Debates
actuales en torno a la economía del Principado, la crisis y las
transformaciones en el período tardío
Current
debates around the economy of the Principality, the crisis and the
transformations in the late period
Rodolfo
Lamboglia
Resumen
El trabajo intenta reunir la
mínima información necesaria sobre la mayor cantidad de cuestiones posibles
referidas a la economía del Principado. Se presenta una acotada síntesis
historiográfica de los enfoques y debates suscitados entre “modernitas” y “primitivistas”,
y de la perspectiva de análisis de algunos representantes del amplio espectro
de la historiografía marxista. Se presenta también un sumario estado de la
cuestión sobre la crisis de los siglos II y III, los “finales” de la villa
esclavista y el colonato tardío.
Palabras claves: villa esclavista; campesinos; fiscalidad; colonato; crisis
demográfica.
Abstract
The
work tries to gather the minimum information necessary on the greater amount of
possible questions referred to the economy of the Principality. It presents a
limited historiographical synthesis of the approaches and debates raised
between "modernists" and "primitivists", and from the
perspective of analysis of some representatives of the broad spectrum of
Marxist historiography. It also presents a summary state of the question about
the crisis of the 2nd and 3rd centuries, the "endings" of the slave
village and the late colonato.
Keywords: villa esclavista; campesinos; taxation; colonato; demographic crisis.
1.- La historiografía: horizontes teóricos y los modelos
interpretativos:
El historiador francés J-M. Carrié sostiene que si se pretende
caracterizar la economía del Principado, resultan determinantes las preguntas y
los conceptos que se formulen, además de que sería necesario insertar las
evidencias en un modelo explicativo. También afirma que durante buena parte del
siglo pasado el debate en torno a la cuestión ha sido sostenido principalmente
entre “modernistas” y “primitivistas” (Carrié & Rousselle 1999: 513-514).
Los primeros se
inscriben en la tradición empírica, que ante la ausencia de perspectiva teórica
proyecta sobre la economía antigua las realidades de la economía moderna[1]. Su origen se encuentran
en la historiografía alemana del siglo XIX, fortalecida luego por la obra de
Majaíl Rostovtseff (1870-1952)[2] y replicada por la edición
de la Cambridge Ancient History (XII,
1) de 1961, en la que A. Oertel sostenía cosas tales como que la prosperidad
económica, producto de la configuración del Imperio, permitió el desarrollo de
los intercambios, favoreciendo la formación de una burguesía urbana. La
expansión habría durado un siglo y medio, pues a partir de Adriano se iría
imponiendo un “absolutismo militar” que operó contra los “intereses de la
burguesía y sus privilegios” (Carrié & Rousselle, 1999: 517).
La interpretación
“primitivista”, relanzada por Finley y mantenida en la actualidad por sus
seguidores, reconoce las enormes diferencias existentes entre la economía
industrial moderna y la antigua, especialmente por la ausencia de un mercado
global auto-regulado. Siguiendo el planteo de Weber basado en cierta
perspectiva de la psicología social, Finley sostuvo que era en la mentalidad
del gran propietario romano donde residían las razones del bloqueo económico
debido a su tendencia al consumo, el gasto suntuario y la carencia de
racionalidad económica en el manejo de la empresa agrícola, comercial o
“industrial”[3].
Por el lado de
los historiadores marxistas la clave de la economía antigua ha consistido en
identificar el modo de producción dominante y analizar los distintos aspectos
vinculados al desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones y
conflictos en las relaciones de producción, en particular de las distintas
formas de explotación de los esclavos y los trabajadores libres.
En relación a
este amplio y heterogéneo horizonte teórico, en la segunda mitad del siglo
pasado se cuentan los trabajos influyentes de la historiografía de la ex URSS,
desarrollados en el marco de la Academia de Ciencias, con una exponente
destacada en relación a la economía del Imperio, la historiadora E. M.
Staerman, que junto a M. K. Trofimova produjeron un hito de la historiografía
antigua con su libro La esclavitud en la
Italia imperial[4]. El acento estaba puesto en el análisis
de las relaciones esclavistas en el marco del funcionamiento y los límites del
sistema de la villa.
Por el lado
alemán, el interés por la economía y los sistemas de explotación esclavistas en
la antigüedad, corrieron prioritariamente por cuenta de la Komision für Alte
Geschichte de Mainz, dirigida por J. Vogt[5].
En el ámbito del
marxismo anglosajón cabe destacar a G. E. M. de
Ste. Croix. Su monumental obra La
lucha de clases en el mundo griego antiguo, incluyó extensos apartados
dedicados al análisis de las relaciones sociales y la explotación de esclavos y
campesinos durante el Imperio y el período tardío[6]. También cabe mencionar a
Perry Anderson, que aún sin ser un historiador de la antigüedad, en su momento,
con su libro Transiciones de la
Antigüedad al feudalismo, basado en la idea del feudalismo como “síntesis”,
estimuló la polémica y los debates (Anderson, 1974-1979).
En la
historiografía francesa sobresale la Universidad de Besanςon, donde se formó el
grupo GIREA (Groupe International de recherches sur l´Esclavage dans
l´Antiquité), que durante mucho tiempo, bajo la dirección de Jacques Annequin,
se enfocaron en el análisis de todo lo referido a la esclavitud y otras formas
de dependencia no esclavistas. Un miembro de dicha Universidad, Pierre Dockés,
sin ser especialista en el mundo antiguo, contribuyó con dos obras muy
influyentes en lo que respecta a la economía del Imperio y el modo de
producción esclavista; una traducida al español, La Liberación medieval (1979-1984) y la otra, Sauvages et ensauvages (1980) que trata de las revueltas de
esclavos y campesinos (bagaudas) de
los siglos III y V, pero que el autor vincula directamente con su hipótesis de
“los finales” del sistema esclavista.
En Italia se destacan los Seminarios del Instituto Gramsci, cuyos
participantes identificados con el denominado neo-marxismo italiano,
conformaron un verdadero grupo de estudio que desde finales de la década de los
70 del siglo pasado se propuso una tarea que implicaba avanzar desde la
perspectiva teórica de un marxismo crítico[7].
La definición de la economía antigua ya no se hará por su semejanza o distancia
con un sistema capitalista asumido como modélico, sino a partir de conceptos
que precisamente delimitan su especificidad. Las
sociedades antiguas serán circunscriptas al concepto de sociedades precapitalistas,
derivado de los análisis de Marx y su concepción de la historicidad de las
relaciones sociales como históricamente determinadas. Concebían al conjunto
social como un sistema, es decir, un conjunto orgánico de diversos componentes
que se relacionan de manera específica en su propio contexto histórico. El
grupo consideraba que entre los siglos II a.C. y el II d.C. el elemento
determinante de la economía estaba dado por las relaciones esclavistas, pero
que coincidían en el tiempo y el espacio con otras relaciones sociales y
diferentes formas económicas. Las otras formas de explotación y propiedad no
serían consideradas residuales, sino orgánicas y complementarias, plenamente
funcionales al modo de producción esclavista[8]. Si bien los miembros del
grupo no dejaban de considerar el predomino del valor de uso en la economía
antigua, admitían que debido al “peculiar carácter de la sociedad romana” se
dieron formas parciales de desarrollo a partir de procesos de acumulación limitados,
“al menos en ciertos períodos de su historia”, elemento clave para entender el “carácter dual” de la economía
romana[9]. Si en los comienzos el
foco de interés estuvo puesto en el auge de la villa esclavista en Italia[10], el análisis se fue
desplazando hacia la época tardoantigua y la decadencia de esta forma económica
específica junto al surgimiento de nuevas relaciones sociales y nuevas formas
de explotación, es decir, se fue poniendo el acento en los fenómenos de transformación
más que en factores estructurales, quizás, como afirma Duplá, a partir de un
reconocimiento de la mayor dificultad de plantear formulaciones sintéticas para
un período complejo y con una marcada diversidad regional (Duplá 2001: 125). El grupo planteó la necesidad de un
diálogo dinámico entre la historia y la arqueología, el trabajo
interdisciplinar y el debate con representantes de otras tradiciones
historiográficas. La tarea supuso superar las limitaciones del
acercamiento tradicional al estudio de la economía antigua como campo de
batalla entre «modernistas» y «primitivistas» y la polaridad entre «ciudad
consumidora» frente a «ciudad productora»; imperialismo ofensivo y consciente
frente a defensivo, todos conceptos que, consideraban, debían ser reexaminados[11].
Merece una mención particular la renovación metodológica tendiente a
invertir el sentido del trabajo del historiador. En lugar de partir de un
análisis globalizador del Imperio y su funcionamiento económico, la propuesta
consistió en partir de estudios regionales, para pasar luego al análisis de sus
interdependencias.
Por su parte
Garnsey y Saller sin adscribir a un preciso encuadramiento teórico, definieron
la economía del Principado como subdesarrollada debido a que “las masas vivían
en el nivel de subsistencia o cerca de él”; la agricultura era el principal
objetivo de las inversiones y fuente de riqueza; la demanda de manufacturas era
escasa pues buena parte del consumo se satisfacía localmente con artículos
fabricados por modestos artesanos o en casa; el comercio “recibía parte del
capital que no encontraba salida en la industria”, y si bien era una actividad
lucrativa, “los riesgos eran altos y los medios de transporte atrasados”. Los
autores admiten que con la llegada de Augusto al poder se logró un gobierno
“relativamente estable” que permitió cierto crecimiento ya que la ampliación
del territorio “agrandó los horizontes económicos del Imperio”. Afirman que
después de la paz Romana, “aparte de las guerras civiles de 68-69 y 192-193 y de
la peste en tiempos de Marco Aurelio, el Imperio sufrió pocas calamidades
importantes hasta mediados del siglo III.
También
fueron realmente importantes para avanzar en la comprensión de la especificidad
y el funcionamiento de la economía del Principado, los numerosos trabajos de K.
Hopkins, que sin adscribir al marxismo o la tradición empírica, se inclinó por
la metodología cuantificadora de la sociología y la historia comparada
(Hopkins, 1978; 1980; 1983).
1.I La crisis y el “final de la antigüedad”:
Una
cuestión muy debatida respecto a la economía del Principado es el de la
denominada “crisis del siglo III”[12]. Con sus respectivos
argumentos, tanto modernistas como primitivistas tendieron a caracterizar la
economía del período tardío como una degradación de la etapa precedente. En
ambas versiones se destaca, aunque con argumentos distintos, la incidencia del
Estado como factor de la crisis. Por su parte, los historiadores marxistas se
han centrado más en determinar las razones y los límites del modo de producción
esclavista, así como la caracterización de las nuevas relaciones de producción.
En la versión
modernista de Rostovtseff, desarrollada en el capítulo XII de su obra Historia social y económica del Imperio
Romano, afirmaba que el Imperio había propiciado la formación de una
burguesía promotora de una economía urbana, caracterizada por el individualismo
y la empresa privada, alentada por una política gubernamental de
“laisser-faire, laisser aller”, dinamizada por el empleo de métodos
capitalistas, y por la progresión de un espacio económico más y más
descentralizado que estimulaba la producción, los intercambios y la
civilización urbana. Sin embargo todo ello sólo habría producido resultados
cuantitativos, pero no cualitativos, imponiendo límites a su desarrollo,
especialmente a partir de ciertos emperadores que promovieron la instauración
de un “socialismo de Estado”, es decir, un funcionamiento económico a favor de
sus intereses y no de los individuos. Esta tendencia, desarrollada a partir de
Adriano, se habría profundizado con la dinastía de los Severos y los
emperadores del siglo III, especialmente los de la denominada “anarquía
militar”. El Estado y los ejércitos, integrados por las masas campesinas,
habrían actuado en función de sus intereses destruyendo la vida urbana y el
desarrollo de la incipiente burguesía del momento, proceso que ni siquiera pudo
ser revertido por las buenas intenciones de Diocleciano y Constantino. Hay que
tener en cuenta que Rostovtseff era un aristócrata ruso que huyó de su país en
1918 espantado por el estallido de la revolución bolchevique[13].
Para Finley
y sus seguidores, en el período tardío (en general siglos III-V) la economía
antigua habría experimentado una
regresión a formas económicas aún más primitivas que las del Alto Imperio
(siglos I-II): disminuye el excedente producido por los campesinos y la ciudad
de consumidores profundiza su parasitismo de la agricultura del territorio al
tiempo que pierde progresivamente las limitadas funciones productivas que había
desarrollado en un contexto más propicio[14]. El Estado romano tardío
reaccionó ante los problemas (guerras, bandidismo, baja de la producción,
abandono de las tierras etc.) aumentando la presión fiscal, propiciando con
ello el abandono de las ciudades por parte de las elites que se refugian en sus
propiedades y extienden su patrocinio sobre los campesinos[15]. Deviene así una especie
de economía natural, y las grandes propiedades funcionan como un oikos autárquico, atentando así contra
la formación de fortunas monetarias y la economía urbana en general[16].
En los años 1930-50, debido a una
clara influencia del contexto, los cambios fueron explicados como resultado del
paso de una economía libre (siglos I-II d.C.) a una economía dirigida (siglo
III y posteriores), lo que no es otra cosa que la proyección de la visión
modernista sobre la crisis (Carrié & Rousselle, 1999: 517).
