Gatti,
Gabriel (Ed.). Un mundo de víctimas;
Anthropos; Barcelona; 2017; [431 páginas].
Por Santiago Cueto Rúa
Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales,
Universidad Nacional de la Plata; Argentina
La compilación titulada “Un mundo de víctimas” es el resultado del trabajo de un proyecto académico colectivo denominado “Mundo(s) de víctimas. Dispositivos y procesos de construcción de la identidad de las ´víctimas´ en la España contemporánea. Estudio de cuatro casos paradigmáticos”, radicado en el Centro de Estudios sobre la identidad colectiva de la Universidad del País Vasco. Dieciséis de los/as autores/as forman parte de ese proyecto, otros ochos son autores/as invitados/as[1].
El compilador del trabajo y autor de varios textos, Gabriel Gatti, trabaja desde hace varios años haciendo lo que llama una “sociología desde las tripas”[2], referencia que nace de su profesión y de su condición de familiar de desaparecidos. De modo que la capacidad de este libro de observar el mundo de las víctimas con mirada aguda, notable espíritu desnaturalizador y cierta crudeza, no sorprende.
El libro está dividido en seis partes, la primera está conformada por las herramientas teóricas; la segunda, indaga en los diferentes tipos de víctimas (de raíz política, de violencia de género, de accidentes de tráfico, personas que fueron robadas cuando eran bebés y las víctimas del franquismo); la tercera parte aborda el cruce entre víctimas, expertos y administraciones; la cuarta incluye trabajos que analizan la posición de las víctimas frente a la ley; la quinta indaga en lo humano vulnerado y la educación moral; y la última vincula el mundo de las víctimas con diferentes discursos artísticos (el barroco, el lenguaje cinematográfico, lo cómico y la víctima) y con reflexiones en primera persona sobre la transición española.
La mayoría de los trabajos se concentra en lo que sucede en la España contemporánea y su punto de partida es la constatación de un fenómeno particular: la expansión permanente de la cantidad de ciudadanos que se presentan y se piensan a sí mismos como víctimas. No obstante, esa localización espacial y el fenómeno indagado trasciende esas fronteras, de modo que el libro habla (centralmente) de España, pero a la vez da cuenta de un fenómeno de alcance internacional. Esto no implica que los procesos indagados sean extensibles fronteras afuera de España sin más, pero sí que las preguntas con las cuales se los abordan pueden favorecer el análisis de lo que sucede en nuestras tierras.
En términos generales, lo que sucede en España, en línea con lo que sucede en otros países centrales sobre todo europeos, es que esa ampliación de la cantidad de personas que se consideran víctimas está anudada a (y en buena medida promovida por) la creciente legitimidad que tiene esa figura, cuyo rasgo distintivo es su carácter paradojal. Su derrotero implicó una notable escalada en la pirámide de prestigio social. Ahora bien, este fenómeno se complementa con otro que es central para la lógica argumental del libro: en el pasado, en un proceso que puede datarse con posterioridad a la segunda guerra mundial, la víctima era una figura extraordinaria, sacrificial, sagrada, trascendente y su espacio social era gestionado bajo la forma del monopolio, lo que implicaba un rasgo aristocrático sostenido por el capital simbólico acumulado (estamos hablando de las víctimas del Holocausto, los desaparecidos en Chile y Argentina, las víctimas de la ETA en España, entre otros). En el presente, en cambio, ese espacio social se ha ido democratizando y al mismo tiempo expandiendo; cada vez más ciudadanos son considerados/se consideran víctimas. De eso resulta que los contornos del significante víctima se han transformado hasta el punto de que las viejas férreas fronteras que lo separaban de otra figura central de nuestra sociedad, el ciudadano, se han ido desdibujando. Antes, la víctima suponía un cierto sagrado social, situándose por fuera de la sociedad; trascendiéndola, la posibilitaba. La víctima era una singularidad exterior al conjunto y en esa exterioridad hacía posible al conjunto. Lo común, la ciudadanía, era lo que la víctima no era, la víctima era lo que el ciudadano común no; se trataba de un sujeto extraordinario. En el nuevo espacio social, la modificación de la posición de esa figura es sustantiva. La víctima ya no está por fuera, ya no reside en el borde exterior del vínculo social para posibilitarlo, sino que habita el centro mismo.
Eso implicó en España un proceso de democratización, que amplió su esfera de reconocimientos, y que se ha vuelto susceptible de ser deseable y/o habitado por muchos agentes que encuentran comodidad en ocupar la figura de la víctima (comodidad relativa, tal como corresponde a la paradojal figura). El eje del libro se encuentra en analizar este proceso de democratización que expande la cantidad de víctimas y la diversidad de acontecimientos que transforman a alguien en víctima. Asimismo crecen las prácticas profesionales, administrativas, burocráticas, legislativas y judiciales que articulan, explican y sostienen esta expansión.
Ahora bien, más allá de este proceso de democratización, la víctima no deja de ser una figura excepcional, razón por la cual también deben ser particulares las herramientas analíticas con las cuales abordarla. En ese sentido el libro define una serie de coordenadas analíticas que revela cuáles son los interlocutores con los cuales dialoga la perspectiva puesta en juego. En primer lugar, se propone un diálogo crítico con las perspectivas psi -a las que de acuerdo con los autores les falta historicidad-, lo que incluye un distanciamiento de trabajos con vocación clínica, guiados por la lógica “re”: reparar, rehacer, recuperar, cargados de una nostalgia que pretende volver el tiempo a lo que existía antes de la catástrofe. En relación con esto, los trabajos tienen claramente un perfil más analítico que clínico.
En segundo lugar, se propone una diferenciación con aquellas perspectivas que, a contramano de la tesis del libro, sostienen que no hay nada novedoso en este mundo de víctimas, que las hubo siempre, y que hay que acercarse a ellas con la misma sensibilidad que se aplica a cualquier otro actor social. En tercer término, la mirada de los/as autores/as abreva en y discute con: por un lado, el modelo francés que historiza y sociologiza a las víctimas, pero que es insensible en su abordaje; y, por el otro, el modelo anglosajón que es sensible a los dañados, pero universaliza y no historiza al mundo de las víctimas.
El espacio social que conforman las víctimas en España, a pesar de haberse expandido y democratizado, es un espacio jerarquizado en cuya cúspide se encuentran las víctimas de la ETA. De acuerdo con los autores, estas víctimas son las más legítimas, porque son la contracara de la ilegitimidad que tiene la ETA. Y su ilegitimidad proviene de que, a los ojos de la propia sociedad española, son los actores que rompen el consenso democrático de la España del posfranquismo. La serie de acuerdos que conformó a la España democrática es amenazada por la barbarie etarra, de modo tal que sus víctimas son víctimas “VIP”, “de primera”, “aristocráticas”, “excepcionales”. La ubicación en la cúspide de esas víctimas supone la menor legitimidad que tiene por ejemplo, las víctimas del franquismo, quienes en la memoria social quedan atrapados en la consideración de haber sido parte (responsables) del conflicto en el marco del cual actuaron sus victimarios: la España de la guerra civil. De este modo, el trauma que causó ETA impide la tramitación del trauma que la antecedió: la violencia franquista.
