencia en el exterior. Quienes habían sido
secuestrados y asesinados en el país no hacían más que aumentar el capital político
de Montoneros frente a la sociedad argentina. Capital político que, en el
exilio, se dilapidaba. Desde esta mirada, el ejemplo del sacrificio de los
militantes forzosamente elevaba el prestigio de la organización, que no
renunciaba a pensarse como vanguardia del proceso político argentino (Boletín
13, 1980: 21).
La
intervención de la Conducción buscó disciplinar a sus militantes, no solamente
a quienes habían dado a conocer su crítica, y disipar el interrogante sobre la
justeza política de la Contraofensiva y, de modo más general, del sacrificio
por la revolución. La cantidad y jerarquía de los montoneros víctimas de la
represión durante 1979 había generado, conjuntamente con la experiencia
atravesada por los militantes en la Argentina, serias dudas con respecto a la
viabilidad política de las convicciones revolucionarias que la cúpula
partidaria seguía refrendando. El Documento de Madrid y la disidencia
resultante eran más que elocuentes al respecto.
Montoneros
17 de octubre: el abandono de la “guerra” y la reivindicación de la “rebeldía”
M17
era producto de la confluencia de los firmantes del Documento de Madrid, en su
mayoría miembros del Consejo Superior del MPM, y de otros militantes que,
insatisfechos con el rumbo de Montoneros, se sumaron al nuevo espacio. Entre
ellos se encontraba Eduardo Astiz, que había formado parte de las TEA en 1979.
También participaron de la disidencia Ernesto Jauretche y Susana Sanz, que
habían estado en Argentina durante 1979 cumpliendo funciones de la Secretaría
de Relaciones Exteriores del MPM (SRE) y de la Rama Femenina del MPM,
respectivamente. A diferencia de los firmantes del Documento de Madrid, en M17
participaron militantes que habían vuelto al país durante 1979. También
formaron parte de M17 René Chávez, Pedro Orgambide y Sylvia Bermann, ex
integrantes del Consejo Superior del MPM, y Julio Rodríguez Anido, ex candidato
a gobernador de Tucumán y miembro del PJ.[30]
Por último, se sumó Gregorio Levenson, también ex miembro del Consejo Superior
del MPM que, si bien no firmó el documento fundacional, participó efectivamente
de la disidencia (Levenson, 2000: 220).
Aunque
M17 no prosperó como alternativa política durable, interesa analizar tanto las
condiciones de su formación como el carácter de su documento programático puesto
que, en conjunto, brindan un panorama acabado sobre las disputas que
atravesaron a Montoneros luego de la Contraofensiva de 1979, comunes a muchos
otros cuestionamientos surgidos en el exilio. Además de criticar la práctica
militar de la organización, el documento de M17 proponía medidas que eran
afines a la revalorización del horizonte democrático y que se expresaban en la
necesidad de conseguir espacios legales en la Argentina desde los cuales
oponerse a la dictadura. La reivindicación del 17 de octubre en el nombre de la
flamante organización también iba en ese sentido, toda vez que se filiaba con
el surgimiento del peronismo como movimiento democrático.
A
diferencia de la disidencia del PMA, M17 se oficializó luego de una reunión mantenida
entre la Conducción y los críticos en Nicaragua, el 18 de marzo de 1980, luego
del triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en aquel país
(Bernetti & Giardinelli, 2014: 209-211). Desde enero de ese año, es decir,
un mes después de la publicidad del documento crítico y dos antes de la
reunión, la cúpula partidaria había mantenido conflictos con la SRE del MPM
donde se desenvolvían varios de los militantes que luego abrevarían en M17. En
concreto, la Conducción había decidido relevar de su cargo a Pablo Ramos, jefe
del “Departamento de Europa”, firmante del Documento de Madrid y luego miembro
de M17:
El
DT [Delincuente Terrorista] Oscar Bidegain le escribe a otro DT asentado en
BRASIL para avisarle que se realizó una reunión en ESPAÑA para disolver todas
las “comisiones organizadas” en los países europeos; en reemplazo de éstas, se
creó una única con asiento en MADRID, en cumplimiento de las nuevas directivas
emanadas del nuevo “plan de contraofensiva política”, la que por otra parte “ya
fue lanzada recientemente”; exceptuando a los integrantes de esta nueva
comisión (de la que no se conoce quienes la componen), el resto de los
militantes tendrá que “instalarse en AMÉRICA”. [El Departamento Europa de la
SRE] Se encuentra en estado de disgregación; sus figuras más prominentes se han
alejado de la BDT [Banda de Delincuentes Terroristas] para formar una nueva
fracción [M17] (Batallón de Igcia. 601, 1980: 19).[31]
Las
modificaciones organizativas obedecían no solamente a la táctica de la Contraofensiva
sino también a las disidencias, deserciones y desapariciones de numerosos
montoneros a manos de la dictadura. En este sentido, podría interpretarse la
reorientación de los militantes que estaban en Europa como producto del
disciplinamiento que la dirigencia ejerció sobre quienes que la componían,
críticos con el rumbo de la agrupación.