Algunos
historiadores contemporáneos han planteado reservas respecto a ciertos factores
o testimonios sobre la crisis[17]. Pos ejemplo, ha sido
puesta en cuestión la importancia de un factor clave, como la epidemia
(aparentemente de viruela)[18], que desde mediados de
los años 160 se propagó por ciertas regiones orientales durante unos 25 años, y
más tarde la denominada “peste de San Cipriano”, que en torno al año 250 habría
afectado algunos territorios de África[19]. Carrié rechaza las
generalizaciones que suelen hacerse sobre el tema a partir de las evidencias
regionales y que se dé por supuesto el impacto demográfico relacionándolo con
cualquier acontecimiento del período generando argumentos de carácter circular:
baja demográfica, reducción del área de producción, caída de la recaudación,
dificultades para afrontar los gastos, aumento de las emisiones de monedas
degradadas, etc. Así mismo advierte que las provincias occidentales de Britania, Hispania o África prácticamente no fueron afectadas por los
problemas del momento (1999: 523). También relativiza los testimonios
literarios aportados por escritores cristianos como Dionisio de Alejandría,
Cipriano, Eusebio, Orosio, pues según afirma, se inscriben en unos discursos
que explotan los temas catastrofistas con una intención ideológica precisa en
un contexto de persecuciones (siglo II a primera década del IV). Carríé se
inclina por una caracterización de tipo “minimalista”, pero contraponiendo
argumentos igualmente opinables, como por ejemplo que ciertos acontecimientos
del período no tienen relación con una presunta crisis demográfica, pues si
hubiera sido tan grave la caída de la población, y por lo tanto, de la
recaudación, no se logra entender cómo Septimio Severo pudo aumentar los
efectivos militares junto con la paga y los donativos (que Diocleciano volvería
a aumentar a finales del siglo III)[20]. Sin embargo el
historiador francés no tiene en cuenta la posible impericia de ciertos
emperadores, o bien que los peligros y las urgencias del momento pudieron haber
incidido para que algunos de ellos tomaran decisiones sin contar con el tiempo
ni la información necesaria para evaluar correctamente sus consecuencias. Es
verdad que los efectivos militares aumentaron, pero también es cierto que un
buen porcentaje procedía del reclutamiento de bárbaros[21]; también es cierto que se
aumentó la paga, pero para hacerle frente se recurrió al pago en especie o al
mecanismo de multiplicar los medios de pago (monedas) degradadas (devaluadas),
que a su vez tuvo el efecto poco conocido y previsible del aumento
significativo de los precios. Resulta más relevante su insistencia en la
necesidad de considerar las diferencias regionales y evitar las
generalizaciones: se refiere a “l´insolente
prospérité africaine”, a la estabilidad de Hispania[22],
o la “reconversión” de
la producción en Italia. También menciona el freno a la
devaluación monetaria
con las medidas de Diocleciano y Constantino, o la recuperación
de la
población, de la producción y la estabilidad financiera
hacia finales del siglo
III. En función de todo ello, según Carrié,
deberíamos “gardons-nous de
généraliser”
(Carrié & Rousselle 1999: 534).
Dejando
de lado la pertinencia o no de la conceptualización de “crisis”, es innegable
que se trató de un período (final del siglo II y a lo largo del III)[23], en el que se
multiplicaron los problemas que profundizaban sus efectos negativos a medida
que repercutían unos sobre otros: la caída de la recaudación (por la baja
demográfica y de la producción, los boicots, el acaparamiento y las evasiones),
disminuyó los ingresos fiscales acentuando la crisis financiera del Estado
imperial. Este desfinanciamiento generó dificultades para pagar a los
ejércitos, promoviendo su malestar e indisciplina, que entre otras cosas se
manifestaba en un brutal comportamiento cuando eran movilizados por los
territorios provinciales, en los que se volcaban al saqueo y las confiscaciones
(Lo Cascio 2009, 287-296). La escasez de productos hizo que aumentaran los
precios, también incentivado por las sistemáticas devaluaciones monetarias. La
constante presión de los bárbaros sobre las fronteras, a veces con una
sospechosa coincidencia para actuar al mismo tiempo en distintas zonas (Le
Bohec, 2009: 219-252), sumado a las rebeliones militares y los golpes de
estado, resultaron decisivos para que en el período 235-284 asumieran el poder
casi la misma cantidad de emperadores que en la etapa anterior, desde Augusto
en adelante[24].
Otros problemas no menos importantes fueron las fugas de esclavos y campesinos,
muchos de los cuales se volcaban al bandidismo; las secesiones provinciales (en
la Galia y Palmira), o el conflicto con los cristianos. Igual debe admitirse
que los problemas tuvieron un carácter regional, afectando principalmente
ciertos territorios de Oriente, Asia Menor, Egipto, Cartago, o las provincias
del limes.
2.- Aspectos generales de la economía del Principado (siglos
I-II):
Según afirman Garnsey y Saller, la
caracterización de la economía antigua debe hacer frente al problema de la
ausencia total de datos estadísticos (1987-1991: 57), como por ejemplo los
referidos a variaciones demográficas, volumen del comercio, administración de
recursos públicos (ingresos/gastos), etc[25]. Aún así, como resultado
de la intensa tarea arqueológica de las últimas décadas, hoy en día se cuenta
con abundante evidencia material: monedas y cerámica; construcciones vinculadas
a la infraestructura como carreteras, puentes y puertos; servicios urbanos,
demostrativos de la capacidad de inversión; centuriaciones fosilizadas; minas y
canteras; barcos naufragados y sus cargas; molinos de agua, prensas de aceite y
vino, recipientes de garum, pesas,
ejes de telar y herramientas; restos de villae,
casas urbanas, conventillos, necrópolis y mausoleos; papiros e inscripciones
epigráficas, etc., información que puede ser cuantificada y analizada
sistemáticamente. Corbier (2008: 396-397), ha formulado la siguiente síntesis
de los aspectos generales de la economía del Principado:
(1)
Una economía básicamente rural con un marco urbano. Esta economía suministra
los recursos operativos y de otro tipo al Estado, más o menos estables en
tiempos de paz, pero que fluctúan enormemente en tiempos de guerra, más aun
cuando el Imperio es invadido. El Estado, encarnado en la persona del
emperador, es responsable de la defensa militar, de mantener los suministros a
la ciudad capital. Para ello la autoridad política operó en una amplia gama de
dimensiones: una economía monetaria (para abastecer a las ciudades y recaudar
impuestos); donaciones voluntarias o compulsivas; impuestos en especie, así
como en dinero, pero también requisas y confiscaciones; control imperial
directo de importantes sectores de actividad económica (propiedades imperiales,
minas, saltus, etc.). A la par
funcionaba una economía mínimamente monetizada basada en gran medida en la
subsistencia, en pagos y compensaciones en especie, en el trueque y el
intercambio de servicios.
(2)
Una economía basada en una organización del espacio a gran escala y del
movimiento de bienes; el ejército cerca de las fronteras y la paz en las
provincias; el comercio en la región mediterránea que combina la prioridad de
abastecer Roma y sus ciudadanos con transacciones que alcanzan todo el Imperio
(con la exportación de productos mediterráneos a las fronteras y la importación
de productos desde las fronteras y más allá, hasta el Mediterráneo); todo ello
con importantes disparidades en el nivel de desarrollo de las diversas regiones.
(3)
La yuxtaposición de muchas células (las ciudades y sus territorios) que vivían
principalmente de sus propios recursos con un alto grado de autonomía.
(4)
Una economía basada en una conjunción variable de trabajo esclavo y libre.
2.I La población
Se ha
estimado que para el siglo II la población del Imperio rondaba los 70 millones
(Carrié & Rousselle, 1999: 521), recordando que para entonces 4/5 de la
población era rural, y su producción era necesaria para sostener al 1/5
restante[26].
Entre los factores que incidieron en los niveles de la población (además de la
guerra y las invasiones) habría que contar dos eventos importantes: la
denominada “plaga antonina”, que golpeó distintas áreas del Imperio, en
particular orientales, desde el 165 (con réplicas en los años sucesivos) y la
denominada “peste de San Cipriano”, que impactó específicamente en territorios
de África a mediados del siglo III. En su momento Niebuhr (1776-1831)[27] estimaba que la población
se había reducido en un 50%. Las evidencias reportadas por un conjunto de
papiros provenientes de algunas aldeas del Fayum (una depresión muy fértil, en
la margen izquierda del Nilo, entre Menphis
y Arsinoe), permite estimar que la
población del Imperio descendió de 70 a 50 millones. En la actualidad, datos de
otras zonas de Egipto (Terenuthis y Thmouis, en el Delta del Nilo) permiten
calcular entre 1/5 y 1/3 las pérdidas locales a finales del siglo II, aunque
sigue estando en discusión el nivel de generalización a partir de estos
registros regionales (Carrié, 1999: 521; Lo Cascio, 2012).
Otros
factores que afectaron los niveles de la población rural y las áreas de cultivo
fueron: a) la huída de los campesinos (abundantes testimonios epigráficos al
respecto); b) el bandolerismo (de los bagaudas
en Galia e Hispania a finales del siglo III, endémico en Egipto entre 165 y
172 por parte de los pastores boukoloi y
situaciones similares en Asia Menor, Siria o Judea)[28]; c) la anachoresis por razones fiscales, que
cuenta con recurrentes evidencias en las aldeas egipcias y d) el sistema del
colonato tardío (que tendió a empeorar las condiciones de los campesinos
(Corbier, 2008: 398-399).
2.II La producción agrícola
Los
romanos distinguían entre tierra de cultivo (ager, fundus) de tierra
de barbecho (saltus) y bosque (silva). La evidencia sobre métodos de
producción intensiva (drenaje e irrigación, expansión del cultivo de arbustos,
introducción de nuevos cultivos, etc.) junto a ciertos avances tecnológicos
“sugieren que la imagen de la productividad estancada de la tierra, en una
época en que el crecimiento solo podía provenir de la expansión del área de
cultivo, debe ser revisada” (Corbier, 2008: 400). La datación de los molinos de
Barbegal (a 7 km al este de Arlés, en la entrada del valle de Les Baux, en
Provenza) para el período de los Antoninos, o los molinos del Janículo en la
Roma del siglo III, sumado al descubrimiento de los molinos de agua del siglo
II en la villa de la región de Var al
sur de Francia, han alterado notablemente la visión tradicional de que el
dominio del poder del agua no se habría logrado hasta la Edad Media.
El riego fue muy
utilizado en las zonas desérticas como los valles del Nilo, Orontés y Éufrates,
pero poco utilizado en Occidente hasta que los árabes lo difundieron en España.
Los romanos se destacaron por las obras hidráulicas para drenaje en la Narbonensis y Britania; en el norte de África eran conocidos los métodos para
compartir el agua de riego canalizada.
La formación del
Imperio integró zonas de cultivos típicamente Mediterráneos como el trigo, la
vid y el olivo (cuyo consumo se extendió por otras regiones), con aquellas de
clima diferente en donde la producción se basaba en cereales y ganado (centro y
norte de Europa) y zonas semidesérticas (corredor Sirio-Pelestino) que
combinaban el pastoreo con cultivo de cereales, higos, dátiles, etc.
La cría de ganado
(fuente de carne, lana y cuero) se practicaba de distintas maneras: a) la cría
con la agricultura mixta; b) el pastoreo junto a una agricultura sedentaria
(que implicaba diversas formas de trashumancia); c) la ganadería en sociedades
típicamente pastoriles, como en Próximo Oriente y el norte de África[29].
Una
actividad complementaria, pero explotada económicamente de manera intensiva,
fue la minería y las canteras (Corbier, 2008: 400-406).
2.III Las ciudades
“Las
ciudades constituyen el segundo elemento de la economía romana”[30]. El “éxito económico” de
Roma no tiene precedentes en las sociedades anteriores a la Revolución
Industrial en lo que respecta a la tasa de urbanización y el volumen del
ejército. Dejando de lado la ciudad de Roma, por su carácter excepcional con un
millón de habitantes, la población de Italia residente en núcleos urbanos de
unas 10.000 personas, puede calcularse en un 9%, (con Roma alcanza el 22%). La
tasa de población aumenta notablemente (32%) si se consideran núcleos urbanos
de unos 2.000 habitantes[31]. La cifra “promedio” de
20% no se vuelve a alcanzar en Europa hasta el siglo XIX[32]. Otras ciudades
importantes del siglo I d.C. fueron Antioquía y Alejandría, con medio millón
cada una, además de Cartago, Pérgamo y Éfeso, con una población entre 100 y 200
mil habitantes. Para entonces había en Italia unas 430 ciudades (con un área
media por ciudad que variaba desde los 180 km2 hasta los 2.600 km2), 282 en
Asia Menor, 150 en Macedonia, entre 500 y 600 en África (la mayoría de pequeño
tamaño) y 64 en las 3 provincias galas (cada una con un territorio importante)
(López Barja & Lomas Salmonte 2004:334).
Cuando aumentaba
considerablemente la población de una ciudad ya no podía ser abastecida por su
propio territorio y debían movilizarse recursos de otras áreas. La escasez de
alimentos, trigo fundamentalmente o la suba de precios, eran las principales
causas de agitación popular, tanto en Roma como en las ciudades provinciales[33]. La falta de alimentos
obedecía principalmente a las malas cosechas periódicas, pero también al
acaparamiento especulativo por parte de los ricos propietarios, además de que
muchos propietarios abandonaron el cultivo de cereales por otros más rentables,
como la vid y el olivo[34]. Para el caso de las
zonas con mayor densidad urbana, como Grecia o Asia Menor, Sartre señala que la
urbanización excesiva pudo haber provocado un desequilibrio entre consumidores
y productores. Dicho equilibrio se mantuvo más estable en las provincias
Occidentales, especialmente de Hispania
o Galia.