Esta clasificación señalada arriba supone una jerarquía hacia dentro de lo que puede ubicarse como “víctimas de origen político”. Pero como fue dicho, el espacio social se ha expandido y las víctimas de origen político no son las únicas que lo habitan. El resto de las víctimas, cada una con su especificidad, aboga por recibir el reconocimiento y el privilegio del que gozan las víctimas de la ETA.
El análisis profundo acerca de cómo se mueven socialmente estas diferentes víctimas, qué capacidad tienen para inscribirse en el espacio público, qué relaciones establecen con las asociaciones que las agrupan, los profesionales que las asesoran y las burocracias que las reciben (o rechazan) excede a estas páginas, pero resultó central para destacar una característica distintiva de las víctimas: su carácter paradojal. La figura de la víctima, tal como la indagan los/as autores/as, es un lugar que se desea, porque es una figura poderosa que otorga reconocimientos sociales y materiales; y al mismo tiempo se repele, genera rechazos, porque no es fácil de portar. Es una identidad que se anhela, para luego ser descartada, superada. Un ejemplo de este movimiento es el de las mujeres víctimas de la violencia de género; de acuerdo con las miradas feministas, en primer lugar, las mujeres deben advertir que son víctimas del machismo, deben releer muchas de sus experiencias para reconocer que en verdad han sido víctimas, pero en un segundo momento deben dejar de serlo, retomando un rol proactivo que las aleje de la pasividad que la figura de la víctima paradójicamente supone.
Otra de las paradojas asociadas al mundo de las víctimas es que sus habitantes comparten (o buscan hacerlo) formas comunes de mostrar, gestionar y habitar el sufrimiento y al tiempo que realizan eso, esas formas se manifiestan como si fueran únicas, singulares, intransmisibles. La condición de víctima iguala, por el dolor infringido, y diferencia, por la especificidad de ese dolor, y por las distintas legitimidades que tienen las causas de ese dolor, y por lo tanto las víctimas que lo padecieron.
También resulta paradojal esta figura en relación a quienes no comparten ese status. El referente víctima permite, por un lado, hacer política y éticamente visible a ciertos sujetos que hasta entonces habían sido ocluidos del espacio público, pero al mismo tiempo ese proceso de victimización obliga al resto de la ciudadanía a la incómoda situación de ser sus deudores. De allí la tensión que tiñe al lazo social entre víctimas y no víctimas.
El análisis del mundo de las víctimas supone indagar en sus fronteras porosas con otros actores. En este sentido, varios de los trabajos abordan, por un lado, la relación entre las víctimas y los profesionales con los cuales interactúan, aquellos que los habilitan en el reclamo de sus derechos; por otro lado, algunos textos analizan la relación entre las víctimas y los propios autores (o las disciplinas que practican), lo que pone en escena la tensión de estos últimos entre su rol como investigador y su rol como ciudadano.
Respecto de los primeros, el libro destaca la estrecha relación entre profesionales y víctimas, como actores mutuamente constituyentes. Las víctimas necesitan de los profesionales para hacer valer sus derechos y reclamos, también para posicionarse frente a las instituciones, para construir sus militancias y sus redes asociativas. Por su parte, los expertos encuentran en la víctima el fundamento ético del problema social que gestionan. En relación con esto, lo que los/as autores/as llaman “el gobierno de las víctimas” está hecho por expertos y conforma una racionalidad fundada en los valores actuales que se expanden mundialmente con la moral humanitaria.
Respecto de lo segundo, la relación de las víctimas con los autores y sus disciplinas, el libro aporta algunas ideas muy interesantes. Uno de los trabajos narra y analiza el vínculo entre el antropólogo Francisco Ferrándiz y las víctimas del franquismo que hallaron hace algunos años los restos de sus familiares. El “acompañamiento crítico” del profesional se realizó en el marco de una tarea que incluía una fuerte demanda social por parte de esos familiares y, a su vez, una intensa exposición pública, vía la trascendencia mediática del tema. El desafío profesional de articular su compromiso con esa demanda y su especificidad profesional (lo que incluyó flexibilizar algunas de las reglas del método antropológico) se articuló también con el aprendizaje acerca de cómo tratar con los medios de comunicación. Más allá del caso específico, lo que revela este texto son las tensiones que transitan los profesionales que deben respetar las lógicas académicas en las que inscriben sus prácticas al mismo tiempo que ponen en juego su axiología en tanto ciudadanos; se trata de una tarea cargada de complejidades sobre la cual el texto reflexiona de modo iluminador y carente de respuestas formularias.
Otro de los textos que reflexiona sobre la relación entre las disciplinas académicas y las víctimas es el del historiador Jesús Izquierdo Martín. Allí el autor se posiciona a favor de que la disciplina histórica ponga en juego sus herramientas distanciadoras para edificar políticas de memoria que reivindiquen el derecho moral al recuerdo de las víctimas, pero sin sostener una deuda política hacia ellas. Este ejercicio de compromiso y a la vez de distanciamiento da cuenta de una tensión inevitable entre el mundo de las víctimas y el de aquellos que se dedican a estudiarlas.
En relación con esto último el libro recorre un asunto de suma importancia. ¿Cuáles son los riesgos del humanitarismo a la hora de pensar el mundo de víctimas? Es decir ¿nos sensibilizamos y nos conmovemos frente a cualquier tipo de víctimas, independientemente del daño que se le ha infringido, resaltando una dimensión humana universal sostenida únicamente sobre la experiencia de dolor? ¿Es el dolor de la víctima lo que nos interpela y frente a lo cual debemos actuar? ¿O son las condiciones históricas, es decir la especificidad de ese dolor, lo que debemos reponer? Estas preguntas son abordadas de modo muy interesante por el trabajo de Ignacio Irazuzta, Silvia Rodríguez Maeso y Adriana Villalón quienes analizan un programa educativo que convoca a un conjunto diverso de víctimas para narrar sus experiencias.
El libro tiene en general un tono analítico, inspirado en el afán de comprensión más que en el de intervención sobre la realidad. Quizás esté allí uno de sus mayores méritos: esa mirada desacralizada sobre un mundo al que, en tanto ciudadanos, habitualmente nos aproximamos de un modo empático y algo naturalizador. No obstante, como se ha visto, hay algunos textos que proponen otro tipo de mirada, por momentos algo normativa, pero sin perder calidad y profundidad argumental. En esa línea se ubica el trabajo del filósofo Galo Bilbao Alberdi quien propone una ética que reconozca a las víctimas, asuma su perspectiva, reconozca la sinrazón que las provocó y la razón que las asiste y las acepte como sujetos y referentes políticos. No obstante, el autor advierte sobre cierto riesgo que en ocasiones supone que la inocencia radical y el innegable respeto al acto de victimización deriven en la idea de que el comportamiento de las víctimas ha sido siempre ejemplar. En ese sentido, la inocencia le aportaría a la víctima varios rasgos morales positivos, lo que implicaría la capacidad absolutoria de todo tipo de mal, pasado y futuro. Esto le confiere una virtud moral a la víctima cuya influencia se vuelve retroactiva y duradera.