El
26 de enero de 1980, los integrantes del “Departamento Europa” enviaron una
carta a la Conducción en la que manifestaban su sorpresa acerca de la
destitución de Ramos durante una “reunión plenaria” en la que se discutían,
entre otros asuntos, los resultados de la Contraofensiva. Ante la ausencia de
respuesta, y luego del envío de dos misivas más, se declararon en rebeldía
sosteniendo a Ramos al frente de su rol “hasta que el CSPM [Consejo Superior
del MPM] efectúe una reunión plenaria y dé a conocer los resultados de la
‘contraofensiva’ y ‘propuesta política futura’” (Batallón de Igcia. 601, 1980:
20). Cada vez eran más los actores partidarios demandaban la democratización de
la política montonera.
Finalmente,
la reunión se llevó a cabo en Managua, en marzo de 1980. Así lo recuerda
Levenson, uno de sus participantes:
Logramos, por primera vez, que se destruyera la
fábula de tratar de traidores a los que tenían una disidencia y que se aceptara
abrir una discusión con la Conducción Nacional. Para efectuarla, ésta preparó
una reunión a la que invitó a los disidentes que formaban en Consejo Superior
del MPM, dándonos las máximas garantías. Fue convocada en Managua, bajo la
responsabilidad del Frente Sandinista. Nos recibieron y nos trasladaron a una
casa compartimentada, con un fuerte operativo de vigilancia y control. Se nos
colocó una guardia de compañeros armados y se intentó someternos a revisación a
cada uno de nosotros y a nuestro precario equipaje, lo que dio lugar a nuestra
primera protesta. Nos opusimos totalmente y anunciamos la decisión de
retirarnos y denunciar la situación a los sandinistas. Previendo algo parecido
habíamos dejado un control en México que nos garantizara nuestro regreso sanos
y salvos
(2000: 220-221).
Tal vez comparando el proceso de conformación
de M17 con la conflictiva disidencia del PMA, Levenson sostiene que la
Conducción había modificado la forma de tratar los disensos al interior de la
organización. Más allá de que la apertura de la discusión marcara una
transformación considerable, el conflicto que se desató antes de la reunión y
los recaudos que habían tomado los disidentes señalaban, también, los límites
de dicha modificación. Evidentemente, la desconfianza había marcado el
encuentro. Según Levenson (2000: 221), el episodio se resolvió con la mediación
de Firmenich, que fue el autor de la propuesta suscripta por las dos
parcialidades.
Presumiblemente,
los militantes críticos ya tuvieran la decisión tomada desde antes de la
reunión. El encuentro se desarrolló sin mayores complejidades y encontró al
jefe de Montoneros en un rol concesivo frente a las críticas. Seguramente
porque poco podía hacer para retener a quienes, incluso desde un tiempo antes,
ya funcionaban como una “organización dentro de la organización” (Levenson,
2000: 221). Además, la Conducción había quedado muy debilitada luego de los
resultados del retorno de 1979. Incluso cuando juzgara positivo el lanzamiento
y desarrollo de la Contraofensiva, lo cierto es que ésta había despertado
numerosas objeciones entre los militantes, que se habían amplificado en otros
sectores críticos del exilio. Si en febrero de ese año la cúpula partidaria
había utilizado todos los resortes que tuvo a su disposición para potenciar la
enemistad con los miembros del PMA, a principios de 1980 la disidencia sería,
por lo pronto, pacífica.