En las ciudades
se concentraba la élite local, que con sus propiedades contribuía a su propio
abastecimiento y al del resto de la población. En las ciudades era donde las
élites gastan en consumo suntuario las rentas que les proporcionaban sus
propiedades y los impuestos imperiales. Además eran
centros de comercio e intercambio, “en parte pero no sólo” para satisfacer las
necesidades de los ricos, sino también centros de producción artesanal y en
algunos casos, “fabril”. La ciudad promovía una amplia gama de inversiones
obligatorias por parte de las autoridades locales y los ciudadanos más ricos:
foros, edificios públicos (curiae,
basílicas, templos, edificios para el entretenimiento, monumentos honoríficos,
suministros de agua, fuentes y baños). La construcción, mantenimiento y
restauración de estos servicios movilizaban grandes sumas de dinero (Corbier,
2008: 412-413).
Algunas ciudades
crecieron y fueron promovidas gracias a favores imperiales o, más a menudo,
fueron restauradas después de ser destruidas[35]. Algunas evidencias
parecen demostrar una caída de la economía urbana a partir de mediados del
siglo III, en parte por un cambio de actitud de las élites respecto a la
redistribución (mecenazgo, evergetismo, liturgias) (Corbier, 2008: 414). Sin
embargo, Estudios arqueológicos recientes han cuestionado el modelo
apogeo-declino-desaparición del tejido urbano como reflejo de una crisis
económica general (incluido el espacio rural), además de que también se
considera actualmente que el aumento o disminución de su población, no serían
indicativos del crecimiento o crisis del mundo rural (Carrié & Rousselle,
1999: 554-557; Rizos, 2017).
2.IV El comercio; el abastecimiento de Roma y los ejércitos:
Una parte
considerable del “comercio” era controlado por el Estado con el objetivo de
abastecer las ciudades capitales y el ejército[36], siendo responsable
directo de su funcionamiento el Emperador y la burocracia imperial; es lo que
ha sido definido como “comercio regulado” (Corbier, 2008: 415) o “política de
mercado dirigido” (Remesal, 2010: 156), en cualquier caso se reconoce al Estado
como un motor de la economía. Las grandes capitales recibían por este sistema
cereales, especialmente trigo, de Sicilia y Egipto, o aceite y vino de la Betica y Cartago para consumo de la
plebe. El aprovisionamiento del ejército exigía una organización más compleja,
de carácter centrífugo, orientado hacia la periferia de las provincias
fronterizas, a fin de garantizar suministros a un ejército de entre 300.000 y
400.000 hombres[37].
En particular hacia la frontera del Rin-Danubio y la de Britania, pues en Oriente, hasta comienzos del siglo I, los
campamentos militares de Satala en Armenia, Melitene en Capadocia, Samosata en
Comagena y Zeugma en Siria, si bien podían parecerse a una verdadera línea
defensiva, en realidad estaban retirados de la línea fronteriza y en ocasiones
muy lejos (Sartre, 1991-1994: 71). Durante el Alto Imperio las tropas de
Oriente se asentaban en los arrabales de las ciudades y los auxiliares estaban
dispersos por las aldeas de la densa trama de la región, por lo tanto su
aprovisionamiento implicaba, hasta el momento de las campañas contra los persas
Sasánidas, más un tema de comercio local y regional que una cuestión de
logística[38].
En torno a los campamentos (castras),
en particular del limes europeo y
africano, se fueron desarrollando asentamientos civiles (cannabae), que se sumaban a la demanda e intermediación de diversos
productos, por lo que los ejércitos no sólo operaban como correas de
transmisión de la comunicación-integración con las poblaciones locales, sino
también como activadores del comercio y la actividad económica a un lado y otro
de la frontera (Corbier, 2008: 416)[39]. Los legionarios también
se procuraban por sí mismos, en fabricae
leginis y en los prata legionis,
una parte de sus necesidades[40]. En el comercio regional
los ejércitos utilizaban la red viaria y el transporte fluvial. El comercio de
larga distancia, por el que se les suministraba trigo de Sicilia, aceite y garum de la Betica o aceite y trigo de África, combinaba el transporte
terrestre con el fluvial y el marítimo (el aceite de la Betica era transportado a lomo de mula desde la región de
producción hasta el Guadalquivir o su afluente, el Genil; ahí, envasado en
ánforas fabricadas en el lugar, y embarcadas río abajo hasta Sevilla, donde
finalmente era cargado en buques de alta mar para continuar su viaje a Roma o
las fronteras). Hacia la frontera renano/danubiana la ruta fluvial más conocida
por los gremios de nautae era la que
seguía la conexión Ródano-Saona, continuando hacia el norte por el Mosela y el
Rin, y luego para el oeste por el Sena y al sur por el Danubio”[41]. Todas estas operaciones
se llevan a cabo en primavera, para cuando los ríos tienen caudal suficiente y
el mar "abierto" al tráfico[42]. Por su parte Remesal
(2010) ha defendido insistentemente la importancia de la ruta Atlántica a
partir del siglo I d.C. Este comercio proveía una parte de las necesidades de
los ejércitos de las fronteras, pues en buena medida cereales, carne, madera,
forraje etc., eran suministrados vía impuestos, requisas y comercio por las
poblaciones de los territorios circundantes. Por lo tanto el sistema annonario coexistía y se complementaba
con un comercio libre y privado (Remesal, 2004: 172; Corbier 2008: 415).
Para la obtención
de los productos el Estado se basaba en las requisas; impuestos obligatorios en
especie (annona); compras a precios
regulados, o los que se producían en las ingentes propiedades imperiales
(Remesal, 2004: 178). Para su transporte el Estado contrataba transportistas
privados (navicularii)[43] a los que pagaba por sus
servicios (vectura). Les otorgaba un
estatus privilegiado dentro del cual operar, y estos podían sacar beneficios
privados transportando una parte de las mercancías que vendían por su propia
cuenta (Remesal, 2010: 156).
El “comercio
regulado” beneficiaba también a ciudades mediterráneas como Cartago, Alejandría
o Antioquía, que combinaban funciones de capitales de provincia con actividades
comerciales. Es decir, no todos los bienes estaban destinados a Roma o los
ejércitos, además de que Oriente comerciaba cada vez más directamente con el
Occidente. El área mediterránea atraía productos de la periferia del Imperio,
incluso de muy lejos (ámbar del Báltico, sedas de China, especias del Océano
Índico, perfumes de Arabia, bestias salvajes de África). Las ciudades más
pequeñas y medianas eran abastecidas por su propio hinterland y por un comercio
de media distancia.
Los
flujos comerciales reflejan las jerarquías dentro de este espacio: el centro
producía y exportaba "productos mediterráneos" (vino, aceite) junto a
productos artesanales, mientras que la periferia (especialmente el norte),
proporcionaba materias primas y minerales. Otro contraste entre Occidente (más
recientemente desarrollado) y el Cercano Oriente (que había sido urbanizado
mucho antes), era que éste exportaba productos de alto valor manufacturado,
bienes y artículos de lujo, además de que se beneficiaba de una larga tradición
de intercambio con las regiones vecinas, en particular Asia y China, que las
guerras por el control de Mesopotamia con los Partos o los Sasánidas nunca
lograron desbaratar por completo (Millar, 2006). Las provincias tenían su
propia autonomía, su propia organización económica y sus propios horizontes
(Corbier, 2008: 424).
2.V El sistema monetario:
”Las
monedas y los impuestos estaban estrechamente vinculados” (Corbier, 2008: 328).
El Estado sólo podía redistribuir en forma de moneda el metal precioso que
hubiera obtenido o recaudado. La producción minera compensaba, en el mejor de
los casos, la salida de moneda más allá de las fronteras además del
acaparamiento (tesorillos)[44]. Corbier sostiene que lo
ideal hubiera sido que los sucesivos emperadores se hubieran contentado con
imponer una cantidad constante de impuestos recaudados sobre la producción y el
comercio, con un suministro de dinero en circulación que también fuera
constante, a fin de cubrir gastos también esencialmente estables[45]. Este “equilibrio”
comienza a descomponerse desde las últimas décadas del siglo II como resultado
primero de las invasiones, luego de la inestabilidad política y también de la
peste: estos factores definieron períodos claramente marcados de alta tensión.
En los siglos I y
II, la unidad contable se basó en el sestercio (bronce). El denario (plata, = 4
sestercios) comienza a ser utilizado bajo los Severos como una unidad contable
tanto como el sestercio. Por encima del denario se encontraba el aureus, moneda de oro 100% puro acuñado
a 45 por libra (la libra, aproximadamente 327 grs.), es decir, unos 7,25 grs.
La moneda de oro se encontraba en una relación oficial con la plata por la cual
el aureus equivale a 25 denarios, y
100 sestercios. Este esquema inicial establecido por Augusto fue levemente
alterado por la reforma de Nerón del año 64, por la que se redujo el peso del aureus de 41 a 45 por libra y del
denario de 84 a 96 por libra (Corbier, 2008: 333).
Caracala
(211-217) introduce una nueva moneda de plata, el antoninianus, que tendió a reemplazar al denario, con un contenido
de plata de 50% y acuñado a 64 por libra (5,11g.). Con Balbino y Pupieno (238),
se redujo el contenido de plata del antoninianus
a 43% y su peso a 4,3g. Entre el 253 y el 270 el denario pasa de un contenido
de plata de 40/45% al 5%, al tiempo que se redujo su peso. Entre Septimio
Severo (193-211) y Treboniano Galo (251-3), el peso del aureus disminuyó a la mitad: de 1/45 de libra a 1/90 de libra, es
decir, de 7,25 a 3,6 g.
Las reformas de
Aureliano y Diocleciano, con veinte años de diferencia (274 y 294/296),
buscaron restaurar la moneda imperial en los tres metales según los estándares
de Caracalla (por Aureliano) y de Nerón (por Diocleciano) (Corbier. 2008: 334).
Hasta el año 238
la moneda imperial se producía en dos cecas, Roma y Antioquía, con nueve officinae, cuestión no exenta de
problemas pues el mayor porcentaje de los gastos estaba representado por la
paga de los ejércitos asentados en las fronteras. En 239 se abre una Casa de
Moneda en Viminacium sobre el Danubio;
Valeriano y Galieno abren otras cerca de los ejércitos: Treveris, Milán, Siscia, Cyzicus. Al comienzo del reinado de Aureliano, en 270, operaban
siete Casas de Moneda con treinta y tres officinae
(Corbier, 2008: 343-346).
A medida que se
fueron acumulando problemas (epidemias, inestabilidad en la frontera, golpes de
estado, guerras civiles) y se deterioraba la recaudación fiscal, los sucesivos
emperadores recurrieron a la emisión de moneda deteriorada (es decir,
devaluada, con menor peso y/o contenido de metal noble)[46], para contar con los
medios de pago necesarios para hacer frente a los gastos crecientes,
particularmente de índole militar (aumento de la paga, donativos más
frecuentes, tributos para lograr la paz con los enemigos de las fronteras, aumento
de los efectivos militares).
Algunos datos son
reveladores del significativo aumento de los gastos primarios del Estado: por
ejemplo, la paga anual de los soldados legionarios (se efectivizaba en plazos
trimestrales o cuatrimestrales)[47]:
|
Augusto |
Septimio Severo |
Maximino el Tracio |
Aureliano |
soldado
legionario/año |
225 |
300 |
900 |
1800 |
También el
aumento del número de legiones y los gastos anuales estimados de manera
aproximativa[48]:
N°
de legiones |
25 |
28-33 |
33 |
35 |
Gto.
anual p/el ejército |
64,75* |
86,20* |
130* |
195* |
*en millones de denarios.
2.VI Recursos y gastos: el sistema de recaudación
El
final de la fase expansiva priva al Imperio de los recursos provenientes del
botín tomado de los conquistados, del saqueo y las confiscaciones[49]. Simultáneamente aumentan
los gastos en defensa (de los soldados y sus salarios, frecuencia y monto de
los donativos, etc.), de la administración y las actividades políticas, tanto
en tiempos de guerras civiles o extranjeras, como con el acceso de un nuevo
emperador, que debía recompensar a aquellos que lo habían llevado al poder.
Pero los ingresos, salvo los provenientes de la conquista de Dacia por Trajano,
se mantuvieron estables o tendieron a disminuir (exenciones fiscales, disminución de la tierra cultivada, etc). En
ausencia de cualquier sistema de endeudamiento público organizado, los
emperadores dependían de los impuestos permanentes, y excepcionalmente de las
confiscaciones para recaudar las sumas requeridas para sus gastos (Corbier,
2008: 328).
Dión
Casio, en época de los Severos, sintetizó la situación de la siguiente manera:
“Era esencial imponer impuestos para que el Imperio funcionara como una
organización política y militar, pues no podría haber supervivencia sin
soldados, y ningún soldado sin su paga. Y sería imposible pagarle al ejército
si las arcas no habrían estado regularmente llenas de ingresos suficientes”
(LII.28.9, trad, J.M. Cortés Copete).
En el
siglo I los ingresos del aerarium
ascendía a 400 millones sestercios anuales[50]. El 70% se gastaba en los
ejércitos (60% las legiones y la marina y 10% en las cohortes pretorianas y
urbanas de Roma); 15% en la distribución de cereal; 13% en la nomina de la administración civil; el
resto en edificios, caminos y juegos[51].