En suma, el libro supone un aporte muy interesante tanto por el objeto que indaga como por el modo en que lo hace. La profundidad y originalidad de estos trabajos provoca que, aunque el libro se concentre casi exclusivamente en un fenómeno español, sus reflexiones pueden iluminar procesos fronteras afuera de España. Cada mundo de víctimas tiene su especificidad y lo que sucede en Argentina, y en Latinoamérica en general, no es la excepción. No obstante, las herramientas ofrecidas por esta compilación pueden ser muy productivas si las utilizamos para pensar procesos locales.
Bibliografía
Gatti, Gabriel, Identidades desaparecidas. Peleas por el sentido en los mundos de la desaparición forzada, Buenos Aires, Prometeo, 2001.
CAYUQUEO, Pedro. Historia Secreta Mapuche; Santiago de Chile; Catalonia; 2017; [372 páginas].
Por Emiliano Ríos
(Universidad Autónoma de Entre Ríos); Argentina
CAYUQUEO, Pedro. Historia Secreta Mapuche; Santiago de Chile; Catalonia; 2017; [372 páginas].
Por Emiliano Ríos
(Universidad Autónoma de Entre Ríos); Argentina
Pedro Cayuqueo es un prolífico periodista mapuche, que fundó los periódicos Azkintuwe (el cual dirigió hasta su última edición en 2013) y Mapuche Times (que dirige actualmente). Además, lleva publicados ya seis libros de contenido histórico en su haber: “Solo por ser indios”, “La voz de los lonkos”, “Esa ruca llamada Chile”, “Huenchumilla. La historia del hombre de oro”, “Fuerte Temuco” e “Historia Secreta Mapuche”.
Aquí nos ocuparemos de este último libro, recientemente editado por Catalonia (2017), en el cual Cayuqueo nos brinda el acceso a un proceso histórico narrado desde un posicionamiento que nos enriquece con otra mirada de los hechos, a través de un fluido relato respaldado por una multiplicidad de fuentes documentales (como cartas, relatos de viajeros y documentos oficiales) y de referencias bibliográficas. Nos muestra así la contracara de la historia, velada por la historiografía tradicional de ambos lados de la Cordillera, dándole voz a los silencios del discurso oficial, a aquello que las esferas de producción científica ocultaron o tergiversaron. En esto se basa el propósito de la obra: en hacer público lo silenciado, en divulgar para que trascienda lo que se ha catalogado históricamente como “secreto”. Y este libro, en ese sentido, se adapta a las necesidades del caso ya que la fluidez de su lectura (la cual no implica falta de profundidad) permiten hacer de ella una obra de divulgación masiva, accesible a cualquier tipo de lector, sin excesivos refinamientos técnicos que la restrinjan al campo de los especialistas.
En su crónica aparecen personajes históricos que la historiografía nacional relegó al papel de actores de reparto, y hasta de “extras” invisibilizados, pero que adquieren en la exquisita narrativa de Cayuqueo el protagonismo que se merecen: desde Galvarino (“el Wolverine mapuche”) y Kalfulican en tiempos de guerra contra la corona española, a Calfucura, Mañilwenu, Orélie, Kilapán, Namuncura, Sayweke, Inakayal y Foyel (ya en la coyuntura decimonónica). Además, aparecen las historias de vida de algunos viajeros que recorrieron el país mapuche y que son abordadas por el autor, en pos de reconstruir el pasado histórico de este territorio a partir de sus descripciones y relatos. Así mismo aparecen algunos de los próceres que la mitología patriótica de ambos lados del cordón andino ensalzó como figuras centrales en la culminación del proceso de construcción de la nación: Cornelio Saavedra (el nieto trasandino de “nuestro” prócer independentista) y Julio Argentino Roca. A cada uno de ellos también se les dedica un capítulo en donde adquieren un rol protagónico, pero con el fin de contrarrestar la mirada tradicional al enfocar las acciones de estos desde la perspectiva de los vencidos, para poder ver en los hechos como nuestros Estados se construyeron sobre la base de un genocidio.
Ya en su prólogo, el autor reflexiona sobre cómo en Gulumapu (territorio históricamente habitado por el pueblo
mapuche hacia el lado oeste de la cordillera) los manuales escolares chilenos
construyeron una visión del pueblo mapuche que los minimizaba al nivel de
pueblo incivilizado, bárbaro y hasta salvaje: de culto demoníaco, con un
dialecto menor como lengua y cuyo arte se reducía a la artesanía. De este lado,
en Puelmapu (la tierra mapuche del este) la historia
oficial se encargó de crear la categoría de “desierto”, como si fuera un lugar
inhóspito y deshabitado, un territorio que en realidad arrastraba consigo una
historia de miles de años de población y cultura. Se habló de desierto,
entonces, con el fin de legitimar los procesos de invasión y construcción
territorial nacional (no sólo en la Patagonia sino también en el Gran Chaco).
El hilo conductor que une los distintos relatos consiste en poner en entredicho
aquella idea de que el llamado “problema mapuche” sea un problema de cinco
siglos de duración: para Cayuqueo no tiene más que apenas un siglo y medio
cuando mucho. Así su recorrido histórico nos lleva desde el Wallmapu
libre hasta el ocaso del siglo XIX marcado por las dos campañas conjuntas que
realizaron los estados argentino y chileno: “La conquista del Desierto” y “La
Pacificación de la Araucanía”. Dos nombres de operaciones militares que con sus
eufemismos esconden una cruenta historia manchada de sangre mapuche. En el
violento transcurrir de este siglo, se centra el núcleo duro de esta obra que
consta de doce capítulos, siendo más pertinente para comentar en estas líneas
el primero ya que se escapa a la lógica del relato periodístico y sin perder la
mención a los acontecimientos se acerca hacia una historia social que
profundiza con una mirada de mayor duración lo que durante el resto del libro
se narra al nivel del detalle episódico político-militar.
El recorrido de Cayuqueo nos introduce en su primer capítulo en el Wallmapu, territorio
autónomo hasta hace sólo un siglo y medio atrás, en el cual los mapuche
supieron aprovechar aquellas especies animales foráneas que los invasores
españoles introdujeron y se multiplicaron casi infinitamente por su territorio.