Con
respecto a las características del nuevo desprendimiento, Levenson sostiene:
Prácticamente actuábamos como un bloque
independiente, que efectuaba sus propias reuniones, en las que habíamos
resuelto constituirnos en una organización cuando volviéramos a México. Por
desgracia esto no pudo pasar de las buenas intenciones, ya que lo heterogéneo
de las motivaciones que nos llevaron a rechazar la política de la Conducción
Nacional de Montoneros generaron, en cuando se intentó andar, contradicciones
de fondo que hicieron naufragar el proyecto (2000: 221).
La
nueva disidencia era más el producto de un desacuerdo con la política de la
Conducción que fruto de un programa coherente y alternativo al sostenido por
Montoneros. Evidenciaba la inviabilidad de las experiencias críticas forjadas a
partir de la organización y desde una matriz ideológica similar. Tal como lo ha
planteado Luciana Seminara (2015: 16) para el caso de la disidencia “Columna
Sabino Navarro” de 1972, Montoneros representaba un ombú con cuya sombra
impedía el crecimiento de cualquier organismo cercano. Al mismo tiempo, M17 era
la formalización de una situación que previamente se había dado en la
organización. Los disidentes habían mantenido reuniones sin la anuencia de la
Conducción para debatir los resultados de la Contraofensiva y el futuro de
Montoneros. La escisión también era resultado de estos balances.
En
abril de 1980, M17 presentaba su documento fundacional, que sería el único
programático que elaboraría (M17, 1980). Allí se daban a conocer los
integrantes de la nueva organización y se objetaban el militarismo y el
autoritarismo de la Conducción. Más efectivo en señalar rupturas que en
proponer una concepción renovadora, el documento planteaba la necesidad de
aliarse con otras fuerzas políticas para lograr espacios de legalidad que
permitieran oponerse a la dictadura en el país. A su vez, cuestionaba duramente
algunos de los preceptos que habían guiado el accionar de la organización, si
bien no abandonaba el lugar de vanguardia con el que se autopercibía
Montoneros.[32]
Los
disidentes señalaban a la Conducción como la principal responsable de los resultados
de la Contraofensiva:
Los cuestionamientos a la conducción del Partido
Montonero que hoy hacemos públicos, forman parte de nuestra propia autocrítica.
Sin embargo, haber sido partícipes de una política, no debe impedirnos señalar
la contumacia de la Conducción Nacional de Montoneros que ha obstaculizado y
finalmente impedido todo intento democrático de revisar seriamente su táctica y
estrategia. Sepan nuestros compañeros, que quienes hoy nos identificamos como
MONTONEROS 17 de Octubre, ejerceremos la más profunda autocrítica para superar
nuestros errores, en el libre ejercicio de la democracia interna que es
fundamental para el crecimiento de toda fuerza revolucionaria (M17, 1980: 2).
Sin
resignar el horizonte revolucionario, los miembros de M17 lo vinculaban al
ejercicio de la democracia interna. Democracia que era antagónica con el
autoritarismo imperante en Montoneros pero que estaba en sintonía con las
transformaciones políticas producidas en el exterior. En su intento por
diferenciarse de la cúpula partidaria, formulaban una lectura histórica
coincidente en algunos aspectos con la que había trazado el PMA. Los diez años
de trayectoria montonera eran sintetizados a través de la pugna irresuelta
entre dos “tendencias” –una política y otra militarista–. Esta interpretación
se constituiría como un antecedente nativo formidable de la figura del “quiebre
entre la militancia y la dirigencia” que analiza Daniela Slipak (2017: 41), en
tanto y en cuanto la “tendencia militarista” que era referida en el documento
nucleaba exclusivamente a los máximos dirigentes:
En el peronismo montonero han coexistido
permanentemente dos tendencias: una que hizo hincapié en el desarrollo de la
política de masas y otra que sobrevaloró la importancia de la lucha armada en la
acumulación del poder popular. La coexistencia entre ambas tendencias no
terminó nunca de sintetizarse y fue aquella última, la militarista, la que
mantuvo su preminencia en el manejo del aparato y en la conducción de la
política, con graves consecuencias para nuestro desarrollo (M17, 1980: 2).