Hasta
el siglo III el impacto de los impuestos resultaba muy desigual
geográficamente: fueron más fuertemente gravadas las provincias más ricas como
Asia y África, mientras que la tierra de Italia estuvo exenta impositivamente
desde 167 a.C. hasta 287 d.C. Muchas comunidades y territorios fueron
beneficiados con la concesión del ius
Italicum o la inmunitas. También
era desigual la distribución de los ingresos; principalmente favorable a Roma y
las provincias fronterizas donde estaban estacionadas las tropas (Corbier,
2008: 363). Lo que sigue es un esquema del sistema de impuestos.
Los impuestos directos:
Trubutum capitis: sobre las personas; variaba según
las regiones y se pagaba en metálico: en Egipto los varones entre 14 y 60 años,
incluidos los esclavos (los amos pagan por sus esclavos y las mujeres de su
casa); en Siria, los varones entre 14 y 65 y las mujeres entre los 12 y los 65
(D. 50.15.3).
Tributum soli: sobre la tierra peregrina, que incluye la de las colonias, a menos que tuvieran el ius italicum (las asimilaba a la tierra
italiana). Como impuesto catastral se establece sobre el valor de las
producciones agrícolas o bien de la propiedad.
Oro coronario: pagado de manera irregular,
extraordinaria, por las ciudades al momento de ascenso al poder de un nuevo
emperador.
Angariae: corveas
y trabajos exigidos por soldados y funcionarios a los peregrini.
Los impuestos indirectos:
Portoria: gravaba la circulación de mercancías
a la entrada y salida de las fronteras del Imperio y en los territorios
interiores. Se calculaba sobre el valor de las mercancías y podía variar entre
el 1 y el 5%, aunque lo más común fuese el 2,5% (quadragesima portuum Asiae, quadragesima Bithyniae), y podía subir
al 25% en el comercio del Mar Rojo o a la entrada en Siria. Algunos recibos
aduaneros demuestran que algunos comerciantes llegaban a pagar 10 o 15
sobretasas que llegaban al 70% del valor de las mercancías.
Vicesima quinta venalium mancipiorum: gravaba con un 4% todas las ventas
de esclavos.
Vicesima libertatis: tasa 5% sobre todas las liberaciones
de esclavos.
Vicesima hereditatium: tasa del 5% sobre las herencias;
creado por Augusto. Junto a la vicesima
libertatis ingresaba al fondo de pensiones de los veteranos del ejército en
el aerarium militare[52].
Los
impuestos se recaudaban en especie y/o moneda; las devaluaciones contribuían a
reducir aún más los ingresos tributarios en el momento en que las guerras
provocaban que los gastos aumentaran, profundizando así la crisis financiera
del gobierno (Corbier, 2008: 367).
Los
impuestos directos sólo podían ser recaudados sobre la base de los censos de
personas y los catastros de bienes, ambos se realizaban por civitates, simultáneamente en toda la
provincia. Eran regulares, pero variables en el tiempo (eje: cada 12 años en
Siria y 15 o 30 en Tracia). El único lugar
donde el censo se realizó de acuerdo con un ciclo estricto, en este caso cada
catorce años (relacionado con la edad en que los niños pasaron a estar sujetos
al impuesto de la capitación), fue Egipto, donde un censo casa por casa (kat´oikian apographẽ) se llevó a cabo de
manera regular hasta el año 257/8. El Estado romano definía las pautas y
supervisaba las operaciones de recaudación (los soldados eran indispensables
colaboradores) y las curias urbanas garantizaban los procedimientos propiamente
dichos en sus distritos (López Barja & Lomas Salmonte 2004: 293-300;
Corbier, 2008: 370-371). Lo poco que se sabe de cómo debía realizarse el censo
es a partir de un fragmento del tratado De
Censibus de Ulpiano[53]”.
Diocleciano
modificó la administración financiera de las provincias sin tocar la
administración central: en las diócesis, se crearon un par de funcionarios (el rationalis summarum y el magister rei
privatae) para estar por encima de los procuradores. A partir de entonces,
los cuatro prefectos pretorianos fueron responsables, en cada uno de sus
distritos, de todo lo vinculado con la annona
militaris: debían estimar los gastos y evaluar los recursos, fiscalizar la
recaudación el almacenamiento y el transporte de los suministros para los
ejércitos asentados en sus jurisdicciones; por la relevancia asignada a su
tarea es que la cuestión se considera la base de la reforma fiscal de
Diocleciano (Díaz, 2012). En la administración central, dos dignatarios estaban
a cargo de todos los ingresos que fluían hacia el tesoro imperial (ahora
llamado aerarium): el sacrarum largitionum (reemplazando al rationalis summarum) y el rationalis rei privatae. El primero se
ocupaba de las larguezas y distribuciones, así como de las recaudaciones que
las hicieron posibles; el segundo manejaba las propiedades del emperador y la
corona (Corbier, 2008: 380).
Un rescripto de Septimio Severo del
200 habría prohibido la práctica de la adaeratio,
es decir, el pago en dinero de los impuestos adeudados en especie[54]. La hipótesis de que la annona militaris, fue un impuesto
especial creado a comienzos del siglo III se encuentra actualmente cuestionada:
al parecer la medida sólo buscó delimitar específicamente la parte del impuesto
que se destinaba a las necesidades del ejército[55].
3.- El Estado, el modo de
producción esclavista y la producción campesina
Ya se ha dicho que los participantes
en los Seminarios del Instituto Gramsci, fueron insistentes en plantear que lo
central de la economía antigua residía en la producción agraria, en las
relaciones de producción/explotación, así como en la complejidad de la
coexistencia de distintas relaciones productivas. Otra particularidad decisiva
de la economía del Principado tuvo que ver con el grado de intervención del
Estado en el ordenamiento y funcionamiento económico de algunas regiones con el
objetivo de garantizar el abastecimiento de Roma y de los ejércitos (Remesal,
1997: 247-272).
Una
aspecto relevante de la economía rural consistió en la explotación del trabajo
esclavo bajo la modalidad de la villa esclavista, particularmente en Italia y ciertas
regiones de España, Francia, Sicilia y el Norte de África entre los siglos II
a.C. y II d.C. Existe un marcado consenso en torno a que nunca se trató un fenómeno
general ni permanente[56]. De Ste Croix estaba en
lo cierto al afirmar que el trabajo esclavo era el medio por el que la clase de
los propietarios extraía la mayor parte de sus excedentes, pero aclaraba que no
se trataba de que el grueso de la producción la realizaran los esclavos, pues
la “producción conjunta de campesinos y artesanos libres debió de superar a la
de los productores agrícolas e industriales no libres en casi todas partes y
durante todas las épocas, en todo caso hasta el siglo IV de la era cristiana,
cuando se generalizaron en el imperio romano diversas formas de servidumbre”[57].
Una
descripción sucinta y esquemática del sistema de la villa podría referir que se trataba de unidades de producción de
dimensiones variables y que en una misma propiedad (fundus) podía haber una o varias villae. En torno a los lugares de vivienda (pars urbana/rustica), se disponía la explotación de cultivos
diversos, a cargo de un conjunto de esclavos (mayoritariamente varones adultos)
que eran alojados en edificios comunes (barracones). Un mismo propietario podía
poseer numerosas villae en diferentes
regiones o provincias debido a la característica fragmentación de la propiedad,
por lo que la gestión directa solía delegarse en un capataz (villicus), que actuaba al frente de un
aparato de supervisión y vigilancia, que al igual que el villicus, solían ser esclavos “promocionados”[58].
También
ha quedado ampliamente demostrado que la villa
esclavista no excluía el trabajo del pequeño campesino libre, arrendatario y/o propietario
(colonus, tenente), sino que por el
contrario, podía estar integrado y hasta ser un complemento necesario debido a
la estacionalidad del trabajo rural, proveyendo una fuerza de trabajo adicional
que permitía equilibrar el número de esclavos como fuerza permanente[59]. El pormenorizado estudio
de Rosafio sobre los escritos de Columela, Séneca y Marcial, junto al de
numerosos textos jurídicos conservados en el Digesto y atribuidos a Ulpiano, le permiten afirmar que el trabajo
de los colonos, que formaban parte de la villa
o de sus alrededores, resultaba “indispensable” en los períodos de vendimia o
cosecha. Es dable suponer que por ese trabajo el colono recibía una paga, o
bien su valor sería deducido luego del pago del arrendamiento[60].
El
final de la esclavitud y del sistema de la villa,
han suscitado debates interminables desde el siglo XIX hasta la actualidad.
Weber sostenía que el final del mundo antiguo podía explicarse por la crisis
del sistema esclavista, que bajo determinadas condiciones, constituía para los
ricos propietarios la forma más rentable de explotación del trabajo[61]. En su opinión la villa requería de un aprovisionamiento
constante de esclavos, de manera que cuando se detuvieron las conquistas (siglo
I-II) y los esclavos comenzaron a escasear y se encarecieron, los propietarios
tendieron a resolver el problema instalando esclavos como “arrendatarios” en
pequeñas parcelas (siglos III-V); se trataría de los servi quasi coloni de los textos jurídicos que con el tiempo darían
lugar a una nueva tipología de servi,
aquellos que en época Carolingia aparecen cultivando una parcela junto a su
familia en los denominados mansus
servilis. Para Weber habría tenido lugar una especie de “nivelación
social”, pues mientras los esclavos “mejoraban” sus condiciones generales, la
de los campesinos empeoraba con su adscripción a la tierra que trabajaban
(colonato)[62].
Los
historiadores marxistas, en general, suscribieron una hipótesis más
economicista según la cual, bajo las condiciones generales de los siglos II y
III, el trabajo de los esclavos se volvió menos productivo que el de los
arrendatarios libres, debido a que estos ponían más empeño en el resultado del
propio trabajo y por lo tanto su productividad era superior[63].
En su
momento, las historiadoras soviéticas Elena Staerman y M. Trofimova, llevaron
adelante un exhaustivo estudioo sobre la villa
esclavista en Italia esgrimiendo argumentos innovadores. Se basaron en el
planteo teórico de Marx según el cual ningún modo de producción desaparece
antes de haber llevado al límite el desarrollo de sus fuerzas productivas, y
ninguno nuevo logra reemplazarlo antes que las condiciones hayan madurado en el
seno de la vieja sociedad. También afirmaban que el sistema de la villa no se había desarrollado en el
marco de las grandes propiedades (latifundium),
sino preferentemente entre las medianas y pequeñas (de 50 a 200 hectáreas), más
articuladas a la economía urbana. La crisis del sistema esclavista habría
comenzado a mediados del siglo II, y en el III se hizo definitiva. Las causas
fundamentales habrían sido el derrumbe de las relaciones comerciales y
monetarias como también del mercado urbano, frente a lo cual el sistema no
tenía respuestas (Mazza se refirió a ello como la “inelasticidad de la villa”)[64]. Concluían que en los
siglos II y III las villae pequeñas y
medianas comenzaron a ser absorbidas al interior de los latifundios (en un
proceso de concentración de la propiedad) y el trabajo esclavo fue reemplazado
por el del pequeño campesino libre arrendatario.
Para
Finley la crisis del sistema esclavista no tuvo que ver con la escasez y el
precio de los esclavos[65], más aún considerando que
los propietarios de entonces carecían de la racionalidad económica requerida
para evaluar correctamente distintas opciones, además de que el aumento de la
productividad sólo podía lograrse con avances tecnológicos que recién tendrían
lugar en época carolingia. Sostuvo que la marcha de la economía del Principado
hacia formas más “primitivas” y el empleo generalizado de campesinos
dependientes tuvo que ver con los siguientes factores: a) el abandono de las
ciudades, retrayendo así su función “consumidora”; b) una continua acumulación
y concentración de tierras; c) una abundante disponibilidad de trabajo libre
cuya condición socio-económica se venía deteriorando progresivamente, situación
que se profundizó por el aumento de la presión fiscal del Estado tardoantiguo[66].
En la
actualidad Wickham, historiador marxista y especialista en la Alta Edad Media[67], ha puesto énfasis en el
modo y la forma en que se organiza el trabajo; afirma que para el siglo III se
generaliza entre los propietarios la tendencia a abandonar la gestión
centralizada (plantaciones) por la colocación. A medida que los esclavos eran
transformados en tenentes “carentes de libertad” (Wickham 2005: 381),
trabajando sobre una parcela y contado con la posibilidad de tener una familia,
el cambio en las condiciones de vida y explotación resultaban más importantes
que su condición jurídica, por lo que propone la idea de que ya para el siglo
III deberíamos hablar del final del modo de producción esclavista[68]. Aún así recientemente ha
matizado un tanto su posición inicial: “En cierto sentido, resulta
efectivamente extraño que en el imperio tardío dispongamos de tan pocas pruebas
relacionadas con el modo de producción esclavista”, pero enseguida añade: “En
todas las épocas existió una materia prima de fácil disponibilidad con las que
organizar unas relaciones de producción de tipo esclavista. En principio las
plantaciones de esclavos pudieron haberse inventado una y otra vez en cada una
de las distintas épocas. Sin embargo los esclavos constituyen un riesgo. Cuanto
más numerosos sean, más peligroso y caro resulta controlarlos. Además, es
preciso mantenerlos, tanto en las temporadas de bonanza como en las de penuria,
en los años buenos y en los malos, mientras que los trabajadores asalariados
podían ser despedidos y los tenentes confiados al producto de sus propias
parcelas”[69].