Se convirtieron así en una potencia ganadera e hicieron rápidamente uso del
caballo como un arma que les permitió resistir ante el invasor desde los
tiempos de la llamada Guerra de Arauco, para permanecer luego autónomamente
durante siglos gracias a las dotes diplomáticas de este pueblo. “Tras un fiero
contacto inicial con la Corona y una guerra abierta que se prolongó por medio
siglo, la diplomacia de las armas y del comercio fueron posteriormente la
norma. Ello durante casi trescientos años”. [3]
En el Parlamento de Quillín (1641), se reconocieron
al río Biobío y al río Quinto como fronteras naturales entre la Corona y los mapuche a uno y otro lado de la Cordillera que se
erigieron como tales hasta el siglo XIX. Entre 1593 y 1825, relata el autor que
los parlamentos se realizaron en más de 40 ocasiones: “una institución clave en
la rica historia mapuche, presente en su descentralizada forma de gobierno bajo
la figura del Koyangtun (parlamentar, tomar acuerdo)
probablemente desde tiempos inmemoriales”.[4]
La vida fronteriza llevó a los mapuche a relegar el trabajo agrícola en pos del comercio y la ganadería, llegando a ser comparados por Cayuqueo con el pueblo mongol por el uso del caballo. Con esta descripción, el autor rompe con la imagen historiográfica que pretendió tergiversar a la organización social de los mapuche, como si fueran una mera banda de cazadores y recolectores con una economía de subsistencia, para dar cuenta de cómo desde los siglos XVI a XVIII estos se fueron constituyendo en una rica economía (que comerciaba ganado, sal y textiles). Como la historia la han escrito los ganadores, estos a menudo utilizan otras palabras para designar a los vencidos, cargadas de connotaciones peyorativas o cuando menos, folclóricas y asimilacionistas. Así la historia mapuche intentó borrarse con la construcción de lo “araucano”, el nombre que impuso el invasor y que fuera aún utilizado por gran parte de los académicos hasta mediados del siglo pasado. Si bien el etnónimo mapuche -gente de la tierra- data de mediados del siglo XIX (esto lo plantea Cayuqueo basándose en los estudios sobre la etnogénesis mapuche de Guillaume Boccara), la nación mapuche en términos lingüísticos y culturales hunde sus raíces muchísimo antes de la invasión europea, en donde coexistían diversas identidades territoriales que compartían lengua (mapuzugun) y cosmovisión. “Deícticos” y no etnónimos señala el autor: williche, pikunche, puelche, guluche (gente del sur, norte, este y oeste, respectivamente), pewenche (gente del pewen), wenteche (gente del llano), nagche (gente del bajo) y lafkenche (gente de la costa), entre otras.
Quienes tengan preferencia por el relato acontecimental y narrativo, por una historia con nombres propios, podrán encontrar en este libro muchas que son dignas de varias temporadas de Netflix, como señala Cayuqueo cuya hábil pluma juega a enlazar los hechos del pasado con la mención a dispositivos comunicacionales contemporáneos. Haciendo un racconto breve del recorrido del libro podemos mencionar las historias de: Edmond Smith (viajero botánico norteamericano que recorrió y describió al Wallmapu a mediados del siglo XIX), Paul Treutler (otro viajero alemán, que fuera espía para el gobierno chileno, adentrándose en el territorio mapuche en pleno levantamiento de 1859), Calfucura (el toqui, es decir jefe militar, de las pampas de Puelmapu a quién el autor compara con la figura Napoleón), Roca (“el cazador de indios”), los últimos defensores del Puelmapu (Namuncura, Sayweke, Inakayal y Foyel), Manilwenu (“el Gengis Kan de Arauco”), Orélie Antoine I (abogado francés con una particular historia en la que se convirtió en “rey de la Araucanía y la Patagonia” proclamado como tal por una junta de importantes lonkos mapuche hacia 1860), Cornelio Saavedra (figura clave en la conquista militar chilena del Gulumapu) y José Santos Kilapán (último toqui guluche).
Así culmina el libro relatando un proceso que concluye trágicamente, en una guerra que utilizó tácticas de exterminio como la quema de casas (rucas), alimentos, robo de ganado, asesinato en masa de mujeres y niños, además de a los guerreros mapuche. Esta obra resulta imprescindible para quienes quieran conocer ese otro lado de la historia que el sistema educativo se ha encargado de ocultar contando los hechos desde el lado de quienes vencieron.
Cayuqueo, honestidad intelectual mediante, reconoce que no es historiador y que su formación es la de periodista. En ese sentido, busca y logra convertirse en un weupife, en un guardián de la memoria histórica, que en términos mapuche es lo más cercano a un historiador y un periodista. El fin comunicativo que concibe esta producción cumple con creces los fines de la divulgación masiva para romper con la ignorancia que tanto chilenos como argentinos tenemos respecto de la historia mapuche. Su trabajo en ese sentido resulta imprescindible, aunque adolece de algunas faltas que es necesario señalar para que esta obra pueda complementarse con el trabajo de historiadores y cientistas sociales.
En primer lugar, es necesario articular con mayor profundidad esta temporalidad acontecimental en la que transcurre la mayor parte de la obra con los niveles de la coyuntura y la estructura. Como decíamos antes, en el primer capítulo aparecen algunas referencias de mayor duración que se remontan inclusive hasta cinco siglos atrás para pensar en un marco más amplio el proceso de imposición de los estados nacionales durante el siglo XIX (proceso que constituye la coyuntura de mediana duración que recorre el libro).
En segundo lugar, si bien lo rico de esta obra es el ofrecer otra perspectiva sobre los hechos, es necesario ahondar en una mirada que no se quede en el relato descriptivo de las hazañas de grandes hombres, como los lonkos y toquis mapuche, para hacer pie en una historia social que visibilice a mujeres y hombres por igual, a los “reche”, la gente común de la sociedad mapuche.
Queda sembrada la semilla entonces, para que desde la historia social y la sociología histórica se puedan lograr estos objetivos, para los cuales la lectura de este libro es aún urgente y necesaria.
hooks, bell. El feminismo
es para todo el mundo; Traficantes de sueños; Madrid; 2017; [154 páginas].
Por Agustina Rossi Lashayas
Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires; Argentina
arossilashayas@gmail.com
La política feminista
pretende acabar con la dominación para que podamos ser libres para ser quienes
somos, para vivir vidas en las que abracemos la justicia, en las que podamos
vivir en paz. El feminismo es para todo el mundo.
Para escribir el libro “El feminismo es
para todo el mundo”, bell hooks
se ubica en un punto de partida específico: el feminismo será interseccional o será incompleto. En esta reseña nos
proponemos recorrer las principales definiciones que la autora arroja y
resaltar puntos que a nuestro entender fue novedoso en la lectura. El
disparador de las reflexiones que se vuelcan en el libro y recuperaremos aquí
es el auge del feminismo revolucionario a fines de los años ‘60 en Estados
Unidos, en contraposición con la apropiación por parte del status quo en los
años ‘80, que dió nacimiento al feminismo reformista y liberal. Este feminismo
ignora categorías que para la autora son centrales, como la raza y la clase.