La
historia montonera quedaba estructurada detrás de la irresolución de este
enfrentamiento endémico a su trayectoria. El binomio político-militar de la
organización era identificado como el producto de dos grupos con diferencias en
su comprensión política. Este discurso, que debe ser entendido como un acto
estratégico y performativo más que como un análisis histórico, eludía la
participación que los miembros de M17 habían tenido en la política armada de la
organización. Sin ir más lejos, Astiz, uno de los firmantes, había retornado al
país durante 1979.[33]
Prueba de la elisión de esta trama común a los militantes de M17 y la cúpula
partidaria es el fragmento que se transcribe a continuación, en el que se
observa un desplazamiento entre la primera persona del plural que recorre el
documento frente al impersonal que se desliza con respecto a las políticas
cuestionadas:
Con
el lanzamiento del MPM en abril de 1977 […] intentamos
corregir aquella política militarista y vanguardista. Pero una vez más las
correctas propuestas de masas quedaron supeditadas al inmediatismo de aquella
concepción militar errónea que confunde la lucha de clases, en la compleja
formación social argentina, con una guerra convencional entre dos ejércitos.
Con un enfoque triunfalista de la Resistencia, se decidió en 1979 en lanzamiento de la campaña de contraofensiva
popular […] pero una vez más y en esta oportunidad bajo la absoluta
responsabilidad de la Conducción Nacional de Montoneros, aquellas propuestas
fueron desvirtuadas en la práctica (M17, 1980: 4).
Si
la primera persona del plural expresaba el diseño conjunto de las políticas no
armadas (“intentamos corregir”), el impersonal marcaba un distanciamiento claro
con respecto a la Contraofensiva (“se decidió”). No obstante, las fuentes
disponibles permiten sostener que la estrategia de retorno había sido aprobada
por unanimidad entre los organismos colegiados de Montoneros (Confino, 2018c:
97-132). La responsabilización a la Conducción, entonces, era una estrategia de
los disidentes para deslindarse de los resultados de 1979.
Los
miembros de M17 no resignaban el horizonte revolucionario aunque lo
subordinaban a los avatares del proceso político en el país. Las condiciones
para la Contraofensiva no habrían estado dadas en 1979 y, por ello, se debía
avanzar en la unificación del peronismo para oponerse a la dictadura. Como
novedad, en el documento fundacional de M17 el imaginario revolucionario
convivía de una manera más explícita con la democracia como horizonte político
deseable y por ello se recalcaba la importancia de formar un “Frente Peronista
de Liberación Nacional” ya que “La lucha de la democracia para todos, sin
exclusiones ni condicionamientos, es la bandera principal de la hora” (M17,
1980: 9-10).
Para
marzo de 1980, la “lucha armada” de Montoneros había concluido.[34]
Las críticas a su accionar militar poblaron el exterior en los últimos años de
la década de 1970 y cuestionaron las concepciones bélicas del imaginario
montonero. En este marco debería entenderse la declamación de M17 de “cambiar
el concepto de ‘guerra’ por el de ‘rebeldía popular’” (M17, 1980: 11). Esta
modificación implicaba una transformación capital del paradigma montonero en la
conceptualización de la situación política argentina. Como contraparte, esta
rectificación ubicaba a la dictadura militar no como un ejército de ocupación
de su propio país, tal cual habían reflejado los documentos de la organización,
sino como un régimen político que ejercía el terrorismo de Estado contra su
población (M17, 1980: 10). Más cercano a la noción “denuncialista” del
“paradigma humanitario” que se había impuesto en el espacio exiliar, y con
notables reminiscencias a la plataforma del MPM y la experiencia del primer
peronismo, la propuesta política de M17 confluía con los cambios del contexto,
aunque rescatando el fin revolucionario.
No
obstante, las transformaciones políticas de la década naciente, las diferencias
en el ideario de sus participantes y la imposibilidad de separarse de los
resultados negativos de la Contraofensiva conspiraron contra la permanencia de
la nueva organización. Ese fracaso evidenciaría que, para constituirse en una
oposición vigente y efectiva a la dictadura, y atendiendo a las modificaciones
que se habían producido en la sensibilidad política en el exterior, la
pretensión revolucionaria dejaba de ser una opción capaz de recoger apoyos
entusiastas.