Mazzarino,
Whittaker, Veyne y otros[70], han demostrado en sus
respectivas investigaciones que el comercio de esclavos no se detuvo con el fin
de las conquistas; que no se verifica aumento en su precio y que el
aprovisionamiento pudo ser complementado con la cría[71]. También se ha constatado
que los esclavos empleados como arrendatarios no se circunscribieron a la
antigüedad tardía, sino que es un fenómeno ya verificable en el siglo I d.C.[72]. Tampoco es posible
demostrar continuidad entre esos servi
quasi coloni y los servi casati
medievales, pues con respecto a los segundos existe sólo una mención poco clara
en textos tardoantiguos (Rosafio, 50/51)[73]. Además se ha podido
demostrar que la explotación de los esclavos, aún bajo la modalidad del sistema
de villa, se mantuvo en distintas
regiones durante el período tardío[74], así como en el contexto
de los reinos germano/bárbaros (España visigoda o la Galia merovingia y
carolingia)[75].
En
definitiva, se puede sintetizar afirmando que en la antigüedad tardía la villa esclavista no desaparece; en todo
caso se trata de una forma residual de explotación del trabajo no libre,
limitado a ciertas regiones de Italia, España y Francia. En algunos casos la
forma de trabajo y explotación en las villae
se reconvierte lentamente con el proceso de colocación (servi quasi coloni), ya sea de una parte o de la totalidad de los
esclavos, es decir, se fue extendiendo el área destinada a distintas
modalidades de tenencia, trabajadas por esclavos con sus familias, junto a
campesinos “libres” sometidos
paulatinamente a la adscripción a sus parcelas mientras se reducía el área bajo
gestión y explotación directa (Rosafio, 2002: 69-70; Whickham, 2005-2009: 382).
Dockés
propuso la interesante hipótesis de los “finales” del esclavismo, no por
razones económicas, sino asociado a los momentos (siglos III y V) en los que
por la confluencia de problemas externos (bárbaros) y la inestabilidad interna
(revueltas bagaudas), se generaban
situaciones en las que mantener muchos esclavos resultaba peligroso, además de
que ello contribuía a disminuir la rentabilidad del propietario[76].
Por
lo dicho hasta el momento se desprende que la otra cuestión decisiva del
proceso, también hoy en día sometida a intensos debates, tiene que ver con las
transformaciones en las formas de explotación de la fuerza de trabajo libre y
lo referente a su condición socio-jurídica.
Se
han planteado dos perspectivas diferentes: la tesis continuista, y sus
opositores. La hipótesis continuista, formulada por Fustel de Coulanges
(1830-1889) y reproducida por historiadores como Finley o de Ste Croix,
sostenía la idea de una continua y gradual degradación de la situación del
campesino libre arrendatario y/o propietario a lo largo del Principado hasta
comienzos del siglo IV, para cuando se despliega una legislación que terminará
por dar forma a un sistema de adscripción y dependencia del trabajo libre
conocida como colonato (Rosafio, 2002: 137 y ss.).
Para
Rosafio el estudio del colonato no puede ser abordado al margen del problema
del endeudamiento y la fuga de los coloni,
sumado a las implicancias de la reforma fiscal de la tetrarquía. También
considera necesario tener en cuenta que a lo largo del Principado se vieron
afectados por un proceso diferente los coloni
de las tierras imperiales y los de las tierras “privadas” (Rosafio, 2002: 129).
Mario
Mazza fue pionero a la hora de destacar los matices y complejidades de un
proceso que habría comenzado en el contexto de una temprana crisis del sistema
agrario. Para Mazza Columela fue el gran teórico de mediados del siglo I, que
rechaza la teoría corriente por entonces entre los otros agrónomos (repetida
también por Tácito) que atribuían la crisis de la producción agraria al
agotamiento de la tierra. Su visión es más positiva y su objeto de análisis es
la villa esclavista. En lo que
respecta a la fuerza de trabajo, su preferencia es por los esclavos, al igual
que sus predecesores Catón y Varrón. No descartaba el arrendamiento a
campesinos libres (locatio conductio),
cuando el propietario no tuviera tiempo o disposición para dedicarse a la
gestión (De re rust. I.VII.7). Ofrece
consejos de cierta racionalidad económica a unos pares que preferían gastar sus
excedentes de manera improductiva en la ciudad, por lo que Mazza concluye que
el fenómeno más significativo de la evolución de la estructura agraria del
Imperio consistió en la tendencia a resolver la lógica “antieconómica” de la
explotación latifundista con un proceso sistemático y progresivo de acumulación
de propiedades (en parte, debido al “outillage” mental de los grandes
propietarios del momento), pero que de todos modos aseguraba los necesarios
excedentes para una vida urbana exuberante y dispendiosa (1973: 163-164)[77].
Otro
testimonio relevante de comienzos del siglo II es el de Plinio el Joven, gran
propietario que se orienta a la búsqueda de una producción especializada
(viticultura), pero que también dedicaba algunas propiedades de la Toscana a la
producción de cereales y pastos. Como se asume un propietario ausente, dedicado
a residir en la ciudad y asumir cargas públicas, sigue el consejo de Columela y
parcela su tierra a campesinos libres arrendatarios como la mejor forma de
explotación bajo dichas circunstancias (Plinio Ep. III.19; IX.37). El problema de esta modalidad consistía en la
dificultad en el cobro de los arrendamientos (Plinio Ep. IX.37.1; X.8; VII.30; IX.32.2; VIII.1; 16, 19; IX.15) que
derivaba en constantes pedidos por parte de los campesinos de la remisión de
sus deudas (reliqua colonorum), lo
que provocaba que los propietarios no encontraran estímulo para realizar
inversiones. Para incentivar al colono a mejorar su productividad, Plinio
propone hacerlo participar de los beneficios, cambiando el sistema tradicional
(renta fija, en moneda y/o especie) por el pago en especie y proporcional a los
rendimientos (aparcería). El sistema requería de esclavos destinados a los
controles, o la delegación de la gestión a contratistas-intermediarios (conductores) (Mazza, 1973: 168-171).
Contemporáneo
a Plinio, Dion de Prusa, describe una situación crítica fuera de Italia. En dos
discursos, el Euboico y El Cazador, se refieren al estado de las ciudades
griegas, con los campos abandonados y la población abarrotada en las ciudades.
Dion sostenía que había mucha tierra de llanura abandonada y propone que los
propietarios deberían darlas a trabajar a campesinos, eximidos de pagar la
renta por un tiempo, incluso cediéndoles una suma de dinero para la inversión
inicial (Eub. VII.34-36). Los
propietarios podían beneficiarse con la puesta en producción de tierra
abandonada, pues además de la renta futura pondría en valor la tierra cercana.
Por su parte el Estado aumentaría la recaudación con futuros impuestos. Dion
coincidía con Plinio en los beneficios de la aparcería (Mazza, 1973: 173-175).
Por
lo tanto, ya a inicios del siglo II d.C., se comprueba en distintas regiones
del Imperio ciertos problemas agrarios que tenían que ver con: a)
despoblamiento rural (que no es lo mismo que crisis demográfica); b) aumento de
las ciudades y crecimiento desmedido de la población urbana; c) abandono de
tierras; d) concentración de la propiedad.
Algunos
“ilustrados” emperadores Antoninos, conscientes de los problemas del momento y
en función de los intereses estatales, impulsaron distintas medidas: a)
implementación de los planes denominados alimenta,
b) incentivos para poner en producción tierras abandonadas o sin cultivar,
especialmente estatales (pero también privadas), tanto del fiscus como del patrimonium
caesaris)[78].
Implementado
por Trajano y sostenido por todos los emperadores, desde Nerva, a Pértinax, el
plan de alimenta apuntaba a revertir
el problema demográfico. Aplicado en numerosas ciudades de Italia (hasta la
actualidad se identificaron 50 ciudades beneficiadas), se ha podido reconstruir
la mecánica de aplicación y deducir sus objetivos por dos inscripciones, la Tabula de Veleia (encontrada cerca de
Placentia) y otra del territorio de los Ligures
Baebiani (Benevento). El Estado otorgaba préstamos de capital a tiempo
indeterminado y fondo perdido (el capital no se devolvía) para que sus
tomadores, grandes propietarios, pusieran tierras abandonadas en cultivo,
debiendo pagar un interés anual del 5%, que se utilizaba para sostener
instituciones que los destinaban a garantizar alimentos a cierto número de
niñas y niños de familias pobres. Sus objetivos, aún debatidos, parecen haber
sido, además de poner tierra en producción por medio de campesinos libres,
desarrollar la natalidad “per favorire il reclutamento dell´esercito”[79].
Medidas
más concretas estuvieron dirigidas a incentivar la puesta en explotación de
tierras, incultas o abandonadas, por campesinos libres arrendatarios. Así lo
demuestran un conjunto de inscripciones de época de Trajano recogidas en el
África Proconsular y referidas
básicamente a dominios imperiales. Se buscaba poner en producción tierra
inculta (saltus) e introducir la vid
y el olivo ya que hasta entonces se cultivaban exclusivamente cereales (Mazza,
1973: 185). Se trataba de un área sensible a las necesidades del Estado, pues
era una región estratégicamente conectada por el transporte marítimo y que
podía suministrar los productos necesarios para el aprovisionamiento de Roma y
los ejércitos[80].
Según las especificaciones de la Lex
Manciana, se autorizaba la entrega de tierra que había permanecido al
margen de la centuriación, con la modalidad de la medianería y el pago en
especie, concediéndose un período de gracia para incentivar a los coloni (Mazza, 1973: 187; Rosafio, 2002:
139).
Otras
inscripciones, también del norte de África, las de Ain-el-Djemala y de Ain
Ouasel, hacen referencia a la conocida Lex
Hadriana de rudibus agris et iis qui per X annos continuos inculti sunt. La
ley consentía la ocupación de la tierra abandonada, por sus domini o conductores, por un plazo de diez años, ya sea de terrenos in paludibus et in silvestribus (como era la requerida por los peticionarios) o
por “partes agrorum quae tam oleis aut
vineis quam frumentis aptae sunt”. Al parecer no sólo afectaba a los
dominios imperiales sino también privados y se extendía sobre toda la tierra
que se encontrara en iguales condiciones a lo largo de todo el Imperio[81].
En el
117 el emperador decidió que en Egipto, la tierra basilike (estatal) y demousia
(municipal) no siguiera siendo tasada según la antigua tarifa, sino que fueran
hechas nuevas propuestas de pago por aquellos en condiciones de ponerlas en
explotación (Mazza, 1973: 187).
Es
conocida también la información transmitida por el historiador Herodiano sobre
la medida impulsada por Pértinax referida a la entrega de tierras “sin
cultivar”, tanto de Italia como en las provincias: “Aunque fueran de propiedad
imperial, las entregaba a quien se cuidara de cultivarlas” (Herod. His. Im. Rom. II.4.6, Gredos,
trad., J.J. Torres Esbarranch). A los campesinos se les concedía la exención de impuestos por diez
años y la posesión permanente de las tierras.
De
época severiana es el edicto del Procónsul de Acaya M. Ulpio, que establecía que la tierra pública de la localidad de Thisbe, en Beocia, debía ser arrendada a
perpetuidad y transferible por herencia, para aquellos miembros de la comunidad
que pretendieran transformarla en terrenos de cultivo, especialmente arbustos
(Mazza, 1973: 194).
En
Egipto la posición jurídica de la tierra era especial, aún así el gobierno
imperial intervino, según demuestran un conjunto de referencias recogidas en
papiro, respecto a tierra pública abandonada (se desconocen los motivos) por
sus arrendatarios, instruyendo medidas para su reasignación (Mazza, 1973:
196-197)[82].
Por
una inscripción epigráfica encontrada cerca de Cirta se sabe que una comisión
encabezada por Q. Anicius Faustus leg.
cos legio III Augusta, estaba autorizada para distribuir tierra, se supone
pública (más que privada o imperial) a coloni
(partiari?);
de ello Mazza concluye lo siguiente: “Il governo severiano invitava all´affitto
e dalla coltivazione delle terre pubbliche incolte od abbandonate” (1973: 196).
En
sentido coincidente con lo expuesto se expresaba el destacado historiador de
época severiana, Dion Casio. En un pasaje del diálogo Mecenas-Augusto sugiere
la conveniencia de vender todos los bienes del Estado, poner esa suma de dinero
a bajo interés a disposición de los campesinos interesados que así podrían
poner en producción tierras, que a su vez permitirían asegurar los impuestos
necesarios[83].
Seguramente también estuviera pensando que la medida podía “aliviar” el peso de
la fiscalidad sobre los grandes propietarios.
Otro
tipo de medidas, impulsadas por algunos emperadores, consistieron en liberar a
los conductores y coloni de las tierras estatales del
cumplimiento de honores y munera, no para favorece su situación
personal sino “solo funzionale ad assicurare che gli interessi del fisco non
vadano danneggiati” (Rosafio, 2002: 140).
Un
rescripto de Marco Aurelio y Lucio Vero (D.
50.1.38) es la primera referencia de privilegios (relativos) otorgados a los
colonos. El interés del fisco se antepone al de los municipios que pertenecían
los campesinos de las tierras imperiales (Rosafio, 2002: 140).
De
época de Cómodo es la inscripción africana de Souk-el-Khmis, referida a la
propiedad imperial del saltus Burunitanus:
la misma era administrada por un procurator
imperial y concedida a conductores
(contratistas, intermediarios) que la arrendaban a campesinos (colonus)[84]. Éstos, además de las
rentas, debían prestaciones gratuitas de trabajo, operae, que fueron el motivo de queja por los abusos de los conductores. El emperador legisló a
favor de los colonos, tal vez haciendo extensivas las medidas sobre las tierras
de propiedad privada (Rosafio, 140).
En
época de los Severos un fragmento de Calístrato (D. 50.6.5) ratifica lo que fuera establecido por Marco Aurelio y
Vero (Rosafio, 2002: 140-141).