La autora comienza con una
definición sencilla de feminismo que se va complejizando a lo largo del libro y
culmina con las coordenadas para construir el feminismo del futuro: “el
feminismo es un movimiento para acabar con el sexismo, la explotación sexista y
la opresión”[5].
En la relación del
feminismo con la lucha contra el sexismo se encuentra el origen y el fundamento
del feminismo que propone, un feminismo revolucionario. Rompiendo con el
paradigma académico tradicional, hooks propone un
feminismo de la praxis al señalar como una de las principales tareas en el
camino de la construcción de la conciencia feminista la destrucción del
“enemigo interno” (hooks: 2017). Adquirir conciencia
feminista en un primer plano no se trata de una comprensión política acabada
sobre las perspectivas del movimiento ni de contar con las credenciales
académicas más reconocidas: se trata del ejercicio práctico de la sororidad,
entendida como voluntad política de transformación:
“la solidaridad política
entre mujeres va más allá del reconocimiento positivo de las experiencias de
las mujeres e incluso de la afinidad por los sufrimientos comunes. La sororidad
feminista está enraizada en el compromiso compartido de luchar contra la
injusticia patriarcal, sin importar la forma que tome esta injusticia. La
solidaridad política entre mujeres siempre socava el sexismo y prepara el
escenario para la destrucción del patriarcado”[6].
En su corpus teórico, bell hooks problematiza el
divorcio existente entre el feminismo de la academia y el feminismo
revolucionario de la acción: los estudios de la mujer como disciplina académica
aportan nuevas herramientas para el desarrollo de la teoría y el pensamiento
feminista, pero su jerarquización dentro del mundo académico provocó el
desplazamiento de muchas teóricas por no contar con títulos de doctorado y, por
ello, la política radical sobre la cual se asentaba el pensamiento feminista
fue reemplazado por el reformismo liberal.
Introduciendo al análisis
las categorías de raza y clase, hooks advierte sobre
los peligros de la visibilización del feminismo “del
sistema” que realizan los medios masivos de comunicación, discutiendo con la
noción de feminismo como estilo de vida[7],
que suscita la creencia de que existen tantos feminismos como mujeres en el
mundo, lo cual permite modificar algunas costumbres y comportamientos de la
vida cotidiana sin atacar las esencia de la cultura opresora, patriarcal y
supremacista blanca.
“El patriarcado
convencional recalca la idea de que las preocupaciones de las mujeres de clase
privilegiada eran las únicas que merecían atención. La reforma feminista
pretendía conseguir la igualdad social para las mujeres dentro de la estructura
existente (...) “Las fuerzas patriarcales capitalistas supremacistas blancas
temían que se redujera el poder de la raza blanca si las personas no blancas
llegaban a tener el mismo acceso al poder económico y a privilegios. Apoyar lo
que se convirtió en un feminismo reformista blanco permitió al patriarcado
supremacista blanco aumentar su poder y al mismo tiempo socavar la política
radical del feminismo”[8].
El feminismo debe interseccionalizarse junto con la raza y el origen de clase
de las mujeres porque sin ese intercambio se vuelve solamente una disciplina de
investigación social con énfasis en el enfoque de género. El feminismo es
vanguardia en el proceso dialéctico que sus pensadoras establecen con la noción
de raza y es en esa síntesis que encuentra su carácter revolucionario y
transformador.
En este sentido, la autora
le asigna un rol preponderante a la experiencia, al ser negra y transitar el
feminismo.
bell hooks no
esconde las contradicciones del movimiento feminista, sino que las enfatiza. En
este punto, la construcción de la sororidad implica que al interior del
movimiento las mujeres de raza blanca cuestionen sus privilegios y admitan las
diferencias existentes entre mujeres. Este ejercicio es fundamental para
entender cómo las diversas demandas del feminismo impactan de manera desigual
según la raza y clase a la que se pertenezca. Si los medios masivos de
comunicación se han ocupado de visibilizar solamente las demandas que le son
funcionales al sistema patriarcal, capitalista y supremacista blanco, es tarea
del movimiento radical la educación feminista para una conciencia crítica, que
lleve los saberes del feminismo a aquellos lugares a los que la academia no
accede. Aparece la noción de feminismo comunitario, una práctica pedagógica que
difunda las muchas maneras en las que el feminismo ha impactado positivamente
en la sociedad.
Bell hooks
no ignora los puntos ciegos en los cuales el feminismo no ha logrado penetrar,
sino que los ubica como necesidades de primer orden, si queremos construir un
feminismo de masas que interpele a hombres y mujeres por igual. En particular,
me interesa remarcar algunas de estas tensiones que aparecen en el libro y que
considero novedosas:
l La definición que se da de violencia
sexista y el énfasis en la importancia de
visibilizar las violencias contra los niños y niñas: todas nuestras
relaciones sociales se inscriben en la sociedad capitalista y patriarcal y por
lo tanto no están exentas de reproducir la violencia sistémica. El desafío del
feminismo es poner de relieve toda clase de violencias existentes, correrlas del
ámbito de lo privado y fundamentar su existencia en el sexismo presente en
nuestra sociedad.
l La noción de masculinidad: resalta la
idea de que el feminismo es un movimiento por la justicia social que
lógicamente debe interpelar a varones[9]
de manera tal que les permita cuestionar la identidad masculina impuesta. Es un
deber del feminismo y los hombres antisexistas
proponer una alternativa y generar propuestas educativas que desarrollen una
conciencia crítica.
l La crítica feminista al amor: el
feminismo siempre se centró en la idea de deconstruir el amor romántico pero no pudo repensar la idea de amor feminista.
El discurso de la crítica fue el centro de los debates sobre el amor. Es
necesario crear un discurso feminista sobre el amor. La crítica debe estar dirigida
a la dominación y extorsión sobre la que se basan las relaciones capitalistas y
patriarcales:
“Cuando admitamos que el
amor verdadero se basa en el reconocimiento y la aceptación, que ese amor se
construye sobre la gratitud, el cuidado, la responsabilidad, el compromiso y el
conocimiento mutuo, entenderemos que no puede haber amor sin justicia. Si somos
conscientes de ello, comprenderemos que el amor tiene el poder de
transformarnos y nos da la fuerza para oponer resistencia a la dominación.
Elegir la política feminista es elegir el amor.”
A modo de conclusión, la
pregunta que subyace en el libro y es disparadora de las reflexiones y debates
que se vuelcan allí puede sintetizarse de la siguiente manera: ¿Existen riesgos
en la masificación del feminismo? Por supuesto que sí y la autora no los
desconoce, pero suscribe a la necesidad de crear un feminismo para todo el
mundo, que desborde los márgenes académicos y de la disputa por una sociedad
radicalmente distinta.