Conclusión
La
interpretación de los resultados de la Contraofensiva dividió las lealtades al
interior de Montoneros al reactualizar viejas disputas en torno a la nueva
coyuntura. El Documento de Madrid explicitó las diferencias que algunos
militantes tenían con respecto al rumbo de la organización. Amparado en una
retórica que evidenciaba la complejidad del disenso interno, el documento
cuestionó algunos aspectos centrales de la política montonera. La preservación
de la vida individual, las dudas sobre la efectividad de los métodos militares
y la necesidad de ampliar la participación al interior de la organización
fueron todas cuestiones que los resultados de la Contraofensiva de 1979
contribuyeron a hacer públicos. Todo ello, a su vez, en el marco de las
revisiones políticas más amplias que se dieron en el exterior del país. En este
sentido, y para restituir la historicidad de los últimos años de Montoneros, es
fundamental recuperar tanto las dudas que los militantes tuvieron con respecto
a su futuro como su contexto dentro de las transformaciones más generales del
exilio.
El
contexto geográfico de producción del Documento de Madrid fue uno de los
principales argumentos que utilizó la Conducción para fustigar el parecer de
los críticos. Entendido como un planteo “reformista”, amparado en el engaño que
suponía la pérdida de contacto con el contexto nacional, el Documento de Madrid
fue rebatido sin concesiones. En este esquema, devendría central la consideración
del lugar de enunciación de la crítica, connotando sentidos políticos
antagónicos entre el extranjero y la Argentina. La contestación de la
Conducción criticó los argumentos de los “tenientes” pero, sobre todo, los
desestimó por haber surgido en el exterior y no al calor de la militancia en la
Argentina.
La
cúpula partidaria refrendó su concepción revolucionaria y convalidó que no
habría límite alguno para la revolución propuesta. El “mandato sacrificial”
(Longoni, 2007) y la necesidad de
reactualizar el lugar de vanguardia con el que Montoneros se había
autopercibido a lo largo de su historia, junto con el ejemplo provisto por las
revoluciones triunfantes de Irán y Nicaragua, modelaron, a fines de la década
del setenta, la conciencia de la máxima dirigencia al respecto. Si la
Contraofensiva se había justificado en el agotamiento de la experiencia en el
exterior del país y, por consiguiente, en el temor a la dilución de la
identidad montonera, para la Conducción los cuestionamientos surgidos en el extranjero
perjudicaban los intereses de la organización. Por eso eran enjuiciados como
“reformistas”, “espontaneístas” o “seguidistas”, todas actitudes contrarias a
las que proponía la dirigencia de Montoneros y afines, además, a las que otros
exiliados publicaban en Controversia
y otras revistas exiliares.
Quienes
firmaron el Documento de Madrid y otros militantes que habían protagonizado la
Contraofensiva de 1979 pugnaron por una redefinición de algunas concepciones
que había respaldado la organización y ellos mismos, al menos, desde octubre de
1978, pero que se inscribían en la historia montonera de largo plazo, incluso
desde antes del “exilio organizado”. En la mirada de los críticos, la guerra
revolucionaria que había practicado Montoneros, primero, y la insurrección
popular armada, luego, habían alcanzado un tope concreto. Las muertes sufridas
eran la prueba material de ese tope. El documento de M17 debe ser comprendido
no solo en la coyuntura política en la que se publicitó, sino también en
relación con la historia montonera de más largo aliento –y los descontentos
acumulados con la Conducción– y con los cambios políticos que se produjeron en
el extranjero, donde muchos ex militantes contribuyeron a repensar las
coordenadas de acción política para enfrentarse al régimen militar.
La
flamante disidencia de Montoneros sumiría a la organización en una debilidad
extrema que, potenciada por las consecuencias de la Contraofensiva de 1980,
sellaría su desarticulación final. Dicha desarticulación evidenciaba y condensaba
transformaciones políticas más generales que se habían producido en el
extranjero, y que habían implicado un rechazo general a los métodos militares
de la política y una revalorización de las prácticas y horizontes democráticos.
En esa dirección, M17 enfatizaba la necesidad de orientar sus objetivos
políticos en la lucha por la “democracia de masas” relegando el horizonte
revolucionario a un tiempo futuro. En el decir de los disidentes, de lo que se
trataba era de modificar la concepción de “guerra” que había imbuido el
imaginario político montonero desde sus comienzos, por la de “rebeldía popular”
que, si bien continuaba concibiendo a la dictadura como enemigo, la posicionaba
como un estado terrorista y no como un ejército de ocupación.