Modestino
(D. 19.2.49) refiere que Severo
prohibió a quienes fueran tutores o curatores adquirir la condición de conductores del patrimonio del César.
Rosafio aclara convenientemente que se puede considerar que la medida excluía
también a los pequeños campesinos (2002: 141).
Un
rescripto de Caracala (CI 5.41.1)
sostiene que aquellos que fueran conductores
del fisco y fueran nombrados tutor,
podrían excusarse de dicha responsabilidad (Rosafio, 2002: 142-143).
También
se cuenta como testimonio una ley de Alejandro Severo (CI 5.62.8) que pretende aclarar que la eximición de munera era sólo para los colonos, no así
para los conductores de propiedades
imperiales.
Para
tener una idea de la dimensión que podía alcanzar la superficie afectada por
éste tipo de medidas hay que decir que para el siglo III, la res privata, que comprendía los dominios
del Estado además de los bienes personales de los emperadores, abarcaba un 18%
de la tierra total de la Proconsular y la Bizancena, lo que equivalía a un 1/3
de la tierra cultivable si se admite que la misma representaba el 5/9 del
total. Carrié considera que la domus
divina no se comportaba de manera diferente al sector privado (1999: 558) y que los conductores actuaban como verdaderos
propietarios sin título, contando con los beneficios otorgados por la
legislación estatal (Rosafio, 2002: 139). Además el sistema enfitéutico se
habría ido imponiendo desde la segunda mitad del III, y los conductores percibían una renta de los
colonos (en especie y moneda) de la que deducían los impuestos estatales. Los conductores también participaban de un
sistema de comercialización que aumentaba sus beneficios privados al tiempo que
mejoraba los ingresos estatales garantizando una mayor regularidad, conduciendo
así: “dans la pratique à une privatisation du mode d´exploitation du domaine
public” (Carrié & Rousselle, 1999: 559).
También
hay que decir que las medidas respecto a las tierras que no pertenecían a la res privata, terminaron por favorecer a
los grandes propietarios, que por poder, influencias y recursos, lograron
acaparar la mayor parte de ellas[85].
Entonces,
desde finales del siglo I hasta mediados del siglo III el intervencionismo
estatal, impulsado por algunos emperadores, estaba dirigido a favorecer la
instalación en situación ventajosa (enfiteusis y aparcería), de campesinos
libres sobre tierras, preferentemente estatales, y eximirlos de ciertas cargas
municipales para contar con la “exclusividad” de su trabajo. El agravamiento de
los problemas a lo largo de la segunda mitad del siglo III impuso un abrupto
giro de dicha política, por lo que: “negli anni convulsi della metà del III
secolo, la politica «illuminata» degli Antonini apparirà sempre più in una
prospettiva ideale” (Mazza, 1973: 204).
A
finales del siglo III las medidas del gobierno dejan de ser concesivas y
comienzan a expresar un trasfondo levemente coercitivo (ius colonatus; Rosafio, 2002: 178). Con ellas se inicia un proceso
que conducirá a la adscripción de los campesinos a la tierra que trabajaban,
tanto estatales como privadas, configurando una relación social definida como
“colonato”. ¿Qué fue lo que sucedió para que tuviera lugar un giro tan
sorprendente? En primer lugar, el agravamiento de la situación general, que
provocó graves problemas en los procesos de recaudación al tiempo que
aumentaban considerablemente los gastos del Estado[86].
El
primer indicio del giro hacia la adopción de medidas coercitivas data de
finales del siglo III, para cuando los emperadores restablecen en Egipto el
sistema tolemaico de ephibolé, es
decir, la obligación de cultivar las tierras reales abandonadas (Carrié &
Rousselle, 1999: 560).
La
primera constitución que sugiere la existencia de la condición de colonus es de Constantino y data del 325 (CI
11.68.1, Imp. Constantinus A. ad
Constantium pp.). Si bien su objetivo consistía en excluir a los colonos
del cumplimiento tanto de munera como
de honores y magistraturas municipales, a diferencia de las referencias
anteriores, por primera vez aparece en el texto el adjetivo originalis junto a colonus. El término tiene dos significados jurídicos, uno que
indica la pertenencia a un lugar en sentido administrativo y el otro se refiere
a una connotación hereditaria[87].
Otra
constitución de Constantino del año 319 (CI
11.68.2, Imp. Constantinus A. Ianuario
comiti Orientis), habla de colonos
nostros, y establece que los mismos queden excluidos del trabajo en tierras
privadas y otras cargas (Rosafio 2002: 146 n. 123).
Sobre
estas dos leyes Rosafio concluye lo siguiente: “Costantino disciplinava i
dependenti agricoli delle proprietà imperiali secondo un regime particolare,
che tendeva a rendere exclusivo il loro rapporto con l´amministrazione
imperiale, ma anche agevolato dall´assenza di obblighi nei confronti delle civitates” (2002: 147).
Otras
leyes referidas a las propiedades imperiales son del año 319, (CTh. 11.16.1 = CI 11.65.2): es dirigida por Constantino a Catullinus proconsul Africae, para liberar a los fundi patrimoniales del peso de munera extraordinaria; mientras que la
segunda, del año 323 (CTh. 11.16.2)
dirigida a Ulpius Flavianus, consularis Aemiliae et Liguriae, extiende
las mismas condiciones de las tierras africanas a Italia (Rosafio, 2002: 147).
Las medidas de eximición de munera
estaban destinadas a evitar que los campesinos abandonaran el cultivo de las
tierras imperiales (Rosafio, 2002: 51).
Todavía
en el año 343 el emperador Constancio hizo explícita referencia a que conductores y coloni de la res privata
fueran exentos de toda munera sordida et
extraordinaria como también de las superindictiones
(CTh. 11.16.5 = CI 11.75.1),
(Rosafio, 2002: 148). A los conductores y colonos de las tierras imperiales,
considerados como propios, se los eximía de cargas en detrimento de los
intereses municipales y privilegiando los del Estado, al punto tal que por una
ley del año 342 de Constancio y Constante (CTh
12.1.33), intervienen para poner freno a los curiales que eludían sus
responsabilidades deviniendo en colonos de las tierras imperiales[88].
Finalmente
fue la ley del año 332 (CTh. 5.17.1)
la que contempló también medidas para afrontar los problemas en las tierras de
los grandes propietarios, principalmente para evitar la fuga de sus colonos y
así asegurar que pudieran cobrar sus rentas y el Estado los impuestos (Rosafio,
2002: 178 ss.). La misma establecía lo siguiente: a) el colono perteneciente a
un dominio no se podía trasladar a otro; b) la vinculación al origo era condición para cumplir con la capitatio; c) el dominus puede retener por la fuerza al colono; d) como si fuera un
esclavo, el colono podía ser forzado a cumplir con sus obligaciones de
campesino libre (Bravo, 1991: 41).
Según
la teoría “social” de los orígenes del colonato, planteada por Fustel de
Coulange, los colonos endeudados de la República y el Principado serían “i
diretti antenati dei coloni tardoantichi” (Rosafio, 2002: 129). Se ha visto que
al respecto Rosafio propone diferenciar la evolución de la condición del colono
(que conduce a la sanción legal, no la creación, del colonato en el siglo IV),
de las tierras estatales de las privadas. En las tierras estatales los
sucesivos emperadores en principio buscaron beneficiar a los colonos mejorando
su situación contractual y brindando concesiones para incentivarlos a
permanecer en ellas. Por el contrario, en las tierras en manos privadas, desde
comienzos del Principado existen evidencias que los campesinos atrasados en el
pago de sus rentas (reliqua colonorum)
podían ser obligarlos a permanecer en ellas (De Ste Croix, 1981-1988: 286), se
trata del addictus de los textos
jurídicos[89].
De todas maneras pudo tratarse un fenómeno tal vez generalizado en los siglos I
y II, pero interrumpido por la crisis demográfica desatada a finales del siglo
II (Lo Cascio, 2009: 179-191).
La
tesis continuista fue enfáticamente rechazada por Carrié con su artículo de
1982, donde afirmaba la naturaleza fiscal del colonato[90]. Si bien Carrié niega la
existencia del sistema como tal, señala la tendencia a la adscripción de los
colonos a partir de la legislación de Diocleciano como consecuencia de haber
transformado a todos los cultivadores del Imperio en capita imponible[91]. Por lo tanto, el
colonato sería el resultado de la necesidad de mantener a los campesinos en las
tierras en las que habían sido censados, una forma legal de contrarrestar su
fuga, y también el patrocinium con el
que los propietarios buscaban beneficiarse de la situación:
”Per questo motivo, egli definisce la fuga dei coloni come una vera e
propria forma di evasione fiscale. Come riflesso di questo fenomeno si spiega
anche, secondo Carriè, il diffondersi del patrocinium, praticato da grandi
proprietari privi di scrupoli, che accoglievano i coloni fuggitivi per farli
lavorare clandestinamente sulle proprie terre” (Rosafio, 2002: 128).
Entonces,
se ha visto que durante el Principado sucesivos emperadores legislaron
favoreciendo la situación de los colonos de las tierras estatales como una
alternativa para garantizar recursos e impuestos, propiciando entre éstos una
situación distinta a la que podía darse entre los colonos de las tierras en
manos de propietarios privados. Pero el agravamiento de los problemas a lo
largo del siglo III provocó una crisis de la recaudación en paralelo con un
aumento de los gastos, situación que sólo logró revertirse con la reforma
fiscal de Diocleciano, (tal vez no más agobiante aunque sí más efectiva)[92], pero que debió ser
acompañada con medidas para que los propietarios pudieran retener a los
campesinos en las tierras en las que habían sido censados. Ahora bien, en toda
esta cuestión falta explicar por qué, por entonces, había campesinos con la
posibilidad de huir de las tierras en donde habían sido censados y que también
hubiera propietarios necesitados de su fuerza de trabajo y dispuestos a
brindarles protección. Carrié acierta al afirmar que la cuestión de la fuga
resulta clave para entender el carácter de la legislación tardía, sin embargo
no explica por qué resultaba por entonces una situación generalizada.
Lo
Cascio tiene una teoría al respecto: la cuestión habría tenido que ver con el
descenso demográfico, evidenciado a través de la “abrumadora documentación
literaria y jurídica” que desde finales del siglo II y a lo largo de buena
parte del III se refieren al despoblamiento rural (agri deserti) (2009: 182)[93]. Se ha visto que tanto
Finley como Carrié relativizan el tema de las epidemias y la crisis
demográfica, sin embargo para Lo Cascio se trata de una cuestión clave, pues la
falta de trabajadores habría favorecido las condiciones “contractuales” del
campesino frente al Estado y los propietarios privados, situación que será
revertida desde finales del siglo III por medio de mecanismos de coacción
extraeconómica[94].
La relativa “ventaja” de su escasez les permitía, aún después del
reordenamiento fiscal de Diocleciano, contar con la posibilidad de huir y
ponerse bajo la protección de aquellos propietarios que les ofrecieran mejores condiciones.
Se trata de los colonus adscribtus iuris
alienis censibus (CTh. 5.6.3) de
los textos jurídicos, y que daban lugar a una doble evasión fiscal; por parte
del colono que se fugaba y de los propietarios que los recibía al margen de los
controles fiscales (Rosafio, 2002: 166 y ss.).
El
historiador italiano desarrolla su hipótesis en los siguientes términos: “El
brote de la peste antonina habría modificado radicalmente el equilibrio. Para
comprender sus consecuencias ayuda la documentación comparativa, especialmente
la relativa a muchas regiones europeas afectadas por el brote de la peste negra
en la mitad del siglo XIV. La consecuencia para los sobrevivientes de la
población campesina, debió ser una tendencia hacia el mejoramiento de la propia
condición de vida, con el abandono de tierras marginales, el paso a una
agricultura o ganadería extensiva, con la correspondiente modificación en la
dieta desde el momento en que era modificada la estructura de los precios
relativos y los precios de los cereales disminuían en relación a los otros
precios. En general debemos presumir que la capacidad contractual de los
campesinos, de los arrendatarios y hasta de los jornaleros, debió mejorar. Un
posterior avance en esta misma dirección debió venir de la convulsión
político-militar y la ulterior disminución de la población en la mitad del
siglo III debido a un nuevo brote epidémico que se prolongó por otros veinte
años. El hecho de que este mejoramiento de la capacidad contractual había
comenzado a inducir a la clase propietaria a formas de coacción extra-económica
para retener a la fuerza de trabajo sobre sus tierras es una posibilidad,
aunque no lo podamos confirmar con certeza” (2009: 66-67; trad. R. Lamboglia).
Entonces, las
transformaciones de la estructura económica en lo que va del Alto Imperio a la
antigüedad tardía, habría implicado un proceso complejo, de ninguna manera
lineal, sintetizado por Lo Cascio con una sugestiva reflexión: “En definitiva,
es probable que la transición de la sociedad esclavista a la sociedad del Bajo
Imperio, o si se prefiere, de la formación social en la que dominaba el modo de
producción esclavista a una formación social en la cual domina un modo que
prefigura las relaciones del «seigneurie», habría representado una evolución
muy poco articulada y menos lineal de lo que inducía a pensar el esquema de un
modelo interpretativo fundado en una mecánica sucesión de estadios” (Lo Cascio,
2009: 191; trad. R. Lamboglia).
Conclusión:
Se ha visto, por
un lado, que el sistema de la villa
esclavista comienza a ser reconvertido a partir del siglo III a medida que los
propietarios se inclinaban por distintas modalidades en el empleo de sus
esclavos, aún así la villa “clásica”
pudo sobrevivir de marea residual, o ser reinstalada aquí y allá, a lo largo de
todo el período tardoantiguo.