La preocupación por la
cooptación de las demandas feministas por parte de la agenda liberal y la
capacidad del feminismo contemporáneo de actualizarse, repensarse y llegar a
cada vez más personas son dos debates totalmente actuales dentro del movimiento
feminista. La riqueza de este libro radica en que el feminismo, en tanto
práctica y reflexión política, invade todos los aspectos de la vida cotidiana
de hombres y mujeres. No hay nada que el feminismo no pueda transformar, pero
la autora no es ingenua y reconoce que es una disputa de sentidos constante y
que es una tarea del movimiento feminista dar a conocerlo. El feminismo de
masas es el feminismo que se lee, se escucha, se ve, se aprende, se comprende.
Es el feminismo negro, feminismo de clase, feminismo anticapitalista.
El feminismo es para todo
el mundo.
Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra; Ciudad Autónoma de Buenos Aires; Tinta Limón; 2017; [384 páginas].
Universidad Nacional de Rosario; Argentina
Keeanga-Yamahtta Taylor es activista, profesora adjunta en el departamento de estudios Afroamericanos en la Universidad de Princeton y se doctoró en Estudios Afroamericanos por la Universidad de Northwestern en 2013 con “Race for profit: Black Housing and Urban crisis in the 1970's”. Es también columnista en The Guardian y en Jacobin, donde publica constantemente artículos relacionados a problemáticas urbanas, sociales y a la emergencia de nuevos movimientos negros.
En la introducción “El despertar negro en los Estados Unidos de Obama”, se comienza citando un conocido discurso de Martin Luther King Jr. escrito en 1968 y publicado, posteriormente, en enero de 1969. A partir de este da cuenta de una serie de elementos comunes entre aquellos años y la actualidad para los afroamericanos: desempleo, precariedad, mínimo acceso a la vivienda digna, a la salud, a la educación, y más específicamente la violencia policial que sufren a diario.
Luego de una serie de asesinatos perpetrados contra afroamericanos por parte de la policía entre el 2014 y 2015 en ciudades de los estados de Missouri y Pensilvania, los reclamos desembocaron en la emergencia de movimientos de protesta contra la brutalidad e impunidad policial. La autora se refiere a estos ataques como la “punta del iceberg” del sistema penal de Estados Unidos, existe un sobre encarcelamiento de personas negras que indica una intencionalidad de sostener estereotipos ligados a la peligrosidad y criminalidad negra. Esto necesariamente degeneran en “una estigmatización social y una marginalización económica, dejando a muchos con pocas posibilidades excepto la de involucrarse en actividades delictivas para sobrevivir”[10].
Desde la promulgación de la Ley de Derechos electorales en 1963 (en la cual se prohíbe la discriminación racial en materia electoral) sumado a otro “cambio de actitudes” que llevó a que un pequeño número de personas a acceder a educación en todos sus niveles, otro tipo de trabajos y al “esfuerzo propio” formó una elite negra. Así, los estadounidenses viven en una sociedad daltónica o pos racial, en la cual la raza había sido alguna vez un obstáculo para una vida exitosa, dando una imagen de que el racismo ha quedado en el pasado.
Entonces Taylor se pregunta “¿Cómo explicamos el discurso, por un lado, de un presidente negro junto a un crecimiento exponencial de la clase política negra y la aparición de una pequeña pero significativa elite económica negra y, por otro, la emergencia de un movimiento social cuyo eslogan más conocido es un recordatorio y una exhortación de que las vidas negras importan?”[11] El eje fundamental que deja planteado desde el comienzo es el futuro de la política negra, que se desprende de la tensa relación que deja al descubierto la pregunta arriba planteada entre ambos actores. Puede dilucidar los intentos de trazar un programa que prevea los nuevos desafíos y si pueden ser transformadas las condiciones creadas por el “racismo institucional” hacia el interior del sistema capitalista.
En los dos primeros capítulos se realiza un rápido recorrido histórico de las luchas negras en Estados Unidos desde la esclavitud hasta la actualidad, enmarcados en los convulsivos sucesos internacionales del siglo XX y centrándose principalmente en lo que significó para los Estados Unidos la eliminación de la esclavitud, las revueltas negras y la sanción de los Derechos Civiles.
En “Una cultura del racismo”, Taylor realiza una llamativa comparación de discursos de del ex presidente Lyndon Johnson (1965) y del ex presidente Barack Obama (2013). Ambos son discursos inaugurales de ciclos lectivos universitarios. El primero, intenta “visibilizar” la existencia de la pobreza negra y la desigualdad basada en la raza. El segundo, da por sentada que la pobreza es opcional y que es posible salir de ella con esfuerzo personal y trabajo duro.
Partiendo de la contraposición de estos relatos institucionales que representa cada presidente, se intenta dar cuenta que la desigualdad negra se remonta al periodo de independencia donde existía la necesidad del trabajo esclavo como base de la producción de algodón, azúcar, arroz y tabaco. Se justificó la esclavitud como legítima, no por supremacía racial sino para sostener la explotación de esclavos. De este modo, el concepto de ideología es utilizado para demostrar cómo opera en la cotidianeidad estadounidense vinculada a la raza y a la pobreza. La autora sostiene que existe una cultura negra separada de la cultura norteamericana blanca a pesar de la presencia negra en los orígenes de la colonización americana. Desde el Estado se refuerza constantemente un sentido común sobre que los sectores negros más postergados carecen de cultura del trabajo, de valores y normas de clase media[12]. Se hace hincapié en el excepcionalismo estadounidense “la tierra de las oportunidades” pero que necesita de la raza y el racismo para sostenerse, incluso este relato deja por fuera el genocidio de la población originaria y la promulgación del destino manifiesto.
El mito estuvo en riesgo con el estallido de la Revolución Rusa, obligando al Estado norteamericano a tomar medidas para frenar la actividad radical y revolucionaria y, al mismo tiempo, preservar la empresa individual y la libertad económica que vivió EEUU al ingresar en la 2da Guerra Mundial. Estos acontecimientos generaron en el país condiciones generalizadas de bienestar social y estabilidad económica. El andamiaje ideológico fue factor fundamental del “sueño americano” de prosperidad a costa de trabajo duro para la movilidad social (suburbanización, acceso a bienes de consumo, etc.). urge aclarar que de esto solo participaron las personas blancas, excluyendo taxativamente a personas negras, originarias, etc. Con la Guerra Fría se generó una nueva dinámica de las relaciones sociales. Con la bipolaridad del mundo, EEUU necesitaba atraer hacia sí a los países recientemente independizados por lo que la discriminación racial era un problema internacionalmente. La concentración de personas negras en ciudades industriales en combinación con la reavivada militancia entre afroamericanos fue fuente de notables tensiones internas. El campo de batalla ideológico sobre el cual se combatió la Guerra fría forzó a las elites políticas y económicas del Norte a tomar progresivamente más decisiones formales contra la discriminación y a reclamar más ley y orden.