M17
no prosperaría como proyecto político durable. Entre sus razones, sobresalen la
heterogeneidad de sus miembros, a los que los unía más el rechazo hacia la
Conducción que la conformación de un programa político alternativo, y la
dificultad para distanciarse políticamente de la organización que habían
abandonado. Por su parte, la Conducción, en su momento de mayor debilidad pero
igualmente inscripta en su propia matriz ideológica, decidió refrendar
nuevamente un segundo retorno, votado en enero de 1980. Dicho proceso, y sus
trágicas consecuencias, marcarían el final de Montoneros como proyecto
político.
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Peronismo
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una alternativa Peronista Montonera Auténtica.
Partido
Montonero (1979). Sobre la deserción de cinco militantes del Partido y cuatro
milicianos en el exterior.
Ante la
crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de superación (1979).
Partido Montonero
(1980). Boletín Interno N° 13.
Montoneros 17
de octubre (M17) (1980).
Otros
documentos
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“Bittel”
(1979). Clarín.
“La CUTA
expresó su repudio por el atentado subversivo” (1979). Clarín.
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(1977). “Presentación en Roma del Movimiento Peronista Montonero”, El País, España.
Entrevistas
Gloria
Canteloro (2015). Entrevista con el autor.
Víctor Hugo
Díaz (2016). Entrevista con el autor.
Jorge
Lewinger (2016). Entrevista con el autor.
Roberto
Perdía (2016). Entrevista con el autor.
Recibido: 3 de Junio
de 2019
Aceptado: 15 de Julio
de 2019
Versión Final: 26 de Julio de 2019
[1] A Juan Suriano, in memoriam.
[2] Agradezco los comentarios de los
integrantes del Núcleo de Historia Reciente del Instituto de Altos Estudios
Sociales de la Universidad Nacional de San Martín y los realizados por los
evaluadores designados por la revista.
[3] Se
utilizará “Conducción” en referencia al máximo escalafón de la dirigencia de
Montoneros compuesto, desde el lanzamiento de la Contraofensiva, por Mario
Firmenich, Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja, Horacio Mendizábal, Eduardo
Pereira Rossi y Horacio Campiglia (Evita
Montonera 23, 1979). Haciendo la
salvedad de su origen “nativo”, en adelante su uso prescindirá de las comillas.
[4]
“Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de
superación” (Ante la crisis del Partido), en “Boletín Interno N° 13” (Boletín
13), febrero de 1980. El documento fue conocido entre los protagonistas como
“Documento de Madrid”. En adelante, y haciendo la salvedad de su origen
“nativo”, el nombre prescindirá de las comillas.
[5]
La única excepción en este punto la constituye Confino (2018c). También pueden
rastrearse algunas referencias tangenciales en escritos de corte testimonial
(Bernetti & Giardinelli, 2014; Levenson, 2000).
[6]
Entre los estudios clásicos que conforman el corpus sobre exilios políticos se destacan aquellas investigaciones
que inquirieron en las transformaciones subjetivas de los desterrados. La
pregunta por el origen de la militancia por los derechos humanos estuvo en
el centro de estas producciones. Como
unidad de análisis, estas aproximaciones tomaron las geografías nacionales de
los países receptores. Estos trabajos no ahondaron por lo general en las
características precisas de un exilio orgánico como el de Montoneros. Así, el
exilio fue examinado, con distintos grados de complejidad, en relación con el
surgimiento de la política humanitaria (Franco, 2008; Jensen, 2007, 2010;
Yankelevich, 2004, 2010). En los últimos años, nuevos abordajes que se han
valido de las investigaciones clásicas han trascendido la definición de exilio
en tanto efecto represivo y han incluido dentro de sus objetivos el estudio de
las experiencias exiliares de las organizaciones políticas revolucionarias –no
armadas– y del activismo cristiano a
escala internacional (Casola, 2014; Catoggio, 2014,
Mangiantini, 2017 y Osuna, 2014).