Por
otra parte, en la segunda mitad del siglo II las epidemias y sus réplicas
provocaron un descenso drástico de la población que podría haber favorecido las
condiciones contractuales de los campesinos pero que profundizó la crisis
financiera del Estado. La necesidad del Estado de mantener en pié (y
reconvertir) una organización administrativa y principalmente un ejército
eficiente, acercó aún más sus intereses a los de las clases propietarias en lo
que respecta a la necesidad de la extracción de excedente de los campesinos. De
las primeras manifestaciones del vínculo de los campesinos a la tierra no puede
hablarse antes de Diocleciano; el colono es vinculado por cuestiones fiscales,
es decir, el Estado debía poder garantizar el cobro de los impuestos, que desde
la Tetrarquía combina una ecuación integrada por una imposición personal y
patrimonial (capitatio-iugatio). El
vínculo impuesto a los colonos también opera en beneficio de la clase
propietaria de la cual, la clase dirigente del Imperio y el mismo poder
imperial, eran su expresión (Lo Cascio 2009: 67-68).
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Recibido: 20 de marzo de 2019
Aceptado: 15 de julio de 2019
Versión Final: 26 de agosto de 2019
[1] (Carrié & Rousselle,
1999: 514), en el mismo sentido (Rosafio 2002: 52). Una interesante síntesis
(Austin & Vidal Naquet, 1972-1986: 17-23); también: (Lo Cascio, 2009:
299-316), (Love, 1986: 152 ss.). Marx criticó en su momento a Mommsen el uso
del término “capitalista” para referirse a la economía antigua, (Marx, 1984:
1001-1002).
[2] Es justo aclarar
que Rostovtseff no dejaba de reconocer
que a pesar del desarrollo del comercio y la industria, la tierra era la
principal fuente de riqueza (De Ste. Croix 1981-1984: 152-153).
[3] “En suma, el
poderoso afán de adquirir riqueza no se manifestó en un afán de crear capital;
dicho de otro modo, la mentalidad predominante fue adquisitiva, pero no
productiva”, (Finley, 1973-1974: 203).
[4] (Staerman &
Trofimova, 1979).
[5] Una síntesis
sobre el interés suscitado por el tema de la esclavitud y el funcionamiento de
una sociedad basada en la explotación del trabajo de los esclavos, entre los
historiadores de distintos países y corrientes de pensamiento hasta finales de
los años 70 del siglo pasado en (Finley, 1980-1982: 11-83). Otra importante
síntesis en la introducción de Mario Mazza al libro de Staerman &
Trafimova.
[6] (De Ste. Croix,
1981-1988), especialmente IV.III Del esclavo al colonus pp. 267-305 y VIII. La «decadencia y caída» del imperio
romano: una explicación, pp. 528-586.
[7] La primer obra
colectiva (Capogrossi Colognesi, Giardina & Schiavone, 1978).
[8] En el mismo
sentido (de Ste. Croix, 1981-1988: 161).
[9] Los comentarios
corresponden a (Duplá 2001: 119).
[10] La segunda obra
colectiva (Giardina & Schiavone, 1981).
[11] (Id.: 131-132).
[12] Una síntesis de
la construcción del concepto de crisis y su crítica actual (Diaz, Martínez
Mazza & Sanz Huesma, 2007: 15-22).
[13] (Rostovtzeff,
1957-1981), la manera en la que Rostovtseff proyectaba sobre la interpretación
de la crisis del Imperio su propia experiencia histórica, queda reflejada en
las siguientes afirmaciones: “En adelante el Estado había de apoyarse en el
campo y sus pobladores”…”El odio y la envidia reinaban por doquier: los campesinos
odiaban a los terratenientes y a los funcionarios; el proletariado de las
ciudades odiaba a la burguesía urbana, y el ejército era odiado por todos,
incluso por los campesinos” (1081)..”En los capítulos precedentes hemos
intentado demostrar que la crisis del siglo III había sido producida, en gran
parte, por un movimiento revolucionario de las masas de la población, deseosas
de una nivelación general” (1106)…”La revolución social del siglo III, que
destruyó los fundamentos de la vida económica, social e intelectual del mundo
antiguo, no condujo a ningún resultado positivo” (1112)..”La lucha se reñía no
entre en senado y el emperador, sino entre las ciudades y el ejército, o sea,
la masa de los campesinos” (1118)…”El fenómeno principal del proceso de decadencia
fue la absorción gradual de las clases cultas por las masas y la simplificación
consiguiente de todas las funciones de la vida política, social, económica e
intelectual, o sea, aquel proceso que damos el nombre de barbarización del
mundo antiguo”…”Otra enseñanza es que las tentativas violentas de nivelación no
han conducido jamás a la elevación de las masas; no han hecho más que aniquilar
a las clases superiores, acelerando así el proceso de barbarización”…para
finalmente exponer su famoso interrogante histórico..”¿es posible extender a
las clases inferiores una civilización superior sin degradar el contenido de la
misma y diluir su calidad hasta desvanecerla por completo?¿No está condenada
toda civilización a decaer apenas comienza a penetrar entre las masas” (1125).
[14] (Finley
1973-1974: 176 y 195).
[15] (Finley
1973-1974: 126-130 y 149-150).
[16] (Carrié &
Rousselle, 1999: 518).
[17] (Carrié &
Rousselle 1999: 519-520; Diaz, Martínez Mazza & Sanz Huesma, 2007: 15-22).
[18] El trabajo
colectivo y los debates en (Lo Cascio 2012); particular importancia el de
(Rossignol, 2012).
[19] Finley también
relativizaba la incidencia de la epidemia de época de Marco Aurelio y los
brotes sucesivos (Finley, 1980-1982: 160-194). La crítica ha sido formulada por
(Lo Cascio, 2009: 179-191), el apartado se titula: “Popolazione e risorse: III.
Movimenti demografici e trasformazioni social tra Principato e tardoantico: a
propósito del IV capitolo de Schiavitù Antica e Ideologie Moderne di Moses
Finley”. Sobre el tema de la crisis, (Bats-Benoits-Lefebvre, 1997) y
(Hekster-Kleijn-Slootjes, 2007).
[20] Argumento
compartido por (López Barja & Lomas Salmonte, 2004: 405).
[21] Cuestión que
para Carrié recién tuvo lugar de manera masiva después de Adrianópolis (año
378), lo que considera un “grossière erreur tactique”, (Carrié-Rousselle 1999:
525).
[22] Confirmado por
estudios regionales, por ejemplo (Cepas Palanca, 1997).
[23] “The long third century”, según Corbier (2008: 428).
[24] 20 emperadores
“legítimos” entre 235-283; 26 desde Augusto, entre el 31 a.C. al 235 d.C. Le
Bohec (2009: 251-252) ofrece un ilustrativo cuadro que registra por año y
localización, los sucesivos y reiterados intentos de usurpación, muchos más que
los 30 usurpadores registrados por la Historia Augusta.
[25] Lo Cascio,
refiriéndose precisamente al tema demográfico, afirma que la documentación
antigua es poco confiable, en algún caso anecdótica, discontinua y poco posible
de cuantificar (Lo Cascio, 2009: 139).
[26] “Tan sólo
después de la revolución agraria en Inglaterra, en el siglo XVIII, estas
proporciones medias pudieron ser radicalmente transformadas. Actualmente, en
Estados Unidos (cifras de 1973), por ejemplo, un trabajador agrícola produce lo
suficiente para alimentar a más de 50 personas”, (Hopkins, 1978-1981: 29).
[27] “L´un des pères
fondateurs de l´histoire ancienne”, (Carrié & Rousselle 1999: 520).
[28] Sobre la
incidencia del bandidismo en la zona oriental del Imperio numerosas referencias
en (Sartre 1991-1994) por ejemplo pgs., 66 y 72 para el caso de Siria; pag., 82
para Siria y Anatolia; pag., 140 para Grecia; pags., 277 y 310-311 para Asia
Menor; para Arabia pags., 333, 343, 356 y para Judea pags., 388, 397-399.
También (Shaw, 1984, 2008).
[29] La carne
proveniente de la cría (vaca, cerdo, ovejas) y de la caza (siervos, jabalíes,
etc.) se volvieron importantes en la dieta de los soldados, tanto para los del
limes renano-danubiano como los de Oriente y el norte de África (Whittaker
1989: 57 y 65-66) (Lo Cascio 2009: 292).
[30] (Corbier 2008:
408). “Las ciudades nos han contado su historia, mientras que el campo ha
guardado silencio y ha mantenido su reserva. Lo que conocemos del campo, lo
sabemos sobre todo a través de los hombres de la ciudad” (Rostovtzeff) y “Las
ciudades eran atolones de civilización en medio de un océano de primitivismo
rural” (Lynn White); ambas citas en (De Ste Croix 1981-1988: 23).
[31] (López Barja
& Lomas Salmonte, 2004: 311-312).
[32] En Italia la
relación de población no dedicada a la producción de bienes primarios y
población total era elevadísimo, más aún si se admite que la población libre en
época de Augusto era muy superior a los 4-5 millones, y que bien podía rondar
los 12-14 millones (Lo Cascio 2009: 156).
[33] Sartre ofrece
numerosos ejemplos para el Oriente romano (1991-1994: 189 y ss)
[34] (Sartre,
1991-1994: 191-192).
[35] “Todo indica que
la situación de las ciudades (en Oriente) era catastrófica cuando Octavio subió
al poder” (Sartre, 1991-1994: 176).
[36] Ecuación frumentationes/annona, según (Remesal, 2004: 178).
[37] Sobre la
importancia de la tarea para los sucesivos emperadores (Remesal, 1986: 81 y
ss.; 2004: 178-182). Para Van Berchem (1937) el impuesto específico (annona militaris) es de comienzos del
siglo III; Cerati (1975) demostró que la annona
militaris no era un impuesto nuevo en el siglo III, sino que para entonces
se determinó de manera concreta y específica la parte destinada a los
ejércitos.
[38] En época de los
Severos la distribución de legiones en Oriente era la siguiente: 3 en Siria, 2
en Capadocia, 2 en Judea, 1 en Arabia y 2 en Egipto (Sartre, 1991-1994: 74).
[39] En Renania,
Panonia, Britania y África la población local proporcionaba a los ejércitos
ganado, caballos y ovejas en una proporción importante, además de los cereales,
según (Whittaker 1989: 68).
[40] (Remesal 1986).
Whittaker recoge la hipótesis de Petrikovits según la cual cada campamento
controlaba un territorium
(«militarisches Nutzland») en principio suficiente para abastecer sus
necesidades; por su parte Willems, en sus trabajos sobre Batavia, concluye que
los territorios no eran susceptibles de proveer lo necesario a todos los
soldados acantonados en la región. Los trabajos de Breeze y Knights en base a
los restos de las letrinas de los soldados en el fuerte de Bearsden en Escocia
afirman que su régimen alimentario era principalmente vegetariano y que el
trigo no era de origen local (Whittaker 1989: 56-57). Lo Cascio considera que
la dieta de los soldados era variada, que el aprovisionamiento combinaba productos
locales y otros de lejanas regiones, y que un cambio significativo tenía lugar
con el ejército en marcha, para cuando el aprovisionamiento se lograba
preferentemente por el saqueo y las requisas (Lo Cascio 2009: 287-296).
Terminando el trabajo tuve acceso a la reciente publicación (Verhagen, Joyce
& Groenhuijzen, 2019) con información muy actualizada sobre la economía del
limes.
[41] Tácito refiere la intención de
construir un canal que uniera el Saona con el Mosela para evitar ese tramo de
recorrido terrestre. Whittaker sostiene que la razón por la que el Elba fue
abandonado como extensión de la frontera es que carecía de un sistema fluvial
como el que ofrecía la cuenca Rin/Danubio vinculado al Mosela y Saona-Ródano, (Whittaker, 1989: 54).
[42] (Sillières,
1990: 754–756).
[43] La mayoría de
los cuales eran al mismo tiempo grandes propietarios, hombres muy ricos, tanto
de Italia como de las provincias (De Ste Croix 155); en el mismo sentido
(Sartre, 1991-1994: 178 y ss), que sostiene que en algunos casos es posible que
utilizaran algunos de sus esclavos o favoritos como testaferros al frente de la
organización y las operaciones. Por su parte: “los cereales se transportaban
hacia en norte de África, Sicilia y Egipto, y el aceite de oliva circulaba
desde África, el Egeo y Siria, en barcos requisados por el estado (los
propietarios de las naves llevaban los productos para el estado como parte de
sus obligaciones fiscales” (Wickham, 2009-2013: 72).
[44] De ese drenaje
formaban parte también los tributos pagados a los bárbaros de manera bastante
frecuente desde finales del siglo II, o la desmonetización por la
transformación de las monedas en objetos de prestigio o decoración (Corbier,
2008. 25).
[45] Es el modelo de
equilibrio (casi) perfecto del diagrama tri-direccional de la circulación del
dinero, campesinos/princeps/ejército, propuesto hace tres décadas por Michael
Crawford (Corbier, 2008: 329).
[46] Bajo los gobiernos de Valeriano y
Galieno (253-268) la pureza de las monedas de oro se vio adulterada no por una
adición de plata (que se detectaría por el aumento en el contenido de plomo),
sino por la falta de purificación del lingote debida a la refundición de
objetos metálicos distintos de las monedas (Corbier, 2008: 332). Posiblemente
se trató de la fundición de objetos de oro provenientes de las confiscaciones
de los bienes de las iglesias y los cristianos, ordenadas por los dos edictos
dirigidos contra ellos en los años 257/8; el objetivo parece haber sido la
necesidad de Valeriano de financiar la campaña contra los Persas (Sirago, 2002:
279).