En el capítulo dos, “De los derechos civiles al daltonismo”, se describe como la promulgación de la ley posibilitó el voto a las personas negras da inicio a discursos que pretenden esconder el racismo presente en la sociedad. Así, el daltonismo es una herramienta necesaria que pretende dividir cualquier intento de visibilizar la discriminación y violencia institucional. A lo largo del apartado se intenta explicar cómo en los años 70 con el fin de la prosperidad de posguerra, la desaceleración del movimiento político negro y el endurecimiento de las posturas de la derecha para frenar las concesiones que se venían otorgando a los afroamericanos, se intenta una restauración ideológica y política del orden para rehabilitar el sistema como tal.
La elección de Richard Nixon en 1968, este representaba la manifestación de la incomodidad que generaban las revueltas a los trabajadores blancos y representaba el hastío de la clase dominante, que exige retomar el control: vino a dar por tierra con las protestas callejeras, los programas sociales y el trabajo en el sector público. Se lleva adelante una serie de estrategias para neutralizar las movilizaciones sin antagonizar ni cambiar el eje de las discusiones. Se limita la definición de racismo y se hace coincidir sólo con casos particulares, mientras que en simultáneo el racismo institucional se enfoca en “la libertad de elección” en la tierra de las oportunidades. Comienza hacerse especial énfasis en la movilidad y la capacidad de elegir: a partir de la ausencia de lenguaje racista se espera que se suponga la ausencia de actitudes racista.
Por otro lado, la necesidad del orden remarcados por las presidencias de Johnson y Nixon para frenar las demandas fueron fundamentales para fortalecer la persecución de negros y de la izquierda organizada, el Estado policial y carcelario. Estos años son conocidos por el fenómeno del “encarcelamiento masivo”.
En el capítulo tercero “Caras negras en puestos altos” se señala que, aunque los afroamericanos hoy cuentan con acceso a cargos políticos y judiciales, las personas negras pertenecientes a los sectores pobres y trabajadores continúan siendo objeto de marginalización, estigmatización y blanco de la violencia policial. Señala que “el desarrollo de un establishment negro no ha sido un proceso virtuoso, muchos de estos funcionarios usan sus posiciones para articular los peores estereotipos sobre los negros con el objetivo de evitar cargar con las culpas de sus propias incompetencias”[13] y que “ocultan sus acciones bajo un manto de imaginada solidaridad racial al tiempo que ignoran su rol como árbitros del poder político y como operadores activos en un terreno político diseñado para explotar y oprimir a los afroamericanos y a otra gente trabajadora”[14].
Mediante algunos ejemplos particulares de políticos negros, los intentos de presentar la estrategia electoral como alternativa a las luchas de base por la libertad terminaron, en muchos casos, influenciadas y/o atraídas por el peso del dinero y poder distorsionan el objetivo de representar los intereses de la comunidad. De este modo, Taylor dirige sus críticas hacia el distanciamiento que se produce entre los representantes negro y los ciudadanos negros de a pie. No deja escapar que para este proceso fue necesaria la consolidación de una clase media pequeña pero estable que puso acceder a mejores trabajos y educación, produciendo a la larga una división hacia el interior del movimiento negro.
El cuarto capítulo “El doble estándar de la justicia” se aboca a una detallada explicación de cómo la policía, brazo armado del Estado, se institucionaliza casi al unísono de la desaparición de la esclavitud. Esta no solo reprime a los negros sino a todos los trabajadores, pueblos originarios y pobres, ya que refleja y refuerza la ideología dominante del Estado moderno: es necesariamente defensora de la clase hegemónica, racista y resistente a las reformas a las que han querido someterla.
En primera instancia, se rastrea los comienzos de los estereotipos o perfiles raciales de criminalidad instalados en el sentido común. Estos se arraigaron fuertemente durante el siglo XX, el delito afroamericano era ampliamente aceptado como pretexto para justificar el uso de la seguridad pública.
En segundo lugar, la autora indica los momentos fundamentales en los cuales los cuerpos policiales junto con el sistema judicial vieron reforzada su impunidad:
● La guerra contra las drogas de Ronald Reagan, con la cual la población carcelaria se vio fuertemente incrementada durante los años posteriores;
● El régimen penal de Clinton: durante su primera gestión, genero leyes abocadas a proveer más policías, expandir la pena de muerte a más delitos, construyeron nuevas prisiones, abolieron la educación en las cárceles, entre otras. Un punto importante a destacar es que durante sus mandatos fue central desmantelar el estado de bienestar existente hasta ese momento;
● Luego de los ataques el 2001, La guerra contra el terror justificó el redoble de la vigilancia, se proveyó al Pentágono a proveer a los departamentos policiales con equipamiento de guerra. De este modo, con los policías devenidos en soldados generaron mayores resquemores y problemas en los barrios pobres.
La conclusión a la que se arriba es que en ningún momento existen intentos serios por corregir problemas estructurales que afectan a las poblaciones como forma principal de “combatir” la criminalidad, en lugar de eso, se juegan todas las fichas en hostigar y estigmatizar constantemente a estos sectores al tiempo que se los azota con brutales ajustes que afectan la calidad de vida.
El capítulo cinco “Barack Obama: el fin de una ilusión”, el triunfo de Obama en las elecciones de 2008 significó un entusiasmo y unas esperanzas sin precedentes que se tradujo en una amplio empadronamiento y participación de la población negra en las elecciones, aunque este no había dado muchas señales de sentar posición en relación a problemáticas que les afectan directamente. La efectivización de la pena de muerte para Troy Davis, el asesinato de Trayvon Martin junto al abandono por parte del Estado de los afectados por Katrina condujeron casi inevitablemente a la desilusión. Si bien en el libro se deja claro que la población afroamericana defiende las gestiones de Obama frente a los blancos, existe un sentimiento de distanciamiento con respecto de él y del establishment negro como bien describe la autora.
Estos acontecimientos son importantes a la hora de entender como la rabia, la indignación y el sentimiento de injusticia comienzan a traducirse en diferentes formas de organización frente a la intensificación de los amedrentamientos que la policía y los medios hegemónicos ejercían ante cada protesta. De esta manera, comienza a tejerse estrategias de visibilizar de las condiciones desiguales que las personas negras viven a diario, que los hostigamientos de sufren por parte de la policía solo es la cara visible pero que sufren muchas otras por parte del Estado y la sociedad estadounidense en general. Algunas organizaciones son producto de la reacción frente al cansancio, que tuvieron (y tienen) roles activos fortalecer las redes de entre ellas y con otros sectores de la sociedad son: Occupy, #BlackLivesMatter, Dream Defenders, Black Youth Project, entre otras.