[7] Roberto
Perdía, ex número dos de la organización, sostiene: “Efectivamente, producido
el golpe entendimos que el peronismo había cerrado una etapa y estábamos
trabajando en el tema del Partido Montonero y los montoneros como identidad y
eso dura desde abril hasta septiembre del 76. En el medio hay un consejo,
trabajamos sobre esa tesis entre abril y septiembre y en septiembre la
revisamos la tesis y ahí empieza la retirada […] Y entonces creo que en el
consejo de septiembre revisamos el planteo y planteamos la idea de recuperar
las banderas peronistas.” (Roberto Perdía [2016]. Entrevista con el autor).
Véase también Baschetti, 2001: 253.
[8] Roberto Perdía (2016).
Entrevista con el autor.
[9] MPM (1977). “Documento de
Roma”. Los “ocho puntos” del programa del MPM tenían una orientación
democrática en tanto y en cuanto exigían –además de la renuncia de Alfredo
Martínez de Hoz, Ministro de Economía de la dictadura hasta 1981– la
rehabilitación de los partidos políticos y de la Confederación General del
Trabajo (CGT), la liberación de los presos políticos, las listas de los
desaparecidos por la dictadura, la desarticulación de los “campos de
concentración” y, finalmente, la “convocatoria a elecciones generales” (MPM
(1977). Documento de Roma). Sobre la tensa relación entre las identidades
peronista y montonera véase Otero (2019) y Slipak (2015).
[10] Sanabria, M.,
“Presentación en Roma del Movimiento Peronista Montonero”, El País, 22 de abril de 1977.
[11] Presumiblemente también
habrían influido en este cambio estratégico las apreciaciones críticas que
Rodolfo Walsh había hecho llegar a la Conducción (Otero, 2019: 204 y ss.).
[12] Partido
Montonero (1979). Sobre la deserción de cinco militantes del Partido y cuatro
milicianos en el exterior.
[13]
En 1977 surgió Debate (Roma); en
1979, Confluencia. Hacia una confluencia
revolucionaria por el socialismo y la libertad (Estocolmo); en 1980, Testimonio Latinoamericano (Barcelona) y
El diente libre. Es de leche pero muerde (Estocolmo)
y en 1982 la más tardía Divergencia (París)
(Ponza, 2010).
[14]
En este punto podría pensarse en una matriz común entre las críticas de la
disidencia “galimbertista”, centradas en el militarismo y el autoritarismo de
la organización, y de las de otros exiliados que no formaron parte de la
organización.
[15]
Para la réplica del MPM al artículo de Casullo, véase (Baschetti, 2014: 88-90).
[16]
Vaca Narvaja había partido al exterior en 1977 e integró la Secretaría de
Relaciones Exteriores del MPM. Dri fue diputado durante el gobierno de Cámpora.
Detenido en Uruguay en diciembre de 1977, recuperó la libertad a través de una
fuga en julio de 1978. Desde ese momento permaneció en el exterior. Díaz,
pareja de Dri, militó entre 1969 y 1973 en la Juventud Peronista de Chaco. A
partir de 1979, se integró a la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU).
Bonasso salió al exterior en abril de 1977 y se incorporó al MPM. Pablo Ramos
pertenecía a la Secretaría de Relaciones Exteriores del MPM. Finalmente, Gerardo
Bavio, ex intendente de Salta durante el gobierno de Cámpora, tuvo
participación en el Partido Auténtico y en 1977 se integró al MPM (M17, 1980).
[17]
Sobre la disidencia galimbertista, además del trabajo de Slipak (2017) y el de
Larraquy & Caballero (2000), debe verse su documento fundacional: Peronismo
Montonero Auténtico, “Algunas reflexiones para la construcción de una
alternativa Peronista Montonera Auténtica”, 9 de junio de 1979.
[18] Este tipo de discurso
también puede rastrearse entre otros militantes montoneros que, sin poner en
duda su pertenencia, tuvieron inquietudes sobre la marcha de la Contraofensiva
(Baschetti, 2014: 160).
[19]
Sobre el entendimiento militar que Montoneros hizo de su oposición a la
dictadura en los primeros meses de 1976, véanse los trabajos de Salas (2006,
2014) y Lorenz (2018).