[47] Según
información consignada en (Le Bohec, 2009: 185); en el texto los salarios están
estimados en sestercios, se ha realizado la conversión a denarios (dividiendo
por 4) para equipara la moneda en la que se expresan los gastos en el siguiente
cuadro. Después de Septimio Severo la paga era básicamente en especie, por lo
tanto el salario en denario es meramente estimativa en función de los procesos
de devaluación de la moneda.
[48] Según
información consignada en (Le Bohec, 2009: 186; 1989-2004: 46).
[49] Por ejemplo,
Emilio Paulo llevó a Roma de Macedonia al menos 120 millones sestercios como
botín (Harris, 1979-1989: 69).
[50] En el Alto
Imperio se mantuvieron dos cajas: el aerarium
Saturni, que administraba los tributos y
rentas (del ager publicus) de
las provincias senatoriales, y el fiscus
imperial, que administraba los de las provincias imperiales junto a los bienes
del patrimonium del emperador. Para
la época de los Severos todas las provincias cotizaban al fiscus, además del patrimonium
hasta que se creó la res privata
(Muñiz Coello, 1990; López Barja & Lomas Salmonte 2004: 293-296).
[51] Estimación en
base a las cifras ofrecidas por Augusto en sus Res Gestae (Muñiz Coello, 1990: 13).
[52] Según Dión
Casio, H.R. LV.25.5. La síntesis
general del sistema de impuestos en (Sartre, 1991-1994: 82-94).
[53] D L.15.4.
pr., Ulpiano fue un destacado jurista de la época severiana.
[54] P. Col.
VI.123, II. 43–4 (= Oliver (1989) no. 235).
[55] Remesal (1986: 81-108) defiende la hipótesis que ya
desde época de Augusto, la praefectura
annonae se ocupaba tanto de la parte del impuesto en especie destinada a
Roma como todo lo concerniente a los ejércitos.
[56] “Las
plantaciones de esclavos, la producción campesina y el trabajo asalariado son,
en términos empíricos, las únicas formas dignas de mención en que se ha
practicado en toda época la agricultura sedentaria, y difieren fundamentalmente
por el modo en que se organiza la fuerza de trabajo”, (Wickham 2005-2009:
379-380). Para una crítica al concepto de modo de producción esclavista (García
Mac Gaw, 2006).
[57] (De Ste. Croix,
1981-1988: 161), comentarios pertinentes en (Rosafio, 2002: 49-80).
[58] (Dockés, 1979-1984:
63-95).
[59] Ya lo señalaban
Staerman y Trofimova (1974-1979: 39 y ss). Un exhaustivo análisis de las
fuentes respecto al tema en (Rosafio, 2002: 49-80) y (Lo Cascio, 2009: 181).
[60] (Rosafio, 2002:
62-63).
[61] (Rosafio, 2002:
49).
[62] (Weber, 1989:
47), cuestión reproducida, entre otros por (De Ste Croix 1981-1988: 286).
[63] (Rosafio 2002:
52-53). Resultan esclarecedores los comentarios de Dockés referidos a la
confusión que suelen exhibir algunos investigadores en el uso de conceptos cómo
producción, productividad y rentabilidad (Dockés 1979-1984: 141-172).
[64] Rosafio afirma
que el planteo de la inelasticidad fue bien recibido por los autores de la obra
colectiva de 1981 Società romana e
produzione schiavistica dirigida por Schiavone-Giardina, pero que sin embargo
pocos años más tarde el propio Giardina (La
due Italia nella forma tarda dell´impero, in SRIT 1, 1986) planteaba dudas al respecto, pues el planteo de la
crisis general del sistema en torno al siglo II d.C. era más teórico que
empírico (Rosafio, 2002: 55).
[65] Finley coincidía
con la siguiente afirmación de Staerman: “No se puede afirmar que hubiera una
disminución numérica. La tesis del aumento de precio no se ha confirmado”
(Finley, 1980-1982: 169).
[66] (Finley,
1973-1974: 209-244), (Finley, 1980-1982: 160-194) muy importantes los
comentarios (Lo Cascio, 2009: 179-191).
[67] Muchos
medievalistas, entre otros como Pierre Bonnassie, se vieron inducidos a tratar el tema del
final de la esclavitud antigua desde que Marc Bloch planteara la centralidad de
la cuestión en su famoso artículo ¿Cómo y por qué termina la esclavitud
antigua?, pero que no pudo continuar debido a que fue asesinado por los
alemanes que ocupaban Francia en junio de 1944.
[68] (Wickham, 1984).
“Si se quiere comprender cómo opera económicamente el sistema esclavista, debe
quedar claro que el modo en que de hecho se organizaba el trabajo rural reviste
más importancia que la cuestión de la minusvalía legal que examinan otros
historiadores” (Wickham, 2005-2009: 380-381).
[69] (Wickham,
2005-2009: 401). Tanto Dockés (1979-1984: 87) como Bonnassie comparten la
hipótesis de la peligrosidad de los esclavos bajo ciertas circunstancias: “Todo
período de debilidad de las estructuras estatales favorecían las luchas
serviles”, (Id. 1984-1989: 62)
[70] La referencia a
los trabajos de los investigadores mencionados en (Rosafio, 2002: 50-51).
[71] La “cría” es un
argumento fuerte en la hipótesis de de Ste Croix: afirma que durante el
Principado los propietarios favorecen la reproducción interna (aumenta el
número de esclavas, estimulan las reproducciones concediendo la manumisión bajo
ciertas condiciones, etc.) pero con ello disminuyeron las cotas de explotación
y por lo tanto su rentabilidad (De Ste Croix, 1981-1988: 274, 280).
[72] Testimonios
referidos a servus quasi colonus en
el siglo I en (De Ste Croix, 1981-1988: 281); entre los germanos Tácito Germ., 25.1.
[73] En referencia a
la hipótesis de Weber. El término casarii
aparece junto al de coloni en una Constitución del 369 (CTh IX.53.7=CJ IX.59.7).
[74] (Rosafio, 2002:
55).
[75] Para España
visigoda (García de Cortázar, 2004: 102-103). Para Francia (Dockés 1979-1984;
Bonnassie 1984-1989). Respecto a la revisión del tema han sido decisivos los
trabajos de (Vera, 1995) y (Giardina, 1986).
[76] (Dockés,
1979-1984: 96-111). Cuestión retomada por (Bonnassie, 1984-1989).
[77] Coincide al
respecto (Lo Cascio, 2009: 65).
[78] “Non debe
destare meraviglia che il governo dell´Optimus
Princeps desse nell´ambito della prassi quelle risposte che in campo
ideologico avevano già formulato i gruppi dirigente che lo sostenevano” (Mazza,
1973: 176).
[79] (Mazza, 1973:
178). El tema de contar con suficientes hombres para los ejércitos parece habar
sido una preocupación de época, pues es el contexto en el que Apiano y Plutarco
refieren la reforma de los Gracos, al parecer con un propósito similar. El debate
también se centra en si se buscó revertir una crisis agraria además de un
problema de despoblamiento y falta de mano de obra, o por el contrario “evitare
che si mettessero in moto i malthusiani «freni preventivi» (se non addirittura
quelli «repressivi») in una situazione di eccesiva pressione della popolazione
sulle risorse”, (Lo Cascio, 2009: 106).
[80] Remesal sostiene
que es posible que Trajano y Adriano pensaran en trasladar al África el modelo
municipal de explotación desarrollado en la Betica
desde hacía mucho tiempo debido a: “Primo, la disponibilità di nuovi territorio
da sfruttare e la loro appartenenza in notavole percentuale alla proprietà
imperiale: secondo: l´iniziativa procedeva direttamente dallo stato che aveva
bisogno di aumentare la produzione per le crescenti necessità dell´impero”
(Remesal 1997: 263).
[81] “Decretandola,
Adriano avrebbe inteso legiferare non solamente per il suo latifondo, bensì per
tutto l´impero. Per essa, si concedeva la possessio ereditaria delle terre
incolte e di quelle cche erano abbandonate per dieci anni di seguito, a tutti
coloro che intendessero affrontare tale impresa”, (Mazza, 1973: 188-189).
[82] También en Egipto el emperador Filipo
el Árabe (244-249), frente al problema de sequía y falta de irrigación, tomó
medidas tendientes a forzar la venta de los campos abandonados para
reinsertarlos en el sistema fiscal. También ordenó medidas respecto al sistema annonario, redistribuyendo las cargas
concernientes al transporte, almacenamiento, etc. (Bianchi, 1983). Seguramente
Filipo prefirió trasladar el peso de la fiscalidad sobre los territorios
orientales teniendo presente el antecedente de la reacción de los propietarios
italianos y la Proconsular contra los procedimientos de recaudación
implementados en dichos territorios por Maximino el Tracio.
[83] “¿De dónde
saldrá el dinero para estos soldados y para los demás gastos imprescindible^?
Yo te lo enseñaré. Te he de indicar previamente, pero con brevedad, que,
incluso si fuéramos una democracia, de todas formas necesitaríamos dinero, pues
no se puede vivir seguro sin un ejército y nadie quiere servir como soldado sin
recibir una paga”…”Así, sostengo que es necesario que tú, como primera medida,
vendas todas las posesiones que son públicas -puesto que puedo observar que son
muy numerosas como consecuencia de las guerras-, salvo aquellas, pocas, que te
sean útiles y necesarias. Presta todo el dinero proveniente de su venta a un
interés moderado. Así se conseguirá que la tierra vuelva a ser productiva
puesto que se habrá vendido a dueños que la trabajarán por sí mismos. Estos se
convertirán en hombres ricos tras recibir la aportación de capital, mientras
que el tesoro público tendrá unos ingresos suficientes y perpetuos” Dion Casio
LII.28.1-4, Gredos (trad. J.M. Cortés Copete).
[84] La gestión de
las tierras imperiales era confiada a un procurator;
recién para el siglo III la legislación distingue entre conductor como contratista intermediario y colonus como arrendatario (Rosafio, 2002: 142-144).
[85] Nei fatti,
furono troppo espesso i grandi possessores provinciali che, in vario modo ed in
vari tempi, si impadronirono delle terre demaniali e risultarono, alla fine, i
reali beneficiari di questa politica” (Mazza, 1973: 197); y más adelante
concluye: “Il sordo egoísmo delle classi al potere demostrerà l´illusorietà
della politica di creazione della piccola proprietà contadina, continuandosi la
concentrazione latifondistica nelle province dell´impero più refrattarie al
potere centrale” (Id., 1973: 204).
[86] En un momento
álgido de las guerras contra los pueblos de las fronteras, el emperador
Maximino el Tracio (235-238) se vio obligado a llevar adelante una recaudación
expeditiva y compulsiva que desató una revuelta en la Proconsular e Italia,
encabezada por los grandes propietarios y acompañada por los campesinos
(Herodiano, VII). Los grandes propietarios privilegiaron entonces la defensa de
sus intereses personales por encima de los del gobierno, a pesar de ser la
clase que, en definitiva, controlaba el poder. El episodio deja en claro que el
sistema fiscal dependía demasiado de actores que podían operar en contra del
emperador de turno, en particular en aquellas regiones que eran estratégicas en
términos económicos para el Estado.
[87] “L´uso del termine fa pensare che
sulle proprietà imperiali si sia formata una popolazione di coloni che di
generazione in generazione rimane a coltivare gli stessi fondi” (Rosafio 2002:
145).
[88] Se establece que
quedan excluidos del beneficio los curiales que posean tierra privada por más
de 25 iugadas y arrendaban más de 25 iugadas de tierra imperial. (Rosafio,
2002: 149-151).
[89] Sobre los
testimonios y los debates en torno al addictus
y los coloni iuris alieni de la constitución del 332 (Rosafio, 2002: 127-135).
[90] Tesis
cuestionada, entre otros, por (Marcone, 1985).
[91] “dans le cas de la capitatio,
non seulement amalgamer impôt
personnel et foncier mais, dans ce cas, conserver, prolongar et
même élargir à
l´échelle de l´Empire entier le système
d´assignations fiscales collectives qui
avait été appliqué à certaines cités
ou confédérations des l´époque
augustéenne: on imagine mal un retour en arrière par
rapport aux Sévères”
(Carrié, 1999: 67).
[92] “En los últimos
años, algunos historiadores han reaccionado en contra de la imagen precedente
del estado de finales de la época imperial como un «estado coercitivo», que
gravaba tanto las tierras que terminaron abandonadas y la economía empezó a
hundirse; la revisión es correcta pero, a mi juicio, se ha llegado demasiado
lejos con los argumentos” (Wickham, 2009-2013: 71).
[93] En el mismo
sentido Corbier “La agricultura romana sufre entonces de escasez de
trabajadores, y aún más por la falta de empresarios, por lo que los esfuerzos
están hechos para "ganar su lealtad" a cualquier precio. Sin embargo,
no hay prueba de ningún empeoramiento de la situación legal de los campesinos
hasta la mitad del siglo IV” (Corbier, trad, 434-435; trad., Rodolfo
Lamboglia).
[94] “Parrebbe
piuttosto la loro «indisponibilità» in grossi numeri a rendere necesario,
proprio per continuare a garantiré la loro tradizionale debolezza contrattuale
nei confronti dei propritari o del fisco imperiale, il ricorso a forme più dure
e più esplicite di costrizione extraeconómica” (Lo Cascio, 2009: 188).