“Black Lives Matter: un movimiento, no un momento” deja claro que estas organizaciones sociales surgen también como resultado de la calma con que las históricas organizaciones de derechos civiles (así como diferentes representantes políticos) se desenvuelven ante los sucesos. Lejos de encauzar la rabia y la indignación, adoptan el discurso de estigmatizante, pidiendo paciencia. Esta actitud paternalista y condescendiente fue la que evidenció que “la nueva generación” tenía el desafío de levantar las banderas de la liberación y de la justicia. Lejos de ser algo taxativamente etario (jóvenes interesados - adultos desinteresados), un examen a primera vista mostraba que la juventud era la que estaba al frente de las protestas y movilizaciones, junto con las familias de los asesinados por las fuerzas policiales, son ellos quienes sufren en carne propia el abuso de autoridad día a día. Existió una lucha hacia el interior del movimiento por definir cuál era el sentido político del caso de Mike Brown y las revueltas que se dieron en Ferguson como consecuencia.
En el marco de las crecientes movilizaciones feministas que vienen visibilizando hace ya algunos años, la autora le otorga una mención transversal al papel de las mujeres. Ellas son fundamentales en la organización de estos movimientos y la articulación, aunque las luchas hayan tenido siempre rostro masculino. Ya sea por ser madres, familiares o víctimas directas del policiamiento. Estas son las que sin duda sufren la triple opresión, yuxtapuestas: como negras, como mujeres, como trabajadoras. Ellas han sido menospreciadas, obligadas a tomar trabajos con poca paga, al cuidado de hijos con padres víctimas del policiamiento, etc. Taylor afirma que Black Lives Matter tiene un “rostro ampliamente queer y femenino”[15], han sido las encargadas de expandir la comprensión del impacto de la violencia policial, incluso de mostrar que es parte de un sistema de desigualdad mucho más amplio que se carga a pobres y trabajadores en general. A medida que los hechos de violencia policial siguieron en escalada (como represalia por las revueltas) fue necesario pensar demandas que ligadas a lo coyuntural, trazar un programa que guiará al movimiento negro en sus diferentes corrientes. La pregunta “¿Cómo transformaremos una serie de acciones locales efectivas en un movimiento nacional?” resultaba urgente. Por empezar, fijar un horizonte era clave para salir de las demandas grandilocuentes o difíciles de alcanzar con inmediatez, evitando también caer en la desmoralización. Acotar las demandas, caracterizarlas entre coyunturales y medioplazistas daba un sentido mucho más claro hacia dónde avanzar (incluso para poder abordarlas más eficazmente). Tener claro que esto no implicaba caer en el reformismo sino en mejorar la calidad de vida de las personas negras a medida que se sigue luchando por cambio estructurales, culturales e inclusive sistémico.
El capítulo siete “de #BlackLivesMatter a la liberación negra” concluye que no puede existir liberación negra tal como está constituido Estados Unidos, ya que el capitalismo depende de la falta de libertad y del “desorden económico”. La luchar contra el racismo y la violencia policial es crucial para la supervivencia de los afroamericanos, y que es justamente en esas desigualdades donde la gente aprende a organizarse contra la opresión.
Las personas negras no fueron liberadas para ser parte del sueño americano sino para vivir la “pesadilla estadounidense” de la libertad económica y la injusticia sin límite, enmascarada por el terrorismo racial. A la vez que la aspiración a la liberación negra no puede ser disociada de lo que sucede en el país, la desigualdad económica es un hecho generalizado. Taylor afirma que hay 400 multimillonarios mientras 45 millones de personas viven en la pobreza[16]. La liberación negra podrá tener lugar sólo en un mundo donde la gente negra pueda vivir en paz, sin la constante amenaza de las calamidades sociales, económicas y políticas de una sociedad que prácticamente no reconoce ningún valor en las vidas de las grandes mayorías negras. Los negros y negras en Estados Unidos no pueden liberarse solos, la liberación sólo podrá llevarse a cabo junto con el proyecto de la liberación humana y la transformación social. La característica más sobresaliente de este libro es la relación pasado-presente que establece la autora a través de los capítulos. Resulta crucial entender que la emancipación negra no es una lucha aislada ni independiente de los contextos internacionales, no está suspendida en un tiempo paralelo ni está exenta del entramado del desarrollo capitalista.
La actualidad del texto no reside en la descripción de hechos recientes ligados al pasado sino que se vuelve actual al intentar rastrear las condiciones en que estas muertes suceden y como la resistencia aparece con una renovada fuerza. Fuerza que debe ser re pensada, adaptada a las circunstancias y canalizada de manera tal que sea efectiva. Es un programa político para la acción, una combinación de teoría y praxis.
[1] Decidí realizar una reseña de corte general evitando menciones de cada uno de los trabajos, en primer lugar porque al tratarse de 24 textos, no habría podido referirme a todos sin excederme del espacio de estas páginas; en segundo lugar, porque el libro es el resultado de un trabajo en equipo de lo cual resulta que las ideas más relevantes presentes en los textos son ideas compartidas. Sólo haré alguna excepción con algunos trabajos puntuales que, a mi entender, abordan temas de especial interés para nuestras discusiones locales.
[2] Gatti,
Gabriel. Identidades desaparecidas.
Peleas por el sentido en los mundos de la desaparición forzada; Buenos
Aires; Prometeo; pág.17.
[3] CAYUQUEO, Pedro. Historia Secreta Mapuche; Santiago de Chile, Catalonia, pág 30.
[4] CAYUQUEO, Pedro. Historia Secreta Mapuche; Santiago de Chile, Catalonia, pág 32
[5] hooks, bell; El feminismo es para todo el mundo; Traficantes de
sueños; Madrid; 2017; p. 21
[6] hooks, bell; El feminismo es para todo el mundo; Traficantes de
sueños; Madrid; 2017; p. 37
[7] hooks, bell. El feminismo es
para todo el mundo; Traficantes de sueños; Madrid; 2017.
[8] hooks, bell. El feminismo es
para todo el mundo; Traficantes de sueños; Madrid; 2017; p. 62
[9] La autora no hace referencia a identidades
trans en el libro. Creemos que la aclaración es pertinente ya que no se mencionará en la reseña.
[10] Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra; Tinta Limón;
Buenos Aires; 2017; p. 25.
[11]
Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra; Tinta Limón;
Buenos Aires; 2017; p. 29.
[12]
Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra;
Tinta Limón; Buenos Aires; 2017; p. 64, así lo caracteriza la autora en el
libro.
[13] Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra; Tinta Limón;
Buenos Aires; 2017; p.143
[14] Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra; Tinta Limón;
Buenos Aires; 2017; p. 145
[15]
Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra;
Tinta Limón; Buenos Aires; 2017; p. 290.
[16]
Taylor, Keeanga-Yamahtta. De #BlackLivesMatter a la liberación negra;
Tinta Limón; Buenos Aires; 2017; p.337.