[20]
Este discurso exitista tuvo su manifestación, por ejemplo, en la fórmula “El
tren de la victoria” con la que Perdía, número dos de la organización, convocó
a los exiliados argentinos en España a integrarse a la Contraofensiva (Falcone,
2001; Zuker, 2010).
[21]
Gloria Canteloro (2015). Entrevista con el autor.
[22] Jorge Lewinger (2016).
Entrevista con el autor.
[23]
Con respecto a las reacciones, véase “Bittel”, Clarín, 29 de septiembre de 1979, p. 3 y “La CUTA expresó su
repudio por el atentado subversivo”, Clarín,
14 de noviembre de 1979, p. 4.
[24] Para un análisis
pormenorizado sobre el “vanguardismo” de Montoneros véanse Salas (2014) y
Slipak (2015).
[25]
Por ejemplo, Daniel Vaca Narvaja y Pablo Ramos eran integrantes de la
Secretaría de Relaciones Exteriores del MPM.
[26] En junio de 1978, y con la
firma de Firmenich, el Consejo Superior del MPM había dado a conocer su
documento “La reunificación, transformación y trascendencia del peronismo”
(Baschetti, 2014:158-173). Allí Montoneros instaba a constituir un frente con
el resto del peronismo. No obstante, por la negativa de los otros integrantes
del movimiento, la idea de la unificación se abandonó con el inicio de la Contraofensiva.
[27]
“[…] lo mejor y lo peor de la actual situación es que estamos solos: no hay en
la realidad política actual nadie en condiciones de ofrecer una solución
superadora” (Boletín 13, 1980: 11).
[28]
Un razonamiento análogo expresa Firmenich en la entrevista con Cristina Zuker:
“Nosotros nunca tuvimos la voluntad de dejar de luchar. ¿Y en el 76, en el 77?
Caían siete compañeros por día. La Contraofensiva es un juego de niños al lado
de eso” (2010: 242).
[29] En este mismo sentido se
expresa Perdía: “Yo creo que había percepciones distintas en cuanto al futuro,
de todo lo que estaba pasando, a dónde iba la dictadura, de cuál iba a ser la
salida, de la mezcla entre la socialdemocracia como aliado y la
socialdemocracia como mentor, que son dos cosas distintas. Para muchos
compañeros que habían vivido mucho tiempo en Europa, la socialdemocracia era
casi la forma de vida. Un modelo a imitar […] Yo creo que algo había en la
organización, ese algo se multiplica con la derrota” (Roberto Perdía [2016].
Entrevista con el autor).
[30]
Rene Chavez fue diputada por Neuquén durante el gobierno de Cámpora. En 1977 se
integró a la rama femenina del MPM. Sylvia Bermann también era del MPM pero
militaba en la rama de profesionales, intelectuales y artistas (M17, 1980).
[31] Si bien los documentos de
la inteligencia militar no deben ser tomados necesariamente como verídicos,
sobre este informe del Batallón 601 se expresó Bonasso, quien participó de los
sucesos que el documento relata y sostiene que “Lo único gordo que se le pasa es
la reunión de Managua, de marzo de 1980, donde se parte en dos el Consejo
Superior del MPM. Registra la agitada reunión y sus conclusiones, pero admite
que no sabe en qué país latinoamericano fue realizada” (Bonasso, M., “Lo que
sabía el 601”, Página 12, 25 de
agosto de 2002). Sobre el tratamiento de los documentos de inteligencia véase
Da Silva Catela (2007).
[32]
Así se expresaba Jorge Gadano –exiliado en México e invitado a participar en
M17– en una carta al diario Unomásuno,
con motivo de la presentación de M17. Para el periodista, M17 no proponía
ninguna divergencia seria con Montoneros sino que era una continuidad
ideológica con otra dirección política (Gadano, 1980).
[33]
Slipak (2015) demuestra cómo en la constitución identitaria de Montoneros el
imaginario bélico estuvo presente desde sus primeras formulaciones y fue
estructurante del espacio político conformado. Permite, por tanto, descartar de
plano la imagen de una organización partida entre sectores no armados y
militaristas.
[34] Montoneros estructuró dos
grupos de acción militar para 1980 pero, luego de que todos los miembros del
primero fueran prontamente secuestrados por la dictadura, el segundo fue
desarticulado por la propia organización (Víctor Hugo Díaz [2016]. Entrevista
con el autor).